Javier Mejía

JAVIER MEJÍA

Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy una persona aficionada a la literatura, un director de cine y escritor que vive en las montañas del suroeste antioqueño con su esposa, Paula Ortiz. Me alteran la injusticia y la torpeza, resulto altamente intolerante a ellas. Circunstancias de la vida me han enseñado a ser más tranquilo, a no preocuparme por banalidades. Fui muy deportista, pertenecí a la selección Antioquia de voleibol con la que fuimos campeones dos años.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Mi familia paterna proviene de Sonsón, Antioquia. Jesús Mejía Díaz, Tuto, mi abuelo, fue congresista y secretario de Presidencia de Abadía Méndez o del general Mosquera, no lo tengo claro. Se casó dos veces. De su primera esposa no sabemos nada, quizás él había enviudado ya cuando contrajo matrimonio con Julia Ramos, mi abuela.

Javier Mejía, mi padre, fue un hombre al que le decían el ‘pipiolo inmortal’. Era parrandero, de gran humor negro. Trabajó en la parte administrativa de Ecuatoriana de Aviación. Esta empresa tenía una flota de aviones pintados por Guayasamín para convertirlos en junglas voladoras muy hermosas. Como buen paisa tuvo fincas junto a sus hermanos por Girardota, a una hora de Medellín. Murió cuando yo tenía siete años, por lo mismo no tengo más información. Aunque biógrafos algo han escrito, solo que no me he interesado.

RAMA MATERNA

La familia materna es del suroeste antioqueño. Mis bisabuelos fueron Rosa Montero Uribe y Rubén Osorio. Roberto Osorio, mi abuelo, se casó con Oliva Bedoya, mi abuela. Trabajó en la Federación Nacional de Cafeteros donde estuvo encargado de la construcción de casas para campesinos, de escuelas y beneficiaderos. De Jericó lo trasladaron a cualquier número de municipios, así sus hijos fueron naciendo en diferentes lugares del suroeste antioqueño pasando por Concordia, Jardín, Santa Bárbara hasta llegar a Medellín.

Tuve una relación más amplia con mi abuela. Cuando regresó una hermana suya de los Estados Unidos, se enamoró de una tierra en Punta Bolívar, en el Córdoba antioqueño, a media hora de Coveñas. Entonces se la compró a unos nativos y construyó una cabaña para vivir sola, a lo Robinson Crusoe.

Recuerdo que a la entrada había un quiosco en el que vivían don Polo y doña Fulgencia, una belleza de personajes: generosos, queridos, negros, hermosos, altísimos y de dientes muy blancos. Don Polo podía medir metro con noventa, era de una perfección aún a sus noventa y cinco años. Yo no les entendía mucho lo que decían por esa forma de hablar tan rápido que tenían.

Cualquier día de descanso que tuviéramos, aprovechábamos para visitarla, sembrar mangos y otras frutas. El sitio era muy inhóspito, se trataba de una zona muy virgen, con cangrejos del tamaño de un perro, igual de grandes eran los bichos y los sancudos. Todo resultaba muy exótico, especialmente para un niño chiquito, era casi como devolverse muchos años en la evolución.

Mi tía abuela cargaba un revolver de juguete que se ponía en el cinto para amedrentar, como una forma de sentirse segura, aunque, sin duda, todos sabían de qué se trataba. Curiosamente, mi madre lo conserva.

Ilse Osorio, mi madre, la niña mimada del abuelo, es un personaje increíble a quien le cambió la vida con la muerte de mi padre. Es una lectora voraz. Fue presidenta de las Damas Grises, un voluntariado en Medellín del Hospital General para ayudar a los más necesitados. Actualmente vive en Jardín, Antioquia, a donde llegó finalizando pandemia con sus hermanas y su gata Garufa.

