Juan de Dios Bravo

JUAN DE DIOS BRAVO

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy una persona tranquila, ecuánime, leal, de pocos amigos, aficionado a los caballos. Por supuesto, abogado de la Universidad del Rosario, como lo son mi papá, mi esposa y mi hijo.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Hay mucha referencia escrita y anécdotas familiares que tengo de mi abuelo, Juan de Dios Bravo Uribe, a quien no conocí. Algún alumno investigando en los archivos del Rosario se encontró y me envió un hoja de mi abuelo. Se trataba de su matrícula en Metafísica en el año 1906. Fue un personaje multifacético. Tuvo vena literaria, escribía sonetos, poemas. También hac hacer traducciones que llevaron a la familia a conmemorar su centenario con la impresión de su obra para ser compartida de manera privada. Fue contador, tesorero nacional de la República, director de las Salinas de Zipaquirá.

Rafaela Arteaga, mi abuela paterna, a quien siempre vi muy mayor, fue una mujer cálida que aglutinaba a la familia de manera muy especial. Su familia proviene de Medellín, atravesó siendo muy niña las montañas a lomo de indio; al asentarse en Bogotá adoptó las costumbres bogotanas.

Juan Rafael Bravo Arteaga, mi papá, es un hombre muy cálido, familiar. Ha sido ejemplo impecable de vida personal y profesional con una formación muy sólida. Es abogado del Rosario. Trabajó como director general de impuestos en lo que es hoy la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales. Fue uno de los fundadores del Instituto de Derecho Tributario. También ha sido maestro. A sus noventa y un años sigue asistiendo a su oficina para revisar temas, estudiar casos, preparar sus conceptos y discutirlos con nosotros, sus socios. Todo esto antes de firmarlos. Después de pandemia es el único que va vestido de corbata porque los demás la usamos únicamente si tenemos algún evento que la exija. Nos invita a pasar fines de semana en Anapoima y busca convocarnos cada viernes a la hora del almuerzo, tiempo que aprovechamos al máximo.

RAMA MATERNA

Francisco González Salgar, mi abuelo materno, fue contador público que trabajó en Odeón. Tuvo una chispa desbordada, lo recuerdo con apuntes muy cachacos, de humor fino. Le ayudó mucho a mi mamá en su carrera como educadora.

Teresa González Molano, mi abuela, convivió con nosotros mucho más. Viajaba en vacaciones con la familia, era muy cercana: recuerdo algunos de los platos que preparaba, como su cazuela de mariscos que hacía para atenderme. Durante sus últimos años la tuvimos viviendo en el mismo edificio. Esto fue una fortuna porque me permitió pasar a saludarla con frecuencia. Fue una persona muy agradable, conversadora, se animaba a todos los planes que le proponíamos. Se dedicó a la docencia durante toda su vida.

Mariela González Molano, mi mamá, fue educadora como la abuela. Comenzó en el colegio Estados Unidos. Luego fundó el Liceo Boston en un terreno que compró y que para nosotros era la finca, ubicado en las colinas de Suba. Fue muy aficionada a los caballos, pasión que le heredamos; una mujer muy interesante desde el punto de vista intelectual, pero también humano. Mi mamá mantenía unida a la familia, era el eje, estuvo pendiente de todos siempre.

CASA MATERNA

Las familias de mis papás eran amigas. Mi mamá vivía en una finca en La Calera donde montaba sus caballos. Una anécdota curiosa es que mi papá visitaba su finca con frecuencia. Pero, después de que se ennovió con mi mamá, la yegua de nombre La Gacela lo empezó a perseguir haciéndolo correr por el potrero.

Los horarios de las comidas fueron rigurosos. Eran espacios de conversación abiertos a todos los temas porque mis papás, aunque fueron bastante conservadores, también eran amplios en su forma de pensar. Mi papá, aunque trabajaba en el centro, iba todos los días a almorzar a la casa.

Cada año salíamos a vacaciones en familia, entonces compartimos muchos viajes. Recuerdo que en uno que hicimos a San Francisco, estando yo muy niño, por inquieto me quedé jugando en una máquina esperando a que saliera algún dulce. Fue así como me perdí en una estación de tren. Pasó el tiempo, pero no los veía, hasta que un policía me llevó con él para llamarlos por altavoz hasta que llegaron a recogerme.

A mi mamá la recuerdo trabajando mucho, pero con solo bajar las escaleras ya nos encontrábamos con ella. Nos patrocinó el deporte, nos enseñó a montar a caballo desde chiquitos, nos llevó a competencias primero de salto y después de polo, pero también a cabalgatas.

