Pedro Gómez

PEDRO GÓMEZ

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo

La vida no es solamente la profesión, no es solo una forma de desempeñarse para subsistir. Se debe ser parte de una comunidad, la misma que da oportunidades y que tiene exigencias.

ORÍGENES

A pesar de haber nacido en Bogotá, me considero de Cucunubá, siento gusto en decir que soy de ese pueblito que es pequeño y hermoso. Mi madre vivía allí con su familia, pero se presentaron unas circunstancias especiales en su embarazo que obligaron a traerla a la ‹Clínica Peña› en Bogotá. Han pasado ya más de ochenta años, pues esto ocurrió en 1929.

Esta situación me hace recordar una anécdota muy simpática que relato a continuación. Yo me desempeñaba como embajador en Caracas y tuve que venir a Bogotá, como tantas veces lo hice. En primer lugar, debía informarle al presidente Barco sobre cómo iban las cosas y también para recibir sus instrucciones. Además, me gustaba mucho tomarme un café con él porque éramos amigos. Como solía ser normal en nuestras reuniones en Palacio, tuvimos ocasión de conversar sobre diversos temas, le presenté los informes correspondientes y me retiré.

También era frecuente que después me reuniera con la gente que manejaba mi empresa, Pedro Gómez y Cía. En estos viajes me veía con mis amigos. Un día cualquiera, mientras almorzaba con mi hija María Fernanda en su apartamento, entró una llamada:

— Señor Gómez, lo necesita un señor Chaux (Víctor Mosquera Chaux, líder liberal muy importante y respetado).

— Hola Pedro, ¿dónde estabas? Te he estado buscando todo el día. Le pregunté al presidente Barco y me confirmó que tomaste café con él pero que te habías ido temprano. Llamé a tu empresa y tampoco estabas, me dijeron que sí habías pasado por allá pero no sabían dónde encontrarte en ese momento. Te estoy buscando porque te voy a dar esta noticia: los líderes del Partido Liberal, dividido como está, se pusieron de acuerdo en designarme como amigable componedor para buscar un consenso y nombrar candidato a la Alcaldía de Bogotá (era la primera elección popular de alcaldes).

— ¿Qué pasó Víctor? Y, sobre todo, dime si puedo ayudar en algo.

No, no. ¡Atérrate! Hernando Durán Dussán (uno de los jefes del liberalismo) les dijo a Luis Carlos Galán y a Ernesto Samper: ‹Esta tarea que tenemos hoy es muy fácil, porque les voy a presentar a un candidato que es amigo de ustedes: mío no. Y yo no sé si él es galanista o samperista, pero en todo caso no es partidario de mi grupo. Se trata de Pedro Gómez.

              Generosamente, tanto Galán como Samper aceptaron, les pareció magnífico y dijeron: ‹Pedro tiene mucha experiencia en el Municipio, fue personero de Bogotá, director del Departamento de Valorización, director de las grandes obras de Mazuera. Así que él es perfecto y estamos de acuerdo›

Continuó Víctor:

— Pedro, eres el candidato único del Partido Liberal a la Alcaldía de Bogotá.

— ¡Esto qué es Víctor por D´s! Estoy sorprendido, aterrado y desde luego muy agradecido.

— Sí, tienes que estarlo porque es increíble cómo lograste la unanimidad de tres grupos que no se pueden ver.

— Bueno Víctor, pero dime, ¿ya le contaste al presidente?

— No. Me parece que tienes que hacerlo tú.

— No sé cómo debo hacer. Por favor, si te vuelves a ver hoy con los jefes, transmíteles mi agradecimiento. Para mí es un honor extraordinario y me gustará muchísimo, pero tengo que hablar con el presidente.

Al día siguiente fui a hablar con Barco. Yo noté desde el saludo que estaba un poco adusto. Le dije:

—. Presidente, perdóname pero no me fui a Caracas ayer como tenía previsto porque ocurrió algo y no sé si estás enterado ya. Esta situación me hizo quedar precisamente para hablar contigo. Se trata de que Víctor Mosquera me comunicó esto.

Suspendió la conversación un momento y sin expresarme si bien o mal, si le gustaba o no, simplemente me dijo:

— Pedro, tú tienes un compromiso en Venezuela como embajador. Esa es una responsabilidad muy grande, es un trabajo muy importante que apenas hemos iniciado y debes terminarlo.

