Luis Fernando Mejía

LUIS FERNANDO MEJÍA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Me defino a través de mi familia. Llevo 23 años al lado de mi esposa Margareth, ahora acompañados de nuestras hijas Isabella de diez años y Emma de tres. Mi vida gira alrededor de ellas. Soy un economista que terminó, sin proponérselo, muy involucrado en la política pública, pero con vocación académica, de investigador.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

En mi sangre confluye un potpurrí de distintas regiones del país.

Mi abuela paterna, Emma Rosa Méndez de Vengoechea, nació en Barranquilla en 1909, hija de Gilberto Méndez Montes, de Montería, y Carmen Sofía Vengoechea Vives, de Cartagena. Fue concertista de piano. Conservo un recorte de prensa de 1929 sobre uno de sus recitales en el Teatro Caldas. Después se dedicó a su familia, a la crianza de sus hijos y a brindar amor a sus nietos.

Con ella escuchaba música clásica, y nos sorprendía con dulces típicos de la costa. Así como era dulcera, era dulce y cariñosa. Nunca perdió su fuerte acento barranquillero.

Su bisabuelo fue el general Heriberto Arturo Vengoechea Munive, fundador de la Batalla de las Flores del Carnaval de Barranquilla, tradición muy emblemática.

Mi abuelo paterno, Bernardo Mejía Rivera, nació en Manizales, de familia con arraigo en Caldas. Creció en su finca cafetera en Chinchiná, a las afueras de Manizales. Fue tremendamente tradicional, supremamente bien puesto porque vestía corbata, chaleco y gabardina, incluso los domingos.

A mis abuelos los conocí siendo ya mayores. Cuando yo tenía cinco años mi abuelo Bernardo 79 y mi abuela Emma 75. Infortunadamente, no pude disfrutar con ellos mucho tiempo.

Vivieron hasta su muerte en el que fue el apartamento de la familia Cano en la época antigua del periódico El Espectador. Se trata del penthouse de un edificio de oficinas, el Monserrate, que la familia Cano vendió cuando todos los ricos de Bogotá se empezaron a trasladar hacia el norte. Una de mis añoranzas era visitar a mis abuelos en su viejo apartamento de cincuenta años de construcción, gigante y de dos pisos.

Tuve una excelente relación y muy cercana con mis abuelos, pues a mis papás les encantaba mostrarles mis notas del colegio, que siempre fueron las mejores.

Siendo ya adulto conocí la historia mi abuelo paterno, una persona con una trayectoria muy destacada. Fue un prestigioso abogado, senador del Congreso de la República y gobernador designado de Caldas en el Gobierno de Mariano Ospina Pérez. Fue fundador y rector de la Facultad de Derecho de la Universidad de Caldas, además de subdirector y director del Diario La Patria de Manizales.

Curiosamente, hasta mi ingreso a la vida pública nadie más en la familia había desempeñado un cargo público después de mi abuelo. Me hubiera encantado hablar con él sobre estos temas, pero murió cuando yo tenía apenas catorce años.

SU PADRE

Mi papá, Gilberto, nació en Bogotá en 1938 y murió a sus 73 años. Comenzó estudiando arquitectura. Contra el deseo de su familia se casó muy temprano y abandonó sus estudios. De su primer matrimonio tuvo cuatro hijos. Después, se divorció y tuvo dos hijos más. Finalmente, contrajo matrimonio con mi mamá y nacimos sus dos hijos menores, Alejandro, mi hermano mayor, y yo.

Tuvo un gran problema de visión, porque sufrió de una miopía degenerativa desde su adolescencia que lo obligó a usar gafas con lentes muy gruesos. Su enfermedad fue progresiva, por lo que tuvo que someterse a varias cirugías en la Clínica Barraquer.

A sus 54 años se le desprendió la retina, perdió la visión de uno de sus ojos y el otro le quedó al 30%, entonces lo pensionaron por invalidez. A partir de ese momento se dedicó a los toros, fue presidente de la Federación Taurina y de la Boina Roja.

Fue un hombre afable, alegre, inteligente, tranquilo, de buen carácter, por lo tanto hacía amigos muy fácilmente. Con mi papá tuve unas afinidades muy grandes. Fuimos, como dicen los paisas, muy ‘llaves’.

Lamento profundamente el que mi papá no hubiera podido ver nada de lo que he vivido en este rápido ascenso profesional de los últimos diez años, cuando él gozaba tanto con todos mis triunfos.

RAMA MATERNA

De mis ancestros maternos no tengo tanta información.

Mi abuelo, que había nacido en 1923, murió de manera trágica en 1986 cuando mi mamá tenía cuarenta años y yo apenas siete.

Sufrió un accidente inverosímil cuando se subió al techo de la casa, no sé a qué exactamente, quizás a tapar una gotera o a acomodar la antena. Cuando buscaba bajar, cayó por el vacío de la claraboya y se golpeó la cabeza contra una baranda de la escalera.

Mi abuela, Mélida González, nació en Bugalagrande. Fue muy longeva, murió en el 2015 a sus 88 años. Era la típica matrona del Valle, de férreo carácter ,a quien le encantaba cocinar para sus hijos y nietos.

Mi mamá, Vilma, nació en 1946 en Ansermanuevo. Como mi abuela, también fue de carácter, dedicada a sus responsabilidades laborales y a su familia. Estudió en un internado pues mi abuela envió a todas sus hijas para que las formaran en disciplina.

Fue secretaria en varias entidades. Su último trabajo fue en el Instituto de Fomento Industrial – IFI, una especie de banco de segundo piso público. Allá terminó su carrera y se pensionó.

Mi mamá es una mujer muy linda, que participó en un reinado de las ferias y fiestas de algún municipio de su tierra natal.

La memoria que tengo de ella en mi infancia es la de una mujer incansable, que trabajaba de 8 a. m. a 8 p. m. para sacar a sus hijos adelante.

Hoy disfruta de su retiro luego de muchos años trabajando, lo que le permite compartir más tiempo con sus amigos y familia. Sé que le hace mucha falta mi papá, pero vive feliz viendo crecer a sus nietos y gozando con los logros de sus hijos.

Mi mamá y mi papá fueron personas tremendamente organizadas, que con un salario de secretaria y uno de empleado público de nivel administrativo, se aseguraron de que nunca nos faltara nada durante nuestra niñez.

CASA MATERNA

Mis papás se conocieron a raíz de su trabajo, se enamoraron y viajaron a Táchira – Venezuela a casarse, pues las leyes de la época no les permitían hacerlo en Colombia.

Se instalaron por siempre en un sector bastante inusual y no residencial, pero muy estratégico con relación a sus trabajos. El apartamento está ubicado en la Calle 17 No. 10-31, diagonal al viejo edificio de la Contraloría.

