Frank Pearl

FRANK PEARL

Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy un ciudadano colombiano, Enamorado de la vida y de mis hijas.  Sediento por evolucionar y trascender. Tranquilo la mayor parte del tiempo. Soñador. En ocasiones ingenuo, determinado, curioso, compasivo, determinado y claro. Sensible al dolor, al sufrimiento y a las carencias de otras personas.  Comprometido a dedicar parte de mi talento y de mis capacidades, en conjunto con otros, para contribuir a nuestra transformación como sociedad lo que me lleva a ser ambicioso con proyectos que generen gran impacto y significado.

ORIGEN

FAMILIA MATERNA

Mis abuelos vivieron su infancia a comienzos del siglo pasado.

Mi abuelo materno, Daniel González Quintana, nació en Ubaté, en una familia de diez hijos que quedó huérfana de padre cuando él era muy pequeño. Se trasladaron a vivir a Bogotá donde dos de sus hermanas fueron monjas, un hermano militar y, tres sacerdotes jesuitas, uno de ellos provincial y otro misionero. Otros se hicieron empresarios.

Mi tío abuelo jesuita, Jorge González, fue misionero en China en la época de la Revolución Cultural de Mao donde estuvo preso por más de siete años y donde fue torturado. Lo encerraron mucho tiempo en una celda vertical cavada en la tierra en la que permanecía de pie con un orificio en la parte superior de la celda, por donde hacían caer gotas de agua en su cabeza, buscando perforarle el cráneo hasta enloquecerlo.  Lo liberaron con la condición de salir del país únicamente con su ropa, pero él conservó un lienzo de tamaño mediano de la Virgen de Guadalupe, que dobló y metió entre su media. Pasó todos los controles y no lo detectaron. Este lienzo es hoy un cuadro que está enmarcado y permanece en la casa de mis papás.

Después de estar preso en China, Jorge llegó a Colombia y fue misionero en Tamalameque en el Magdalena Medio.

Guillermo González fue provincial de los jesuitas y, a pesar de que murió cuando yo era muy joven, su visión humanística y su manera de tratar a las personas, influyeron en mí forma de ver el mundo y de relacionarme con la gente.

Mi abuelo no estudió en la universidad. Fue muy disciplinado y estricto. Comenzó a trabajar muy joven como pagador en los Ferrocarriles Nacionales y luego en la Compañía Colombiana de Seguros, después de lo cual se hizo empresario con éxito.

Cuando cumplí quince años, me regaló un reloj despertador y me dijo: “Para que sea doctor”, queriendo decirme que la disciplina es fundamental para obtener logros en la vida. Así lo hizo él.

Mi abuela materna, Beatriz Gaitán, era bogotana. Ellos dos tuvieron siete hijos. Fue una señora adorable, consentidora, dedicada a su papel de esposa y madre, como se acostumbraba en esa época, y a la jardinería. Cultivó en su finca de Chía uno de los jardines de rosas más lindos que he conocido y sin duda el que más recuerdos felices me trae.

En esa finca, pasamos muchas navidades, aprendimos a montar en bicicleta, y a querer el campo. Mis abuelos eran generosos, cariñosos, y estrictos, porque tener a todos sus nietos reunidos no era nada fácil.

Mi mamá, María Francisca González, nació en Bogotá, se graduó del colegio de La Presentación y comenzó a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Javeriana, pero decidió interrumpir su carrera para casarse.

Es una mujer determinada, persistente, clara y consentidora de sus hijos y nietos. Durante algunos años trabajó y, desde que me acuerdo y aún hoy, a sus 85 años, ha dedicado parte de su tiempo a causas sociales: fundaciones de la iglesia católica o de hermanos franciscanos, fundaciones para apoyar niños en condiciones de vulnerabilidad: voluntariado.

De esas actividades suyas aprendí la importancia de dedicar parte de nuestro talento al servicio de los demás, en especial a quienes están en condiciones de vulnerabilidad. Ella fue la primera ventana que tuve hacia los temas sociales.

Mi abuela paterna, Blanca Gómez, nació en Bogotá y siendo muy joven, se fue a vivir a los Estados Unidos y Canadá cerca de treinta años. En Canadá se casó con mi abuelo paterno, John Pearl, hijo único de una familia establecida en Toronto, donde nació mi papá. Pocos años mas tarde se separaron y ella regresó a Colombia con mi papá. Tuve una relación muy cercana con mi abuela, quien vivió varios años con nosotros. Tenía una marcada influencia de la cultura anglosajona: era organizada, disciplinada, estricta, austera, y muy cariñosa. Desde muy niño me dijo que yo podría hacer y lograr lo que me propusiera en la vida, con fe y disciplina.

Mi papá, John Pearl. Llegó a Colombia y estudió en el Colegio Nueva Granada hasta cuarto de bachiller y, cuando el colegio no tenía cómo acabar el bachillerato colombiano, pasó al Gimnasio Campestre, donde se graduó; estudió economía en la Facultad del Gimnasio Moderno que luego se convirtió en la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes; trabajó en un par de multinacionales unos años, pero siempre fue un emprendedor.

Es pionero en Colombia de las firmas de estudios de mercado, trajo GALLUP al país y se concentró en esa actividad por muchos años hasta su retiro. Tuvo mucho éxito tanto nacional como internacional, asistió en calidad de invitado a un número importante de foros y conferencias, y desarrolló un equipo de colegas que, no sólo aprendieron y trabajaron con él, sino que luego montaron otras firmas algunas de las cuales funcionan actualmente.

CASA MATERNA

Somos cinco hermanos, los primeros tres nos llevamos poco más de un año, con una pausa de cuatro y luego de tres años con relación a los dos menores. Juanita vivió más de treinta años en Canadá y en el 2019 se fue a vivir a los Estados Unidos; Mónica vive hace más de tres décadas en Toronto; después de mí nació Robert y el menor es William.

La infancia fue una delicia, en ella compartimos con los primos, que tenían las mismas edades. Vivimos en casa con jardín, donde jugábamos, pero también en la calle, a la lleva, tapo, escondidas, ladrones y policías, rinrín correcorre. Los fines de semana hacíamos asados y jugábamos futbol con mi papá que fue un gran deportista, espléndido arquero, un hombre muy fuerte y ágil. Cuando yo estaba en bachillerato el portero de la selección de exalumnos del colegio era mi papá, llegó a tapar penaltis en las inferiores del Santa Fe en El Campín, pero yo no le heredé ese talento.

Durante la primaria, en el Gimnasio Campestre, me destaqué por disciplinado, ordenado y juicioso, pero todo cambió en las vacaciones de transición hacia el bachillerato. Después de haber tenido un cómputo por áreas cercano al 4.7 sobre 5 en primaria, sin ser el mejor del curso, el primer bimestre de bachillerato perdí nueve materias, y, el siguiente, once. Pasé delicioso en el colegio, pero no tengo la menor idea de cómo me gradué.

Privilegié estar con mis amigos y escuchar música, porque como mi papá viajó con alguna frecuencia, de cada uno de sus viajes me trajo lo último que se escuchaba en el mundo, lo que hizo que yo hiciera mi colección de discos de música de mi preferencia, los que mantuve clasificados y muy bien organizados. Entonces en mi casa, mis amigos encontraban un lugar para escuchar buena música, claro que, con ellos, más adelante empecé a ir a fiestas.

Esta fue una época de mi vida en la que me cuestioné muchas cosas, estaba averiguando quién era yo, qué quería, cuáles eran mis límites y cuál mi identidad.

Mi papá es una persona que ha vivido bien informado de todo lo que pasa en el mundo, y en las comidas y reuniones familiares nos hablaba de países y culturas que nosotros no conocíamos, de eventos políticos y sociales, con eso despertó mi curiosidad y, por iniciativa propia, empecé a leer el periódico antes de los diez años. Mirándolo en perspectiva, creo que fui de esos niños que opinaban en las reuniones de grandes.

Tuve mucho interés por lo que pasaba en el mundo, y fui más cercano a las noticias que a los libros, aunque los que más me interesaron, en esa época, tenían que ver con poesía y biografías.

Mis grandes referentes han sido la visión de mi papá y la vocación de servicio de mi mamá. Mi papá tiene una visión amplia del mundo y es un convencido de que las cosas se pueden hacer en grande. Mi mamá, a lo largo de su vida e independiente de las circunstancias, ha dedicado tiempo para apoyar lo que en esa época llamaban: causas de caridad, por ejemplo, reuniéndose con amigas para tejer ropa para los bebés de mamás sin recursos, también para aportar a fundaciones como la del Hermano Raymond en Usaquén. Pero también mi abuela fue un gran referente con su tema anglosajón, práctico y estricto, pero bondadoso y cariñoso, dedicada al servicio y a las causas sociales.

CARRERA PROFESIONAL

Decidí estudiar economía en la Universidad de los Andes, quizás siguiendo los pasos de mi papá. Consideré que era una carrera que forma para entender temas gruesos, como los que me gustan, pero rápidamente me di cuenta de que yo no iba a ser el economista tradicional, el que se proyecta para trabajar en el Banco de la República, en Planeación Nacional o en el Fondo Monetario, sino que para mí era el camino para entender el sistema económico, dado que me inclinaba más a los negocios, pero también a lo público, pues desde mis trece años supe que en algún momento trabajaría en ese sector, realmente esto fue algo que tuve muy claro.

REPRESENTACIÓN DE REVISTAS INTERNACIONALES

A mis dieciocho años, cualquier día cuando estábamos sentados a la mesa del comedor, mi papá nos contó que su amigo, nombre, vicepresidente en The Wall Street Journal, le había ofrecido una representación en Colombia que él no había aceptado. Entonces le pedí que lo hiciera con el compromiso de asumir la responsabilidad, como efectivamente ocurrió.

Comencé a trabajar con un mensajero de la oficina de mi papá, con quien me iba al aeropuerto de madrugada, a las tres o cuatro de la mañana, para recoger los periódicos que llegaban en un avión de carga de Miami. Los llevábamos al centro, en una máquina de escribir hacíamos los rótulos de los suscriptores, los sellábamos, recortábamos y pegábamos con goma antes de repartirlos, porque todo se hacía de forma manual. En la tarde llamaba a vender suscripciones.