Perfectamente podría hacer un documental con la vida de mi madre quien hoy está en Medellín reunida con sus amigas de la Fundación, seguramente gozando y tomando aguardiente. Ella se disfraza, monta obras de teatro, le gusta hacer reír a la gente con una picaresca paisa, muy al estilo Carrasquilla, porque es festiva.

SUS PADRES

Mis papás se conocieron en el Club Unión de Medellín. Cuando mi padre vio a mi madre, le dijo a sus amigos: “El día que yo me case será con esta mujer”. Comenzó un coqueteo de serenatas, muy comunes en la época. Tuvieron dos hijos, de los cuales soy el menor. Juan Carlos Mejía, mi hermano, tres años mayor, fue mi gran compañía durante la infancia. Pero la muerte de mi padre, a mis siete años, obligó a mi madre a trabajar para sacarnos adelante.

PRIMEROS AÑOS

Nací en Medellín cuando vivíamos cerca del estadio, en la carrera setenta con la calle San Juan, muy agradable, realmente linda, que iba en un solo carril hasta la Universidad Pontificia Bolivariana. Ocupábamos un apartamento en un cuarto piso donde nos robaron por lo menos seis veces seguidas. Lo hacían desde una estación de gasolina: se subían por el balcón. Con el tiempo Medellín se narcotizó y con ella nuestra cuadra, pero ya no vivíamos ahí.

Durante mi infancia compartí con los primos en la finca de los abuelos paternos. Cuando los visitábamos en su casa debíamos hacer silencio, pues el abuelo se encontraba muy enfermo, lo que es terrible para un niño que quiere jugar, gritar y correr. Esto lo pude hacer en la finca de la tía abuela donde nos encontrábamos con los primos para jugar fútbol, escondidijo, policías y ladrones.

Repetidas veces acompañé a mi papá a su oficina y me ponían a ubicar folletos para los pasajeros en los aviones vacíos. Me precio de tener muy buena memoria, de ser muy fiel a los hechos: aunque guarde mucha basura, no me estorba, por el contrario, me divierte.

Por ejemplo, recuerdo que mi padre tenía un campero Simca, color rojo de placa LK0220. El primer número del teléfono de la casa fue 433718. También teníamos un gato de nombre Mickey. Y a Carmela, la perra más fea del mundo, a quien amamos, de madre pequinés, manchada con pelo de vaca, grueso, largo.

ACADEMIA

COLEGIO SAN IGNACIO

Viví cerca de mi colegio, el San Ignacio, de los jesuitas, en el que estudié con mi hermano. Medellín no era tan caliente, pero vestíamos pantaloncito azul, camisa blanca de botones, chaqueta de paño gris, medias grises y zapatos negros que había que embetunar a diario. Yo no sé si las familias querían sentir que sus hijos estudiaban en Berkeley, pero íbamos como postrecitos. Para no ensuciarnos nos ponían un overol encima mientras jugábamos, así regresábamos a la casa cual princesitas.

HASTA TERCERO

La primaria, hasta tercero, era manejada por monjas quienes luego pasaron a la parte administrativa. Por eso hay un vínculo entre los jesuitas y las Siervas de María, las de la Enseñanza, donde estudió Ana Cristina Restrepo. A la madre María Cobo, su directora, todos le temíamos con terror. Ahí me tocó ver las últimas manifestaciones bruscas que se permitieron hacia los estudiantes. Es el caso de cuando una de ellas dijo: “San Sibonete, te voy a dar un…”. Y le pegó una cachetada. Eso sí, las profesoras eran maravillosas. A mis seis años aprendí a leer con Martha Nelly y a esa edad Lina me marcó con sus minifaldas: pues yo las veía muy corticas.

Estando en primero de primaria ocurrió la muerte de mi padre que, como mencioné, llevó a mi mamá a trabajar. Es ahí cuando aparecen en mi vida las muchachas del servicio: así las llamaban. Nohra Argáez Morales venía desplazada de alguna comunidad indígena desde Dabeiba o Mutatá, carretera que conduce al Urabá antioqueño. Recuerdo su rostro, el de una mujer muy joven y sufrida que me contaba historias.

