Suny Mejía Mejía

SUNY MEJÍA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Me considero una persona sincera, sencilla y valiente pese a que hago las cosas con miedo, pero sin detenerme.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Mi abuelo, Julio Calderón, de Santa Bárbara – Honduras, se casó con mi abuela, Mercedes Ortega, con quien tuve una extraordinaria relación, de Siguatepeque, que significa cerro de las mujeres, ubicado en el departamento de Comayagua – Honduras.

Cuando mi papá, Julio Salvador, tenía catorce años, murió mi abuelo quien se había dedicado a administrar haciendas de la Costa Norte. Como mi abuela era ama de casa con cuatro hijos pequeños, se puso a trabajar como modista y vendiendo comida para sacar a su familia adelante.

Vivieron pues en medio de la austeridad, pero con la motivación por el estudio. Con los años mi abuela fue maestra de primaria.

Mi papá es muy sencillo, trabajador y responsable, alguien muy respetuoso por el otro. Nos transmitió la importancia de la relación que debíamos tener entre hermanos respetuosa y unida. Su amor por la familia está por encima de todo, con principios y valores que inspiran a hacer las cosas bien.

Estudió ciencias industriales en la Pedagógica en Bogotá – Colombia y fue profesor de universidad. Cuando viajó ya estaba casado con mi mamá y nos cuenta que no veía la hora de regresar para estar con nosotros, entonces sacó sus estudios en muchísimo menos tiempo de lo requerido. Siempre fue Cum Laude. Yo quisiera ser la mitad de lo que él es. Actualmente continúa dando clases, ad honorem, en la universidad.

RAMA MATERNA

Mis abuelos, Porfirio Mejía y Rosaura Lobo, nacieron en Olancho, región ganadera. Luego se trasladaron a la Costa Norte donde se conocieron. Tuvieron nueve hijos que mi abuelo sostuvo con su trabajo en la compañía bananera

Mi abuelo fue el primer hombre feminista que conocí. Decía que una mujer tiene que saber defenderse sola en la vida sin necesidad de depender de un hombre. Me enseñó a ordeñar vacas, a montar caballo y a respetar la vida de todo ser vivo.

Mi abuela era ganadera y en su hacienda, además de vacas lecheras, cultivó cítricos y otros frutos, lo que les dio estabilidad económica.

Mi mamá, Sunilda Mejía, decidió estudiar en Tegucigalpa donde conoció a mi papá y con él ha hecho equipo porque tuvieron una muy buena dinámica y hasta hoy una excelente y muy amorosa relación.

Fue profesora de lenguas y trabajó en colegios hasta ser su subdirectora. Al jubilarse decidió estudiar Derecho y se graduó de abogada. Es muy madrugadora, busca estar ocupada e invertir bien su tiempo libre.

INFANCIA

Somos cinco hermanos: Cecilia Alejandra, ingeniera civil que trabaja con comunidades para el fortalecimiento del sector vivienda. Seguimos los gemelos, Julio Salvador, ingeniero en telecomunicaciones que trabaja en construcción con nuestra hermana menor, Mercedes, que es arquitecta. Después Porfirio, ingeniero en mecatrónica que ejerce en Guatemala y que nos visita cada semana. Arnold Francisco, nuestro primo hermano con quien crecimos en familia, es diseñador gráfico.

Fui una niña muy feliz. Me gustaba el espacio en el que me desenvolvía, siempre me sentí segura de quien era y, desde pequeña, busqué el bien común. Fui muy protectora de mi hermano gemelo hasta que se hizo un hombre.

Me gustó compartir con los compañeros hombres y con ellos me iba detrás de mariposas. Recuerdo una vez que mi papá se molestó porque no sabía de nosotros y ya era tarde. ¡Nos encontró cazando serpientes!

COLEGIO

Estudié en colegio público desde primaria hasta secundaria con los mismos compañeros de quien me hice muy amiga. Sin ser popular, en segundo de primaria presidí el consejo de estudiantes del salón. Pero en secundaria no me gustó la política, aún reconociendo su importancia y su impacto social.

Mi colegio era técnico, por eso mis hermanos son ingenieros. De hecho, pensé que yo también lo sería. Cambié mi decisión frente a la cartelera de la universidad cuando me fui a inscribir.

Resulta que el esposo de mi tía materna, Tomás Cáceres, fue un médico que se contagió de COVID porque atendía esta sala del hospital, y fue lo que le causó la muerte. Tuvo una vocación enorme. Sin proponérselo y sin que yo fuera consciente, me fue transmitiendo este gusto por los temas de salud y de servicio.

Siempre hablaba con una sonrisa, decía que había nacido para ser médico. Cuando nos enfermábamos nos transmitía tranquilidad y con alegría nos atendía. Cuando nos vacunaba ni sentíamos.

