Mario Hernando Orozco

MARIO HERNANDO OROZCO

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy una persona que tiene la fortuna de contar con amigos muy inteligentes, más inteligentes que yo, de quienes aprendo cada día. Creo en el Dios que vino a la tierra hecho hombre. Mi profesión es mi vocación.

ORÍGENES

RAMA MATERNA

Gallego Hidalgo, mis apellidos maternos, pertenecen a una familia de ciudad con fuerte arraigo en el campo. Son gente con sus fincas, sus negocios, sus querencias por la tierra.

RAFAEL GALLEGO

Rafael Gallego, mi abuelo, fue un hombre bueno, honesto, tierno, lindo, afable, cariñoso. Me decía mijito y me tomaba de la mano siendo yo muy niño y él ya muy mayor. Gozó de buen prestigio, porque fue muy respetado.

La violencia política de la época en los pueblos del Viejo Caldas, hizo que perdiera sus fincas y que tuviera que abandonarlas para refugiarse con su esposa y con sus hijos en la ciudad.

Cuando esto pasó mi mamá era muy niña, pero recuerda la huida en medio de la noche, el galopar de los caballos, los gritos de los hombres, el olor a miedo y violencia. Las tías, como un acto de amor hacia sus sobrinos, nunca tocaron estos temas frente a nosotros. Pensaron que ignorar esos acontecimientos nos ahorraría la pena de cargar con semejante lastre.

JESÚS HIDALGO

Del bisabuelo Jesús Hidalgo, abuelo materno de mi mamá, dicen que fue muy estricto. Siendo ya mayor se hizo evangélico, no sin antes haber cumplido con rigurosidad el mandato de crecer y multiplicarse, aunque fuera con diferentes señoras. Por eso hay una ristra de parientes de los que mi mamá y mis tías a veces hablan sin que yo atine a saber quién es quién.

CESARFINA HIDALGO

Cesarfina Hidalgo, mi abuela, fue una mujer muy adusta, correcta, seria, respetuosa en el trato hacia los demás. En ella estaban el principio de la honradez, de la transparencia y de la bondad, rasgos que heredó mi mamá.

ORIOLA GALLEGO HIDALGO

Oriola Gallego Hidalgo es mi mamá. Si bien el suyo es un nombre raro, poco común, ella lo porta con mucho orgullo. Y así se lo recordó alguna vez Tola, personaje que representa Carlos Mario Gallego, creador de Tola y Maruja, quien a su vez es Mico, el caricaturista. Carlos Mario, quien por petición mía la llamó por teléfono representando a Tola con su acento amontañerado (sic), muy paisa, le dijo: “Oiste, Oriola, ¡vos y nadie más con semejante nombre!”.

Mi mamá tiene una capacidad superior para escuchar, para entender al otro, para decir y hacer lo más conveniente, para arreglar cualquier situación. Como modista gozó de muy buen nombre, la buscaban para que confeccionara vestidos de matrimonio, de galas, de reinados. Siempre la recuerdo en su máquina de coser trabajando hasta altísimas horas de la noche. También se dedicó al comercio, porque siempre le gustó vender cosas, hasta tuvo una boutique de ropa.

Los hijos del tío Enrique, primos hermanos de mi mamá por su lado paterno, fueron muy cercanos a la familia. En ellos siempre vi el orgullo y el apego a sus raíces. Son alegres, familiares, gozan charrasqueando la guitarra y cantando a viva voz música popular en las fiestas. Representan lo que habría sido la familia de mi mamá si el abuelo no hubiera tenido que salir de sus fincas, si no hubiera tenido que huir de la violencia.   

RAMA PATERNA

Pese al consejo de mi padre de no escarbar mucho en el árbol genealógico familiar, porque, como decía, de golpe se topa uno con una tataraputa o un tatarapirata, desobedeciéndolo hice mi pequeña investigación.

La genealogía de los Orozco me llevó a encontrarme con un hecho curioso. Alrededor de 1400, un señor de apellido Lozano y su esposa de apellido Orozco, registraron a sus hijos contrario a lo que ha sido costumbre, es decir, con los apellidos invertidos, el materno primero y el paterno después. De ahí salieron entonces los Orozco Lozano.

Tal vez hoy mi apellido paterno sería Lozano. Esto me lleva a pensar en lo banal, y sujeto a lo imprevisible, que es este tema. Uno solo debería portar, sin aspavientos ni pesares, los apellidos que le tocó por suerte llevar.

HERMANOS OROZCO

Los hermanos Orozco fundaron Támesis, pueblo de Antioquia. En él conservan una placa que conmemora un hecho funesto, el de aquella vez en que don Pedro Orozco, hermano de Sandalio, ancestro directo mío, se descalabró. Esto ocurrió cuando don Pedro se cayó desde un alto al que había subido a contemplar sus vastas tierras. En la placa se puede leer: “En este peñasco tosco, se mató Don Pedro Orozco”. Anécdota que recoge Héctor Abad Faciolince en su novela La Oculta.

Don Pedro Orozco y sus hermanos, conservadores todos, huyendo de la violencia de las guerra civiles, terminaron fundando Belalcázar, pueblo de Caldas donde años después nacerían mi bisabuelo, mi abuelo y mi papá.

Alguna vez en Cali una señora de la ‘alta sociedad’ le preguntó a mi papá de qué familia Orozco provenía. Entonces él le contestó: “De los Orozco que introdujeron la cultura en el Viejo Caldas”. / “Ah, usted viene de una familia de intelectuales”, ripostó la señora.  / “No, de una familia de arrieros”, sentenció mi papá.

Provengo pues, por el lado paterno, de una familia que hizo su fortuna colonizando tierras y comerciando cachivaches. La gesta de esos arrieros contempló hazañas como transportar a lomo de mula un piano de cola desde el puerto de Honda hasta algún pueblo del Viejo Caldas. De esas gestas familiares conservo una pequeña silla vienesa, regalo de mi abuela Lola.

OVIDIO OROZCO

Mi abuelo paterno, Ovidio Orozco, abandonó a su familia siendo mi papá muy pequeño. Por accidente supe que el abuelo era todo un dandi, adinerado, enamorado y derrochador. Sin embargo, jamás oí hablar mal de él, pues la estricta regla de mi mamá ha sido que en su casa no se habla mal de nadie. Lo visité una sola vez en Belalcázar cuando, siendo yo muy niño, mi papá me llevó a conocerlo: estaba muy viejo y enfermo. Luego llegó la noticia de su muerte.

ABUELA LOLA

Lola, mi abuela, personaje central en mi vida, fue una mujer de buenas maneras, elegante, espigada, de mirada sabia y reposada que heredó mi papá. Me enseñó a jugar Tute, un juego de cartas enrevesado lleno de reglas y condiciones: mi papá siempre decía, para significar que una cosa o alguien estaba lleno de condiciones: “¡Tiene más condiciones que un Tute!”.

Fui su único nieto y recuerdo con nostalgia su inmenso amor. Después de su muerte, que ocurrió cuando yo tenía once años, las historias que seguí escuchando de ella no hicieron sino engrandecer en mí la imagen que siempre tuve de ella.

GILDARDO OROZCO

Gildardo Orozco, mi papá, fue un hombre muy inteligente, carismático, noble, siempre dispuesto a una buena charla, a veces taciturno. Disfrutaba leyendo clásicos rusos y periódicos.

Chava, una tía suya, quien vivió hasta los ciento y tantos años, se alcanzó a reunir con mi papá un año antes de que él muriera, lo que ocurrió a sus ochenta y cuatro años. En el cumpleaños número ochenta de mi papá, la tía Chava envió un video recordando cuando su nacimiento, el de mi papá, pues mi abuelo había salido orgulloso a presentar a su hijo ante todo el pueblo.