Mi mamá trabajaba en la calle 17 con carrera 7ª y mi papá en la carrera 10ª con calle 15, lo que les permitió almorzar en familia. Sacrificaron el espacio que normalmente tiene un niño para juagar en el parque o para caminar alrededor de su casa, pero a la larga resultó muy favorable para todos. Yo después estudié y trabajé en lugares en donde siempre estuve a menos de quince minutos a pie de mi casa.

INFANCIA

Soy el hijo menor y dicen que el favorito de mi papá, quizás porque le heredé sus dos aficiones grandes: el fútbol y los toros.

Me aficioné a Millonarios hasta el punto de decir que no soy hincha, sino enfermo por el equipo. Asistí sin falta al Campín con mi papá y nos enojábamos cuando perdía. Nuestro genio de la semana dependía de cómo le iba a Millonarios el domingo cuando jugaba.

La otra pasión, los toros, que sé que hoy no es muy popular. La primera vez que fui a la plaza de toros tenía cinco años y a partir de ese momento me dediqué a ellos casi que por entero.

Una de mis primeras ambiciones de carrera frustrada fue la de ser torero. A los diez años empecé a entrenar a diario en el Parque Nacional. Conservo fotos que me registran toreando vaquillas en La Santamaría.

Esta es una carrera muy exigente en todo sentido, física y emocionalmente. Para consolidarse se requiere hacer muchos sacrificios. Como me iba tan bien el colegio y tenía el riesgo de una miopía degenerativa como la de mi papá, decidí que lo mío era el estudio.

Crecí con mi hermano Alejandro, mayor cinco años, sin lujos, pero sin afugias y con tranquilidad. Fuimos bien educados, bien alimentados y vestidos, porque tuvimos lo fundamental.

Alejo es ingeniero de sistemas. Lo admiro mucho, pues le tocó más duro que a mí, trabajaba de día y estudiaba de noche en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Hoy trabaja con una firma de software española, tienes tres hijos y está casado hace varios años.

Dado que mis papás siempre trabajaron, mi hermano y yo contamos con el acompañamiento de Olguita y de Piedad, que fungieron como empleadas internas y como nanas al mismo tiempo. Las consideramos parte de la familia.

Compartimos muchísimo con nuestros primos que eran de la misma edad. Nuestros planes eran visitar la casa de la abuela materna y la casa de recreo de una hermana de mi mamá en Girardot. No hubo vacaciones en que no viajáramos a visitarla.

ACADEMIA

COLEGIO

Mis primeros años de colegio los viví en el jardín de la institución que tenía la Contraloría para sus funcionarios. Fue una experiencia traumática, quizás porque comencé a estudiar cuando aún era muy pequeño.

Le hice pasar vergüenzas a mi hermano que iba grados más adelante, pues me escapaba de mi salón a buscarlo y tocaba a su puerta llorando.

Entonces mis papás me retiraron por un año. A mi regreso me empecé a destacar académicamente. En segundo de primaria la directora del curso les sugirió a mis papás pasarme a tercero porque iba un año delante de mis compañeros, pero el director de primaria no lo recomendó al considerar que debía estudiar con niños de mi edad.

En tercer grado recibí una placa al mejor estudiante del colegio. Mi mamá, cada vez que recibía las notas, lloraba de dicha. A mi papá también se le escapaban las lágrimas del orgullo que sentía. En el Colegio de la Contraloría terminé mi primaria, con todos los honores.

Mi papá había estudiado en el San Bartolomé y quiso que yo también fuera a su colegio. Asistió con mi mamá a la entrevista de ingreso en la que compartieron mis resultados académicos con entusiasmo, pero les dijeron que no podían matricularme porque vivían ‘en pecado’.

Caminando apesadumbrados calle abajo se encontraron con el Camilo Torres, que en esa época tenía un prestigio muy grande como colegio Nacional. Así fue como terminé estudiando en un colegio público que en ese entonces era de muy alto nivel académico. Tenía mil estudiantes, tres jornadas y una diversidad social muy amplia. Esa diversidad no se ve en un colegio privado y valoro mucho esa experiencia, pues me mostró las enormes inequidades de nuestro país.

En octavo grado recibí nuevamente el premio al mejor estudiante del colegio. Seguí siendo el número uno, aunque al final ya un poco más rebelde. Nunca estuve en el grupo de los ‘nerds’.

Al graduarme obtuve el mejor ICFES del Colegio. Fui muy juicioso, nunca mis papás tuvieron que hacerme seguimiento, porque estudiar para mí ha sido uno de los mayores placeres y no una obligación. Recuerdo que llegaba a almorzar y de inmediato me sentaba a hacer las tareas.

Este hecho hizo que mis papás fueran muy permisivos conmigo. En décimo y once ya salía con mis amigos a jugar billar en la Caracas con 38, también a tomar cerveza y llegaba tarde, pero mis papás jamás me decían nada. A pesar de las fiestas, siempre fui tremendamente responsable.

VOCACIÓN

Una de las cosas interesantes del colegio era que, cuando uno llegaba a noveno, se hacía énfasis en algún área: matemáticas, biología, tecnología. Esto implicaba que lo separaran a uno en un grupo distinto y que tuviera una intensidad mayor en esa área del conocimiento. He sido bueno para los números desde muy pequeño, entonces para mí fue obvio escoger matemáticas.

Ante la decisión de qué carrera estudiar, si bien quería que tuviera un elemento cuantitativo importante, no quería una ingeniería. De haberme decidido por alguna habría sido de sistemas porque me la pasaba en el computador jugando y me encantaba desbaratarlos. Averigüé, pero me dio la impresión de que en Colombia la carrera estaba diseñada más para brindar soporte.

Escogí economía por descarte. Vi que tenía una base matemática, pero también social. Comencé sin tener mayor información más allá de la que me brindaron los periódicos. Porque esa fue otra afición que mis primos recuerdan, al haber sido el único de ellos que madrugaba a leer los periódicos a diario desde que tenía once años.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Como contaba con el mejor ICFES del Colegio, no iba a tener problemas para ingresar a la carrera que quisiera.

Por rendimiento académico, la Universidad Nacional me extendía una invitación a un programa especial de admisión para los mejores bachilleres del país y me eximía del examen. Los Andes resultaba muy costosa, aún más con la llegada de Rudolf Hommes que dio un salto grande en el valor de la matrícula. 

No estudié en la Nacional pues sus continuos paros hacían que dependiera de ellos para graduarme. Pero la entrada a los Andes no fue fácil porque era muy costosa, entonces nos subsidiamos con un crédito del ICETEX que terminé de pagar en el 2003.

Mi carta de presentación fue y siempre ha sido mi capacidad académica, entonces me adapté muy fácil. Conservo amigos entrañables de esa etapa de mi vida. Mi paso por la Universidad ha sido uno de los momentos más felices que he vivido.

