Luis Enrique Nieto Arango

LUIS ENRIQUE NIETO ARANGO

Las Memorias conversadas®son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

1947 – 20 OCT 2020

 

ORÍGENES

Fundamentalmente soy una persona del siglo pasado. Tengo setenta y un años. Toda mi experiencia vital está en el siglo XX, inclusive con algunas remembranzas del siglo XIX. Mi padre fue el hijo menor de una familia en la que prácticamente todos nacieron para ese momento. Él en el año diez, cosa que resulta curiosa. De esto me doy cuenta ahora por situaciones que considero que son de conocimiento de todo el mundo, pero que están olvidadas o perdidas.

Mi abuelo paterno, viejo de las guerras civiles de los primeros años del siglo XX, estuvo preso en El Panóptico. Luego construyó una casa en ese lugar que para ese entonces quedaba a las afueras de Bogotá en su límite norte. Al frente de la iglesita de San Diego, que era una capilla. Más allá, y a partir de ahí, quedaba Chapinero que, por supuesto, eran potreros. En el solar de su casa sembró las palmas de cera que se encuentran en la zona. Después fue el Parque del Centenario. Una referencia que me resulta importante porque realmente parece que la palma del Quindío la trajo Rafael Reyes.

Cuando se cumplieron los primeros cien años de la Independencia, el Municipio, hoy Distrito, compró la casa de la bodega. Lo hizo para montar la Alcaldía que después quedó en manos de inversionistas, más tarde la demolieron y pasó a hacer parte del parque. Como dato al margen, porque me parece simpático, mi abuelo tuvo ahí un negocio de chicha.

Me marcó un poco el que dos tíos de mi papá, los mayores, se fueron a vivir a Argelia. ¡Sí, al África! Esto resultaba completamente insólito.

Mi abuela, cuando enviudó, decidió ir a buscar a su nietos. Lo hizo con sus dos hijas menores y con mi papá. Mi papá era muy niño y en esa aventura aprendió a hablar catalán. Mis tíos llevaron el dinero en oro. Hablamos de los años veinte en que se había pagado la indemnización de Panamá. Las monedas de veinte dólares circulaban normalmente y la gente se hacía a ellas porque era una moneda muy dura. Cuando llegaron a Europa las cambiaron por marcos, pues alguien los convenció de que lo hicieran: el marco tuvo una devaluación absolutamente impresionante. Ya te imaginarás, Isa, las consecuencias de ello.

Mis tíos fueron muy aventureros. Uno de ellos vivió primero en Barcelona, después se fue a vivir a Orán. En Orán se quedó a vivir uno de sus hermanos, Juan David Nieto, quien no quiso regresar jamás. Se trató de una gente rarísima que rompió relaciones con la familia y de los que nunca se volvió a saber. Mi papá alguna vez los buscó, pero tuvieron una relación distante. Se debe tener en cuenta que era una generación corrida. Hubo una diferencia de edad importante entre ellos: mientras el mayor tenía cuarenta años mi papá tenía diez. Mi hermana, quien vive en París, hace poco estuvo en Orán y encontró la tumba de otra tía, Alicia Nieto, quien murió en ese lugar.

MI PAPÁ

De lo anterior se deduce que mi papá fue una persona muy bogotana. Nació en La Bodega de San Diego, donde es hoy el Planetario Distrital. Con los años regresó al país. Su mamá se le murió siendo él muy joven, para quedar muy solo. Hablaba francés perfectamente. Se había educado en el Liceo de Orán. Debió ser compañero de Albert Camus, el famoso escritor. Coinciden exactamente en la época y ambos estudiaron en el mismo lugar, aunque no he podido constatar eso.

A sus dieciocho años y después de adelantar cursos de comercio, papá se fue a trabajar al primer pozo petrolero que hubo en Colombia, Infantas. Lo acababa de perforar en Barrancabermeja la Tropical Oil Company.

Mi papá fue un gran conversador. Nos contaba cosas interesantísimas. Decía que al campamento llegaban los franceses que se fugaban de Cayena. Hacían el camino de los estudiantes, Le chemin des écoliers. Venían por la selva. Como papá hablaba francés, se le facilitó la comunicación con varios de los prófugos de la prisión.

Luego trabajó en el banco francés e italiano. Allí lo conocieron unos franceses que venían a construir el ferrocarril que conectaba a Armenia con Ibagué y el Túnel de la Línea. Era 1929, o sea, llevamos noventa años en estas. Se trataba de la Régie Generale de Chemins de Fer, compañía que tenía el campamento en San Miguel de Perdomo, donde es hoy Cajamarca. Otro en Pereira en un barrio que se llamó La Régie.

Mi papá fue el contador de esa empresa siendo muy joven. Trabajando allá conoció a un señor de nombre Mamerto Arango. Entonces mi papá le escribió a su hermana. Le decía: “He conocido a un señor y no sé qué es más feo, si el nombre o el apellido”. Mi papá jamás había oído el apellido Arango, que en Bogotá casi no se conocía. Mi papá muy pronto se casó con mi mamá que es de apellidos Arango Arango, es decir, doblemente Arango. Él había regresado a Bogotá. Entró a trabajar al Banco Agrícola Hipotecario, origen de la ya liquidada Caja Agraria. Más adelante lo enviaron en calidad de secretario a El Líbano, Tolima, donde conoció a mi mamá.

MI MAMÁ

Raimunda Londoño de Arango, mi mamá, fue hija de Faustino Arango, un señor de Manizales. Mi mamá se había criado en la finca de su abuela, ahora es el hotel El Rosario, cerca de Chinchiná.

Era el año veintinueve, cuando se da una historia bastante particular. Mi abuelo perteneció a los Bolcheviques de El Líbano, movimiento socialista que hizo un levantamiento contra el Gobierno de Abadía Méndez. Este movimiento tenía vinculación directa con Moscú en un momento en el que el socialismo impulsado desde allá era acogido como algo extraordinario.

Era el nuevo mundo, la fraternidad universal. Además era el final de la hegemonía conservadora cuando habían sucedido problemas como la muerte de un estudiante y la matanza de las bananeras. Había un clima en contra del gobierno. Se habían organizado unas células, origen del partido comunista, con una idea bastante romántica.

Estas células funcionaron muy efectivamente en El Líbano. Buscaron no llamar la atención, entonces se hacían pasar por un grupo de espiritistas, porque se reunía gente de todas las clases sociales, también mujeres. Esto explicaba el que mi abuelo se reuniera con la señora del alcalde, con el carnicero y con el zapatero. Lo hizo en un momento en que la sociedad estaba muy fragmentada y muy jerarquizada. Todos muy imbuidos de las ideas socialistas en un momento en el que se cumplían apenas diez años de la Revolución Rusa.

Además, recibieron la visita de María Cano, una de las primeras activistas de Colombia, una líder familiar de los Cano de El Espectador. También la de Luis Tejada, cronista muy importante, una mujer extraordinaria a la que llamaban ‘La flor del trabajo’.

Mi buelo fue comerciante de tabaco con una cigarrería en el Líbano, conformó su familia en ese lugar. Había sido, a sus trece o catorce años, trapecista en un circo. Lo hizo siguiendo la tradición paisa de salir muy pronto de la casa paterna en Manizales a ganarse la vida.

Volviendo a los Bolcheviques, se iba a dar un golpe para derrocar al gobierno de Abadía Méndez. Fue concertado desde Bogotá como consta en libros. Puedo mencionar el del historiador Gonzalo Sánchez del Centro de Memoria Histórica: ‘Los Bolcheviques de El Líbano’ . En este mi mamá dio unas declaraciones.

El día en que se iba a dar el golpe decidieron aplazarlo por alguna razón. La persona que debía dar la noticia en el Líbano no llegó, se perdió o lo que fuera. Así pues, en el único sitio donde se dio el golpe fue ahí. Llegó el ejército, a mi abuelo lo cogieron preso y le decomisaron la lista de los conjurados. Esa fue toda una tragedia.

MIS PADRES

Mi papá, a sus tempranos veintes, llegó a El Líbano a abrir una oficina del Banco Agrícola Hipotecario, del que fue su secretario. Lo que se buscaba era que el Estado hiciera presencia en el lugar. Esto por tratarse de una población muy floreciente, muy próspera, a la que llegaban los pianos a lomo de mula. Era una zona cafetera muy importante que contaba con inversión alemana. Pero, como tantas otras zonas del país, estaba abandonada, no tenía servicios ni bancos ni presencia del poder central.

