Luis Jorge Hernández

LUIS JORGE HERNÁNDEZ

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Soy muy sensible, tímido, amigable y perceptivo, me enfoco en desarrollar la capacidad de entender y ayudar a los demás. Reconozco la temporalidad de la vida, la veo como una posibilidad cierta. Me sorprendo a diario por el milagro de las cosas.

ORÍGINES FAMILIARES

RAMA PATERNA

Rescato la tenacidad de mi papá, Luis Alfredo Hernández. Siendo su familia campesina, de Viani, Cundinamarca, y él jornalero, como está consignado en su libreta militar, llegó sin nada a Bogotá.

Fue un hombre machista como los de su época, pero me dejó enseñanzas muy valiosas como ser persistente, no resentirme, no andar lloriqueando por la vida al considerar que esta no es para sufrirla. Su consigna era la de que uno escoge o no ser feliz, pensamiento luterano y no cristiano que concibe que vivimos para sufrir.

Leyó mucho, vivió siempre muy informado, le gustó hablar de personajes históricos. Fue suave en sus formas, trató muy bien a mis hermanas. Fue una buena persona.

Se formó como técnico en ascensores, de los primeros que hubo en la ciudad, y aprendió por correspondencia. Se vinculó a una empresa donde llegaba de traje y se cambiaba a overol. Fue testigo del 9 de abril. Construyó la casa en la que vivimos por mucho tiempo.

Lo admiré y le sigo reconociendo. Su figura paterna está permanentemente en mí, pero me enseñó a vivir sin depender de su existencia, el desapego, la despedida constante.

RAMA MATERNA

Mi mamá, Rosalba Flórez, siempre sonriente, tierna, muy sensible a todo, llevó muchos niños al amparo de la calle 13. Cuando murió una vecina que vivía con su hijo adolescente, fue quien la amortajó, la arregló, la dispuso. Mi mamá fue como un ángel sin alas.

Creció en un internado, sin núcleo de hogar, cursó su bachillerato en colegio de monjas y se casó cuando trabajaba en un almacén buscando salir de su casa por la presión que le generó el segundo matrimonio de su papá.

PADRES

Cuando se casaron mi papá tenía cuarenta años y mi mamá veinte. Siendo muy buenas personas entre los dos no se llevaron bien, no se hablaron, sus diferencias generaron insalvable distancia: ella una niña y él un mecánico sin educación. Llegaron a vivir a una casa que apenas se estaba construyendo y que tomó mucho tiempo terminarse.

Nunca compartimos la mesa juntos, tampoco salimos en familia. Mis papás se enviaban mensajes con nosotros: “Dígale a su papá tal cosa. Dígale a su mamá tal otra”.

Aprendí a no juzgarlos, a no recriminarlos, a entenderlos como personas de su tiempo. En ese momento no era bien visto que las parejas se separaran, la mujer debía permanecer en su casa al lado de su esposo.

INFANCIA

Tengo los mejores recuerdos de infancia. Vivimos en una casa grande donde compartí con mis hermanos Flor, Lucy, Consuelo y Nicolás. Nos acompañábamos mientras mis papás trabajaban.  

Creamos nuestro propio mundo porque no salíamos a la calle ni teníamos amigos de la cuadra, hacíamos representaciones, corríamos en el patio, oficiábamos misa simulada, pintábamos, dibujábamos.

Alguna vez me quedé con un antifaz durante todo el día para experimentar lo que Batman, me ahogué del calor, pero lo aguanté. Me puse el overol gris de mi papá y me sentí militar con insignias. Pero también me puse la ropa de mi mamá sin que eso indique nada distinto a una infancia desprovista de taras porque un niño, antes de los doce años, es asexuado, por eso las voces blancas, sin género.

Tuve una excelente relación con mis hermanas Flor, Lucy y Consuelo. Fui muy dependiente afectivamente de Flor y me dio muy duro cuando ella se fue de la casa porque se casó. Con mi hermano Nicolas compartíamos los vestidos y siempre admire su independencia y su buen humor.

ACADEMIA

Fue duro para mí iniciar el colegio, dejar la casa fue una pérdida de espacio terrible. El Claretiano de Bosa, de sacerdotes, era de muros altos, muy frío, lugar donde encontré niños violentos. En ocasiones hacíamos actividades con el Claretiano de niñas, pero no sabíamos relacionarnos con ellas. Alguna vez me dejó el bus y tuve que transportarme en el de las niñas, fue muy estresante, viajé en silencio.

Fui muy buen estudiante, representante del curso, obtuve uno de los resultados del ICFES más altos en un colegio retador intelectualmente, pero añoraba los viernes porque no veía la hora de llegar a casa.