Ni mencionó la candidatura a la Alcaldía de Bogotá. Yo salí con el “rabo entre las piernas”. Me despedí y me fui a buscar a Víctor Mosquera a contarle:

— Víctor, les reitero mi agradecimiento y voy a comunicarme de alguna manera con los jefes directamente para decirles que me sentiría extraordinariamente feliz de ser alcalde de Bogotá, pero el presidente me pidió cumplir con mi tarea en Caracas. Me pidió no, ¡me ordenó!

A qué va mi historia y el porqué de la relación con mi origen. Alguna persona que participó en la reunión de los jefes, no propiamente uno de ellos, les dijo:

— Pedro Gómez no puede ser candidato a la Alcaldía de Bogotá, porque él es de Cucunubá y la ley exige que sea originario del municipio para el cual quiere gobernar.

Fue una sorpresa enorme y una noticia formidable, y por orden del presidente no pude aceptar esa honrosísima designación. Pero busqué mi Fe de Bautismo que muestra que fui bautizado en la iglesia donde era cura Eliécer Gómez, tío de mi papá. Yo soy bogotano de nacimiento y alguien interesado en ponerme una zancadilla recurrió a un argumento falso. Es una circunstancia curiosísima vinculada a un momento formidable de mi vida.

INFANCIA

Volviendo a mi infancia te cuento que las primeras letras las recibí, desde luego, de mi madre, Carmen María, que además era maestra de formación. Ella estudió en el Colegio de María de Ubaté. Como bien sabes, yo tengo un aprecio especial por César Gaviria; siendo él presidente quiso rendir un homenaje a diez personas por su desempeño en la vida y mamá fue una de ellas (se conmueve profundamente). Después fui a escuela pública en Cucunubá, donde tomé mis primeras lecciones.

Pertenezco a una familia medianamente numerosa. Mi hermano mayor, José del Carmen, estudió en la Escuela Militar de Cadetes, llegó al grado de coronel y simultáneamente hizo su carrera en arquitectura con especialización en los Estados Unidos. Miguel, el segundo, estudió ingeniería mecánica. Marina, se dedicó al comercio y fue una muy importante secretaria de diversos personajes. La que sigue por edad ya estaba en Bogotá estudiando en el colegio cuando yo nací. Después de mí viene Elena, y con ella me crié.

Mi papá, Pedro Alcántara Gómez, estuvo un par de años en el Seminario de Bogotá llevado por el cura Eliecer, su tío. Él participó en política: era el jefe del Partido Liberal en su pueblo. Se ocupó siempre de sus fincas y una de ellas fue muy importante por sus minas de carbón:  transportaba en mulas desde Cucunubá a Ubaté para venderle al distribuidor mayorista. Recuerdo El Tablón, una tierra muy hermosa en la que cultivaba papa. Eran famosos los piquetes con que celebraban la cosecha. En la finca El Llano, sembraba cebada, lo que ocurría en los primeros meses del año porque las aguas venían hacia marzo o abril; cuando la cebada estaba pintona, hacían con ella una sopa deliciosa que llevaba todo lo que produce la tierra de la región: guasca, habas, papita chiquita, carne cecina en trocitos madurada al sol.

Recuerdo también cómo se beneficiaba. La cebada totalmente madura era dorada y en ese llano grande, parecía un mar dorado que se movía con el viento. A mí me impresionaba mucho eso. Con la oz la cortaban para separar el grano del tamo. En un espacio redondo, preparado especialmente para eso y muy firme, hacían circular una recua de mulas y/o caballos, que daban vueltas pateándola para desmenuzarla, luego echaban al viento ese producto y este se llevaba el tamo para dejar la cebada. Es una cosa hermosa que yo disfrutaba.

Realmente fui un niño triste y por una razón sencillísima. Mis hermanos ya no estaban y mi madre se fue a desempeñarse como maestra en otras partes. Eso fue muy duro. Yo crecí con mi hermana Elena y con unas empleadas que nos ayudaban. Debía tener unos siete u ocho años en ese momento. Recuerdo que una mañana muy fría, porque había helado, y siendo muy temprano, trajeron la ‹yegua Mora› que era la que mi mamá montaba, y lo hacía de lado como se acostumbraba en esa época. También trajeron unas mulas de carga. Yo no entendía qué estaba pasando, pero presentía algo que no me gustaba.

