Juan Carlos Iragorri

JUAN CARLOS IRAGORRI

Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Juan Carlos Irragorri nació en Cali el 20 de febrero de 1961. No tenía un año cuando sus padres lo trajeron a Bogotá. Estudió en el colegio Anglo Colombiano, después en la Universidad del Rosario, pero no se graduó porque le pareció mucho más interesante jugar billar. Al terminar materias comenzó a trabajar en la oficina jurídica de Bavaria, montó un bar y una noche decidió que quería dedicarse al periodismo.

Empezó en El Siglo en junio o julio de 1987 y de ahí ha pasado por distintos medios de comunicación: El Tiempo, Revista Diners, Revista Semana, Voces RCN, el Club de Prensa programa de NTN24.

Ha escrito libros de entrevistas. Se ha ganado varios premios nacionales e internacionales de periodismo. Fundó la maestría en Periodismo en una alianza entre la Universidad del Rosario y la Revista Semana.

Está casado y tiene dos hijos. Es muy aficionado al squash deporte con el que ha ganado varios campeonatos, le gusta el fútbol y es fanático de los Beatles.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Los Iragorri se han caracterizado por ser gente muy sensible a lo social. También por su coraje, por ser de esos que ponen la cara.

El primero que pisó estas tierras lo hizo en la época de la Revolución Francesa. Provenía del País Vasco. Su hijo, el general Obando, fue alguien muy controvertido. Cuenta la historia que lo mataron. Le cortaron el labio superior que con bigote clavaron contra la puerta de su casa. Los golpes hicieron que la señora abriera y lo encontrara ahí colgando. Lo culpan de la muerte de Sucre.

Como datos curiosos se sabe que la primera foto que se tomó en Colombia fue la suya y que su hijo fue amigo de Bolívar.

JOSÉ MARÍA IRAGORRI CARVAJAL

José María Iragorri Carvajal, mi tatarabuelo, fue el médico de Tomás Cipriano de Mosquera. Ayudó a que este y José María Obando se volvieran a unir porque la gran pelea del siglo XIX fue entre ellos dos. Vivía en la plaza principal, el Parque de Caldas. Tenía su farmacia donde ahora están las tiendas Juan Valdés (casas que conservan el techo original). Las crónicas que se han escrito sobre él dicen que nunca hizo plata porque no le cobraba a la gente pobre.

JOSÉ MARÍA IRAGORRI ISAACS

José María Iragorri Isaacs, mi bisabuelo, era hijo de Rebeca Isaacs y sobrino de Jorge Isaacs. Fue un gran abogado, sin duda el mejor del occidente colombiano. Trabajó como jurídico del ferrocarril del pacífico y como profesor de todas las áreas del derecho de la Universidad del Cauca. De él conservo las cartas que le envió a mi abuela y a sus otros familiares, también una guía turística de Europa de 1906.

LUIS CARLOS IRAGORRI

Luis Carlos Iragorri, mi abuelo, fue embajador en Holanda. También en la ONU, en Nueva York. Senador de la República en repetidos períodos. Abogado muy importante, especialista en hacienda pública. Redactó el decreto para crear la Caja Agraria. Siendo conservador, presentó como tesis de grado en Popayán un documento que se volvió Ley. Este decía que los hijos ‹negados› deberían heredar la mitad de lo que los ‹legítimos›. Se casó con mi abuela Rosa Zamorano Simmons (nieta del primer Simmons que llegó a Colombia). Se radicó en Cali y después se instaló en Popayán.

POMPILIO VARELA

Fue presidente del Club Popayán. Como él no manejaba, cuando necesitó un chofer le presentaron a Pompilio Varela. Mi abuelo le pidió que se quedara una semana mientras conseguía a alguien definitivo. Luego otra semana. Así pasaron meses y años hasta quedarse para toda la vida. Pompilio fue quien les enseñó a manejar a todos en la familia. Era el año 1930.

Como mi abuelo enviudó y se volvió a casar, Pompilio no quiso continuar trabajando con ellos. Entonces mi abuelo lo propuso como barman del club. Allí Pompilio tomó el mando. Decidía a quién le daba trago y a quién no. Y sacaba a la gente de la piscina a punta de regaños.

Para hacer la historia corta, el Club Popayán nombró a Pompilio socio honorario, lo que no hubiera pasado en ningún otro club del mundo. En la celebración de los ochenta años del Club, Pompilio estuvo sentado junto a expresidentes de la República y a los presidentes honorarios. Yo le hice un artículo en la primera página de El Tiempo (ver al final).

EDGAR IRAGORRI ZAMORANO

La familia Iragorri, como mencioné al comienzo, es gente con mucho sentido social. Por lo mismo, mi papá, Edgar Iragorri Zamorano, no podía ser distinto. Nació en 1922 en Popayán. Fue el mejor estudiante del Gimnasio Moderno cuando era el mejor colegio que había en Colombia. Luego se hizo bacteriólogo de la Universidad Nacional y más tarde ejerció en su ciudad.

RAMA MATERNA

JUAN MARCHANT

Juan Marchant, mi abuelo materno, era hijo de andaluces, agricultores de Málaga que fueron a trabajar a un viñedo en el Valle de Colchagua. Quedó huérfano muy joven. Era un tipo que tallaba muy bien la madera. Un hombre muy apuesto y físicamente muy parecido a Edward Kennedy. También fue flautista de la Sinfónica en Chile y barítono en las temporadas de ópera. Prestó servicio militar en la Escuela de Caballería de Santiago – Chile. Conoció, en La Paz – Bolivia, a mi abuela Celmira Triana, una de las hijas del caleño Enrique Triana Caicedo. En Bolivia se enamoraron, se casaron y tuvieron a mi mamá, Gladys Marchant.

GLADYS MARCHANT

Cuando mi abuelo se enteró de que mi abuela Celmira había heredado parte de la finca de La Paila en el Valle del Cauca, viajó a Santiago para venir en un barco a Buenaventura. Lo hizo con su joven y recién conformada familia. Recibieron plata como herencia con la que mi abuelo comenzó la empresa Vidrios y Espejos Marchant, la más grande de Cali.

Cuando mi mamá era una niña, Efraín Orozco, compositor colombiano de Cajibío-Cauca, los visitaba en su casa con su guitarra y cantaba a dúo con ella. Él era muy respetado como artista, especialmente en Buenos Aires, y si algo disfrutaba eran esos momentos en que oía su voz.

Con los años mi abuelo mandó a mi mamá a estudiar al exterior. Ella bailaba ballet y tuvo la primera academia de su ciudad.

SUS PADRES

Mis papás se conocieron en Cali y se casaron el 1º de noviembre del año 47. Mi papá se ganó una beca de la Universidad de Michigan para estudiar el tratamiento de la sífilis. El bioquímico que había inventado la reacción a esta enfermedad los recibió en su casa y les ofreció que se quedaran. Pero mi papá no quiso. Regresaron a Cali, decisión que nadie nunca entendió.

Mi papá con dos personas más, Gabriel Velásquez y Santiago Rengifo, fundaron la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle. Fue quien consiguió gran parte de los recursos de las Fundaciones Rockefeller, Ford y Kellogg de la que había sido su becario. Más adelante fundó el primer centro médico de Cali, reclutó a un médico de cada especialidad y entre todos alquilaron un piso de un muy lujoso edificio en el centro de la ciudad.

