Alejandro Gaviria

ALEJANDRO GAVIRIA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

ORÍGENES

No tengo mucha memoria de mis ancestros, pero puedo decirte que mi origen es Antioqueño pues mis padres son de Medellín y por una casualidad de la vida nací en Santiago de Chile en los años 60´s, pues mi papá, recién graduado de ingeniería civil de la Escuela de Minas, se ganó una beca de la OEA para estudiar estadística matemática allá. No tengo muchos recuerdos, o casi ninguno, de mi permanencia en ese lugar, pero contaré más adelante que sí tuvo alguna importancia para mi vida.

INFANCIA

Llegué a Medellín a los tres años. Creo que fui un niño normal, feliz, sociable, con una vida interior grande, no sé si llamarla extraña, pero por lo menos las historias sí lo eran. Era muy pensativo y tenía momentos de ensimismamiento que hoy los veo en mi hijo Tomás, a quien le gusta caminar en la casa reflexivo. Así me veo yo también.

El entorno lo generaba, las relaciones con los amigos en el colegio y mi forma de ser. Así que pensaba sobre mi futuro, pero también en ficciones, historias que me inventaba de personajes como héroes deportivos que iban evolucionando, por ejemplo. Las contaba todo el tiempo y lo hacía de día y de noche, en especial para dormirme, pero no las escribía, solo las tenía en mi mente.

En mi infancia tuvimos un punto de inflexión con una época más o menos dura, porque yo vivía en un barrio cerca al estadio en Medellín, y después nos pasamos a otra casa, lo que me significó perder a mis amigos. Tuve una reacción un poco exagerada, así que decidí no volver a salir a la calle como forma de protesta contra mi mamá, a quien yo le echaba la culpa, porque fue ella quien quiso el cambio. Tal vez el recuerdo mas antiguo que tengo de mi vida está en la primera casa, que era de dos plantas. Al subir las escaleras escuché un murmullo que venía de lo que era la biblioteca y encontré a mi papá llorando porque habían matado a Salvador Allende, presidente de Chile, un 11 de septiembre de 1973. Mi papá conservaba sus conexiones con ese país. Esa fecha después adquirió otras connotaciones.

COLEGIO

Estudié en Medellín. En primaria no fui un buen estudiante, en bachillerato sí lo fui y más adelante me dediqué al fútbol. El grado quinto lo viví como una etapa de enclaustramiento y rebeldía al mismo tiempo. Por esa misma época me volví un buen estudiante y es que tenía todo para serlo, pues mi papá había sido un intelectual, una persona muy estudiosa, por lo mismo crecí rodeado de libros y en medio de conversaciones. Fue una etapa de abrazar, si se quiere, la ideología del momento: el marxismo y el socialismo.

Me ayudó en mi socialización, porque comencé a relacionarme más con los otros y ayudé a mis compañeros con las tareas: resolví casos de Baldor, ecuaciones químicas y problemas de física. De alguna manera me convertí en el profesor del barrio y de mis amigos, de los que normalmente habilitaban materias en el colegio. Fue la mejor forma que tuve para estrechar vínculos. Años más tarde y reflexionando sobre esa época, pensaba que mis únicas estrategias de conquista eran la trigonometría y el álgebra. De pronto tenía otras, pero esas eran las más visibles en su momento.

Terminé bachillerato con el mejor ICFES de mi colegio, para enfrentarme a la decisión de carrera.

UNIVERSIDAD

Me enfrenté a una disyuntiva, porque me gustaban las matemáticas, pero también la literatura. No había escrito muchos textos de ficción, pero sí fui el secretario del taller literario en el colegio, quien hacía las presentaciones, todo el tiempo. Tenía también una libretica, que se me perdió, donde garabateaba poemas: “Todavía invento amores en mis sueños. Aún no me ocupo de revivir muertos”. Lo llamé Juventud y lo escribí estando en cuarto o quinto de bachillerato. Recuerdo otro, Muerte Digna, del que nos burlábamos en el colegio, y decía algo como: “La mosca atrapada en la telaraña, abandonada, morirá de hambre. Habría preferido servir de almuerzo a la arquitecta de su desastre”. Era el tipo de frases que escribía y alcanzaron a ser unos cien poemas de una línea. Reconozco esa faceta literaria humanista, aunque no la pensaba como humanista en esa época.

No tenía muchas alternativas en su momento en Antioquia y no planteaba irme a otra ciudad a estudiar, era algo que no estaba dentro de lo que hacía la gente, ni dentro de mis planes de vida posibles, así pues, decidí estudiar lo mismo que mi papá. No puedo decir que hubiera sido una buena decisión porque no me hizo feliz, aún así, terminé mi carrera.

En algunos momentos fui un estudiante rebelde. Tuve matrícula condicional por ciertos actos de arrogancia en los primeros semestres. Siempre fui bueno para las matemáticas, había ganado álgebra lineal y llegué al examen final, lo firmé y se lo entregué al profesor, como si no me importara. Siempre tuve ese vacío, debido a la ausencia de los temas humanistas. Incluso, una vez hablé con el rector, le dije que deberíamos tener una oferta más grande de cursos de humanidades porque una educación unilateral era perjudicial para la gente. Di el discurso de grado en el que fui muy crítico, muy complejo, y que todavía lo recuerdan en la Universidad. Son ya más de treinta años de haberme graduado, asistí a una reunión de exalumnos donde me recordaron mis compañeros que, en el Mosaico de nuestra promoción, del año 1987, es el único donde no aparecen las directivas. En el fondo ésta fue una retaliación a ese discurso tan duro que yo hice. Recuerdo que le mandé el discurso al rector, lo leyó y me dijo:

— ¿No tiene nada bueno para decir?

— No.

— Pues, ¡no lo puede leer!

… Bueno, explíquele a la gente que usted me censuró.

Reconozco que fui un poco agresivo, muy rebelde, tal vez en demasía.

En la reunión de que te hablo, ofrecí el discurso de grado en el que llamé como a mi actitud en aquella época: Irreverencia importada. Es evidente que resultaba un poquito histriónico. Si hoy tuviera que escribir ese discurso, no sería muy diferente porque lo que tenía era la aspiración humanista, cierta crítica a un conservadurismo paisa y a una instrumentalización de la educación, como si a uno lo estuvieran educando para ciertas cosas en las que ellos creían que uno debería desempeñarse, pero yo quería hacer otra cosa. Era mi protesta por un camino, que estaban escogiendo por mí.

EXPERIENCIA LABORAL, MAESTRÍA Y DOCTORADO

SURAMERICANA DE SEGUROS – SURA

Comencé a trabajar en Suramericana de Seguros programando computadores, algo que había hecho asiduamente en mi carrera, pues más que dedicarme a la ingeniería civil, me dediqué a la programación. El trabajo consistía en gestionar bases de datos para que no se atrasaran quienes compraran apartamentos en Medellín y pagaran sus cuotas iniciales. Tenía una lista de mil personas y una base de datos que alimentaba y controlaba. Sin duda el trabajo más aburridor del planeta. Aprendí muy fácil a hacer eso y me aburrí infinitamente. Por fortuna era opción cambiar y en algún momento lo decidí así.

Recuerdo que en esa época volvieron mis aspiraciones humanistas. En mis momentos de soledad, que eran los más alegres que tenía en el día, visitaba una pequeña librería que había cerca, y no almorzaba, sino que me iba a leer. Por primera vez me encontré con las novelas de Fernando Vallejo, las leí todas. Libros que me daban un descanso, pero también herramientas e instrumentos para cambiar mi vida y para seguir protestando. Como mencionas, reafirmaban mi irreverencia. Sí que lo hacían. La irreverencia tenía a veces momentos de silencio y de cierta hosquedad, pero mi personalidad iba cambiando con el tiempo. Yo era tímido, quienes me recuerdan dirán que era un ingeniero retraído.

