Jaime Humberto Tobar

JAIME HUMBERTO TOBAR

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy un ciudadano que vive muy feliz y que ha tenido la fortuna de haber contado con grandes oportunidades. Me gusta estar en familia y soy muy amiguero; por eso, mi casa suele ser el centro de reunión. Tengo gran sensibilidad social. Soy muy sentimental y leal, también acelerado, impulsivo (aunque se me pasa rápido), y jugador competitivo.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Gregorio Tobar Collazos, mi abuelo paterno, era oriundo de Acevedo, Huila. No lo conocí, pero me cuentan que fue una persona muy trabajadora, campesina. Se hizo a pulso y logró tener buenas extensiones de tierra y cabezas de ganado. Me cuentan que, sin ser profesional ni abogado, fue juez en su pueblo. Mi abuelo murió muy joven y, como casi siempre sucede, la situación económica de la familia desmejoró.

María Antonia Rojas, mi abuela, a quien tampoco conocí, fue ama de casa y se dedicó a sus ocho hijos. Algunas de sus historias resultan asombrosas, otras divertidas, unas trágicas, y darían para conversar durante muchas horas.

Rodolfo Tobar Rojas, mi papá, fue un hombre amable, buena vida, honesto, muy trabajador, de carácter relajado, responsable, a quien le gustaba la parranda, el baile y tomarse sus tragos. Una vez graduado del colegio trabajó durante treinta años como gerente de oficina del Banco de Bogotá, donde se pensionó; inició su vida laboral en Pitalito, Huila, luego estuvo en Facatativá y más adelante en Bogotá.

RAMA MATERNA

La familia de mi mamá es de La Plata, Huila. A mi abuelo, Antonio Ordóñez Ricaurte, lo recuerdo muy vagamente sentado en su sillón con su pelo absolutamente blanco. Lo conocí a mis tres años cuando vivíamos en Facatativá.

Josefina Ramírez, mi abuela, a quien no conocí, se dedicó a su esposo y a sus cuatro hijos. También ayudó en el hotel que fundaron en San Agustín, conocido como el Hotel de las Ordóñez.

Benilda Ordoñez Ramírez, mi mamá, fue una mujer extraordinaria, muy templada, estricta, fuerte, aguerrida, insistente en lo que se proponía, absolutamente echada para adelante. Siendo niña la trajeron a estudiar su bachillerato en un internado de Bogotá. Regresó a Pitalito donde conoció a mi papá: muy rápidamente se casaron.

Unos meses después de mi nacimiento mi mamá empezó a trabajar en el Tribunal Superior de Facatativá como auxiliar de magistrado. Cuando ese Tribunal se cerró, siguió trabajando en el Tribunal Superior de Bogotá. Desde allí ayudó a jóvenes de Pitalito para que pudieran trabajar de día y estudiar de noche: muchos de ellos se convirtieron en excelentes profesionales.

SUS PADRES

Mis papás se conocieron en Pitalito, Huila. Se casaron y tuvieron cinco hijos de los cuales soy el menor: Luz Ángela, es trabajadora social; Gloria Elsy, es economista; Martha Cecilia, química farmacéutica, falleció en diciembre de 2017; Fernando, ingeniero mecánico; y yo, que soy abogado. Somos muy unidos y tratamos de compartir por lo menos una vez a la semana.

Mi mamá fue muy exigente, mientras que mi papá era más relajado y quien tuvo la responsabilidad económica de la casa. Sus ingresos alcanzaban para que pasáramos vacaciones de Semana Santa, mitad de año y diciembre. Nunca pudimos salir de puente de fin de semana, pues las condiciones económicas lo impedían.

Compartíamos en familia alrededor de la mesa, especialmente en las noches y fines de semana. Son inolvidables los desayunos de los domingos cuando no faltaba el hígado encebollado, las mazorcas de choclo y el huevo. Con mis papás hablábamos de muchas cosas, entre otras de política. Él era de una familia conservadora que sufrió la época de la violencia, y mi mamá de familia liberal.

En el barrio Palermo tuvimos una casa grande que siempre acogió a familiares y amigos, algunos como visitantes y otros como residentes. El punto de reunión era el comedor, donde con mis hermanos y nuestros amigos pasamos todos ratos alegres alrededor de la comida y de los juegos de mesa. Mis papás fueron muy solidarios, entre otras actividades, fueron cofundadores de la Fundación Amigos de Pitalito y de la Fundación de Amigos de Acevedo. Recuerdo que para la Fundación Amigos de Acevedo mandaron a elaborar un bronce de José Acevedo y Gómez, El tribuno del pueblo, que permaneció algunos días en la casa, y siempre expresé que se parecía mucho más a mi papá.

