Luis Carlos González

LUIS CARLOS GONZÁLEZ

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Por Álvaro Zuluaga Ramírez

Se celebra este mes 109 años del nacimiento del poeta Luis Carlos González y la Academia de Artes, Historia y Letras Latinoamericanas le rindieron un  cálido homenaje, evento que se realizó esa noche en Pereira con la intervención propuesta del historiador y pariente Álvaro Zuluaga Ramírez. Desafortunadamente las dificultades de las aerolíneas impidieron su presencia.

Leonor, la mamá de Álvaro, fue una de las sobrinas predilectas de Carola, esposa de Luis Carlos González, por lo cual frecuentaba cotidianamente su casa. La infancia de Álvaro transcurre, en parte, en los corredores de la casa de la carrera sexta con calle 22, haciendo pilatunas y jugando con los juguetes de Eduardo, hijo del poeta, lo que determinó que cuando llegaba de visita, le cerraran las puertas de ese cuarto con el objeto de que no lo desordenara. Esta es una de numerosas anécdotas.

Una cosa son los poemas que se han publicado y otros los que conserva la familia y que fueron escritos para sus parientes en cada fecha especial o haciendo especial cualquier fecha. Escribió poemas para sus hijos, especialmente a Martha y así mismo lo hizo para toda la familia y la sociedad pereirana pues trató siempre de agradecer a su terruño.

Si bien el poeta Luis Carlos González no tuvo fortuna económica tampoco le faltó empleo. Fue gerente de Empresas Públicas de Pereira, luego del Club Rialto como su secretario entre otros, así que contó con oficina desde la cual despachaba sus temas y hacía relaciones públicas, desempeñaba funciones protocolarias y quien lo quisiera saludar sabía dónde encontrarlo.

La ciudad siempre le ha estado muy agradecida pues fue artífice de toda su historia, de todos sus proyectos y de todas sus realizaciones.

En su libro “Retocando Imágenes” contaba que una vez terminando el último viaje del tranvía, antes de levantar rieles, le pidió al conductor que le diera el último viaje a él solo. Tanto era su amor por la ciudad; se trata de ese tipo de cariño que se siente con mucha intensidad.

Para continuar con las anécdotas, cuando Álvaro terminaba algún semestre de universidad, y considerando que apenas presentaba el examen final viajaba sin falta de Bogotá a Pereira, hizo excepción una noche para asistir a la presentación -en el Teatro Colón- de Atahualpa Yupanqui. Al día siguiente, a las ocho de la mañana estaba en el aeropuerto regresando como siempre. Cuál no sería su sorpresa cuando al salir de la cabina del avión a la escalera, como era en esa época, sin salas de espera, vio en los balcones del aeropuerto a toda su familia. Se preguntaba porqué razón en cuatro años era la primera vez que lo recibía hasta la abuela y como “reina de belleza” les enviaba picos y saludaba a distancia con la mano. Pensaba:—¡Qué familia tan bella tengo yo!

Cuando se acercó a saludarlos, le pasaron por el lado pues estaban recibiendo a Atahualpa que cuando visitaba el país ponía como condición una noche en Pereira para reunirse con el poeta Luis Carlos González. Evidentemente Atahualpa pocas veces llegaba al hotel porque se embelesaba conversando con el poeta, y la condición era que se comunicaban en rima.

Una anécdota histórica tiene que ver con el hecho de que su casa materna, la de don Floro y Doña Quica, quedaba en la carrera quinta con calle veintidós donde hoy se encuentra Comfamiliar Risaralda, y para esa época, enseguida de una trilladora que a principios de siglo XX compró planta eléctrica lo que fue muy novedoso. Floro González, el papá de Luis Carlos, conectó la casa a la planta, así que fue la primera que tuvo timbre y calentador de agua. Desde las seis de la mañana la gente tocaba el timbre, primero para ver como sonaba un timbre, y segundo, para que dejaran bañar con agua caliente a los vecinos, como contaba el poeta. Esa fue su primera casa a pocas cuadras de la carnicería con la que hizo fortuna la familia.