Entre tanto mi mamá tenía su academia de ballet. También estuvo quince años en el Conservatorio pues era toda una artista. Ellos querían ser padres, pero no lo lograban. Mi mamá perdió un embarazo cuando llevaban algunos años de casados y luego de catorce de matrimonio.

PRIMEROS AÑOS

Nací el 20 de febrero de 1961. Después mi mamá tuvo dos embarazos extrauterinos que la dejaron estéril y que casi le causan la muerte dada una hemorragia interna de la que nadie se percató.

Poco antes de un año de mi nacimiento nos trasladamos a vivir a la ciudad de Bogotá por recomendación de mi pediatra. El calor me brotaba, a mi mamá tampoco le gustaba y a mi papá le había empezado a ir mal en los negocios.

Mi papá no sabía de fincas ni de ganado, pero le encantaba comprarlos. Al poco tiempo de llegar a Bogotá, se hizo a una finca en Chocontá en la que sembró papa, pero cayó una helada, se quebró y nos embargaron hasta los muebles.

En ese entonces vivíamos en la calle 90 con 15. Yo tenía unos siete u ocho años cuando llegué un día a mi casa y vi cómo unos polícias de un juzgado sacaban absolutamente todos los muebles. Nos quedó el tapete de la sala, la biblioteca en la que había muchos libros y una radiola vieja con cualquier cantidad de discos. Con el poco dinero que tenía, mi papá le montó a mi mamá un almacén de muñecos de trapo en la calle 75 con 15 (muñecos que ayudó a fabricar). Lo llamó Marchant Boutique.

Como soy hijo único aprendí a jugar solo y no sentí que me hiciera falta compañía. Yo no sé qué es tener un hermano, pero sí muy buenos amigos. Ellos iban a mi casa a escuchar música. Alguna vez leí que la cultura de una casa se puede medir por la variedad de música que se escucha en ella. Entonces mi familia era muy culta porque mis papás oían a Mozart y a Beethoven, pero también a Chavela Vargas entre salsa, polkas, cuecas chilenas y música peruana.

Mi papá llegaba de la universidad donde él dictaba clases y encontraba música sonando. Cuando yo llegaba del colegio, lo primero que hacía era pararme frente a la radiola (donde había un cuadro de mis bisabuelos). Mi papá me regaló el primer disco de los Beatles cuando yo tenía seis años. Para mí fue una cosa impresionante, crecí oyéndolos y los considero el mejor grupo musical de la historia.

Escuchar música fue una constante en nuestra familia. Siempre hubo plata para comprar discos y libros. De hecho tengo diez mil libros, muchos de ellos heredados.

Pero mi papá también llegaba a conversar conmigo. Él era una mezcla entre el más cariñoso del mundo y el más severo, sobre todo en cuestiones de estudio. Siempre me insistía en que estudiara y leyera.

Mi mamá se despertaba fácilmente con los ronquidos de mi papá, entonces decidió dormir en la habitación principal, mi papá en la de enseguida y yo en la mía. Pero como soy muy gallina para dormir solo, terminé compartiendo una cama doble con mi papá. Todas las noches leíamos artículos, libros, revistas y demás, lo que me hizo un muy buen lector y muy apegado a él.

ACADEMIA

Contaba mi papá que a él le tocó conocer el colegio Gimnasio Moderno con profesores como Daniel Samper Ortega (abuelo de Daniel Samper Pizano), Tomás Rueda Vargas (abuelo de Rafael Pardo), Nicolás Bayona Posada (que le enseñó latín y Literatura), Agustín Nieto Caballero (un hombre importantísimo que fue su rector), y otros más. Pero poco quedaba de esa institución, entonces aceptó que yo me educara en el Anglo Colombiano. Fundamentalmente, porque allí aprendería a hablar inglés.

Debo ser el único estudiante del Anglo Colombiano en cuya casa no hubo carro. A mí me impresiona mucho más de lo que la gente piensa. Aún hoy me parece un milagro que uno pueda ir de un sitio a otro en ellos. Nosotros, como mucho, podíamos ir en bus a los restaurantes de Usaquen y a fútbol a El Campín. Aunque después de los partidos regresábamos caminando. Soy hincha del Deportivo Cali y, diría sin lugar a equivocarme, que es lo único que tengo verdaderamente de caleño.

En el Anglo Colombiano fui absolutamente feliz, es un sitio al que yo quisiera volver. Siempre me pareció que el uniforme era algo fantástico porque así nadie tenía mejor ropa que otro. Aunque que me daba cuenta de los fines de semana que pasaban mis compañeros en Miami o en Cartagena, emocionalmente no me afectó. Recuerdo que el sitio más distante al que yo podía ir era a un hotel en Villeta que descubrió mi mamá y al que me llevaban en taxi alquilado. Algunas veces me mandaron solo a Cali donde unos tíos, pero no pasaba muy contento por lo que hubiera preferido quedarme en la casa.

Me gradué el 28 de julio de 1978, quise estudiar historia, pero no había muy buenas facultades y como mi abuelo había sido un gran abogado, pues mi papá pensó que a mí también me gustaría esa carrera. Y en realidad me llamaba la atención.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

En enero del año 79 entré a la Universidad del Rosario donde fui muy buen estudiante. Terminé el primer año el 20 de diciembre y una semana más tarde, cuando ya había salido a vacaciones, mataron a mi papá. Lo cerró un carro y le pegaron un tiro en la cabeza cuando caminaba por la calle 102 con avenida 19 a las cinco de la tarde. Aún hoy no sé quién lo asesinó porque este es un país lleno de impunidad.

MUERTE DE SU PAPÁ

Mi papá fue un gran bacteriólogo y nunca se equivocó dando un diagnóstico, también fue un gran profesor de bioquímica de la Tadeo, de la Javeriana y de la Universidad del Valle. En La Tadeo llegó a ser vicerrector y lo sacaron cuando pidió que les aumentaran los sueldos a los profesores. Esto lo llevó a trabajar en Bienestar Familiar con Juan Jacobo Muñoz como su director (pariente nuestro de Popayan).

Mi papá me comentó que él veía que se robaban el alimento que era para los niños pobres y que había decidido destapar la olla. No le presté mucha atención pues no tenía porqué saber cómo era el asunto. Pero un par de médicos amigos me dijeron que creían que lo habían matado precisamente por eso. Supe que el que había sido mi pediatra le había advertido que no se metiera con ese tema.

A los pocos días de asesinar a mi papá llamaron a mi casa y yo contesté el teléfono. Alguien me dijo: “felicitaciones por el muerto”. Y me colgó.

A raíz de la muerte de mi papá y seguramente no solo por eso, soy muy sensible cada vez que matan a alguien. Puede tratarse de un campesino, de un ministro, de un ingeniero o de un chofer de bus. Porque sé el drama por el que sus hijos van a pasar.

Mucha gente habrá visto la película La Vida es Bella. Pues para mí, mi papá era un Roberto Benigni. Un tipo embargado, pero que se mostraba siempre feliz. Daría toda la plata del mundo para volver a conversar con él por las noches. No he visto un conversador igual. Pero es que él no socializaba con nadie, pues no tenía cómo pagar una comida en la calle. El mayor lujo que nos dábamos era comer espaguetis a la boloñesa los domingos en la noche. Porque, además, era muy buen cocinero.

Mi papá fue un tipo espectacular al que amé profundamente y al que siempre llevaré en mí.