Igual que en el colegio mis amigos fueron los vagos y no los ñoños. Probablemente me hubiera podido ir mejor, pero mis resultados fueron muy buenos. Con mis amigos iba a jugar billar y por ellos conocí a quien fue mi novia durante toda la carrera, hoy mi esposa, Margareth Albarracín.

Margareth conocía a un amigo en común con el que había estudiado en el Colegio El Rosario en Barrancabermeja, Santander. Era un colegio de Ecopetrol, la empresa en la que trabajaron mis suegros. Estudiaba microbiología industrial en la Javeriana y nos conocimos empezando carrera. Nació en Tibú, Norte de Santander, siendo la segunda de cinco hijas. Todo un matriarcado el que tenía mi suegro Jesús. Nos casamos muy jóvenes. Es la mujer de mi vida.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

BANCO DE LA REPÚBLICA

Quienes tenían los mejores resultados en términos académicos terminaban trabajando en el Banco de la República. Cuando reflexiono me es evidente que nunca he sido muy ambicioso en ese sentido, pues no me proyecté, no lo tuve como objetivo, sino que las cosas han ido resultando paso a paso, casi sin quererlo.

Estando en cuarto semestre tuve un examen final de Microeconomía 2, en donde el profesor asistente era Juan Esteban Carranza, actualmente gerente de la sucursal del Banco de la República en Cali. Resulta que el promedio de ese examen fue 2.4 y mi nota fue 4.3. La siguiente mejor nota fue 3.0, así que me le ‘tiré’ la curva a todo el mundo.

Un año después, Carranza me preguntó si estaría interesado en hacer una pasantía en el Banco, a la que accedí inmediatamente. En enero de 1999 comencé como pasante de la subgerencia monetaria de reservas, a mis veinte años.

Aquí comenzó una etapa maravillosa de mi vida profesional. Mi primer jefe fue Juan Pablo Zárate, viceministro de Hacienda y excodirector del Banco de la República, quien en ese momento era jefe de la Unidad Financiera.

Me encontré un grupo de gente extraordinario que conformaban, entre otros, Ana Fernanda Maiguashca, Juan Esteban Carranza, Juan Pablo Arango, Diego Vásquez y varios otros. Todos tremendamente pilos, pero, además, con una calidez increíble.

Me enganché no solo en lo profesional, sino en lo personal. Terminaron siendo los vagos inteligentes con los que siempre me he identificado. Íbamos entre semana donde Marielita, una señora que atendía un bar en la Jiménez de tango y aguardiente.

Fui feliz con mi primer salario, que era superior al mínimo. Aún mejor porque tenía novia y me daba independencia para invitarla a salir.

Llegué en el año que coincidió con la peor crisis económica del país antes de la crisis del COVID-19. Creo que esa fue peor, porque se combinó un choque externo que generó una profunda salida de capitales con una gran crisis financiera e hipotecaria de la cual nos tomó mucho tiempo recuperarnos.

La unidad técnica del Banco estuvo en el centro de la estrategia de decisiones sobre a qué bancos apoyar con créditos por considerar que tenían problemas de liquidez, y a cuáles dejar quebrar porque tenían problemas de solvencia, es decir, de capital. Fue una etapa muy interesante, de la que aprendí mucho.

Como me fue tan bien en la pasantía, Zárate me invitó a que los siguiera acompañando por un semestre más. La Universidad no limitó el que continuara, pero me condicionó a ver todas las materias del semestre como si estuviera tiempo completo. Esto fue muy retador e hizo que me enfocara más en mis estudios. En ese momento supe, además, que quería hacer un doctorado.

Al terminar la pasantía y la carrera, inicié la maestría con muy buenos resultados. Zárate me ofreció trabajo en marzo del 2000 como profesional en seguimiento financiero. La ventaja es que el Banco y los Andes son vecinos, lo que facilitó la logística de cursar la maestría tiempo completo y cumplir con mis obligaciones profesionales en el banco.

Tuve la fortuna de trabajar y aprender al lado de varios economistas extraordinarios, tal vez no reconocidos en la vida pública porque se dedicaron a carreras académicas, como Gustavo Suárez, Leonidas de la Rosa y Hernando Zuleta.

Todos ellos trabajaron, como yo, en el cuarto piso del banco y se fueron a hacer el doctorado. Por lo mismo, lo vi como el camino natural a seguir luego de mi pasantía y mi primera experiencia profesional.

Cuando comencé a entender la magnitud de la importancia de la política económica en el bienestar de millones de colombianos, supe que en definitiva a esto era a lo que quería dedicar mi vida.

BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO – BID

Arturo Galindo, hoy codirector del Banco, acababa de llegar de su doctorado de la Universidad de Illinois. Tuvo un paso muy breve en la subgerencia monetaria y de reservas, que era donde yo trabajaba, ya como profesional.

Arturo se fue a trabajar como investigador en el Banco Interamericano de Desarrollo – BID en Washington. Al rato de estar allá, en junio de 2001, me escribió para decirme que estaban abriendo unos cargos para asistentes de investigación para el Departamento de Investigación del BID, que era donde Arturo trabajaba.

Era una oportunidad buenísima por el prestigio de la institución, pero resultaba muy competida pues aplicaban personas de toda América Latina.

Apliqué, presenté una muy dura entrevista telefónica con varios de los economistas senior del BID. En julio de 2001 me notificaron que había sido elegido con un grupo de seis personas entre más de cien candidatos de toda la región.

MATRIMONIO

En un periodo de cuatro semanas me cambió la vida por completo. Era algo que no tenía en mis planes. Para ese momento llevaba con mi novia cinco años, desde enero de 1997. Pensé que, de irme, lo haría con Margareth y la única forma en que ella viajaría conmigo era si nos casábamos. Decidí entonces, totalmente convencido y a mis veintidós años, proponerle matrimonio.

La invité a un McDonald’s al lado del Banco, le conté que me había resultado una excelente oportunidad de trabajo en el BID en Washington, que lo tomaría si me acompañaba y que de lo contrario lo rechazaría. Entonces le pregunté: “¿Tú te casarías conmigo?”. Lo pensó unos minutos y me dijo que sí.

En el restaurante Mi Viejo, detrás de la Luis Ángel Arango, le propuse formalmente matrimonio, con anillo y demás protocolos.

Les conté a mis papás que se pusieron muy contentos. Pero hablar con los suegros no era fácil, entonces le pedí ayuda a mi papá, que nos acompañó y empezó a contar la historia de lo que había pasado. Recuerdo que mi suegro dijo: “pero que hable el interesado”.

Nos casamos el 3 de agosto de 2001 por lo civil y nos mudamos el 18 de agosto a Washington. Vivíamos nuestros tempranos veintes, no conocíamos nuestro destino y jamás habíamos vivido por fuera de la casa de nuestros papás. Nuevo idioma y clima, soledad. Muchos factores nos confrontaron, pero salimos adelante.