Resulta que al borde de la carrilera del río, en pleno centro de Medellín, funcionaba el ferrocarril. Desde 1910 habían diseñado ese espacio donde hoy pasa el Metro. Allí se ubicaron desplazados e indigentes quienes armaron un cordón de tugurios. En él Nohra tenía lo que ella llamaba su rancho.

Cualquier día tuvo que ir de urgencia a su rancho y las opciones eran llevarme o dejarme solo. Me acuerdo lo que sentí ante la sola idea de quedarme. La acompañé con mi pantalón corto y mis zapatos grises del uniforme. Me marcó mucho acercarme a semejante realidad, la que me abrió un universo insospechado. Así conocí lo que es la verdadera miseria. Con el tiempo reconocí en mi colegio a jesuitas muy de teoría de la liberación, rebeldes, cercanos a la izquierda, pero también otros muy radicales, godos muy godos.

El hecho es que fui muy bien atendido, me ofrecieron de todo. Recuerdo una paleta de agua, pero algo me dijo que no la recibiera. Quizás fue un instinto de supervivencia, pues el agua con que estaban hechas seguramente me hubiera afectado. Quizás fue la voz de mi madre diciéndome: “¡Ni se te ocurra comerte esa paleta!”. Mi madre se enteró hace muy poco, porque fue un secreto entre Nohra y yo.

En algún momento escribí una crónica sobre esto como ejercicio de memoria.

COLEGIO DE GRANDES

Luego pasé al colegio grande, para cursar cuarto de bachillerato. Aquí fui deportista y afín a las áreas sociales. En matemáticas no me iba mal, pero con una dificultad en lo conceptual porque no entendía la razón de los procedimientos ni su utilidad. Por fortuna, nunca la perdí pues computaba con química.

Lo que hicieron los jesuitas con los estudiantes fue crearnos una culpa en la psiquis, algo que no perdono. Nos comparaban con los menos favorecidos todo el tiempo haciéndonos sentir mal. Por fortuna desde muy niño encontré en la literatura una salvación. Mi madre compraba muchos libros, entonces armó una colección semanal que comenzaba con La sangre fría de Capote, seguía con una antología personal de Borges, continuaba con el Otoño del Patriarca de García Márquez y El americano impasible de Graham Green.

Recuerdo a los profesores, quienes eran extraordinarios. Por ejemplo, Oscar López ensayista, profesor de Literatura Latinoamericana en Missouri, con quien me cruzo cartas. Como un aspecto positivo del colegio era el sistema de aulas abiertas, entonces elegíamos nuestros horarios preparándonos para la universidad. Fue cuando mi amigo Camilo Jiménez y yo dejamos de ir a todo para dedicarnos a leer literatura. Esto lo hicimos con la anuencia de Oscar quien nos dio una lista de cincuenta novelas y cincuenta cuentos motivándonos a la lectura y las llaves de su oficina para que nos encerráramos a leer. No hicimos más, casi perdemos el año.

En el San Ignacio conocí a Camilo Jiménez, mi gran amigo de la vida, actual director de Planeta. Me burlo diciéndole que ya es ministeriable (sic), como Juan David. 

COLEGIO DE LA PONTIFICIA BOLIVARIANA

A los jesuitas les resulté contestatario, muy retador, entonces no me soportaron más y me echaron declarándome un líder negativo. Como calificaban disciplina, perderla era causal de expulsión. Esta decisión, que tomó el nuevo rector, me llevó a estudiar décimo en el colegio de la UPB donde solo me soportaron un semestre. Al profesor de Filosofía no le gustó que lo contradijera, aunque lo hiciera con argumentos. Por fortuna, me dejaron terminar al año.