RECOMIENZO

Mi papá siempre me decía: “El día que yo me muera, Gladys se casa rápido”. Así ocurrió y yo estuve de acuerdo, pero le dije a mi mamá que no quería compartir el mismo espacio con ellos. Entonces se fueron a vivir a Miami. En cuatro meses pasé de ser el tipo más consentido del mundo, a ser el que vivía solo. Me tocó alquilar dos cuartos de mi casa para poderme sostener.

A pesar de lo duro que fue para mí todo lo ocurrido, en segundo año de la carrera me hice muy buen estudiante y en tercero perdí el interés. Tanto el derecho procesal como los profesores me parecieron muy aburridos, pero al final terminé las clases.

Julio Mario Santo Domingo fue compañero del Gimnasio Moderno de mi papá y su íntimo amigo de infancia. Mi papá le decía Mingo y él a mi papá Gorras. En ocasiones mi papá mencionaba que lo había llamado, conversaban largo y se reían mucho. Cuando mataron a mi papá, Julio Mario llamó a mi tío Guillermo Alberto (Memo Iragorri) para preguntarle por mí. Le dijo: “Dile a ese muchacho que el día que termine la carrera me llame que yo le doy un puesto donde quiera”.

Yo pensé que eso era mentira. Pero, cinco años más tarde, cuando terminé materias, llamamos a la asistente de Julio Mario y nos lo confirmó. Al día siguiente me hicieron un contrato como abogado en Bavaria. Aquí fui compañero de Felipe Zuleta y de Gustavo Córdoba (presidente de Caracol Televisión y de El Espectador).

Terminé las clases, pero no hice tesis. No me gradué porque quedé debiendo un examen. Es paradójico porque fundé y soy director de la maestría de periodismo de la Universidad del Rosario y me he ganado tres becas, una en Oxford de la Fundación Reuters y dos en Harvard.

Recuerdo que me presenté a otra beca muy famosa en Harvard con carta de recomendación de Gabriel García Márquez y fui rechazado. Cuando le conté lo que me había pasado, Gabo me dijo: ¿Sabes una cosa? He presentado a tres personas a Harvard en mi vida y no han aceptado a ninguna.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

REVISTA TODO DEPORTES

También monté la Rocola, un bar en la calle 84 con 11. Yo era el encargado de los músicos y también el mesero los fines de semana. Me encontraba desesperado en Bavaria, porque yo no quería seguir revisando contratos de obra y de distribución de cerveza. Pero cualquier día llegó al bar Juan Gabriel Uribe (director de El Siglo) y en medio de nuestra conversación le dije: “Por favor, yo quiero ser periodista. ¿Por qué no me lleva a El Siglo? Creo que puedo hacer algo en periodismo”. Le pareció perfecto y comencé a trabajar en la revista Todo Deportes que iba a empezar a circular.

Recuerdo que en mi época de colegio escuché muchas transmisiones de fútbol. Quise ser locutor y comentarista nacional e internacional de partidos (los imito muy bien). Luego empecé a leer sin falta las columnas de prensa. Siempre he admirado a los periodistas porque cuentan verdades y porque tienen una influencia importante en la sociedad. Desde muy joven me gustó el periodismo, pero nunca, por lo menos de manera consciente, pensé en ser periodista.

Juan Gabriel me consiguió una entrevista con Álvaro Gómez, director del periódico. Una semana más tarde estábamos hablando:

   — Doctor Gómez ¿cómo está?

   — Oiga Iragorri. Usted debe ser nieto de Luis Carlos Iragorri, ¿no es verdad?

   — Sí, señor.

   — Hombre, gran amigo de papá y muy amigo mío, tanto que nos reuníamos con frecuencia a hablar mal de la gente.

Lo dijo muy burlonamente. Y continuó:

   — Le voy a hacer una sola pregunta para ver si usted sí entra al periódico.

   — A ver, doctor Gómez, ¿cuál es la pregunta?

   — Dígame ¿cuáles son los límites de Suiza?

   — Italia, Alemania, Austria y Francia.

   — Le perdono el Principado de Liechtenstein.

Llegué a El Siglo hace treinta años. el primer día Álvaro me dijo:

   — Oiga, es que usted no va a trabajar en deportes porque finalmente se desvinculó del periódico el jefe de las páginas internacionales (eran dos páginas blancas de las grandes. Entonces usted se va a hacer cargo de la sección internacional. Chao.

Se fue y yo me quedé ahí sin saber nada. Entonces me senté y a las tres de la tarde subió un tipo de la armada del periódico y me preguntó:

   — ¿Dónde está la página?

   — ¿Cuál página?

   — A ver, si usted se va a quedar aquí entonces en qué está pensando.

Yo me asusté, bajé a redacción y pregunté:

   — ¿Será que me puede ayudar?

   — ¿Pero no ha hecho la página? ¡Cómo se le ocurre!

Subieron a mi oficina y la armamos con unos cables que llegaban de las agencias. Era una especie de fax donde iban entrando las noticias.

Ese fue mi comienzo. A la brava. Yo no sabía absolutamente nada, ni siquiera qué era un lead. A los dos días vino el director de opinión, Gerardo Bedoya (a quien asesinaron después), y me dijo: Mira, necesito que me hagas una editorial sobre lo de Sri Lanka.

Yo no sabía bien dónde quedaba Sri Lanka, pensé que eso era Seiland. Me tocó escribir un artículo sobre el conflicto con los tigres de la liberación Tamil Eelam. Para lograrlo tuve que leer muchísimo, lo que me obligó a aprender, como quien hace cien carreras, dos másteres y un doctorado sin problema.

A los dos años yo ya escribía de todo, de fútbol, de entretenimiento, entrevisté a todos los músicos (como Charlie Garcia, Fito Paez, Serrat). Empecé a comprar libros de periodismo, libros y más libros.

EL TIEMPO

Era el año 89, sonó el teléfono de la redacción (de la que hacían parte treinta o cuarenta periodistas y en la que todo el mundo escuchaba las conversaciones). Alguien dijo:

   — Oiga Iragorri, que lo llama Enrique Santos.

   — ¿Cómo así?

Era la secretaria de Enrique Santos Castillo que me dijo:

   — Don Enrique quiere hablar con usted, Iragorri.

   — Sí claro.

Entonces pasó al teléfono y me dijo:

   — Oiga Iragorri. 

   — Don Enrique, ¿cómo está?

   — ¿Puede venir a El Tiempo?

   — Sí claro.

Entonces llegué al periódico y me dijo:

   — Quiero que usted venga a trabajar a redacción internacional.

   — Perfecto, ¿cuánto me va a pagar?

Me acuerdo de que yo me ganaba algo así como cien mil pesos en El Siglo.

   — Doscientos cinco mil pesos (me dijo).

Así fue como comencé en El tiempo. Conocí a todos los Santos, trabajé con Rafael, Pacho, Juan Manuel que era el subdirector, Hernando que era el director y con el viejo Enrique que manejaba la edición de domingo.

Enrique Santos Castillo, como todo el mundo sabe, era un viejo muy de derechas, pero el mejor periodista que han tenido los Santos en lo que tiene que ver con el manejo de noticias. Estaba permanentemente encima del periódico. Llegaba a las diez de la mañana, preguntaba todo, hacía un consejo de redacción, se iba a almorzar, volvía a las tres de la tarde, hacía otro consejo de redacción y a las siete de la noche definía la primera página.

Don Enrique se iba para una comida casi todas las noches y desde allá llamaba por teléfono (cuando no había celulares), a preguntar:

   — Iragorri, ¿qué tiene la página?

   — Tengo esto.

   — Quite esto, ponga esto. ¿Cuáles fotos tiene? Ponga esta, quite esta.