En la medida en que ensillaban la yegua y cargaban las mulas con unas maletas y baúles, mi malestar crecía. Era el equipaje de mamá. La recuerdo como una efigie, parada en el quicio de la puerta principal de la casa, vestida con un traje largo, una chaqueta gris oscura, pesada, y un sombrerito que apenas organizaba su cabellera hermosa. Yo jugaba con mi carreta frente a la casa cuando me llamó: ¡Vente Perucho! Me alzó con mucho afecto y cuando lo hizo me di cuenta de que se estaba despidiendo. Fue terrible. Ahí sentí en qué consiste la orfandad y cómo es de dura, de triste y de pesada.

Mi abuelo Luciano Barrero tenía unas fincas hermosas en Ubaté, era muy pudiente, tanto que regaló el edificio para el hospital de la ciudad, pero murió en la ruina por el juego. Como te conté, en Cucunubá papá tuvo unas fincas importantes con explotación de carbón, además negociaba tejidos y participaba en política, ocupando todos los cargos que ofrece la municipalidad. Tuvo muchos recursos, pero llegó un momento en que empobreció a tal punto que mamá tuvo que irse a trabajar como maestra para sostener los gastos de mis hermanos mayores que ya estaban en Bogotá. Así, tan niño, me desempeñé en las labores del campo para colaborarle a mi papá en las fincas que le quedaban. Entonces, realmente mi niñez fue penosa y me ha servido en la vida para entender muchas cosas que son inclusive dramáticas.

COLEGIO SALESIANO – BOGOTÁ

Tenía diez u once años tal vez, cuando conversaba con unos amigos a la sombra de un árbol muy lindo que todavía existe en el lugar, cuando me comunicaron que tenía que prepararme para venir a Bogotá. Mamá había muerto y mis hermanos enviaron por mí. Sospeché automáticamente que iba a estudiar como ellos me lo habían ya ofrecido. Ciertamente, porque un mensaje complementario consistía en que debía llevar un certificado de los cursos que había hecho en la escuela. Yo no sé qué tan buen estudiante era, pero cuando le dije al maestro que me ocurría eso y que me pedían las calificaciones, él en principio sorprendido, después, muy gratamente me felicitó y dijo que estaba encantado, tomó un formulario para llenarlo de cincos, me dio un abrazo fuerte y me dijo: ¡bravo, bravo!

Tuve una mezcla de sentimientos y de ideas, todas cruzadas, pero predominando lo positivo porque confirmé que me convocaban a estudiar. Al día siguiente aparecieron unas señoras, que habían sido empleadas de mamá, para arreglarme la ropa y para bañarme mejor: porque en esa época se usaba el pantalón corto entonces me lavaron bien las rodillas. Mi hermano Miguel me trajo al Colegio Salesiano de León XIII. Nosotros no vivimos en casa de familia en Bogotá sino hasta tiempo después. Entonces permanecimos internos en el colegio.

Tengo un recuerdo muy positivo de esa comunidad salesiana porque sin duda alguna estaba preparada para gente como yo, para muchachos que no teníamos familia en el sitio y que veníamos del campo. Entonces nos recibían, nos daban hospedaje, alimentación y cuidado de ropas, pero lo más importante era que cuidaban de nosotros y lo hacían estupendamente bien. Fue un cambio extraordinario, muy positivo para mí, en primer lugar, por lo más elemental, pues recibíamos una comida muy completa y equilibrada: nos sentábamos en mesas dispuestas para diez estudiantes cada una.

El colegio se conforma por varios edificios, tan bien interconectados que parecen uno solo. Tiene dos patios preciosos, espacios libres en los que se jugaba, se hacía gimnasia, revistas y demás. Alrededor de uno de esos patios, los salesianos enseñaban artes y oficios, como mecánica, ebanistería, electricidad, algo de literatura e idiomas. En el otro panteón funcionaba, con muy buena calidad, el bachillerato.