Permanecimos por dos años hasta el 2003, tiempo durante el cual crecimos en todo sentido. Cada vez que podíamos visitábamos a la familia y la privilegiamos por encima de los viajes de turismo. Éramos muy jóvenes y extrañábamos a Colombia.

DOCTORADO

Tuve la enorme suerte de llegar a trabajar con quien considero uno de mis grandes mentores intelectuales, el economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, el más reputado en toda América Latina, el argentino Guillermo Calvo. Como persona es único, aprendí muchísimo de él, escribimos un par de papers juntos. Fue una época muy especial y valiosa.

El cargo de asistencia de investigación en el BID estaba diseñado para gente que quería hacer estudios doctorales, un trabajo de dos años máximo, de ninguna manera se podía hacer un contrato adicional. Estaba dirigido a jóvenes con maestría que luego querían continuar formándose académicamente.

Comencé a aplicar a varias universidades y nuevamente se presentaron coincidencias muy afortunadas.

Cuando estaba en el Banco de la República con miras a mi doctorado, revisé varias universidades y entre ellas encontré que la Universidad de Chicago era un paraíso intelectual pues ha dado el mayor número de Premios Nobel en la historia: Gary Becker, James Heckman, Robert Lucas, entre muchos otros.

Pensé que sería imposible ingresar y que debía considerar otras alternativas. Igual pedí un brochure que llegó a mi casa de la calle 17 con carrera 10ª. Era un sueño inalcanzable.

El BID cambió mi vida. Me ayudó muchísimo Guillermo con su altísima reputación académica, pues es el economista más citado de América Latina en la historia.

Además, pensando estratégicamente, había antes tomado un curso internacional de verano en la Universidad de los Andes con Orazio Attanasio, profesor muy famoso de la Universidad de Londres. Fue dificilísimo, pero era mi oportunidad para lograr una carta de recomendación de otra persona que me abriera puertas. Saqué cinco, la máxima nota, y obtuve mi carta.

Mis tres recomendadores fueron entonces Guillermo Calvo, Orazio Attanasio y Alberto Carrasquilla, que había sido mi asesor de tesis de maestría y se desempeñaba como decano de la Universidad de los Andes en ese entonces.

Había aplicado a las quince universidades que están en el Top 15 de las mejores en economía, incluyendo Chicago, Harvard, y MIT, que son el Top 3. Entrar a un doctorado es y sigue siendo muy difícil. Uno no está compitiendo con los mejores de su país, sino con los mejores estudiantes de Economía de todo el mundo.

UNIVERSIDAD DE CHICAGO

Uno de los días más felices de mi vida fue cuando recibí el sobre de aceptación. Si llegaba un sobre delgado, se trataba de una carta de rechazo, pero si el sobre era grueso, la carta era de aceptación acompañada con el folleto de instrucciones.

Cuando vi el sobre grueso se me aceleró el corazón y no fui capaz de abrirlo, entonces le pedí a Margareth que lo hiciera. Cuando leyó: “You have been accepted to the University of Chicago” no podíamos de la emoción.

Guillermo Calvo estaba en licencia de la Universidad de Maryland, en donde era profesor y por tanto quiso que yo estudiara allá pues me brindaban muy buenas condiciones. El mayor atractivo era trabajar con él, entonces no era una decisión fácil. También fui aceptado en el University College London donde Orazio Attanasio me animó a ingresar, pues él era profesor de esa universidad. También recibí ofertas de admisión de la Universidad de California, Los Ángeles, y estuve en lista de espera en Princeton y Northwestern.

Después de pensarlo mucho y consultarlo con mi esposa, decidí aceptar la oferta de Chicago. Para lograrlo requería financiamiento, entonces apliqué a la beca externa del Banco de la República que nos permitía vivir tranquilamente como estudiantes.

Chicago implicó otro cambio, otra ciudad y una mudanza. Bajamos todas nuestras pertenencias a un camión y nos las llevamos por carretera en un viaje de dos días.

El primer año fue muy exigente. Nunca me había sentido tan agotado intelectualmente como en ese primer año en la Universidad. Me desconecté de lo que estaba pasando en el mundo, el estudio no daba tiempo de ver noticias, me alejó del fútbol y de mi esposa. Si dicen que el primer año de doctorado es muy duro, creo que es aún peor de lo que uno se pueda imaginar.

Llegué muy bien preparado por la Universidad de los Andes y por mi paso por el BID, pero aún así no dejó de ser muy retador. Los resultados fueron muy buenos. Fui el segundo mejor estudiante del primer año de doctorado en Economía.

En segundo año me concentré en los temas macroeconómicos. Debía presentar un examen terminando esta etapa y me gané el premio al mejor examen en macroeconomía, muy famoso entre los estudiantes de economía, el “Martin and Margaret Lee Prize”. Curiosamente el premio tiene el mismo nombre de mi esposa.

Terminados mis primeros años de doctorado dicté clases de International Finance en la Universidad. Estaba cumpliendo los requisitos para poder pasar a la candidatura del doctorado, y me fue muy bien.

Comencé a trabajar en mi tesis de doctorado, pero fue muy difícil enfocarme en un tema. La Universidad da mucha libertad al estudiante, no como en otras en las que los profesores lo acompañan y lo orientan, en la que actúan como una especie de mentores. Chicago tiene una aproximación más individual: da las herramientas y cada uno verá qué hace con ellas.

Investigar y estar en la frontera para hacer una tesis no es una empresa sencilla, menos en una universidad como esta. Comencé un proyecto tras otro y no me funcionaron. Supe que necesitaba reiniciarme entonces cambié de asesores. Cuando avanzaba e iba teniendo algo mucho más estructurado tuve que regresar al Banco.

Mi esposa se había adaptado muy bien, ya estaba acomodada, con manejo del idioma, trabajando como microbióloga industrial en un laboratorio privado en Chicago y con otra propuesta de trabajo, entonces movernos no era fácil. Sin embargo, teníamos que hacerlo por las condiciones de la beca del banco a la que había accedido. Lo hicimos en el 2009.

COLOMBIA

Después de ocho años de vivir en los Estados Unidos, regresar a Bogotá resultó algo traumático mientras nos volvíamos a acostumbrar al desorden, la inseguridad y los huecos.

Como anécdota, todas las cosas de valor que traíamos en el menaje de regreso fueron hurtadas durante la mudanza. Además, Margareth se enfermó con una tos fuertísima, que hoy creemos fue el H1N1. Sumado a esto, a Margareth la discriminaron en el mercado laboral por ser mujer, no tener hijos y estar en sus 30s. Algo impensable en los Estados Unidos. No parecían buenos augurios en nuestro retorno al país.

La luz en este difícil periodo provino de la noticia del embarazo de Isabella a finales de 2009. Nació en agosto de 2010 y a partir de ahí nuestra vida cambió para bien.

Seguí trabajando en mi tesis y asumí un cargo en el Banco de la República como investigador junior. En esta época de trabajar en mi tesis para poderme graduar, mi papá se enfermó gravemente.