Parecía mejor informado que la gente que ahora tiene twitter. Entonces yo no sé cómo carajos estando en una comida lo lograba. No sé si prendía la televisión, no sé realmente qué hacía, pero debía ser alguna cosa rara. Manejaba el periódico como nadie lo ha manejado y eso que él casi nunca se sentaba en la oficina. Yo creo que el que él se fuera de El Tiempo fue un golpazo tremendo porque nadie lo pudo reemplazar.

Ha habido grandísimos columnistas como Enrique Santos Calderón. Otros con mucho sentido para la noticia como Pacho Santos. Editorialistas en materia económica y buenos columnistas como Juan Manuel Santos. Pero nadie pudo volver a manejar ese periódico como el viejo Enrique.

Hernando Santos manejaba la dirección y yo tenía que ver mucho con él porque en una época fui el comentarista taurino (y él lo era mucho), discutíamos horriblemente. A veces me regañaba en sus columnas por lo que yo había escrito el día anterior y me llegaban unos alegatos bestiales. Yo le decía:

   — Don Hernando, si quiere renuncio.

   — No, no. Sólo quería decir que a su edad yo también escribía las mismas @#$% que está escribiendo usted.

EL NUEVO SIGLO

Estuve un año en el periódico donde además trabajaba la página del rock. Es que estaba metido en una cantidad de cosas. Pero me llamaron Juan Gabriel Uribe y Álvaro Gómez de El Nuevo Siglo cuando lo fundaron. Me duplicaron el sueldo que tenía en El tiempo. Entonces fui el editor del domingo y asistente del director.

Yo me había casado en 1989 y ya tenía un hijo. Tuve que vivir dos años en el apartamento de mis suegros que era de tres alcobas en cien metros cuadrados en el barrio La Carolina. Nosotros nos ubicamos en un cuarto con sofacama donde podíamos únicamente dar tres pasos. Por fortuna mis suegros nos ayudaron muchísimo con Martín, pues mi esposa también trabajaba.

REVISTA CROMOS

María Elvira Bonilla (editora general de Cromos) me invitó a que fuera jefe de redacción con sueldo de ochocientos mil pesos. Así fue como cada año tuve un puesto nuevo. Esta no fue la excepción, porque cuando cumplí un año la revista cambió de dueños.

EL PAÍS

Cuando me llamó Rodrigo Lloreda para que manejara la oficina de El País de Cali en Bogotá, me pareció muy distante, pero luego descubrí que era un encanto de tipo. Además, teníamos un parentesco que él no conocía (la rama Lloreda por el Caicedo caleño).

Entré a manejar una redacción de ocho personas.

REVISTA SEMANA

Cuando llevaba un año me llamó Mauricio Vargas de Semana para invitarme a ser editor de Nación (la sección más importante de la revista). Entonces hablé con Lloreda que me dijo: No se vaya, no sea tonto.

Al mes me llamaron Felipe López y Mauricio Vargas para ofrecerme el cargo de jefe de redacción. Semana no había tenido uno por mucho tiempo, el último había sido Mauricio porque nunca lo reemplazaron cuando se fue de ministro.

Llegué a ese cargo en el año 92. Mi trabajo consistía esencialmente en revisar toda la revista y escribir algunos artículos, entre otras responsabilidades.

En la época en que yo estaba en Semana mataron a Pablo Escobar y nos tenían muy amenazados a los periodistas. Llevaba casi dos años en el cargo y me quise ir del país. Ya lo había pensado cuando trabajaba en El País y cuando nació Ana.

Y es que no me quería quedar toda la vida en Colombia escribiendo de narcos. Me parecía aburridísimo. Todos los artículos eran sobre las cartas de Escobar, las novias de Escobar, las mujeres de Escobar, las primas de Escobar. El mundo para mí no podía ser Pablo Escobar, aunque periodísticamente fuera importante.

DUKE UNIVERSITY

Busqué una beca corta en Estados Unidos. Fue cuando descubrí una en la universidad de Duke – Carolina del Norte. La carta de recomendación me la dio César Gaviria estando en sus últimos días de gobierno. Recuerdo que una profesora vino a realizar entrevistas y me dijo:

   — Hombre, este año estamos ya con los becarios completos, pero de pronto para el año entrante sí haya espacio.

EMBAJADA DE COLOMBIA ANTE LA OEA

Un día me llamó Gabriel Silva, secretario general de la Presidencia y me dijo:

   — Oiga, ¿usted qué quiere ser cuando grande? Es que Gaviria quiere que se vaya con nosotros a la Embajada de Colombia ante la OEA.

El sueldo era mucho mejor que el de Semana y además yo no tenía otra forma de salir del país. Entonces fui a hablar con Felipe López en Semana y le dije:

   — Hombre, a mí no me parece que yo me debería ir.

   — ¡Pero usted no va a tener otra oportunidad así! Yo lo recibo en Semana cuando vuelva ¡pero váyase!

Miguel Silva me dijo:

   — Haga la hoja de vida y mándemela.

   — Voy a Semana y se la mando (le dije).

   — No. Me la hace aquí en el computador.

   — ¿Cuánto tiempo tengo para decirle sí o no?

   — Llame a Lina su mujer de ahí donde mi secretaria.

La llamé y me dijo:

   — ¡Dígale que sí!

Nos fuimos para Washington un 26 de septiembre de 1994 a trabajar en la Embajada ante la OEA. Mi jefe fue Fabio Villegas, un gran tipo, admirable, estupendo. Entonces claro, nos veíamos mucho con todos los del kínder, Gabriel Silva, Martín Carrizosa, Miguel Silva, Jorge Garcia, César Negrette. Con la fortuna de que nuestros hijos eran más o menos de la misma edad.

Fue un cambio total de vida, era salir de un país donde había bombas todo el tiempo para Washington. Si bien estaba muy feliz y contento, no quería ser diplomático, es algo que me aburre un poco pues es lo contrario al periodismo.

PRENSA EN LA EMBAJADA DE COLOMBIA EN MADRID

Cuando llevaba diez meses en el cargo me llamó Fabio Villegas y me dijo:

   — Óigame, usted sabe que están en pelea Samper con De la Calle (cuando Samper era presidente y De La Calle vicepresidente). De La Calle se va de embajador a Madrid. Etonces, Iragorri, ¿usted se quiere ir para España?

   — ¡Yo si! (le dije).

   — Porque De La Calle necesita un tipo que le maneje lo de prensa.

Yo no conocía a De La Calle, solo lo había visto una vez.

   — Bueno, embajador. Pero ¿cuánto tiempo me da para pensarlo?

   — No, vea. Vaya donde Jenny, llame a Lina y pregúntele.

Así lo hice y Lina me dijo:

   — ¡Dígale que si!

Llegué a Madrid el 1º de octubre de 1995. Había estado en Washington un año y nuevamente se cumplió la regla. Una de las consecuencias es que yo no había tomado vacaciones en trece años. Es decir, pasé más de una década trabajando sin parar, ¡sin parar!

Conocí España cuando trabajaba en El Siglo (al hacer un reportaje al África) y me encantó. Pero cuando volví en el año 95 todo resultaba muy tenso. La gente pensaba que se iba a caer Samper y que De La Calle iba a ser presidente.

D’Artagnan en una columna en El Tiempo dijo que yo iba a ser el consejero de comunicaciones. Otras personas pensaban que ministro de comunicaciones y lo escribían en los periódicos. Pero nadie sabía que yo no quería regresar a Colombia ni a palo. Había gente muy cercana a Samper que no me hablaba porque pensaba que yo era un conspirador.