Mi papá nunca trabajó con sus manos, decía que las suyas no estaban hechas para golpear la tierra, sino para acariciar tersos muslos. Jamás lo vi cambiar un bombillo o instalar unas pilas o abrir un aparato para tratar de arreglarlo: inhabilidades que heredé.

Estefanía, bisabuela de mi papá, algún día le ofreció enviarlo a estudiar al exterior, pero él no aceptó para evitar herir susceptibilidades familiares. De esto se arrepentiría el resto de su vida.  Fue contador público y como tal trabajó muchos años para la familia Sanint de Manizales y en tierras ganaderas del Risaralda.

Como su padre, también tuvo un gusto especial por el licor y la parranda. Pero, contrario al suyo, siempre trató de ser un papá responsable. Mi papá debió haberse tomado en vida la porción de licor que me correspondía a mí porque, aunque disfruto de una copa de vino o de un vaso de whisky, tengo total aversión a emborracharme. Deduzco que esto es así por escuchar y ver historias familiares relacionadas con el licor.

Mi papá sabía mucho de tangos, prefería los clásicos de letras hermosas y melancólicas. Siempre dijo que a los brasileños les gustaba porque en cada uno de ellos mueren dos argentinos.

También fue el hombre de los dichos, del humor inteligente, y galante con las mujeres sin ser irrespetuoso. Cualquier día entramos a un café en Manizales y cuando pagó la cuenta le dio quinientos pesos de propina a la chica que nos había atendido. Tomándole las manos le dijo: “Guarde para que se compre una casita. No se lo vaya a gastar todo en ropa”.

Si bien mis primeros años los viví en La Virginia, en 1980 nos mudamos para Pereira. Pero resulta que mi papá siempre buscó volver de la misma manera como un toro herido busca su querencia. En La Virginia se sentía cómodo y allí quedaba uno de sus sitios predilectos, la cantina de su buen amigo Romerito. El gordo Romerito tenía una colección magnífica de tangos y boleros y, de cuando en cuando, le obsequiaba a mi papá algún casete con lo mejor de sus selecciones.

A mi padre todo el mundo lo quería y respetaba. Uno de los rasgos, que siempre admiré en él, fue su facilidad para interactuar con gente de todas las condiciones. Creo que heredé su capacidad de ponerse en los zapatos de todo el mundo. Pero, curiosamente, siendo que nunca peleó con nadie porque no fue un hombre de pleitos, cualquier día en la cantina de Romerito alguien se sobrepasó con él. Cuenta la historia que ese día Romerito, un gordo gigante de manos inmensísimas, salió en su defensa, tomó por el cuello al sujeto, lo puso en su lugar, y de inmediato las cosas se calmaron.

Una expresión peculiar de mi papá cuando tenía algunas copas, era el grito de: “¡UY! ¡SALVAJE!”. Así reaccionaba cuando se encontraba frente a algo que le causaba asombro. Esto lo convirtió en el “Tío salvaje” para mis primos, los sobrinos de mi mamá a quienes mi papá consideró como propios.

Cuando murió en 2018, los amigos que lo acompañaron en sus honras fúnebres celebraron su vida con afecto.

CASA MATERNA

Mis papás se conocieron en La Virginia. Mi mamá cuenta que no le aceptó de inmediato los galanteos a mi padre, sino que se hizo la difícil. Entonces a mi papá le tocó remar fuertemente. Aunque mis papás siempre se quisieron mucho, tuvieron los problemas derivados del gusto de mi padre por el licor. Fuimos una familia normal de clase media, con los sueños y las afugias de todo el mundo.

Soy hijo único, y me educaron en valores, me enseñaron honradez, honestidad, a decir la verdad, a no envidiar, a ser agradecido, a alegrarme por el buen suceso de los otros.

Gran parte de lo que soy lo heredé de mi mamá: sus actitudes, su jovialidad, su forma de pensar, su propensión natural a tratar de hacer el bien. Gracias a mi mamá crecí pensando que todo el mundo era bueno y aprendí a ser muy respetuoso: si ella no tenía nada positivo qué decir de algo o de alguien, prefería guardar silencio.

Mis papás me enseñaron también el valor de la amistad. Soy hijo único, pero la vida me ha premiado con grandes amigos. Diego Rico, mi amigo de infancia, es como un hermano: estoy seguro de que si lo llamara en este momento a pedirle un riñón, me lo mandaría al otro día por correo.

INFANCIA

Nací el 28 de enero de 1972 en Pereira, viviendo en La Virginia, donde crecí hasta mis ocho años. El hecho de ser hijo único hizo que recibiera toda la atención de mis padres y de mis familiares, lo que puede llegar a afectar a una persona.

Me sobreprotegieron tanto que mi mamá me bañaba con agua de porrón, decía que el agua de la llave en La Virginia era muy sucia, lo cual es cierto. Entonces fui el receptor de los máximos cuidados, de todas las preocupaciones, de todos los regalos. Y, obvio, cuando más adelante tuve que enfrentarme al mundo, pasé por momentos difíciles que después pude superar.

AMOR POR EL CAMPO

El olor a boñiga de vaca me recuerda mi infancia. Como cuando acompañaba a mi papá a Túnez, la finca de los Sanint, donde se me iba el tiempo jugando con los niños del campo.

AMOR POR EL DIBUJO

Siempre me gustó dibujar. Más que dibujar, tuve una pulsión por rayar. Dibujaba todo lo que veía o que me imaginaba. En su oficina, mi papá disponía para mí libros de contabilidad, esos gigantes a varias columnas. En ellos dibujaba el campo con sus montañas, sus casas y sus vaquitas. Hubo un período de mi infancia en que me obsesioné por dibujar a la gente sin ropa. Resulta que, cuando se me acababan los papeles y las pizarras, seguía dibujando y rayando las puertas del mueble de corte de mi mamá.

AMOR POR LOS LIBROS

Mi papá me enseñó el amor por los libros, también a leer, lo que supone no solo saber juntar las letras en el cerebro, sino que implica la disciplina de aquietarse y concentrarse. Considero la lectura como un estado del alma. Aprendí de su ejemplo cuando me montaba a tuntún en su pierna para leerme las tiras cómicas de la prensa dramatizándolas para mí. Él siempre iba más allá, pues no solo me explicaba las historias y los chistes en detalle, sino que me indicaba dónde y por qué me tenía que reír.

REMILGUES

Desde chiquito fui resabiado para comer. Recuerdo que un día, estando en La Virginia, me mandaron a un paseo con un pollo de asadero empacado en una caja. Pues bien, el pollo y la caja regresaron tal cual. Esto fue así porque mi mamá olvidó empacarme cubiertos.

HERENCIAS

Los  hijos de los primos acomodados de mi papá un día me heredaron sus juguetes, entre los que sobresalían un mecano alemán para hacer grúas, carros a control remoto y un muñeco articulado made in USA de Steve Austin, astronauta quIeN a finales de los años 1970 era un personaje de moda.

También me heredaron un Telebolito, el tatarabuelo de las consolas de juego de hoy. Se conectaba al televisor, a blanco y negro, para jugar un arcaico juego de tenis.

Mis papás me hicieron una colección gigante de carros ingleses a escala marca Machtbox: los Majorete eran los chichis (sic). Los compraban en el Ley.

Semejantes juguetes de rico, sumado a mis remilgos para todo, nos debieron crear entre mis amigos del barrio, viviendo ya La Villa de Pereira, una fama de acomodados venidos a menos, completamente ajena a la realidad.

NOVIAS

Por mi gran timidez, no fui muy fluido en el trato con las mujeres. De hecho, casi siempre fueron ellas las que dieron el primer paso. Como yo era enjuto y gafufo (sic) dada una miopía severa, esos lances no es que hayan sido muy frecuentes.

