Germán Valdés

GERMÁN VALDÉS

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy abogado del Rosario. He sido litigante, funcionario judicial, docente durante cincuenta años en distintas universidades y cuarenta y siete en mi alma máter.

Mi carácter es tranquilo, soy pausado, trabajador, amante del deporte: jugué fútbol en las inferiores de Millonarios y de Santa Fe, también hice parte de la selección juvenil de basquetbol del Distrito; actualmente camino y hago spinning. Me encanta la lectura: uno de mis  hobbys es encontrarles errores a los libros, les he encontrado en el 90% de ellos, aún en libros de los más reputados escritores, y leo dos o tres cada mes. Confieso que detectar esos errores me alegra.

Mis obsesiones son el trabajo y el tiempo, es decir, soy riguroso en el manejo del tiempo y muy dedicado a trabajar aún a mis setenta y cinco años.

Amo los animales: convivo con tres gatos en mi casa, con perros, gatos, gansos, gallinas en la finca de Zipaquirá y con dos loras libres y un par de tortugas en Anapoima, esto sin contar la cantidad de pájaros que nos visitan en esas fincas.

Tengo una familia estable con la que me gusta compartir. Me he casado dos veces, del primer matrimonio, que duró seis años, tengo dos hijas maravillosas; del segundo, que cuenta treinta y cinco años, tengo un hijo extraordinario.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Me siento más ligado a la rama paterna, oriunda del Líbano, Tolima. Roberto Valdés Vidales, mi papá, es una figura muy presente en mi vida, aún hoy, aunque murió hace más de cuarenta años. Fue hijo de Isaías Valdés y de Dioselina Vidales. Mi abuelo murió por una caída de una mula mientras viajaba, cuando papá tenía cuatro años. Mi abuela se trasladó a Bogotá, donde murió de cansancio, pues trabajó de lavandera para sostener a su familia, lo que aparentemente la agotó, esto cuando papá tenía catorce años.

Siendo el hijo mayor, papá se encargó de su vida y de la de sus tres hermanos. Comenzó a buscar trabajo y lo encontró como portero de un juzgado. De papá creo haber heredado esa vocación por el trabajo, porque siempre lo vi trabajando, incluso cuando llegaba a la casa. Papá fue ascendiendo, llegó a ser abogado y contador, por lo que se desempeñó especialmente atendiendo aspectos tributarios. Previamente había ocupado varios cargos, fue inspector de policía y tuvo un cargo como procurador especial.

Trabajó con el Estado en la oficina de extranjería, pero en la dictadura de Rojas Pinilla, en el año 55, le pidieron que hiciera algo que a él no le pareció correcto, se negó y obviamente lo sacaron. Como quedó sin trabajo, abrió su propia oficina ayudado por varios de los extranjeros a los que había ayudado, entre ellos algunos judíos alemanes que luego fueron sus clientes. Esa oficina la tuvo hasta su muerte, la que ocurrió cuando contaba sesenta y cuatro años, y fue ocasionada por un cáncer de vías digestivas.

RAMA MATERNA

Mis abuelos maternos fueron Eugenio Sánchez y Adelina Torres. A mi abuelo sí lo conocí pues murió de noventa y un años, no así a mi abuela quien murió antes de que yo naciera. Mamá se llamaba Orosia Sánchez Torres, le decían Oritos, pues sonaba mejor. De recio carácter. Se dedicó de manera organizada al cuidado de su hogar y al mantenimiento de su casa, porque fue rigurosa en cuanto al aseo y el orden.

CASA MATERNA

A mis papás los presentaron unos amigos. Tuvieron un noviazgo algo extenso. He visto cartas que se cruzaron en las que se mostraban muy afectuosos, sobre todo mi papá. Papá, como es fácil colegirlo, proviene de una familia sencilla; mamá, de una más sencilla todavía, de Bogotá. En casa de mis abuelos maternos iban abriéndole cuarto a todos los que se iban casando, pero papá no quiso eso y con mi mamá resolvieron salirse.

