Luis H. Aristizábal

LUIS H. ARISTIZÁBAL

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Mis apellidos son vascos y antioqueños también, Aristizábal Arbeláez. Mi abuelo nació en 1883 en Santo Domingo, Antioquia, pueblo de mineros y de Tomás Carrasquilla, es decir, el pueblo tenía escritor por lo que todas sus costumbres están en sus libros. Mi abuela materna es antioqueña, de apellido Uribe. Esto me hace bastante bicultural porque soy paisa de ancestros pero completamente bogotano de vida.

Los antioqueños tenían un lenguaje muy coloquial y lleno de expresiones que ya no se utilizan y para mí, que soy bogotano, ese ya es un mundo un poco extraño. Mi abuela, por ejemplo, decía:

— Ve, qué tan cuarto.

Cuarto se refiere a algo bonito, agradable, simpático; la manga, por ejemplo, es una zona verde en medio de la ciudad; la cuelga, es un regalo de cumpleaños; ve tan pispo, queriendo significar que se es bien parecido.

Regreso a mi abuelo para decirte que pertenecía a la típica familia de aventureros antioqueños que se van a conquistar país y que se hicieron relativamente famosos. Adolfo Aristizábal, familiar de mi abuelo, fue un gran cafetero del Valle del Cauca; mi abuelo, Luis Aristizábal, fue un gran ganadero en Boyacá. Los llamaban: café con leche (risas). Ambos se hicieron muy ricos construyendo país. De eso ya no queda mucho (risas).

Los antioqueños son todos parientes porque ésta es una inmigración tardía, estoy hablando del siglo XVIII, es decir, no llegaron con Jiménez de Quesada a esta zona de andaluces y extremeños, gente del sur de España, sino que son del norte, gente muy distinta. Llegan a Antioquia, que era una montaña impenetrable donde casi no había indígenas, hasta que empiezan a aparecer las minas de oro que atraen a muchos inmigrantes.

Cuando un Español del norte quería buscar fortuna en América, venía a parar a estos sitios. La mayor parte tenemos un parentesco cercano. Eso explica que en Antioquia la mezcla de raza fuera bastante baja aunque hay que contar con el ancestro judío, que no creo que sea mayor que en otras zonas de América porque todo está documentado y no lo encuentras. El tema es largo para explicarlo aquí y es que ser judío es más una cuestión de religión que de raza; tanto en Bogotá como en Antioquia, llamaban así a muchos extranjeros, es más, los protestantes eran considerados judíos también.

Para volver a mis raíces, se supone que los Aristizábal atraían el dinero, tanto que en el cementerio de Cali, todavía la gente visita y toca la tumba de Adolfo Aristizábal para llamar a la fortuna.

Mi abuelo antioqueño se instaló en Boyacá y hay un cuento simpático de la familia cuando nos recuerdan que él se salvó de morir en la Guerra de los Mil Días porque era el inteligente de la casa, según el papá. A él le tocaba ir a la guerra pero mandaron al hermanito menor que tenía quince años y fue muerto en batalla. Gracias a eso existimos.

Mi papá, Luis, nació en Tunja, mi mamá, Martha, en Medellín pero su familia, Arbeláez, era de Rionegro. Ellos se conocieron en Bogotá. Mi papá estudió Derecho pero no ejerció y prefirió dedicarse a la ganadería. En esa época los obligaban a estudiar, entonces mi abuelo decidió que el abogado de la familia sería mi papá.

Mi mamá es Arbeláez Uribe, antioqueña como te decía, habla en paisa todavía aunque lleva muchos años en Bogotá. Vino con sus papás después del 9 de abril de 1948. Conoce a mi papá por casualidad, se casan, tienen seis hijos y yo soy el mayor de todos.

Tuve una infancia chapineruna pues allí viví en un edificio de mi abuelo durante mis primeros diez años. En los años setentas, viví una experiencia que muy poca gente tiene y que es estrenar barrio, Santa Bárbara Alta, que es entre Usaquén y Santa Ana. Estaban construyendo las primeras casas, lo que había era potreros con vacas, los lotearon, levantaron casas muy bonitas y elegantes, y poco a poco nos íbamos pasando los nuevos vecinos. Todas eran familias con hijos preadolescentes. Constituimos un grupo de barrio que hacíamos fogatas en el parque, fiestas y novenas navideñas. Hemos mantenido el vínculo y todavía nos reunimos después de décadas.