ACADEMIA

LA PRESENTACIÓN

Era muy chiquito y vivíamos todavía en La Virginia cuando le dije a mi mamá que ya quería ir al colegio. Ella lo interpretó como una muestra precoz de la genialidad de su hijo.

Entonces habló con las monjitas de La Presentación para que pudiera empezar a ir a clases, solo como asistente. Resulta que al año siguiente, cuando mi mamá fue a matricularme formalmente, las monjitas le dijeron que el niño debía ser promovido formalmente para el curso siguiente.

Hoy pienso en eso y considero que confundieron mi juicio con inteligencia. Entonces pasé a primero, porque en esa época no había ningún tipo de regulación y se hacía lo que la rectora del colegio dijera.

CALASANZ PEREIRA

INGRESO

Cuando pasaba a tercero de primaria, mis papás decidieron vivir en Pereira. Compraron en planos la casa del barrio La Villa. Como esto significaba también un cambio de colegio, me matricularon en el Calasanz. Fui aceptado gracias a los buenos oficios de Luz Dary Quintero, amiga de la familia quien en esa época manejaba las palancas de la política y lograba que el rector, el padre Fidel Murillo, dijera que sí a todo lo que ella le pidiera.

Pasar de un colegio de monjitas en La Virginia a uno de la exigencia académica del Calasanz sin tener ni la edad ni la preparación requeridas, fue un verdadero reto. La teoría de la inteligencia superior que tenía mi mamá, comenzaría a tambalear.

El hecho es que ese primer año me sentí como mosco en leche: no entendía la metodología ni la terminología que usaban en las clases de matemáticas ni muchas de las cosas que enseñaban.

COMPAÑEROS

Estudié con los hijos de los personajes ilustres de la ciudad, sin que mis papás fueran amigos de sus familias. Y es que mis compañeros no solo eran ricos, sino que también tenían cara de ricos. Así fueran a estudiar con la camisa descocida y los tenis rotos, no se les quitaba la cara de ricos. Yo era mucho menor que ellos, venía de un pueblo y vestía diferente.

En ese entonces no se había impuesto el uso de los uniformes en los colegios de Pereira, todos asistíamos a clases con la ropa del día a día. Solo que la mía no tenía nada que ver con la de ellos. Mis compañeros usaban ropa y tenis de marca, que yo ni conocía. Estos eran traídos de Alemania, Francia, Reino Unido: a diferencia de los que se consiguen ahora que son hechos en chino, ¡y el que diga lo contrario es porque no vivió en esa época!

El hecho es que los suyos me parecían realmente hermosos, y me quedaba mirándolos. Por lo regular estaban espolvoreados con el rojo arcilla de las canchas del club donde practicaban tenis. Los míos eran los de siempre, los de la fábrica de la prima de mi mamá: “Calzado Gentleman que distingue a quien los usa”. Eran finos, como ellos solos, pero, la verdad, nunca me sentí muy distinguido.

Más que distinguido me sentí discriminado, a lo mejor, auto discriminado. Pero en ese momento no lo tenía claro, no entendía qué era lo que estaba pasando, no sabía interpretarlo. Esto lo vine a racionalizar después.

VIVIENDA

La entrega de la casa que mis papás habían comprado en La Villa se demoró. Entonces me llevaron a vivir con un familiar. El tío Rafael era realmente tío de papá, hermano de su mamá, quien vivía en el barrio Maraya frente a la estación de servicio de la ESSO, junto al Batallón.

Quedarme en un cuarto solo, sin mi mamá, fue supremamente traumático para mí. Los primos de mi papá eran mayores, entonces no había mucho qué compartir. Incomodé tanto a la familia con mis remilgues, que esta situación no duró mucho.

TRANSPORTE

Mis papás decidieron enviarme en taxi todos los días desde La Virginia hasta la casa de mi tío donde me recogía el bus del colegio. Terminada la jornada regresaba en el mismo bus y luego tomaba un taxi que me llevaba de nuevo hasta la casa en La Virginia.

Los taxis de esa época eran enormes, tenían tres puestos adelante, junto al conductor. Definitivamente estaban emparentados con el batimovil, sin duda. Cualquier día el taxi por equivocación me llevó hasta Cartago. Pues bien, hice berrinche a mitad de camino con la intención de irme a pie por la carretera hasta mi casa. El taxista usó todas sus habilidades psicológicas para calmar al mocoso mientras continuó manejando hasta Cartago. Por supuesto, después se devolvió, pero me llevó de nuevo a Pereira. Sí, ¡a Pereira! En resumen, llegué casi de noche a mi casa, pasado de hambre y muerto del cansancio. ¡Nunca había estado tan cerca de perder para siempre a mi mamá!

RETIRO

Mi vida se hizo más amable cuando nos entregaron la casa de La Villa, pero al poco tiempo empecé a acusar síntomas de rebeldía. Y es que no encajaba, pese a aprobar los cursos, yo no lo lograba.

Por supuesto, las cosas no seguirían igual porque perdí primero de bachillerato, hoy sexto grado. Cuando perdí tercero, decidí retirarme del colegio. Tal vez fue la peor, pero, a su vez, la mejor de las decisiones que hasta entonces había tomado en mi vida.

COLEGIO SALESIANO

Sin entrar en detalles diré que  llegué al Salesiano. Lo curioso fue que el primer día me encontré con un grupo grande de compañeros del Calasanz. Ellos también habían perdido el año, como yo tomaron la decisión de retirarse y como yo escogieron el Salesiano. ¡Casi un milagro, porque no nos pusimos de acuerdo!

Recuerdo a Nates Solano Richard Jackson (quien siempre se presentó de esa manera), Chiqui López, Santiago Ortiz, Machicho, Germán Hincapié. De inmediato nos encontramos con un grupo de estudiantes “nativos” y varios más de otros colegios. Bastó una mirada para identificamos como integrantes de la misma manada: Lora, Juan Carlos Echeverry, Jorge Iván Montes, Plazas, Silvio, Juan Esteban Ossa, Hurtado el sobrino del arzobispo, Jorge Iván Posada… ¡Qué año!

Una sola anécdota resume un año (casi) de pilatunas. Resulta que cualquier día anuncié a todos en voz baja que me iba a “desmayar”. Efectivamente me paré del pupitre y caí estrepitosamente, como en película india. Un grupo de vagos de inmediato me llevó a la enfermería del colegio. Una vez allí me dediqué a comer Asawin, el remedio más rico que ha creado la humanidad. La sumatoria de mis pilatunas llamó la atención del padre Gallo quien, impertérrito, decretó mi expulsión.  

Como me echaron, volví a perder tercero. Pero también echaron a Nates Solano Richard Jackson.

LICEO PEREIRA

Los buenos amigos siempre están, en las buenas y en las malas. Como faltaba poco para que el año lectivo terminara, con mi compañero de infortunio decidimos terminar ese tercero de bachillerato en el Liceo Pereira, mejor conocido como el Liceo Bareta. Tampoco es que las opciones fueran muchas.

Liceo Bareta, en sus mejores épocas, había tenido el honor de albergar en sus aulas a un benemérito hijo de la ciudad: el expresidente César Gaviria Trujillo. Tiempos pasados. Recuerdo muy bien que el primer día de clases debíamos llevar el pupitre. La noche anterior amanecí en la casa de mi amigo, ya que él vivía cerca del colegio.

Muy temprano por la mañana, llegamos en taxi Richard Jackson, el pupitre y yo. Lo primero que vimos fue una fila de motos de alto cilindraje parqueadas afuera, y unas escaleras. Pero no solo eso, sino que vimos a unos tipos recostados sobre los muros de la entrada, que bien podían tener treinta años. Vestían camisetas de los grupos de Heavy Metal de la época, con ademanes a lo James Dean. Y no estaban solos, sino acompañados por unas hermosas minifaldudas (sic) de copete estilo Alf que mascaban (sic) chicle y fumaban acompasadamente.