Los curas salesianos se desempeñaban muy bien como maestros, inclusive recuerdo a uno alemán, Mocert, muy bien plantado, alto, robusto, mono, que era profesor de deportes, de gimnasia, de inglés, de música y sobre todo de canto: nos enseñó a modular la voz y a expresarnos, era un maestro extraordinario que formó un coro formidable para acompañar la misa y, como era natural, cantábamos música religiosa, cantos gregorianos, pero tanto el Ave María fundamentalmente la de Gounod, como el Himno Nacional que, interpretados por ese coro, conmovían. 

El cura era muy rígido, muy disciplinado en todo, a veces un poco duro, por lo cual corría el rumor de que él había sido miembro de los ejércitos alemanes (risas), pero era muy buena persona, inclusive muy tolerante y considerado, especialmente con los estudiantes que tenían dificultades. Desde entonces y por lo que me correspondió en la escuela, me motivó mucho este tema que me ha seguido hasta hoy, el de buscar la calidad de la educación.

Del colegio guardo un episodio. Ocurre que, por esa época, en los meses de marzo, abril y mayo, hacía un verano terrible en Bogotá, por lo mismo había una escasez extrema de agua, entonces los curas la ahorraron como pudieron hasta el grado de suprimirla parcialmente en los baños. Naturalmente llegó el momento en que el colegio olía horrible. Yo seguí la iniciativa que tomó un muchacho algo mayor a mí, León, y fue la de pedirle a los curas que anticiparan las vacaciones, lo que consideré muy razonable. Los curas no aceptaron la propuesta y entonces con León promovimos una huelga, yo siguiéndolo a él como líder.

Como consecuencia nos expulsaron a los dos. León tenía amigos con alguna relación con el Gobierno y se quejó ante el Ministerio de Educación. Fueron a comprobar, nos dieron la razón y ordenaron reintegrar a León. Yo, que no tenía esas influencias y por razón de la intervención de mi hermana Marina, supongo yo que, con lágrima ante el rector, el padre Polifroni, me reintegraron, pero al Colegio Salesiano de Tunja. Eso fue por el resto del año porque para el siguiente Marina me consiguió cupo en el Politécnico del cura Lleras Acosta. Era un buen colegio en el que terminé mi bachillerato pues sólo me faltaba un año.

Estando en el colegio o en el politécnico del padre Lleras, me hice amigo de Eduardo Guzmán, una persona también muy juiciosa. Él me invito con cierta frecuencia a su casa para hacer las tareas porque vivía cerca al colegio, lo que me acercó a él y a su familia. Fue tan fuerte el vínculo que con su hermana María Teresa, terminé de novio y tiempo después me casé con ella.

PREGRADO – UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Comenzó otra etapa de dificultades porque mi hermano Miguel, muy pendiente de mi cordura, me había conseguido una beca completa para estudiar química en la Universidad Católica de Santiago de Chile. Ocurre que yo casi no puedo pasar química en el bachillerato. No te imaginas lo que me produjo decirle a Miguel que no. Era mi hermano, pero había una jerarquía por edades y de alguna manera él hacía las veces de papá, además, me pagaba la pensión del colegio. Tener que decirle que no, que muchas gracias, pero no porque no podía con esa materia. Él me dijo:

— Entonces, ¿qué piensas hacer?

— No, Miguel. Es que yo tengo una ilusión, la de ser abogado del Colegio del Rosario.

Naturalmente Miguel no tenía porqué estar metido en mis sentimientos e ilusiones. Entonces me dijo:

— Tú verás qué haces. Haz lo que puedas.

Yo ya vivía con mi hermana Marina en su apartamento de la calle veinticuatro con carrera séptima. Ella me daba alojamiento, mucho cariño y afecto, pero no tenía margen para brindarme el modus vivendi que exige ser un muchacho de dieciocho años. Me di cuenta de que para poder estudiar necesitaba trabajar, pero, además, como en el Colegio del Rosario las clases eran de día, yo tenía que buscar un trabajo nocturno. Mi prima Nania era muy amiga de Elvirita, la secretaria del ministro de Agricultura de ese momento, el famoso Pedro Castro Monsalve de quien hay un vallenato. Entonces una tarde le conté:

— Elvirita, estoy pasando por esta situación. Tú que estás vinculada a estas entidades, ayúdame a encontrar un trabajo. Pero tiene que ser nocturno.