Con el tiempo trajimos otros títulos como el Miami Herald, Time, The Economist, yNational Geographic. En el entre tanto viajé un semestre a perfeccionar mi inglés suspendiendo mi carrera, y, al regreso, me dediqué a crecer el negocio por un par de años antes de volver a la Universidad. Me dediqué a la distribución por siete de los veinticinco años que duró, porque el Internet acabó con el negocio.

EMPRENDIMIENTOS

Han sido muchos mis intentos de hacer empresa. He tenido emprendimientos en el sector servicios, en el de construcción y hasta en el de consumo porque abrí una fábrica de pasteles con mi hermano; pero también una de baldosines tradicionales por varios años. Acogiéndome al porcentaje de emprendimientos que funcionan, hay un par en marcha que ya son empresas, pero muchos murieron en el camino.

Recuerdo que prácticamente yo no iba a clase, sino que tenía dos amigos con los mismos horarios que, a diario, iban a mi oficina para actualizarme. Fotocopiaba sus apuntes, estudiaba con ellos y, si había parcial, asistía, igual si anunciaban quiz. Así me gradué, sin que tuviera un promedio sobresaliente, por supuesto.

DOW QUÍMICA

Una vez tuve en mis manos el título universitario quise mirar otros horizontes. Me animé a iniciar una carrera en el área financiera y fue cuando hice una especialización en la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, lo que me tomó un par de años de absoluta consagración con muy buenos resultados. Continué con un posgrado en Legislación Financiera en la Facultad de Derecho de los Andes, cuando ya estaba trabajando en Dow Química de Colombia.

Resulta que Mauricio Rodríguez Múnera fue mi profesor de la especialización en finanzas y en ese momento vicepresidente financiero de Dow y me integró a su equipo financiero del que hice parte por un período de seis años.

I’VE SCHOOLS OF BUSINESS

También supe que no quería hacer carrera en una multinacional, sino que valoré la experiencia para luego irme a Canadá a hacer una maestría de dos años en administración, en el I’ve Schools of Business, uno de los cinco mejores programas de Norte América.

La universidad tenía un sistema de concursos magnífico, por ejemplo, pasantías de una semana en la OMC en Ginebra, para lo que se debía escribir un documento con un código anónimo que un comité evaluador revisaba. Fue así como me entregué a resolver casos y trasnoché como nunca, porque con esta oportunidad mi estudio me pareció aún más interesante, y es que ofrecía lo mejor de los dos mundos.

Con la maestría hice varios viajes a Europa, participé del Lider Education and Development in East Europe – Lider Project, cuando hacía pocos años habían tumbado el muro de Berlín y se vivía una transición política, económica y social. Quienes viajamos nos inscribimos en clases de ruso básico durante un año y en el verano nos dividimos en grupos para dictar un mini MBA en países como Ucrania, Bielorrusia y Rusia.

Llegamos en mayo, cuando ya se sentía el frío intenso y era el final del semestre académico. Vivimos durante dos meses en condiciones muy precarias: éramos seis estudiantes en un apartamento de treinta y siete metros cuadrados, sin calefacción y bañándonos con agua fría. Y recuerdo que comprábamos los alimentos en la plaza que quedaba al lado del edificio, desde verduras, frutas, queso, y todo cuanto requeríamos.

El grupo lo integraban personas que estaban por graduarse, pero también mayores que hacían parte del sistema comunista y en transición laboral, y recibían clases de mercadeo, finanzas, contabilidad y otras varias.

Vivir dentro de esa cultura fue una experiencia fascinante que nos permitió conocer los rezagos del sistema comunista, con todas sus implicaciones, no solamente las económicas, sino también las emocionales y personales. Recuerdo haber tenido conversaciones con algunos de nuestros alumnos que llorando nos decían: “Es que aquí uno no puede confiar en nadie, porque los propios miembros de la familia lo pueden delatar a uno ante las autoridades; aquí no hay amigos, aquí no hay familia, aquí no hay una estructura social como la que tienen ustedes”.

Una vez terminado mi MBA pensé en quedarme en Canadá, pero rápidamente lo descarté. Me pareció que era una sociedad muy avanzada y con prácticamente todos sus problemas resueltos, porque, hace veinticinco años, la discusión giraba en torno al lenguaje de género. Supe que me aburriría, mientras que en Colombia tendría grandes retos.

Me encanta Canadá, es un país que visito con frecuencia y en el que tengo familia, amigos, colegas y, alguna vez, negocios. Es una sociedad de la que podemos aprender muchísimo porque como todos los países tiene una historia violenta y de conflictos que ha logrado superar generando consensos sociales.

EXPERIENCIA EN EL SECTOR PRIVADO

Quise aprender de muchos sectores e industrias, y se me dio la oportunidad cuando hice consultorías con McKinsey, que apenas montaba su oficina en Colombia. Como no tenía tantos proyectos terminé trabajando en Brasil, una oficina mucho más grande y establecida, luego en Venezuela, por año y medio, y finalmente en Colombia por un año, haciendo proyectos con el sector público, con el INCORA y otras instituciones. Recuerdo que me instalé en Cali por nueve meses antes de retirarme.

Me vinculé con el Grupo Empresarial Ajover y Dexton, de una familia de la comunidad hebrea, gente maravillosa, admiro y respeto profundamente su cultura y a su comunidad por sus valores y tradiciones. Esta fue una experiencia magnífica que duró tres años.

COLUMNISTA DE PORTAFOLIO

Para ese momento comencé a escribir una columna semanal en Portafolio, sobre temas sociales y alrededor de la paz, esto por invitación de— cuando— (desarrollar).

VIAJE A MIAMI

Pero por un tema de seguridad, me fui a vivir a Miami, pues resultaba estratégico hacerlo, pero estando allá me aburrí muy rápido. Hice un programa de lectura para un año en el que escogí siete temas: historia, literatura, filosofía y otros. Dediqué muchísimo tiempo a hacer una bibliografía de cada uno, tuve un plan de lectura claro y preestablecido, con secuencia definida. Debo reconocer que puedo ser muy metódico, pero no en todo ni para todo.

VALORES BAVARIA – VALOREM

Luego, cuando el Grupo Santo Domingo estaba escindiendo el negocio de Bavaria del resto de sus empresas, y armando a Valores Bavaria – Valorem, para el que necesitaban un vicepresidente financiero, hice parte del proceso y me devolví a Colombia a trabajar cuando apenas había pasado un año de haber llegado un equipo a montarlo.

Esta fue una experiencia fascinante, aunque un trabajo difícil, en un contexto complejo en el sentido de los negocios, en número y tamaño de las empresas, de los temas y sectores que atendía. Conté con un equipo de trabajo de lujo conformado por gente muy buena y capaz a la que formamos y que hoy en día están en posiciones de muchísima responsabilidad, son profesionales de altísimas competencias.

Al poco tiempo de mi vinculación nombraron a Javier Aguirre presidente del grupo, con quien trabajé durante cinco o seis años sin descanso y viajando de manera permanente.

En un momento dado tuve una responsabilidad importante en el tema de Avianca, que estaba a mi cargo, pues las vicepresidencias atendíamos las diferentes empresas del holding por sectores.

Cuando llegamos se acababa de definir la alianza entre Avianca y ACES, con un equipo de trabajo extraordinario y con Roberto Junguito (hijo) como líder del proceso de reestructuración desde VALOREM. Roberto luego decidió irse a trabajar a Avianca para hacer realidad ese proceso y para apoyar a Juan Emilio Posada.

Cuando Roberto se retiró, asumí esa responsabilidad. El principal reto estuvo en el Capítulo 11 – Ley de quiebras de los Estados Unidos –. Luego, la decisión de liquidar a ACES, que no fue fácil, pero muy obvia desde el punto de vista de negocios.

EXPERIENCIA EN EL SECTOR PÚBLICO

En el año 1999, cuando trabajaba en AJOVER, Mauricio Rodríguez me invitó un sábado a una reunión en El Tiempo con Pacho – Francisco Santos. Estábamos en el gobierno de Andrés Pastrana, en pleno proceso de paz con las FARC que no iba para ningún lado. Era una época de mucha convulsión, violencia y secuestros.

Un amigo nuestro envió un correo comentando la situación del país, al que contesté diciendo que había que hacer algo. Era un fin de semana con puente, tenía programado ir a Cartagena, pero Mauricio me invitó a esa reunión, cancelé el viaje y asistí.

Ahí conocí a Pacho. Surgió una iniciativa, seguí en comunicación con él, y con su liderazgo fundamos el movimiento NO MÁS. Con él se promovía la protesta pacífica en contra de los actos de las FARC, como el secuestro. Me involucré de manera importante y comprometida.

En ese momento organizar marchas y protestas era muy distinto a como se hace hoy en día, pues no había redes sociales, entonces la organización podía tomar cinco meses o más.

Pacho Santos tuvo que irse a vivir a España, por amenazas, dejándome como presidente de la Junta Directiva del movimiento. Al cabo de un tiempo, en una conversación le dije: “Mire, Pacho, yo me he reventado haciendo marchas, las que no están sirviendo para nada. Si usted realmente quiere hacer algo, por qué no se mete a la política”.

Pero él me respondió que no lo iba a hacer. También le dije: “Yo no voy a seguir en esto, porque continúan los actos terroristas y los secuestros, así como los atentados, las tomas a los pueblos, entonces las marchas no están surtiendo ningún efecto. Pero, si usted algún día quiere hacer algo en política, llámeme y yo le ayudo”. Y cerré este capítulo.

A comienzos del año 2002, recibí una llamada suya para decirme: “Quiero contarle que acabo de desayunar con Álvaro Uribe y me ofreció ser su fórmula para la Vicepresidencia. Acepté y necesito que me ayude a armar el plan de gobierno”. Le contesté que ellos no tenían ni el 5%, que cómo se le ocurría. Como yo estaba muy comprometido con mi trabajo, le dije: “Hagamos una cosa, si gana, llámeme yo le ayudo”.