Richard Jackson, el pupitre y yo fuimos entrando muy tímidamente mientras todos nos miraban de tal manera que parecían decir: ¡Sangre fresca!

Alguien se apiadó de nosotros y nos dio un consejo: “Mientras los van conociendo y ustedes van haciendo amigos, cuando salgan a descanso no se vayan del salón. Mejor quédense en la puerta, porque de otra forma les lanzan el pupitre por esa manga”.

Como había repetido tercero, académicamente me fue muy bien. Ese fue al año en que empecé a ir más allá de mi barrio. Frecuentaba una pizzería muy famosa en la época que se llamaba Tío Tom. También empecé a tomar cerveza y a fumar. Y, aunque conocí y anduve con gente querida y chévere, aquí también sentí que no encajaba del todo, por más que quería que así fuera, por mucho que me esforzara.

COLEGIO RAFAEL URIBE URIBE

Mi siguiente colegio fue el oficial Rafael Uribe Uribe que funcionaba en la avenida Circunvalar, frente el edifico INVICO. Como dicen, “el palo no está pa’cucharas”. No lo estaba en ese momento, la oportunidad de estudiar en colegios privados se había cerrado. Y este fue un cambio brusco, brutal. Pero, como todo en la vida, terminé adaptándome.

LECCIONES

Estudiando en este colegio recibí mi primera lección en ciencias políticas.  El Uribe era en sí un panóptico, una verdadera cárcel. Ni punto de comparación con los grandes espacios al aire libre de los colegios privados. Y me empezó a ser evidente una circunstancia. En las clases me encontré con profesores del Calasanz a quienes había conocido enseñándoles a niños ricos, ahora a los de escasos recursos. Resulta que el trato no era el mismo: en el Calasanz yo era Mario y en el Uribe el compañero Orozco. Aquí el discurso era el de la reivindicación, el de los derechos de los explotados, el de la izquierda.

CRISIS

Como había ganado el accidentado año académico, ya cursaba cuarto de bachillerato. Pero a mitad de año se presentó en el salón Humberto Bustamante, el rector. Me llamó y me dijo: “Mario Hernando, hay un problema con sus documentos. No podemos aceptar el año que presenta como ganado en el Liceo Pereira dado que ese colegio no tiene permiso de funcionamiento”. Esta situación me obligó a retirarme a mitad de año. Al Uribe Uribe volvería después.

De este colegio salí con unas enseñanzas importantísimas para la vida, con una sensibilidad especial, con amigos muy valiosos. Tuve profesores muy comprensivos, como el de español, Rubén Darío Sierra, quien siempre me entendió. Él sabía que yo era un ave rara: cuando no presentaba los proyectos, me sugería hacerlos en dibujos. Siempre me animó, creyó en mí, en mi potencial, mucho más de lo que hubiera podido imaginar, más que cualquier otra persona.

También quedaron bellos recuerdos. Uno muy especial se dio cuando ocupé el segundo puesto en un concurso de cuento. Para ese momento ya se empezaban a hacer evidentes ciertas habilidades que yo me demoraría en reconocer y en aprovechar. Pero de las que el profesor Rubén Darío ya era consciente.

CARICATURISTA

COPA CIUDAD PEREIRA

Un vecino nuestro en La Villa, amigo algo mayor, un día cualquiera me dijo: “Me acaban de nombrar revisor fiscal de la Copa Ciudad Pereira y necesito gente de confianza en la portería recibiendo las entradas”. La Copa Ciudad Pereira  es una copa de fútbol aficionado muy conocida en la ciudad que se realiza en el Estadio Mora Mora. Y yo acepté, pues me encontraba en una de esas vacaciones forzadas por mi itinerancia en los estudios.

A mí nunca me gustó el fútbol, vivir cerca del Estadio no iba a hacer que eso fuera diferente. Claro, iba a partidos en los que imitaba lo que hacían mis amigos: gritaba si ellos gritaban; si se ponían de pie, yo también; si proferían insultos al árbitro, yo arriaba madres. Pero no funcionó, nunca me gustó, el fútbol no entra por ósmosis.

Cuando pienso a qué puede deberse esta falta de entusiasmo, quizás obedezca a un regaño que me pegó mi papá en el Mundial del 78  cuando por un berrinche mío se perdió un gol. ¿Del trauma a la apatía? Puede ser.

El hecho es que, como no me interesaba lo que estaba pasando en la cancha, me dediqué a reparar en la gente que entraba a los partidos. Era la época de los narcos en la que todos desfilaban. Para mí resultaba fascinante ver toda esa fauna (sic), sus maneras, sus excesos, sus mujeres exhibidas como un trofeo de caza.

Una noche, por mi portería entró John Edison Castaño, jugador de fútbol pereirano que se destacó en un Mundial Juvenil, era la promesa del momento, lo proyectaban como el reemplazo de Maradona. Tristemente, fue un talento que se malogró. Llegó acompañado por dos mujeres jóvenes y hermosas, dio la vuelta como en pasarela, saludó y salió. Cuando volví a mi casa esa noche, de inmediato hice un dibujo que trataba de reflejar esa situación: el talento desperdiciado, las mujeres repotenciadas (así decimos en Pereira), el exhibicionismo ramplón, todo acompañado de un texto que hoy reconozco ordinario, pero que gustó cuando lo mostré al día siguiente.

Hugo Ocampo Villegas, referente del periodismo deportivo pereirano, vio la caricatura y me pidió autorización para publicarla en el periódico interno de la Copa. Tuvo mucho éxito en ese ambiente. Realmente capté algo, y pegó, gustó. Entonces Ocampo me dijo que pidiera trabajo en El Diario del Otún, pues en ese momento necesitaban un caricaturista. Lo mejor era que él me recomendaría con el director.

DIARIO DEL OTÚN

Hablé con Javier Ignacio Ramírez, director y dueño del periódico Diario del Otún  junto a su hermano Luis Carlos. Actualmente se llama El Diario. El hecho es que le mostré algunos de mis trabajos, entonces me dijo que empezara a enviar caricaturas, que ahí íbamos viendo.

Al salir de su oficina sentí el peso de la responsabilidad. ¡Debía empezar a enviar caricaturas a un periódico! Y me preguntaba eso cómo se hacía. Porque, una cosa era dibujar de cuando en cuando, otra asumir esta responsabilidad. No sabía dónde iba a encontrar un manual para convertirme en caricaturista de prensa.

Si bien no había terminado mi bachillerato, sí contaba con la experiencia de haber leído prensa desde muy pequeño. Con esa fortaleza en mi maleta empecé a llevar caricaturas al periódico. Para mi sorpresa, las empezaron a publicar.

REFLEXIONES

Resulta que en el Calasanz todos mis compañeros tenían planificado su futuro. Desde muy niños sabían lo que les deparaba el destino: uno iba a ser médico como el papá, otro abogado como el abuelo, el de más allá gerente de banco, el de más acá administrador.

Yo admiraba muchas cosas de mi papá, pero nunca quise ser contador como él. Durante mi época de colegio nunca supe qué iba a ser en el futuro y tampoco entendía por qué uno tenía que querer ser algo.

SALA DE REDACCIÓN

Siempre le agradeceré a El Diario del Otún la oportunidad de conocer y vivir el trepidar de una sala de redacción. La primera vez que entré allí, me encantó el ambiente: el agite del cierre, la celebración por el chispazo de un buen titular, los despachos de las agencias internacionales de noticias que llegaban a través del teletipo, la fototeca con cientos de fotos de personajes y acontecimientos.

Empecé a ir todos los días a la redacción y me convertí en una especia de mascota para la gente delperiódico. Asistía a las entrevistas con los personajes de actualidad que lo visitaban, en ocasiones acompañaba a los periodistas a hacer sus reportajes. 