Pocos días después me llamó:

— Pedro, tenemos reunión con el ministro.

Imagínate. Yo, un muchachito, reunido con el señor ministro. Llegué, me recibió muy cordialmente y le conté:

— Tengo la ilusión de estudiar en el Colegio del Rosario que da clases de día, entonces necesito conseguir un trabajo en la noche.

— A ver: ¡tráiganme la nómina del Ministerio!

Le entregaron un mamotreto y dijo:

— Revisen, porque ahí puede haber algo para Pedro.

Miramos con Elvirita y con otras niñas que le acompañaban. Buscamos con mucho interés, pero no encontramos nada distinto al cargo de celador nocturno del edificio del Ministerio. Le dio hasta pena, pero no había más. Entonces dijo:

— Es que por la noche no trabajamos. ¿Usted quiere ese puesto?

— Pero claro que sí señor ministro. Muchas gracias. Acepto.

A la semana siguiente estaba trabajando como celador nocturno.

Es que la vida está compuesta de sufrimientos, pero también de cosas dulces y amables. Imagínate que yo comenzaba a trabajar a las seis de la tarde. Elvirita ordenó que me pusieran un escritorio en el vestíbulo donde yo tenía que estar sin más oficio. Ella y sus amigas, a medida que salían de su jornada, pasaban a saludarme y algunas se quedaban un rato o me llevaban un bocado. Más tarde llegaba la calma, así tuve mucho tiempo disponible que aprovechaba para leer y estudiar y sacaba libros prestados de la Biblioteca del Concejo Municipal con la ilusión de que iba a ser un gran Magistrado.

Nunca me hicieron poner traje de celador porque Elvirita y el ministro sabían que había algunos días en que yo tenía que salir de ahí para clase. Después de prestar celaduría de doce de la noche a seis de la mañana, tenía que estar a las siete en el Rosario recibiendo la clase de Derecho Romano que dictaba Alfredo Cock Arango. No lloré, pero sí dormí, por lo menos los primeros días (risas).

Cuando ya estábamos en el curso sacaba los libros apropiados para hacerle seguimiento a los temas de clases, y es que tenía seis u ocho horas para leer, para estudiar, para sacar notas. Entonces yo era el ‹duro del paseo›.

Recuerdo una cosa de inquietud, pues tenía la idea de que de golpe sería penalista porque por esos días se estaban surtiendo unas famosísimas audiencias penales para un juicio del teniente Galarza, un oficial que tuvo que dar de baja a alguien y que fue denunciado por otro. A él lo estaba defendiendo Jorge Eliécer Gaitán. Yo iba a las audiencias cuando podía, eran impresionantes, imponentes, porque Jorge Eliécer Gaitán había estudiado Derecho, era especializado en Roma bajo las enseñanzas de Enrico Ferry, gran maestro en Italia. Y resulta que, como es bien sabido, Gaitán era un orador formidable que hizo que esas audiencias tomaran cuerpo en la prensa y muy especialmente en los medios universitarios, y recibiendo muy buenos comentarios.

Imagínate que saqué las obras de Carrara, maestro en Derecho Penal, hice resúmenes de los acápites de sus temas en libreticas de teléfonos, como jugando para no dormirme. Eso fue un rato porque luego estudié otros asuntos. Entonces llevaba textos como el famoso libro de ‹Procedimiento Civil› de Hernando Morales. Me lo aprendí de memoria. Cuando llegaba a sus clases, ya sabía lo que iba a decir. Él percibió que yo era muy aventajado en ese sentido. Llegué al examen final que era con Monseñor, otro profesor, Hernando Morales y el examinando. Resultaba bastante intimidante. El profesor Morales me dijo:

— Gómez, usted no necesita presentar examen.

¡¿Esto qué es?! Pensaba yo.

— Háblenos de lo que quiera (continuó).

Me ocurría algo parecido con otros profesores. Pero es que yo tenía tiempo de sobra que dedicaba al estudio, aunque llegaba demacrado a la Universidad por permanecer despierto tantas horas. Un día Monseñor Castro Silva, profesor de Filosofía del Derecho, gran orador y artista, me dijo:

— Gómez, cuénteme. Deduzco que usted tiene que trabajar de noche porque llega muy cansado.