Uno de los resultados del golpe fallido fue que con él la población llamó la atención del país. Se hizo notoria esa sociedad rica a la que quiso atender el Banco.

Estando allí conoció a mi mamá, una niña nacida y criada en Manizales. Mi mamá había regresado a El Líbano. Lo hizo luego de que su papá lo hiciera después de estar preso en el Panóptico de Ibagué por espacio de uno o dos años. Mi abuelo salió libre en el año treinta. Lo fue por una amnistía que se dio cuando vino el cambio de Gobierno y se terminó la hegemonía conservadora.

Mi mamá iba en bicicleta por una calle y se chocó con mi papá, ella de dieciséis años y papá de poco más de veinte. Se casaron muy pronto, permanecieron un año en el Líbano y luego se establecieron en Bogotá.

A mi mamá le tocó conocer a la familia de su esposo ya muy menguada. Tenía un par de cuñados en el África, la suegra había muerto, la cuñada era mayor y solterona. El otro cuñado era viudo y cuando murió dejó una hija con la que prácticamente mi mamá se crio. La niña debía tener quince años y mi mamá dieciséis.

Mi abuelo, después de todas sus aventuras, se fue a vivir a Natagaima y luego a Chaparral, en el Tolima, donde compró una finca. A pesar del indulto quedó muy mal económicamente, entonces mi papá se hizo nombrar gerente en Chaparral para estar cerca.

Mi papá se había entendido muy bien con su suegro pese a la diferencia de edad y de idiosincrasias. Hizo mucha empatía incluso con mi abuela, una mujer de raza antioqueña, de una valentía, fortaleza e inteligencia notables. Mi abuela fue una mujer extraordinaria de la que tengo los mejores recuerdos. Fue admirable la manera como manejó las circunstancias de vida al lado de un marido aventurero, soñador y revolucionario.

HERMANOS

Mi hermana nació a los dos años del matrimonio de mis padres. Se pensaba que mi mamá no podía volver a tener hijos, pues perdió unos mellizos cuando vivieron en Girardot. Creyeron que su embarazo era ficticio, eso fue muy doloroso para ellos, pero luego de trece años nací yo. Era el año cuarenta y cinco o cuarenta y seis, acababa de pasar la segunda guerra mundial y había habido una gran mortandad de hombres. El Papa concedió una bendición, para que las mujeres concibieran varones, que se impartía por los párrocos en el púlpito. Mi mamá, muy católica y creyente, la recibió, rezó con devoción y quedó embarazada. Por eso digo que tengo una relación directa con el Papa Pio XII.

Cuando me gradué, el rector del Rosario era el doctor Antonio Rocha. Político liberal, ministro, oriundo de Chaparral, Tolima. Curiosamente este es el único pueblo que ha dado tres presidentes de la República: Manuel Murillo Toro, José María Melo y el Maestro Darío Echandía. Mi papá le contó esta historia de la bendición del Papa y de la concepción milagrosa al doctor Rocha. Y este le dijo: “No, eso no es verdad. Eso fue que se bañaron en el pozo del Chocho”. El Pozo del Chocho es un río al que se le atribuía esa virtud, era el pozo de la fertilidad. Lo más curioso es que siempre que yo le cuento a alguien del lugar sucede igual. La gente repite: “Ah, no, eso es que se bañaron en el pozo del Chocho”.

Dos años después de mi nacimiento nació mi hermana, otro hermano y dos más tarde nació el último de ellos que acaba de cumplir sesenta, es decir, tiene la edad de mis sobrinas, porque mi hermana, quien ya se había casado, tuvo a su primera hija al tiempo que mi mamá tuvo a su último hijo.

De mi hermana tengo tres sobrinas, la mayor es contemporánea de mi hermano menor, se criaron juntos. Como resultado tuve varias mamás, porque con semejante diferencia de edad con mi hermana mayor (trece años) ella hizo también las veces de mamá, mi tía por el lado de mi papá y mi abuela materna que vino a vivir a Bogotá cuando mi abuelo murió (lo que ocurrió cuando él tenía cincuenta y cinco años, realmente muy joven). Con mi mamá, mi hermana, mi tía y mi abuela de madres, mi señora dice que de milagro no resulté peor por ser tan consentido.

INFANCIA

Crecí en la Avenida Chile de Bogotá donde papá compró una casa. Pertenecíamos a una familia de clase media en la que ser empleado bancario era una cosa muy respetable, actividad con la que nadie se enriquecía, pero la gente era muy proba y destacada socialmente.  

Uno de los primeros recuerdos que tengo, en el año cincuenta y dos a mis cinco años, es el incendio que ocurrió en la casa de Carlos Lleras Restrepo, en la de López Pumarejo y en el del diario El Espectador. Recuerdo haber visto las llamas desde el almacén de telas que había abierto mi abuela en Chapinero.

Al día siguiente, mi hermana, de curiosa, me llevó a la casa de Carlos Lleras que estaba siendo saqueada por un grupo del ejército vestido de caqui. Me impresiona mucho que yo, un niño de la ciudad viviendo en un barrio residencial, hubiera tenido contacto con la violencia que en ese momento era tremenda en todo el país, pero por lo menos en las ciudades grandes y particularmente en Bogotá no se había sentido hasta ese momento. Eso me marcó muchísimo. Ahí surgió mi preocupación por los temas del país, la que siempre me ha acompañado.

Una de las cosas curiosas de mi aprendizaje es que, como autodidacta, leí a los cinco años. Me matricularon en el kínder que había junto a la casa y les dijeron a mis papás que yo ya sabía tanto leer como escribir. Mi papá era un gran lector como lo fue mi mamá. Yo soy un lector omnívoro sin ningún orden, sin método, leo muchísimo y leo de todo lo que se me ocurra.

Fui un niño feliz y común y corriente en muchas cosas, pero por dentro siempre tuve esa inquietud, unida a la idea romántica de que mi abuelo había sacrificado muchas cosas por un sueño, por una quimera. Uno de mis tíos (porque mi mamá tuvo dos hermanos) estudiaba en la Universidad Libre en ese momento y cuando se dio el golpe de los Bolcheviques tuvo que regresar y no pudo terminar su carrera. Mi tío era un tipo muy simpático. Mi abuelo se llamaba Faustino Arango al recordar esas cosas tomándose unos tragos, decía: “Soy el nieto infausto del bolchevique máximo”. Esto para significar que él había tenido que abandonar sus estudios y que se le había torcido la vida por esa aventura de mi abuelo. Creo que todas esas cosas me hicieron siempre muy crítico de la situación del país.

Cuando tenía seis años viví la caída del Gobierno de Laureano Gómez, de Urdaneta y la recepción que se le hizo a Rojas Pinilla, donde la gente salió a las calles a aclamarlo, fue una cosa clamorosa: “Paz, justicia y libertad”. En ese momento se había agudizado muchísimo la violencia, la misma que se sintió fuerte en la ciudad. Hubo mucha tensión y la llegada de Rojas Pinilla fue muy bien recibida por todo el mundo, tanto por liberales como por conservadores. Lo recuerdo como una especie de carnaval.

Unos años después, cuando ya tenía yo un poco más de uso de razón, ocurrió lo del diez de mayo del cincuenta y siete, su caída, que me tocó vivirla muy cercana e intensamente. Alrededor de la Avenida Chile se gestaron muchas cosas que dieron lugar a su caída. En la iglesia de La Porciúncula, que era la que frecuentábamos, el padre Severo Velásquez arremetió en un sermón contra la dictadura. La policía disparó gases lacrimógenos dentro de la iglesia, entonces mi hermana menor y mi mamá tuvieron que salir por la sacristía. Ese día mataron dos estudiantes, uno de ellos, Ernesto Aparicio Concha, vecino de mi casa. ¡Cómo olvidarlo!

Para ese momento mi hermana ya se había casado y mi cuñado era una persona muy activa en esos temas. Mi familia era muy liberal, a pesar de que mi papá no comulgaba exactamente con las ideas de mi abuelo, por lo que vivimos muy de cerca todo ese proceso. Días antes de la posesión hubo un intento de golpe militar y detuvieron al presidente electo Alberto Lleras. Mis padres fueron hasta su casa de inmediato a mostrar solidaridad con él, yo iba detrás.