Recuerdo que los domingos en la tarde bebían, de contrabando, en la sala de redacción. Pues bien, era yo quien siempre sacaba a un compañero, hoy buen amigo, cargado, borracho, gritando loas a José María Vargas Vila y vivas a la revolución. El beodo de ayer, hoy es un abstemio consumado. A veces la jornada terminaba en una cantina de El Lago.

PUNTO DE QUIEBRE

Habían pasado unos dos o tres años cuando sucedió un evento que para mí fue revelador. El ambiente en la sala de redacción casi siempre era de camaradería, pero a veces el atafago de la jornada hacía que saltaran chispas.

Un buen día, Hugo Ocampo Villegas, reconocido periodista deportivo, y Cristian Dávalos, reportero recién desempacado del Ecuador, se enfrascaron en una discusión que prometía pasar de los gritos a los pescozones. Nadie recuerda el origen de la disputa. En una esquina, Ocampo Villegas, macizo, contextura pequeña, recio de carácter, peso wélter. En la otra esquina, Dávalos, barba roja de vikingo, mucha mayor talla y complexión que su contendiente, de temperamento volcánico cuando se le saltaba la chispa, peso semipesado. Vaticinaba la pelea del siglo.

Mientras los gritos aumentaban y el público enardecido se agolpaba, como un acto reflejo, los dibujé tal como los veía desde un escritorio que estaba justo debajo de los dos. Vi dos adultos, compañeros de trabajo, a punto de darse en la jeta por cualquier estupidez; me resultaban infantiles, ridículos y graciosos a la vez.

Fue un dibujo veloz, como lo ameritaba la ocasión. Alguien lo vio, me lo arrebató y lo puso en medio de los dos gladiadores. Lo que sucedió luego fue una epifanía: como si les hubieran puesto un dardo tranquilizante, las dos bestias furiosas bajaron las manos, de repente cesaron los gritos y estallaron en una carcajada que culminó en un fraterno abrazo.

Mientras todos celebraban la ocurrencia, yo reflexionaba. Había sido testigo del poder inmenso que podía desatar un dibujo. Toda una fuerza comunicativa contenida en la punta de un lápiz. Ese día, esa tarde, entendí con claridad que me quería dedicar al oficio de dibujar caricaturas de opinión.

PROCESO DE GRADO

Pienso que lo más difícil y meritorio que he hecho en mi vida ha sido graduarme de bachillerato. Aquí se cumple aquello de que la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Mi pasividad inicial fue dando paso a una rebeldía juvenil vacua, sin sentido, que me trajo muchos problemas en los colegios. Digo colegios, porque conocí muchos.

COLEGIO DIOCESANO

Después de haber tenido que abandonar noveno por el problema con la acreditación del Liceo Pereira, me devolví a hacer octavo, esta vez en el Diocesano, un colegio oficial, mixto, regentado por la curia.

Era común que chicos y chicas de colegios privados fueran matriculados allí como castigo por haber perdido algún año. Fue allí donde viví mi primera decepción amorosa. Y terminé echado por mi mal comportamiento.

RAFAEL URIBE URIBE

De nuevo regresé al colegio oficial Rafael Uribe Uribe donde hice buenos amigos y donde recibí una de las lecciones más formativas para mi vida. El contraste de estudiar con gente rica y luego compartir el día a día con compañeros que vivían en medio de situaciones muy difíciles, me permitió entender y contrastar esas dos realidades.

RÚA

En el Uribe tuve un compañero de apellido Rúa, chiquito, muy flaquito. Rúa le ayudaba a su padre a vender mangos en una carretilla que ubicaban a la entrada del colegio.

Cuando llegaba la hora de estudiar, a medio día, Rúa se despedía del papá y entraba a clases. Alguna vez lo invité a hacer tareas en la casa de La Villa, una muy normal, sin lujos. Recuerdo que se sorprendió tanto que la comparó con el Palacio de Buckingham, bailó entusiasmado porque el piso del segundo piso le parecía fantástico para practicar break dance y disfrutó del almuerzo que nos llevó mi madre de una manera que me sorprendió. Cualquier día, estando en clase escuchamos un golpe seco que provenía del fondo: Rúa se había desmayado del hambre. Situación que se repitió varias veces.

En mi casa aprendí la empatía, a  ponerme en el nivel de los otros, a brindar un trato digno, a no hacer sentir mal a nadie con palabras necias o con comportamientos desconsiderados. Y de Rúa recibí una gran lección acerca de la realidad social de Colombia.

GRADO DE BACHILLER

Finalmente me gradué en un colegio de bachillerato por semestres, lo que se conoce como colegio de garaje. Y lo logré gracias a los préstamos que me hizo mi actual esposa, en ese momento mi novia. Tuvimos los dos una modalidad de relación a la que ella siempre ha llamado: “Noviazgo con subsidio”.

Sin embargo, y como si no pudiera ser de otra manera,  quedé debiendo una materia, la de sistemas. La descuidé cuando empecé a asistir a una iglesia cristiana, dados unos episodios de depresión profunda y pérdida de sentido de la vida. Por fortuna, en esa fe encontraron respuesta y alivio. Me responsabilicé de un grupo de niños, a quienes les dedicaba mis sábados, porque les di prioridad por encima del estudio.

La profesora me dijo: “Yo no lo quiero perjudicar, pero sí necesito saber si usted sabe o no sabe mi materia”. Me puso un trabajo que yo no sabía resolver, entonces lo mandé a hacer y se lo llevé en un disquete. El problema era que no me sentía preparado para sustentarlo.

Entonces me encomendé a Dios: “Señor, tú que todo lo sabes, no necesito decirte que por atender esto no atendí aquello. Sé que puedes hacer algo en mi beneficio”. Me fui con esa fe infantil, consciente de que podía fracasar mi vida entera. Mi bachillerato había sido accidentado, dilatado. Me sentía cansado, y me estaba jugando el todo por el todo.  Entregué el trabajo, pero el computador de la profesora no funcionó, entonces me dijo: “Olvidémonos de la sustentación, yo le paso la nota después”.

Agradecí a Dios su providencia para descomponer computadores en el momento preciso y prometí cambiar. Me gradué extemporáneamente recibiendo el cartón por ventanilla.

ICFES

Al llegar a reclamar mi cartón, vi mi foto exhibida en una cartelera por una publicación en el periódico. Resulta que mi puntaje de ICFES fue el más alto del salón y me permitía estudiar lo que quisiera. Esto se lo debo al hecho de haber tenido que repetir tantas veces el que considero el año clave del  bachillerato. Pienso que mi cartón de bachiller bien pudo haber dicho: Bachiller pese a todo, con énfasis en octavo grado.

FORMACIÓN PROFESIONAL

UNIVERSIDAD LIBRE

Por influencia de mi amigo Humberto Tobón comencé a estudiar Economía en la Universidad Libre. Esto fue así pese a que yo estaba enganchado con el periodismo, pero no había Facultad de Comunicación en Pereira. Bueno, tampoco tenía  la posibilidad de irme a otra ciudad.

Era un momento en el que buscaba respuestas para mis inquietudes generadas por las noticias políticas y económicas. Entonces pensé que la carrera me daría las herramientas que necesitaba para entender.

Alcancé a avanzar tres semestres cuando supe que Economía no era lo mío. Mis compañeros, en su mayoría, aspiraban a ser gerentes de banco, por lo que me sentí en el lugar equivocado. Además, cuando expuse en una clase, recibí aplausos y vítores diciendo que yo debería ser el profesor, sin ser yo ningún iluminado. Alcancé a ilusionarme con una clase sobre la historia de las ideas políticas, pero a los diez minutos de oír al profesor me desencanté. Fue cuando decidí retirarme.

UNIVERSIDAD JORGE TADEO LOZANO

La Tadeo empezó un ciclo de profesionalización dirigido a periodistas empíricos de las regiones. Me presenté a entrevista con un certificado del periódico y pasé.