INFANCIA

Fui el consentido de mis papás y de mis hermanas, quienes dicen que yo era un “gamincito”  chiquito que las molestaba. Resulta que ellas tenían que respetar los horarios de estudio con espacio asignado a la visita del novio. Como mi hermano y yo vivíamos en la calle jugando bolitas, si las veíamos con los novios en horario de tareas teníamos dos posibilidades: poner la queja y molestarlas o pedirles que se “bajaran” de alguna cosa; creo que aún están en deuda. Esto por no hablar cuando mi hermano se escondía durante las visitas detrás del sofá y alertaba cuando había un beso a la vista.   (risas).

Con mi hermano tuve relaciones un poco distantes durante la infancia. Luego él maduró (risas) y nos volvimos los mejores amigos.

ACADEMIA

Estudié en el Colegio Champagnat, de curas maristas, con compañeros muy queridos, con los cual aún nos reunimos y rememoramos nuestras locuras.

Fui muy deportista. Iba a la Unidad Deportiva de El Salitre. Participé en la liga de tenis de mesa. También jugué tenis, basquetbol y voleibol en el colegio. Como la jornada iba de siete de la mañana a una y media de la tarde, una vez en la casa salía a jugar con los amigos del barrio o iba a El Salitre.

Fui menos buen estudiante que mi hermano, pues aun cuando pasaba las materias, no tenía las mejores notas. Conté con la ventaja de que a mi hermano le iba muy bien en sus estudios; entonces, asumían que mi rendimiento era tan alto como el suyo, y yo me pegaba de esa fama.

Mi mamá, como auxiliar de magistrado, me invitaba a que la acompañara a su oficina. Como yo era tan chismoso, leía las providencias que me parecían muy buenas historias. Providencia que empezaba, providencia que terminaba, pues quería saber en qué terminaba la historia. Así me empezaron a gustar muchos los temas de Derecho.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

En algún momento, terminando bachillerato, quise estudiar Odontología, pues en esa época me estaban haciendo algún trabajo de ortodoncia y mi odontólogo era de lo mejor, extranjero, súper profesional; pero también me gustaba el Derecho, que fue la carrera a la que termine aplicando.

Una vez terminé el colegio me presenté a la Universidad del Rosario, al Externado y a la Universidad Nacional. Pasé en todas, pero me decidí por el Rosario, pues me quedaba más cerca: no tenía carro y debía desplazarme caminando. El problema de la Nacional eran los paros que hacían interminable la carrera y para llegar al Externado, era un trote muy fuerte (risas).

En ese entonces, 1981, el Rosario era una universidad muy pequeña, su rector era Álvaro Tafur Galvis. Comencé muy joven, a los dieciséis, y me gradué a los veintiuno. Esto tiene ventajas, pero también desventajas.

Como desde chiquito me han gustado las agremiaciones, participé en el Consejo estudiantil. Algún día fuimos a hacerle cualquier observación al señor rector, seguramente no me expresé en los mejores términos, entonces el señor rector me sacó de su despacho por irrespetuoso. Por fortuna estaban presentes algunos colegiales que calmaron los ánimos. Hago un paréntesis para mencionar que el año pasado coincidimos los dos como árbitros en un caso, pero creo que él no recuerda esta anécdota. Álvaro Tafur es alguien a quien respeto, maravilloso abogado, excelente persona, solo que en ese entonces yo estaba muy joven.

En primer año resultaba muy complicado perder alguna materia, pues el colador era muy grande. Empezamos ochenta y terminamos no más de cuarenta estudiantes.

Como tenía habilidad para temas económicos, en el examen de economía, o quizás de economía política, le ayudé a una amiga que estaba enredada con la nota y si no aprobaba la sacaban de la Universidad. Cuando elevé la mirada me encontré con el profesor que me anuló el examen.

En esa época no se podía sacar menos de dos en un final y su anulación implicaba una nota de cero. Tuve que habilitar y en el examen no me fue tan bien, casi pierdo la materia. Recuerdo que Sergio Calle hizo la revisión y lo pasé raspando. Hoy Sergio preside la Asociación Rosarista, de la que soy miembro de Junta.

