Constanza Vargas

CONSTANZA VARGAS

Las memorias son conversadas, las historias escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy Constanza Vargas. Esposa, madre, abuela, hija, hermana, tía, madrina, profesional, amiga, jefa, maestra, meditadora, yoguini, gran lectora que disfruta del cine. Inicié mi camino sin fin hacia la toma de conciencia que me permite acercarme a ser más inteligente, más humana y sensible y que me ayuda a atender aquello que despierta mi interés.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Ciro Vargas, mi abuelo, era de Santander y se trasladó con su familia a Barranquilla a lomo de mula. Mi abuela, Magdalena Cantillo, fue una mujer muy alta que usaba tacón puntilla y pañoleta diaria como las uso yo, y fue también una gran bailarina de cumbia nacida en la Costa Atlántica. Tuvo once hijos, pero enviudó cuando estos eran muy niños, lo que obligó a los mayores a trabajar desde muy pequeños. Esta situación le forjó el carácter, porque fue fuerte, aunque también cariñosa, pero no tanto con sus hijos como con sus nietos. A mi abuela la disfruté enormemente.

Recuerdo a mis cuatro tías abuelas Cantillo, primas de mi abuela, mujeres absolutamente divinas, divertidas, nos hacían concursos de belleza y nos premiaban a todos. Con los años mi abuelita se trasladó a Bogotá con su hija Leonor y sus dos nietos. Tuvo problemas de azúcar entonces todos le llamaban la atención para que no comiera dulces, pero al morir encontraron cajas de chocolates y colaciones debajo de su cama.

Germán Vargas Cantillo, mi papá, fue supremamente humano, honesto a toda prueba, lo caracterizó el contar con un humor cáustico, negro oscuro, maravilloso. Fue muy bondadoso, inteligente y bohemio, qué mejor combinación. Creció con muchas estrecheces y, ante la viudez de su mamá, comenzó a trabajar muy chiquito sin que terminara su bachillerato.

Como mi papá fue un intelectual se hizo amigo de Alejandro Obregón, de Antonio Roda y de varios otros. Le gustó enormemente la lectura, había aprendido a leer a los tres años, pero no tenía recursos para comprar libros. Por fortuna Ramón Vignes, señor mayor, español, con una biblioteca enorme como su generosidad, le permitió acceso ilimitado. Mi papá dedicó los últimos diez años de su vida a impulsar escritores jóvenes.

Con los años mi papá trabajó con importadores de libros y corrigió una enciclopedia. Tuvo una ortografía impecable y a nosotros, sus hijos, nos enseñó redacción, era muy claro en lo que nos decía: frases cortas, puntuación clara. También tuvo una gran facilidad para los idiomas, entendía inglés y francés.

Hizo parte del grupo de la Cueva, fue íntimo amigo de Álvaro Cepeda, de Alfonso Fuenmayor y de Gabriel García Márquez. De hecho, están registrados en Cien años de soledad. Quizás fue el primer lector de la novela y le dijo a Gabito: “Esto va a ser un éxito rotundo”. Y lo acompañó a recibir el Nobel.

Ejerció el periodismo, tuvo una columna en El Heraldo por muchos años, la llamó Un día más. También hizo una carrera en el sector público cuando amigos suyos fueron nombrados ministros. Fue director de Inravisión cuando llegó la televisión a color y trajo programas de la BBC. Y dirigió la Radio Nacional.

Mi papá siempre pensó que a la sociedad había que ofrecerle calidad y puso su inteligencia al servicio de los demás.

RAMA MATERNA

Nelson Linares, mi abuelo, godo, re godo, godísimo, laureanista, hombre de fuerte carácter, estricto en extremo, fue linotipista, imprimía libros y revistas al método antiguo, es decir, letra por letra.