INSTITUTO MIGUEL DE UNAMUNO

Llegué al Instituto Miguel de Unamuno, más conocido como el Miguel fúmate uno o el Miguel de una traba. Aquí era otro tema, realmente cosa seria. Los estudiantes eran gente mayor, hombres de barba y jovencitas vestidas de manera muy particular a quienes a la salida las esperaban camionetas con guardaespaldas. Por fortuna, nos encontramos siete del San Ignacio que muy rápidamente nos tomamos el salón, porque pasamos de opacados y silenciosos a liderar.

En este momento de mi vida el narcotráfico ya se había apoderado de la ciudad alcanzando a una generación mayor que la mía. Llegó por la clase alta, no por el lumpen. En las discotecas se fumaba bazuco, lo que se consideraba muy fashion. El ambiente era todo un caldo de cultivo para que cualquiera se torciera, cuando no era mal visto, sino toda una novedad, como quien va a ver un hipopótamo con plumas.

La reacción ante esta gente no era de quien siente asco, repulsión, sino de curiosidad y casi admiración. Nadie sabía muy bien qué estaba pasando, quienes sabían se quedaban callados. Los tenían por comerciantes avivatos. Eran casi que aplaudidos. Todo esto se vivió en un momento en el que, por mi edad, quería comerme el mundo, plena adolescencia y juventud temprana. Lo viví en medio de los toques de queda que hacía Pablo Escobar: “Quien salga a la calle muere”. Resultaba muy seductor arriesgarse para comprobar si era cierto. Hacíamos fiestas a las que no iba casi nadie. Por fortuna, los libros fueron mi gran compañía. Estos, junto al deporte, me evitaron muchos riesgos de la calle. Pero murió un buen número de mis amigos quienes eran vecinos de la Cuarta Brigada: de veinte muchachos queda uno vivo.

Estando aquí hice parte de la selección de voleibol, pero enviaron una carta pidiendo que no me pusieran a hacer educación física, pues mi entrenamiento era muy fuerte. Solo que el profesor desapareció la solicitud lo que conllevó a que tuviera que habilitar educación física. No solo eso, sino también religión, en la que tuve que leer una encíclica del Papa, el Principito y otros textos que resultaban extraños para la materia. Luego vino el tema de cómo librarnos del ejército y qué estudiar en la universidad.

VOCACIÓN

Quise estudiar cine, pero no contaba con una escuela ni tenía recursos para viajar. Entonces hablé con el profesor Oscar López quien me dijo que estudiara Filosofía. Tenía también la opción de estudiar Comunicación Social con un gran énfasis audiovisual, fotografía fija, trabajo con diapositivas sincronizadas a un audio, cine, reportería gráfica. Era lo más cercano al cine y se combinaba con mi gusto por escribir.

UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA

En 1989 comencé mi carrera de Comunicación Social en la Universidad Pontificia Bolivariana. Aquí me encontré con un grupo de amigos que marcaron mi vida, soñábamos con hacer cine: Rafael Escobar, productor; Mauricio Tobar, realizador de televisión; Miguel Rivas, novelista. Todos talentosos, irreverentes, borrachos, quienes creamos un lazo muy fuerte generando el rechazo de las chicas que iban perfumadas y recién bañadas, mientras que nosotros llegábamos amanecidos, aunque obteníamos cinco.

En muchas materias propusimos hacer videos en vez de presentar trabajos escritos. Fue así como empezamos a salir a la calle con la cámara. Íbamos a la plaza de mercado para preparar el proyecto de Mercadotecnia. Entonces, armábamos la historia, narrábamos algo agradable. Siempre nos sentimos muy efusivos con la imagen, hicimos guiones y cuentos.

DUNAV KUZMANICH

Fuimos alumnos, luego muy amigos y familia de Dunav Kuzmanich, personaje de nuestras vidas maravilloso que marcó a toda una generación, profesor de origen chileno y familia croata. Dunav inicialmente llegó a Bogotá huyendo de la dictadura chilena. Se casó con Isabel Sánchez, hermana del director Pepe Sánchez. Trabajó en Don Chinche. Hizo cinco películas que fueron censuradas en la época Turbay, ya remasterizadas. Con él hice un documental. Su cine es político, como ocurre con Canaguaro, la película más importante de este género en Colombia sobre la traición liberal hasta los guerrilleros de los Llanos. Fue alguien muy enciclopédico, sabía de arte, por supuesto de cine.