Después tuve un accidente, incidente, no sé cómo llamarlo. Ocurrió por esa misma época, muy dura por demás, a finales de los años 80 con Pablo Escobar. Era la época de la violencia, la época donde yo iba a visitar a mi novia y no sabía si volvería con vida a mi casa. Cuando regresaba en la noche manejando, se me atravesó un taxi. Tengo la película grabada completamente en mi mente: se abrieron las dos puertas de atrás del taxi, se bajó una persona, se levantó la camisa y me mostró una ametralladora mini-uci. Me di cuenta de lo que está pasando, me iban a robar. Me bajé y les dije: “El carro es suyo, ¡lléveselo!”. Uno de los involucrados me preguntó si el carro tenía seguro, yo le dije que sí. Pensé en que, si el carro estaba asegurado por una compañía, pero lo que ellos me estaban preguntando era si el carro tenía algún seguro de los que lo apagan más adelante. Me dijo: “Como el carro tiene seguro, entonces ¡móntese!”. Me subí nuevamente y comenzaron a pasearme por la Comuna Noroccidental de Medellín. Después de diez o quince minutos, el que iba conduciendo le empezó a decir al otro: “¡Matemos a este hp!”. El otro tipo comenzó a pegarme con la pistola en la cabeza. Ya muy arriba, los tipos frenaron abruptamente y me tiraron del carro. Estuve en algún momento tirado en una cuneta con una persona apuntándome en la cabeza. No me dispararon, simplemente bajé corriendo hasta un CAI. En ese momento lo tuve claro, pensé: “¡Quiero romper con todo!”. Mi papá se había venido a vivir a Bogotá hacía unos meses, entonces decidí: “¡Me voy de Medellín!”. Decisión que comenzó a cambiar mi vida.

MAESTRÍA

En Bogotá encontré más posibilidades, más apertura. Comencé una maestría en Economía en la Universidad de los Andes. Aquí me fue evidente que solo yo decidía sobre mi camino.

Mi papá había tenido coqueteos con la Economía y vi en ella, sin entenderla muy bien, una disciplina en la que podía combinar mis dos facetas, la técnica con las matemáticas, pero también la filosófica, pues en el fondo su raíz es filosofía moral, aunque al comienzo no lo articulaba de esta manera. Ahora que lo pienso, podría darte otra respuesta y es el azar.

Cuando vine la primera vez a Bogotá, ya sabía que iba a vivir aquí o que quería hacerlo. Fui a la Universidad de los Andes en un momento en que tampoco tenía tan clara la diferencia entre lo que es Economía y lo que es Administración de Empresas o un MBA. Creo que empecé a buscar la Facultad de Administración y no la encontré, más sí encontré la de Economía, entonces pedí los papeles para inscripción, comparé el pensum y decidí. Teniendo los programas, revisé cuál tenía que ver más con mis intereses. Pero yo a veces pienso, y la vida es azarosa, que si de pronto en esa caminata por el campus no me hubiera encontrado casualmente con la Facultad de Economía podría haber estudiado otra cosa. Siempre he pensado y he querido pensarlo así, y es que la vida tiene mucho de azaroso.

Por esa época había conseguido un libro de Antonio Tabucci, novelista italiano, Pequeños equívocos sin importancia, que contiene una frase que me quedó grabada: “La vida en el fondo es azar, y son las circunstancias de la vida las que se encargan de esclerotizar las cosas”. Decisiones que uno toma por casualidad, que se van volviendo la vida de uno, y es porque las mismas circunstancias van llevando por un camino, pero que en el fondo de ese camino se dan contingencias muy azarosas, muy porque sí.

  • O porque ese tenía que ser el camino, ningún otro.

Siempre he pensado que pude haber vivido vidas muy diferentes y que en el fondo el haber terminado en el Ministerio de salud, haber hecho lo que hice, tuvo mucho que ver el azar. Eso era lo que yo quería, no el camino predeterminado que me estaban escogiendo en Medellín, quería dejarme llevar de la corriente en otra parte, y eso fue lo que pasó en Bogotá.

Adelanté la maestría en Economía y fui el mejor estudiante, lo que me abrió muchas puertas. Para los estudiantes que lean la entrevista, creo que mi experiencia demuestra que ser buen estudiante abre puertas.

FEDERACIÓN NACIONAL DE CAFETEROS

Mis profesores me recomendaron con gente y llegué a la Federación de Cafeteros. Fue un buen trabajo en el sentido de que me dieron responsabilidad, confiaron en mí, me invitaron a escribir artículos muy desde el comienzo, y eso me fue señalando un camino en un mundo que es muy cerrado, muy complejo, el mundo de la tecnocracia bogotana.

DOCTORADO

De ahí pude optar por una beca con el Banco de la República para mi doctorado. Viajé a San Diego, California, donde permanecí cuatro años. Me casé muy temprano en mi vida, después de tres meses de haber salido por primera vez con quien fue mi primera esposa.

  • ¿La conquistó con trigonometría?

No, ahora que lo mencionas, no la conquisté con trigonometría, pero casi, porque nos habíamos encontrado en el Departamento Nacional de Planeación y creo que sí le estaba explicando unas hojas de Excel sobre balanza de pagos. Era yo un ingeniero que se había rebelado y que estudió economía, en parte porque tenía ese componente humanista que no había encontrado en la ingeniería y en parte por azar. Al comienzo del doctorado quise estudiar macroeconomía, pero me di cuenta, otra vez buscando mas este camino humanista, que lo que me gustaba era la economía social.

ARTÍCULOS

LA EPIDEMIA DE CRIMEN VIOLENTO EN COLOMBIA

Es así como en mi segundo año de doctorado cambié abruptamente, pues ya no era la macroeconomía, ya no eran las series de tiempo, ya no el análisis financiero, sino otro tipo de cosa lo que quería estudiar. Mis artículos de tesis de doctorado fueron sobre movilidad internacional, desigualdad del ingreso, influencias sociales en decisiones de jóvenes como el hecho de consumir drogas o alcohol, incluso sobre eso que me había marcado, la violencia en Colombia.

Escribí “La epidemia: crimen violento en Colombia” y lo hice desde una perspectiva económica. Cuenta una historia como las que me gustaban, porque la vida de uno puede tener muchas narrativas y la narrativa que yo había escogido para mi vida era la del azar. En ese articulo busco contar lo que ocurrió en Colombia, cómo se convierte en el país más violento del mundo en los finales de la década del 80 y comienzos del 90, después de haber tenido una taza de homicidios que era la segunda en América Latina, y por qué se convierte Colombia en el primer exportador de cocaína inicialmente a los Estados Unidos, luego a los mercados globales. La pregunta es ¿porqué Colombia? Y la historia que yo conté fue una donde el azar tiene mucho que ver:

Chile es el primer exportador de cocaína a los mercados de los Estados Unidos. El 11 de septiembre de 1973, se dio el golpe de Estado. El gobierno militar de Chile extraditó diecinueve narcotraficantes (años 73, 74). Los chilenos perdieron la preeminencia en el mercado global de la cocaína y la ganaron los cubanos, pero los colombianos comenzaron a disputársela porque lograron tener contactos con los productores de la hoja de coca en Bolivia y Perú, pero, lo más importante, porque lograron tener un contacto en la distribución al detal en los Estados Unidos. Lo hicieron así porque en los años 70 había ocurrido una crisis textil en Medellín, lo que llevó a que varios de los que despidieron de las fábricas se fueran a vivir a Jackson Heights en el noreste de los Estados Unidos, al sur de la Florida, y a California, y fueron estas personas las que le permitieron a los narcotraficantes colombianos consolidar su entrada a ese mercado.