Mi abuela, Lucrecia Ruiz, fue una gran cocinera, maravillosa pastelera, y genio del croché, porque tuvo las manos más maravillosas. Además, histriónica, dramática. Recuerdo que viajábamos en un Land Rover manejado por mi papá, y se metió a un hueco que hizo saltar a mi abuelita rompiendo su diadema contra el techo del carro. Entonces comenzó: “Me va a dar congestión, me duele la cabeza, me voy a morir de este golpe”. Para ella el mundo se iba a acabar todos los días.

Cuando enviudó no hizo otra cosa que hablar bellezas del abuelo, lo ascendió a los cielos, lo santificó, pero todos sabíamos cuánto había sufrido con su machismo. Según ella vivieron la relación más amorosa, nunca le había levantado la voz y tampoco nunca se había enojado. Además, amplió su foto y la ubicó en la cabecera de la cama mientras mi mamá y mi tía se codeaban al verla.

Tuvieron cuatro hijos que se criaron en Barranquilla, gracias a que la abuela alquiló habitaciones, con comidas incluidas, pues le había quedado la casa que le compró el abuelo.

Mi mamá, Susana Linares, Sussy, fue una mujer fuerte, de carácter, nos enseñó la disciplina. En la misa de su entierro le pedí al sacerdote que no hablara de su dulzura ni de su ecuanimidad, porque faltaría a la verdad con esto. Fue bachiller comercial y con el tiempo enseñó español en el Réfous y en el Colegio La Candelaria.

MATRIMONIO

Mi papá fue mayor a mi mamá dieciséis años. Cuando se conocieron, en una entrevista de trabajo, mi mamá estaba comprometida para casarse con el hombre ideal para sus padres: médico, establecido, maduro. Mi papá no fue el más guapo, pero tenía unos rasgos muy fuertes, piel oscura y ojos azules clarísimos, que lo hacían muy atractivo e irresistible para mi mamá.

Cuando mi papá la vio, le dijo a su compañero de escritorio: “Me voy a casar con esa mujer que va subiendo la escalera”. Para mi mamá fue amor a primera vista lo que causó una tragedia en su casa. Se casaron en medio del drama. Mi papá decía que si la abuela se hubiera podido ir con ellos a la luna de miel lo hubiera hecho, pues no les dio un mínimo espacio durante el noviazgo.

Al año nació mi hermano Darío, en Barranquilla. Darío es de las personas con las que se cuenta por encima de todo, es generoso y detallista. Mi papá aceptó un trabajo en Bogotá donde nací seguida de Mauricio, el más costeño de los rolos. Por fortuna Mauricio fue el menor, porque de otra forma nos hubiera opacado, él fue la fascinación de todo el planeta, donde llegaba llamaba la atención por seductor, inteligente y afectuoso. Fue la luz de los ojos de mi mamá, su debilidad.

INFANCIA

Fue maravilloso crecer en medio de dos hermanos y tan distintos, pero claramente me relegaban en los juegos. Si jugábamos Misión Imposible, yo servía la gaseosa. Si jugábamos al médico, ellos operaban a mi muñeca de trapo que, por supuesto, se podría porque le inyectaban agua con jeringas, mientras que yo hacía las veces de instrumentadora. En el viaje en barco, donde la carpa hacía sus veces, yo servía los sánduches. Pasaron muchos años oculta, porque no era indiferente a lo que pasaba, me revelé ante la vida muchos años después. Por supuesto, estos eran comportamientos de infancia, mis hermanos adultos no asumen la diferencia de roles de esta manera.

En mi infancia disfruté de mi abuelita Magdalena, con ella iba a la iglesia y al Tía, almacén del que soñaba ser vendedora, donde me compraba regalos después de misa.

Alguna vez entré al Ley con mi papá, tomé unos cordones y los guardé en mi bolsillo. A la salida se los mostré y me hizo devolverlos con el riesgo que eso representaba para mí.