En mí hubo una politización o una preocupación por los temas del país desde muy niño. Recuerdo que hubo un banquete en el Hotel Tequendama en el cual se lanzó la candidatura de Alberto Lleras como primer candidato del Frente Nacional cuando se hizo el acuerdo con Laureano Gómez. Mis papás asistieron, mientras que mi hermana y yo estábamos pendientes del acontecimiento. Más tarde llegaron con el periódico firmado por el doctor Eduardo Santos y por el doctor Alberto Lleras, el que acababa de salir porque El Tiempo como El Espectador se habían interrumpido cuando hubo censura. Publicaron como una protesta para unirse al movimiento nacional contra Rojas.

Una vez llevé al Colegio una fotografía enmarcada del doctor Alberto Lleras con su mamá, porque yo le tenía una gran admiración. En esa época a las señoras las llamaban ‘Las Albertinas’, pues él tenía un carisma especial y una voz maravillosa. Uno se fascinaba al oír sus discursos. Fueron vivencias muy tempranas de actividad política, no propiamente porque fuéramos partidistas, pero los temas sí nos tocaban.

Hubo un asunto muy impactante en esos días: el asesinato de Guadalupe Salcedo, guerrillero liberal que se había amnistiado cuando Rojas Pinilla adelantó un proceso de paz al que los guerrilleros del Llano, que eran liberales apoyados por el partido, entregaron las armas en respuesta a la oferta recibida con esa bandera de paz, justicia y libertad. Ya caído Rojas, en los primeros días cuando estaba la Junta Militar en el Gobierno, fue dado de baja, desarmado mientras salía de algún sitio. Eso fue terrible para todo el liberalismo en general, porque le pegaron un tiro en la mano abierta, lo cual demostró que él nunca atacó a los detectives del Servicio de Inteligencia Colombiano, como habían dicho.

Se estaba discutiendo si el primer presidente del Frente Nacional sería conservador o liberal cuando un compañero del colegio y gran amigo, con el que a nuestros diez años hablábamos de estos temas, me dijo: “Pues ojalá ganen los conservadores porque lo liberales son enemigos de la Iglesia”.

Esta era una cosa que yo en la vida había oído, sobre todo porque en mi casa eran todos católicos y me resultaba extraño eso de que se pensara que había enemigos de la Iglesia. Me llamó mucho la atención notar esa polarización en alguien que era de una familia muy tradicional y conservadora. Después me contó que su nana, que era muy liberal, los hacía gritar: “¡Viva Guadalupe Salcedo!”. Ella era contraria a la ideología de sus patrones. Ahí empecé a entender que había una lucha política muy curiosa.

ACADEMIA

Mi colegio fue muy especial, el ‘Alfonso Jaramillo’. Fue fundado por un profesor, educador que se había formado en Bélgica con Decroly y con María Montessori, los grandes especialistas en la educación del momento.

Don Alfonso fue nombrado vicerrector del Gimnasio Moderno, cargo que ocupó durante ocho años. Cualquier día expulsó a un estudiante, lo que resulta muy extraño porque él era una persona muy bondadosa. Debió cometer este estudiante alguna falla muy grande, alguna indisciplina. Por la tarde llegó el papá del estudiante, Don Francisco Laserna, quien ayudaba económicamente al Gimnasio Moderno, entonces retiraron del cargo a Don Alfonso.

Obviamente, Don Alfonso quedó en la calle, pero fundó este colegio. Entonces él, con doña Celia Duque, fundadora del Nuevo Gimnasio, fundaron el colegio Duque. Luego, con una separación, se volvió el Colegio Femenino Nuevo Gimnasio y el otro, el Alfonso Jaramillo, que todavía existe.

Don Alfonso fue un educador de verdad, de esa escuela de la disciplina de confianza, de ideas modernas. Nos impartió una educación muy liberal, tolerante y respetuosa de las diferencias. De hecho, por ejemplo, yo tuve muchísimos compañeros que son muy amigos de la colonia judía, porque en esa época no existía colegio para ellos. Recuerdo algunos como Roberto Chaskel psiquiatra muy reconocido, Alberto Furmansky, embajador en España y Jaime Finkelstein, pintor magnífico que ya murió.

Esa experiencia nos hizo reconocer y respetar la diferencia, porque no creo que fuera común en Bogotá que hubiera extranjeros o hijos de extranjeros en los colegios colombianos, a excepción del Nueva Granada, el Helvetia o el Andino.

UNIVERSIDAD

Luego tuve una gran preocupación, pues temía entrar a una universidad que fuera confesional. No es que yo tuviera una formación filosófica, política o ideológica muy precisa o clara, pero sí temía que me fueran a imponer un credo. Tenía la idea de ser libre pensador, si se quiere, y se lo manifesté a mi papá muchas veces siendo yo un adolescente que ya pensaba en lo que estudiaría una vez terminado el colegio en el año sesenta y cuatro.

Yo no tenía ni idea de la existencia de la Universidad del Rosario. Me parecía algo confesional, pero llegué allí por pura curiosidad. En esa época, la Nacional vivía todo el activismo de los años sesenta. Mi papá tenía una amigo muy destacado que era de la Consiliatura de la Universidad Libre, quien me dijo muy claramente: “¡Si te van a imponer alguna idea, tienes que rechazarla!”. Por lo mismo yo no podía pensar, por ejemplo, en la Javeriana.

Los años posteriores a mi llegada al Rosario fueron de muchas transformaciones en la Universidad. Fue una época muy convulsionada en todo el mundo, mucho más en el aspecto estudiantil, sumando a lo de mayo del sesenta y ocho en París.

En ese mismo año murió monseñor Castro Silva, quien había sido rector treinta y ocho años en el Rosario. Su muerte dio lugar a la primera elección de verdad de rector. Entonces se dio una polarización enorme entre los estudiantes. Tenemos un sistema especial en el que son los colegiales los que eligen al rector. Yo no era colegial, pero tenía una gran actividad e incidencia sobre esos temas, además participé en un periódico, Tópicos, del que conservo algunos ejemplares.

La elección se polarizó entre dos candidatos. Samuel Barrientos Restrepo, un señor muy destacado, magistrado de la Corte Suprema de Justicia, rector de la Universidad de Antioquia, había sido colegial del Rosario y elector de monseñor Castro Silva en su época. El otro, nada menos y nada más que Alberto Lleras, la imagen del liberal, mi ídolo de infancia y de mi familia, un personaje importantísimo que había sido presidente ya en dos ocasiones, rector de la Universidad de los Andes, secretario de la OEA, la imagen del repúblico ejemplar.

En la elección obruvo un voto más Samuel Barrientos, con lo que se armó un enredo  tremendo. ¡Hicimos huelga! Dado el sistema del Rosario y de acuerdo con las constituciones, ninguno de los candidatos había tenido la mayoría absoluta, dos terceras partes, entonces terminó decidiendo el patrono de la Universidad, es decir, el presidente de la República, casualmente Carlos Lleras Restrepo. El presidente Lleras votó por Alberto Lleras, quien finalmente no aceptó. Claro, eso ya estaba acordado, entonces terminó elegido para el cargo el doctor Antonio Rocha Alvira, jurista de gran trayectoria en la vida nacional.

Otro tema que vivimos muy activamente cuando entramos a la Universidad del Rosario fue su crecimiento, porque antes era simplemente una escuela de Derecho con una pequeña Facultad de Economía y un colegio de primaria y de bachillerato.

Éramos en las facultades unas doscientas personas, si acaso. Pero en ese momento, al final de la vida de Castro Silva, se empezó a ampliar cuando se creó la Facultad de Administración de Empresas y se reabrió la de Medicina.

El Decano de Medicina era el doctor Guillermo Fergusson Manrique, educador extraordinario y muy joven, a quien en ese momento veíamos mayor sin que tuviera más de cuarenta años. Tuvo gran influencia, por lo menos sobre mí y sobre muchos de mi época, ya que era un hombre de ideas progresistas, con un gran carisma y muy notable para los estudiantes de Derecho.