Estando en mi práctica profesional en el colegio, en un taller de mecánica pesada donde me sentía como pez en el agua porque me gustaba el trabajo con herramientas para soldar, arreglar motores y demás, me di cuenta de que, aunque se me daba fácil, no era algo que me llenara. Sentí que podía hacer algo diferente y, en vez de rodearme de maquinaria, quise hacerlo de personas.

UNIVERSIDAD

Mi hermana estudió en universidad privada, pese a que mi papá consideró siempre que las universidades de mayor trayectoria son las más recomendables para adelantar la carrera. Entonces decidí estudiar en la universidad pública.

Mi papá, que es sobreprotector, no quería dejarme ir sola, pero yo insistí. Al momento de tomar la decisión de carrera, leí en el cartel el orden en que se planteaban: Medicina, Arquitectura, Ingeniería. Y de inmediato supe cuál era la mía.

Iba en el bus de regreso a casa cuando vi el carro de mi papá, me bajé y le di alcance. Mirándome por el retrovisor me preguntó cómo me había ido y si me había inscrito. Al escucharme sonrió y se limitó a preguntarme si estaba segura. Una vez convencido de mi respuesta me dijo: Es una carrera difícil, pero contarás con todo nuestro apoyo en lo que necesites.

Me llevó con mi mamá a hacer la primera bata blanca y estaban felices. Ahora entiendo la felicidad de mi tío. Aunque creo que siempre seré una médica pobre porque me cuesta cobrar por mi trabajo, pero no me interesa porque lo que quiero es servir.

SERVICIO SOCIAL

Mi tío Tomás hizo su servicio social en Gracias a Dios, la comunidad más alejada de la región, ubicada en una selva. Y nos contaba historias maravillosas de la naturaleza, describía su cielo estrellado, el canto de las ranas y los grillos. Pero también historias muy duras, de niños sin opciones de vida en medio de la más extrema pobreza.

Siempre quise conocer, aunque el acceso es muy difícil y con costos elevados. Animé a mis amigos para que nos fuéramos a la Mosquitia a hacer el voluntariado. Viajamos cinco.

Al llegar me di cuenta de que era más grave de lo que había imaginado, comenzando por el clima que es muy caliente, con muchos zancudos, la malaria estaba en su ápex. Se veían mujeres embarazadas y niños, apenas recién nacidos, ya con malaria.

Entré al edificio hospitalario y parecía abandonado. Podía contar una década de no haber sido pintado, con goteras, la gente conglomerada y hablando en otro idioma. Esto me impactó, pero también me emocionó. Supe que no viviría la cómoda historia de estar en un apartamento atendiendo en consultorios.

Trabajábamos de lunes a domingo hasta las tres de la tarde cuando entraba la otra guardia, que éramos nosotros mismos.

Coincidí con un primo por parte de mamá, Manuel, con quien nos motivamos a conocer y ayudar de alguna forma a la población. Así conocí Puerto Lempira caminando, recorriendo parques, pasando por el cementerio. Como llevaba mi cámara, fui tomando fotos espontáneas a los niños, a los ancianos, a los cerros.

Los mosquitios son selectivos y reservados. Me ayudó el ser trigueña, pues, en apariencia, no les signifiqué amenaza y por lo tanto no me estigmatizaron.

Pese a que no disponíamos de mucho tiempo libre, decidimos hablar con una enfermera quien estaba casada con un funcionario de una ONG a la que le transmitimos nuestro deseo de aportar en la solución a los problemas de la zona. Contaban con un presupuesto que nos lo asignaron para capacitaciones.

Como resultaba obvio que el traslado de los pacientes no era bueno, pues, con solo caminar las calles se veía gente muy joven con fracturas deformes al no haber sido atendida. Era típico ver a quienes, alguna vez, habían sido buzos recorriendo las calles en carritos que se empujan con los brazos dados sus problemas de columna al no haber contado con fisioterapias oportunas y bien hechas.

Había cosas muy sencillas que podían solucionarse capacitando a la población. Esta es una lección tomada de mi papá que lo repetía: la educación es primordial para resolver los temas.

Adelantamos las gestiones necesarias que nos llevaron a catorce comunidades distintas. Salíamos los domingos a las cinco de la mañana, en compañía de un traductor, para asumir un viaje de ocho horas en lancha hasta nuestro destino. Nos encontrábamos con gente que, sin nada, era feliz y generosa. Por fortuna todos se animaron a participar con preguntas.

Regresábamos a las once de la noche para estar a las seis de la mañana del día siguiente con la mejor disposición.

Pero el entusiasmo continuó. Sabíamos que, al estar todo por hacer, debíamos organizarnos para brindar soluciones concretas a las comunidades pese a las barreras: clima, medios de transporte, idioma, costos, cultura.

Nos constituimos como Mosquitia – Med. Implementamos telemedicina sin ser conscientes de que lo hacíamos. Encontramos casos como el de un señor al que un cocodrilo se le comió uno de sus brazos cuando de él dependía toda su familia.

LECCIÓN DE VIDA

Recibí una lección de vida cuando en uno de los viajes me molesté y me opuse a que recogieran a una señora en el camino.