Caminaba con mi papá cuando vi una blusa en una vitrina que me encantó y mi papá me la compró con la plata del mercado. Al llegar a la casa entendí que no debía ser tan antojada pues mi papá no se medía. La administradora de los recursos y del hogar era mi mamá y los dos nos enseñaron a leer y a amar los libros.

Siempre fui maestra, he debido pensionarme a los treinta pues desde niña sentaba a las muñecas para que hicieran las veces de alumnas, les daba clases y las evaluaba. Tengo la vocación, la vena, la pasión, la devoción.

Tenía doce años cuando escuché a una amiga interpretar la flauta. Llegué a mi casa a contarle a mi papá y una semana después tenía mi flauta. Tuve como profesora a Isolda de Caro y, con las vueltas de la vida, sus dos nietas estudiaron en mi escuela. Nunca fui al conservatorio, pero hice parte de varios coros.

Mi papá nos ponía música que a mí me fascinaba, entonces cualquier día le dije que quería ir a un concierto. Me llevó al auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional para escuchar a Blanca Uribe interpretando la Suite Iberia. Mi papá me explicaba el programa cuando el pregunté: “Papá, ¿ella está casada, tiene hijos?” Me respondió: “La música es una carrera muy exigente, que te lleva a hacer giras, prácticas interminables. Esta responsabilidad hace muy difícil atender una familia”.  Este fue un plan de los dos que amé.

ACADEMIA

Mi papá no quiso para nosotros una educación gringa, sino europea, por lo mismo nos matriculó en el Liceo Francés. Por fortuna Darío y yo pasamos el colegio primero que Mauricio y nos evitamos las altas expectativas de los profesores porque no fui una alumna brillante, hacía lo que me correspondía con buenos resultados. Creo que me definían como una buena alumna, sin duda me faltó una buena dosis de rebeldía.

Como vivíamos en Chía, nos quedábamos en el colegio a la hora del almuerzo. En ese tiempo observé a unos niños que reuní para cantarles canciones. Supe que era lo mío, que solo debía prepararme más.

Mis principios como docente son diametralmente opuestos a los que observé en algunos de mis profesores, entonces supe qué maestro no debía ni quería ser. Realmente no fui muy feliz en el colegio, pero conservo muy buenos amigos.

PEDAGOGA

Me presenté a la Universidad Pedagógica donde estudié pedagogía musical. No soy música profesional. Tuve grandes maestros como Carlo Federici, matemático puro, profesor por muchos años de la Universidad Nacional, nos dio clases más allá del pensum y nos dictó el curso Arte y Conocimiento. Siendo estudiante comencé a trabajar con el profesor cuando lo nombraron rector del Colegio Italiano.

Por la misma época en la universidad estudiaron Missi, María Beatriz Giraldo de Calle, Pitty, Charito Acuña y varias otras pioneras de escuelas de música.

Mi énfasis está en la primera infancia, porque me encantan los niños. Como maestra soy divertida, me río mucho con los chicos, los sé retar, los sé llevar lejos sin generarles presión. Pero debo reconocer que la primera clase fue fatal, un desastre.

Quise ser disruptiva entonces pedí que retiraran los pupitres, instalaran un tapete y dotaran la clase de instrumentos. Los niños se maravillaron tanto que llegaron a jugar, a correr, a brincar, y no me hicieron caso. Para la siguiente clase decidí leerles mitología griega de un libro que me había regalado mi papá, Cuando la tierra era niña. Se maravillaron con las historias de culebras en el pelo, ojos verdes y miradas que petrifican. En conclusión, los cautivé.

Más adelante me llamaron del Departamento de Música de la Universidad de los Andes pues querían hacer un semillero, lo inicié y duró once años conmigo. Una nueva administración lo acabó y me retiré con un concierto en el que me ovacionaron y me dijeron que me seguirían a donde fuera.