Nosotros celebrábamos que llegaran personas que pensaran distinto y que fueran de otras formas de ser, como resultaban serlo los estudiantes de medicina, y este personaje, por supuesto. Él era muy atractivo intelectualmente, muy inquieto, con grandes preocupaciones sociales, y tenía toda una tesis sobre cómo debía enseñarse la medicina y de cómo, con la raíz social y económica de tantos problemas, la solución era formar médicos, no con la influencia de una universidad norteamericana que daba la pauta, sino que impuso un nuevo método de enseñanza, acortó el tiempo de estudios y, sobre todo, logró que los estudiantes estuvieran en prácticas y en contacto con el paciente desde el primer semestre. Fergusson  hizo un cambio revolucionario en la educación médica.

Hubo una circunstancia muy particular y es que en ese momento se debatía el tema del control de la natalidad, algo que resultaba muy complejo.

El Papa había dictado una encíclica, la ‘Humanae Vitae, criticando los métodos de control de natalidad e imponiendo su doctrina. En la Facultad de Medicina se presentó una obra de teatro en que se hacía una crítica a esa encíclica. Entonces los periódicos El Catolicismo y La República empezaron a criticar al decano porque había apoyado a los estudiantes en esa iniciativa. Nosotros nos solidarizamos con él y terminamos haciendo la huelga que mencioné, todo un movimiento que fue muy interesante. Hablar de estos temas hoy resulta rarísimo, pero en ese momento era de mucha actualidad, más o menos equivalente a lo que pasa hoy con el aborto.

Gabriel Murillo, mi compañero, por cierto vecino de mi casa y del poeta Eduardo Carranza  (con el que yo tuve una relación muy especial y a quien admiré muchísimo), fue de los primeros que estudió Ciencia Política después de haber hecho un año en el Rosario. Como le gustó el tema, se pasó a estudiar a los Andes. Gracias a él tuvimos una cercanía con ese núcleo que se estaba iniciando.

Nuestro profesor Fernando Cepeda, gran teórico del tema, nos invitaba a los Andes y a leer textos clásicos de política, que discutíamos. Todo esto por amor al arte y por puro gusto. Esa fue también una experiencia importante, íbamos semanalmente a oírlo y cumplíamos con las tareas: como la lectura que hacíamos de los ‘Diálogos de Platón’.

Yo tenía la necesidad de una profesión que me diera para ganarme la vida, pues mi papá no tenía más plata que su ingreso laboral. El Derecho me daba esa posibilidad, de hecho, no fui mal estudiante. A mí me gustó mi carrera, como me gustó también la literatura y la historia. Quizás en algún momento pensé en estudiar filosofía, tal vez, pero siempre el tema de la subsistencia me marcó mucho. Yo soy muy desprendido de la plata, lo que no es un mérito, ni una virtud, ni nada, pero el patrimonio que he construido es por los ingresos laborales, pues yo no he heredado a nadie ni he hecho un negocio ni se me ha ocurrido jamás pensar en nada diferente.

GENOVEVA CARRASCO

En tercer año de Derecho me casé con Genoveva Carrasco, compañera de mi curso. Tuvimos dos hijos mientras estudiábamos. Nos graduamos juntos y nos fuimos a estudiar a París, lo que no era muy común en esa época pues la gente normalmente terminaba su carrera y se ponía a trabajar sin preocuparse por adelantar una especialización. Pero nosotros tuvimos esa inquietud, un poco influidos por los profesores. A nuestro regreso tuvimos otra niña.

A mi primera esposa la quise siempre muchísimo, fue una mujer muy especial, una persona muy capaz y de una gran trayectoria profesional que se dedicó especialmente al derecho urbano y a la cultura. Con su formación de abogada fue la fundadora y creadora de la Fundación la Candelaria, actualmente Instituto Distrital de Patrimonio que dirigió en dos ocasiones. Trabajó en la alcaldía de Durán Dussán, fue secretaria general del IDU y promovió la creación de la Casa de Poesía Silva.

Nosotros nos habíamos casado muy jóvenes y con los años nos separamos. Genoveva volvió a casarse y con su segundo esposo tuvo dos hijos más. Tuve una gran relación con ella, aún hoy la admiro, la quiero y la recuerdo con un inmenso amor, pero hubo drama en nuestras vidas, su trágica muerte ocurrida a sus tempranos cuarenta cuando vivía en Israel, y la grave enfermedad de nuestro hijo mayor y todo lo demás que se desencadenó a raíz de esa compleja situación.

Yo era cónsul General en Madrid para esos días y ya me había casado nuevamente, con mi esposa actual. Mi segunda hija, Genoveva, se dedicó a su hermano hasta que un cáncer muy agresivo terminó con la vida de ella. Ella, una mujer extraordinaria, logró traer a su hermano al país y luego nos acercó a los dos, pues yo había decidido tomar distancia, pero gracias a ella ahora tengo una relación permanente y cercana con mi hijo.

Uno no debe hablar de los hijos, pero Genoveva fue una persona absolutamente extraordinaria a quienes todos le tenían un amor infinito. Mi hija llevó una vida plena, se casó con Andrés de la Espriella, una persona magnífica a quien quiero inmensamente. Cuando Ivonne Nicholls, jefe de relaciones públicas del Grupo Bolívar y la persona más destacada en su campo, se retiró después de cuarenta años de labores, nombraron a mi hija en un proceso complejísimo de selección: reemplazar a Ivonne era como elegir Papa.

Genoveva, quien había trabajado en temas de relaciones públicas y turismo, terminó siendo la elegida, pero a los tres o cuatro meses le detectaron cáncer. Optó por retirarse a pesar de que le dijeron que se quedara y que le pagaban todo el tratamiento. Ella decidió viajar y llevar una vida muy intensa al lado de su marido, de hecho eran viajeros que conocieron todo el mundo yendo a los sitios más recónditos.

A Genoveva la operaron en Houston cuatro veces y murió en el año 2016.  Carlos Castillo, columnista de El Tiempo y su gran amigo, escribió una nota realmente especial y hermosa, porque cuando ella supo que ya no tenía nada que le ayudara a salvar su vida, decidió invitar a todos sus amigos a un concierto en una iglesia (uno de sus hermanos es músico). Ésta fue su despedida.

Mi otra hija, Jimena, abogada del Rosario, especialista en negociación internacional ambiental, conformó un hogar amoroso, lo que me llena de felicidad, aunque he resultado un abuelo estéril, sin nietos.

Cuando reflexiono sobre esto, concluyo que, en gran medida, la posibilidad de servir, la entrega a causas nobles y la conciencia social, son las que permiten superar estos tan difíciles episodios de vida y continuar.

VIDA PROFESIONAL

Casualmente cuando llegué de Francia, donde adelanté un doctorado en Derecho Administrativo, entré a trabajar al Banco de Colombia (hoy Bancolombia) en el departamento de Relaciones Industriales, luego fui director de Crédito, gerente de la Zona Industrial de Bogotá y de la Zona Norte. Para mí fue una experiencia muy interesante trabajar en banca y hacerlo de una manera relativamente exitosa. Atesoro recuerdos muy gratos de esa actividad.

Luego se fundó el Banco Tequendama, colombo-venezolano, en el que fui nombrado secretario general cuando Eduardo Nieto Calderón era su presidente, personaje muy especial, había sido presidente del Banco Popular. Ahí conocí a la que es hoy mi mujer, Stella Meneses Montes, a quien adoro.

Aristides Gutiérrez París, vicepresidente ejecutivo, es el hombre más inteligente que yo haya conocido, pero no lo digo por simple admiración, sino porque objetivamente lo era. Hace treinta años supo de MENSA, una institución muy tradicional con sede en Inglaterra que reúne a las gentes más inteligentes del mundo. Se presentó, para lo que tenía que hacer unos test muy especiales, auditados, y luego enviarlos para que establecieran si tenía el coeficiente de inteligencia necesario para ser miembro. Le dijeron que lo sentían y que muchas gracias por participar. A los quince días recibió una carta del presidente de la Asociación diciéndole que se habían equivocado al calificar y que él realmente estaba sobrado.

Lo que quiero contarte aquí, es que, así como en mi época de estudiante me influyó mucho Guillermo Férgusson Manrique, decano de Medicina de la Universidad del Rosario, Aristides también lo hizo durante mi incipiente vida laboral, porque era una persona que manejaba el Banco con una sola mano. Yo hablaba mucho con él, pues a mí me ha gustado conversar. Él todo lo contaba a base de anécdotas y era de gran claridad en todos sus juicios.