Cuando a Dunav se le diagnosticó un cáncer en el estómago, Rafa le preguntó si quería ir a morir a Chile junto a su familia, a lo que contestó: “Ustedes son mi familia”.

CINE EN LAS CALLES

Cuando vi Rodrigo D, supe que el cine se podía hacer en las calles, que era algo alcanzable, cercano. Nos ratificamos en que queríamos hacer algo, y lo hicimos. Precisamente, ahora estoy terminando una película documental sobre los años de universidad que logré grabando a mis amigos.

En esa época el miedo era tal, sin que se manifestara verbalmente, que había una desazón en el sentido de que cualquiera podía morir. Así les ocurrió a tantos de nuestros compañeros: una amiga murió a causa de la bomba de la Macarena. Decidimos entonces entrevistarnos y dejar una especie de testimonio.

Empezamos a preguntarnos qué es el amor, la amistad, con qué soñás (sic), qué te gustaría hacer. Con una video 8 registramos las fiestas y todos y cada uno de nuestros movimientos. Por ejemplo, cuando veíamos los noticieros presentando políticos y nosotros burlándonos de cada mentira que iban diciendo. También cada Mundial de Fútbol. Nuestras vidas en fotogramas, con los cambios de look.  

Hace ocho años recuperé el material y me encontré con una imagen mía en la que le hablo a la cámara. Me dirijo al Javier del futuro. Digo: “Quiero ver esto cuando tenga cuarenta años. Espero que no sea un amargado. Quiero ver esto con un vaso de ron en la mano, con la misma tos y riéndome con mis amigos. Quiero ser feliz”.

Estoy haciendo un retrato generacional. Le tengo un nombre tentativo: Vivir era mejor que la vida. Rafa Escobar me dijo: “Javier, es que usted está armando un chorizo sin forro”. “Chorizo sin forro”, me gustó para el título.

También ocurrió que empecé a hablar en términos técnicos. Por ejemplo, no decía: “Mirá qué paisaje tan bello”. Sino: “Mirá qué belleza de plano”. Si veíamos un personaje divertido que iba con sombrero, decíamos: “Este está bueno pa’casting”. Todo se volvió una película, y todos estábamos involucrados con esa película mental nuestra.

TRAYECTORA PROFESIONAL

CINEMATECA

Estando en la universidad ingresé a la Cinemateca de Medellín, la primera que trajo cine arte a la ciudad. Pero no duré mucho trabajando en ella.

REVISTA LA HOJA

Luego me vinculé a la revista La Hoja, donde conocí a los periodistas Ana María Cano y Héctor Rincón quienes profesionalmente se complementaban perfecto. También hicieron parte Pedro Nel Valencia, gran cronista, y Patricia Nieto, magnífica escritora y actual directora de la editorial de la Universidad de Antioquia.

Como todavía estaba en la universidad, inicié como fotógrafo, luego fui practicante, más adelante ingresé a la redacción, también fui su diseñador. Al ser una revista mensual, permitía trabajar los temas con calma y profundidad.

Esta fue una escuela increíble donde estuve cerca de tres años.

PREMIO CPB DE PERIODISMO

Se juntaron dos situaciones al tiempo que me generaron una crisis: terminé con mi novia de ese momento y me gané el Premio CPB de Periodismo. Yo no quería ser periodista y el premio me llevaba a casarme con esta carrera.

La revista había inscrito mi trabajo. Se trataba de una crónica sobre la brujería en Segovia, Antioquia, después de la tragedia. Segovia es una zona minera de oro, muy dada a la mitología, a la brujería, a coger tierra del cementerio para hacer conjuros. Allí se respiraba miedo.