A principios de 2010, a mi papá le detectaron un cáncer de colon. Comenzó quimioterapias a sus 72 años, pero siguió siendo entusiasta y saliendo con nosotros a divertirse. Infortunadamente se agravó en el 2011. Se sometió a una operación compleja y luego de una larga convalecencia murió en octubre de ese año, apenas dos años después de nuestro regreso.

Viéndolo en retrospectiva, me alegra que estuvimos con él a su lado durante sus dos últimos años de vida. Este episodio y mi entrada al sector público en 2012 hicieron que no terminara mi tesis doctoral. Es una deuda que tengo pendiente.

ACADÉMICO

Por mi trayectoria profesional, siempre he estado vinculado a la academia. Dicté clases desde que comencé mi carrera. Fui monitor de Álgebra Lineal, Cálculo Diferencial, Cálculo Integral, Microeconomía, Macroeconomía, Teoría de Juegos, Política Fiscal, entre otros.

También fui profesor complementario de muchas materias y profesor titular en la Universidad de los Andes, la Universidad Javeriana y la Universidad de Chicago.

Las clases han sido un amor de largo aliento con las que me he comprometido a fondo. Las que dicté en Chicago reafirmaron mi vocación.

Con mi paso en el sector público tuve que abandonar las clases, que recientemente he retomado. Actualmente dicto Introducción a la Economía Colombiana en la Universidad de los Andes, junto con el exministro de Hacienda Mauricio Cárdenas.

A mi regreso al Banco de la República fui investigador. En Fedesarrollo he tenido la oportunidad de retomar la investigación aplicada que siempre ha sido una de mis pasiones.

MINISTERIO DE HACIENDA

En el 2012, Juan Pablo Zárate en su calidad de codirector del Banco de la República me dijo: “Ana Fernanda me dice que en el Ministerio están buscando un director de política macro. ¿A usted le interesaría?”.

A Ana Fernanda Maiguashca la conocía desde nuestro paso por la unidad técnica del Banco. Ella había hecho una carrera en el Ministerio de Hacienda y recientemente, Juan Carlos Echeverry, el entonces ministro de Hacienda, la había ascendido a viceministra técnica.

El cargo que me ofrecían era uno de los más importantes del ministerio, pero yo estaba tranquilo pensando en la academia. Zárate me dijo: “Échele cabeza. Usted queda de licencia un año y si no le gusta se devuelve”.

Ana Fernanda me llamó a animarme a que me fuera para el Ministerio, me dijo que lo había hablado con Juan Carlos Echeverry y que él estaba muy contento con mi nombre. También me invitó a hablar con el ministro.

Juan Carlos siempre ha sido un gran orador, buen profesor y buen vendedor: “Mire, usted tiene 33 años, está perfecto para este cargo. Nosotros estamos haciendo esta reforma tributaria en la que usted tendrá una responsabilidad muy importante”.

Me pareció una oportunidad interesante, y como podía solicitar la licencia del banco, era además de bajo riesgo. Decidí aceptar y en junio me posesioné como director de Política Macroeconómica, mi primer cargo público.

A la semana de haber llegado, Echeverry me llamó a su despacho y me dijo: “Luis Fernando, tenemos un problema gigante con el Banco de la República, pues no está comprando reservas internacionales. La apreciación de la tasa de cambio no es soportable, está matando a la industria, a los exportadores. Y cuando hablo en la Junta no soy escuchado. ¿A usted qué se le ocurre?”.

Me fui a considerar el tema, lo revisé muy bien y escribí un documento muy técnico que estimaba que el Banco debía comprar cincuenta y cuatro millones de dólares diarios durante doce meses para tener reservas internacionales suficientes ante eventuales choques externo.

Las reservas estaban en 33 mil millones de dólares en ese entonces y mi documento decía, con base en un modelo, que deberían ser 54 mil millones de dólares. Hoy las reservas del banco son de 56 mil millones de dólares.

Echeverry leyó el documento y al final del día me contestó con un correo de una línea que decía: “Mándeselo al presidente Santos”. Yo llevaba tres semanas en el cargo y jamás había hablado con alguien en Palacio y menos con un presidente. A través de mi secretaria conseguí el correo de las secretarias del despacho del presidente y le envié el documento al entonces presidente Santos.

La semana siguiente estaba sentado con el Comité de Reservas del Banco de la República en donde se leyó y discutió mi iniciativa. Suscitó polémica, pero creo que fue un insumo útil para que la Junta, semanas después, decidiera comprar reservas internacionales.

Dos semanas más tarde acompañé a Echeverry a Presidencia. En julio se entregaba el marco gasto de mediano plazo, que junto con el marco fiscal se constituyen en la hoja de ruta fiscal para el gobierno nacional. El director de política macro es fundamental aquí pues es quien da todos los supuestos macroeconómicos.

Recuerdo la emoción que sentí sentado en la salita de reuniones. Era un joven que venía de la calle 17 con décima, que había estudiado en colegio público y que estaba, unos años después, discutiendo temas económicos del país con el presidente Juan Manuel Santos.

Cuando Echeverry me presentó, el presidente Santos inmediatamente dijo: “¿Usted es el del paper que dice que el país debe tener 54 mil millones de dólares de reservas? Muy bien.”

Jamás pensé que me fuera a identificar por ese trabajo. Me impresionó muchísimo que un presidente, tan ocupado, se hubiera leído el documento y además recordara la cifra. Salí feliz ese día, luego de mi primer encuentro serio con el poder.

Echeverry, que había sido mi profesor de política monetaria en la Universidad de los Andes, fue reemplazado en agosto de 2012 por Mauricio Cárdenas, un economista de primer nivel, muy reputado también, pero a quien no conocía personalmente.

Como todos los funcionarios, le ofrecí mi renuncia protocolaria. Pensé que retornaría antes de lo pensando a mi trabajo del Banco. Sin embargo, Mauricio a los pocos días me envió su carta de respuesta firmada a mano ratificándome en el cargo.

En uno de sus primeros días como ministro me llamó a su despacho para decirme que quería hacer una reforma tributaria y laboral para reducir los costos del empleo formal: “Quiero su apoyo técnico para entender los impactos, las cifras y demás información relevante, necesitamos tener todo el detalle”.

Curiosamente yo venía meses atrás de hacer un paper en el Banco de la República con Franz Hamann sobre cómo aumentar la formalidad laboral reduciendo los costos del empleo formal.

Ahora Cárdenas quería hacer una reforma en ese sentido, es decir, me sentía implementando una política pública con insumos producidos en la ‘Torre de marfil’ académica.

Esta fue una experiencia extraordinaria que me permitió no solamente conocer la parte de la administración pública a través del Ministerio de Hacienda, sino también el Congreso.