Efectivamente, lo acompañé cuando ganó y al día siguiente me pidió que lo apoyara armando un plan para los cuatro años de vicepresidencia. Me comprometí con él a hacerlo.

Conocí a Lina Moreno. Nos pusimos a conversar y me pidió que le ayudara a organizar la oficina. Como no podía porque estaba muy comprometido en VALOREM y con Pacho Santos, me ofrecí a conseguirle quien lo hiciera.

Llamé a un amigo de McKinsey, Andrés Cadena, y le dije que montáramos un equipo de consultores para apoyarla, definir los programas que debía mantener y fortalecerlos, identificar los que debía eliminar e implementar los nuevos, para dejarla con una oficina muy robusta.

Así lo hicimos, conformamos un equipo con un par de consultores, le presentamos un plan que le gustó, y armó un consejo consultivo del que hicimos parte su hermano Carlos Enrique y otras personas muy competentes.

Nos reunimos una vez al mes durante cuatro años para hablar de sus temas: cooperación internacional, estrategia y otros, siempre con una visión ampliada.

CONSEJO PRIVADO DE COMPETITIVIDAD

En algún momento en el 2005, también con Andrés Cadena, en una conversación con Luis Guillermo Plata y con Mauricio Camargo empezamos a mirar el tema de competitividad para llegar a la conclusión de que Colombia necesitaba una institucionalidad en este tema.

Decidimos promover un Consejo Privado de Competitividad como lo tienen otros países, siendo nosotros muy pequeños y sin tanta influencia. Maduramos la idea, buscamos personas del mundo empresarial a las que admiráramos y respetáramos, y que tuvieran el peso para impulsarla.

Buscamos a José Alejandro Cortés, a David Bojanini, entre otros, armamos un grupo de unas pocas empresas, construimos un plan, nos reunimos con Michael Porter en la Universidad de Harvard, le vendimos la idea para que con su asesoría pudiéramos armar el Consejo en Colombia, pero también el Sistema Nacional de Competitividad. Jorge Ramírez Vallejo nos visitó con Porter, e hizo parte de rondas regionales. Gustavo Mutis también estuvo ahí.

En ese mismo año lo lanzamos en Cartagena. Fui designado para hablar en representación de los empresarios, sin que fuera una iniciativa gremial, así que, no generó ninguna incomodidad.

Yo no tenía ningún tipo de experiencia en hablar en público y me esperaba uno de más de seiscientas personas. Entonces escribí lo que iba a decir y me lo aprendí de memoria. Tomaba cerca de siete minutos.

Llegamos a Cartagena la noche antes del evento y en ese momento me llamó uno de los asesores del presidente Uribe para invitarme a una reunión en la Casa de Huéspedes Ilustres.

Madrugué a desayunar con Uribe, y esta fue mi primera interacción uno a uno con él, que estaba acompañado de cuatro o cinco personas, mientras que yo fui solo.

La noche anterior la Corte Constitucional había avalado su reelección, entonces, la del Consejo, sería su primera reunión pública ya sabiendo que podía ser reelegido. De forma muy ingenua le dije cuál era el propósito del Consejo y cuál el objetivo del Sistema Privado de Competitividad, lo que le encantó, pero no se detuvo mucho en eso porque me preguntó:

   — Y usted ¿qué va a decir?

   — Que el gobierno tiene unas tareas pendientes y que es indispensable que las atienda para que el Sistema y el Consejo Privado funcionen. También voy a hacer una reflexión sobre el papel del sector empresarial.

Uno de los asesores se giró y dijo:

   — Pero, presidente, no me parece tan conveniente que Frank diga eso en este momento y, menos aún, delante de seiscientos empresarios.

Se dio una conversación en la cual se discutía lo que yo iba a decir, por lo tanto, la presión que sentí fue enorme, no por parte del presidente, pero sí por parte de las personas que lo acompañaban, sus asesores.

Pensé que necesitaba respirar, me excusé para ir al baño, me retiré y llamé a William, mi hermano menor a quien consulto en momentos difíciles como ese. Le conté acerca de la situación en la que me encontraba a pocos minutos del evento. Además, no sólo no tenía nada distinto preparado, sino que eso era lo que yo creía, lo que sentía que debía decir.

Me dijo algo que me ha servido por el resto de mi vida:

   — Frank, no se preocupe. Uno en la vida puede decirle cualquier cosa a cualquier persona. Lo que importa no es lo que usted diga, sino el tono y la intensión con que lo haga.

Cuando me integré nuevamente, me preguntó Uribe:

   — ¿Qué has pensado?

   — Mire, presidente, he preparado esto durante mucho tiempo, es lo que pienso y es lo que voy a decir. Además, no tenemos que estar de acuerdo en todo. Lo que podemos hacer es que yo hable primero, usted me contradiga después y luego habla Porter.

Llegamos al evento donde efectivamente dije lo que tenía planeado, luego habló Uribe que se vino encima durísimo, con toda la artillería. Todo salió muy bien y el Consejo tomó su curso.

Durante los seis meses anteriores a la reunión del Consejos Consultivos, un grupo de empresarios, distinto, habíamos empezado a mirar qué podíamos hacer con respecto a la reinserción de los paramilitares y revisamos cuáles eran las mejores prácticas en el mundo, buscando entender el tema pues en el país no estaba funcionando bien, pero lo hicimos en silencio hasta no estar seguros de tener una buena propuesta, que resultara eficiente y efectiva.

PROGRAMA DE REINTEGRACIÓN

Al final del consejo consultivo, Lina Moreno preguntó: ¿Ustedes qué harían en el tema de la reinserción? Todos hablaron al igual que lo hice yo, mi opinión estuvo basada en muchas horas de conversaciones, lecturas y trabajo, buscando armar algo concreto.

Una vez hablé, me disculpé, me retiré y me fui para el aeropuerto. Al día siguiente y ya fuera del país, mi secretaria me dijo que me estaba llamando Álvaro Uribe, a lo que contesté: “¿Cuál Álvaro Uribe?, pues el único que conozco no me llama a mí”. Al devolverle la llamada me dijo:

   — Frank, vamos a armar una consejería para la reintegración, ¿le interesa?

   — Presidente, yo no he trabajado nunca en el sector público, ese es un tema muy complejo, y estoy en otra cosa.

Yo no tenía ninguna intensión de trabajar en el sector público, sí quería trabajar en algo social, pero pensaba para más adelante, por ejemplo, en una Fundación.

Una semana más tarde y a mi regreso, tomé la decisión de montar el Programa de Reintegración, y ese fue un gran cambio.

No fue fácil para mí dejar a VALOREM. La relación que tuve con los accionistas y con todo el equipo fue impecable, personas ultra profesionales, gente muy clara, directa, generosa, de altísimos estándares.

Era el trabajo ideal, pero también pensé que Colombia tenía un problema muy grande, pues había treinta y tres mil ex paramilitares que se habían desmovilizado y la mayoría estaban desertando de los programas, había implementado un sistema que se estaba convirtiendo en un problema social y de orden público, sentí que podía contribuir en algo y di un salto al vacío después de acordar unas condiciones con el presidente Uribe, condiciones que él siempre respetó.

Cuando hablé con él, de manera personal, acordamos que yo podía definir la política de los programas, escoger a la gente sin ninguna interferencia de tipo político y en un sistema basado en méritos, y que yo definiría el manejo del presupuesto. Uribe siempre respetó eso, inclusive después de que yo salí, poco tiempo después llegó el presidente Santos que también hizo lo mismo, como lo ha hecho el presidente Duque.

La Consejería, aún hoy, mantiene la meritocracia, ha estado blindada de los manejos de tipo burocrático-políticos, lo que permitió avanzar bastante en un trabajo que era muy difícil.

Para mí los retos fueron todos, partiendo del punto de desconocer lo que era trabajar en el sector público, era un tema nuevo, que no había funcionado con éxito en casi ninguna parte del mundo básicamente por la precariedad de las instituciones de los Estados donde se ha montado, y por entornos complejos que llevan a la reincidencia.

Lo primero que hicimos fue diseñar una política, una estrategia y unos programas muy integrales, cambiamos el concepto de reinserción que tiene que ver con una persona que ha dejado las armas, por uno de reintegración que incluye a la persona, a su familia y a la comunidad; porque hicimos una estrategia de reintegración basada en el desarrollo comunitario, con unas políticas públicas más amplias para que el entorno de las personas fuera favorable a la decisión que habían tomado, y armamos una ruta de reintegración.

Busqué a la mejor gente en Colombia, y afuera, para que nos apoyara, y logramos armar un equipo magnífico, súper competente, muchos de sus miembros siguen en el sector público, como el director actual que estaba en ese momento en el gobierno y en ese programa cuando yo llegué.

Encontramos que se habían hecho unos esfuerzos muy valiosos, pero no eran suficientes. Trabajé los 365 días del año durante esos cuatro años y reconozco que se me fue la mano. Hoy, en perspectiva, pienso que exageré. Los resultados se vieron, el programa fue catalogado por el sistema de Naciones Unidas y por organismos de cooperación como el mejor, más completo, más complejo y mejor implementado del mundo, pese a todas las dificultades que tuvo.

Ese trabajo es tal vez el que más satisfacciones me ha dado porque pude vivir de cerca las experiencias de exguerrilleros y exparamilitares que dejaban las armas, y, uno veía cómo realmente empezaban una vida distinta, una vida nueva, por lo menos para la inmensa mayoría de ellos.

Vi cómo se transformaban personas que, unos años antes, habían estado combatiendo en el conflicto armado interno, pero ahora se graduaban de abogados, o acababan la primaria, o aprendían a leer y a escribir, o validaban el bachillerato, y, tenían ya, un entorno familiar distinto, con unas historias y unas anécdotas conmovedoras y ejemplarizantes.

Conocí el país a fondo, lo mejor y lo peor que tiene Colombia, lo mejor y lo peor que tenemos como individuos y como sociedad.