Siete meses después de haber llegado me quedé haciendo guardia durante el verano. Subió De La Calle y me dijo:

   — Por favor, envíe esta carta por Fax.

Era la renuncia a la Embajada. Yo le dije:

   — ¿Usted está seguro de esto?

   — ¡Claro!

A los cinco minutos entró la respuesta aceptando la renuncia.

Me volvió a pasar la vaina y no había transcurrido un año. Samper mandó a Rodrigo Marín Bernal. Nos trataron a las patadas. A mí me quitaron hasta el teléfono. Me mandaron a otra oficina como si fuera a hacer quién sabe qué cosa. La verdad nunca entendí nada, fue lo más absurdo que pudo pasar.

CORRESPONSAL EN ESPAÑA

Yo había hablado con Juan Manuel Santos cuando estaba en la Fundación Buen Gobierno y también con Enrique Santos. Les dije:

   — Ustedes deberían tener un corresponsal con sueldo fijo aquí en España, porque es un país que está empezando a invertir mucho en Colombia.

Enrique estudió el tema y lo aprobó. Vine a Colombia, cambié la visa y volví a España. Así me convertí en corresponsal de El Tiempo por cinco años y con un sueldo razonablemente bueno. Fue una época muy feliz porque además pude aprender mucho, leer y hacer 536 artículos en Inglaterra, Francia, Italia, Marruecos, Portugal y Bruselas.

Cuando Samper terminó la Presidencia, la primera entrevista que dio justo un año después, en agosto del 99, fue a mí. Un día me preguntó:

   — ¿Usted cree que yo debí haber renunciado?

   — Sí, yo creo que sí, porque tengo entendido que a su campaña entró dinero del narcotráfico. Yo no sé si usted sabía o no, pero debió renunciar.

   — Sí. Pero es que otros políticos también han hecho lo mismo.

   — Mire, presidente. Yo tengo que cubrirlo a usted. Acá la corresponsalía más importante es la mía, la de El Tiempo. Mejor no hablemos del tema, solo si tiene información relevante. Conversemos cuando nos veamos.  

Tuve una buena relación con él en España, aunque nos vimos muy pocas veces.

Algunos de los Santos querían que me viniera a trabajar de jefe de redacción en El Tiempo, otros que fuera editor del domingo. Pero yo quería quedarme en España, por lo que no pude seguir en el periódico.

LA FM

Carlos Julio Ardila, quien había sido embajador en Madrid, me dijo:  “Hombre, yo quiero que usted trabaje conmigo en RCN”.

Comencé en La FM de RCN con Julio Sánchez Cristo como director y con Gustavo Gómez y María Elvira Arango. Un día Julio me invitó a trabajar con él y con Félix de Bedout en el Grupo Prisa en la primera mesa de la W. A Alberto Casas se le había muerto la esposa por lo que se tomó unos meses antes de integrarse al equipo.

Aprendí muchísimo de Julio y de radio durante los más de dos años que estuve trabajando con él. Me parece un tipo admirable, muy trabajador y por lo mismo creo que se merece hasta el último centavo que tiene. Me pidieron que le dedicara más tiempo al programa, pero yo tenía otros trabajos.

EL NUEVO HERALD

Me volví corresponsal de El Nuevo Herald buscando puesto en Madrid. Un día cualquiera de mayo del 96, asistió su director Alberto Ibargüen a un aniversario de El País. Fui a su hotel y nos presentaron. Le dije:

   — Yo quiero trabajar con usted.

   — El problema es que estamos despidiendo gente.

   — A mí no me importa, ese problema no es mío. Mire, pida referencias, llame al que quiera en Colombia, pero yo quiero trabajar con usted.

En RCN me pusieron a prueba. Iría en las tardes con José Gabriel Ortiz. He tenido bastante estabilidad en esta casa y me gusta trabajar en ella por la gente que es muy profesional y seria. Ninguno de los propietarios, la familia Ardila Lulle ni su presidente Fernando Molina, han intervenido en mi trabajo. Ha sido la gente más respetuosa del mundo, como debe ser.

La revista Cambio quebró. Al final me pagaban con pasajes de avión, pues ellos tenían un canje con Avianca. Para poderme sostener, cuando iba a una fiesta de colombianos les preguntaba: ¿Quién va a Colombia el próximo mes? ¿Cuánto le valen los pasajes? Porque les hacía descuento pues mi situación económica era difícil, estaba casado y tenía dos hijos adolescentes.

EMBAJADA EN WASHINGTON

Un día llamé a Andres Pastrana, cuando ya lo había nombrado Uribe embajador en Washington. Le pedí que me ayudara con una entrevista en Madrid con el director de la Escuela de Gobierno Kennedy School de Harvard, Joseph Nye. Y me dijo:

   — Usted ¿por qué no se va conmigo?

   — ¿A dónde?

   — Pues a Washington.

   — ¿Me está hablando en serio?

   — Pues claro, no sea bobo.

   — Pero usted ¿cuánto tiempo me da para pensarlo?

   — Quince minutos. Vaya dígale a Lina y me llama.

Yo subí y le dije a Lina:

   — Oiga, ¿qué hacemos?

Y me dijo:

   — Mire. Aquí usted no tiene la posibilidad de conseguir nada. La situación la tenemos complicada. Dígale que sí.

Entonces yo le dije a Pastrana:

   — Oiga, que sí.

   — ¡Perfecto!

Nos fuimos para Washington el 6 de febrero del año 2006, pero Pastrana renunció en agosto. Entonces yo dije:

   — ¡A mí no me puede pasar esto de las embajadas así!

Carolina Barco, quien lo reemplazó, me dijo:

   — Pues mire, quédese mientras sus hijos terminan este año de colegio.

Y pensé:

   — ¿Y ahora yo qué hago?

HARVARD UNIVERSITY

Cuando se acabó lo de la Embajada alguien me dijo:

   — Hombre, ¿usted por qué no se presenta para una beca en Harvard? La del centro de asuntos internacionales, el Weatherhead Center for International Affairs.

Le escribí a una señora un domingo por la noche diciéndole que a mí me gustaría optar por esa beca y me contestó:

   — Pues qué interesante. ¿Usted quiere presentarse?

   — Sí, claro que sí, pero veo que ya pasó la fecha límite.

   — No, no. Si usted quiere preséntese el lunes.

Fue rarísimo. Todo se dio por email durante una hora. Y me dijo:

   — ¿Usted es capaz de conseguirse tres cartas de recomendación el martes para este programa?

    — Claro que sí.

Recuerdo que del país lo han hecho Andrés Pastrana, Martha Lucia Ramirez, Rafael Pardo, Fabio Villegas, Gonzalo Córdoba, Juan Esteban Orduz (gerente de la Federación de Cafeteros en New York), Noemí Sanín, Silvia Constaín (ministra de Telecomunicaciones) y seguramente se me escapa alguno.

El hecho es que conseguí tres cartas volando y al lunes ya las tenía. Entonces la señora me dijo:

   — Mire, la beca nuestra consiste en que usted me paga veinticinco mil dólares de matrícula y puede hacer lo que quiera en la Universidad.

   — No, yo no puedo hacer eso. Yo necesito plata.

   — ¿Por qué necesita plata?

   — Pues porque no tengo.

   — ¿Cuánta plata necesita?

   — Toda.

   — Yo le regalo la matrícula.