Terminados los estudios me gradué de Periodismo y Comunicación Social. Siempre he considerado que el periodismo más que una profesión es un oficio, y más que un oficio es una vocación.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

EL PAÍS – CALI

Vladdo, quien ya era reconocido como caricaturista y  diseñador de periódicos, en 1941 asumió la responsabilidad de rediseñar El Diario del Otún. El del Diario fue el primer rediseño de periódico que se hizo en Colombia, y en un computador Macintosh. Esta responsabilidad lo llevó a visitar con frecuencia las instalaciones del rotativo.

En el periódico todos lo veían y lo trataban como a una celebridad. Por mi parte, quería hablar con él, aprender de su experiencia en el oficio de caricaturista, el que nos era común. No se me ocurrió otra cosa para acercarme a esa estrella rutilante lejana que  invitarlo a tomar jugo en la cafetería del frente de las instalaciones del periódico. Allí, entre jugo y pandebono, empezó una relación de amistad y colegaje de la que me precio  y que conservo hasta el día de hoy.

Cualquier día Vladdo me contó: “Hermano, usted sabe que soy el jefe de diseño de El País de Cali, que también publica mis caricaturas. Solo que me acaban de llamar de la Revista Semana. Entonces los de El País me pidieron que les recomendara a alguien. Hablé de usted con Rodrigo Lloreda, quien es el director, y con Juan Carlos Bermúdez, editor de opinión”. Entonces me comuniqué con el periódico, envié una muestra de mi trabajo que gustó. Fue así como inicié a colaborar con publicaciones esporádicas, dos o tres a la semana.

La relación con El País se fue afianzando hasta que un día Francisco Lloreda, su director, me mandó a llamar para hacerme una oferta económica que sumaba lo que me ganaba en El País más lo que me estaba ganando en El Diario del Otún. Y me pidió exclusividad. Desde ese día en adelante empecé a publicar una caricatura diaria en su periódico. Esa colaboración duró casi treinta años.

REVISTA CAMBIO

Nuevamente Vladdo me recomendó, esta vez para la Revista Cambio. Cambio acababa de ser comprada por Gabriel García Márquez y un grupo de periodistas tan conocidos como Mauricio Vargas, Roberto Pombo, María Elvira Samper, Ricardo Ávila, Pilar Calderón y Édgar Téllez. Lo que podría llamarse la crème de la crème del periodismo de la época. Ellos se habían retirado de Semana para competir con Felipe López.

Era la época en que uno pedía cosas en los medios y se las daban con más facilidad. Entonces, en el arreglo económico que hice con Mauricio Vargas, pedí un tiquete mensual para viajar a Bogotá, lo que me permitiría integrarme con la gente del periodismo nacional.

Fue en uno de esos viajes en que conocí y pude pedirle tres autógrafos a Gabo, los tres el mismo día: me firmó la primera edición de Cien Años de Soledad, libro que había reeditado y estaba regalando la revista a sus suscriptores. También me firmó el CD, que acompañaba al libro, con los audios de la lectura de los dos primeros capítulos en la voz suya. Pero con tan mala fortuna que la tinta del marcador que usó no se fijó en la superficie del CD y empezó a desvanecerse al poco tiempo. Entonces, en un acto descarado de típica lagartería (sic), le pedí de nuevo su autógrafo, petición que me concedió acompañada de un gruñido de impaciencia.

PREMIO DE PERIODISMO SIMÓN BOLÍVAR

Mientras publicaba en Cambio me gané mi primer Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. De esto hablaré más adelante.

CRISIS

CRISIS ECONÓMICA

Mi experiencia en Cambio fue enriquecedora desde todo punto de vista. Vendría después una crisis económica que golpeó a la revista, lo que significó mi salida. Después volvería a trabajar en ella, pero ya con la dirección de Rodrigo Pardo y bajo la propiedad de El Tiempo, medio que hacía poco había sido adquirido por los españoles de Planeta. 

TERREMOTO EN EL EJE CAFETERO

Mi primera etapa en Cambio ocurrió en 1999, el mismo año del terremoto del Eje Cafetero. Resulta que el terremoto destruyó nuestro apartamento, cuando estaba recién comprado.

La experiencia fue alucinante. Estábamos en el apartamento cuando sentimos el sacudón. El edifico quedó tan averiado que nos dieron la orden de evacuarlo. Ese día pensé que moriríamos aplastados por el derrumbe, cosa que por fortuna no sucedió.

Lo que sí pasó fue que nos quedamos sin techo, pero con una deuda hipotecaria pendiente. Entonces nos fuimos a vivir con mis papás, pues resultaba imposible encontrar vivienda por la alta demanda que se generó. 

Las torres de apartamentos, por garrafal descuido de los propietarios, no estaban aseguradas en sus áreas comunes, por lo que las posibilidades de reconstruir eran casi nulas. Estaban tan mal construidas que no se habían caído antes de puro milagro.

Como socio de la constructora figuraba un exalcalde de la ciudad, contaba con mejor fortuna para construir su carrera política que para construir edificios. Finalmente, entre el FOREC, fondo público creado por el gobierno Pastrana, y el banco que había financiado la obra, inyectaron recursos para su reconstrucción. El conjunto quedó como nuevo, actualizado al más reciente código de sismo resistencia de ese momento y pudimos pagar pronto lo que nos restaba de deuda.

Al reflexionar sobre esto, me quedan grandes enseñanzas. Una obra puede parecer firme y sólida, pero en realidad no serlo. La peor desgracia puede no serlo, sino más bien la forma que Dios (soy cristiano) usa para arreglar algo que está torcido. No es recomendable comprar en edificios donde estén metidos los políticos.

EMBARAZO

El terremoto tumbó también nuestras cuidadas previsiones. Con mi esposa habíamos decidido esperar a lograr cierta madurez y solidez económica para encargar bebé, pero no sospechábamos que en ese momento ya estábamos embarazados. Ocho meses después del terremoto, nació nuestra hija Isabela.

La contratación en la revista Cambio fue una buena noticia, obró como un bálsamo y nos dio fuerzas para seguir mientras se solucionaba todo lo demás.

SU FE

Los episodios de aquella época me ayudaron a madurar y a entender que, a pesar de las adversidades, a pesar de que no podamos huir de lo imprevisible, la fe en un Dios amoroso y todopoderoso (en eso creo), nos da la confianza para seguir.  

Mi fe es sencilla. Encuentro cada día personas a mi alrededor que me sobrepasan por mucho en bondad, amor, compromiso, carácter, conducta, realizaciones personales. Ya quisiera ser como ellas. Mi incapacidad me llevó a aceptar que Jesús, el Hijo de Dios, hizo por mí todo lo que Dios puede demandar justamente de una persona. No soy cristiano porque me crea mejor que nadie, soy cristiano porque sé lo mucho que necesito de Dios. Mi experiencia personal me permite decir que una vida sin Dios es una vida vacía y sin sentido. Eso pienso y en eso creo.

NUEVA ETAPA

CIFRAS Y CONCEPTOS

Siempre he considerado que existen dos formas de avanzar. Una es hacerlo con decisión, la otra es esperar a que las circunstancias lo obliguen a uno. Me pasó lo segundo con la pandemia y con la crisis económica del periódico El País. La pandemia nos sorprendió con Isabela estudiando en una institución privada de París gracias a una beca que ella misma buscó.

Como familia habíamos asumido el reto de hacer el milagro de convertir los pesos en euros mientras Isabela se ayudaba con su trabajo de “Au Pair”, es decir, cuidando cuatro encantadores niños. 