Después pasó lo que conocemos, el narcotráfico comenzó a tener ese poder y transformó la sociedad colombiana: el fútbol se convirtió en narco futbol, la justicia en narco justicia, la política en narco política, y se llegó a esta tragedia que todavía estamos viviendo.

Esa es la historia que cuento en el articulo, con anécdotas y con datos, mostrando cómo se da este shock, cómo ocurre todo por circunstancias, algunas estructurales como nuestra ubicación geográfica, pero otras que tienen que ver con una historia muy particular. El mundo pudo haber sido distinto, pudo haber sido Panamá, un país centro americano, pudo haber sido Venezuela, o Perú, pero fue Colombia la que se consolidó inicialmente como el primer exportador de cocaína en el mercado de los Estados Unidos.

PATH OF DEPENDENCE

Escribí un artículo resumiendo la literatura académica sobre eso que se llama: Path of Dependence. Se trata de cómo los accidentes históricos van determinando la vida de las naciones, la evolución de las personas, la evolución de las tecnologías, y la evolución de las especies.

  • Y de cómo lo fueron determinando a Usted también.

A mí también, tienes razón porque yo encontré una cosa muy interesante en mi vida que fue juntar mis ambiciones académicas con la forma de narrar mi vida. Ni Carlos Dáguer que me ha oído tantos cuentos había escuchado estos. Esta es la historia que he contado para mí: “Soy una persona producto del azar, de una vida que se encarga de esclerotizar las cosas a lo Antonio Tabucci”.

Siguieron ocurriendo accidentes, siguió obrando el azar. Llegué a Colombia después de terminar mi doctorado y después de haber pasado dos años en el Banco Interamericano de Desarrollo. Alguna vez, estando en San Diego, bajé al sótano de la Universidad donde están las revistas científicas, tomé una, al azar, y me encontré un artículo que describe a una persona que después fue un intelectual de renombre en el mundo, Thomas Piketty, quien escribió el libro El Capital del siglo XXI. El artículo hace referencia a cómo se trasmite la desigualdad de generación a generación en los Estados Unidos. Eso me gustó mucho, tanto, que pensé: “¡Quiero hacer algo como eso!”.

LIBROS

EDUCACIÓN Y MOVILIDAD SOCIAL EN COLOMBIA

Cuando regresé al país me dediqué a mi propósito, a estudiar cómo se transmite la desigualdad de generación a generación. Escribí el libro Educación y Movilidad Social en Colombia, Los que suben y los que bajan. Ese libro me permitió, a su vez, darme a conocer en el ámbito académico en Colombia; me conectó con Juan Luis Londoño, con Santiago Montenegro, pero también aún más con la tecnocracia bogotana, tanto así que, cuando Álvaro Uribe Vélez fue elegido presidente en el 2002, estas personas, que eran parte de su equipo, me llamaron para ser subdirector del DNP del 2002 al 2003.

Pero es esta ruta larga, ¿qué tal si yo no hubiera encontrado ese librito por allá en esa biblioteca y no hubiera escrito? ¿Qué tal si no hubiera estudiado macroeconomía? De pronto me hubieran llamado del Banco de la República y no del Departamento Nacional de Planeación para encargarme de los temas sociales.

Yo tenía en esa época como referente a Juan Luis Londoño. Seguramente él pasó algunos meses sentado en esta misma mesa discutiendo asuntos similares. En febrero del 2003 venía caminando del Ministerio de Hacienda al Congreso para entregar la copia del primer Plan de Desarrollo de Álvaro Uribe, cuando John Jairo Ocampo, periodista que en ese momento hacía parte del equipo de presidencia, me dijo: “Está perdido el avión del ministro Juan Luis”. Horas más tarde se supo lo ocurrido y a los tres días se encontró el avión en el que se mató producto de un accidente. Eso me afectó personalmente, y desde ese momento me empecé a desconectar un poco del gobierno de Uribe.

Un año mas tarde salí, en parte por otro hecho medio azaroso. Si bien ya me quería ir, aproveché una circunstancia familiar cuando Sergio Fajardo ganó la alcaldía de Medellín y nombró a mi papá gerente de las Empresas Públicas. Como yo era el representante del Gobierno en unas comisiones de regulación de servicios públicos, el presidente Uribe me dijo: “Sálgase de las comisiones para que no se presente ninguna incompatibilidad”.

Le contesté: “Yo mejor me voy”.

  • ¿Con qué sensación se retiró?

Con la de libertad, con la idea de no volver a ocupar un cargo público en mi vida y de no pisar el Palacio de Nariño nunca más (risas). Me gusta más la libertad intelectual, la que permite opinar, pensar. Siempre he tenido relaciones difíciles con el poder porque: ¡No me gusta que me manden! Me fui para la Universidad de los Andes, primero de profesor, después de decano seis años. Fui feliz allí, seguí publicando mis artículos, me dediqué a investigar sobre lo que quería, publiqué, entre otros, dos libros de ensayos. Estos libros ya comienzan a ser distintos, no están tan enfocados en temas económicos, sino que son una mezcla de todo, de discusiones económicas, pero también literarias.

Por ejemplo, en la historia sobre el novelista Joseph Conrad y su posible contacto con Colombia en el 1876. También hay una colección de muchos artículos. Ya me había convertido en lo que siempre había querido ser, un técnico, también había querido escribir, opinar, ser un humanista.

  • ¿Es la academia su “estado ideal”?

Sí, la academia la vi como mi estado ideal. Ahí estaba yo contento con lo que esto implica, permanecer en mi zona de confort, pues uno se queda ahí tranquilo. En otras palabras, ¡hacía lo que me daba la gana! Escribí artículos sobre cuanto tema se me ocurrió, como uno académico que habla del efecto sobre el salario al tener un nombre atípico, al ser un sin tocayo como decimos en Colombia. También otro sobre la evolución del número de goles por partido de unas ligas europeas. Investigué lo que se me ocurrió investigar. Ahí tenía libertad intelectual. Siempre me gustó dar clases, el contacto con los estudiantes me pareció algo enriquecedor y soy consciente de que ahí se están tocando vidas. Los investigadores siempre llegamos a la casa pensando: “¿Será que toda esta locura que hago sirve para algo?”. Creo que es diferente la sensación que tiene un médico, pues sabe que efectivamente lo que hace sirve para algo. En ocasiones en la vida intelectual los efectos son un poco más invisibles para la sociedad y para todo el mundo.

MINISTERIO DE SALUD

En agosto del año 2012, María Lorena Gutiérrez, quien había sido mi compañera en la Universidad de los Andes, decana de la Facultad de Administración y yo de Economía, en ese momento yo también era columnista de El Espectador y estaba escribiendo mi columna semanal, justo ese viernes por la noche, como siempre afanado por dejar las cosas para ultima hora, me llamó a decirme: “No quiero ofrecerle ningún puesto, pero quiero saber si a usted le interesaría ser ministro de salud”. Había una crisis en el Ministerio de Salud no resuelta: a este ministerio lo definen las crisis. Entonces le dije: “María Lorena, déjeme pensarlo. Si quiere el domingo hablamos”. Entonces hablé con mi papá y con mi esposa, también consulté con mis héroes de ficción que viven en mi cabeza.  Recordé la promesa que había hecho, la de jamás ocupar un cargo público. Le dije a María Lorena: “No, no me interesa”. Esto ocurrió el domingo a medio día. Yo tenía una reunión el lunes en Medellín en una época de menos frenesí de los celulares, no había que tenerlo prendido todo el tiempo, por lo mismo, lo apagué. A las doce y media del día vi que tenía cuarenta llamadas perdidas. En ese momento entró una llamada de mi secretaria de la universidad de Los Andes:

— Myriam, ¿qué pasa?