Inicialmente vivió con mamá y mis hermanos mayores en arrendamiento en el centro de Bogotá, donde nací. Cuando tenía algo menos de un año, en el año 48 o 49, papá resolvió construir su casa en lo que eran los extramuros de la ciudad, calle 76 carrera 20, que en esa época quedaba muy lejos. Bogotá solo llegaba hasta el Parque Nacional más o menos. Sin duda en esa decisión hubo algo de aventura, pues me cuentan que nos pasamos sin terminar la casa y sin servicios públicos.

Me cuentan también que fue difícil el primer tiempo y que hubo una anécdota simpática: tenían una empleada del servicio, una mujer grande, fuerte, quien una noche que oyó un ruido, recibió a palo a un tío que llegó a visitar a mamá. A falta de luz, usaban velas, y no tenían vecinos. A la muerte de papá, en el año 79 y estando los hijos ya casados, conseguimos una casa al lado de la de mi hermana, que a su vez era al lado de la mía, para tener a mamá cerca.

Fui el menor y el más inquieto de los tres hijos. Roberto, el mayor, fue abogado, un hombre muy recto, definido. Escribió varios libros sobre transacción y conciliación. Se casó. Tuvo dos hijas, María Paula y Ana María. Murió hace diez años.

María Consuelo estudió arte y decoración. Es de temperamento suave, angelical, conversadora hasta el punto en que en ocasiones me agobia, pero es prudente y sabe cuándo terminar las conversaciones. Está casada con Luis Carlos Palacios y son padres de Carlos Andrés, Camila y Manuela.

Con mi hermana tuve un nexo muy estrecho en la infancia, luego fui cómplice de sus primeros noviazgos. Roberto era más serio y distante, me llevaba siete años que a esa edad es mucho tiempo, pero en todo momento fue muy protector.

Siempre fuimos los tres muy unidos, aunque nos hubiéramos casado, pues mantuvimos un nexo muy fraternal, expresivo de sentimientos. Con mi hermana me reúno, no tan seguido, pues soy muy dado a encerrarme a trabajar o a leer.

El almuerzo y la cena fueron sagrados en la casa paterna, eran los momentos para reunir a la familia y compartir el día a día. El almuerzo era generoso. Se tomaba jugo, sopa, se comía seco y postre. Este espacio lo disfrutábamos mucho hablando de los amigos, comentando los sucesos de los colegios, en fin, lo que nos sucedía cada día. Papá llegaba de su oficina hacia la una para almorzar, su carro era un Pontiac modelo 50, en el que aprendimos todos a manejar. Recuerdo que, especialmente mi hermana y yo, cuando él llegaba salíamos corriendo a ver quién era el primero que lo alcanzaba para darle el abrazo, generalmente yo le ganaba. En el año 55 llegó la televisión y nos gustaba ver programas juntos en la noche después de haber hecho tareas. Yo jugaba mucho y era muy entregado en los deportes, entonces, cuando regresaba de algún partido, papá me preguntaba si había llegado completo, porque fui muy aguerrido cuando competía.

ACADEMIA

Roberto y yo estudiamos en el Liceo de la Salle, él fue muy distinguido como estudiante, lo que me puso una vara muy alta, pero creo que pude cumplirle. Me fue muy bien y varias veces resulté como el mejor del curso.

Mi llegada al colegio fue sencilla, suave. Tuve muy buena relación con mis compañeros, aunque hubiera uno que otro que molestara más de la cuenta, pero, en general, siempre nos tratamos muy bien. Aún más, con varios de quienes entré en el año 54 a estudiar en el Liceo, todavía me reúno periódicamente, porque mantenemos una muy sólida relación de amistad.

En el estudio me ayudó muchísimo ser deportista, me permitió relacionarme, y facilitó  que los demás estudiantes de otros cursos me fueran conociendo por mi participación en los partidos. Los menores me hacían barra por alguna razón, quizás les resultaba simpático el que fuera muy aguerrido en el deporte. Así pues, mi vida en el colegio fue muy positiva desde el punto de vista académico, social y deportivo.