Desde chiquito amé los caballos, pero también los perros. Recuerdo que ahorraba las mesadas que nos daban en la casa y con esa plata me compré un Pastor alemán en la Escuela de Carabineros. Como en la casa había otros perros, estos comenzaron a hacerle bullying, entonces decidí seguir ahorrando para comprarme un segundo que le hiciera compañía. Los animales fueron mis amigos de infancia, salía a montar por el bosque acompañándome de mis pastores, en ocasiones iba con mis hermanos también.

Somos tres hijos. Josefina, la mayor, estudió filosofía en el Rosario y vive fuera del país. Francisco, el menor, es abogado del Rosario y ha estado vinculado a la oficina y ahora compañero de golf.

ACADEMIA

Comencé mi primaria en el Liceo que había fundado mi mamá, sus oficinas quedaban debajo de la casa y las aulas eran campestres. Como era mixto en primaria, pero femenino en su bachillerato, tuve que cambiarme al San Viator donde estudié tres años: recuerdo que iba a caballo al paradero donde me recogía el bus, igual al regreso (en el 2022 hicimos una reunión en la que pude volver a ver a mis compañeros del San Viator, de quienes tengo recuerdos muy agradables).

Por fortuna, pudimos volver en cuarto de bachillerato cuando ya fue mixto también. Fui un alumno promedio, pero no el mejor. Lidiar con el tema de la mamá rectora no fue fácil, sin que tampoco fuera un problema. Preferí no esforzarme para no destacarme, pues siempre quise evitar que se pensara en favoritismos, aunque nunca sentí rechazo de mis compañeros.

Recuerdo de manera especial a dos profesoras: mi tía Blanca Bravo, quien era hermana de mi papá, me enseñó historia de tal manera que hizo que me aficionara por leer de estos temas. María Eugenia Arango de Escobar, mi profesora de filosofía quien después enseñó en los Andes.

VOCACIÓN

Gracias a mi tía descubrí el amor por la historia, gracias a mi papá el de la lectura y gracias a mi mamá tuve biblioteca propia, cada uno de mis hermanos tuvo una en su cuarto. La mayoría de mis libros fueron de historia. En esa época no era tan fácil la interacción con mi papá, pero la suficiente como para amar su profesión.

En clase de historia debatíamos sobre personajes y en algún momento personifiqué a Antonio Nariño y otro de mis compañeros a Camilo Torres. Esto nos llevó a inmiscuirnos en ellos, a reconocer lo bueno y lo malo de cada uno. Este fue un detonante en el que descubrí que me gustaba el litigio y no consideré nada distinto al Derecho. Otra de las maneras de acercarme a la profesión se dio cuando, desde mis doce años, con un primo y durante las vacaciones, comencé a trabajar en la oficina de mi papá como mensajero.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Durante los primeros años, en la Universidad del Rosario teníamos clases de siete de la mañana a una de la tarde y, a partir de tercero, debíamos ir en las tardes. Teníamos salón y puestos fijos, también campana para el cambio de materia, y eran los profesores quienes llegaban al salón, por eso se le llamaba Colegio Mayor.

La vida de estudiante fue interesante. Hice parte de un curso activo, inquieto, exigente, al que le gustaba aprender. Hicimos cambiar profesores y la Universidad nos respaldó. El método de enseñanza era muy diferente al actual, y si bien contamos con profesores de vanguardia, también con otros pocos más tradicionalistas que se sentaban a dictar, lo que es lo mismo que leer un libro.

Nos ofrecían un abanico de materias: derecho económico, penal, laboral. Entonces me inscribí a los temas de derecho económico con profesores magníficos: recuerdo con mucho agrado a Jaime Castro quien orientó más mi destino. Como mi papá, terminé en derecho tributario, porque él fue mi profesor también: dada esta condición se declaró impedido y no me hacía los exámenes, que eran orales, entonces los calificadores podían ser directivas de la Universidad, pero que de derecho tributario no sabían mucho, lo que resultaba más complejo para todos.

Para el grado debíamos optar por dos de tres alternativas: judicatura, preparatorios y tesis. La práctica se podía hacer en el sector judicial o en empresas que estuvieran vigiladas por las superintendencias. En mi caso hice tesis recopilando las lecciones y clases de mi papá que terminaron siendo un libro que publicó el Rosario; también hice judicatura en Pedro Gómez & Cía. y continué con mi especialización en Derecho Tributario.

Considero que quien quiera estudiar Derecho, debería hacerlo estando un poco más maduro, para aprovechar mejor la carrera: esto es algo que puedo decir después de muchos años de haberla estudiado.

LONDRES

Una vez graduado decidí viajar a Londres para perfeccionar mi inglés, tomar algunos cursos cortos en historia y vivir por un año la experiencia de estar lejos de la casa, de valerme por mi cuenta, aunque con apoyo. También aproveché para viajar y conocer.