ESCUELA DE MÚSICA

Este fue el camino que me llevó a abrir mi escuela de música. Alquilé un espacio en un jardín infantil donde inicié con pocos niños. Cecilia Zuleta, mi cuñada, tenía un jardín infantil con Juana Morales, me invitaron a que me uniera y así lo hice por varios años hasta que se dio la oportunidad de comprar un predio en la calle 127 con carrera 11 que es donde laboramos hoy.

Iniciamos una sociedad en la que Vueltacanela funciona en las mañanas y la Escuela de formación musical – EFM, en las tardes y sábados. Adecuamos el espacio, la casa quedó absolutamente divina y ahora está por cumplir veintidós años con un equipo maravilloso de veintiséis docentes que cuentan con un nivel musical muy alto, porque los niños se merecen los mejores profesores.

Ahora estoy recibiendo los hijos de mis primeros alumnos, nada puede conmoverme más. Concluyo que ellos piensan que valió la pena y quieren que sus hijos también disfruten de una experiencia como esta. La satisfacción es enorme porque son muchas las semillas que han crecido.

MOMENTO ACTUAL

Hace veintiún años soy directora de una escuela de música, me especialicé en primera infancia y trabajo teoría de la música. Llevo dos años estudiando guitarra y ukelele aprovechando la pandemia tiempo en el que sobrevivió mi escuela gracias a la virtualidad.

He caminado hacia la madurez y el equilibrio. En mis reflexiones y búsqueda interna que me llevaron al fondo de mí misma, llegué al libro de Clarissa Pínkola Estés, Mujeres que corren con los lobos que le obsequié a mi hija colmado de anotaciones y subrayados. Actualmente entreno mi cuerpo, practico yoga y meditación.

SU HIJA

Valeria Ruiz, hija de mi primer matrimonio, es una luchadora, templada, de carácter como las abuelas, bondadosa, estudiosa. Estudió en los Andes producción de audio, viajó a Inglaterra a hacer una maestría en educación y un doctorado en sostenibilidad. En Inglaterra conoció a su esposo, Julian Richardson, una persona magnífica. Son padres de mi bello Luca, que estudia ukelele y guitarra eléctrica, como buen inglés. Mi nieto es feliz en su colegio, lo que celebro con alegría, gran gimnasta y amante de la naturaleza. Durante la pandemia ingresó al coro y a lectura musical conmigo en la escuela.

SU ESPOSO

José Leibovich, reputado economista del desarrollo, hace catorce años llegó a la Escuela a matricular a sus dos hijos, Ezequiel y Maurice, dos años después de haber enviudado. Ezequiel y Maurice hacen parte importante de mi vida hoy.

José había sido compañero de mi hermano en la universidad, ya había visitado mi casa, asistió a un almuerzo del que no hice parte, pero vio un retrato que me hizo Roda que se quedó contemplando. Mi hermano le dijo que se trataba de su hermana. Así me vio por primera vez y hoy el cuadro está colgado en nuestro cuarto.

Mi esposo ha sido una bendición en mi vida, es un ser humano extraordinario, una persona supremamente sensible e inteligente. Le digo: “Si un día no tienes trabajo, puedes dedicarte a hacer seminarios para enseñar a entender a las mujeres”. Con esto indico que es muy perceptivo, sabe lo que me pasa y me ayuda a resolverlo. Somos una familia recompuesta.

REFLEXIONES

  • Reflexiones sobre la importancia de atender la voz de un niño.

Escuchar a un niño en el momento oportuno le puede cambiar la vida.

  • Sobre el impacto de los mayores en la infancia.

En nuestro país no valoramos a los mayores, cuando son los mejores maestros. En nuestras universidades la gente más senior enseña en los últimos cursos, cuando debería hacerlo en los primeros, a los menores.

  • ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?

Amor.

  • ¿Cómo quisieras ser recordada?

Como una persona amable, amorosa y divertida.

  • ¿Cuál debería ser tu epitafio?

¡Well done! Luego nos fundimos en la luz.