Resulta que a mí me iban a matar ese día en la plaza del parque. Me encontraba tomando fotos mientras esperaba a una joven, trabajadora social con un programa de radio. Se asomó por la ventana de la emisora para llamarme. La emisora quedaba en el marco de la plaza. Me pidió que subiera, entonces interrumpí mis fotos, fui donde ella, de inmediato salimos a caminar mientras iba agarrada de mi brazo, aunque más parecía que me estuviera exhibiendo. En la noche, con unos tragos, me dijo que la habían buscado en la emisora para decirle que si no sabían quién era yo, a la una de la tarde me matarían.

MUCHACHOS A LO BIEN

Decidí renunciar a La Hoja y viajar al Festival de cine de Cartagena para iniciar otro proceso. A mi regreso hice un documental para televisión que fue muy importante. Un poco lo que marcó la generación en el Valle, Rostros y rastros. En Medellín ocurrió un proceso similar con Muchachos a lo bien que iba por Teleantioquia y en cadena nacional por Cenpro Televisión de la Fundación Social.

Fueron cuatro temporadas de las que dirigí las últimas dos. Contó con un número de directores casi igual que el número de capítulos que eran veintiocho. Participaban Bernardo Toro y Hernán Franco, comunicadores muy serios quienes identificaron las diferencias de los jóvenes en Medellín y quisieron mostrarlas. La segunda temporada estuvo referida a las formas no convencionales de participación ciudadana a través de la literatura, de los raperos, de los grafiteros. La tercera a la ética.

Bernardo y Hernán se inventaron el reemisor: se emitía a nivel nacional, se validaba para los jóvenes en televisión y a los profesores se les llegaba con un VHS y una cartilla para que lo trabajaran en clase. Crearon así una escuela con equipos de maquillaje, con cinco asistentes de dirección y con productores de campo. Ahí nació mucha gente que descubrió la pasión por el oficio y que continúa en él.

LAS NUEVAS RINO-AVENTURAS

Después de tres años de trabajar en el documental hice con Mauricio Abad una serie infantil de nombre Las nuevas Rino-aventuras. Me retiré después de quince capítulos y la terminó Mauricio, pues no pude con la gente del Municipio de Medellín con quienes teníamos que trabajar.

Para ese momento me había ganado un premio con un guion para producir un medio metraje. Aproveché la pelea para dedicarme a hacerlo.

APOCALIPSUR

Supe que un mediometraje no serviría para nada, entonces decidí hacer un largometraje llamado Apocalipsur. Igual debía entregar lo que exigía el premio, entonces tomé las secuencias más largas, las uní, las entregué y les comenté que estaba haciendo una película por lo que pedí que no lo emitieran. Era 1999, rodé entre noviembre del 2000 y enero del 2001 con pausas navideñas.

Cuando se hizo la posproducción me gané un premio con ella. Era digital para llevarse a 35mm en un proceso que me llevó a vivir a Buenos Aires por unos meses. La terminé y se estrenó internacionalmente en el 2006. Pasó por una andanada de más de cincuenta festivales en el mundo. Viajamos durante dos años con Apocalipsur: fuimos a Can, Australia, Londres, países de Latinoamérica. Nos ganamos el India Catalina a mejor película y el Premio Nacional de Cine. Sigue siendo invitada a muchos eventos.

Lo que inició como una película entre amigos, se convirtió en una película de culto. Además, es una película de bajísimo presupuesto, hecha con amigos. Recuerdo que, cuando iniciamos grabaciones, se dañó la cámara.

Apocalipsur se trata de un homenaje a Carlos Bernal, El Flaco, un personaje de Medellín, artista muy sensible. Carlos se fue en 1986 a Suiza huyendo de la violencia, pero desapareció estando allá. Incluye un personaje llamado El Flaco, pero que no está relacionado con Carlos. Resulta muy under ground para las nuevas generaciones, que la están viendo.

