Haidy Sánchez Mattsson

HAIDY SÁNCHEZ MATTSSON

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

Me defino como una mujer en permanente búsqueda, que se proyecta en los otros, que busca aportar a quienes se encuentran en condiciones desfavorables. Me considero una persona sencilla, humilde, creativa. Me definen la honestidad y la justicia. Me gusta escribir y he encontrado mucha tranquilidad en sembrar flores, hortalizas, plantas, pero también en caminar el bosque. Disfruto mucho esquiar en la nieve, aunque no es algo que esté relacionado con mi cultura. Soy psicóloga, estoy casada y tengo dos hermosos hijos.

ORÍGENES

Azael Sánchez Ramírez, mi padre, oriundo del departamento del Chocó, específicamente de Condoto, fue profesor de bachillerato en materias como biología y química. Más adelante fue rector de la Universidad Javeriana a distancia y supervisor de educación en su departamento. Siempre le gustó leer, su biblioteca fue muy nutrida de libros de literatura y revistas científicas. En sus tiempos libres escribió columnas para los periódicos de Quibdó.

Rosa Alicia Lozano, es una gran mujer a quien admiro muchísimo. Es sinónimo de ternura, nobleza y dulzura. Trabajadora social que se desempeñó en la Universidad Tecnológica del Chocó. Tuvo un emprendimiento durante años en el que colaboré, se trataba de una librería y papelería muy reconocida en la ciudad.

INFANCIA

Soy la mayor, tengo dos hermanos varones por parte de mi papá y de mi mamá. Antes había nacido un hermano, hijo de mi papá, quien es administrador. Alexander, cuatro años menor, es economista, trabaja en el sector salud. Lotar, ingeniero ambiental, emprendedor en su sector y profesor universitario.

Conservo unos recuerdos de infancia que han sido la base de mi vida actual. Nací en un hogar con un entorno familiar muy seguro, rodeada del amor de mis padres, de mis abuelas, tías y primos. Somos una familia de hablar muy profundo, de risas y patanerías, no tanto de chistes.

Tuve una forma de interactuar con mi mamá muy especial, he sido muy apegada a ella. Me encantaba sentarme a comer viejo, como se dice en Quibdó. Tuve un pelo afro, grueso, y mi mamá fue quien me peinó hasta mis doce años, momento que nos unía muy profundamente.

Mamá nos atendía los fines de semana con desayunos. Preparaba comida típica de nuestra tierra, como macitas fritas a base de harina de maíz y queso costeño. Con ella mercaba en la plaza para llevar ñame, árbol del pan, que cocinaba. Picaba mangos y otras frutas. El almuerzo de los domingos incluía sopa de pescado y arroz con pollo, o sancocho de carne ahumada.

Recuerdo a mis hermanos corriendo sin importar que lloviera, mientras yo me sentaba a escuchar las historias que contaban mis tías. Resultaba muy acogedor ver llover a través de la ventana y con la puerta cerrada.

En semana compartíamos la cena con mis padres. Como se iba tanto la energía, interrumpíamos las tareas y a punta de vela o de lámparas de petróleo nos sentábamos en la sala para escuchar las historias de mi papá. Mi papá no había viajado al exterior, pero describía en detalle cómo eran los aeropuertos de Alemania, de Rusia, de China, esto gracias a sus lecturas. Lo curioso es que alcanzábamos a escuchar a los vecinos que se reunían en el andén frente a sus casas para hablar, cantar, tocar guitarra. Estos fueron puntos esenciales que sirvieron para fortalecer el núcleo familiar.

ACADEMIA

Tengo recuerdos de la guardería. Asistí al Kínder Nacional, luego a una escuela de monjas para niñas. Una de mis profesoras vivía frente a mi casa. Muy pocas familias contaban con automóvil o moto, tomar un bus era impensable, entonces nos íbamos a pie. Llegar me tomaba veinticinco minutos caminando acompañada por mis amigas de la callecita.

Fui una niña feliz, no tan extrovertida, no fui el centro del salón, pero tampoco fui huraña. Respondí bien a las responsabilidades académicas, sin problema. Como estudiábamos en la mañana, salíamos al medio día para soportar un sol infernal. Recuerdo cómo mi papá, quien tenía oficina junto a la escuela que daba contra el patio del recreo, me lanzaba desde su balcón un billete que envolvía una piedra o un baldosín diminuto. Así, en el camino me detenía a comprar bolis o vikingos, helados caseros, y mecato. Cuando llegábamos a la hora del almuerzo ya estábamos llenas.

Me gradué a los dieciséis años, muy desubicada, sin orientación vocacional, no sabía a qué dedicarme. En Quibdó no contábamos con una universidad de prestigio, entonces el anhelo era ser enviado a otra ciudad. La Universidad Tecnológica no ofrecía carreras que llamaran mi atención.