   — Pero no es suficiente, no me sirve.

Quizás, como concluyó Pastrana, ellos necesitaban un latinoamericano por alguna razón, pues recibí la matrícula y una plata mensual con la que pude pagar el seguro médico.

MÁSTER DE PERIODISMO

Llegué a Boston en junio o julio del año 2007. Volví a RCN radio, nuevamente me volví corresponsal de Semana y fundé el Máster de Periodismo de la Universidad del Rosario. Todos los trabajos que tengo los conseguí ese año en Harvard. Si hubiera entrado en la Neaman (donde no me recibieron con la carta de García Márquez), todo se hubiera dado de otra manera. Esto porque, aunque es una beca estupenda, no permite trabajar.

Permanecí cuatro años en Boston hasta el 2011 mientras mis hijos terminaban su bachillerato. Vivimos en un suburbio que considero el mejor sitio en Brooklyn, en donde hay más PhD en Estados Unidos. Es un sitio urbano, seguro, a unos veinte minutos en carro del canal. Cuenta con una librería buenísima, cines espectaculares, excelentes colegios como el Brooklyn High School donde estudiaron mis hijos.

CLUB DE PRENSA

Luego volví a Washington para trabajar en el programa de Moisés Main en NTN 24. Al final decidí no hacerlo pues lo que él necesitaba era un productor y ese no es mi tema.  

Cuando fuimos a almorzar Claudia Gurissati, Hector Fabio Cardona y tres personas más al National Press Club (a tres cuadras de NTN24 muy cerquita a la Casa Blanca), se me ocurrió algo. Hacer un programa los domingos donde llevara tres corresponsales que hablaran español. Entre todos analizáramos lo que estaba pasando en los Estados Unidos y en el mundo. Así pues que caminando de regreso les conté. Héctor Fabio Cardona dijo:

   — Le tengo el nombre: Club de la Prensa (por el restaurante).

Y yo le dije:

   — No, el nombre será: Club de Prensa.

Ya son diez años haciéndolo. Cuento 1800 programas en vivo. Para esto que recluté a los mejores corresponsales en español de Washington, Antonio Caño y Javier Moreno director de El País, pero también del ABC, El Mundo, el periódico de Cataluña, Radio Nacional de España, El Clarin, La Nación, El Universal, Notimex. Estaban los mejores, absolutamente todos. Era como manejar un Roll Royce. Han ido tipos como el director del Washington Post, Martin Baron que es el periodista más famoso del mundo y el más respetado de periodismo impreso (a quien conocí en Boston).

Funcionó muy bien a tal punto que gané los premios Simón Bolívar, Rey de España y Emmy. Ya me había ganado otros como el CPB, Planeta con el libro de la entrevista que le hice a Felipe López y Álvaro Gómez Hurtado en el Consejo Municipal de Bogotá. 

Este es periodismo distinto, global no parroquial (siendo muy respetable el periodismo local) realizado por gente que se ha dedicado a una disciplina distinta dentro del periodismo. Hice el programa hasta que Claudia Gurissati me llamó y me dijo que por la situación económica de NTN era muy difícil que siguiera ahí.

Me fui para Madrid donde mi mujer pasaba mucho tiempo con mi hija (que estudiaba en Francia ahora en España). Sigo trabajando en radio, también en la revista Semana y en la maestría del Rosario.

Tenemos desde hace veinte años una casa en Sori (aldea a dos horas de Madrid) donde pasamos los fines de semana. La Cuenca es un pueblito cerca al que hice declarar bien de interés cultural (el equivalente a patrimonio de la humanidad, pero a pequeña escala), para lo que conseguí la firma de escritores famosos en España hace catorce años. 

REFLEXIONES

  • ¿Cuál ha sido su motor en la vida?

El desafío.

  • ¿Qué siente cuando recibe un premio?

Satisfacción.

  • ¿Es un hombre de fe?

Sí, lo soy. Sin ser religioso.

Cuando niño iba a misa con mi papá los sábados en la noche. Él era católico, no un beato, pero rezaba como cristiano viejo. Dejé de ir a misa cuando lo mataron.

  • ¿Cree en ángeles?

Siempre he creído que mi papá me cuida todo el tiempo. No hay un solo día en que yo no piense en él.

  • ¿Su papá tuvo algún plan trazado para usted?

Sí. Me decía: “Oiga, yo aquí lo que necesito es un doctor. Usted tiene que acabar la carrera”.

En febrero del 2017 la Universidad del Cauca me otorgó el título de Doctor Honoris Causa en Periodismo en ceremonia en el paraninfo de la universidad. Se lo dediqué y en su casa en Popayán se lo ofrendé, le rendí el tributo.

  • ¿Qué hay de su mamá en usted?

De sus virtudes heredé el oído músical (que es bueno de verdad), el gusto por el squash y que me relaciono con mucha gente.

  • Hábleme de su afición por el squash.

Empecé a jugarlo en el año 79.

Cuando niño yo era muy buen tenista, pero no tenía dónde jugar por lo mismo iba a las canchas públicas del Parque Nacional con mi mamá, después jugué en los parques en el barrio Santa Margarita que tenían una malla, un lazo y una manila. Jugábamos en la calle, nunca tuve profesor por lo que no aprendí a servir, pero puedo pegarle a la pelota muy bien.

Un día fui a parar a Uniclub las primeras canchas públicas en Bogotá que quedaban en Unicentro. El entrenador era muy bueno, Ángel Rodriguez (papá de Miguel Ángel Rodríguez número cuatro del mundo). Muy rápidamente gané campeonatos en distintas categorías.

Llegué a jugar seis horas diarias. Estudiaba en el Rosario de siete de la mañana a una de la tarde y me iba en buseta a Unicentro, pero antes caminaba hasta mi casa para cambiarme.

Cuando fui por primera vez a Washington, me gané un campeonato en una de las categorías y luego cuando estuve en Oxford me gané una beca de la Fundación Royters en el 2001 donde reté al número cincuenta hasta ganarle al número sies de Oxford. Yo tenía cuarenta años y mis contrincantes veintidós.

Alguna vez en visita a la Casa Blanca invité a Obama a que jugara squash con Cast Sunstain, uno de sus mejores amigos, profesor de derecho de Harvard, casado con Samantha Parwell embajadora de Obama en la ONU.

  • ¿Qué personajes lo han impactado por diferentes razones?

Alguna vez conocí a Martin Baron protagonista de la película Spootlight, se ha ganado catorce premios Pulitzer, considerado el mejor director de periódicos de la historia por encima de Ben Bradley.

¿Quiénes más?

  • ¿Cuál es la mejor definición de periodismo?

El periodismo es el primer borrador de la historia. Donald Graham.

  • ¿Y cuál es el género que más le gusta?

La entrevista.

  • ¿Cuál diría es una de sus grandes fortalezas para ejercer el oficio?

Sin duda la buena memoria.

  • ¿Sí debería estudiarse?

Ben Bradley me respondió esa pregunta diciendo que él creía que no. Se puede enseñar a formular preguntas, pero no a ser escéptico.

Julio Sánchez también me la respondió. Me dijo: Mire, yo creo que una buena entrevista empieza con una primera buena pregunta y oír lo que dice el entrevistado.

  • ¿Cuáles han sido sus referentes?

Martin Baron y Ben Bradley.