Después de un tiempo se pasaron a una casa en la 17 con 7ma luego a la 6 con 22, casa que volvieron sede del Concejo de Pereira. Luis Carlos y Mercedes, los dos únicos hijos de Floro y Quica, prometieron a su madre que siempre vivirían juntos y así lo hicieron.

– ¿Qué mirada le diste desde niño?

De niño me enseñaron que Luis Carlos González era el tío poeta, el tío de mi mamá.

Cuando en la infancia escuchaba hablar de Pablo Neruda, para mí su rostro era el de los poetas, era el de Luis Carlos González. Su andar, su conversar pausado, su forma de sentarse, eran la descripción perfecta de todo poeta.

Aunque me salga un poco del tema, este ejemplo lo ilustra a la perfección. En la finca hay una espacio que llamamos el Bosque, que tiene samanes y naturaleza nativa que nunca se tocó y que todavía existe, para fortuna de todos. Ese era mi bosque. Cuando me contaron el cuento de Caperucita Roja, yo supe dónde se encontró con el Lobo. No pudo ser en lugar distinto a mi Bosque, yo siempre supe con exactitud dónde. Yo no tuve que usar nunca la imaginación pues los hechos ocurrieron en mi finca. Que Blanca Nieves se encontró con el Príncipe en el bosque, pues yo siempre supe dónde se encontraron: fue en mi Bosque. Me pasó igual con los poetas, cualquiera fuera su mención, hacían alusión al tío de mi madre.

Con el tiempo fui aprendiendo que habían más poetas con expresiones poéticas, y también fui reconociendo la calidad literaria.

– ¿Generaban un ambiente solemne en torno al tío abuelo poeta?

Luis Carlos era muy familiar pero nunca perdió la aureola de poeta. Ahora no sé si era yo el que se la ponía o él quien la tenía, pero sus referencias siempre fueron poéticas.

Publicaban uno de sus libros y amablemente decidía enviarme una copia. Como bien sabes, el apodo mío en Pereira es “Pájaro” gracias a Anita Cattaneo la esposa de Hernán Ramírez Villegas quien se acercaba a mi cuna diciendo “pajarito”. El hecho es que la dedicatoria de “Retocando imágenes” el libro de sus recuerdos de la Pereira que se le estaba olvidando, decía:

—“Para Pájaro: para que siga recordando lo que yo ya estoy olvidando”

– ¿En qué momento conociste la verdadera dimensión de la grandeza de Luis Carlos González, el poeta?

Cuando se publicó su primer libro yo tenía cerca de cuatro años.

Carlos Drews Castro, quien yo considero que fue la ventana de Pereira al universo cultural con la Librería Quimbaya, empresa que nunca fue negocio porque compraba libros prácticamente para regalar, figura que él montó y de la que no obtuvo ningún beneficio económico, publicó obras de autores pereiranos, obviamente el primero siempre fue Luis Carlos.

La modestia de Luis Carlos González te la ilustro con este ejemplo. En el libro Sibaté, cuando pasabas de la carátula te encontrabas el número cero y luego la siguiente nota:

—“Coeficiente intelectual del autor”

Esto con el fin de que la gente no se hiciera expectativas con el libro. Era la forma en que él se blindaba para que no lo juzgaran con mucha severidad.

¡Su humildad era enorme!

Él nunca se quiso reconocer como poeta y se llamaba a sí mismo “versificador”. Pero le cabía lo de poeta y con todos los honores solo que evitaba los reconocimientos y los homenajes. Curiosamente muere luego de que el Banco de la República en el año 1985 cuando crearon la sala Luis Carlos González le rindiera uno. Alcanzó a llegar a su casa y le falló el corazón.

Antioquia le puso la máxima condecoración y si mal no recuerdo era “La gran cruz del arriero” muy a su pesar asistió porque el piloto del avión que lo llevó era su hijo Fernando, de otra forma no se hubiera subido jamás en ese avión.