— Sí, monseñor. Estoy haciendo eso para tener la oportunidad de estudiar, pues mi familia no puede atender mis gastos.

— ¿Usted puede trabajar aquí en la sección de bachillerato? (se conmueve profundamente).

— Sí, lo que usted diga.

Pensando en monseñor Castro Silva, puedo decirte que un líder espiritual es una persona que atrae por sus calidades. Monseñor me nombró ‘pasante’. Ahí comenzó mi carrera en el Rosario después de algunos meses en el Ministerio, pero que para mí fueron muy largos. Fue una labor muy sencilla y agradable que consistió en colaborar para guardar el orden y la disciplina, por cierto, sin demasiado rigor. Por ejemplo, se hacían filas en los distintos eventos, pero estas tenían sus curvas (risas). También era normal que en los salones se guardara silencio, pero eso no quería decir que no se pudiera conversar de manera respetuosa con los otros.

Había una cierta tolerancia, con un estilo muy agradable y positivo que hacía que el alumno se sintiera cómodo. Como yo era un estudiante en la Universidad y pasante en el Colegio, tenía amigos dentro de los alumnos del bachillerato que me respetaban totalmente sobre la base de que, si bien yo era un amigo, ellos debían hacer orden. Esta situación me dio la oportunidad de que me pagaran algo, mientras también estudiaba, porque realmente yo era un estudiante más.

Como había internado en el bachillerato, eso implicaba que una parte muy importante de estudiantes almorzaran en un gran salón dentro del claustro. En otra zona había un dormitorio para externos: alumnos de la facultad que venían del norte del país.

Los Colegiales ejercen un gobierno de gran poder dentro de la Universidad, no así los pasantes, aunque lo tienen en cierto grado. A algunos estudiantes que han tenido un comportamiento sobresaliente y resultados destacados, los nombran Colegiales de Número, distinción importantísima pues nombran rector, y Consiliarios, una especie de Junta Directiva que gobierna de manera directa y que toma todas las decisiones básicas de la Universidad.

La Colegiatura tiene que nombrar rector como una de sus obligaciones fundamentales. Esta oportunidad empodera al estudiante que, cuando tiene conciencia de lo que significa esa responsabilidad en una institución tricentenaria, se crece, madura e investiga en profundidad. Para mí ser pasante fue la solución a mis carencias. Pero luego, como estudiante de la Facultad, monseñor nuevamente me distinguió nombrándome ‹Colegial de Número›. La reunión en la que se consagran los Colegiales se lleva a cabo en el Aula Máxima, donde daban discursos muy importantes, y resulta de mayor relevancia que la clausura del Colegio.

Cuando me nombraron Colegial, invité especialmente a mi hermano Miguel, que me había dado su apoyo, pero que, por estar trabajando con la General Electric en Nueva York, no pudo venir. Me puso una carta muy poderosa en la que me dio un consejo:

— No hay nada más importante en la vida que hacer amigos.

Eso es muy cierto y yo lo he tomado como una norma de conducta. He tenido siempre muy buenos amigos. Hay una fórmula básica que aplica para toda la sociedad y es el respeto por la persona, por lo que hace, por lo que significa y por la relación que se teje con ella. Y claro, siempre brindando apoyo, el que resulta recíproco, naturalmente. He sido beneficiario de muchos amigos en la vida y creo haber cumplido de mi parte. Hablando de amigos, tuve una relación muy especial con Jaime Michelsen, con quien fui compañero de pupitre. Me hizo miembro de su Junta Directiva en su Gran Banco. Me invitaba a los cocteles y recepciones que ofrecía, los que eran muy importantes y elegantes. Y yo pensaba:

— ¡Cómo es posible, si yo soy de la escuela de Cucunubá!

Yo mismo no me admitía estar ahí en medio de los mandantes de Bogotá y de Nueva York, de la gente chic (risas).

He sido una persona muy afortunada al encontrarme en la vida con Hernando Morales, pero, ante todo, con monseñor Castro Silva. Pero también a Elvirita, que si no hubiera sido por ella no sé qué hubiera hecho para trabajar de noche. Un trabajo que podía ser muy pesado resultó divertido y muy conveniente por el tiempo que me dejaba libre para estudiar.