Aquí, en el Liceo de la Salle, estudié hasta graduarme, conté con excelentes profesores, aunque uno que otro de menor calidad. Los hermanos cristianos se formaban para enseñar. Nos llevaban a misa todos los días a las siete y diez de la mañana, de ahí creo que completé la cuota para toda mi vida porque no soy muy religioso, pero sí creyente.

Cuando estaba terminando sexto de bachillerato, presenté un examen de orientación profesional y salí apto para Medicina, Psicología y Derecho. El psicólogo me hizo una pregunta clave: “¿En cuál de las tres profesiones cree usted que puede trabajar independiente?” / En Derecho, le contesté. / Entonces me dijo: “No dude. Usted tiene un carácter independiente, libre, autónomo”.

Por esto no tuve problemas con mi decisión y lo confirmé en el transcurso de mi vida, pues quienes más me conocen, profesional y filosóficamente, me califican como librepensador. Es más, usualmente no discuto, no me interesa convencer a nadie. Si otro tiene una idea diferente, el problema es suyo. En cambio, si dicen algo que me resulta atractivo, aunque no coincida con lo que pienso,  lo asumo sin ninguna dificultad. Soy libre resolviendo y especialmente pensando.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Para iniciar la carrera me presenté al Externado y al Rosario, pasé en las dos universidades, pero mi gran amigo de esa época solo pasó en el Externado. Quise irme para allá para estudiar con él, solo que mi familia era sencilla, y para una familia sencilla el que un hijo pudiera entrar al Rosario era muy significativo. Mamá casi suplicando me dijo: “Vete al Rosario”. Papá, más práctico me dijo: “Además, te queda más cerca de mi oficina y puedes ir allá en cualquier momento”. Entonces entré al Rosario.

El rector era monseñor José Vicente Castro Silva, a quien le tenían un gran temor reverencial. Fue él quien me hizo la entrevista y me pareció muy asequible, sapiente, amable, y no sentí temor de ningún orden. El Rosario no es tan religioso como pudiera pensarse. Lo fue en tiempos anteriores a mi ingreso. En la época en que yo ingresé aún lo era.

Monseñor Castro Silva murió en el año 68 y lo reemplazó Antonio Rocha, liberal clásico. Con el doctor Rocha comenzó, no a perderse, porque sigue teniendo su nexo importante con la religión católica, pero sí a atenuarse. Inclusive creo que el Rosario se caracteriza por la libertad de cátedra, es muy amplia y en lo personal, nunca he tenido ninguna limitación para expresarme en las clases. A mi ingreso a la universidad no sabía si era librepensador, pues estaba muy joven, pero esa tendencia hacia el libre pensamiento la fui construyendo paulatina y silenciosamente en el curso de la vida. Hoy creo que ha sido muy positivo en mi desarrollo personal.

En la universidad tuve un grupo extraordinario, que aún hoy conservamos, y nos comunicamos por medio de  un chat  en el que varios participan en forma muy activa. Yo participo y contesto, pero no soy muy asiduo, soy de mensaje semanal, no de muchos al día. Entre mis compañeros de universidad soy de los pocos que todavía trabaja intensamente: comienzo a las ocho y media de la mañana y usualmente trabajo hasta las siete y media de la noche.

El año 68 coincidió con las revueltas de mayo en Europa, especialmente en París. De alguna manera el Rosario también vivió, aunque muy suavemente, esa época de inconformismo de orden social. Por esa época el capellán era Germán Pinilla, con quien hicimos buena amistad, me llamó para que le ayudara a organizar algún grupo para adelantar trabajo social en barrios necesitados. Efectivamente, conformé un grupo con el que adelantamos trabajos en varios de estos barrios. En razón de esa actividad me invitaron a participar en cursos de formación social, muy interesantes, en los que hice también amistades muy valiosas algunas de las cuales aún conservo.