En esa época el mundo era muy abierto, los niños andaban en la calle, obviamente los peligros de una gran ciudad existían pero no salíamos del barrio y pasábamos de casa en casa. En navidad teníamos veinte días de fiesta sin falta. Era una cosa tremenda.

Estas tierras hermosas del norte de la ciudad eran la finca de don Pepe Sierra, otro aventurero antioqueño, un emprendedor que compraba las tierras ‘con todo y escudo’ a los bogotanos que estaban en decadencia. Todos los barrios que se llaman Santa Bárbara, eran una gran finca, la suya, que va desde el Museo del Chicó que adoptó el nombre de su hija, Mercedes Sierra, hasta más allá de Usaquén. La otra hija se casó con un hijo del Presidente de la República, del General Reyes. Fueron loteando la tierra para construir unos barrios que se hicieron, casi todos, en los años setenta y ochenta. Santa Ana es de los sesenta, casas todas de un solo piso pero muy anchas, de lotes inmensos, con una particularidad arquitectónica porque ahí nunca hubo planificación de ninguna especie, se hacía lo que el arquitecto amigo del dueño quisiera. Son un curioso legado arquitectónico de esta ciudad.

Estudié en el Gimnasio Campestre, un colegio muy tradicional de Bogotá, el equivalente del Gimnasio Moderno, pero más al norte. Fue un colegio fundado, entre otros, por mi tío abuelo Jaime Arbeláez, muy amigo de Alfonso Casas, su rector (había sido profesor en el Cervantes, un educador de mucho talento que decidió emanciparse y crear su propio colegio).

Luego estudié Derecho en la Universidad Javeriana, no tanto por tener un amor por la carrera sino porque no tenía idea de qué iba a hacer en la vida y eso se identifica, en muchos casos, cuando ya se tienen cuarenta años, no antes. Había que estudiar algo pero la rigidez de la época me llevó al Derecho. Tal vez hubiera estudiado Literatura, gusto que me ha acompañado siempre, con decirte que a mis quince años, cuando leía, subrayaba los libros con amarillo y sacaba las frases que encontraba. Llegó un momento en que construía frases producto de esas lecturas, las que considero mis primeros trinos. Mi mensaje a los lectores sería:

— No le tengan miedo a meterle la mano a los libros. Viólenlos. Ráyenlos. No los destruyan pero guárdenlos de una manera que para ustedes tengan utilidad.

Desde mis trece años conservo recortes de prensa, por ejemplo, las lecturas dominicales del periódico, que era lo que llegaba para leer a las casas. Hacia mis veinticinco, aparece el computador y con él Internet, así que me propuse pasar al mundo digital todas mis frases (son más de tres mil páginas que las contienen). Me tomó un tiempo importante pero me brindó una satisfacción enorme. En esa tarea se me empiezan a ocurrir frases, o sea mis primeros trinos. Sí, algunos son de hace treinta años o más.

Ese gusto fue muy mío como también el que sentí por la música. Una historia que acompaña este gusto se da hacia el año setenta y tres, en que escuché a un teclista inglés de nombre Rick Wakeman, uno de los creadores del rock progresivo, género al que pertenecen grupos como Genesis, Yes, Pink Floyd, Jethro Tull y cualquier cantidad de otros más. Cuando aparece Internet descubrimos que aquí nos robaron cincuenta años de música que no se conocía, porque lo que conocido era lo poco que divulgaba Manolo Bellon. La manera de conseguir música en esa época era muy linda: a través de los amigos del colegio que tenían oportunidad de viajar o cuando sus papás traían discos.

Uno de éstos amigos, tú lo conoces, era Coque Gamboa que hizo muchos viajes, y él grababa en casetes que nos compartía. Fuimos unos pioneros absolutos de la música rock. Yo vi el video de Queen, Bohemian Rapsody, en un betamax aquí en Bogotá cuando recién salió, en la casa de mi amigo Antonio Gómez. Con Leonardo Villar, que es de otro tipo de música, yo tocaba guitarra y él flauta; él es absolutamente clásico: a su casa iban los domingos sin falta a tocar, todos los músicos de las orquestas filarmónica y sinfónica. Era una casa de una cultura única.