Aristides había trabajado en la Revisoría Fiscal de Paz de Río, se había desempeñado como vicepresidente del Banco Popular y había sido presidente del Banco de Crédito. Recuerdo una lección que me dio. Él era buen matemático y le habían regalado una calculadora especial y a Genoveva unos chilenos la habían invitado a hacer parte de una pirámide que se estaba armando en esa época. Ella metió en eso al gobierno de Durán Dussán y a mucha gente ahí. Yo había quedado entusiasmadísimo con ese cuento así que llegué donde don Arístides y le dije:  

  • ¿Por qué, aprovechando esa máquina que le regalaron, no hacemos unos cálculos de probabilidades de cómo es que funciona la pirámide? Yo no entiendo bien, pero es que me parece muy atractivo este tema”.
  • Doctor Luis Enrique, no vamos a hacer ningunos cálculos, porque si eso funcionara así como usted dice, nadie trabajaría. ¡Deje de ser tonto!

Obviamente a los quince días había caído todo el mundo y Genoveva sufrió enormemente porque se sentía responsable de haber metido a tanta gente en ese problema.

Cuando llegué al Banco de Colombia, había un grupo de estudiantes de la Javeriana que trabajaban de medio tiempo y que eran los más brillantes compañeros del curso de  María Cristina Niño de Michelsen, esposa de Jaime Michelsen, presidente del Banco y del Grupo Grancolombiano, quien, ya casada y con sus hijos grandes, había decidido estudiar Derecho. A uno de ellos lo nombraron en un departamento, quizás en el de capacitación, cuando estaba un militar de la Armada trabajando los laboratorios vivenciales. A este joven, muy animoso e inteligente,  el militar le dijo: “Mire, a mí no me interesan sino estos laboratorios. Usted haga lo que quiera”. Entonces él hizo una revista para el personal, porque consideraba que la comunicación era muy importante. Un día lo llamó un vicepresidente le preguntó:

  • ¿Usted a qué se dedica?
  • Yo he preparado una revista muy interesante, porque la comunicación es fundamental entre los trabajadores.
  • Ah, perfecto, muéstreme que voy para la Junta.

Llegó este vicepresidente a la Junta y le dijeron:

  • Cuéntenos de su área.
  • No, pues, tenemos un joven brillantísimo, uno de los que hemos traído de la Javeriana a trabajar aquí de medio tiempo y que se le ha ocurrido hacer una revista, una cosa interesantísima. Mire, aquí tengo unos ejemplares.

La repartió sin haberla abierto. La revista contenía una andanada contra la industria petrolera en Colombia en el primer artículo. Resulta que el presidente de la Junta Directiva era Nicolás Escobar Soto, presidente de la Texas Petroleum Company y el otro, José Lloreda Camacho, era abogado de muchas compañías petroleras. Comenzaron a leer, circularon la revista entre ellos y le dijeron: “Por favor, dígale a ese señor que, si es tan inteligente, no vuelva a escribir nada”.

Me enviaron a ese personaje, entonces lo nombré subgerente del Fondo de Empleados, del que yo era gerente. Se trataba de Ernesto Samper, quien siempre dice que yo fui la primera persona que creyó en él. No he sido político ni afín a él, pero a raíz de eso hemos tenido una amistad muy estrecha. Sin yo haberle dicho nunca nada y sin significarle políticamente nada, me nombró en el consulado para Madrid.

Recuerdo que, cuando lo conocí, lo consideré muy antipático, porque no me saludó bien y yo me quejé con una de sus compañeras de la Javeriana:

   — Poco simpático su amigo, le comenté.

   — Muy raro, porque él, por el contrario, es muy simpático.

Lo que ocurrió fue que a él le llegó un chisme. Cuando yo comencé a trabajar, me pagaban quinientos pesos más que a los otros, también le dijeron que mi apellido Arango era como sobrino de la señora de Misael Pastrana y que había sido nombrado por una componenda para amistarse Pastrana con Michelsen, o alguna cosa así, esos chismes de empresa. Él estaba convencido de eso y le parecía indigno que yo hubiera llegado a ese cargo sin ningún mérito y que me pagaran más. Cuando ya nos conocimos, le dije que yo no tenía ni idea quién era Andrés Pastrana y ni sabía cuánto le pagaban a los demás (risas). Ya después, Pastrana había nombrado al papá cónsul y él se fue a México a estudiar Fiduciaria, luego llegó como gerente de ANIF y ahí empezó su carrera al lado de Belisario.

Después del sector financiero, donde terminé muy aburrido, tuve una experiencia en el sector público, y es que hubo una crisis bancaria muy grande donde el Banco Tequendama fue intervenido.

Empecé a trabajar como vicepresidente en Continental, Compañía de Financiamiento Comercial de Jorge Cubides Camacho, personaje muy cercano a Michelsen, alguien muy querido y un financista muy importante. También fui vicepresidente de la Corporación Financiera Unión.

Un día invitaron a la Junta a un personaje que era muy atractivo en el mundo de las finanzas, Picas Escobar, el famoso que luego estuvo en un proceso de captación ilegal y que terminó llevándose mucha plata. Escobar nos habló del terremoto que acababa de ocurrir en Popayán. Dijo que la situación era muy buena porque este había hecho que despegaran los negocios en el ramo de la construcción y que las ventas de materiales se habían activado.

A mí eso me pareció tan terrible, el que una tragedia nacional fuera motivo de regocijo, el que argumentara que esta producía una reactivación de la economía. Comencé a cuestionarme la función de los bancos y el papel del sector financiero. Me pareció una cosa malsana por lo que quise cambiar de actividad.

FOCINE

En la presidencia de Belisario Betancur me nombraron gerente de Focine. Siempre he tenido un marcado interés por las cosas culturales, la condición de lector omnívoro me había despertado inquietud por muchos temas, entre ellos, el cine.

Focine era un mecanismo de captación de recursos que se lograba en la taquilla, con un sobreprecio para financiar toda la industria de producción de largometrajes. Se necesitaba una persona que supiera de finanzas, pero que, además, tuviera conocimiento de la actividad que estaba muy en ciernes.

Fui su segundo gerente, después de Isadora de Norden, y solo me quedé ocho meses en el cargo, porque para mí fue un choque con la burocracia cuando, de un número muy grande de directores de cine registrados, la gran mayoría nunca habían hecho una película.

En esa época se filmó Cóndores no Entierran Todos los Días, una película maravillosa, quizás la que mejor retrata la violencia en Colombia, dirigida por Francisco Norden, gran cinematografista e intelectual serio y culto. 

En el medio todos aspiraban a recibir un crédito para desviarlo. Entonces yo tuve unos problemas enormes porque me tocó demandar a una cantidad de gente que no pagaba y para la que Focine era el mecenas. Tuve enfrentamientos con todos ellos y terminé renunciando.

Fue una experiencia grata por un lado, pero finalmente negativa, porque me di cuenta de la forma como un mecanismo, bien diseñado, había sido pervertido.

FIRMA DE ABOGADOS

Terminé trabajando durante mucho tiempo con mis amigos en la firma de abogados José Lloreda Camacho, lo que me significó una grata experiencia dedicándome al Derecho Administrativo, que era lo que había estudiado. Pero tuve otra gran frustración y fue por la toma del Palacio de Justicia.

Yo llevaba negocios importantes en el Consejo de Estado y todos se me quemaron. Para mí eso fue un drama tremendo, porque yo le ponía mucho interés y mucho empeño a cada uno de los procesos que tenían ya su primera instancia y que sin excepción requerían de mucha preparación, de un estudio y de una redacción cuidadosísima, además del aporte de pruebas, diligencia y más.

Los procesos que estaban en el Consejo de Estado ya iban en la etapa de apelación, habían pasado años enteros y yo vivía muy pendiente, era una actividad que demandaba mucho pues tenía una exigencia grande.