En razón de esas actividades, el padre Jaime Correa (creo), un jesuita muy interesante, nos invitó a algunos a lo que se llamó la Casa Universitaria, que tenía proyectos y actividades de contenido social. Pero, a algunos de los que hacíamos parte de ese grupo, nos parecía que las acciones eran un poco pálidas o insuficientemente intenso el trabajo. Creíamos que deberíamos hacer algo social y político más definido. Entonces organizamos lo que se llamó el Equipo de Estudios para el Desarrollo en donde participaron personas realmente brillantes, descomunalmente inteligentes y especialmente ilustradas. Yo era el menor y el menos formado, obviamente.

De ese grupo, que adelantó labores de formación comunitaria en pueblos y barrios, viviendo en ellos, quedó una huella muy importante en mi proceso formativo. Precisamente hoy El Tiempo publicó un comentario de una de las integrantes. Ese grupo  produjo un número importante de documentos de enorme valor. Era la época de estructuración del ELN, de la guerrilla, del padre Camilo Torres, René García, Víctor Currea. No éramos del mismo grupo, pero teníamos contacto.

Describo mi formación ideológica como la de a quien no le interesa ni ser de izquierda ni de derecha, porque siempre creí que las necesidades no tienen color político, luego, hay que procurar las soluciones no importa de dónde vengan,  lo importante es que lleguen. Hace poco les dije a unos compañeros del colegio que me consideran medio revolucionario comparado con ellos: “No, yo no soy ni santista ni uribista ni petrista. Simplemente, soy yo”. Pienso que hay que procurar soluciones a la cuestión social independientemente del color político.

Volviendo al Rosario, hubo también por esa época una injerencia de orden político interno que incidió en la Universidad. Se presentó una situación especial cuando estábamos en quinto año porque hubo discrepancias con algunas actuaciones y decisiones del doctor Rocha como rector, y por eso él dispuso que no se eligiera a ninguno de nuestro curso como colegial, pese a que en el curso puede decirse que todos eran brillantes. Sin embargo, aparte del doctor Rocha, con quien nunca tuve ninguna controversia, se dio una muy buena relación con Camilo Caycedo, secretario general en ese entonces y quien al final fue mi director de tesis.

Mi tesis fue sobre la Universidad, y pudo resultar algo incómoda. El planteamiento era que la Universidad, en general, no debía recibir apoyos económicos, especialmente de países o fundaciones extranjeras, lo cual era usual en esa época, porque eso condiciona la enseñanza, es decir, la dependencia económica afecta la línea de orientación de la institución. Mis calificadores fueron el doctor Luis Córdoba Mariño y el doctor Luis Carlos Sáchica.

Este último me hizo una pregunta difícil: “¿Qué quiere usted decir con Universidad subordinada y subordinante?”. Le respondí que si era subordinada al capital extranjero necesariamente podía terminar siendo subordinante hacia los estudiantes en lo relacionado con el pensamiento que se les transmitiera. He de decir que fue aprobada sin ningún reparo.

En esa época el examen de grado era individual y público, y se hacía en el Aula Máxima con presencia de la familia, la novia, los amigos y los estudiantes que quisieran ingresar.

BANCO DE BOGOTÁ

Por solicitud del Banco de Bogotá la Universidad refirió el nombre de tres estudiantes para concursar por un cargo. Me llamaron, me hicieron entrevista y me vincularon, pero, por alguna coyuntura extraordinaria, al poco tiempo me nombraron jefe de formación encargado. Dirigí lo que se llamaba la Universidad Bancaria o algo parecido y debía estar dictando clases de  siete y media a  nueve de la mañana y luego en la  tarde, de cinco a siete de la noche. Así, la realidad es que llegaba temprano al banco, trabajaba durante el día y salía tarde, aunque contaba con apoyos que me permitían no estar todos los días en esas jornadas.