Me encantaron los debates, las discusiones que se daban alrededor de la reforma tributaria. Fueron muchas las trasnochadas trabajando con las comisiones económicas, pero valió la pena porque es una reforma que ha sido muy útil.

La tasa de empleo formal asalariado subió cinco puntos porcentuales de forma permanente, luego de esta reforma.

Creo que este fue el momento de mi enganche definitivo con el sector público. Vi de forma clara el valor agregado de no solo hacer documentos técnicos, sino de ejecutarlos e impactar de forma positiva la vida de millones de personas a través de la política pública.

Con Cárdenas, del que aprendí mucho y con el que hice un gran equipo, trabajé hasta el final del primer Gobierno Santos. Después de dos años en un cargo público ya no me interesaba tanto regresar al Banco como investigador. Quería buscar nuevas oportunidades, seguir aprendiendo.

SUBDIRECCIÓN DE FEDESARROLLO

Leonardo Villar, miembro del Comité de Regla Fiscal en el que se definen las metas fiscales del país y del cual yo era secretario técnico como director de política macro, me invitó a almorzar en julio de 2014.

Nos reunimos en La Fragata de la 78 con 9ª, y me dijo que quería invitarme a ocupar la subdirección de Fedesarrollo, el centro de pensamiento más importante del país.

Hablé con mi esposa y le pareció magnífico. Le comenté a Cárdenas y se opuso frontalmente, me hizo énfasis en mi potencial dentro del Ministerio, y me dijo que estaba feliz con mi trabajo, que me quedara porque estaba seguro de que yo iba a seguir creciendo en el gobierno. Pero yo sentía que ya había cumplido mi ciclo y Fedesarrollo era muy atractivo.

Por el cargo de subdirector de Fedesarrollo han pasado extraordinarios economistas. Lo veía como un importante salto profesional a mis treinta y cinco años.

PLANEACIÓN NACIONAL

Una semana antes de llegar a la subdirección de Fedesarrollo, en una cena en la casa de Alejandro Gaviria, Alejandro me dijo que me iba a llamar Simón Gaviria, recién nombrado director de Planeación Nacional, para ofrecerme la subdirección de esa importantísima institución.

De Simón Gaviria lo único que sabía es que era un político, con una muy buena trayectoria en el Congreso que se había visto recientemente golpeada por la fallida reforma a la justicia. Pensé que igual lo escucharía.

Al día siguiente recibí su llamada y la invitación a su casa para que habláramos. Lo visité, me transmitió la intención que tenía desde Planeación, me habló de la magnitud del cargo de subdirector del DNP que, entre muchas otras, es el secretario técnico del CONPES, el centro de los documentos de política pública del Gobierno nacional.

Simón me pareció una persona muy estructurada, con una importante experiencia política y que quería tener como complemento a un técnico.

Quería que hiciéramos equipo para sacar el Plan Nacional de Desarrollo adelante, trabajaríamos sobre el proyecto del Metro de Bogotá, cuando poco se hablaba de ese tema. También haríamos reformas a los subsidios y al Sisbén. Quedé encantado pues sentí que Simón había hecho la tarea y conocía muy bien los retos de Planeación.

Me prometió total libertad para armar mi equipo, cosa que por cierto cumplió, y me enganchó además con el reto del diseño y trámite del plan nacional de desarrollo, una experiencia que solo es posible cada cuatrienio en el DNP.

Esta fue una de las decisiones más difíciles que he tomado en mi vida porque sentía y sabía que lo de Fedesarrollo era muy importante, un cargo mucho más cómodo, sin los riesgos del sector público y mejor remunerado, pero las metas que me había planteado Simón me parecían tremendamente interesantes. Después de mucho pensarlo y consultarlo con mi esposa, decidí aceptar el ofrecimiento.

Leonardo Villar en principio se molestó, pero al final me dijo: “Yo hubiera hecho lo mismo”.

Con Simón aprendí mucho de política, pues él fue congresista, presidente de la Cámara, y por eso tenía la visión estratégica sobre cómo presentar los proyectos de ley, cómo discutir con las bancadas y un sinnúmero de claves importantísimas en el diálogo con el congreso.

Algunos tecnócratas ven al Congreso como una barrera por superar, en donde se desestructuran las ideas que ellos han diseñado con tanto cuidado y esmero. Pero yo no lo veo así. El Congreso es un elemento fundamental de la democracia que, con ángulos complementarios, enriquece los proyectos que presenta el gobierno. Además, a diferencia de los tecnócratas, los congresistas responden a sus electores.

Por supuesto, ese diálogo no siempre sale bien. Hay que continuar pensando en qué fallamos los economistas, cómo implementamos nuestras ideas, cómo las comunicamos mejor, porque las reformas en política pública resultan de un equilibrio técnico-político.

Cuando empezó a sonar la salida de Simón en 2017, todos me veían como candidato natural para sucederlo.

Santos ya me tenía en su radar desde mi paso por el Ministerio de Hacienda y naturalmente mis interacciones con él fueron más frecuentes desde mi cargo como subdirector del DNP. Además, Planeación se había convertido, otra vez, en la mano derecha de Presidencia. Absolutamente todas las cifras nos las pedían a nosotros.

Un día Simón me pidió que lo reemplazara en un evento en Cartagena, al que asistía el presidente Santos. Terminada la conferencia, estaba hablando a la salida del salón con el presidente, cuando me dijo: “Acompáñeme al aeropuerto”. Entonces me subí a su carro.

Me pareció extraño pues me empezó a preguntar de diferentes temas, cómo estaba viendo la economía, los temas estratégicos del DNP, etc. Me bajé del carro con la sospecha de que esa había sido una especie de entrevista.

Una semana después recibí la llamada del secretario privado de Santos, Enrique Riveira, para decirme que fuera a Palacio a las seis de la tarde sin adelantarme nada. Entré al despacho del presidente y sin muchos rodeos me dijo que quería ofrecerme la dirección del DNP.

Margareth trabajaba en ese entonces en INNpulsa, muy cerca de Planeación Nacional. Fue una etapa muy linda, porque almorzábamos siempre juntos, tal vez por primera vez desde nuestro regreso a Colombia. Apenas salí de Palacio, la llamé, la recogí y le conté lo ocurrido. El abrazo de felicidad fue enorme.

Así que, otra vez sin habérmelo trazado como objetivo, sin padrinos políticos y con mi hoja de vida como carta de presentación, a mis 38 años tomé posesión como director general de Planeación Nacional, un cargo de rango ministerial.

El presidente Santos me tenía una enorme confianza y eso fue decisivo en mi gestión y en la de todo el equipo. Esta fue otra de las experiencias hermosas que he vivido en mi carrera profesional. Me permitió, además, conocer a profundidad el país, visitando sus 32 departamentos.

Fueron cuatro años magníficos en Planeación Nacional, con un equipo de profesionales extraordinario que estoy seguro dará mucho de qué hablar en los próximos años. Cumplimos muchas metas y obtuvimos resultados de impacto.