Ahí me desilusioné de la actividad jurídica, además de lo que describo, porque ese tema del Palacio me recordó la infancia, me volví a encontrar con la cruda realidad del país cuando supe lo de la retoma, que había sido un absurdo y por lo que ahora estamos pagando consecuencias, de que en su momento se intentó amnistiar a los militares y no quisieron, pero que sí cometieron toda clase de tropelías y de absurdos como se sabe ahora, porque la verdad no se puede ocultar, aunque en un momento dado trató de pasar de agache.

En la actualidad, todavía, se buscan desaparecidos, pagan unos por los pecados de otros, porque nadie aceptó que había habido un golpe de Estado y que los militares habían tomado eso con toda la torpeza posible.

Agradezco mucho todo lo que he podido hacer, pues de esta manera he conocido el país.

SUPERINTENDENCIA DE INDUSTRIA Y COMERCIO

Luego tuve una experiencia en el sector público muy interesante. Fui superintendente de Industria y Comercio, primer delegado en el Gobierno de César Gaviria cuando el ministro era Ernesto Samper.

Me interesé profundamente por el tema de la libre competencia y la legislación antimonopolio. Lo que hoy en día tiene tanto interés, en esa época era absolutamente desconocido o por lo menos soslayado, nadie hablaba de eso. Empecé a hacer estudios convencido de que era indispensable, es decir, si la economía capitalista se puede salvar, es mediante esos mecanismos como históricamente se ha demostrado, pero me di cuenta de que no había voluntad política.

En ese momento se estaba sacando adelante la Constituyente del 91. Me interesé por la necesidad de establecer mecanismos que garantizaran la libre competencia, la lucha contra los carteles, incluso trajimos una misión canadiense porque acababa de sacar Canadá una ley de libre competencia que era la más moderna en ese momento y yo pretendía que se pudiera implementar en el país.

Hice estudios de cómo funcionaban distintos mercados, como el de las gaseosas, que era clarísimo que en Colombia éstas fueron empresas privadas departamentales pues en todas las ciudades había embotelladoras, negocios familiares, lo que terminó convirtiéndose en un monopolio que lo comparten dos grandes empresas.

Había toda clase de prácticas irregulares, primero, los acuerdos de precios y segundo, la competencia desleal (romper el envase).

Trabajé también en la metrología, que es el sistema de pesas y medidas, algo básico para la defensa del consumidor. En la Superintendencia hay un Centro de Metrología (entidad que guarda los patrones de medida). En ese momento, la Cooperación Alemana le financió al Gobierno la construcción de ese Centro, lo que ocurrió cuando yo estaba en el cargo. Esto es básico para una industria competitiva. Con razón del apagón se adelantó la hora dada la emergencia que hubo del sector eléctrico, no se sabía cómo se debía hacer, pero yo sí lo sabía porque manejaba este Centro. Finalmente lograron descubrir que debían hablar conmigo porque el Centro también tenía el patrón hora.

EMPRESA DE ENERGÍA ELÉCTRICA DE BOGOTÁ

Eso me lleva a otra actividad que desarrollé durante muchos años y que para mí fue muy importante. Desde que estaba en el Banco Tequendama me nombraron miembro de la Junta Directiva de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, una de las más grandes de este sector en el país.

Yo era suplente del doctor Germán Botero de los Ríos, representante de la Asociación Bancaria. En razón de un convenio con el Banco Mundial, tenía que haber representantes del sector privado siempre que estuviera vigente un crédito con ellos a cargo de la empresa. Esto nunca lo entendieron los concejales que querían apoderarse de la empresa, pero tenía que haber representantes de la Asociación Bancaria, de FENALCO y de la ANDI.

Me tocó el tema de la construcción de la hidroeléctrica del Guavio que tuvo toda clase de problemas, por ejemplo, investigaciones al gerente de la época. Por un lado fue un dolor de cabeza, pero a mí me permitió aprender mucho del sector y de  los sistemas de generación de energía y en general de la alta gerencia.

Durante todo este tiempo fui miembro principal porque prontamente el doctor Botero se retiró y yo lo reemplacé. Después la Fiscalía nos llamó a todas las juntas, desde la que presidió Durán Dussán, Augusto Ramírez Ocampo y Andrés Pastrana, y todos comparecimos en su momento. A mí y a la mayoría nos absolvieron porque obviamente no es en la junta donde se producen las irregularidades.

Esa fue una empresa muy antigua que fundó la familia Samper, la misma de Cementos Samper y que luego se unió a otra de la familia Dávila para llamarse Empresas Unidas de Energía.

Era muy curioso porque los Samper, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, tenían la idea de la energía para la industria, y los Dávila tenían otra idea, la de la energía para el confort, para los electrodomésticos, las estufas, los refrigeradores.

La historia que a mí me ha interesado es que, cuando se construyó la planta del Charquito, una de las primeras plantes hidroeléctricas, obtuvieron un crédito con el Chemical Bank y llamó mucho la atención en Nueva York por tratarse de un país desconocido. Pensaron que nunca iban a pagar y cuando lo hicieron, en reconocimiento a que la familia Samper había honrado la deuda, le dieron por dirección cablegráfica del banco, equivalente a lo que es hoy el e-mail, CHESAM (Chemical Samper). Esto muestra la solvencia y la tradición que tenía la empresa. Luego la vendieron y ahora parte es Codensa que se dividió entre generación y distribución.

Estos son los orígenes y para mí fue muy importante pertenecer a una empresa así a nivel de Junta Directiva.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Tal vez el último cargo que tuve fue en la Universidad del Rosario cuando me llamó Mario Suárez Melo. Yo había sido un estudiante muy activo y, conté ya cómo participé en la elección del rector Castro Silva y cuando elegimos a Alberto Lleras.

Siempre fui muy inquieto por la cuestión universitaria. Había sido profesor de Derecho Administrativo en la Universidad Santo Tomás recién llegué de París y luego dicté en el posgrado y pregrado del Rosario, pero no había tenido una vinculación completa a mi alma mater.

Mario Suárez me ofreció la Secretaría General cuando a él lo acababan de elegir rector en reemplazo de Gustavo de Greiff a quien habían nombrado fiscal General de la Nación. Estuve dos años absolutamente feliz en unas condiciones muy distintas porque la Universidad no era lo que es hoy.

El Rosario le debe mucho a Mario Suárez, quien le dio una gerencia de verdad y vio que la Universidad tenía que crecer haciendo una planeación muy seria. El Rosario había vivido mucho de su nombre, había aprovechado toda esa imagen de marca que venía desde la Colonia con sus pergaminos, pero era muy pequeña a pesar del impulso que le dio Monseñor Castro Silva, cuando otras universidades habían crecido muchísimo, empezando por la Nacional y por los Andes en el sector privado.

CONSULADO EN MADRID

Fueron dos años muy importantes, pero en ese momento se dio el Gobierno de Ernesto Samper que me nombró cónsul General en Madrid. Ahí me casé, por segunda vez, con Stella Meneses, que la había conocido como conté en el Banco Tequendama y ella en ese momento ya era una ejecutiva que estaba manejando un cultivo de flores (cosa que todavía hace).

Nos fuimos para España dos años. Esa fue otra experiencia que me permitió conocer un aspecto muy triste de nuestro país porque la función del cónsul, aparte de hacer de notario en el exterior, es visitar las cárceles, fundamentalmente, y las de Madrid estaban llenas de colombianos que habían sido detenidos por droga.

Normalmente se trataba de gente que estaba condenada por llevar ochocientos o novecientos gramos. La mayoría eran mulas que se tragaban las cápsulas de cocaína. Yo estaba seguro que esa no era la forma de entrar la droga a España. Veía los alijos que cogían en la Costa Gallega, un barco con veinte toneladas, por lo tanto, lo de las mulas era una cosa distractiva para que la policía mostrara actividad.

Mucha de esa gente ya iba señalada desde aquí. Esta era una tragedia enorme porque a la gente la reclutaban en momentos muy difíciles. Por ejemplo, en las clínicas cuando se les acababa de morir alguien, también en los velorios. Era gente desarraigada. Se aprovechaban de su momento de debilidad, le financiaban el viaje y los avisaban para que la policía mostrara eficiencia.

Eso me ha parecido terrible y lo peor es que sigue sucediendo. En esa época no se hacía la publicidad que ahora cuando les advierten que no deben caer en esas trampas.