También me ha encantado el ajedrez, actividad a la que he dedicado muchísimo tiempo en la vida. (Fue de los buenos dentro de los aficionados y jugó torneos internacionales en Europa, partidas suyas fueron publicadas en las mejores revistas especializadas del mundo y en antologías de las mejores jugadas de la historia). El ajedrez obliga a desarrollar un cerebro lógico que me ha ayudado en mi faceta de tuitero, a dar los pasos ordenados para encontrar la jugada justa, anticipar la del otro y sentarse a analizar: de la misma forma se fabrica un trino. Llegué a ser analista de ajedrez con Alonso Zapata, campeón nacional, pereirano y buen amigo. Todo requiere entrenamiento, consagración y dedicación exclusiva, eso sí, teniendo otras actividades para el descanso.

Me gradué de abogado, nunca ejercí la profesión, aunque alguna vez trabajé con Fernando Carillo. Fui profesor de Derecho diez años en la Javeriana, enseñando Historia de las Instituciones Jurídicas e Introducción al Derecho para estudiantes de otras carreras. También he dado clases de literatura a grupos de señoras en tardes de té.

Uno siempre tiene en la vida un maestro que le enseña sin que uno sepa por qué ni cómo. Hernando Gutiérrez, abogado y compañero en la Universidad Javeriana, daba cursos fuera del pensum y por casualidad asistí a uno de ellos. En esa media hora él explicó una de las mayores lecciones de mi vida: “el esfuerzo de la traducción de un lenguaje erudito a un lenguaje que todos entiendan”. Se lo he dicho, cada vez que puedo se lo recuerdo, porque yo no sé cuánto tengo que agradecerle por esa media hora en que lo escuché en una clase que no era mía, ni para mí, pues estaba dirigida a otras personas. En la vida esos mensajes llegan así, de formas inesperadas. Esta lección ha sido muy valiosa en mi ejercicio de tuitero.

He vivido en dos ocasiones largas en Francia. La primera como estudiante para hacer una especialización en Derecho Privado. Yo me había casado con una compañera de estudio, que es una abogada muy prestigiosa, brillante y competente, Ligia Helena Borrero, con la que tuve dos preciosas niñas. Más adelante, Juan Camilo Restrepo, embajador en París, la nombra como ministro plenipotenciario. Cuando Juan Camilo Restrepo se devolvió para ser candidato presidencial, ella quedó de embajadora.

Luego asumió el cargo Marta Lucía Ramírez pero también se devolvió para ser Ministra de Defensa y volvió a quedar mi esposa de embajadora. Yo, de ‘príncipe con suerte’ me dediqué a llevar y traer a mis hijas del colegio, a leer y a organizar paseos turísticos. Esto me generó situaciones muy simpáticas, porque, como estaban acostumbrados a que el señor era el embajador, ese fue el trato que recibí. La escena cumbre es una reunión de embajadores de todos los países, cuando de pronto alguno me dice:

— Yo no sé cómo hace Colombia, para nombrar en estos puestos a un tipo tan culto como tú (risas).

Soy un fracasado, como todo el mundo, pero ha sido un fracaso espléndido. Nunca he pasado un examen para ocupar un cargo. Pero si me preguntan cuál es una de las razones del éxito tuitero, la respuesta es que yo mismo soy mi editor, no tengo nadie que me pueda frenar, porque este mundo está lleno de jerarquías que traban todo. Hago parte de un grupo de personajes muy extraños, de una fauna que sin ser famosa sí tiene cierta influencia en la opinión, de un fenómeno completamente nuevo como lo es Twitter.

Se hace un ejercicio de traducción, es decir, se trata de pasar un conocimiento que se tiene y que es especializado al nivel en que lo entienda incluso la persona que está más abajo en la escala, y que lo pueda disfrutar. En materia de literatura, que es fundamentalmente en lo que yo me meto porque es lo que sé y conozco, no puedo ser demasiado profundo precisamente para que me entiendan. Nadie se imagina la sed de cultura que hay en esa red, no de todo el mundo, por supuesto, pero hay unos seguidores que son bastante fieles y que siempre están pendientes de las citas literarias. Una frase de un libro, uno no sabe todo lo que puede desenganchar, desde ir a comprarlo hasta descrestar a los amigos.

Soy muy solidario con lo cultural y por honestidad intelectual, con Twitter, no he hecho un solo peso, pues no lo tengo para negocio.

Soy escritor, pero sobre todo, soy lector porque me he pasado la mitad de mi vida leyendo. Publiqué una novela en Francia, una biografía de Germán Arciniegas, libros jurídicos y un Diccionario de Frases Colombianas. La mayor parte de mi vida he sido crítico literario pues estuve veinticinco años con el Boletín del Banco de la República reseñando libros, otro tiempo con el Malpensante al lado de Andrés Hoyos.