Muy parecido a mi comportamiento en el colegio, pasaba las materias y era muy juicioso en asistencia: me sentaba siempre en la misma mesa. Me gustaban las lecturas que hacíamos, me enseñaron a conocer la aplicación e interpretación de la ley.  En las notas de jurisprudencia me fue maravillosamente bien, ayudaron a elevar mi promedio y me permitieron acceder a una beca que exigía un promedio superior a 4.2 sobre 5.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

FUNDACIÓN JURÍDICA COLOMBIANA

Cuando cursaba segundo año de Derecho le pedí a Martha María Villaveces de Ordóñez, que me permitiera ir a su oficina a leer los temas jurídicos de su despacho, pues, además del chisme, me gustaba el ejercicio práctico.

Martha María, a quien admiro, era profesora auxiliar de Luis Carlos Sáchica (constitucionalista muy importante, reconocido en el ámbito jurídico, maestro), y esposa de un alto funcionario del llamado Grupo Grancolombiano. A través de ella entré a la Fundación Jurídica Colombiana, que hacía parte de este Grupo, quedaba en la calle 34 con carrera 16.

FUNDACIÓN OSPINA PÉREZ

En tercer año, y gracias a la Facultad y a mis habilidades en mecanografía comencé a trabajar junto con otros cuatro compañeros en la Fundación Ospina Pérez. Nos pagaban muy bien, creo que, como dieciocho mil pesos, y debía cumplir veinte horas de trabajo a la semana.

La Fundación manejaba todo lo relacionado con la legislación ambiental en Colombia, pero un año más tarde el Congreso de la República la dejó sin presupuesto. Cuando nos informaron que no podíamos continuar trabajando porque no contaban con recursos para pagarnos, nos fuimos los cinco al Cream Helado, de la calle treinta y dos, a calmar nuestra pena.

JUZGADOS

Después de esto, y gracias a mi mamá, me vinculé a dos juzgados, el 16 y el 29 Civil del Circuito de Bogotá. Yo asistía en las tardes, pues me quedaban muy cerca de la Universidad. Aquí tuve total flexibilidad en los tiempos.

Me dediqué a proyectar procesos. Hablaba con el juez para recomendarle decisiones y hacerle ver detalles que a la larga resultaban importantes. Además, atendía público, muy consciente del servicio que se debía prestar a los usuarios.

Una tarde cualquiera vi entrar al Juzgado 16 Civil del Circuito a Carlos Gilberto Peláez Arango, en ese entonces secretario general de la Universidad del Rosario. Me acerqué, me presenté como estudiante, le pregunté qué se le ofrecía, lo invité a mi oficina, saqué el expediente que requería y le ofrecí tinto.

INVERSIONES DELTA BOLÍVAR

Cuando estaba por terminar quinto año de Derecho, el doctor Peláez me dijo: “Hay una posibilidad de que trabajes con mi esposa en Inversiones Delta Bolívar, del Grupo Bolívar”.

Fue así como me vinculé al área jurídica que era liderada por Adriana Ortiz Ángel, una mujer trabajadora, linda, encantadora, con quien trabajamos fuertemente, hasta cuando ella decidió retirarse, momento en el cual me nombraron en su puesto.  

A partir de ese momento asumí las funciones de secretario general y director jurídico, sin haberme graduado. Gracias a la generosidad de todo el equipo directivo que confió en mi capacidad, pude afrontar todos los retos con mucho éxito, a pesar de los múltiples problemas que se tenían. 

Al comenzar, mi primer jefe fue Juan Manuel Medina, de altísimas competencias profesionales y personales, venía de ser vicepresidente del Banco de Bogotá. De él aprendí a tomar decisiones. Me decía: “Muy buena tu decisión. Sin embargo, la próxima vez podrías tener en cuenta A, B y C. Pero si no hubieras tomado esa decisión, hubiera sido peor por esto, esto y esto”. Esta lección me ha servido mucho en mi ejercicio como profesional y como árbitro.

Juan Manuel Medina fue reemplazado por Efraín Forero, quien, hasta ese momento, estaba en la gerencia administrativa de Seguros Bolívar. Efraín, ahora como presidente de Delta, me reclamó por no haberme graduado y me explicó la importancia de hacerlo. Me concedió tres meses para que presentara los preparatorios. En enero de 1988 obtuve mi grado de abogado. 