Si pudiera sacar una conclusión, sería que aquí hay millones de colombianos llevando unas vidas ejemplares y muy valientes en medio de una gran adversidad, y por eso creo que hay que seguir buscando la manera de transformar esta sociedad y al país, con personas que, como cualquier otra, necesitan tener igualdad de oportunidades partiendo de una base común a todos para que con los méritos propios puedan avanzar.Esa base equitativa es la que aún hoy no tenemos.

PROCESO DE PAZ

En el año 2009 Luis Carlos Restrepo, anterior comisionado de Paz renunció y el presidente Uribe me pidió que asumiera sus funciones.

En ese momento yo tenía claro que la responsabilidad de un comisionado de Paz es la de buscar la Paz y empecé a hacerlo contra los pronósticos de mucha gente, porque quedaba un año y medio de gobierno, no había tiempo para surtir un proceso, y yo era una persona nueva en el gobierno y en el sector público, y tenía las manos llenas con el tema de reintegración.

Recuerdo una conversación que tuve a finales del 2006 con Alejandro Eder, especialista en políticas de seguridad internacional y resolución de conflictos. Entré a la Consejería en septiembre de 2006 y Alejandro me llamó cuando acababa un posgrado en Columbia para decirme:

   — Quiero trabajar contigo.

   — Perfecto, acaba tu posgrado y miramos, trabajamos aquí juntos. Le dije.

Y él, como quiere hacer todo ya (lo que es muy positivo porque cuando tiene una tarea no aplaza y la hace divinamente), de inmediato viajó a Bogotá y me dijo:

   — Es que yo quiero quedarme trabajando aquí.

   — No, Alejandro. Tú estás haciendo ahora un posgrado, fuiste aceptado en la Universidad de Columbia, mejor acaba y luego vienes.

   — Pero tú por qué dejaste un trabajo como el que tenías para venir aquí.

   — Porque creo que nosotros tenemos que hacer la paz, tenemos que firmar la paz. Y le voy a trabajar a eso (era octubre de 2006).

   — Bueno, entonces terminaré mi estudio, luego vengo a trabajar contigo, y vamos a lograr eso.

Nos demoramos diez años, pero lo hicimos, claro, no salió como pensábamos porque hubo muchos tropiezos en el camino. Fue algo incompleto pues no logramos firmar con el ELN.

Cuando asumí las funciones de Comisionado de Paz en el 2009, busqué la manera de acercarme a las FARC a través de un contacto con una persona que era parte de las estructuras del Mono Jojoy en el Meta. Así pues, iba a la reunión para revisar alternativas, durante la noche y en una tienda de un pueblo cerca de Villavicencio.

Como las FARC venían haciendo una serie de gestos “humanitarios”, entonces lo primero que hice fue darle impulso a esto.

Una de las metas que me propuse fue la de lograr la libertad del soldado Moncayo, hijo del profesor Moncayo, que llevaba diez años secuestrado. Conocí a su papá cuando vino a hablarme; cargaba un dolor y una rabia tan profunda y legítima, que le dije:

   — Todos sus reclamos son válidos, usted puede decirme lo que quiera. Yo trato de entender su dolor, aunque no lo haya vivido, pero le garantizo que voy a hacer hasta lo imposible para que su hijo salga.

Y así ocurrió, porque trabajamos hasta lograrlo.

Pero también tuvimos otros logros humanitarios, porque se daban gestos que buscaban “construir confianza”. Ahí me encontré con un contacto que venía de tiempo atrás, Henry Acosta, y a través de él comenzó un intercambio con Pablo Catatumbo y Alfonso Cano, todo en búsqueda de la paz.

Se dio una correspondencia con Acosta sobre cuáles serían las condiciones para un eventual proceso de paz. En ese momento, año 2009, la posible segunda reelección de Uribe estaba sobre el tapete, tema sobre el que ahora no quiero profundizar, pero empecé a buscar esos caminos.

Con el ELN encontré un contacto a través de Juan Carlos Cuéllar, miembro de esa organización que estaba recluido en la cárcel Bellavista de Medellín. Alejandro Eder participó en las reuniones y diseñamos un plan con el apoyo del gobierno de Noruega para sembrar la idea de tener un nuevo proceso de paz, porque en esa administración del presidente Uribe se había dado uno ya, que no había funcionado en Cuba.

Empezamos a sembrar esas semillas con el ELN y con las FARC, y la correspondencia con Alfonso Cano y con Catatumbo se hizo cada vez más frecuente, y llegamos a tomar la decisión de proponerles una reunión inicial con alguien que designara el secretariado de las FARC, que podía ser miembro del secretariado o no.

Viajé con Alejandro a Brasil, hablamos con el canciller Celso Amorim, y el presidente Lula nos dijo que recibiríamos todo el apoyo para seguir adelante.

Brasil era el país que nos prestaba la logística para los operativos humanitarios, los que hacíamos con el CICL y con helicópteros y pilotos de ese gobierno.

También aproveché esos operativos para enviarle mensajes a las FARC, como el de que había un interés preliminar, porque si bien es necesario ser cauteloso, en ocasiones no tanto, para lograr que los procesos avancen, siempre muy cuidadoso, pero haciendo, actuando, moviéndose.

Eso derivó en que Brasil nos presentó cinco opciones de lugares donde pudiéramos llevar a cabo una reunión, alternativas que le presentamos a las FARC. El intermediario dijo que la cúpula sí había aprobado, pero que querían algo por escrito.

Era ya el año 2010 y no se tenía claro el panorama político en el país, ya no teníamos tiempo de hacer un proceso de paz en tan pocos meses, aunque había unas personas dentro del gobierno que tal vez pensaban que uno podía hacer con las FARC un proceso exprés, algo en lo que yo nunca creí, pero quise dejar las bases sentadas para lo que viniera.

Las FARC nos enviaron el mensaje de que sí iban a asistir a esa reunión, que era exploratoria, preliminar, sin reglas de juego en el sentido de que era una agenda abierta para que se explorara la decisión y la capacidad para hacer un proceso.

Cuando las cosas iban bien, o creíamos que iban bien, aunque sabíamos que el tiempo no jugaba a favor, en ese momento las relaciones entre Uribe y Chávez estaban muy deterioradas. Iván Márquez, que tenía una relación muy estrecha con Chávez, siempre estuvo opuesto a un proceso de paz, que hoy en retrospectiva es muy interesante de ver.

Nosotros enviamos la comunicación, el presidente Uribe fue muy cauteloso en el sentido de que yo la firmara, porque siempre estuvo muy consciente de que ese era un riesgo grande el exponerse de esa manera, pero finalmente aceptó.

Entonces envié una carta formal a las FARC para que tuviéramos ese encuentro, pero cualquier día apareció en Internet una respuesta de ese grupo diciendo: “Sí, pero no”. Como quien dice, no nos vamos a reunir con ustedes, pero estamos abiertos a reunirnos con el siguiente gobierno.

El 27 de febrero la Corte Constitucional había decidido que Uribe no podía aspirar a una segunda reelección, entonces las FARC manifestaron que tenían la intensión de hacer la paz, dejando la puerta abierta.

Y aquí hay dos versiones sobre lo que pasó. Una indica que Chávez, que estaba en malos términos con Uribe e Iván Márquez y que no quería el proceso de paz, pero también otra persona que quería estar en la reunión y que no había sido invitada, torpedearon todo y filtraron la respuesta con apoyo del secretariado.

No sé si eso es cierto o no, me parece una conducta rara dentro de la organización. El caso es que en ese momento decidieron que eso no iba, pero que mantuviéramos el contacto y la comunicación, como efectivamente pasó.

GOBIERNO JUAN MANUEL SANTOS

Luego llegó la fase final de la campaña presidencial. El presidente Santos ganó y al día siguiente me llamó cuando yo estaba en mi oficina como Comisionado de Paz, me saludó muy formal y me pidió que lo pusiera al día en todo lo que se había avanzado. Quedamos de reunirnos al día siguiente a las tres de la tarde.

Fui donde el presidente Uribe, le comenté de esa llamada, le dije que habría un empalme y le pregunté qué tanto podía decirle. Me contestó que le comentara todo en detalle.

La reunión se dio como lo habíamos programado, lo puse al día, le di mi visión, se hizo especial énfasis en que habría que recomponer las relaciones con Venezuela, cosa que Santos tenía clara. Esto es así porque no hay ningún conflicto armado en el mundo, a excepción de Sri Lanka, que no se haya resuelto con el concurso de los países vecinos, pues estos tienen mucha incidencia en los conflictos y en su resolución.

Me preguntó:

   — ¿Usted qué va a hacer?

   — Presidente, tomé la decisión de irme a estudiar, mi familia ya está en los Estados Unidos, viajo a Boston el viernes, pero quiero seguir trabajando en temas de paz, entonces voy a aprovechar ese tiempo en función de eso y vendré a las reuniones que sean necesarias.

Se posesionó el presidente Santos, ya había hablado en Argentina con Néstor Kirchner, que facilitó el acercamiento entre Santos y Chávez, y que se iba a dar el 10 de agosto en la Quinta de San Pedro Alejandrino en Santa Marta. Fue ahí cuando se hizo un acuerdo para que Venezuela apoyara el proceso.

La correspondencia con Alfonso Cano y Pablo Catatumbo continuó. El 7 de septiembre, el presidente Santos le envió un mensaje a Cano diciéndole que nos designaba, a Enrique Santos y a mí, como interlocutores para el primer encuentro secreto entre las partes.

HARVARD UNIVERSITY

Seguí trabajando en Boston en temas relacionados con estrategia, buscando asesores que nos pudieran acompañar en el proceso, esto autorizado por el presidente Santos. De ahí nació la asesoría de Ben Uri, clave en todo el proceso, y Nohra Haifa, que al final no tuvo mayor participación.

Vine unas veces a Colombia, sin que ni siquiera mi papá y mi mamá lo supieran, para reuniones de preparación.

En paralelo entró el equipo de gobierno, del que hacían parte Jaime Avendaño Lamo, Sergio Jaramillo que asumió las funciones de consejero de seguridad con funciones de comisionado de paz, y Alejandro Eder que tomó la dirección de la oficina de reintegración, quienes planearon los primeros encuentros secretos que se dieron en Venezuela donde fueron Jaime Avendaño y Alejandro Eder a definir las reglas de juego para el primer encuentro en fase secreta en Cuba.