A mis dieciséis años viajé a Medellín para estudiar en la universidad. Inicialmente apliqué para arquitectura, pero no pasé. En cambio, sí pasé como delineante, pero en primer semestre descubrí que esa no era mi vocación. Me cambié a ingeniería civil, solo que después de varios semestres decidí estudiar psicología en la Universidad San Buenaventura de Medellín. Este había sido mi sueño de estudiante en el colegio. No fue fácil decirles a mis papás, quienes asumieron todos mis costos y gastos, pero me respaldaron.

Me gustó la psicología cognitiva conductual, porque siempre quise descubrir lo que hay al interior de las emociones de la gente, de sus reacciones, de sus pensamientos y comportamientos. Así que me identifiqué plenamente con mi carrera, que cursé con una vida social muy enriquecida. No me vi afectada por venir de territorios ni por ser negra ni por ser del Chocó, por el contrario, ha sido algo exótico que me ha beneficiado.

Hice mis prácticas en la Universidad de la Salle de Medellín. Regresé a Quibdó, trabajé en el ICBF, luego viajé a Tadó para trabajar como psicóloga clínica.

SUECIA

Estando en Tadó conocí a quien hoy es mi esposo, un sueco que hacía parte de la brigada Médicos sin fronteras. Nos casamos en Quibdó, aunque ya había viajado a Suecia como mi papá, quien no había salido del país y sin hablar inglés. Llegamos en la peor época debido al clima, pues era diciembre y me aterró la oscuridad cuando apenas eran las tres de la tarde, como también el conocer una cultura monumentalmente diferente a la mía.

Comencé a estudiar inglés y luego a trabajar, inicialmente en un hotel, también cuidando ancianos. Muy rápido homologué mi carrera para ejercerla como he hecho durante estos últimos diecisiete años. Actualmente me desempeño en una institución del ayuntamiento de Umeå como psicóloga clínica concentrada específicamente en pacientes con discapacidades entre los quince y veinticinco años. Fue aquí donde se despertó mi pasión por los temas de autismo y discapacidades.

FUNDACIÓN EN COLOMBIA

Tengo una columna de opinión en El Tiempo sobre estos temas. En Colombia creé mi Fundación. En Suecia adelanté mis estudios de maestría y comencé trabajos de investigación. Uno de ellos compara el estrés y la salud mental de padres con hijos con autismo y déficit de atención e hiperactividad. En el otro reviso el nivel de conocimiento que tienen los padres con respecto al autismo de sus hijos en países como Colombia, República Dominicana, Argentina y Chile.

Desde la Fundación brindo asesorías, dicto talleres teórico-prácticos y conferencias gratuitas para la comunidad y se conecta gente de todo el Departamento. En ellas hablo de autismo, violencia intrafamiliar, violencia de género, suicidio. Pese a los problemas de conectividad, son muchos los líderes indígenas y afrocolombianos de zonas muy apartadas que se conectan a mis charlas y se reúnen a leer mis columnas y me escriben para comentarlas. Esto me llena de motivos para continuar con mi labor.

Desarrollo actividades culturales para niños con discapacidades, jornadas odontológicas, de rehabilitación física con la ayuda de patrocinadores. Conecté un intercambio para que niños de un colegio de Quibdó puedan recibir a estudiantes de último año de una escuela sueca. Para lograrlo, he recibido el apoyo de mi mamá, de mi tía que es terapista del lenguaje, de mi prima Gabriela, de mis hermanos, de colegas suecas, de Uruguay, de una profesional que vive en España y de algunas pocas amigas.

PROYECCIÓN

Quiero continuar con mis intervenciones psicosociales a la población más vulnerable en el Chocó. Actualmente implemento un programa de robótica educativa femenina en alianza con una organización que trabaja en estos temas. Vamos a crear el equipo Quibdó de niñas de once a quince años. Irá de enero a marzo de 2023, para constituirse en el torneo más grande del país.

Mi satisfacción es el aportar al mejoramiento de la calidad de vida de las personas de mi tierra. Estoy construyendo sociedad, por lo tanto, me siento con la autoridad moral de opinar de manera crítica y de exigir, aunque para algunos resulte fuerte.

FAMILIA

Me considero una persona muy afortunada. Tengo una familia increíble y maravillosa que me reconforta, llena de cariño y me dan ánimos para luchar, soñar y trabajar por mis sueños. Matías Mattsson, mi esposo, es médico de gran corazón, oncólogo pediatra, alguien muy sensible. Mi hija Sofía, tiene diecisiete años, es un amor de niña, científica, con una cultura general muy grande, le encanta leer. Diría que es muy sueca, mientras que Iván, mi hijo menor, es muy latino porque ama nuestra gastronomía, disfruta el futbol, se siente muy colombiano.