Son muchos muy buenos. Antonio Caballero gran periodista, lo conozco y siento una gran admiración por él, por su manera de escribir, por su honradez e integridad como persona. Felipe López es un fenómeno en el periodismo colombiano, además me parece un tipo genial haciendo artículos y su habilidad para ser original es única. Enrique Santos Calderon con sus columnas que sonsensacionales.

Daniel Samper Pizano hizo un trabajo en la unidad investigativa de El tiempo que fue luminoso. Roberto Pombo, María Elvira Samper (tal vez la mejor editora en Colombia), Yolanda Ruiz (mi jefa en RCN radio) Juan Gossaín (de primerísima línea, un hombre honrado y decente). Julio Sanchez (una leyenda de la radio), Ricardo Ávila (director de opinión de El Tiempo) Daniel Coronel (columnas todas muy bien argumentadas contando las cosas como son).

  • ¿Hubo periodistas en su familia?

Mi familia pudo estar haciendo periodismo mucho antes que otras del periodismo en Colombia. Mi tatarabuelo tuvo un periódico en Popayan en el año de 1850 (de esos que salen una vez al mes) y mi bisabuelo escribió en uno.

  • ¿Con quién le gustaría sentarse a conversar que no sea posible hacerlo?

Con Miguel de Cervantes, por ejemplo, porque me parece que no sólo el Quijote es una cosa genial, sino que la vida de él es una novela. Por esa imaginación tan poderosa, por la forma como cruzaba los cables, por su experiencia de vida y todas las situaciones que enfrentó.

  • ¿Qué le preguntaría?

¿Cuándo se le ocurrió y cómo, semejante genialidad?

  • ¿Con quién más?

Con Roosevelt, que era de la élite newyorquina, hijo único, el papá un tipo importante y muy rico.

  • ¿Qué le preguntaría?

¿Qué lo movía?

  • ¿Alguien más?

Simón Bolívar, muy autoritario y con intereses monárquicos, con sensibilidad social, desordenado de muchacho para convertirse en un gran lector a los quince años.

  • ¿Qué hay de ellos en usted?

Admiro el carácter de cada uno de ellos y su valor.

  • ¿Combinan bien la política y el periodismo?

Ben Bradley me contestó al respecto que se pierde independencia, pero se recupera cuando uno deja el cargo, a menos que uno sea un imbécil.

  • Alguien me dijo que Duque le había ofrecido la Embajada en España.

Yo quiero seguir haciendo periodismo, vivo de esto, no sé hacer otra cosa y tampoco quiero hacer nada distinto.

Yo no voto desde hace veinte años y sé que está mal decirlo y mal no hacerlo. Pero me da tranquilidad como moderador de un programa político no votar.

El otro día Petro antes de las elecciones me dijo en Washington:

   — ¿Usted por qué no vota por mí?

   — Porque yo solo votaría por dos personas: Winston Churchill y Franklin Delano Roosevelt y los dos están muertos.

  • ¿Cómo no contaminarse?

Cuando uno es una persona honrada no lo llama nadie a proponerle nada feo.

  • ¿En quién confía?

En mi mujer y en mis hijos. Y en algunos colegas por supuesto.

Para mis proyectos hablo con un par de amigos, para lo personal con mi mujer.

  • Hábleme de ella y de sus hijos.

Lina María (Múnera) y yo nos casamos en diciembre del año 89 cuando yo trabajaba en El Tiempo. Ha sido mi gran compañera de vida y es la madre de mis hijos. Construimos juntos nuestra casa de Soria que es nuestro refugio.

La recepción fue en una hacienda y estuvo a cargo de Pompilio. Oscurecía y caminando por los jardines una voz nos sorprendió: “¡Juan Carlos venga para acá! Aquí le guardé esto”. Era Pompilio con una botella de champaña para nosotros.

Mi hijo mayor está casado, es gerente de un hotel boutique en Boston y ahora está terminando la carrera de periodismo y relaciones internacionales. Es muy inteligente y agudo.

Ana está haciendo un máster de gestión cultural en la universidad de Alcalá en Madrid, aunque había sido aceptada en dos de los mejores másteres de Estados Unidos.

  • En una publicación de los diez más, mencionaron que el mejor conversador de Colombia era Gonzalo Mallarino Botero (amigo de Gabo y columnista de El Espectador) y que usted lo sucedería.

Yo no sé sí eso sea así.  Lo que pasa es que uno en un oficio como el mío, en el que se lee tanto, se aprenden cosas y es divertido conversar.

Un buen conversador es alguien que oye mucho al otro, no alguien que se sienta en la palabra y hecha el rollo, además es alguien que tiene cierto sentido del humor, sin duda.

La gente en Popayan era muy dada a la sobremesa. Yo hablaba con mi papá como mínimo una hora después de comer todas las noches y era una delicia.

Un día de Semana Santa estábamos ocho personas almorzando en la casa de Stella Simons cuando súbitamente llegó José Fernández Gómez (presentador del Noticiero Nacional) con Artur Miller (literato estadounidense esposo de Marilyn Monroe) y se sentaron a la mesa.

El dueño de la casa era Julio Perafán (gran cirujano que le sacó fotos de Miller con Marilyn Monroe) y a las ocho de la noche todavía estábamos conversando él y yo, riéndonos entre boleros y balses, lo que me recordó a mi papá pues era como hablar con él.

  • ¿Para quién quiere ser el mejor?

Siempre quise que mi papá se sintiera tranquilo. Él hizo un esfuerzo por educarme y si estuviera aquí, quisiera que sintiera que valió la pena. Y quiero que mis hijos hagan una vida decente y les vaya bien.

  • ¿Qué es la felicidad?

Es hacer lo que a uno le da la gana y creo que lo he logrado trabajando.

  • ¿Busca la perfección?

Sí. Mi papá me lo decía cuando yo lavaba la loza en mi casa: Usted cómo molesta con la lavada de los vasos. Porque soy de las pocas personas en la historia de la humanidad a la que le fascina lavar loza.

  • ¿Se exige mucho?

Sí, porque no me gusta equivocarme.

  • ¿Cuál es la mayor lección aprendida?

Que la honradez y la decencia dan muy buenas utilidades.

  • ¿Lo habita el miedo?

Mucho. Uno legendario es montar en avión que se agrava en vuelos nocturnos. Pero el mayor fue cuando mataron a mi papá al pensar que podían matarnos a todos.

  • ¿Tiene períodos de reflexión?

No, no los tengo. He afrontado situaciones adversas y me toca superarlas como pueda.

  • ¿Dónde está su paz?

En Soria con mi esposa.

  • ¿Qué es el tiempo en su vida?

No pienso mucho en eso, casi nunca lo hago y me siento exactamente la misma persona que cuando tenía dieciocho años.

  • ¿Cómo le gustaría ser recordado?

Como un buen periodista. Posiblemente como un gran tipo.

  • ¿Cuándo aprendió a vivir?

Creo que pasé muchos años de mi vida entendiendo la vida y aceptándola.

  • ¿Le teme a la muerte?

Sí y me parece aburridísimo morir. Yo creo en el epitafio que quiere Woody Allen: “Esto no debió terminar así”.

  • ¿Quién es Juan Carlos Iragorri más allá de lo que hace?

Alguien con la conciencia tranquila.

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Cuando Juan Carlos Iragorri recibió el grado Doctor Honoris Causa, Juan Esteban Constaín, escribió en su columna de El Tiempo:

IRAGORRI

No ha parado en un oficio que le dio todos los premios y todos los honores. Pero sé que ninguno lo hace más feliz que el que le entrega mañana la Universidad del Cauca, doctor ‘honoris causa’ en periodismo.