Tal vez uno de los más mediáticos fue la depuración de los ‘colados’ en el Sisbén, personas que aparecían como elegibles a subsidios sin merecerlo. En total sacamos cerca de medio millón de las listas. Rediseñamos el Sisbén y arrancamos con la nueva encuesta, que fue fundamental para que en la crisis del COVID-19 el gobierno pudiera implementar rápidamente un programa de transferencias a los hogares pobres y vulnerables.

Logramos la declaratoria de importancia estratégica del Metro de Bogotá, que por primera vez en la historia le aseguraba los recursos del gobierno a este proyecto. Hicimos lo mismo con el Regiotram de Occidente. En este esfuerzo, participaron muchos colegas del gobierno y de las administraciones locales.

Publicamos también documentos de política esenciales, como el CONPES de cumplimiento de la agenda de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la política de crecimiento verde y la política para mejoramiento de la calidad del aire, entre muchos otros.

Cuando llegamos en 2014, Planeación estaba en la posición 74 en el indicador de transparencia de las entidades de orden nacional. En 2016 ya estaba en el número 3, primera entre Ministerios y Departamentos Administrativos. Cuando salimos, en 2018 el DNP obtuvo el segundo mejor puntaje en desempeño institucional entre 4.911 entidades de orden nacional y territorial. Fue muy grande el trabajo y la gestión de cientos de personas para obtener estos logros.

JUAN MANUEL SANTOS

Con el presidente Santos tengo una relación extraordinaria, de mucha confianza y respeto. Aún hoy me consulta frecuentemente sobre temas económicos.

Mi agradecimiento con él es total, pues me nombró director de Planeación única y exclusivamente por mi trayectoria y formación académica. Creo que fui el único de su gabinete que estudió en un colegio público. Recuerdo que el presidente Santos, al hacer el anuncio de mi designación en el Carmen de Bolívar, resaltó que era una persona ‘hecha a pulso’. Creo que es una frase que resume muy bien mi carrera.

Con ese nombramiento, el presidente Santos me dio visibilidad nacional y me permitió impulsar aún más trayectoria profesional. A él y a su familia, le tenemos Margareth y yo un enorme cariño.

FOGAFÍN

Con el presidente Iván Duque también tengo una excelente relación personal, por otra coincidencia de la vida.

El día que Margareth y yo tomamos el avión para mudarnos a Washington, el 18 de agosto de 2001, estábamos recogiendo las maletas en el aeropuerto y se nos acercó alguien a conversar. Nos preguntó para dónde íbamos y qué hacíamos. Resultó que esa persona, al igual que yo, estaba viajando para iniciar labores en el BID. Esa persona era el hoy presidente Duque.

Nos encontramos personalmente nuevamente siendo él senador de la República y yo subdirector de Planeación Nacional. A pesar de estar en la oposición y yo en el gobierno, siempre mantuvimos una relación muy respetuosa.

Cuando aprobamos el Plan Nacional de Desarrollo, María Jimena Duzán invitó a Simón a su programa por una polémica que se había dado en la conciliación de la ley entre el Senado y la Cámara. Simón me delegó y allí me encontré con Claudia López, opositora frontal e Iván Duque, también senador de la oposición.

Me tocó batirme contra ellos defendiendo nuestro recién aprobado Plan. En algún momento el presidente Duque dijo: “Yo le tengo un gran respeto a Luis Fernando porque nos conocemos desde hace mucho tiempo, pero…” Y arrancó a darnos palo. Fue un debate muy interesante en donde creo que me defendí muy bien, con argumentos.

Cuando Duque es elegido presidente en segunda vuelta, a los pocos días me llamó a decirme que quería que yo continuara trabajando en su Gobierno. No era claro aún en qué cargo.

Luego de discutir con él varios ofrecimientos, me incliné por aceptar la Dirección de Fogafín, entidad que asegura los depósitos de los ahorradores en el país. Allí trabajé desde el 16 de agosto hasta el 30 de octubre de 2018.

Fue una transición a la tranquilidad, estuve mejor remunerado y en el poco tiempo que estuve hicimos cosas interesantes, como la publicación de una serie de reportes económicos sobre el seguro de depósitos. Justo antes de irme habíamos concretado la presidencia para Colombia de la red de entidades de seguros de depósitos en América Latina. Eso no se hizo realidad por mi salida de la entidad.

DIRECTOR DE FEDESARROLLO

Apenas un mes después de estar en Fogafín, en una reunión con el ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla, por una casualidad me dijo: “Leonardo Villar se retira de Fedesarrollo para asumir como representante en Colombia del Fondo Monetario Internacional”.

Como sabía que yo era un candidato natural para ese puesto, pensé que si me llamaban se me iba a generar un problema, por mi reciente ingreso al gobierno Duque. Efectivamente, a los tres días, Leonardo Villar me invitó a almorzar nuevamente a la Fragata, me contó de su viaje y me dijo que si quería que el consejo directivo me tuviera en la lista de candidatos a sucederlo.

Acepté que consideraran mi nombre. A los pocos días tuve una entrevista con un comité pequeño presidido por el entonces presidente del Consejo, Carlos Antonio Espinosa. Me sentí muy bien en la entrevista.

Pasó una semana cuando recibí la llamada en la que me notificaban la decisión de mi designación. Me puse muy feliz. El lío era contarle al presidente Duque. Lo llamé, le conté la noticia y me dijo que no aceptara la designación. Me tenía una enorme confianza y quería que continuara en el gobierno. Como yo estaba viajando a Basilea para la reunión anual de seguros de depósito, me dijo que habláramos personalmente a mi regreso.

Decidido en aceptar, volví a llamar al presidente Duque a los dos días. Sin discutirlo mucho, me felicitó por la designación, me deseó lo mejor y me dijo que sabía que este era un paso muy importante en mi carrera.

Así que, otra vez sin buscarlo, a mis 39 años, en noviembre 1 de 2018, fui designado director de Fedesarrollo, el centro de pensamiento más importante del país. Esta ha sido otra etapa muy linda de mi carrera, que me ha permitido mantenerme conectado con mis dos pasiones profesionales: la política pública y la investigación.

Desde Fedesarrollo hemos participado en todas las discusiones importantes en estos años, la reforma tributaria, la reforma pensional y la reforma laboral entre otros. Hemos estado también muy activos durante la crisis del COVID-19. Publicamos el primer cálculo del costo económico y en salud de las cuarentenas, publicamos también los primeros pronósticos de crecimiento, desempleo y pobreza, y hemos propuesto ideas concretas para acelerar la recuperación.

Cuando hemos visto fallas del gobierno, las hemos criticado. Cuando hemos visto aciertos, los hemos destacado. La reputación de Fedesarrollo se fundamenta en la independencia y rigurosidad de sus análisis, y en esto creo que hemos hecho un muy buen trabajo, de la mano de un extraordinario equipo de investigadores y analistas económicos.