— Es que lo está llamando el presidente Santos.

En ese momento apagué el celular otra vez, por sospecha y pensé:

— Voy a esperar hasta por la tarde cuando llegue a Medellín porque no quiero tener una conversación por aquí, en otro lugar.

El presidente me llamó. Hablé como a las siete de la noche con él. Le dije:

— Bueno, presidente, déjeme pensarlo, pero tenga en cuenta que no le estoy diciendo que sí.

Después me llamó el presidente Gaviria:

— Lo llamo con la misión de convencerlo.

Después me volvió a llamar el martes por la mañana María Lorena y me dijo:

— Tomémonos un café.

Salí caminando al Juan Valdez al lado de la Biblioteca Luis Ángel Arango. Ya sabía, en esa caminada desde la Universidad de los Andes, que yo ya tenía que decir que sí pues tampoco me iba a hacer rogar y en el fondo ya tenía que abandonar mi zona de confort.

  • ¿La resistencia era solo por la promesa que había hecho de no volver al sector público o había algo más ahí?

No, la resistencia se debía, primero, a que debería asumir un momento del sector muy complejo. Segundo, la idea que tengo desde entonces y que no he abandonado, la de que las democracias mediatizadas del siglo XXI son cuasi ingobernables, esta es una labor muy difícil, muy ingrata. Tercero, un poco el temor que tiene cualquier persona en Colombia, hoy en día, de enfrentar un cargo público por el riesgo. Este mundo tiene una dimensión Kafkiana, y ese temor después de cinco años largos en el Ministerio no ha desaparecido. Es difícil aceptar un reto de estos. Y yo tenía una buena posición, era decano de la Facultad de Economía y me acababan de ratificar, además, opinaba impunemente sobre todos los temas.

Parte de los argumentos que me convencieron tienen que ver con que el día en que me tomé el café con María Lorena, fui a almorzar a un restaurante, muy lejos de aquí, en el que se encontraba el periodista Mauricio Vargas. Alguien le había contado que me estaban ofreciendo el Ministerio. Le dije muy cándidamente:

— Mauricio yo no quiero saltar.

Y me hizo una pregunta parecida a la tuya, que es inevitable formular:

— ¿Por qué?

— Mi independencia, por ejemplo.

— La independencia es para gastársela.

Y en ese momento me di cuenta de que tenía razón. Si opino tanto, si hecho tanta carreta, si digo tanto cómo deben ser las cosas, llevo un buen número de años dedicado a articular el deber ser, pues es el momento de aplicar. Me di cuenta de que detrás de mi reticencia había casi que una, yo no lo quiero llamar falencia moral, pero sí un argumento que éticamente comenzaba a ser indefendible. El gobierno colombiano había pagado por mi educación, pues uno tiene en algún momento deudas con algo que trasciende las preferencias individuales, y yo sentía que estaban creyendo y pensando en mí, que tenía que devolverle algo a la sociedad colombiana y cumplir mi papel.

  • ¿Por qué le ofrecieron ese Ministerio?

Me ofrecieron esta cartera por un hecho casual. En el año 2010 – 2011 cuando se presentó la emergencia social que declaró el presidente Uribe en este Ministerio, participé muy activamente en los debates, escribí columnas de prensa, y di un número importante de entrevistas, fui invitado al programa Hora 20 con el presidente Uribe, entonces se creó, por lo menos en cierta gente, la idea de que yo era un experto en el tema. También había escrito unos artículos académicos sobre salud, y conocía bien el funcionamiento del sistema colombiano, no en todas sus dimensiones, pero sí era un economista que había trabajado en temas más sobre educación que sobre salud, pero en especial había participado muy activamente en debates muy duros que se dieron en el país en el 2010 y en el 2011. Creo que fue por eso por lo que pensaron en mí, aunque nunca me lo dijeron y creo que el presidente Gaviria también tuvo mucho que ver en esto, pues yo también había tenido conversaciones casuales con él sobre lo que él veía como un legado de su gobierno, la Ley 100 del 93.

Así, el 3 de septiembre del año 2012, me posesionó el presidente como ministro de salud. Hoy, cinco años largos después, soy el ministro de Salud que más ha durado en la historia de Colombia, si no contamos el Ministerio de Protección Social.

  • ¿No solo la cualificación que tiene para el cargo, sino las características de personalidad es lo que le ha permitido resistir todo lo que eso significa?

Es una buena pregunta, ¿qué me ha permitido resistir tanto en este cargo? Creo que una de las cosas, paradójicamente, es no estar apegado a él. Lucho Garzón, cuando estuvo de ministro, se burlaba mucho de mí. Decía: “El ministro de salud hace todo el tiempo fuerza para que lo echen, y no lo logra”. (risas)

  • Es de las pocas cosas que no le han salido como ha querido.

Exacto y creo que es porque no tengo ningún apego, no tengo apego al poder. En el fondo es un poco de insolencia, de decir lo que pienso, y esa tranquilidad de saber que mi vida no depende de esto. Yo puedo trabajar en cualquier sector, si mañana me voy de profesor de bachillerato, a mí no me importa. Eso me ha servido y me ha permitido que, en un sector tan complejo, con tantos intereses, donde se sospecha de todo el mundo, donde la suspicacia está al orden del día, vean en mí a una persona independiente, cometiendo errores, probablemente, pero tratando de tomar las mejores decisiones. Entonces yo creo que esa independencia que me tenía que gastar, es la que me ha permitido también permanecer tanto tiempo.

Cierta independencia también con respecto a los políticos es lo que me permite hablar tranquilamente. Es que mi vida no depende de ningún padrinazgo político, por lo mismo yo hablo con ellos, los recibo, parte de mi trabajo es eso. No puedo llamar a engaños, esto no es un cargo político, solo que yo no dependo de ellos.

  • Es de pensamiento liberal, ¿pero pertenece al Partido?

Soy del Partido Liberal, en principio, por mi cercanía con el presidente Gaviria, a quien aprecio y estimo, pero el Partido Liberal es el que más me hace la guerra. En el fondo no pertenezco a ninguno, no tengo ninguna afiliación partidista y eso es algo más nominal que cualquier cosa.

  • Y si el azar lo quisiera poner en plaza pública (entiéndase someterse al voto popular) ¿lo haría o no?, dado que Usted es un técnico y no un político.

Lo que pasa es que resulta antipático también decirse de esa manera. Estando cinco años en este cargo, en el fondo tengo una dimensión política, pues he participado de muchos debates en el Congreso. Pero a mí me gusta el aspecto programático de la política, me gustan las discusiones ideológicas, me gusta ir al Congreso a debatir, a exponer los temas, me gusta haber tenido la oportunidad de dar unos debates que generalmente no dan los funcionarios públicos sobre temas tan complejos como la eutanasia, el aborto, el uso de los derivados del cannabis, como la suspensión del glifosato, o como el precio de los medicamentos.

Esa dimensión de la política me gusta, y es la dimensión humanista que yo siempre deseé de alguna manera en mi vida. Ir a ese lugar donde supuestamente se discuten las ideas, con argumentos; discutir aspectos que son sensibles y cruciales para la sociedad. Eso me gusta y creo que lo seguiré haciendo en otros ámbitos de la vida pública que no son necesariamente los del gobierno, pero lo que no me gusta son los cálculos electorales, lo que Antanas Mockus llama la ética de las consecuencias: Digo esto para que tenga esta consecuencia.