DECISIÓN DE CARRERA

Me gustaban  todas las carreras, siempre fui buen estudiante, me fascinaba el derecho pero igual hubiera optado por ingeniería, al fin escogí Medicina, también muy estimulado por mi mamá. En últimas, la vocación se arma con el tiempo.

No me inscribí en la Nacional porque estaba en paro y así no terminaría nunca. Pasé en la Corpas, en el Rosario y finalmente me matriculé en la Javeriana. Como mi mamá quedó viuda a los cuarenta años, me tuve que ayudar para el pago de matrícula.

Si bien me desempeñé bien en la carrera y en la práctica, no quise hacer especialidad clínica.

Recuerdo que el padre Llano nos decía: “Olvídense del mundo, despídanse de él, rompan con él, pues ya son estudiantes de medicina”. Esto bajo el modelo Flexneriano, pedagogo norteamericano que se refiere a la consagración a la carrera, a diferencia de los estudiantes de hoy que no sacrifican vida personal, son selectivos, iconoclastas, no la sufren, no la viven como apostolado o noviciado, pero están ayudados por la tecnología y aprenden sin culpa.

Quise estudiar farmacología en la Nacional, pero en ese momento no contaba con el apoyo de nadie ni tuve becas ni información.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

Una vez graduado tuve que buscar empleo para ayudar a mi mamá, pero pude hacer el posgrado. Busqué en el periódico por avisos limitados y llamé cada vez que leía: “Se necesitan médicos”.

Me enganché al consultorio del doctor Navas, en Cruz Blanca haciendo consulta antes de la Ley 100. Trabajé en un centro médico en Funza, Cundinamarca. Gané trabajando al destajo y me fue bien.

Como director en la Clínica de los Comuneros coordiné partos, hice revisión uterina, legrados, apliqué anestesia y aprendí que el médico debe ser hábil en lo ambulatorio. Porque atendimos todo, pues no contábamos con mayores recursos. Alguna vez una paciente hizo un paro y corrimos para salvarle la vida, por fortuna lo logramos. Desde ese día optamos por no poner anestesia.

Atendí en geriátricos donde la familia invitaba al médico al funeral cuando el paciente moría. Un médico del San Ignacio, propuso que el doctor, antes de operar, comparta un almuerzo con la familia del paciente, esto con el fin de acercarlos y generar empatías.

Otro cambio que se está dando es el papel activo del paciente. En la Fundación Santa Fe se estableció el que un familiar asista a la ronda médica y prepare el caso, pero también que supervise al médico y haga observaciones sobre posibles fallas desde el no lavarse las manos, por ejemplo.

SALUD PÚBLICA

El arte del médico es hablar y escribir, y no lo sabemos hacer. Todos somos vendedores, vender es el principal recurso y la agenda pública está estrechamente ligada a este ejercicio que reconozco en su importancia y que hizo que me especializara en Salud Pública en la que aprendí a persuadir, a hacer agenda con otras personas, a posicionar ideas. En lo público doblemente breve mejor: se debe ser concreto, explícito, sintético.

Un aspecto es la medicina personalizada en la relación médico-paciente, otro la colectiva que se refiere a la salud pública preventiva en la que se busca mejorar la calidad del aire, la seguridad alimentaria, física, actividades de ocupación de tiempo libre, sexualidad. Para lograrlo se debe hablar con otros actores del sistema de salud, con el alcalde, con el personero, con el ciudadano, con los padres de familia.

Salud no es solo tener hospitales y clínicas, sino también prevenir la enfermedad. El doble reto del médico es dedicarle tiempo al paciente y ser salubrista.

No nos corresponde demonizar a las corporaciones con intereses particulares, sino trabajar con ellas para que se alineen con los temas de prevención de la salud pública. Para esto se debe gestionar en el nivel bioético, que no es retórico, sino deliberativo. En el argumentativo no se logran resultados, en el bioético se trata, no de imponerse, sino de entenderse activando niveles éticos. Por supuesto, la presión social ayuda.

El jefe de salud del municipio es el alcalde, no el director del hospital. No tiene bata blanca, como los salubristas, pero no por eso dejamos de ser médicos. La bata blanca es un símbolo de poder que genera miedo, pero es un lenguaje simbólico de la antigüedad que indica salud.

INSTITUTO DEL SEGURO SOCIAL

Después de haber sido director científico de la Clínica Avenida Sexta y de haber atendido pacientes privados, trabajé con el Seguro Social en salud pública.

SECRETARÍA DE SALUD

Estuve trece años en la Secretaría de Salud donde hice carrera y llegué muy alto, fui director de vigilancia, empleado de planta. Pero sabía que debía retirarme porque, precisamente, uno debe irse cuando está en su mejor momento.