CÉSAR CABALLERO

Justo en ese momento El País entró en ley de reestructuración y se empezó a atrasar en los pagos. Extrañamente, durante el confinamiento el negocio de  Pilar, mi esposa quien es diseñadora de carteras y de joyas y mi mano derecha y mi mano izquierda, se empezó a mover intensamente. Sin embargo, el presupuesto no daba y fue cuando decidí llamar a César Caballero, dueño de Cifras & Conceptos, mi amigo y consejero, para contarle de mi situación.

De inmediato se ofreció a ayudarme. Me preguntó si sabía hacer revistas, le dije que quizás sí. Entonces me pidió que hiciera la revista del Panel de Opinión. La hice y le gustó. Me encargó otras. Y cualquier día me comentó de un proyecto nuevo.

Se trataba de un libro sobre Honda, edición de lujo. César quería que el libro fuera de tal calidad que todos los habitantes quisieran tenerlo en sus casas. Me envió textos y fotos sobre un estudio de inversión que había adelantado estando allá con su familia mientras pasaba la pandemia. Para él era su forma de agradecerles a los ciudadanos que los habían acogido con generosidad.

Me encontré textos muy bien escritos, pero otros no tanto. Este ejercicio me fue convirtiendo en editor, en corrector de estilo, en corrector orto tipográfico, en asesor editorial.

MARCELA VILLEGAS

Para desempeñarme bien me apoyé en Marcela Villegas, literata, escritora, traductora, por un tiempo enredada en los vericuetos de la agronomía, querida amiga de mi primera juventud: “siendo unos pendejitos”, como alguna vez me dijo.

De ella  aprendí mucho y fue muy generosa conmigo durante los últimos cuatro años que pudimos compartir. Me regaló libros, me hizo sugerencias de lecturas, me ánimo a emprender nuevos retos y con todo el desparpajo del que siempre hizo gala, me regañó cuando consideraba que estaba equivocado. Con su ayuda y la de otros amigos pude superar esta primera prueba de fuego.

Marcela era de Manizales y con su familia vivió durante algunos años en Pereira. Su libro Campo Santo, que tiene mucho de biográfico, ganó el Premio Nacional de Novela Corta de la Universidad Javeriana.

Siempre conservé un recuerdo muy lindo suyo. En el 2018 la busqué en redes sociales, la encontré y le escribí. Me recordaba, me dijo que había seguido mi carrera y que se alegraba con mis éxitos. Nos habíamos distanciado desde hacía muchos años por los caminos divergentes que van tomando las vidas, pero cuando nos volvimos a encontrar continuamos una charla que solo había quedado en puntos suspensivos.

Visitó Pereira donde le presenté a mi esposa, recorrimos alguna exposición mía que había en la ciudad. La noticia triste es que tenía un cáncer con el que estaba batallando en los Estados Unidos donde se sometió a tratamientos experimentales. Fiel a su estilo, había tomado la decisión de terminar su vida cuando el diagnóstico no le fuera favorable, algo con lo que no estuve de acuerdo.

El 28 de enero, cuando yo cumplía cincuenta años, recibí la temida llamada, hubiera preferido que no se hubiera dado nunca. Nos conectamos por chat para despedirnos, me anticipé a hablarle, pues ya sabía yo el motivo de la llamada. Recibió la eutanasia el 7 de febrero de 2022, rodeada de su esposo, sus dos hijos, familiares y amigos cercanos.

EL ESPECTADOR

Fidel Cano me dijo: “MHEO, el periódico tiene la exclusiva de los WikiLeaks y queremos que nos presente una propuesta en caricatura”. A medida que iban saliendo las revelaciones de WikiLeaks, yo las iba comentando, precisamente en caricaturas. Me dieron unos espacios alargados en el periódico que no daban mucho margen para el lucimiento artístico, pero el experimento fue interesante. Lo que se esperaba serían grandes revelaciones, no pasaron de ser chismes de embajada, algunos más insulsos que otros.

Luego vino la campaña de 2014 y El Espectador me pidió que cubriera el Congreso de la República en caricatura. Nuevamente con espacios imposibles, pero mi trabajo gustó y se prolongó a segunda vuelta. No pudimos continuar por presupuesto.

CARICATURAS ANIMADAS VIDEOCARICATURAS

Por ese entonces Fidel Cano me preguntó si yo sabía hacer animaciones. Ni idea, pero puedo  aprender, le dije. Algún tiempo después recordé esa charla y ensayé a convertir una caricatura clásica de mi autoría en una animación. El resultado me dio la idea de que por ahí podía ser la cosa. Me inventé las video caricaturas que actualmente salen en la web y redes sociales de El Espectador.

Contraté a un experto en animación, Juan Carlos Quintero, quien había trabajado con Marvel en los Estados Unidos, para que me enseñara a manejar los programas. A Juan Carlos lo había conocido en la Universidad Tecnológica de Pereira, donde tengo una cátedra de Humor Gráfico.

Luego siguió mi etapa de ensayo y error para ir entendiendo qué funciona y qué no. La idea básica es partir de la caricatura de opinión clásica e incorporar el movimiento y el sonido, no como un agregado más, sino como unos elementos que aportan y enriquecen el mensaje.  Al comienzo, la producción de un video que dura unos pocos segundos me tomaba mucho tiempo. Ya me demoró un tiempo razonable, aunque la construcción de cada video caricatura sigue significando un reto y hay mucho aún por aprender.

Las video caricaturas son un formato novedoso y lo veo como una progresión lógica del oficio clásico del caricaturista de prensa hacia formatos que llamen la atención, aprovechen la riqueza de lo digital y aporten nuevos elementos al arte de opinar a través del humor y las imágenes.

Las video caricaturas se hacen fácilmente virales (algunas han logrado hasta quinientas mil reproducciones), generan debate público y se pueden descargar y compartir por todos los medios.

Ahora también estoy en el periódico impreso de los domingos, en la sección Alto Turmequé que está en la parte posterior. También en las páginas editoriales de los miércoles.

CARTAS

LANZAMIENTO LIBRO HONDA

En 2020, fue el lanzamiento del libro de Honda, puentes hacia el futuro, que se realizó en esa ciudad, evento al que estuvo invitado César Vallejo Mejía, un intelectual a carta cabal de gran trayectoria, codirector del Banco de la República y pereirano para más señas.

César Caballero me pidió unas palabras introductorias contando mi experiencia de elaborar el libro. Fui muy honesto al decir que antes de ver las fotos y leer los textos estaba convencido de que Honda era un sitio para pasar y seguir derecho, pero que en el proceso había descubierto una ciudad muy hermosa y con un potencial inmenso. Que el estar ahí, conociéndola, solo confirmaba mi ignorancia y la verdad que el libro anunciaba. Cuando terminé, vi que algunas personas estaban conmovidas.

Me gusta escribir. El ejercicio de hacer casi quinientas caricaturas al año, implica también pensar en frases, palabras, formas mejores o peores de decir las cosas para lograr algún efecto. Tal vez cuando sienta que tengo algo importante para comunicar, me anime a escribirlo.

RENUNCIA A EL PAÍS

El diez de julio envié mi carta de renuncia a El País. Personajes como Daniel Samper Ospina, Ricardo Silva, Andrés Hoyos, Carlos Duque y varios otros me dedicaron amables palabras de reconocimiento a mi trabajo y la difundieron generando una fuerte reacción en redes sociales. Parece que esto disgustó a algunos directivos de la revista Semana, a la postre la que toma decisiones importantes sobre el periódico desde la oficina de la carrera once en Bogotá.

En la carta manifesté que el medio en el que me había sentido cómodo durante casi treinta años y que me había permitido ganar varios Premios de Periodismo Simón Bolívar, estaba en un periódico de ayer, porque ya no existía. Me refería al hecho de que, tras la compra del periódico por parte de la familia Gilinski, parecía que los espacios para hacer buen periodismo se iban cerrando cada vez más.