  •  

Eso no. A mí me gusta la ética de la verdad, me gusta decir lo que pienso. Decir que yo no soy un político, que soy un técnico, puede sonar antipático; puedo parecer un tipo por allá subido en la torre de marfil, y no creo que sea así. Se llaman tecnócratas a las personas que tienen un conocimiento técnico y que pueden aportarle a la sociedad con independencia. En alguna entrevista hace dos años describí el Ministerio como un fortín tecnocrático y me he dado cuenta la diferencia que hace tener, por ejemplo, en el Invima un instituto de salud, personas técnicas que estén comprometidas con el bienestar general, no con una agenda política específica. Colombia desafortunadamente ha tenido, por lo menos desde el 1958, y creo que es una herencia odiosa del Frente Nacional, un manejo muy clientelista y no programático de la política. Una vez llegan aquí unos señores y me dicen:

— Nosotros tuvimos una reunión en Presidencia y nos correspondió el Instituto Nacional de Salud.

— ¿Cómo así que les correspondió?

Resulta que traían una hoja de vida para que yo hiciera un nombramiento. Les dije:

— A mí no me han dicho nada y esa hoja de vida me la bota en esa caneca que ve allá.

Sí, porque si las Instituciones del Estado, van a comenzar a llevar un manejo como ajedrez político, esto no funciona.

Hay otra dimensión que no sabía que tenía y es, por ejemplo, que a mí me gusta ir a un hospital, hablar con la gente, tener contacto con los ciudadanos también.

SOBRE LA MEDICINA ALTERNATIVA – Pregunta Guillermo Llinás

Como ministro tengo que ser responsable también. Es la medicina basada en la evidencia, que es lo que a mí me importa, pero también tengo una dimensión más allá de eso que he vivido personalmente con mi enfermedad, donde algunas prácticas de medicina alternativa, complementarias a los tratamientos de medicina tradicional, han sido muy importantes. Bajo esa sombrilla de la medicina alternativa hay mucha cosa, hay charlatanería, pero también hay mucha gente seria. Creo, sobre todo, en la medicina basada en la evidencia.

Santiago (Rojas) me ayudó mucho, y tengo una deuda de gratitud con él que es eterna. Yo había comenzado a tener problemas de insomnio, en parte asociados con el estrés crónico producto de este trabajo, y había empezado a ir donde Santiago para que me ayudara a manejarlo. Cuando sentí el dolor que termina con el diagnóstico del cáncer, su amigo Carlos Cuéllar, médico de la Clínica del Country, le dijo: “Mire, aquí está el ministro y creo que tiene un cáncer”. Santiago llegó esa noche y nos acompañó a mi hijo, a mi esposa y a mí, que estábamos muy preocupados. Supimos que la vida había cambiado. Eran las once de la noche. Su compañía de ese momento y la que nos brindó todos los días, el tener una persona a quien contarle mis angustias, ha sido fundamental. No quiero exagerar, pero a las personas que han jugado este papel durante estos meses yo les digo: “Ustedes han hecho la bobadita de salvarme la vida”. Y Santiago fue uno de ellos.

ACCESO DIGNO A LA SALUD – Pregunta Santiago Ribón

Colombia tiene un sistema de salud con problemas, pero le voy a contar una anécdota, para decirle a Santiago que en el fondo creo que evaluamos nuestro sistema de salud duramente y muchas veces no conocemos todas las realidades.

Es 22 diciembre y estoy en mi última sesión de radio terapia. Llegué temprano, a las 7:30 de la mañana, mi cita era a las 8 y había cuatro mujeres esperando, dos estaban enfermas de cáncer de seno, una de cáncer de ovario con metástasis en el cerebro, muy malita, y otra con cáncer de riñón, si mal no recuerdo. Pude hablar con ellas, no son personas pudientes, son personas de estrato dos o estrato tres, a lo sumo, todas tuvieron exactamente el mismo acceso que yo tuve como ministro de salud.

En Colombia, si uno va a las urgencias de la Santa Fe o a las urgencias de la Cardio Infantil, o si va a Medellín a las urgencias de la Pablo Tobón Uribe, encuentra en esas salas todas las clases sociales y eso no pasa en México ni en Chile ni en Brasil ni en Costa Rica que tienen sistemas de salud segregados.

Colombia tiene 1.5 millones de pólizas de medicina privadas donde hay una separación antipática, pero Brasil tiene sesenta millones, Chile tiene 25% de su sistema segregado de la población. Creo que a veces somos muy duros en la forma como evaluamos nuestro sistema y debemos tener en cuenta que los pobres y los ricos hoy tienen acceso, en teoría, al mismo plan de beneficios.

Hay muchas cosas por mejorar, pero quisiera enfáticamente decir que el sistema de salud de Colombia en teoría, en su diseño, lo que busca es eso; está basado sobre un criterio de solidaridad en la contribución que da el acceso. Ahora, si una persona vive en una pequeña vereda de Istmina, en el Chocó, por supuesto no va a tener el mismo acceso a la medicina que una persona en Bogotá. Pero ahí lo que tenemos son grandes desigualdades territoriales en todas las dimensiones, desde el agua potable hasta la educación, la salud y demás, no es exclusivo del sistema de salud.

El país tiene unos grandes retos de desarrollo, le urge cerrar esas brechas territoriales, pero no lo puede hacer solo el sistema de salud porque es una labor de todos. Lo que hoy es el postconflicto para tener una sociedad más equitativa, porque no lo es.

Lo he dicho en todos los escenarios, creo que, de los avances sociales, después de la Constitución del 91, después del Estado Social de Derecho, tal vez el más importante y el más reconocido es la salud.

Acaba de morir el papá de uno de mis escoltas, de cáncer de pulmón. Tuve una conversación larga con él sobre su atención en el Instituto Nacional de Cancerología. Es una persona que nació en un pequeño municipio de Cundinamarca, afiliado al régimen subsidiado Capital Salud tuvo acceso a todos los tratamientos (quimioterapia, y radioterapia) hasta el día de su muerte. Claudia Bacca, profesora de la Universidad Nacional y que trabajó aquí en el Ministerio, con el linfoma mío, hizo un análisis de personas del régimen subsidiado en Bogotá que reciben una atención sobre el Instituto Nacional de Cancerología en el que se evidencia que muchos de ellos accedieron más rápido y empezaron más rápido el tratamiento que yo.

Hay muchas cosas que se dicen en los medios de comunicación. Hay EPS que muchas veces no funcionan, hay un trato indigno a la población, pero creo que hay una dimensión del sistema de salud que no se reconoce plenamente.

  • Para cerrar las preguntas al ministro porque a quien quiero abordar es a Alejandro Gaviria, ¿qué viene después del Ministerio? – Santiago Rojas

Creo que volver un poco a esto, a escribir, de pronto a la academia. Me gustaría también, y creo que esto es una reflexión con el Ministerio y con mi enfermedad, tener una dimensión donde pueda aportarle a la construcción de equidad, o sea, no solo dedicarme a opinar, a dar clases, a escribir y a jugar un papel intelectual, entre comillas, en la sociedad, sino también estar asociado a alguna fundación a la que pueda dedicar parte de mi tiempo.

MÁS ALLÁ DE LO QUE HACE

  • ¿En qué escenarios navega su imaginación?