Todo el proceso era muy demorado, pero el año en Boston pasó rapidísimo. Hice una maestría en Licitación Pública en Harvard y un fellowship en gerencia y política pública. Fue un año maravilloso y todo lo que hice estuvo enfocado al proceso de paz. Aterricé en Colombia y el gobierno ya llevaba un año, por supuesto, no tenía claro qué iba a hacer y pensé en un momento dado en trabajar en el sector privado.

MINISTRO DE AMBIENTE

Un día el presidente me llamó a decirme:

   — Frank, voy a dividir el Ministerio de Vivienda y el de Ambiente, y quiero que usted sea ministro de Ambiente.

   — Pero, ministro de Ambiente, presidente. ¿Por qué ministro de Ambiente? Mire, yo he estudiado temas de política pública, del tema ambiental lo único que sé son generalidades.

   — Ahí hay un equipo técnico bueno, lo que necesitamos es un buen gerente para que arme muy bien el Ministerio, una persona que entienda la perspectiva del sector empresarial y un buen negociador. Porque los grupos de interés, los ambientalistas, los empresarios y las ONG, hay que manejarlas con una línea que nos lleve al desarrollo sostenible sin extremos de ninguna clase.

   — Presidente, me parece bien, lo acepto, pero teniendo claro que, apenas se dé el inicio del proceso de paz con las FARC, yo quiero estar ahí.

Comencé la tarea en el Ministerio, me pareció fascinante. Me dediqué a leer, a estudiar, es un tema muy complejo, no soy experto en eso, pero encontré un equipo de gente maravillosa. En un período de tiempo muy corto, logramos cosas importantes, y lo de mayor relevancia es algo que la mayoría de los colombianos no conoce y tiene que ver con los Objetivos de Desarrollo Sostenibles – ODS.

En el año 2011 el sistema de las Naciones Unidas tenía un mecanismo de medición de los objetivos de desarrollo del milenio que vencía en el 2015 y no había otro que lo reemplazara.

Paula Caballero, que trabajaba en la Cancillería, una mujer brillante y una autoridad mundial en temas ambientales, tuvo la idea de crear objetivos de desarrollo sostenibles que, a través de la canciller María Ángela Holguín, se la expuso al presidente Santos, le gustó y la respaldó.

Cuando llegué al Ministerio, la idea ya estaba, pero tuve la oportunidad de impulsar y co liderar con Paula y la canciller, en el sistema de Naciones Unidas, las negociaciones para que su sistema la acogiera y aprobara los ODS.

Esto fue algo que logramos en la Cumbre de Río del año 2012, mérito de Paula Caballero, esfuerzo conjunto del equipo de la Cancillería donde también estaban Paty Londoño y otras personas, y del equipo del Ministerio del que hacen parte personas brillantes como Andrea Guerrero García, a quien vi negociando con el enviado de Obama. Recuerdo que Andrea le argumentó el porqué los Estados Unidos tenían que apoyar esta idea, pues había una oposición muy grande de países como Venezuela, India, Brasil y Bolivia.

Estas negociaciones no fueron fáciles y, de lejos, no tengo un mérito grande ahí, sino que es de los equipos. Es un logro colombiano porque hoy en más de ciento ochenta países del mundo ese sistema se está implementando.

Otra cosa importante que alcanzamos a hacer con el liderazgo de Brigitte Baptiste y de la viceministra Adriana Soto, fue la expedición de la política de adaptación al cambio climático, que fue muy importante, y la política de conversiones por cambios en biodiversidad. Es decir, en Colombia no había la compensación requerida por parte del sector empresarial ante impactos ambientales, y nosotros establecimos el sistema para lograrlo, que, entiendo, se ha ido perfeccionando.

Logramos el apoyo del gobierno de Noruega para comprometer cincuenta millones de dólares para la constitución de un fondo que permitió la ampliación del Parque de Chiribiquete.

Hubo cosas que no nos funcionaron, fracasé estruendosamente en un intento por renovar a las CAR y al Sistema Nacional Ambiental, aunque logramos trabajar bien con la inmensa mayoría de ellos, hacer algunas renovaciones, especialmente en la sede del Valle y otras cuatro. Esta es una de mis frustraciones, a veces pienso que me quedó faltando en ese tema.

PROCESO DE PAZ – ETAPA FINAL

Veníamos trabajando por más de seis meses con un equipo de Presidencia y Asociaciones Internacionales, Enrique Santos, Alejandro Eder, Jaime Avendaño, Lucía Jaramillo, Sergio Jaramillo y yo, en la definición de la estrategia de negociación de las FARC y la fase secreta empezó en febrero.

Entonces, entre febrero del 2012 y el 26 de agosto de ese año, que fue cuando firmamos la agenda, tuve dos sombreros, como ministro de Ambiente, y desde Cuba como negociador de paz en su fase secreta con el grupo guerrillero.

Esto fue dificilísimo, porque yo no podía decirle a la gente del Ministerio dónde estaba, pero pasaba mucho tiempo por fuera. Tuve siempre la preocupación de que pensaran que yo era un ministro ausente e irresponsable, entonces hice una combinación de estrategias que consistieron en hacer muchos medios desde Cuba, hacía radio por la mañana para comunicar temas ambientales, con el fin de ser un ministro presente.

Tenía una agenda muy difícil porque, como negociábamos con las FARC por la mañana, preparábamos las negociaciones al final de la tarde, entonces, entre el medio día y el inicio de las sesiones del equipo de trabajo, que eran como a las tres o cuatro de la tarde, yo estaba lleno de temas del Ministerio y, acabadas las sesiones, nuevamente tenía temas del Ministerio.

Cuando venía a Colombia, sin importar si era sábado, domingo o puente, tenía que hacer presencia en las regiones. Así que fueron seis meses dificilísimos, pero logramos firmar la agenda el 26 de agosto del 2012.

Me acuerdo de la fecha porque coincidió con el cumpleaños de mi papá, y en ese año se reunió toda la familia: mis hermanas vinieron de Canadá con sus hijos, y coincidimos todos en Anapoima. Había dicho en La Habana que viajaba a esta celebración y tuve que devolverme un día antes porque ese mismo día fue la firma.

El presidente tomó la decisión de armar equipo para lo que llamó a Humberto de la Calle, y yo renuncié al Ministerio. Abordamos con destino a Cuba, en octubre del año 2012, Humberto de la Calle, el general Mora, el general Naranjo, Sergio Jaramillo, Luis Carlos Villegas y yo, para comenzar una negociación que duró hasta el año 2016.

De ese equipo inicial estuvimos los cinco todo el tiempo, Luis Carlos en un momento dado se retiró para asumir el Ministerio de Defensa.

NEGOCIADOR CON EL ELN

En paralelo con la negociación con las FARC, como yo tenía contactos con el ELN y creía que había una posibilidad de paz, insistí desde el gobierno para hacer un proceso y aprovechar el tiempo. Infortunadamente el proceso empezó después, pero cuando comenzaron las negociaciones con la fase secreta, el presidente me pidió que fuera jefe negociador con el ELN. Entonces durante los años 2014, 2015 y hasta marzo de 2016, estaba negociando en La Habana, pero también estaba liderando estas negociaciones en Brasil, Ecuador y Venezuela.

Fueron años muy intensos, esa negociación con el ELN fue especialmente compleja, son una organización muy distinta, pero logramos firmar una agenda, y era la primera vez, en más de cincuenta años, que se firmaba una agenda con ellos. Hubo dificultades, por supuesto.

PLEBISCITO

Una vez se acabó el proceso con las FARC, vino el Plebicito. Desde unos meses antes tuve muy claro que lo íbamos a perder, y si bien, no me gustó el resultado, tampoco me sorprendió.

Unas semanas antes, nosotros, como equipo negociador, empezamos a hacer campañas pedagógicas, íbamos a universidades, a diferentes ciudades, y cuando llegábamos a los eventos nos aplaudían mucho, se acompañaban de confeti y banderas de Colombia. Me pareció que había demasiado unanimismo en relación con un tema que es tan complejo y que está repleto de dilemas morales, éticos y políticos.

En conversaciones que sostuve con otras personas percibí una oposición importante al proceso de paz, y preocupaciones que, además, siempre consideré y aún hoy considero, que son perfectamente legítimas.

En un momento dado decidí hacer una ronda separada, reuniones en regiones donde pensaba que había más oposición y donde no había apoyo al proceso de paz.

No seguí con la campaña pedagógica y le sugerí al grupo negociador que visitáramos sitios difíciles, lugares donde no nos fueran a aplaudir, porque, como les dije, es ahí donde hay que ir a contar las cosas, por lo menos como nosotros las veíamos. Pero como la agenda no se cambió, hice una agenda propia y por unas pocas semanas.

Entre otros destinos viajé al Meta, donde me di cuenta de que la oposición al proceso de paz era mucho más grande de lo que nosotros, como equipo negociador y como gobierno, percibíamos.

El día de las elecciones estábamos almorzando con una señora muy amiga nuestra, que me dijo: “Te veo un poco preocupado”. Le dije: “Sí, es que nosotros no vamos a ganar hoy”. El costo emocional, yo ya lo tenía descontado.

Al día siguiente, a las 5:30 de la mañana, ya estaba bañado, con la corbata puesta y diciendo: ¿Qué hay que hacer?

Comenzaron las negociaciones, que tomaron cuarenta días, entre los representantes de quienes ganaron el plebiscito, el expresidente Uribe, Oscar Iván Zuluaga, Carlos Holmes Trujillo, el presidente Duque, Martha Lucía Ramírez, el presidente Pastrana, el exprocurador y algunos de los representantes de iglesias cristianas.

Decidí no volver a Cuba, entonces el presidente designó a otras personas para que viajaran, y desde aquí traté de buscar un acuerdo para que ese grupo apoyara el proceso de paz. Estuvimos bastante cerca, pero se frustró.