Por: Juan Esteban Constaín

01 de febrero 2017, 06:32 p.m.

En todas las ciudades por las que se mueve como si fuera de allí –en Boston, en Cali, en Washington, en Madrid, en Popayán; sobre todo en Popayán–, Juan Carlos Iragorri suele caminar sin descanso, incluso a las horas más absurdas de la madrugada o de la noche. Odia el carro porque sabe que la vida es buena allí donde uno puede irse a pie a todas partes, como quien despega del suelo una conversación que no termina.

Y la suya es una de las mejores que hay, salpicada de anécdotas, de humor, de historias que parecen haber sido vividas todas por él mismo, aunque muchas de ellas ocurrieron en el siglo XIX, con largos bigotes. Es lo de menos, porque ese es el talento de los grandes narradores, hacer que en sus manos las historias vuelvan a ocurrir, contarlas como si estuvieran ocurriendo por primera vez, con nosotros en ellas.

Eso a pesar de su voz cavernosa de tahúr honorable, o quizás por ella misma, y sé muy bien que él sabe el elogio que hay en esto que le estoy diciendo. Porque además esa es la otra característica de Juan Carlos Iragorri, o de Iragorri a secas, como le dice todo el mundo: que es un tipo sin ningún enredo en la cabeza, sin complejos ni pretensiones ni embelecos ni boberías.

Por eso es tan buen periodista también: porque cuando entrevista, sabe de sobra que el personaje es el entrevistado, no él, y sus preguntas son siempre inteligentes y certeras, las que hay que hacer para que el lector o el televidente o el oyente no deserten; y cuando opina es lúcido y tranquilo, sin ese fanatismo que acá se confunde tantas veces con la firmeza o el valor; y cuando informa siempre sabe de lo que habla, un verdadero milagro.

Podría darse grandes aires y posar de importante, pero él prefiere la vida: caminar, caminar mientras se pueda; hablar en la radio desde que sale el día hasta que se oculta, y en un programa de televisión en no sé dónde, en Washington o en Boston o en Madrid o en Popayán. Querer a su familia, a sus amigos, dirigir una maestría de periodismo, llamar a un anticuario que le va a vender la foto de un prócer que solo él sabe quién era.

Iba a ser abogado pero se dio cuenta de que no servía para eso, aunque ha debido ser al revés, cuando en un examen de Obligaciones en la Universidad del Rosario tuvo que contratar una papayera para que tocara a rabiar justo al frente del salón en el que ocurría la tortura. Les dijo a los músicos: “Ustedes empiezan a las 8 y paran a las 12, yo les pago lo que sea…”. El profesor, desesperado, canceló la clase y les puso 5 a todos.

Al periodismo entró por azar, primero como redactor deportivo en el periódico El Siglo y luego como editor internacional allí mismo, cuando Álvaro Gómez le hizo una sola pregunta en la entrevista de trabajo: “Dígame con qué países limita Suiza”. Él se los dijo todos, Liechtenstein incluido, y desde entonces no ha parado en un oficio que le dio todos los premios y todos los honores.

Pero sé que ninguno lo hace más feliz que el que le entrega mañana, en Popayán, la Universidad del Cauca, doctor honoris causa en periodismo. Una ciudad a la que él quiere incluso más que los que nacimos allí, y por la que ha hecho más que todos nosotros juntos, exaltando su nombre con una veneración y una nostalgia que muy poca gente en el mundo siente por nada.

Eso quiere decir honoris causa: un título que honra tanto a quien lo recibe como a quien lo confiere, y en este caso es así, pues la ciudad y su universidad celebran con justicia los méritos y la trayectoria de quien siempre ha sido un maestro. Y por encima de eso, un gran tipo, y ese talento sí no se aprende ni se enseña en ninguna parte.

Lo que la naturaleza da, hoy Popayán lo confirma.
Juan Esteban Constaín


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DE MESERO A SOCIO DEL CLUB POPAYÁN

Pompilio Varela es una prueba de que la de Popayán no es una sociedad tan excluyente como la pintan. Quizás en ninguna otra ciudad del país, con familias de tanto linaje, ha pasado lo que con este hombre que acaba de cumplir sus 96 años.

Por: Juan Carlos Iragorri Redactor de EL TIEMPO

21 de mayo 2001, 12:00 a.m.

Pompilio Varela es una prueba de que la de Popayán no es una sociedad tan excluyente como la pintan.

Quizás en ninguna otra ciudad del país, con familias de tanto linaje, ha pasado lo que con este hombre que acaba de cumplir sus 96 años.

Después de haber sido el barman más querido del Club Popayán algo así como el Jockey Club santafereño, la junta directiva de la entidad decidió nombrarlo nada menos que socio honorario.

Eso es algo que dudo se hayan atrevido a hacer en los clubes sociales más elegantes de Colombia, afirma un viejo socio del Club Popayán, que pidió la reserva de su identidad, pese a que lleva los apellidos de media docena de próceres caucanos.

Lo que sucede es que se ha vuelto un lugar común que se diga que los popayanejos somosestiradosi, y eso no es cierto, agrega.

Lo increíble del caso es que desde su nombramiento hace 16 años como socio honorario, Varela habría podido entrar todos los días a los elegantes salones de la céntrica casona del Club, para tomar whisky con los Simmonds, los Mosquera, los Arboleda y el resto de eso que llaman lacrema y natai de la sociedad popayaneja.

Nunca lo hizo. A duras penas entraba al recibidor de la planta baja para leer el periódico local El Liberal.

Primero fue conductor.

Varela, que nació en Cali y que no sale ya de su casa por los achaques de salud, llegó a Popayán hace 65 años.

Fue un día que me contrató en Cali el doctor Luis Carlos Iragorri, que no sabía conducir, para que le manejara un Buick negro hasta Popayán. La idea era que yo regresara a los dos días cuando él consiguiera un conductor. Pero me quedé toda la vida, cuenta.

Varela trabajó con Iragorri y su esposa, Rosa Zamorano Simmonds, durante varios años.

Al morir ella, Iragorri, que era presidente del Club, lo contrató como jefe de meseros.

Me enseñó cómo servir y así pude darles trago sin problema a presidentes como Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras y Mariano Ospina Pérez, recuerda.

En el día, Varela daba clases de conducción y cuidaba a los niños que jugaban en la piscina del Club. Muchos popayanejos que después brillaron en la política tuvieron que someterse a sus regaños.

Ministros de carácter recio, como Aurelio Caicedo Ayerbe, Juan Jacobo Muñoz, Carlos Lemos Simmonds y Reinaldo Muñoz Zambrano, le contestaban de niños: sí señor. Y le obedecían con la cabeza gacha.

El lío dice la señora Stella Simmonds de Perafán es que después, cuando crecimos, lo contratábamos para servir la cena y los licores en las bodas de la ciudad, y él, que nos veía todavía como niños, a veces se negaba a darnos una copa o nos regañaba por tomar. Pero siempre le obedecíamos.

El día en que se propuso en la Junta Directiva su nombramiento como socio honorario, de inmediato se escuchó un sonoro pupitrazo de aprobación.

Pocos en Popayán tenían tanto derecho como él a ser miembros del Club, al que le dedicó 20 años, concluye el historiador Diego Castrillón Arboleda.

FOTO: Pompilio Varela (der.) atendió a presidentes como Alfonso López Pumarejo, Alberto Lleras y Mariano Ospina Pérez, cuando era barman en el Club Popayán.

Archivo particular