Un periódico no puede ser considerado como una fábrica de noticias. No se hace periodismo como se hacen salchichas. Los que trabajan en un periódico  (bueno, habrá quien no), lo hacen por verdadera vocación. Muchos han arriesgado su vida y su tranquilidad por contarle a la sociedad la verdad. El capital más importante de un periódico es el humano.

Los medios impresos regionales están urgidos de inversionistas que apuesten por hacer rentable el negocio. Guardo la esperanza de que estos inversionistas tan audaces e inteligentes de alguna manera lo lleguen a entender.

CARTA A ISABELA

Las condiciones no estaban dadas para que viajáramos a acompañarla e igual nos había dicho que allá no se le da mucha importancia a eso. Entonces, por iniciativa de mi esposa, cada uno le escribió una carta que debía ser leída en el momento oportuno por una amiga de ella en París confabulada con nosotros.

Decidí compartir mi carta en redes sociales, porque me di la licencia de dar lora por el orgullo que sentía por mi hija. Muchas personas se manifestaron escribiendo mensajes de felicitación y dejando comentarios. Estos llamaron poderosamente mi atención: “Yo por qué no tengo un papá así”. “Leí la carta y, aunque no conozco a esta familia, me identifico plenamente con lo que dice”. “Recordé a mis papás”. “Así quiero ser con mi hija”.

Con esto volví a recordar aquella escena ya lejana del dibujo en la sala de redacción de El Diario del Otún.

REFLEXIONES

Saber leer es mucho más que reconocer unos signos y saber juntarlos en la mente para construir palabras. Leer es poder aquietar el cuerpo y disponer la mente para escuchar la voz de alguien que quiso y pudo compartir lo que supo, lo que vio, lo que oyó, lo que pensó.

Esa habilidad es la mejor herencia que me dejó mi padre, consumado lector, y se constituyó en un cimiento importantísimo de lo que sería mi carrera como caricaturista de prensa.

Siento amor por los libros que tienen algo qué decirnos, por el significado de las palabras y de las frases, por el diálogo interno que producen. Y ser caricaturista de prensa tiene que ver con saber hacer lecturas críticas de las noticias, las circunstancias, los personajes. No de otra manera se puede pretender tratar de dejar un testimonio de algún valor de la época que nos correspondió vivir.

PREMIOS

El primer premio de periodismo lo gané cuando trabajaba en la Revista Cambio con una caricatura sobre Chiquita Brands y su relación criminal con los grupos paramilitares. Después vendrían otros seis Premios de Periodismo Simón Bolívar y un Premio de Periodismo Gerardo Bedoya Borrero.

Cada premio ha significado un escalón más en el proceso de maduración y la euforia inicial y cierta sensación de haber cogido el cielo con las manos ha dado paso al entendimiento de que un premio es el reconocimiento a un trabajo, que se debe recibir con gratitud y que simplemente se debe seguir adelante tratando de ser cada día mejor.

Mi papá alcanzó a ver que se me reconocía por mi trabajo y con mi mamá estuvo presente en la ceremonia del primero que recibí. Debió haber respirado aliviado al comprobar que tal vez no me iba a morir de hambre haciendo caricaturas, como era su suposición inicial.

Esa vez, uno de los invitados a la ceremonia fue el expresidente Belisario Betancur, quien departía con su amigo, el escritor nicaragüense Sergio Ramírez. Mi papá, un liberal de racamandaca (sic), no tuvo inconveniente en acercársele y decirle sin empacho que había votado por él y que si le permitía el honor de sacarse una foto. Primera y última vez que vi a mi papá en un acto de semejante lagartería (sic) y por el que siempre hubo risas cuando lo recordábamos. 

POSGRADO

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Hice una maestría en Estudios Políticos en la Universidad Javeriana de Cali, de la que nunca me gradué y de la cual espero algún día presentar la tesis que me falta. Mejor dicho, para ser rotundamente exacto y usar las palabras de mi amigo y compañero de universidad, Gildardo Vanegas: cursé vagos estudios de maestría en la Javeriana.

FAMILIA

PILAR CASTILLO

Yo no sería lo que soy sin mi esposa, Pilar Castillo. Pilar es una hermosa mujer pereirana, noble, consentidora, detallista, echada para adelante, supremamente talentosa, hábil para los negocios, una gran relacionista pública, carismática y segura de sí misma.

Es diseñadora de modas, produce sus propias carteras y joyas y tiene su propia marca: Pilar Castillo. Combina la parte administrativa con el diseño de joyas y marroquinería. Hace poca  la hija de Mario Hernández la alabó por uno de sus diseños y le planteó la posibilidad de hacer en el futuro algún tipo de colaboración.

Fuimos novios cuando ella iba mucho más adelante que yo en la vida, pues ya trabajaba y era responsable, mientras yo era apenas un mozalbete que no había terminado ni bachillerato. Dice que vio algo en mí, un corazón limpio, sinceridad. Resultó muy visionaria, pues en esa época ni yo hubiera apostado por mí.

Nos casamos muy jóvenes, yo tenía veintitrés años. La iglesia se llenó de gente. Pienso que muchos de los asistentes no daban un peso por nuestro matrimonio. Bueno, les informo que ya estamos  próximos a cumplir treinta años juntos.

Pilar es mi soporte, mi polo a tierra, no tiene problema en decirme cuándo me estoy equivocando, me levanta cuando estoy abatido. Es mucho más que mi mano derecha, porque como lo mencioné, es también mi mano izquierda. La amo profundamente y si retrocediera en el tiempo y la cantante canadiense Diana Krall no aceptara casarse conmigo, sin dudarlo me casaría de nuevo con Pilar.

Apenas el año pasado pude cumplirle la promesa de viajar juntos a París. La había hecho para cuando cumpliéramos quince años de casados, pero se me fueron quince adicionales. Ayudó muchísimo que la hija estuviera viviendo allá. Pienso que, si París bien valió una misa, puede valer también una esperita.

ISABELA OROZCO CASTILLO

Isabela fue concebida el año del terremoto cuando yo llegaba de un viaje por Europa. Siempre fue la consentida de sus abuelos. Su sueño desde niña fue estudiar en el exterior, entonces aprendió a hablar inglés y francés.

Por iniciativa propia adelantó todas las gestiones para ir a Francia como Au Pair. Viajó dos días después de la muerte de mi papá. Inicialmente estudió en Nancy y vivió con una familia que la acogió. Recién llegada cuidó a Ange, un niño quien se convirtió en su primer profesor de francés: “No le entiendo. Usted no sabe hablar nada”, le decía la criatura para motivarla.

Se ganó una beca para estudiar en un instituto privado en París. Allí también tuvo que trabajar como niñera, esta vez cuidando a cuatro encantadores niños. El año del confinamiento lo vivió sola en un pequeño apartamento del distrito 19, cerca del parque des Buttes-Chaumon.  

Se acaba de graduar en mercadotecnia de moda. Su sueño siempre fue trabajar en la famosa revista Vogue, y se ganó esta plaza para hacer allí su pasantía, la más anhelada en su universidad. Planea continuar en París labrándose su futuro.

Mi papá estaría tan orgulloso de ella como yo lo estoy yo. Pero sin duda habría sufrido cinco años pensando todos los días que su chiquita se iba a morir de hambre.

CIERRE

Continuaré haciendo caricaturas, ya no por arrobas, como lo hice en El País durante casi treinta años, sino tratando de hacer un trabajo mejor y más reposado.

Seguiré con las video caricaturas, aprendiendo cada día más. Y buscaré también aprender a hacer guiones y novelas gráficas, proyecto para el cual ya tengo unos fabulosos socios: el laureado guionista Alonso Torres (Perro como perro, Matar a Jesús) y Gildardo Vanegas, mi amigo de la universidad ahora convertido en un doctor en sociología y lleno de historias sobre violencia y narcotráfico, dignas de intentar ser bien contadas.