ALEMANIA

Hernando Roa Suárez, del Equipo de Estudios para el Desarrollo, presentó mi nombre para una beca de la Fundación Konrad Adenauer. Así pues, me convocaron a entrevistas y exámenes, y fui el único seleccionado. Después también llamaron a Daisy Marting, con quien viajé a Alemania, pero a mi regreso nunca la volví a ver. Para comenzar mis estudios debía irme muy pronto, pero yo no quería viajar sin graduarme. Pedí que me dieran un plazo e inicialmente me dijeron que no, pero un mes más tarde recibí una carta diciéndome que me esperarían hasta el 30 de septiembre. Era el año 71.

Además del trabajo en el banco, comencé a escribir la tesis, que ya tenía adelantada, y a presentar los preparatorios, y finalmente  logré graduarme el 27 o 28 de septiembre, para viajar el 30 del mismo mes, que era la fecha límite.

Estuve dos años en Alemania. Papá ya nos había procurado varios viajes cortos por Suramérica, Estados Unidos, Europa, todos muy productivos y durante las vacaciones. También había vivido un par de semanas en los Estados Unidos por un programa de intercambio cuando estaba en quinto de bachillerato para el que fui seleccionado, programa llamado Operación Amigo; llegué a Fort Myers, en la Florida. Entonces, cuando fui a Alemania, ya había tenido la oportunidad de conocer otros países y había vivido fuera de casa, aunque por muy poco tiempo, pero eso me había permitido desenvolverme en otro idioma, aunque incipientemente.

La experiencia en Alemania fue maravillosa, puedo calificarla de superlativamente positiva y hasta magnífica. Llegué a Liblar, donde estudié el idioma dos meses. Después pasé a Iserlohn, para continuar con el estudio del alemán por seis meses más. Finalmente, estuve en Saarbrücken, en donde paralelamente con más estudios de alemán, participé en dos seminarios sobre Derecho Comercial que hice en dos semestres.

En la Fundación querían que estudiara Derecho Internacional, pero yo sentía más afecto por el Comercial, y aceptaron. Al terminar los seminarios me propusieron que me quedara cinco años para adelantar mi doctorado, pero no quise, pues estaba muy inquieto por el rumbo de los trabajos de contenido social que había iniciado en Colombia, sobre todo porque veía que se estaban desarticulando. Preferí regresar. A lo mejor, de haber seguido estudiando en Alemania me hubiera quedado a vivir allá, lo que hoy veo que hubiera sido negativo porque la realidad es que me he sentido realizado en mi país, pese  a los cuestionamientos e inconformidades que se generan por muchos aspectos . Me he sentido, en general, más obligado a dar que a recibir.

Como mencioné, mi experiencia en Alemania fue muy positiva, pude hacer muchos amigos, tuve una relación afectiva muy sólida. Recuerdo con agrado que los alemanes, quienes no son muy abiertos ni expresivos, me hicieron una despedida realmente entusiasta cuando me iba a regresar a Colombia. En la estructuración de la amistad con ellos ayudó mucho el hecho de jugar fútbol, aunque al principio no me invitaban, y el de tocar la guitarra y cantar, así, cuando había celebraciones me invitaban y los distraía con música latinoamericana como bambucos, boleros, rancheras.

DERECHO LABORAL

A mi regreso, una coyuntura cambió mi orientación profesional. Como llegué sin empleo, papá me abrió su oficina, pero yo no tenía clientes, entonces acepté dictar clases de relaciones industriales en La Gran Colombia. Así, porque tuve que estudiar leyes laborales para dictar las clases, terminé orientándome definitivamente hacia el Derecho Laboral.

Con el tiempo abrí mi oficina, comencé a recibir casos en los que fui exitoso. La Universidad del Rosario me llamó a dictar clases y a trabajar con el Consultorio Jurídico en el año 77 y desde entonces he estado muy ligado a la universidad. Aún no han podido deshacerse de mí.

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

Me postulé para llegar a la Corte Suprema de Justicia en 1995, fui elegido para ser magistrado de la Sala Laboral la que luego presidí, más adelante fui vicepresidente de la Corte y finalmente presidí la Corte Suprema en el año 2002. La historia de mi nexo con la Corte Suprema tiene dos etapas y es como sigue.