Me instalé en Bogotá en el 2001 por diez años. Estando aquí me dediqué a hacer el montaje de Apocalipsur y a buscarle la plata que faltaba, la que llegó con productores asociados.

TELEVISIÓN

Hablé con Luis Alberto Restrepo, gran amigo, director de cine y de las mejores producciones de Caracol. Con él hice televisión dirigiendo Las muñecas de la mafia y la segunda temporada de El cartel de los sapos.

En televisión, por lo general, se manejan dos unidades, son dos equipos completos, y yo hice parte de uno de ellos. Trabajé con los mejores actores: Robinson Díaz, Julián Román, El Flaco Solórzano, Santiago Moure. En Las muñecas el tema era lidiar con Amparo Grisales quien pidió siempre trabajar con mi equipo, pues quiso ser dirigida por mí. Amparo es una gran actriz, interesantísima, inteligentísima, aunque mañosa, pero con quien me entendí muy bien.

Se dice que el cine es del director, la televisión del productor, el teatro del actor. Por lo general es así. Si bien las empresas televisivas colombianas son unos monstruos, resultan muy lentas, con gente que se quedó con una imagen vieja de lo que es la televisión, porque nunca se renovó. La gente que sigue vinculada no tiene idea de cine ni de narración audiovisual y es muy temerosa al cambio. Como todo gremio tiene una gente maluquísima (sic) que no quiero volver a ver en mi vida, pero también otra maravillosa.

NUEVA YORK

Decidí vivir en Nueva York animado por Juliana, mi novia de ese momento. Estando allá hice una película documental, Dunav. Fue rodada en Barranquilla, Medellín, Bogotá, Buenos Aires y Santiago.

Dunav nunca quiso hablar de las torturas impartidas por el régimen de Pinochet, únicamente decía: “Se llamaba Zamora, tenía cara de perro”. Perteneció al Movimiento de Izquierda Revolucionario – MIR integrado también por un grupo de cineastas que estaban en la resistencia: llevaban armas de Buenos Aires dentro de las llantas de repuesto. Era guerra de guerrillas. Estuvimos en su casa donde vivió y donde todavía hay una caleta enterrada junto a la piscina de la que no se sabe nada.

Dunav siempre fue muy radical cuando cerraba capítulos. Otro fue el del divorcio de su esposa. Ni de ella ni de su familia volvió a decir nada.

MÉXICO

AMAZONAS

A Juliana le ofrecieron un trabajo en México donde vivimos tres años. Desde allá trabajé en la película Amazonas. Son siete cortometrajes sobre el Amazonas, hecha por seis directores: Carlos Moreno, Jorge Navas, María Gamboa, Lucas Maldonado, Spiros Stathoulopoulos y yo.

El tema era libre, la historia lineal. Sin proponérselo, se convirtió en película. La de Maldonado está muy metida en la maloca, con el espíritu del jaguar. Moreno la hizo sobre la colonia, un español buscando El Dorado que viene flotando por el río. Yo hice algo más sobre la actualidad grabando en La Pedrera.

Es todo un reto grabar en el Amazonas, si uno ve una piedra que le puede servir para una escena, al día siguiente ya no está por causa de la lluvia, porque el paisaje cambia. Uno es un niño de dos años en la selva: todo le arde, todo le pica, todo le chuza, todo le envenena. Es muy agresiva, está demasiado viva. Se debe ser muy cuidadoso y respetuoso para entrar, para moverse.

PAYASO

Hice también la película Payaso donde actuó un gran amigo, Alberto Valdiri, quien murió al poco tiempo de rodar.

MEDELLÍN

Regresé de México a Medellín, pero no me gustó la ciudad. La volví a sentir muy narco, muy paraca. Muy esa cosa que ya había vivido en los noventa: entre otras cosas, las camionetas con vidrios polarizados de sonido ensordecedor; no falta al que le gusta que otros sepan que se trata de un bandido que está armado, porque no le da vergüenza, sino orgullo.