En 2020 se conmemoran los 50 años de la institución. En enero recibimos la noticia de no solo ser considerados el centro de pensamiento número 1 de Colombia, sino también y por primera vez, el número 1 entre 1.023 tanques de pensamiento de Centro y Suramérica. Somos además el número 59 entre 8.248 centros a nivel mundial. Es una linda forma de celebrar estos 50 años.

Con motivo de esta conmemoración, publicamos un libro con artículos de once de los doce directores de la institución en estos 50 años, sobre los canales de influencia de Fedesarrollo en la política pública.

Estaremos publicando otro a comienzos de 2021 la agenda de política pública al 2030 en temas como crecimiento, productividad, infraestructura, educación y medio ambiente.

Fedesarrollo ha jugado un rol fundamental en la formación de la tecnocracia del país y en el diseño y mejoramiento de las políticas públicas. Estoy convencido que lo seguirá jugando en los próximos 50 años.

FAMILIA

Cierro con lo más importante, mi familia, que es el centro de mi vida. Mis logros están sustentados en ella.

MARGARETH

Mi carrera no es producto de mi esfuerzo, es producto de un esfuerzo conjunto entre mi esposa y yo. El mérito de estos logros recae en muy buena parte en su apoyo, sus consejos y su amor durante todos estos años.

Margareth ha estado conmigo desde que andaba en buseta y de pelo largo, hasta el sol de hoy. Ha sido un soporte, un pilar fundamental en mi carrera. Es una mujer tremendamente organizada, obsesiva con el orden.

Todo lo hemos construido juntos desde sus diecisiete años cuando la conocí en enero de 1997. Nos casamos a los 22 años con toda la convicción del mundo. En 2021 cumpliremos veinte años de casados.  Ella y mis hijas son las personas más importantes en mi vida.

Es una mamá excepcional, consagrada, que disfruta estar con nuestras hijas, muy pendiente de su educación y de todos los eventos del jardín y el colegio.

Margareth es una mujer hermosa, divina, despampanante. Cuando camina sola, para el tráfico. Además, es una mujer muy inteligente que me ha ayudado a tomar las decisiones más importantes de mi vida. Siempre me brinda un ángulo, una visión distinta, que a mí se me escapa.

Es la persona más trabajadora que he conocido, con una disciplina extraordinaria. También es ‘gocetas’, divertida, se ríe, es muy alegre.

Creo que tuve mucha suerte de haberla conocido y de que haya aceptado casarse conmigo tan joven. No me imagino mi vida sin ella.

ISABELLA Y EMMA

Una de las pocas cosas que sí he planeado en la vida es la paternidad.

Como nos casamos tan jóvenes y siendo estudiantes, quisimos disfrutar nuestros veintes y aplazamos el momento de tener hijos. Y sí que lo hicimos, porque disfrutamos enormemente como pareja y con nuestros amigos con los que salíamos a fiestas, a comer y bailar.

Nuestra primera hija, Isabella, nació en agosto de 2010, un año después de nuestro retorno a Colombia. Este, y el nacimiento de nuestra segunda hija, han sido los momentos más felices de mi vida. Tener a su propio bebé en brazos es una cosa de no creer, por eso hablan del ‘milagro de la vida’.

Isabella es una ‘mona’ de ojos verdes, iguales a los de su ‘nonito’ Jesús, e igual de hermosa a la mamá. Le encantan las matemáticas como al papá, pero además tiene una vena artística que creo viene de su bisabuela Emma: toca piano, le fascina dibujar y cantar. No sé si va a ser economista, matemática o artista. Pero estoy seguro de que va a ser una extraordinaria profesional.

Emma, nuestra segunda hija, nació en mayo de 2017. Hacía varios años estábamos buscando un segundo hijo, después de una pérdida en 2013. Emma es otra niña hermosa como la mamá, habladora, de una gran personalidad, con una enorme facilidad para las matemáticas y el inglés. Tiene tres años y, como Isabella, estoy seguro de que van a dejar huella como profesionales.

Recuerdo que cuando el presidente Santos me notificó que me nombraría director, sufrí mucho porque Emma estaba programada para nacer en el mes de mayo, lo que coincidía con mi posesión. Y si no se daba rápido, Margareth no podría asistir.

Me posesioné el lunes 22 de mayo de 2017 y Emma nació el miércoles 24. Estuve con ellas jueves, viernes y el fin de semana de puente para comenzar al martes siguiente en mi trabajo.

El tiempo que les pude dedicar en ese año y medio como director fue limitado. Eso sí, nunca me perdí un evento del colegio de Isabella.

Un muy buen consejo que recibí de un gran amigo es que priorizara el tiempo con la familia, porque una vez se sale del sector público nadie agradecía ese tiempo perdido, que, además, es irrecuperable.

Ese consejo lo seguí al pie de la letra, y siempre pedía que bloquearan mi agenda en esos eventos familiares. Creo que si me perdí de dos eventos en seis años de servicio público fue mucho.

Otra de las grandes alegrías que tengo en Fedesarrollo es que, trabajo muy duro, pero tengo más tiempo para estar con Margareth y las niñas.

Me encanta estar con ellas, jugar con las niñas, correr, saltar, leer con ellas. Me fascina estar en la casa. Acostarlas a dormir y luego, al otro día, verlas despertar. Este es un lujo que es difícil de tener en el sector público.

Nos gusta mucho salir juntos, viajar, comer, jugar tenis y estar con la familia, especialmente con las cuñadas y sobrinos.

PROYECCIÓN

Seguramente en algún momento volveré al sector público. Aunque sé que con esto eventualmente pondremos en riesgo nuestra tranquilidad y nuestro patrimonio, la experiencia de mi paso por él durante seis años, me enseñó que sí es posible implementar reformas y cambios que beneficien al país.

El COVID-19 ha puesto de presente los enormes retos que persisten en crecimiento, equidad y sostenibilidad. Me encantaría poder continuar aportando desde la política pública en reformas y políticas públicas que avancen en esos tres importantes objetivos.

REFLEXIONES

  • ¿Cuáles son tus pilares fundamentales?

Margareth, Isabella y Emma.

  • ¿Cuál consideras es tu mayor virtud?

Dos. La disciplina y el orden.

  • ¿Dónde quisieras estar en este momento?

En donde estoy, al lado de mi familia y como director de Fedesarrollo.

  • ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?

La sensación de que no todo es tan mal como lo pintan. Que, si bien Colombia tiene muchos retos, también hemos avanzado muchísimo en los últimos 30 años. Que es posible transformar vidas con un buen diseño de las políticas públicas. Y que todavía hay mucho trabajo por hacer.

  • ¿Cómo te gustaría ser recordado el día de mañana?

Como un colombiano que adoró a su familia y a su país.

  • ¿Cuál debería ser tu epitafio?

Hecho a pulso.