Desde chiquito, ya lo dije, he sido un poco ensimismado. Cuando leo sigo pensando en las novelas que he leído, me imagino vidas para esos personajes después. Pero tal vez el escenario al que más visito en mi imaginación, y en mi mente, tal vez, pensándolo ahora porque nadie me había hecho la pregunta, es el de la nostalgia, es el de los recuerdos, es el de imaginar cosas.

  • ¿Cómo se manifiesta esa nostalgia en usted? ¿A dónde lo lleva?

Creo que la nostalgia me lleva a recurrir a ese álbum de fotos que todos guardamos en nuestra mente, a irlo creciendo, depurando y embelleciendo con el tiempo. A ir coleccionando recuerdos, lo llamo así. Los discursos que les doy a los estudiantes, los termino con esa frase: “Tómense fotos, cultiven recuerdos, de eso esta hecha la vida”.

  • ¿Cuál es su idea de un mundo feliz?

No creo que la felicidad exista. Creo que existen los momentos felices. Para mí es muy importante la libertad, y creo que un mundo feliz, una sociedad feliz, tiene que ver con ese lugar en donde se respete la libertad, la dignidad humana y la igualdad de oportunidad para todos.

  • Es en estos cargos en gobierno donde ha sentido coartada su libertad, pero, de pronto, ¿también en otros momentos de la vida?

Cuando estaba en el colegio peleaba con los profesores, en la Universidad también. Un poco mi relación a veces compleja con el poder, pero he sido un gran afortunado, he podido vivir mi vida en un ámbito de respeto a mi libertad, y en el fondo he sido un niño consentido que ha hecho lo que le da la gana. Por ejemplo, ser un funcionario público a uno le coarta la libertad, aquí uno no puede decir todo lo que piensa porque se hace parte de un equipo, además los funcionarios hoy vivimos, de alguna manera, presas de lo que alguien llamó la indignación moral de las mayorías. Si usted llega a decir una cosa que suena un poco rara, se le vienen las hordas twitteras completamente. Entonces hay esa otra dimensión de la libertad que también es la libertad para decir lo que se piensa, así lo que se piensa vaya en contravía de todo el mundo.

Gané el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar con una columna que se llama Matar un Elefante, que en el fondo era una defensa a eso, una renuncia a la trampa del aplauso. Voy a decir lo que es impopular, porque es lo que pienso: “Falsificar nuestras propias preferencias, no decir lo que se piensa, sino decir lo que los otros quieren oír, es una forma muy compleja de traicionarse a si mismo”. He luchado, como luchamos todos, en contra de eso. Entonces, creo que la vida en libertad requiere, no solamente que no existan coacciones externas, sino que nosotros seamos capaces de ser fieles a nosotros mismos.

  • ¿Ha faltado a esa promesa? ¿Se ha sido infiel de alguna forma?

Muchas veces, todos, creo que lo hemos hecho. Por eso escribí esa columna que en el fondo era autobiográfica. En ocasiones decimos cosas que no son lo que pensamos íntimamente, porque sabemos que no van a tener la mejor recepción.

  • Usted también habla de la insatisfacción como problema antropológico.

Casi existencial. Sí, creo que la economía también enseña eso, y es que somos una especie. En estos días leí a un pensador brasileño, Roberto Hunger, que decía: “Tenemos tres problemas existenciales. El primero, y el más complejo de todos, es que nos vamos a morir, y lo sabemos. El segundo, es que a medida que uno piensa más de la vida ante la inminencia de la muerte, no es fácil encontrarle sentido”. En estos días leí, de una manera muy bonita, a una poeta uruguaya, que decía: “Enfrentar el absurdo sin ceder ante el desafío de la libertad”. Es decir, la vida es absurda, pero somos libres y tenemos nosotros que encontrarle sentido. El tercero es que somos insatisfechos. En ocasiones lo veo con mi hijo, él quiere un juguete, lo tiene y ya no lo quiere, pero sí quiere otro y quiere otro. Así somos en la vida, queremos una cosa, cuando la tenemos dejamos de quererla, y cuando la perdemos volvemos a quererla, entonces eso nos hace una especie triste.

  • En economía eso se llama la utilidad marginal decreciente.

Claro, a medida que ya tenemos lo básico, lo otro que poseemos ya nos aporta muy poco. Esa reflexión también me he llevado a ser un poquito asceta en los últimos años, no me gusta acumular cosas ni comprar mucho ni ir a mucho centro comercial. En vez de acumular cosas prefiero sumar experiencias y recuerdos. Uno se va a un viaje, y así pase maluco lo idealiza y lo recuerda toda la vida. Y eso acompaña y uno lo atesora por siempre.

  • ¿Cuáles son esas conexiones no místicas, pero sí interesantes de su vida?

En estos días tuve una conversación con Carlos (D´aguer). Hablamos de dos tipos de personas: unos, los de cosas que pasan; otros los de la divina provincia, porque estamos predestinados. Ya narré mi vida y creo que todo es el azar. Reflexionando en la enfermedad, una vez le di una entrevista a María Isabel Rueda, y encontré lo siguiente:

Alguien podría místicamente decir, todo esto venía de atrás, estaba predestinado para esta cosa porque encontré que, el primer medicamento que me aplicaron, fue el primero que había controlado; el glifosato, sobre el que di una pelea terrible, genera el cáncer que produce el linfoma que yo tenía; la marihuana medicinal, que tratamos de legalizar, fue la que usé para evitar las nauseas de la quimioterapia. ¿Cómo se conectó mi vida de manera tan extraña? Eso no es místico, no es que alguien pudiera decir que este tipo estaba predestinado para eso, pero en retrospectiva es interesante contar esas historias. Creo que es, de nuevo, lo de Antonio Tabucci, no es la vida la que se encarga de llevarlo a uno y después uno, en retrospectiva, construye esta narrativa. La narrativa mía es la del azar.

  • ¿Qué son los absolutos?

No creo en los absolutos. Un absoluto será la muerte, porque creo que todo necesita un contraste y que en el fondo entender el mundo es comparar.

  • ¿Qué es el misterio?

Creo que el misterio es la ignorancia sobre la forma como el azar y las leyes, que no conocemos, van construyendo no solamente nuestras vidas, sino todo lo que vemos. El misterio es una manera, tal vez poética de definir la ignorancia.

  • ¿Qué lugar ocupa la poesía en su vida?

Es importante y sobre todo ahora. Me gusta decir una frase que leí, creo que del poeta venezolano Rafael Cadena: “La poesía es la única religión que le va quedando a los hombres”. Creo que la poesía es eso, una forma de orar, de celebrar y protestar, de celebrar la vida y protestar sobre nuestra finitud, sobre nuestra soledad existencial, ontológica, sobre el saber y ser conscientes de lo que estamos destinados todos los hombres, a la muerte y al olvido.

  • ¿Qué encuentra en la poesía, alguna especie de religión?

Por ejemplo, el 24 de diciembre, cuando estábamos todos reunidos me dijeron: “¡Alejandro, tiene que leer la novena!” Como esa tarde estaba leyendo un libro de poesía, les dije: “Voy a hacer dos cosas: a leer la novena y esta es la primera oración que vamos a hacer, pero aquí viene una segunda, la del poeta cubano, Liceo Diego “El mañana de los otros”. Se trata de cómo se imaginaba sus cosas después de que él se muriera y los otros estuvieran disfrutando el mañana. Y en el fondo protestaba contra eso, contra no escuchar más a sus hijos, contra el hecho de que el universo y la vida siguieran siendo indiferentes cuando él ya no está. Me pareció una oración bonita para esa ocasión. Creo que mi papá medio lloró y todo.

  • ¿Es la poesía una forma de orar?