Resulta que eran las once de la noche cuando pasamos por la comunidad de Mocoron , íbamos en un carro con bultos de arroz, tres pacientes y yo llevaba un niño en mis brazos. Había llovido como nunca, estábamos completamente emparamados, con frío y hambre.

Yo no veía dónde podían subir a alguien más. En la penumbra observé la silueta de una mujer que se sentó en una madera del borde de la paila del carro y agradecía al conductor.

Comenzamos a hablar, me contó su historia. Lavaba ropa en una base militar para mantener a su único hijo, pero había recibido una llamada comunicándole que estaba grave.

Me sentí muy apenada por mi sentimiento inicial, por no entender la urgencia de otros, sus limitaciones, sus necesidades.

Llegamos pasada la media noche donde la señora tomó una lancha para continuar su camino. Al día siguiente en el hospital, mientras atendía a una paciente, escuché una voz que se me hizo muy familiar. Salí para encontrarme a una señora joven con un niño y, por supuesto, era la misma mujer. Su hijo estuvo hospitalizado por tres días hasta fallecer.

Sentí que no era justo que, a esas alturas de la vida, existieran poblaciones sin cobertura de salud y que sus gentes tuvieran que afrontar semejantes situaciones tan difíciles en completo desamparo.

Supe que debíamos continuar y comprometernos más. Pese a las situaciones tan adversas me sentí muy afortunada y útil. No hay cielo más lindo que el de Gracias a Dios, ni naturaleza más generosa.

Debemos ayudar y no pasar por alto estas situaciones, no podemos ser indiferentes.

CONVOCATORIAS

Sin ingresos y sin institución que nos respaldara, decidimos participar en convocatorias internacionales. La primera, que ganamos, fue promovida por CIDEIM y la Universidad de Antoquia, en ideas innovadoras en salud haciéndonos un reconocimiento la OMS y la OPS.

Ahí supimos que lo que hacíamos era telemedicina porque contábamos con un grupo de médicos especialistas que nos asesoraban cuando recibían imágenes y la historia clínica de los pacientes.

Era una población de cien mil habitantes atendida por pocos médicos generales, tres ginecólogos, tres pediatras y un médico cirujano. Nada más. Teníamos mucha voluntad, pero no contábamos con medios.

Entonces decidimos participar en una convocatoria con financiamiento de la Unión Europea, mediante EUROSAN, en la cual consolidamos nuestro equipo de trabajo actual: Eimy Barahona, Juan Carlos Amador, Melissa Arteaga, Gilberto Ramírez, Suny Mejía, coordinados por Brian Erazo quien ya tenía experiencia en otros proyectos. Fuimos uno de los ocho proyectos seleccionados de ciento ochenta que aplicaron. Esto

nos permitió seguir trabajando en Gracias a Dios y extendernos a cuatro comunidades más.

Luego participamos en la convocatoria de Social Skin en la que nos representó Eimy . El nerviosismo fue todo. Lo acompañamos virtualmente y celebramos el haber ganado. Aquí nos fortalecimos muchísimo más.

REFLEXIONES

  • ¿Cómo contribuyó Social Skin a tu crecimiento como emprendedora?

Social Skin ordenó nuestras ideas, nos acercó a conceptos que no teníamos en administración, nos dio estructura y nos inyectó recursos que han sido fundamentales para continuar.

  • ¿Quiénes han sido tus mayores referentes?

Sin duda mis padres que me enseñaron a hacer siempre las cosas bien. Para mi carrera, mi tío.

  • Basado en tu temprana experiencia, ¿qué recomendación le harías a quien quiera iniciar su camino hacia el emprendimiento?

Que venza sus miedos, que no permita que nada lo detenga. Que esté abierto a aprender.

  • ¿Cómo quieres impactar al mundo?

Lo más importante es darse cuenta de que con pequeñas acciones lograremos grandes cambios. Pequeños actos hacen la diferencia para mejorar el entorno, para ayudar a otros.

Sería magnífico que la gente no viviera tan de prisa y observara que el cielo es hermoso.

  • ¿Cuáles son tus mayores talentos?

Soy positiva. Me identifico con los otros muy rápido a través de la empatía. Bueno, también soy brava dado mis estándares.

Mi mamá siempre nos enseñó a hacer las cosas con amor para que funcionen y valgan la pena. Por eso me molesto cuando veo que alguien hace todo para salir del paso o para ser observado. Cuando actúa sin sentido, sin compromiso, sin entrega.

Mientras atiendo a un paciente, pienso en que debo hacerlo con el amor y la consideración como quisiera que atendieran a un familiar, a alguien de mis afectos. No importa el cansancio, ni la hora. Esto rige mi actuar.

  • ¿Cuál es tu código de ética?

Tener respeto para los demás, no hacer daño en la medida de lo posible y hacer las cosas con amor.

Isabel López Giraldo es responsable del contenido de este sitio web. Davivienda actúa como patrocinador de la sección “Jóvenes Talentos”.

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