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES – MADRID

En algún momento tomé la decisión de estudiar en el exterior. Como sabía que no era de buen recibo pedir licencias, renuncié a mi cargo. Le dije a Efraín: “Cuento con una beca del Centro de Estudios Constitucionales de Madrid y decidí usarla”. Me contestó: “Jaime, me parece maravilloso que te vayas, lo único que no me gusta es que renuncies. Te voy a hacer una propuesta. Te voy a dar una licencia remunerada medio tiempo mientras estudias, pero con la condición de regresar”. Me gané la lotería con esto: no perdí el puesto, iba a recibir ingresos y contaba con la beca (setenta y cinco mil pesetas de la época, porque no existía el euro). Además, vendí mi carro. Era 1989, conocí Europa, comí bien y me di la gran vida siendo nuevamente estudiante y sin mayores compromisos.

Además del Derecho Constitucional, me ha gustado el Derecho Privado en el que había ejercido. Entonces complementé mis estudios con Derecho Comparado y no tuve que pagar una alta matrícula por mi condición de becado por el Estado español. Así, en las mañanas estudiaba Derecho Comparado en la Universidad Complutense y en las tardes Derecho Constitucional y Ciencia Política en el Centro de Estudios Constitucionales.

Viví muchas anécdotas como la de cuando tuve que ir al metro Ópera, sitio más cercano del Centro de Estudios. Pregunté qué línea tenía que tomar, me dijeron que la dos. Esperé por media hora hasta que decidí preguntar cuándo pasaba. Resultó que, en la dos, me servía cualquier metro.

Viví en la zona universitaria de Madrid, en el Colegio Mayor de Nuestra Señora de Guadalupe, muy reconocido. Mi primera impresión fue la de que me habían enviado a un convento. Mi cuarto tenía una camita, un escritorio y un lavabo (lavamanos), pero no había baño, tampoco teléfono. Contaba con las tres comidas, arreglo de habitación y lavado de ropa.

Estando allá asistí a obras de teatro, hice parte del coro y los fines de semana, cuando no parrandeábamos, salíamos a esquiar a Navacerrada, muy cerca a Madrid o hacíamos algún recorrido turístico. Los del coro asistimos a la celebración de los quinientos años del descubrimiento de América y recorrimos un número importante de pueblos españoles. Durante ese año estreché lazos de amistad con personas de diferentes nacionalidades con las que creamos vínculos que aún conservo.

Pensé en ampliar mi estadía en España para continuar los estudios en Derecho Comparado. Sin embargo, decidí cumplir con mi compromiso de volver a trabajar en Delta Bolívar. Cuando regresé Efraín Forero había sido nombrado en la Presidencia del Banco Davivienda (no muchos años después se fusionaron Delta y Davivienda).

DELTA BOLÍVAR II

Regresé al mismo cargo, donde me encontré a mi nuevo jefe, Roberto Holguín, hijo de Carlos Holguín Holguín. Le pedí que me liberara de la obligación de seguir trabajando en Delta. Muy serio me dijo que se sentía muy contento con la persona que estaba ocupando mi cargo (Juan Manuel Camargo), que a mí no me conocía, pero que la Junta Directiva de Delta me estaba esperando. Me invitó a que nos conociéramos y ensayáramos nuestros estilos por tres meses a ver cómo nos iba.

Pasado ese tiempo me nombró secretario general y gerente jurídico, lo que me brindaba unas condiciones superiores: mejores ingresos, almuerzos especiales en la zona de gerentes, servicios adicionales. Le estoy muy agradecido a Roberto por su amabilidad y por sus enseñanzas.

A Roberto no le gustaba que la gente se fuera. Discutimos por eso en los comités de gerencia, yo consideraba que debían permitirle movilidad a la gente que buscaba mejores oportunidades de vida. Resulta que eso me ocurrió a mí cuando recibí una llamada de una firma de abogados para que me vinculara a trabajar con ellos.

Esta llamada me sonó bien. Entonces acudí a Roberto para que le preguntara a su papa su opinión sobre la gente de Baker & McKenzie. Al día siguiente me dijo: “¡Le pregunté a mi papá y me dijo que los tipos son buenísimos!”. En ese momento le conté: “Es posible que me vaya para allá”.