– ¿Cómo lo recuerdas como tío abuelo?

Uno de niño lo pone en el pedestal y no alcanza a acercarse lo suficiente. Puedo decirte que tuve una amistad con él después, cuando asistí a la Universidad en Bogotá. La visita ya era para él y no para mi tía Carola ni para mis primos.

– ¿Él se encargó de romper esas barreras que tú construiste a su alrededor?

Sus emociones se vieron siempre reflejadas en su poesía familiar. Era amoroso, integrador, cariñoso. Un personaje muy particular.

– ¿Cómo empezó a escribir poemas?

Él lo dejó escrito en un poema.

Martha su hija, cuando tenía cinco años le preguntó: ¿que quien escribe los versos? Y le contestó con un poema: “Pequeña chiquilla, me has preguntado…” (ver al final) En resumen, la poesía no nace, la poesía es; decía que él no inventaba nada, era solo un canal para darle vida.

– ¿En qué momento empezó a escribir?

Te voy a contestar con un supuesto especulativo, la poesía estaba en sus raíces, y estudiando él en el Colegio la Salle de Bogotá, como compañero de pupitre de Carlos Lleras Restrepo, empezó a escribir cartas a su mamá y a su papá. Al estar lejos del hogar comenzaría a escribir sus añoranzas, nostalgias y anhelos. Es una especulación.

– ¿Él alguna vez le puso música a sus poemas?

Esa es una de las grandes injusticias que se han cometido con él, pues lo volvieron bambuquero y la realidad es que él escribió unos poemas en los que su consonancia se ajustaba para ese ritmo. Para los músicos resultaba muy fácil construir, a partir de sus letras, canciones, pero Luis Carlos escribía poemas, jamás bambucos.

José Macías, Enrique Figueroa, por mencionar solo un par, pusieron música en sus poemas y lo hicieron de manera acertada, algunos lograron un alcance internacional como es el caso de “La Ruana”, que ha traspasado todas las fronteras, pero en el ámbito nacional también tiene grandezas.

Como eran tantas noches de bohemia rodeado de tríos, montaban una secuencia musical a sus letras en medio de aguardientes en El Páramo, entre otros, su lugar preferido. Más que dar autorización era él quien patrocinaba a los músicos para que hicieran su oficio y lo hizo por bohemio. Aplaudía ejecutorias de sus tríos.

Él siempre fue poeta aunque se llamara versificador y otros lo consideraran bambuquero.

ASI SE MANEJA UN VIEJO

            (a Fernando y Eduardo, mis muchachos)

A los festivos nietos de don Floro

y de la santa que enseñó canciones

suministro someras instrucciones

para operar en mi vejez de oro

Si a los ochenta me acobardo y lloro,

no averigüen detalles ni razones;

es que el alma que luce pantalones

no se lleva, sin llanto, con decoro

No pregunten porqué, a dormir, no vine;

sepan que me aprovechan tienda y cine

y no me afectan pollo y cigarrillo;

Que me encantan tipleros y aguardiente,

y estimo -para putas- conveniente

dos pesitos o tres en el bolsillo.

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“¿ Qué quien escribe los versos

Preguntas chiquilla inquieta?

Es mentira que se escriba

y mentira los poetas

Los dicta el alma, y, entonces

como las palomas vuelan

rayando luz de regresos

en largas noches de ausencia,

así como sale el sol

sin candiles que le enciendan,

y sin que nadie le enseñe,

canta el agua montañera.

Acunados por  la dicha

o acunados por las penas,

los versos que nadie escribe

 los puede escribir cualquiera.

Comprenderás la lección

Que te dicta la experiencia

cuando sepas que es la risa

llanto que no se remedia.

Que hay risa de caramillo

y llanto de panderetas,

porque, el alma, Marta linda,

jamás estuvo en la escuela.

Memorias conversadas para Historias de vida por Isalopezgirlado