Mi regreso coincidió con la muerte de un gran maestro. Alberto Sierra, curador de arte del Museo de Antioquia, fundador del Museo de Arte Moderno, quien recibió las obras de su amigo Fernando Botero. Tenía una galería donde, durante quince años, reunió a sus veinticinco amigos en los famosos almuerzos de los jueves a los que no asistían mujeres, pero sí artistas consagrados en un espacio para hablar de lo que querían. Se sentaban a manteles cual sibaritas. Tenían himno.

Esta amistad está unida a La Hoja. Surgió cuando busqué eludir el que me asignaran llenar los huecos. Entonces se me ocurrió hacer un fotomontaje a partir de la exposición en París de Botero. Y fue Alberto quien me abrió las puertas a este mundo y quien me conectó también con Juan Camilo Uribe, quien siempre trabajó con íconos religiosos. Aprendí muchísimo con ellos de técnica, desde muy niño. Ya había comenzado un proceso con una película con él después de insistirle mucho.

SANTA ELENA

Dadas estas circunstancias decidí vivir en Santa Elena, en el Oriente antioqueño. Se trata de un lugar frío, campestre, agradable. Aquí conocí a Paula, mi pareja: nos saltábamos los alambrados para podernos ver. Ella hizo que soportáramos la cuarentena por pandemia con plantas, huerta y animales. Entonces decidimos compartir la vida que nos llevó a Jericó hace tres años.

JERICÓ

La grandiosa fortuna hizo lo suyo. Por accidente de la vida llegamos a Jericó donde un amigo había trasladado un espacio cultural que por muchos años quedó en los bajos del Museo de Arte Moderno de Medellín. Esa salida hizo que nos enamoráramos del lugar.

Pese a que mi familia materna es del sitio, no queda nadie. Amílcar Hugo Osorio, el primero de los nadaístas, pariente nuestro, quien después de un tiempo se fue a vivir a San Francisco por el éxito que alcanzó este movimiento y que él cuestionó desde lo literario. Murió en la laguna de La Oculta, finca de Héctor Abad Faciolince. Los nadaístas dicen: “¡Cómo se ahogó Amílcar, si era tan buen nadaísta!”.

LA DANTA Y LA NUTRIA

Hace un año abrimos una librería café, La danta y la nutria, que ha tenido un crecimiento inusitado. Inició con el Hay Festival de Jericó, del que no conocíamos sus alcances. Hemos programado presentaciones gratuitas para recibir a nueve mil turistas, quienes llegan a un pueblo de tres mil habitantes. Han sido nuestros invitados Alonso Sánchez Baute, Laura Restrepo, Fernando Herrera (premio nacional de poesía), El Águila Descalza y varios otros.

ESCRITOR

Siempre trato de hacer una crónica. Estas han sido publicadas por El Mal Pensante, Soho, Don Juan, la revista Bienestar de Sánitas con Camilo Jiménez como director.

También he publicado dos libros, uno con la revista La Hoja, de reportajes. Y Ópera Prima con la Editorial Eafit, libro de conversaciones con quince directores sobre su primera película.

PROYECCIÓN

Espero vivir cada vez más tranquilo. Preocupándome cada vez menos. Disfrutando de mis pasiones como la literatura. Encontrando historias en todas partes que vuelven a seducirme.

Quiero acabar lo que tengo empezado como la película con mis amigos. Estoy escribiendo un nuevo guion de ficción y el documental de Alberto Sierra.

Ahora con Paula queremos una casita con diez gallinas, un perro, un gato, una huerta. Me gusta sembrar, cosechar, se autónomo. Dedicarme a escribir y a compartir con los amigos.

Sigo haciendo mucha fotografía y seguiré haciéndola viendo la luz y anticipando las sombras.

CIERRE

He sobrevivido a muchos abismos cercanos. He rumbeado, gozado y reído.