En 1985 me escogieron como secretario general del Rosario, pero cuando iba a hablar con el rector que me comunicaría la noticia, me encontré con el doctor Nemesio Camacho, a quien acababan de elegir magistrado en la Sala Laboral de la Corte Suprema de Justicia. Hablamos y me dijo: “¿Quiere ser mi magistrado auxiliar?” / Pues, es interesante, le contesté. Me dijo: “¿Le interesa sí o le interesa no?” / Sí, contesté. Entonces comencé a trabajar en la Corte como magistrado auxiliar del doctor Camacho.

Trabajando allí nos tocó vivir la toma del Palacio de Justicia. El día de la toma yo había salido del Palacio de Justicia diez minutos antes a dictar clase en la Santo Tomás, por lo que solo vine a enterarme de lo sucedido unas horas después. Me dio muy duro enterarme de lo que estaba sucediendo. Al día siguiente fui al Palacio de Justicia con la intención de ver qué había pasado en realidad, pero no me permitieron el ingreso, pues la toma terminó en la tarde de ese día, que era un jueves. Fue aún más duro cuando el viernes me dejaron entrar al mostrar mi credencial.

El impacto fue enorme, imposible de describir el nivel de destrucción, de violencia que debió darse, pues todo estaba totalmente bombardeado. Pude rescatar veintinueve expedientes que estaban en el despacho del doctor Camacho, de los que solo veinticinco pudieron tramitarse, los otros hubo que reconstruirlos. Los llamaban los expedientes chamuscados porque estaban en archivadores metálicos y el calor o el fuego exterior los había alcanzado a afectar.

A raíz de todo ese tema, y ahorro detalles, me eligieron en provisionalidad para reemplazar a uno de los magistrados muertos, al doctor José Eduardo Gnecco. El doctor Camacho había quedado herido, por lo que entonces tuve que atender el despacho que me asignaron y el suyo. Fue una fortuna haber salido antes de iniciarse la toma.

Pero en realidad, he tenido varios momentos de fortuna. Mucho antes, cuando conducía  en una carretera de Cúcuta hacia Bogotá, llegando a Tunja, en una curva que tenía aceite y estaba mojada por la lluvia, el carro siguió derecho, hacia el vacío, pero lo trancaron unos arbustos y ellos evitaron la caída al vacío.

Otra anécdota o situación de fortuna se  presentó en una oportunidad cuando tuve una hemorragia luego de una cirugía de la nariz y en el Hospital Militar no pudieron controlarla, por lo que me remitieron a otra clínica en donde resolvieron la situación. Días después, cuando me practicaron el control respectivo, el médico que me había atendido me dijo que para el momento en que me atendió no me quedaba  sangre para más de tres o cuatro minutos.

Él luego me preguntó, y aquí viene lo anecdótico: “Oiga, cuénteme, ¿usted alcanzó a ver eso del túnel con una luz al fondo?”. En realidad yo no vi nada. Otro evento del que me siento afortunado se presentó cuando tuve una peritonitis por error de un médico, que me dejó verdaderamente grave. Permanecí hospitalizado por un mes en la clínica Marly y me tuvieron que practicar dos cirugías, pero pude recuperarme.

Volviendo al evento de la toma, la realidad es que  haber salido a dictar clase, me evitó vivir directamente el episodio de la tragedia del Palacio de Justicia.

Regresando a lo de mis actividades, puedo señalar que fui conjuez en la Sección Segunda del Consejo de Estado. También, después de salir de mi paso por la Corte Suprema, fui conjuez de la misma Corte durante casi veinte años. Renuncié hace un par de meses porque mi esposa fue seleccionada para la elección de magistrado y no me pareció decoroso ser conjuez siendo ella candidata. Tengo como orgullo especial, haber ocupado el cargo de magistrado de la Sala Laboral de la Corte Suprema de Justicia, en dos ocasiones, tanto antes de la Constitución de 1991 como luego de expedida la misma.