La historia ya la conocemos, el Congreso aprobó el nuevo acuerdo de paz, cuando nosotros ya nos habíamos disuelto como equipo negociador. Al año siguiente, en el 2017, seguí trabajando en el tema de la paz, pero desde otra orilla.

CONSEJO PRIVADO DE COMPETITIVIDAD

Del Acuerdo de Paz se derivaron una serie de reformas jurídicas, unas de rango Constitucional como acto legislativo, y otras en leyes, decretos o resoluciones. Había un interés en el sector empresarial de que las normas reflejaran el acuerdo, en que no hubiera una sobre representación del secretariado de las FARC y que se respetaran las líneas rojas, que hubiera un marco que permitiera llevar el Estado, cumplir el acuerdo y crear un mercado para que realmente hubiera una mejora en el entorno en esas regiones.

Entonces se armó un grupo a través del Consejo Privado de Competitividad principalmente, que se llamó Consejo Empresarial para una Paz Sostenible, que era una red de Internet en la que había más de cincuenta empresas y gremios, también fundaciones y universidades.

Tuvimos interlocución con el gobierno del presidente Santos, asistí al Consejo de Ministros, y creamos grupos de estudios con, valga la redundancia, los grupos de interés, con los que interactuó el gobierno en ese momento para hacer comentarios a las normas y decretos para que pudieran reflejar los acuerdos y permitir y facilitar su implementación.

Esto me tomó todo el año 2017 y salió bastante bien, logramos un gran consenso dentro del sector empresarial con personas que eran opositoras acérrimas del proceso y con otras que lo apoyaban, por supuesto.

Pero en las conversaciones que teníamos dentro del punto de vista del contenido de las normas, de lo que es económicamente viable y factible para el desarrollo, en el fondo, ahí hubo siempre un acuerdo, logramos buenos consensos y la participación de todos.

CAMPAÑA PRESIDENCIAL

En ese momento ya habían comenzado las precampañas a la Presidencia. El candidato ideal para mí, en la campaña del 2018, era Humberto de la Calle, alguien a quien quiero, admiro y respeto profundamente, me parece un hombre extraordinario, con quien comparto su visión de país y de lo que es una sociedad, más allá del Proceso de Paz. Nosotros en algún momento habíamos conversado sobre su candidatura, pero siempre que lo hacíamos le insistía en que hiciera un partido político nuevo porque, pensaba y sigo pensando, Colombia necesita una renovación en la política y parte de las falencias que tenemos en el sistema político y en la estructura social vienen de la cultura y de las prácticas de los partidos políticos que tenemos hoy.

En un momento dado, en enero de 2017, me dijo que se iba a lanzar a la Presidencia, me invitó a que trabajara y lo apoyara en su candidatura. Entonces le pregunté cómo lo iba a hacer, a lo que respondió que iría por el Partido Liberal, y le insistí muchísimo en mi punto, entendiendo que él tiene unas lealtades y una historia profunda con su partido, y entendiendo de dónde venía y en qué situación estaba, le dije:

   — No te vayas por el Partido Liberal, mejor armemos un movimiento nuevo, salgamos a buscar firmas, yo me comprometo por completo con eso. Creo que tú puedes ganar, pero si no ganas estarás dejando un movimiento o un partido político con personería jurídica a una nueva generación que podrá hacer política con una visión distinta y ese es un legado que puede ser más importante que ser presidente. Si lo haces así, creo que puedes ganar.

      Además, por principio y entendiendo lo que hoy es el Partido Liberal, sus prácticas y lo que para mí representa, entro en gran conflicto porque creo que tú eres el hombre, pero esa no es la vía. Entonces, con el dolor del alma (y me dolió muchísimo, porque a mí se me arrugó el corazón), debo decirte que no puedo acompañarte.

      Ten en cuenta que si llegas con el Partido Liberal no vas a poder hacer la renovación que se requiere y aquí se trata, no de llegar a la Presidencia, sino de hacer una renovación en la política.

No lo pude acompañar ahí, lo que me dolió mucho.

Comencé a mirar las candidaturas y la campaña, y no veía a nadie que representara integralmente la renovación que creía que tenía que hacerse. Ante esto decidí montar un movimiento político y la vía para hacerlo era participando en las elecciones, obteniendo un número de votos que superara el umbral y dejando un movimiento con personería jurídica.

Busqué firmas para llegar a la Presidencia, pero necesitábamos listas al Congreso para cumplir con la personería, hubo algunas personas que me recomendaron hacerlo, que vieron opción, entonces me lancé a ese proyecto y creo que he tenido la carrera política más corta en la historia de Colombia.

Hice campaña durante cuatro meses, me encontré con gente maravillosa, activistas que trabajaron con mística; busqué la recolección de firmas, lo que no salió, pero no íbamos por la candidatura, porque las probabilidades de ganar eran muy bajas pues, entre varias cosas, inicié muy tarde y cometimos errores, pero queríamos pasar un mensaje: Colombia necesita movimientos y partidos nuevos para cambiar desde adentro.

Hay dos formas de renovar un sistema que no funciona, uno es cambiándolo desde afuera, el otro es desde adentro, renovando la cultura y las prácticas políticas, para impactar positivamente a la sociedad. Y yo creo que se debe hacer desde adentro, y estamos demorados en eso.

Asumí unos costos enormes, pero aprendí muchísimo, como nunca. Tuve otras ofertas para participar en varias de las campañas que había, pero no acepté. Hice una pausa para reflexionar, para redefinirme, pero, principalmente, para dedicarle tiempo a mis hijas.

PRESIDENTE GREMIAL

Después de un par de años y finalizando el mes de mayo, fui nombrado presidente de la Asociación de Cultivadores de Caña – ASOCAÑA. Pero, por una decisión política y tan sólo tres días después, fui “des nombrado”, para superar así la campaña más corta de la historia.

FAMILIA

Contraje matrimonio con Mara Lersundy durante el año que estuve en Miami. Tuvimos a nuestra primera hija, Emma, en el 2006, cuando vivía una etapa profesional de mucha plenitud. Trabajaba en Bavaria y nos habíamos cambiado de apartamento, cuando iba, supuestamente, a tener una vida más tranquila, porque, después de un trabajo muy exigente e intenso, esperaba bajar un poco el ritmo para concentrarme más en mi familia, pero apenas habían pasado un par de meses cuando recibí la llamada de Álvaro Uribe invitándome a trabajar en el gobierno.

En el 2009 nació Amelia, y como a Emma, le ha tocado ver a un papá que trabaja en el sector público, aunque siempre muy presente. Mis hijas no sabían muy bien qué hacía, y tampoco quería contarles, pues eran unas niñas muy chiquitas. Mía, la menor, nació en el 2014, cuando nos faltaba un par de años para acabar el Proceso de Paz. Y me preguntaban: “Papá, ¿tú en qué trabajas?”.

Como familia tuvimos un año delicioso mientras vivimos en Boston. Terminaba mis días estudiando en las noches, cuando las niñas ya estaban dormidas. Le dije a Emma, que está en su colegio, hace cuatro horas y media de ballet al día, y estudia hasta tarde:

   — Oye, a mí me encanta tu disciplina. Porque si tienes que trasnochar estudiando después de un día intenso, lo haces sin problema.

   — Pa, pero es que cuando yo era chiquita y vivíamos en Boston, me despertaba a las tres de la mañana y tú siempre estabas estudiando.

Su respuesta me conmueve profundamente. Y es que si bien el año en Boston fue intenso en estudio para mí, los fines de semana siempre los tenía libres para ellas. Este fue un tiempo muy especial.

Al regreso al país y mientras trabajé en el Ministerio del Medio Ambiente, ante la misma pregunta de en qué trabajaba, les respondía: “Trabajo cuidando el agua, los bosques, las montañas, el aire y los animales”.

Durante mucho tiempo ayudé a la liberación de secuestrados, que es un trabajo silencioso y secreto, lo que me obligaba a ausentarme por un par de días, entonces me preguntaban:

   — Pa, ¿qué vas a hacer?

   — Voy a buscar a un niño que está perdido en el bosque para llevarlo a su casa.

Cuando fui a Cuba, respondí a la misma pregunta diciéndoles:

   — Trabajo buscando que la gente no pelee.

   — Pero ¿cómo?

   — Trato de convencer a la gente de que hable en vez de pelear.

Esa era la manera como les explicaba mi trabajo, porque eran unas niñas chiquitas, hasta que un día me dijo Amelia:

   — Papá, hoy en el colegio me dijeron que la gente con la que tú hablas tiene pistolas.

En ese momento les expliqué lo que era una guerrilla, lo que estábamos haciendo, por supuesto de una manera adecuada a su edad.

En la etapa final del proceso de paz, ya tenían claro el tema, estuvieron en Cartagena en la firma del acuerdo, lo que para ellas fue importante, e hicieron parte del grupo de niños que salió con los jefes de Estado. Amelia caminó de la mano del secretario general de la ONU, Emma de la mano del presidente de México que, valga mencionar, todas las mujeres decían que era un tipo muy bien plantado.

Estuvieron en esos momentos cumbres y, a pesar de que no entendieran el todo, veían que algo significativo estaba ocurriendo. A Mía le tocó mucho menos, porque tenía dos años para ese momento.

Hubo algo bastante especial que les permitió ver que lo que se estaba haciendo sí era una cosa real.

La causa que motivó mi viaje a Miami fue el secuestro del abuelo de mi exesposa, el periodista La Chiva Cortés, por parte de Romaña de las FARC, y que fue rescatado en un operativo del Ejército que lideró el general Mora.

Una vez en Cuba y ya en la fase final del proceso, Romaña llegó a La Habana. Caminaba con Márquez por uno de los corredores del recinto donde me encontraba, y me dijo Márquez:

   — Doctor Frank, le presento a Romaña.

   — Claro, yo sé perfectamente quién es usted.

   — ¿Por qué?

   — Porque usted secuestró a La Chiva Cortés, el abuelo de mi esposa.

   — ¿Cómo así?

   — Claro, usted lo secuestró a él.