Me tocó ver cosas realmente terribles. Te voy a contar una anécdota que me impresionó muy fuertemente y que tiene que ver con el sistema de valores. Un día me llamó el jefe de policía del aeropuerto de Barajas y me dijo: “Mire cónsul. Unas niñas de Medellín van a abordar un vuelo, están muy asustadas porque me dicen que cuando lleguen a su tierra las van a matar”.

Estaban amenazadas porque el viaje se los habían financiado y no habían cumplido la parte del trato.  Las habían amenazado redes mafiosas que sabían exactamente dónde localizar a sus parientes y a dónde iban a llegar.

Con esa sentencia de muerte el jefe de policía me llamó. Inmediatamente contacté al DAS para que recibieran toda la seguridad cuando llegaran, porque sería terrible una muerte anunciada. Mandé a la vicecónsul a hablar personalmente con ellas. Eran muy jóvenes, unas muchachitas de diecisiete o veinte años. Les preguntó:

   — Ustedes, ¿a qué vienen aquí?

   — A prostituirnos. Pero, por favor, no le vayan a contar a nuestra familia, díganle que nosotras vinimos a traer droga.

Es decir, para ellas lo de la droga era una muestra de viveza, de emprendimiento, mientras que prostituirse no estaba muy bien. Ahí me di cuenta de esa inversión de valores, lo que les daba estatus y no les afectaba su relación con los novios. Esa es la realidad del microtráfico. El hecho es que llegaron bien y nos limitamos a decir que estaban en un negocio sin más detalles.

Hubo otro caso que me impresionó enormemente. Una muchacha ya iba a terminar de pagar seis u ocho años de condena con muy buena conducta. Yo iba dos o tres veces por semana a las cárceles, tenía muy buena relación con los abogados y uno de ellos me dijo:

   — Mire, esta niña tiene un problema.

   — ¿Cuál problema?

   — Ella va a regresar (cuando las deportaban una vez terminada la condena, se les daba un pasaporte exclusivamente para su regreso), pero imagínese que suplantó a una amiga de Cali, así pues que entró con pasaporte ajeno.

Había sido condenada, se había casado estando en la cárcel, había tenido una hija y el embajador del momento había sido su padrino. El suplantar a la amiga hacía necesario deshacer todo, lo que implicaba adelantar trámites burocráticos en Colombia para desenredar todo ese nudo. Le dije a la abogada:

   — Esa señora se va a tener que quedar aquí porque eso no lo arregla nadie.

Pues hubo que hacerlo sometiéndola a un nuevo proceso, porque se le agregaba al delito que había cometido de narcotráfico la suplantación de identidad, después era necesario cambiar todo lo del matrimonio, pues el que tenía era nulo y la hija aparecía como de la amiga quien ignoraba todo lo que ocurría. Ese era el diario vivir del consulado.

En ese momento comenzaban a proliferar en Madrid casas de cambio que hacían transferencias y era a lo que la policía debía hacerle seguimiento o a las mulas para ver quién era el contacto. Porque eso de perseguir a la pobre gente que se deja usar por una necesidad y por una ingenuidad absoluta para luego meterle ocho años de prisión no sirve para nada. Lo que debían hacer era desmantelar las redes. Pero nunca se pudo hacer nada.

La última anécdota es tétrica. En los vuelos se sospecha de la persona que no toma agua, no come y que está nerviosa. Sugerí no detenerla, pero sí seguirla. Así lo hicieron con una señora que debía tener sus cápsulas adentro. La dejaron pasar, se hospedó en un hotel de la calle de Alcalá, pero nunca salió.

Después de una semana allanaron la habitación y la encontraron muerta. Los que recibían la droga, para no perder el cargamento, la habían destripado físicamente, la habían despedazado, le habían sacado las cápsulas y estaban tratando de sacar los pedazos del cuerpo para enterrarlos en el Parque del Retiro.

El vicecónsul era médico (hoy es un destacado embajador de Carrera) y llegó con las fotografías, pero yo no fui capaz de mirarlas. Estos son pincelazos de lo que atendía.

Por otro lado, fue una vida muy amena, muy amable. A mí me había antecedido Ivonne Nicholls nombrada por el presidente Gaviria y en ese momento hizo que Alfredo Molano, sociólogo, columnista de El Espectador, se entrevistara con la gente y escribiera un libro de historias de toda la que llegaba a la cárcel como mula del narcotráfico con el fin de disuadir a la gente para que no hicieran semejante horror.

Jaime Jaramillo Uribe, gran historiador, concluyó en La Personalidad Histórica de Colombia, ensayo famoso de hace muchos años, que nosotros éramos el áurea mediocre, un país de la medianía, que no habíamos sido como el imperio Azteca, ni Peruano ni teníamos las riquezas que tuvo Venezuela en algún momento ni nada parecido. Eso pervirtió nuestra conciencia.

REGRESO A LA UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

A Mario Suárez lo nombran embajador en Venezuela por lo que hubo un cambio de rector en el  Rosario. Llegó Guillermo Zalá Zuleta. Guillermo me llamó a que volviera a la  Universidad, cosa que yo no había pensado. Mario también me dijo que había que continuar eso que habíamos empezado, entonces, duré muchos años más de secretario General.

Para mí fue una oportunidad maravillosa porque me permitió que todas esas experiencias de trabajo, una positivas y otras negativas, las pudiera aplicar en algo en lo que he creído siempre, me refiero a la educación.  Porque soy un convencido de que la educación es el remedio de nuestras injusticias, de nuestra inequidad, de nuestro pobre desarrollo.

El Rosario estaba en un momento de despegue y he tenido la gran alegría y oportunidad de poder participar en ese proceso de desarrollo hacia una Universidad de excelencia que empezaba a hacer investigación, a invertir en instalaciones y más, lo que agradezco inmensamente.

Entender la realidad del país requiere una formación, a eso se dedican las universidades, y yo he podido participar, en una parte mínima, pero en la medida de mis humildes posibilidades, y lo digo con realismo.

Ese es el camino del país, creer en la educación, ponerla cada vez al servicio de más gente, y ser pertinente, es decir, que se enseñe lo que se requiere, por eso la investigación es tan importante, como se declaró el Rosario a finales de los noventa, porque antes simplemente transmitía el conocimiento, pero la creación no se hacía, sólo repetía la historia.

Los cambios que se imprimieron se los debemos a Mario Suárez pero también al doctor Pedro Gómez Barrero, quien fue definitivo en la conformación de lo que es hoy el Rosario. Pedro fue colegial, toda su vida ha hecho parte del Consejo Directivo de los Andes, y cuando lo eligieron consiliario tenía ya un panorama muy claro de lo que era la educación superior, aparte de que él ha tenido siempre la Fundación Compartir que tiene que ver con temas de educación y es la que da el premio al mejor maestro de Colombia.

Pedro se empeñó en que el Rosario tuviera un plan integral de desarrollo que ya se había empezado un poco con Gustavo de Greiff, Mario Suárez le dio todo el impulso, pero con Pedro Gómez se hizo de una manera muy rigurosa.

UNIDAD DE PATRIMONIO CULTURAL E HISTÓRICO

Cuando yo me retiré de la secretaría General, dando paso a la renovación generacional, se creó la Unidad de Patrimonio Cultural e Histórico que actualmente dirijo. El cuidado de ese patrimonio, que no es solo material (cuadros, objetos de arte, el propio claustro) sino también inmaterial, es fundamental.

El sistema electivo que tiene el Rosario, el de gobierno basado en los colegiales unido a una serie de azares, le ha permitido, primero, no ser una Universidad confesional, es decir, estar abierta a esa diversidad y a ese respeto por la diferencia que es muy importante. Segundo, estar abierta a una diversidad de género. Todo ese tipo de cosas incluyentes son fundamentales para cumplir su función y es una tradición.

ACADEMIA DE LA LENGUA

Cuando me admitieron en la Academia de la Lengua, mi disertación de ingreso fue sobre la epigrafía en el Rosario (arte de escribir en piedra o en material duro, que se pretende dejar como testimonio para el tiempo).

Me he interesado mucho por las placas de la Universidad, en quién las escribió, en qué momento y porqué, porque creo que la lectura de ellas, repetidas de memoria, nos llenan de frases preciosas que hacen parte de un universo, de una atmósfera poética con alguna capacidad de embrujo.