DOCENCIA

Siempre me gustó la docencia. Dicté cátedra en la Universidad Militar, en la Nacional, en el Rosario. En el 2011 surgió una convocatoria en la Universidad de los Andes, momento en el que consideré que era tiempo de dejar el sector público y dedicarme a la docencia. Me presenté al concurso que fue muy competido, y pasé.

Extraño el sector público por la acción, el dirigir un programa, pero incido en la agenda pública desde la Universidad. Así como enseño, aprendo de mis alumnos. Soy un facilitador, un motivador.

Considero que el profesor debe saber más, brindar un currículo expreso, pero también uno oculto que es clave y que está referido al comportamiento, a la moral, a los valores. Un profesor no puede hacer comentarios ligeros ni faltar a la ética, debe ser un ejemplo de vida.

Pienso que uno debe ser docente cuando ya tiene una trayectoria, no creo en los profesores que nunca han salido de la universidad. Se transmite, no solo a los estudiantes, sino a las siguientes generaciones desde estos en una relación filial, cósmica, que no se rompe nunca.

Estar como Profesor Universitario en una universidad como los Andes, ha sido un reto diario para mi y reforzado que ser buen profesional y buena persona deben ir de la mano.

PROYECTOS

Ahora estoy terminando mi maestría en Bioética en la Javeriana, ya presenté el proyecto de grado. Me encanta estar aprendiendo. También quisiera hacer una maestría en Historia y seguir influyendo en la agenda pública.

FAMILIA


Me casé mayor, a los cuarenta y cinco años, con Libia, médica veterinaria. Tenemos dos hijos: Sara Lucía de dieciséis años y Jorge Andrés de trece. He aprendido más como salubrista siendo papá que en mi ejercicio como médico y he sabido que todas las edades son difíciles. Esta es una relación eterna que supera la muerte.

De mi matrimonio con una persona maravillosa he aprendido como decía Garcia Marques que es una “Conversación que dura toda la vida”.

REFLEXIONES

No soy amigo de mis hijos ni lo fui de mis papás. El rol debe ser muy claro.

No todos somos buenos para todo, por lo tanto, debemos cultivar inteligencias diversas.

La época de la universidad es de definición vocacional, pero también de ubicación laboral.

La virtualidad ha sido muy traumática para los estudiantes de hoy.

Desarmar las palabras es el primer requisito para la paz. El lenguaje es relevante, hay que saberlo usar y con él brindar esperanza.

Necesitamos referentes éticos. No puede haber vicios privados, la virtud es tanto pública como privada.

Las reuniones más difíciles no son con el gremio científico, sino con la comunidad, que lee, que no traga entero, que no tiene el paradigma del poder y que pregunta cosas que uno no espera.

Es importante cultivar buenas relaciones.

He aprendido a reconocer mi propia mortalidad, yo no pensaba en la muerte, pero me ha hecho más sensible a las cosas de la vida.

  • ¿Le teme a la muerte?

Para nada, no le temo a la muerte, pero sí a la “moridera” y a lo que uno dure muerto, como decía Diomedes Díaz. Nacemos para morir, es parte del ciclo vital. No soy religioso, pero sí creo en el más allá.

  • ¿Qué es el tiempo en su vida?

Es el principal recurso, el mayor patrimonio, pero se agota. Es la oportunidad de estar con otros, de ser mejor porque nadie se realiza a través de uno.

  • ¿Cuál es el sentido de su existencia?

Ser feliz, ayudar a los otros. Es la oportunidad de perfeccionarse como persona para trascender como polvo de estrellas.

  • ¿A qué le teme?

A la incertidumbre, a los desastres naturales, al dolor de la gente, a perder a las personas. Como la señora que estuvo en los campos de concentración que dijo que le temía a morir porque la vida es lo único que tenemos.

  • ¿Qué lo frustra y cómo vence la frustración?

Me frustra no realizar mis proyectos. También la ingratitud, la soberbia, el individualismo, la falta de honestidad del otro, la gente que quiere descollar a través de los demás.

Pero se deben generar barreras para no afectarse porque el 80% de las personas apuesta a que uno fracase en lo que hace. Es un reto aceptar esa realidad y desearle el bien a quien no lo quiere para uno.

  • ¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como una buena persona, caritativa, sencilla, que enseñó algo.

  • ¿Cuál debería ser su epitafio?

Me gusta lo consignado en La Vorágine por José Eustasio Rivera: “La selva se los comió a todos”.

Pero también: “Les dije que estaba enfermo”.

“Somos polvo de estrellas y estamos aquí de paso para ser mejores”.