Y ellos son muy cobardes en muchas cosas, se pusieron muy nerviosos. Márquez empezó a esquivar la conversación y siguió su camino, y me quedé hablando con Romaña:

   — Usted lo secuestró, le dije nuevamente.

   — No, yo no fui. Porque yo no estaba en San Juanito.

   — ¿Y usted cómo sabe que a él lo sacaron por San Juanito? Usted y yo sabemos que sí fue, pero no pasa nada. Estamos aquí para resolver.

Romaña, en medio de su nerviosismo, me dijo:

   — ¿Cómo está su familia?

   — Está muy bien.

   — Mándele saludes.

   — Con mucho gusto.

Recuerdo que llegué unos días después y le conté a Mara lo ocurrido. Al principio se alteró, pero le dije: “Fue la única manera que él encontró de pedir perdón por lo que pasó”.

Volví a La Habana, me saludó, me preguntó por mi familia y le dije: “Está muy bien, le mandaron saludos”. No lo habían hecho, pero lo dije como una manifestación positiva, como una forma de pasar la página, porque estábamos para resolver temas y no generar otros ni para mirar para atrás.

Después de la ceremonia de la firma del acuerdo, en Cartagena, estábamos con Mara, Emma y Amelia. Mara me dijo que quería hablar con Romaña. Entonces subimos, Mara con la niña en brazos y yo con Amelia de la mano. Entré al sitio donde él estaba, y le dije:

   — Romaña, mi esposa quiere hablar con usted.

 Salió muy nervioso y Mara llorando le dijo:

   — Quiero decirle que yo lo perdono por todo lo que hizo. Pero no lo hago por usted, sino por mí, por mi tranquilidad.

Las niñas vieron a Romaña sudando y temblando del susto, cuando le respondió algo como:

   — Mamita, mamita, perdón, perdón.

   — Yo lo perdono (le dijo en medio de lágrimas).

Luego les contamos a las niñas de qué se trataba el tema, y el vivirlo les ha permitido entender la magnitud de lo que se hizo, con el costo del tiempo que tuve que invertir en esa misión.

Después de que se firmó el acuerdo, hice el trabajo con el Consejo de la Paz Sostenible, también el intento de crear el movimiento político y me separé. Tengo una relación magnífica con mis hijas, estoy la mitad del tiempo con ellas y mi exesposa la otra mitad.

REFLEXIONES

  • ¿Qué reflexiones hace después de este recorrido por su pasado?

He sido una persona privilegiada en el sentido de hacer todo aquello que tenga significado para mí. Decidí que iba a estudiar para tener la libertad de hacer lo que me gusta, de aportar y aprender a través de mi trabajo. Ha habido momentos mejores y otros difíciles, pero de alguna manera lo he logrado.

Cuando reflexiono sobre la vida, veo que quedan muchos aprendizajes. No importa qué etapa revise o que actividad en particular, pues creo que la vida es una lección de humildad, porque a pesar de las buenas intensiones y de entregar lo mejor del talento y de buscar lo que uno cree que es el bien, se puede equivocar y cometer errores.

Se debe entender que si bien a veces las cosas salen como uno piensa, generalmente no es así, porque uno no controla la mayoría de las cosas.

La vida me ha dado oportunidades de conocer personas maravillosas, anónimas, en circunstancias muy complejas, de conocer todos los espectros de la sociedad colombiana, de vivir muy de cerca la fase final del proceso con las autodefensas y con los ex paramilitares y sus familias. Conocí a los catorce comandantes paramilitares, a la gente del ELN, a la de las FARC, a colombianos maravillosos en regiones del país donde la situación es moralmente inaceptable y económica y políticamente insostenible, pero llevando ellos una vida muy valiente en medio de condiciones muy complejas.

He aprendido de las personas con quienes he tenido la oportunidad de trabajar y también de las personas para las que he trabajado, me refiero a los ciudadanos que son quienes más lecciones de grandeza me han dado.

Creo que a veces hay que tomarse el tiempo para ser conscientes de esas lecciones que por ser tan obvias en ocasiones uno no ve.

  • Con esa sensibilidad que le invade, ¿emocionalmente se quiebra ante semejantes realidades tan duras, tan difíciles, por las que ha trabajado?

Sí, me pasó varias veces. Cuando fui al Pozón en Cartagena, como cuando fui a una comunidad en el Putumayo, pero también en el Chocó y en la Guajira, y en varios otros sitios, y no hay que ir tan lejos en Colombia para que las cosas no conmuevan. Emocionalmente eso me impactó muy fuerte, pero parte de lo que aprendí es que hay que separar el dolor de los demás para poder ser más efectivo en ayudar a la gente.

Una de las escenas que tengo marcadas es cuando una vez hicimos un viaje al Putumayo, cerca a la frontera con Ecuador, y recuerdo un rancho con el piso de tierra, sin agua, sin luz y una mujer con tres niñas, todas harapientas, se veía que no se habían bañado, y vivían rodeadas de cultivos de coca en una zona donde había grupos criminales e ilegales.

Recuerdo haber conversado con la mamá al tiempo que pensaba en qué esperanza podían tener esa mujer y esas niñas, cuando lo que les podía pasar era que llegara un grupo ilegal a reclutarlas y a cometer todas las atrocidades que suelen ocurrir con la insurgencia, acciones todas totalmente inaceptables.

Tuve varios de esos momentos, y cuando estaba en Cuba o en negociaciones con el ELN, eran difíciles y quería botar la toalla, pero pensaba en que, si esa mujer y sus niñas me estuvieran mirando por la ventana, y si vieran cómo me paraba de esa mesa o que me rendía, qué me podrían decir.

Este fue uno de los motores para continuar, esa imagen en particular, pero hubo varias, que validaron la tarea que se estaba haciendo, para quiénes y porqué, y fue la que me impidió, moralmente, rendirme.

Esa sensibilidad hay que usarla para bien, aunque hay que tener cuidado, porque cuando ese dolor empieza a afectar, las emociones deben separarse para poder tomar decisiones de política pública de una manera objetiva.

  • ¿Cuál ha sido la situación que más le ha confrontado como persona?

Muchas. Si es en términos de dilemas morales, creo que las conversaciones y las discusiones sobre el capítulo de justicia en el proceso con las FARC.

Si tomamos cualquier crimen que hubieran cometido, como un secuestro, un asesinato o una violación, cualquier cosa, uno puede tener una perspectiva del lado de las víctimas, que puede ser: “Aquí hubo un acto criminal, hubo un daño, y tiene que haber justicia”.

El concepto tradicional de justicia es el de cumplir tres funciones sociales: poner unas reglas de juego, unas normas, para que haya unos límites a las conductas; que haya consecuencias para quien las incumple; y poder resocializar a quienes no las acatan. Entonces, bajo esta perspectiva en un país que no está en conflicto, ante un daño causado tiene que haber una consecuencia contemplada dentro de la justicia penal, pero cuando uno está tratando de acabar un conflicto, entiende que esa solución no es posible porque nadie va a negociar para irse a la cárcel.

Surge entonces el dilema, porque, si cometieron estos actos y no reconocen la verdad y no reparan a las víctimas, deberían irse a la cárcel, pero, en circunstancias como esa uno se pregunta si son preferibles la verdad y la reparación o que se vayan a la cárcel sin verdad y sin reparación.

Pero más allá de eso, no se puede pensar en una justicia que mira al pasado, la punitiva, la penal, sino en una que mire al futuro.

Viene entonces la definición de qué es justicia, y justicia puede ser que alguien que cometió un asesinato vaya a la cárcel. Pero, para esa mujer y esas tres niñas del Putumayo, justicia es equidad, es oportunidad, es vivir en una casa digna, tener educación, atención en salud, que la mamá no tenga que estar protegiendo a sus hijas de asesinos violadores, que no tengan que hacer actividades criminales e ilegales, como hacer parte de la cadena de valor de la coca.

Eso es justicia en una sociedad, entonces hay justicia para resarcir el daño de unas víctimas, pero también una posible y legítima cuando uno quiere cambiar las condiciones en búsqueda de la equidad en una sociedad.

Y eso no es fácil porque en un momento de mi vida, cuando en el año 98 o 99 organicé marchas contra los secuestros de las FARC, pensaba que debíamos tener una justicia de tipo punitivo, estábamos llenos de dolor, tuvimos un secuestro en la familia, pero después entendí que lo que el país requería era un sistema de justicia que permitiera resarcir parcialmente, pero, sobretodo, mirar hacia adelante.

Esas discusiones me confrontaron mucho como persona, y tomé una decisión. Tuve siempre mi maleta lista y, si en un momento dado pensaba que el acuerdo iba más allá de lo que yo podía moralmente aceptar, me iba. Creo que todos coincidimos en lo mismo. Pero, como aquí la decisión puede ser moral, jurídica o política, y esos criterios son discutibles, decidí que iba a tener solamente uno, para saber cuál era la línea que nunca iba a pasar, y fue:

   — Tengo tres hijas chiquitas, que no saben lo que estoy haciendo ni lo entienden ni tienen por qué entenderlo. Cuando sean adultas yo voy a poder sentarme con ellas y explicarles el porqué tomé o apoyé alguna decisión. Si la respuesta es sí puedo explicarles, entonces la apoyo, pero si la respuesta es que no puedo hacerlo, entonces me abstengo y me voy.

Esto fue algo que me impuse y cumplí hasta el final.

  • Hablemos de los técnicos en la política. Desenvolverse en un medio tan complejo, en un país tan corrupto, me hace preguntar, ¿cómo navegar en esas aguas y qué manejo darles?

Hay muchas personas que tienen la concepción de que el mundo político es mucho más complejo que el de los negocios. Creo que no necesariamente es así, por lo menos no en términos de relaciones personales, de agendas, de alianzas, de traiciones. Porque creo que el mundo de los grandes negocios también es muy complejo.

Claramente el mundo de la política en Colombia es muy corrupto, y eso no es lo que uno ve, en general, en el sector empresarial. Esa es una diferencia fundamental, sin dejar de ser un entorno complejo porque, en últimas, todo obedece a la naturaleza humana.