OFICINA

He tenido mi oficina por veinte años después de salir de la Corte Suprema. Antes también la tuve por otros veinte años.  En la oficina trabajo con mi hija mayor y también con mi hijo menor quien es amante de los animales y creó un área de Derecho Animal.

COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS

Llegué al Colegio de Abogados Rosaristas desde su iniciación, hace cuarenta años. Asistí a la Asamblea de su fundación, puedo decir que de manera inocente porque tan solo quería conocer la propuesta de organizar este colegio, pero la asamblea al final resultó algo turbulenta para sorpresa mía. Debo anotar que no participé mayormente porque no soy de los que promueven, sino que soy más bien parco, y puede decirse que extremadamente tímido. Al comienzo no tuve mucha participación, pero, poco a poco, me fui acercando a las actividades directivas.

En el año 93 me eligieron presidente del Colegio por primera vez. Me ofrecieron reelegirme, pero coincidió con que también me habían elegido presidente del Colegio de Abogados del Trabajo y por eso no pude continuar. Además, esa presidencia también me interesaba mucho porque era del área de mi desempeño profesional. Diez años después me volvieron a elegir en el Colegio de Abogados Rosaristas.

En mi primera Presidencia el Congreso se llevó a cabo en Girardot y el de la segunda tuvo lugar en Cartagena. Ambos resultaron magníficos porque los conferencistas que nos acompañaron fueron extraordinarios: Diego Younes, Juan Carlos Esguerra y varios otros de excelentes condiciones. La verdad es que todo los congresos del Colegio han sido de altísimas calidades intelectuales.

He estado en el Consejo Directivo un buen número de veces. Ahora soy miembro honorario y asisto a las reuniones porque creo que, así como he recibido mucho del Colegio, también debo darle lo que el Colegio considere pertinente.

ESPOSA E HIJOS

A Julieta Rocha, mi esposa, la conocí en la Universidad Santo Tomás siendo alumna. Aunque quiso seguir en Derecho Penal, nuestro matrimonio la fue llevando al Laboral. Tiene su oficina en el mismo edificio en el que la tengo yo, o sea, estamos juntos, pero no revueltos. Cada uno tiene su actividad independiente, sus abogados asistentes, sus clientes, sus procesos, aunque de todos modos nos ayudamos mucho en distintos temas.

Ella es muy rigurosa, exigente, perfeccionista, una gran litigante, extraordinariamente detallista en materia de pruebas. Ha integrado varias juntas directivas, tal vez la más destacada fue con la Caja de Auxilios de Aviadores Civiles. Juega muy bien tenis, pero es muy mala cocinera,  cocino  mejor yo, ella lo sabe, es consciente, nunca se mete a la cocina salvo a preparar un sánduche o un huevo frito. Tenemos tres hijos, María Ximena, Natalia y Juan Diego.

María Ximena, actualmente vicepresidente del Colegio de Abogados Rosaristas, es abogada laboralista, mi socia en la oficina, brillante en temas jurídicos. Es vegetariana. Vive con sus hijos, Nicolás y Valeria, como cabeza de hogar pues su esposo murió. No les gusta la ciudad, sino el campo y por eso viven por la vía a La Calera.

Natalia estudió diseño industrial. Tiene dos hijas con su esposo Sergio: Emita y Alicia. Se dedica al hogar y trabaja promocionando aceites esenciales y remedios Just.

Juan Diego es abogado laboralista, con maestría en Laboral y en Derecho Animal. Es vegano. Vive con Carolina, su novia, con quien se va a casar próximamente.

CIERRE

Con lo anterior he tenido un reencuentro con mi pasado, el que considero que ha sido muy positivo, por lo que este ejercicio me resulta emocionante y satisfactorio. Una de mis banderas o inquietudes en la vida ha sido la equidad en el mundo. Siento que este es excesivamente inequitativo, con países muy pobres y otros extremadamente ricos. No entiendo para qué la acumulación de riqueza, está bien tener bienestar, comodidades y algunos lujos, pero no más allá de eso.