NOVA ET VETERA

Dirijo la Revista del Rosario, Nova et Vetera (siempre antiguo siempre nuevo), que es el lema hoy de la universidad y que fue el lema de la revista. Fundada en 1905, es la revista universitaria más antigua de Colombia y la segunda de Latinoamérica, después de la que tiene la Universidad de Chile.

Nova et Vetera cuenta con una tradición enorme y ha reflejado la calidad intelectual de los colombianos durante ciento trece años, que es una cifra muy importante para un país joven y en formación. Esa circunstancia, creo, fue la que hizo que me escogieran para ser académico.

Para mí, es muy grato asistir a las sesiones de la academia, precisamente con Daniel Samper, quien es académico de número. Simplemente se lo atribuyo a eso y lo dije en mi discurso a Monseñor Carrasquilla, quien fundó la revista y quien fuera rector durante cuarenta años, director de la Academia de la Lengua toda la vida al tiempo que era rector de la Universidad. Entonces, creo que el reconocimiento, más que a mí, es a la Universidad.

MUSEO UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Ahora estamos organizando un museo para poderle mostrar a la gente todo ese mensaje que lanza la pinacoteca, que es muy importante en pintura colonial y civil.

Tiene la Universidad las mejores muestras de retrato al óleo, pintura de caballete que se ven en la rectoría y en el aula máxima, obras de los mejores pintores del siglo XVII al XX. Es realmente la poca muestra de pintura civil que hay en Colombia. Todo esto crea un ambiente propicio y amable para respetar las tradiciones y mirar hacia el futuro, porque además, crea un compromiso y una responsabilidad con el país.

REFLEXIONES

En fin de semana reciente releí la autobiografía de un personaje a quien admiro profundamente, Bertrand Russell, filósofo y matemático inglés que al parecer ha sido uno de los hombres más importantes del mundo en toda la historia. Al final de su vida, lo que ocurrió a sus noventa y siete años, decía que a él lo han movido tres cosas: el amor, la búsqueda del conocimiento y la piedad o la preocupación por el sufrimiento de la humanidad.

Encontré que esas tres cosas, en la medida mía, en mi simple condición de colombiano de a pie, me han movido también: el amor en todos sus aspectos, el amor a la vida, a las personas; la amistad; la búsqueda de conocimiento porque soy recopilador de datos inútiles, especialista en generalidades; además, y de verdad, me ha movido el sufrimiento por la humanidad, porque me parece que hemos sufrido mucho.

Soy muy crítico de la situación del país y en general del mundo. No es una crítica negativa. Me intereso mucho por la historia y de hecho soy profesor de Historia del Derecho, ese es mi tema, por lo menos al final de mi carrera. Soy muy crítico, no por pesimista ni por negativo, sino que creo que lo importante es tener una conciencia de la realidad y la realidad nuestra es bastante triste, si se quiere, en comparación con otros países muy cercanos. Me gusta trabajar en educación al considerar que es la posibilidad más efectiva que puede uno tener para cambiar las cosas. La educación es el motor de cambio.

Creo que a la medida de mis capacidades, las que conozco perfectamente a mis años y sin llamarme a engaño, he sido fiel a la consigna de Russell, es decir, he amado inmensamente a las personas que he amado, me he interesado por mil temas, he acumulado una serie que han sido útiles en algunos campos, he sentido la empatía con los demás y he tratado, en lo que ha estado a mi alcance, de solucionar problemas a la gente.

Como bien lo expone en su obra Bertrand Russell sobre el gusto por aprender, a mí me ocurre, pues disfruto cuando aprendo sobre temas que para otros pueden no tener la menor importancia. También ha sido importante rodearme de personas que me han aportado mucho en la vida, como Luis Fernando Lloreda, quien se dedicó a la ecología y con quien en una época caminamos con frecuencia y en compañía de Ernesto Guhl Nimtz, geógrafo alemán que fue profesor de la Universidad Nacional. Ellos me enseñaron a distinguir un árbol de otro, a los nativos de los foráneos, a conocer sus nombres y usos. La botánica es ahora uno de mis intereses.

  • Logra usted tender puentes de manera muy cálida e inmediata con los demás.

Eso es algo que debemos desarrollar, la empatía. A mí me duele la gente y pienso que merece oportunidades. Yo viví la violencia y por lo mismo el tema de la paz me parece fundamental y que exige de nuestro compromiso.

La educación tiene que enseñarnos a sentir empatía por el otro. Somos la misma especie, nadie tiene porqué estar en condiciones inferiores. Se requiere luchar por la equidad.

Fui un engranaje dentro de una organización que tuvo la oportunidad de dejar registro de todos los cambios que ha tenido durante décadas. He tenido la fortuna de trabajar en una Institución que tiene un compromiso con el país y que tiene, además, una gran responsabilidad: el reto de seguir jugando un papel protagónico.

  • ¿Qué es lo que más emoción le ha generado durante todos estos años de vivencias?

Aunque la docencia ha sido una actividad marginal, me emociona ver en general las generaciones que van surgiendo, cómo se van proyectando y sus logros en la vida profesional. Gente a la que yo vi entrar muy joven, un poco desorientada, verla hoy en posiciones ejecutivas, realmente importantes, prestándole un servicio al país, eso me emociona muchísimo.

El tiempo pasa muy rápido y en más de veinte años me ha tocado ver personas como el propio José Manuel Restrepo, a quien conocí como colegial de Número, hizo toda una carrera que lo llevó a la rectoría de la Universidad y a un ministerio (realmente dos).

También me emociona ver cómo todos los ideales de un país más incluyente de los años sesenta se van realizando, con todas las críticas que uno le pueda hacer a nuestra voluntad de cambio y pese a ser todo muy lento.

  • ¿Ha habido alguna bandera por la que haya trabajado y que no se le haya dado?

La de que los egresados estén más comprometidos con la Universidad y que se involucren más, con contadas excepciones, claramente.

  • ¿Cuál es el sello del Rosarista que usted identifica?

Yo veo que el Rosario es un reflejo del país que por sus años y por su historia se confunden. Entonces, respecto de la población o de la comunidad rosarista, hay de todo, hay líderes muy destacados que han creído en el interés general por encima del particular, pero también vemos casos aislados en sentido contrario.

  • ¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?

Voy a acudir nuevamente a la sabiduría de Bertrand Russell, que lo he citado un par de veces. Él una vez escribió un obituario de sí mismo. Era algo como esto: Sus ideas eran bien curiosas, pero de todas maneras, siempre fueron consecuentes con sus acciones.

Yo quisiera que de mí dijeran eso, porque evidentemente entiendo que el interés mío por estas cosas y por la tradición y la historia, puede a veces resultar por lo menos curioso o inútil para mucha gente, pero yo he sido consecuente con eso.

Monseñor Castro Silva cuando me hizo el examen de admisión, me preguntó a qué temía y mi respuesta fue a no ser consecuente conmigo mismo. Tenía diecisiete años. Él me habló que esa era una frase de Shakespeare (él era muy histriónico y comenzó a recitar esa frase de Polonio en Hamlet en inglés).

  • ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Una relación de empatía. A mí me duele cuando no puedo hacer conexión con las personas. Yo fui una persona tímida, probablemente no se me nota ahora, pero siempre traté de crear una atmósfera de amabilidad, de comprensión y de empatía por las personas.

  • ¿Cuál es la pregunta que siempre se ha formulado y a la que no le encuentra aún respuesta?

La de ¿por qué en Colombia somos así?

Ser yo mismo, es una inquietud que siempre he tenido.

Realmente uno no se acuerda de las cosas, sino de la última vez que las recordó, entonces es posible que esté idealizando un poco mis recuerdos.

Jorge Luis Borges – Obras Completas

Adam Cast Forth

¿Hubo un jardín o fue el jardín un sueño?

Lento en la vaga luz, me he preguntado,

Casi como un consuelo, si el pasado

De que este Adán, hoy mísero, era dueño,

No fue sino una mágica impostura

De aquel Dios que soñé. Ya es impreciso

En la memoria el claro Paraíso,

Pero yo sé que existe y que perdura,

Aunque no para mí. La tercera tierra

Es mi castigo y la incestuosa guerra

De Caínes y Abeles y su cría.

Y, sin embargo, es mucho haber amado,

Haber sido feliz, haber tocado

El viviente jardín, siquiera un día.