Sí, así la definí yo. Tampoco soy muy original, pero creo que es una forma de orar, de reflexionar sobre la vida. Celebrar la vida y protestar sobre otras dimensiones. La vida también es compleja y tiene la dimensión trágica.

  • ¿Existe el alma en su concepción de vida?

No. Existen unas conexiones neuronales de nuestro cerebro donde están grabados todos los recuerdos, donde nosotros encontramos darle sentido, pero tal vez, creo que así lo leí en Fernando Vallejo, me pareció lindo, poético y triste al mismo tiempo, y es que cada uno de nosotros tiene aquí un universo. Esos personajes de ficción que inventé cuando niño, todas esas cosas, se pierden cuando uno desaparece.

  • lo consigna de alguna forma.

Pues se consigna de alguna forma en los libros, y ahí queda algo y en ellos hay un testimonio de los hombres. Hoy existe esta serie de misticismo tecnológico de Silicón Valley, nos dicen que se puede hacer un upload del cerebro en un computador y que más adelante alguien va a poder recordar lo que un humano de estos tiempos pensó.

A mi hijo, que tiene el existencialismo que yo tuve, y llama todo este tipo de miedo a la muerte “la cosa” y a veces no puede dormir, le conté esta historia, y me dijo:

— Bueno, y ¿cuándo inventan eso?

— Tomás, ni idea, de pronto no le tocó, hermano.

  • Tengo claro, me lo acaba de decir, que en su concepto de vida el alma no existe, pero ¿podría encontrarla en sus letras, en sus libros?

Sí, podría ser, solo que no sé si llamarle de la misma manera. Es mi conciencia, mi alma, mi forma de ver el mundo y esto es una forma de inmortalidad. Otra, que en estos días leí también y que me pareció interesante, hoy estamos dejando una huella digital que la gente no dejó antes.

A mí me fascinaría ir hoy al Internet, no sé si un bisnieto mío podrá hacerlo, y ver un discurso que dio mi bisabuelo. Tengo cientos de discursos grabados en YouTube, no sé por cuánto estarán ahí. Por ejemplo, no tenemos consignada la voz de mi abuelo ni de mi abuela, eso se perdió, pero nuestra voz de pronto puede permanecer en esa huella digital. ¡Ya somos inmortales, es la buena noticia! (risas)

  • El pensamiento es un activo, pero ¿qué lo atrofia?

La falta de libertad, la pereza. Creo que también hay que cultivarse. Hoy en día tenemos también grandes distracciones, mirar las redes sociales, por ejemplo. Nos concentramos menos  y eso también puede atrofiar el pensamiento, el no ser capaz de concentrarse en un tema mas allá de varios minutos, no ser capaz de volver a leer La Guerra y la Paz, creo que ya nadie la lee. Eso también atrofia mucho y es una preocupación que tengo de vez en cuando. 

  • ¿Qué es la ética de la verdad, qué la verdad, qué la duda y qué el escepticismo?

Cuando hablo de la ética de la verdad es simplemente algo que digo muy específicamente cuando hago referencia a un cargo como estos. Voy al Congreso y alguien me formula una pregunta sobre cualquier tema, puedo pensar: Si respondo así, no sé qué implicaciones va a tener esto para un futuro político. Esa es la ética de las consecuencias y eso se lo aprendí a Antanas Mockus. Cuando hablo de la ética de la verdad es que digo lo que pienso; es simplemente decir lo que piensa uno en público y en privado, sin importar las consecuencias que pueda tener, no falsificar nuestras propias preferencias por razones de estrategia política. A mí me gusta mucho la duda y el escepticismo, tengo esa tradición, si se quiere, que viene de la ilustración escocesa; uno de mis pensadores favoritos es David Hume, que vive en la duda, y creo que cultivar la duda es importante. Utilizo una frase que leí por allá en un libro olvidado de un poeta ruso, Joseph Brodski, lo abrí también al azar cuando estaba estudiando mi doctorado, y decía: “Solo necesitamos dos cosas en la vida: dudas, y buen gusto”. (risas) Y me pareció bonito, voy a tratar de practicarlas las dos, pero no es fácil.

Creo en la duda y el escepticismo, la duda razonable, dudar de todo, no comer cuento, no tragar entero, no creer en dogmas, tener cierta provisionalidad en nuestras opiniones, tener maleabilidad en nuestra forma de pensar, tener un diálogo, decir soy capaz de cambiar de opinión. Eso es fundamental, no solamente para la vida personal, sino para la vida colectiva, no solo para la democracia.

  • Y eso da muchos grados de libertad.

Grados de libertad sin duda. No tener que recitar un credo todos los días, eso es importante.

  • ¿Cómo vive y cómo disfruta el existencialismo?

Lo vivo en el sentido que lo pienso todos los días. Parte de mi gusto por la poesía es que, en sus mejores momentos, es una expresión de su existencialismo. No sé si esto es disfrutarlo o no, pero me gustan estos cuentos como el mito de Sísifo, tenemos que subir la piedra a la montaña, lo hacemos todos los días, la piedra vuelve y baja y volvemos a arrancar. Y él (Albert Camus) dice en algún momento que mientras Sísifo subía la piedra a la montaña, quién sabe por qué número de vez, Sísifo comienza a bajar y dice: “Podemos imaginarnos a Sísifo feliz”. Lo que me parece muy interesante porque uno puede ser feliz si logra encontrarle un sentido, una narrativa, al absurdo de la vida. Entones en el fondo es eso, nosotros tenemos que ser capaces, si uno asume esa postura existencial, de encontrarle sentido al absurdo, que es lo bonito.

  • Sumar momentos felices.

De eso se trata precisamente. Me he preguntado: “Bueno, porque me dio tanto miedo cuando me diagnostican la enfermedad. Me voy a morir y, ¿qué es lo que me queda?”. Kurt Vonnegut, novelista gringo, decía cuando alguien se iba a morir: “¿Por qué lloran tanto? Ese **##**## no va a escribir la novena sinfonía porque ya lo hizo Beethoven”. O sea, nada se va a perder si me muero, pensaba en momentos de más cinismo personal.

Hay dos cosas que no quisiera perder, primero, ser compañía para mis hijos, segundo, momentos felices, pues todavía me faltan muchos, que no me los imagino espectacularmente felices. He sido un poco esclavo del súper yo, un momento feliz es un viernes de estos, después de hacer la tarea del Ministerio irme a tomar un vino con mi esposa. De esos me faltan, pero podemos vivirlo también.

  • ¿Qué significado tiene el tiempo en su vida?

Cuando he leído esas cosas del tiempo de Borges me confundo mucho, nunca me han gustado las visiones metafísicas del tiempo. Es simplemente, y voy a responderlo con una frase de Aurelio Arturo: “El tiempo como el transcurrir de los días. Los días, que uno tras otro, son la vida”. Eso es el tiempo para mí, los días uno tras otro.

  • ¿Lo angustia el tiempo?

Creo que a todos nos angustia el paso del tiempo. Antonio Machado decía: “El tiempo es homicida”. Pero tampoco, porque tampoco quiero. Pues, es la vida, ahí la vamos viviendo. El tiempo, la vejez y la muerte, que son lo mismo, dice Fernando Vallejo. Tiene una frase que cito tanto y que dice: “A uno primero la vejez lo tira al suelo y después la muerte lo mata”. (risas)

  • ¿Conserva la capacidad de asombro? ¿Qué lo sorprende y qué lo maravilla?