Actualmente vivo en un valle muy hermoso en Sotaquirá, Boyacá, y por cuenta de mi abuelo, porque sus tierras aún pertenecen a la familia, solo que se han dividido a razón de que tuvo muchos hijos y luego muchos nietos. Estoy dedicado a leer y a escribir, lo que constituye mi actividad principal. Igual que con mis frases, he dedicado mi tiempo a acumular conocimiento para escribir una serie de novelas: he sido muy buen trabajador pero a futuro. Ya tengo acabadas tres o cuatro y esa es mi meta para cada año. Son novelas históricas que desarrollo por años, es la historia contada de manera horizontal, todo lo que está pasando se cuenta al mismo tiempo; en otras puedo ser el protagonista que aparece en otro momento de la historia, quizás en 1800. Hago todo tipo de juegos con eso.

  • ¿En qué consiste el arte de escribir?

En tener algo qué decir.

  • ¿Y saber decirlo?

Claro que sí. Sólo contenido no se puede, se requiere arte. Tiene que haber un deseo que nace en la infancia y ser primero un buen lector y recolector de información.

  • Reseñar libros te dejó muchas satisfacciones.

Sí, y así como me dejó muchos amigos, también enemigos. Lo que me arrepiento de haber hecho como reseñista es haberle tirado duro a personas que no se lo merecían aunque luego se hicieron mis mejores amigos.

Admiro profundamente a Enrique Serrano, para mí tiene un talento sobrenatural; a Juan Esteban Constaín, con un estilo que resulta refrescante; a Ricardo Silva que tiene un estilo muy diferente, es un novelista de lo cotidiano como también lo es Darío Jaramillo. Son unos tipos de una prosa absolutamente despojada, no buscan metáforas ni giros literarios de ninguna especie. Aplican el arte de la escritura más sencilla posible.

En la presentación del más reciente libro de Juan Esteban Constaín en el Gimnasio Moderno le dijo Ricardo:

— Con esta pregunta le estoy demostrando que me leí el libro…, y que lo entendí (risas).

  • ¿Alguna vez dejaste pasar alguna oportunidad profesional de la que te arrepientas?

Sí. Abandoné una columna de opinión en El Colombiano, todo porque no me pagaban lo que yo pedí. Tenía 25 años y no supe apreciar lo que me estaban ofreciendo.

  • ¿Cuántos libros lees al año?

Cien páginas diarias y escribo cinco, algo como lo que hacía Graham Greene. Muchos escritores traen preceptos sobre eso.

  • ¿Te impones horarios?

No tengo horarios, yo duermo cuando tengo sueño y como cuando tengo hambre.

  • ¿Mantienes tu ‘libreta de notas’ en la mesita de noche?

La libreta de notas ha sido sustituida por el computador. Tengo una biblioteca de aproximadamente dos mil libros o más, que casi no he vuelto a mirar desde que existe la lectura virtual.

Leo en tres idiomas, español, inglés y francés, por lo menos.

  • ¿Qué no le puede faltar a un escritor?

En mi caso, la soledad y la tranquilidad. Son imprescindibles. Necesito una concentración total porque soy de los que van calentando cerebro a lo largo del día.

  • ¿Cuál es tu libro y cuál tu autor?

Muy difícil porque tengo listas de favoritos. Siglo XX Nabokov, Proust… siglos anteriores, Balzac, Dickens, Tolstoi (aunque era un ser humano abominable). Hay escritores que no son propiamente novelistas, por ejemplo, Chesterton, y desde luego Borges, que en realidad fue el maestro de toda mi generación.

Yo leo a la suerte y ya no leo libros completos. Leo una página de cien y si me gusta, leo una de diez y si me atrapa lo leo completo. Por eso no tengo un favorito sino muchos.

  • ¿Cuál es el que te ha cambiado?

Siendo niño, me cambió Julio Verne. Él hizo que yo me quedara en los libros para siempre. Por él, un amigo se hizo naturalista y yo escritor.

  • Cuando se han leído universos enteros, ¿qué sorprende?

La gente inteligente.

  • ¿Por escasa?

Sí y por maravillosa. Me sorprende que haya tanta idiotez en el mundo.

  • ¿Qué hubiera sido de ti sin los libros?

Un abogado insoportable.

  • ¿Estás en Boyacá como una forma de huir o de encontrarte?

Yo creo que ambas cosas.

  • ¿Qué sentido le encuentras a Twitter?

El asumir cruzadas como poner a pensar a la gente, o ser la voz de muchos que no la tienen.