El mundo del arte también se comporta así. El arte permite expresar y sublimar los sentimientos humanos más nobles, pero también los más ruines, y de una manera socialmente aceptable. El mundo del arte, que es algo tan bello, está lleno de política, de intereses, de intrigas y de traiciones, por la misma razón, porque es un mundo de humanos.

No creo que el mundo de lo público sea tan distinto al resto, pero sí exige cosas, como las de tener unos límites claros y la capacidad de decir que no, duro, claro y fuerte, de forma inmediata, y nunca pasar la raya.

También es importante tener la capacidad de no tomar las cosas personales, de entender que cada persona juega un rol, que hay unos intereses, que así uno considere que ciertos intereses, entre comillas, no son legítimos, la persona tiene derecho a representarlos y a buscarlos, y que las diferencias de opinión no son en contra de uno, sino en pro de algo.

Si uno lo entiende así, se sentirá tranquilo haciendo lo que se pueda dentro de ese mundo de enormes limitaciones, y entendiendo que se puede hacer mucho menos de lo que uno quiere.

Isa, nada es personal, nada es personal.

  • ¿Cómo vivir la transición de lo privado a lo público sin frustrarse, sin afectarse?

Claro, uno se frustra muchas veces y muchas veces durante el día, también da mal genio, pero esa complejidad hace que esos trabajos sean fascinantes, porque, con esas enormes dificultades, cuando se hace algo importante y se logra impactar a un grupo de gente y se le pone cara, entonces, sí se puede, y da mucha satisfacción.

Creo que la inmensa mayoría de servidores públicos en Colombia son gente honesta y capaz, creo que hay unas estructuras y reglas de juego para elegir, para reelegirse, unos acuerdos entre quienes dominan la política, que hacen que ese esfuerzo y capacidad de tantos se los lleve como un tsunami. Eso es lo que hay que cambiar. Pero también, es esa complejidad la que lo hace fascinante, sino eso sería muy aburrido.

  • Para hacer un corte en este momento de su vida, ¿hubo algo que considere se quedó debiendo?

Quizás más tiempo para mí y para mis hijas. Me tomé un tiempo para reencontrarme, para a hacer lo que antes no pude, volví al deporte, a las lecturas, a la música, a mis amigos, a mis hijas.

  • ¿Quién es hoy, cómo ha cambiado después de todas estas experiencias?

Creo que soy más humilde, más consciente, más tolerante, más tranquilo, vivo sin tanta prisa, ya no tengo el afán que antes sentía, pese a que sigo haciendo mucho.

Entiendo que son muchas las cosas que uno no controla y que se debe seguir dando lo mejor, pero también soltar, es decir, se debe dar lo mejor y se debe soltar el resultado. Esto da mucha tranquilidad, es una tarea de todos los días.

Soy más espiritual ahora que antes, no estrictamente religioso, aunque con un componente importante de religión.

Creo que gradualmente he entendido algo que decía, pero que tal vez no tenía interiorizado, cuando aseguraba que en la vida no había fracasos y que el único era el de no intentar aquello que se debía hacer, que el resto era aprendizaje, pero una cosa es decirlo y otra vivirlo.

En el tema del proceso de paz, hay muchas cosas que no salieron como se esperaba, pero hoy en día no lo veo como un fracaso, sino como muchas lecciones aprendidas.

Ahora soy más consciente de mis virtudes y de mis defectos, soy de reflexiones permanentes. Y considero importante entender causas para evitar consecuencias.

  • ¿Cuáles ha sido las mayores lecciones aprendidas?

La que me dio mi salud cuando en el 2013 entendí que la vida es finita. Pocos meses antes de ser diagnosticad había comenzado un proceso de búsqueda espiritual y lo he continuado, hago meditación y ejercicio, y es lo que me sostiene, sumado al amor de mis hijas.

En el 2018, cuando tantas cosas no me funcionaron, viví una especie de adolescencia espiritual, entiéndase, cuando uno le echa la culpa al papá, pero me he ido recomponiendo, porque ha habido etapas en esa búsqueda.

Si bien soy muy familiar, debo reconocer que el servicio público me absorbió, de tal manera, que no le di el tiempo que hubiera querido darle ni a mis hijas ni a mi esposa ni a mis hermanos ni a mis papás ni a mis amigos.

Fue un trabajo de siete días a la semana, veinticuatro horas al día, porque los temas son de crisis, de vida o muerte, o por lo menos uno los ve así en ese momento.

  • ¿Qué es el tiempo para usted?

Antes me generaba muchísima presión, vivía pendiente de cada segundo, con una agenda estricta para todo, desde la lectura con un número mínimo de páginas diarias por once años o más, estudiando los temas relacionados con política pública, especialmente, y muy presionado por todo. Ahora hago más cosas, tal vez, pero si no quiero no las hago, y no pasa nada. Leo mejor lo que realmente necesito cada día.

  • ¿Cuál es su sentido de la existencia?

Es la invitación a estar consciente, a estar pendiente, a estar alerta, para revisarse, para cuidarse.

Muchas personas nos definen como seres humanos, pero no creo eso. Creo que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. Como creo que eso es así, el sentido de la vida es lograr ser, vivir y expresar amor.

  • ¿Cuál es su misión en la vida?

Pienso que ésta va cambiando. El sentido es el amor y el reto expresar ese amor a través de nuestra humanidad, de manera permanente, algo que es dificilísimo, pero posible.

La misión es la razón de ser, y ésta puede cambiar de acuerdo con el contexto y las etapas de la vida. En mi caso puede ser romper las barreras que separan a unas personas de otras, ayudar a lograrlo.

  • ¿En qué momento de su vida se eternizaría?

Todavía no puedo tomar esa decisión. Creo que eternizaría algunos momentos para que estén siempre conmigo, pero no me quedaría ahí.

  • Porque es un ser que evoluciona.

Hay unos instantes que creo que uno tiene eternizados en su corazón, lo que es una belleza, porque cuando se recuerdan el corazón sonríe y la vida misma sonríe. Es una fuerza que permite seguir descubriendo para que lleguen otros que pueden ser iguales a esos o mejores.

  • Es la gratitud que supera a la nostalgia.

No es una pérdida porque esos momentos siempre están contigo, nadie te los quita. Me parece válido viajar con la mente a momentos del pasado y traerlos al presente, siempre que esos momentos hagan bien.

  • Es el concepto de la atemporalidad.

Somos atemporales. Podemos traer a presente el futuro, igual que cuando navegamos al pasado.

  • ¿Cómo se proyecta?

Como una persona plena, porque estoy en la búsqueda de esa plenitud.

Todos los días son para todos nosotros, en mayor o menor grado, una montaña rusa entre las esperanzas, los miedos, las satisfacciones, las frustraciones. Ese es el día a día, pero uno va subiendo una escalera, donde cada vez se logra un nivel mayor de tranquilidad, certeza, plenitud y desapego.

  • Cuando alguien ha trabajado en la resolución de conflictos de semejantes magnitudes, ¿cómo maneja los propios?

No soy un experto en la solución de conflictos, pero sí son dimensiones que están relacionadas. Creo que en la medida en que uno tiene miedo adentro, lo traslada afuera, cuando se tienen conflictos internos, ocurre igual, los lleva a su entorno, como sucede con la esperanza, la felicidad y otras emociones.

Siempre es más fácil teorizar que aplicar, especialmente cuando se trata de uno mismo, porque una cosa es reflexionar, pues la mente, el ego y el subconsciente son muy poderosos.

Uno de los retos de la vida es poner el ego en su lugar, en el que corresponde, no el que él quiere y pide. Se debe estar muy consciente de las trampas del ego, como lo son el miedo y la adulación. El ego y la mente quieren controlar la vida, pero uno es mucho más que ellos.

  • ¿Dónde están sus miedos?

Son básicos y profundos: a no tener salud y a no estar ahí para mis hijas. Son instintivos, más allá de eso, muchos son fabricados, así como también se fabrican ilusiones.

  • ¿Cuál es esa realización que no podría dejar pendiente?

Tengo que ver a mis hijas crecer y convertirse en buenas mujeres, tranquilas y felices. Esa es la mayor realización que quiero tener en la vida. Va a ser mérito de ellas, pero yo quiero verlo.

  • ¿A qué lugar pertenece?

Un entorno en el cual me siento muy cómodo es al aire libre y en la naturaleza.

  • ¿Qué elemento de la naturaleza es?

Me encantan las montañas, los árboles, el bosque, el verde.

  • ¿Qué color es?

Verde. Les cuento un cuento a mis hijas en las noches, el mismo desde el año 2008. Se trata de la historia de una mariposa que nació en el bosque y quiere conocer el mar, y en el cuento decimos que la mariposa es de color verde, que es el color que representa a la naturaleza.

  • ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

A mí eso ya no me preocupa tanto. Cuando uno está en el gobierno y en la política, es muy consciente de cuál es la impresión que quiere dejar en la gente, pero eso es en función de lograr un objetivo que puede ser legítimo, pero también puede ser egoísta, y al final eso es una relación utilitarista.

En este momento no me preocupa para nada cuál es la impresión que dejo. Me interesan únicamente las relaciones honestas, las otras no me interesan para nada.

Si tratara de contestar a tu pregunta, lo haría diciéndote que vean lo que soy, como esté en ese momento, si estoy alegre me verán riéndome, si estoy triste me verán en silencio, si estoy serio me van a ver con el ceño fruncido.

Entonces, concluyo que, dejar lo que soy en ese momento, porque eso es lo único genuino.

  • ¿Cuál debería ser su epitafio?

El epitafio debería ser ese recuerdo que uno deja en la gente y para cada persona será uno distinto.

En otras palabras, uno deja el epitafio escrito en la experiencia que tiene con cada persona, y cada una de ellas es única.

Entonces, si a uno lo recuerdan cuando uno se muere, cada uno lo va a recordar por algo en particular. Esa es la magia de la vida.

El otro día alguien me preguntaba si valía la pena todo el esfuerzo para el proceso de paz, y la respuesta que di quizás aplica también para contestar a tu pregunta.

   — Es muy pronto para decir eso.