Compartí apartamento con un amigo mexicano que hice estando allá. Y nos tocó la explosión de Chernóbil que nos llevó a estar pendientes de las noticias, de si las nubes se corrían, de si debíamos proveernos de agua, de si era mejor no salir. Pero la información no llegaba con la inmediatez de hoy en día.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

DOCENCIA

A mi regreso me vinculé a la oficina de mi papá de tiempo completo y Lucy Cruz, abogada muy importante del Rosario en Derecho Tributario, me invitó a que fuera su monitor en su clase de tributaria. Entonces comencé a dictar algunas partes de la clase y fue como me vinculé a la docencia. Con el tiempo Lucy se retiró y yo asumí una de las cátedras, porque en esa época eran dos profesores por curso.

En el campo tributario es muy dinámica la legislación con reformas casi que cada año y medio, lo que aprovechábamos en clase para tener temas de actualidad. Con aquellos alumnos que requerían de tutoría o rescatar alguna nota, les decía que leyeran Cien Años de Soledad, alguna obra de Vargas Llosa, El Idiota de Dostoievski, La Ilíada y La Odisea, La Divina Comedia, y que me hicieran un análisis desde el punto de vista tributario de la obra. Hubo realmente unos trabajos sorprendentes, muy interesantes. A alguno le puse la obra de Joyce, pero no fue capaz, realmente es un libro pesado. Esto era algo que no podía hacer con todos los alumnos, por supuesto.

Desde 1987 y hasta el 2022, fui profesor titular de Derecho Tributario, casi que de manera ininterrumpida. Actualmente dirijo la especialización.

COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS

He pertenecido a tres instituciones como son el Colegio de Abogados Rosaristas, el Instituto Colombiano de Derecho Tributario del que he sido su presidente en dos oportunidades y miembro vitalicio de su Consejo Directivo, y el STEP que es internacional y al que pertenecen cerca de veinte mil personas.

Ha sido común en los egresados rosaristas el hecho de que se desvinculen de la institución una vez graduados. El trabajo de las directivas del Colegio, a través de los años, ha sido precisamente el que los abogados titulados se vinculen, incluso desde su calidad de estudiantes, para generar las actividades que son su eje central: cursos, tertulias, conferencias, capacitaciones. Hemos llegado a un nivel de mucho más compromiso, pero igual podríamos ser más grandes.

José Yecid Córdoba, mi antecesor en la presidencia, y luego yo durante dos años, nos concentramos en trabajar en una Ley que estableciera, como sucede en los Estados Unidos, el que los profesionales de todas las áreas (porque no es exclusivo del Derecho, aunque sí más sensible), tengan que pertenecer a un Colegio.

Buscábamos que el Colegio fuera también una especie de tribunal ético de los abogados, porque este es un tema de ética, de desarrollo profesional. Pero no ha sido posible sacar la Ley adelante, aunque estuvimos muy cerquita de lograrlo, solo que no prosperó.

FAMILIA

Luisa Gaviria Jansa, mi esposa, nació en Barranquilla, de papá bogotano y mamá checa. Vivió su época de colegio en su ciudad natal y una vez graduada vino a Bogotá a estudiar Administración en el Rosario. Nos conocimos después.

Tuvimos tres hijos a los que se dedicó por entero. Por diecisiete años vivimos en las Colinas de Suba desde donde yo los llevaba en las mañanas al Helvetia, luego ella los recogía para llevarlos a nadar, a jugar golf, esto en un momento en que uno se podía desplazar en la ciudad. Hace diez años montó una fábrica de procesamiento de cacao, a lo que se ha dedicado, pues los hijos ya están adultos y viven por fuera.

Tenemos un matrimonio de más de tres décadas, muy agradable, nos entendemos muy bien, compartimos mucho, viajamos, hacemos planes de caminar: hemos ido al Camino de Santiago, a Ciudad Perdida, el camino del Inca.

Juan Rafael, nuestro hijo mayor, quien lleva el nombre del abuelo, es economista y abogado del Rosario e hizo una especialización en Maastricht sobre Derecho Internacional Tributario, convenios de doble imposición y precios de transferencia. Actualmente trabaja en la oficina. Se casó con Natalia García Montoya, abogada rosarista. Tienen un hijo de año y medio, nuestro nieto Juan Gonzalo.

Luisa, estudió en el CESA y hace ocho años se fue a vivir a México. Actualmente trabaja en e-commerce en Coca – Cola, Femsa, Está casada con el arquitecto Esteban García quien trabajó varios años en el Comité Internacional de la Cruz Roja enfocado en temas de construcción para migrantes. Tienen un hijo, nuestro segundo nieto, de nombre Mateo.

Miguel es biólogo e ingeniero químico de los Andes, actualmente está terminando una maestría en la Universidad de Wageningen en Sostenibilidad en Países Bajos, donde está haciendo su vida laboral.