  • ¿Cuál es el perfil de tus seguidores?

Gente con sed cultural y de literatura. Unos son ya muy cultos, como Rosa Moreno, con quien supe inmediatamente que había una conexión cultural muy fuerte.

  • ¿Y cuál el perfil de los tuiteros?

No somos nadie, no llegamos ni como artistas, ni como cantantes, nada, somos tuiteros a frase limpia, compitiendo contra todos y al mismo tiempo.

  • ¿Qué es ser exitoso en Twitter?

Que hable mal de mí gente que no me conoce.

  • ¿Cuál es la particularidad del tuitero?

Que tenemos una fama rara porque hay mucha gente que te empieza a identificar sobre todo en ambientes culturales.

  • ¿Recuerdas a tus primeros seguidores?

Claro que sí los recuerdo. Entre ellos están Juan Esteban Constaín, Héctor Abad, Félix de Bedout. Gente que tiene un peso intelectual muy grande y que atrae nuevos seguidores.

  • ¿Cuando trinas, tienes la expectativa de un número de likes?

Cuando el trino es bueno sí. Si no tiene el éxito que yo esperaba no es que me haga daño.

  • ¿Sientes la necesidad de estar trinando de manera permanente y de estar leyendo a quienes sigues? 

Yo trino cuando estoy leyendo y continúo mi lectura. Para mí es una pausa activa.

  • ¿Cumplen alguna misión tus trinos?

Sembrar pensamiento.

  • ¿Eres activo en otras redes sociales?

Sí, en Facebook y me parece tenebroso, además, yo no soy un facebookero común y corriente. Inicialmente sólo tenía a mis amigos, pero Twitter se mete como una infección ahí, entonces empieza a pedirte amistad todo el mundo y el cupo es limitado. Detesto a los que se meten al muro a callar a otros, cuando todos tenemos el derecho de expresarnos, porque la libertad de expresión es para mí el derecho por excelencia. Insultar, pero también bloquear, hacen parte de esa libertad.

Pero lo más terrible de todo se llama WhatsApp, que es la red social de los que no tienen redes y que quieren sobresalir con los amigos. No respetan horarios, ni hay grupo sin fanático religioso o sin el que manda a los demás cuanto chiste recibe. Es por esto que me quedé con la tecnología del siglo pasado.

Como no soy bonito, no estoy en Instagram, pero a los instagramers les pasa lo mismo, no se aparecen ni por equivocación en Twitter. Uno muestra lo mejor que tiene (risas).

  • ¿Son importantes las redes sociales?

Mucho. Se han hecho fortunas con ellas, se puede difundir cultura a través de ellas, se puede ayudar a la gente con sus causas.

La pluralidad de voces nunca hace daño. Hay gente muy sola y uno no es consciente de eso. Las redes sociales las conectan.

  • ¿Cuál debería ser la evolución de las redes sociales?

No sabría decirte. Lo que no se debería hacer es pretender controlar los contenidos. Esto pudo haber sido un oasis en la vida, nos tocó el Internet libre y que debería ser gratuito.

  • ¿Cuál es el verdadero sentido de tu existencia?

No tengo la menor idea. Todos los días me pregunto eso, a diario leo de astronomía por esa misma razón. No soy religioso, ni filosófico pero me pregunto qué hacemos acá y pienso que la respuesta se va construyendo poco a poco.

Soy evolucionista, creo en la lógica, en que el cerebro humano es un estadio apenas naciente de la inteligencia. Estamos estrenando neuronas.

Sí te digo que uno de los verdaderos placeres de la existencia es sentarse a conversar con los amigos. Eso justifica una vida.

  • ¿Cuáles son las principales reflexiones sobre las que te apoyas como pilares de tu existencia?

Que hay que pensar y no aceptar la intoxicación moral y religiosa. Formularse preguntas sobre absolutamente todo, estructurar argumentos.

  • ¿Has llevado la vida que has querido?

Pertenezco a todos los estratos sociales al mismo tiempo y soy tal vez el único que puede decir que en la toma del Palacio de Justicia tenía amigos muertos de ambos bandos.

Como todo el mundo, hubiera querido hacer otras cosas. Eso sí, editaría mi listado de errores imperdonables, los de “trágame tierra”, y los tacharía de mi vida.

El fracaso de ser en la vida un anónimo ya lo compensé con Twitter.

  • ¿Buscas trascender?

Eso no es posible. Con que me recuerden mis hijas me daría por satisfecho.