Eso he tratado de hacer. Creo que si uno para sorprenderse necesita grandes cosas, espectaculares, pues la ha perdido. La mejor forma como defino ahora la capacidad de asombro, como en un texto que leí de Truman Capote, es poder pasear todos los días por nuestra ciudad como pasea un turista. El 8 de diciembre salí con mi esposa y con mi hijo a caminar tomando el mismo camino. Dije, cojamos por aquí, y empezamos a sentir que algo mágico había pasado. Todos estábamos mirando las cosas distinto, como si fuéramos turistas, estábamos descubriendo cosas, lugares, tiendas que jamás habíamos visto. ¿Por qué? Porque habíamos perdido la capacidad de asombro.

Había leído una cosa que me quedó grabada de una novela ya perdida en la historia de Capote, Plegarias perdidas, su protagonista, que era un loco, vividor, explotador de mujeres en los Estados Unidos, una de esas protectoras le dijo: “Mire, viene mi prima aquí a NY, pasee con ella, den una vuelta a la ciudad”. Este tipo llevaba dos años y había perdido mucha capacidad de asombro. Se fue a pasear con ella. Y dijo: “Empecé a ver desde esa perspectiva virginal la ciudad que yo ya había perdido, que se había roto bajo el peso infinito de infinitas miradas”. Entonces, eso es el asombro.

  • ¿A qué se refiere cuando habla de Universales Humanos?

Universales humanos fue un tema bonito que encontré de los antropólogos. En el fondo consiste en que todos los humanos tenemos estas características, todos sentimos celos, por ejemplo. Uno de los universales humanos que mas me gustó es que somos chismosos, por una razón, es que estamos involucrados en nuestras relaciones sociales en juegos de cooperación. Son relaciones de largo plazo donde uno tiene oportunidad de traicionar al otro, por ejemplo, en una relación comercial o en una relación de pareja, pero no lo hace porque se tiene que auto controlar. Para que de alguna manera la gente coopere más de lo que lo hace, con respecto a sus instintos, necesitamos control social y es cuando surge una institución informal que es el chisme.

El chisme lo que hace es compartir información sobre quienes están violando esos imperativos de cooperación en relaciones sociales. Entonces cuando los antropólogos dicen: todos los humanos somos chismosos por naturaleza y el chisme juega un papel importante, ese es uno de esos universales humanos que me gustan, porque en el fondo también nos vuelve más compasivos a la hora de juzgarnos. Esa es una palabra que me gusta, porque yo, ya casi perdono todo. Porque los humanos somos complejos, un animal peligroso, pues muchas veces nos gusta mucho juzgar a los otros, pero no a nosotros mismos. Me parece un principio ético importante: no mire tanto allá, mire adentro. Y ahora que hay tanto problema de corrupción en nuestro país, todo el mundo juzgando y politizando la moral, la idea es otra, moralizar la política, eso pasa por la introspección.

  • Usted dice que es una persona tímida, de pronto ya lo es menos, por eso le pregunto, ¿le intimidan los halagos?

Sí, sí, sí.

  • Le fastidian.

Me fastidian un poquito. Me gusta como a todo el mundo, otro universal humano, pero también uno sabe cómo defenderse. Me defiendo más fácil del odio que del amor, o de la crítica que del elogio.

  • Hay un público que le reconoce, pero ¿usted qué mirada le da a ese público?

Tal vez con el público que más me he enfrentado y he podido desarrollar algo para entender lo que está pensando, es el que tengo cuando estoy dando una conferencia o dictando clase. En el fondo sí estoy muy pendiente de si están entendiendo o poniendo atención, o si mis palabras están teniendo un efecto. Esa capacidad la he desarrollado. Lo otro no tanto. Ahora, yo me sonrojo cuando la gente hace elogios, no me gusta mirar a esas personas a los ojos, sino a otro lado. Es aburridor. En cambio, con la crítica digo: “Estoy listo para defenderme”.

  • ¿Cómo disfruta en soledad?

Leyendo, pensando, descansando. Me gusta dormir, más ahora después de un tiempo en el que no pude hacerlo. Tal vez lo más importante es que la disfruto, porque me gusta estar solo. Los adultos no tenemos muchos momentos de soledad. A veces un sábado sale mi esposa a comprar algo, el niño está en una fiesta de cumpleaños, entonces me quedo par de horas solo en la casa. Eso me gusta, pongo música y puedo dedicarme a pensar bobadas.

  • ¿Cuál es su misión en su vida?

A mí no me gusta pensar en que tengo una misión de vida, que tal que no la cumpla. Pero creo que tenemos la obligación de darle cierto sentido, por lo menos en retrospectiva; es importante esa narrativa. Que todos tenemos una, mal que bien, pese a que no la articulemos. Pero no me he sentido con una misión en la vida de hacer una cosa u otra.

  • Usted habla del azar, pero ¿y el destino?

Confío menos en el destino. Tantas cosas que hubieran podido pasar. La vida es puro azar. También he vuelto a leer mis libritos de Carl Sagan, esa frase tan bonita a su esposa en la carta abierta en la que él dice: “En el fondo, se murió mi esposa, no creo en la vida después de la muerte, la persona a la que yo mas quise y con la que jamás me encontraré otra vez, pero quiero celebrar el azar, el azar de la infinidad del espacio porque pudimos haber nacido en otro planeta, o en la infinidad del tiempo, le damos ochenta vueltas al sol, y la tierra le ha dado cuatro mil  millones de vueltas, y nos encontramos. Eso es mágico, es un milagro, no en el sentido místico, pero es un milagro que vale pena celebrar.

  • ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a Usted?

No sé, tampoco quisiera ser muy ambicioso. Quizás algo como esto que estamos conversando, cierta visión de la vida, compartir mis experiencias. Que creo que he sido un privilegiado por el hecho de haber podido estudiar en otro país, visitar los cinco continentes, los treinta y dos departamentos de Colombia, hablar con tanta gente, haber leído muchos libros, probado tantos sabores. Eso también lo he pensado, cuando muera en el fondo lo que tengo es que darle gracias a la vida. 

  • Habló del miedo a morir, ¿qué cosas le producen miedo?

Con este tema de la enfermedad, cuando me hacían los exámenes me daba miedo de la cara del médico, me dan miedo las malas noticias. Le cogí cierta aversión, eso es muy difícil y creo que no aguanto otra mala noticia. Me produce miedo la maldad humana. Con la experiencia del robo del carro le cogí mucho miedo también a esas caras y a eso. Ojalá no me vuelva a pasar algo así, pero tuve un estrés pos-traumático, seis meses de ese incidente viví con mucho temor, no quise salir de la casa.

  • ¿Qué debería decirse de Alejandro Gaviria el día de mañana?

Cuando yo iba a esa librería, estaba con un ingeniero haciendo este programa de quién había pagado las cuotas, un poco aburrido en una encrucijada en mi vida, encontré un libro, abrí la primera pagina y tenía una frase y nunca olvido su significado; le arranqué la página y la pegué debajo de mi escritorio. Mis hermanos se burlaban mucho de esa frase que yo había puesto ahí, y decía, no se porqué, no sé hablando de quién: “No se sabe si Alejandro ha podido convencer a alguien aún”. Entonces recuerdo que nos emborrachábamos con mis hermanos, y decían: “¡No se sabe si Alejandro ha podido convencer a alguien aún!”. Si tuviera que escoger una frase para mi tumba yo pondría esta.

  • ¿Qué mensaje les daría a las generaciones futuras? Pregunta Daniel Castaño (21 años)

Creo que una conversación como esta en el fondo tiene el valor de que alguien que la lea, la escuche o la vea, va a saber quién soy yo. No quiero convertirme en un profeta, pero tengo el privilegio de haber conversado con ustedes y en esta charla estoy yo.