Cuando me retiré, recibí una llamada de José Alejandro Cortés, presidente del Grupo. Me dijo: “Dime qué problema tuviste, por qué te vas a ir”. Me invitó a quedarme y a crear la Fiduciaria Davivienda que en ese momento no existía. No pude aceptar dado que, sin tener conocimientos de administración ni de ingeniería industrial, el reto sería muy complejo.

La familia Cortés y quienes fueran mis jefes, se convirtieron en mentores y amigos. Todos, siempre, han sido muy amables conmigo. Me han permitido participar en juntas de algunas sociedades de su propiedad y he sido abogado de Davivienda en algunos procesos.

BAKER & McKENZIE

En Baker & McKenzie entré a trabajar como abogado asociado senior, con mucha proyección, porque es una oficina que ofrece todas las posibilidades de crecer. El reto fue grande, y me enseñó muchas cosas: aprendí a ser organizado, a manejar el tiempo, a gestionar contactos internacionales, a relacionarme con clientes, a administrar los asuntos del área encomendada.

En Baker & McKenzie trabajé por dieciséis años y terminé siendo socio del área de litigios donde tuve la oportunidad de atender casos muy famosos. Recuerdo, por ejemplo, un proceso entre Pizza Hut que en ese momento era de PepsiCo Inc y Pizza Hut, duró veinte años e involucró temas de derecho marcario, penal, de competencia. Finalmente se terminó con una transacción, cuando ya era socio del área de litigios. Atendimos tantos procesos que serían imposibles de reseñar.

TOBAR ROMERO ABOGADOS

En el 2007 tomé la decisión de irme a algo más pequeño. Quise trabajar menos y ganar más, aunque creo que salió al revés (risas). No es cierto, me ha ido muy bien, y hoy puedo decir que fue una magnífica decisión.

Tres socios abrimos oficina que inicialmente se llamó Tobar, Romero, Trejos. Pero, por la muerte de Silvio Fernando Trejos, quedamos únicamente con el nombre de Tobar y Romero.

Rafael Romero, mi socio, fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia, trabajó durante treinta años en la rama judicial. Silvio Fernando Trejos fue presidente de la Corte Suprema, pero tuvimos la poca fortuna de contar poco tiempo con él pues, a menos de seis meses del iniciar nuestro emprendimiento, falleció por cáncer. Todavía lo lloramos porque fue un ser excepcional en lo jurídico, en lo personal, un amigo de inmejorables condiciones.

Los primeros meses fueron complejos, pero nunca faltó el mercado para la casa. Trabajamos mucho, no me quejo, todas son experiencias memorables que hacen que me sienta muy contento con el ejercicio de la profesión. En mi casa me dicen que soy abogado para todo, desde que me levanto hasta que me acuesto.

En la oficina atendemos principalmente dos grandes temas. Uno es el arbitraje. He podido trabajar en más de ciento veinte trámites arbitrales, como parte o como árbitro, algunos de ellos de mucha exposición pública. Como ejemplos, participamos representando a Comcel en el tema de la reversión de activos de telefonía celular; a Transgas de Occidente en la disputa con TGI por la reversión del gasoducto entre Mariquita y Cali, la disputa entre Coca Cola y  Hamburguesas del Corral por la terminación del contrato de suministro y como parte del panel arbitral en las disputas entre CNR y Consorcio Minero del Cesar: la discusión entre Hidroituango y EPM; las disputas entre las compañías de seguros y el Banco de la República; entre Azteca Comunicaciones y el Ministerio de Comunicaciones; y las disputas entre el Consorcio PMO y el Metro de Bogotá.

El segundo gran tema que se maneja en la oficina es el del derecho de la competencia, donde hemos representado a importantes clientes como el Banco Santander, Holcim, Suzuki, Sanofi, Productos Familia, Grupo Bios, Corficolombiana, entre otros.

CONJUEZ

Siempre quise ser juez estatal, como magistrado de la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia o magistrado de la Corte Constitucional, pero no lo logré. Perdí en los intentos en los que participé.

Gracias a la generosidad de varios magistrados, hoy hago parte de la lista de conjueces del Consejo de Estado y de la Corte Constitucional. Es un orgullo y una forma de participar como juez, de manera muy excepcional, en los casos en que me convocan.

COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS

Adoro el Colegio de Abogados Rosaristas. Conté con dos personas que me impulsaron en él. Juan Rafael Bravo Arteaga, un ser humano maravilloso, profesional, es el faro de todos, a quien debemos que seguir por su calidad humana, por sus costumbres, por su forma de ser. Álvaro Mendoza Ramírez, profesor del Rosario, quien se alejó de nuestra Universidad para vincularse a la Universidad de la Sabana donde fue decano y rector, quien también fue presidente del Colegio de Abogados Rosaristas y una persona que siempre estuvo atento al desarrollo de nuestro querido Colegio. Ellos dos, junto con Germán Valdés, ostentan la orden al mérito Camilo Torres.

En el Colegio de Abogados Rosaristas fui coordinador de tertulias y seminarios. Fui tesorero, vicepresidente y presidente en varios períodos. He recibido todas las distinciones que muy amablemente me han otorgado, como el de miembro honorario.

Siempre me han gustado los temas académicos y por ello me encuentro vinculado con varios Colegios. Soy miembro y expresidente del Colegio de Abogados Comercialistas; miembro del Instituto Colombiano de Derecho Procesal; miembro fundador del Comité Colombiano de Arbitraje; miembro honorario del Comité Colombiano de Administrativistas. Estoy en la Junta del Comité de Derecho Procesal del Instituto y recientemente he sido nombrado miembro correspondiente de la Academia Colombiana de Jurisprudencia.

Quizás mi huella en el Colegio de Abogados Rosaristas está en lo académico y en la prestación de servicios a nuestros colegiados. Busqué que fuéramos autosostenibles económicamente y lo logramos a través de nuestros seminarios. Trabajé para ampliarnos en la prestación de servicios a nuestros colegiados, impulsando servicios como el de bolsa de empleos, convenios para descuentos y tantos otros. En la celebración de los treinta años de nuestro Colegio, hicimos una actividad cultural con Martha Senn y Valeriano Lanchas en el Teatro Julio Mario Santo Domingo, con la asistencia de cerca de seiscientas personas.

Quienes nos han reemplazado son personas maravillosas que han seguido el legado de los fundadores. La sangre nueva se hace evidente en su gestión, como nuestro actual presidente, Ricardo Medina, quien fue el mentor de estas entrevistas y que, además, es nuestro ahijado de matrimonio.

Los lazos de hermandad en nuestro Colegio nos han permitido conocer seres especiales, inmejorables, maravillosos, muchos de los cuales nos honran hoy con su amistad.

FAMILIA

Mi vida familiar es lo mejor de mi existencia, me proporciona mucha felicidad, es el sueño cumplido. Tenía referentes de familia y hoy estoy disfrutándola. De repente me faltaron más hijos.

A María Stella Herrera, mi esposa, abogada rosarista, la conocí en Baker & McKenzie. Se ha dedicado por completo a sus hijas: sacrificó gran parte de su vida profesional por la familia, algo que le reconozco y agradezco. Con las hijas ya más grandes, retomó su actividad y actualmente trabaja en el Consejo de Estado manejando temas muy interesantes como el control de providencias. Es correctora de estilo jurídico para providencias judiciales y es una lectora empedernida.

Cuando nos íbamos a casar, nos enteramos de que los acudientes de mi mamá en Bogotá, cuando estaba interna, eran los abuelos de María Stella. Uno de los hermanos de la abuela vivía en San Agustín y se la habían recomendado. Lo supimos cuando mi suegro escuchó a mi señora mencionar el nombre de mi mamá.

Tenemos tres hijas. Catalina es abogada rosarista, trabaja en el Consejo de Estado, y se especializó en Derecho Administrativo en la Universidad Javeriana. Es muy pila y quien me ayuda en todo, salvo en la oficina. No le gusta la sombra del apellido, pues quiere construir su propio nombre.

María Paula es psicóloga, rumbera, buena vida, trabaja en Hays, un head hunter internacional Es un amor de persona.

La menor, Sara es un personaje. Creímos que nos iba a hacer las vueltas y nos tiene a todos haciéndole las vueltas a ella. Está terminando su bachillerato. Su pregrado lo va a estudiar en el Instituto de Empresas – IE de Madrid.

A todos nos encanta viajar y el plan de restaurantes, porque somos comedores empedernidos.

CIERRE

Creo que he hecho la gran mayoría de las cosas que me he propuesto. He sido un beneficiado de la vida, tanto en el aspecto personal como profesional y familiar. Soy católico y doy gracias a Dios todos los días por su ayuda y la presencia de tantos mentores que han hecho que este camino, recorrido con esfuerzo y dedicación, pueda ser mirado retrospectivamente con alegría.