Mi ilusión, en primer lugar, era ser rosarista y, en segundo lugar, era ser un abogado de tales calidades que me permitieran ser magistrado de la Corte o del Tribunal impartiendo justicia. Me sentía poseído de autoridad y muy competente, desde luego. Me parecía igualmente importante ser abogado en ejercicio, tener mi oficina, mi bufete, esto como culminación de mi carrera, porque sería una persona tan respetada que demandarían mis servicios.

En la Facultad algunos profesores me admitieron una cercanía importante y me consintieron. Yo estudiaba mucho, era realmente muy juicioso y eso lo veían todos. Algunos de ellos eran magistrados del Tribunal Superior de Bogotá, donde había sido también magistrado mi tío Carlos Gómez. Y eran ellos quienes nombraban a los jueces.

Mi tía Rosita, que vivía con mi abuelita Andrea en una casa preciosa que tenían en Santa Bárbara, de un solo piso, con balcones arrodillados sobre la carrera, jardín, patio, traspatio y solar con brevos, me hizo una pequeña recepción. Yo le pedí que me permitiera invitar a esos profesores tan cercanos, tan buenas personas y magníficos maestros que, además, eran paisanos: Arturo C. Posada, Ernesto Cediel y Hernando Morales. Todos asistieron, tomaron una copa de vino y me dijeron:

— Pedro, te nombramos juez en Bogotá.

  • En una siguiente reunión, retomamos así:

VIDA PROFESIONAL – JUEZ – PERSONERO – EMPRESARIO

Como juez y como personero me ocupé de los temas de la justicia.

JUEZ

Me habían nombrado juez Tercero Civil Municipal de Bogotá, distinción similar a ejercer de colegial. De ser buen juez, con buenas providencias, habiendo juiciosamente estudiado cada expediente, con todo en orden, pasé a ocupar posiciones de mayor responsabilidad. Después de un año me ascendieron a juez de Circuito de Facatativá. Este circuito es muy extenso y tiene una peculiaridad: por ser tan cercano a la capital, los abogados que litigaban en Facatativá eran los mismos que litigaban en Bogotá.

En esa época se leía mucho y se respetaba a los autores franceses, puedo mencionar con lógica y de buena manera a algunos como Marcel Planiol y George Ripert. Los profesores de la Facultad citaban a estos y a otros autores con mucho carácter. Así por ejemplo, los que estudiaban Derecho Penal, se iban por autores como Enrico Ferri gran maestro de Gaitán. Entonces, en una sola providencia se veía su fuerza y esta mostraba que el juez se había legítimamente esmerado en acertar la decisión.

En ese sentido era muy positivo que las audiencias no se dictaran tan aceleradamente en Facatativá como ocurría en Bogotá donde los abogados podían revisar sus pleitos cada día o cada tercer día, en cambio para nosotros solo era posible atenderlos una vez por semana.

Yo me había trasladado a vivir con mi señora y nuestro bebé, pues ya me había casado, lo que ocurrió mientras fui juez de Bogotá. Nos hicimos a una casa, muy de pueblo, pero bonita y agradable, de una planta, con un patio grande para el triciclo. Todo resultó bien, aunque no fue mucho el tiempo que permanecimos en el lugar. Lo más agradable de Facatativá consistió en que, siendo esa época de mucha violencia, este era una población apacible, por lo menos así la percibí. Me me hice socio del club que era de señores, donde se reunían agricultores, ingenieros, médicos, para jugar billar, cartas, y conversar. Eso naturalmente hacia que todos fueran amigos, gente muy tranquila, de todos los partidos, de todas las tendencias.

PERSONERO DELEGADO

Cuando el general Rojas Pinilla tuvo que dejar el poder presionado por un movimiento cívico muy fuerte de carácter nacional, nombró una Junta Militar. Esta junta nombró como alcalde de Bogotá a Fernando Mazuera Villegas y como personero a mi amigo Luis Eduardo Páez. Como era lógico, lo llamé para felicitarlo y Luis al instante me dijo:

— Te necesito, ya he visto que aquí hay cosas en las que me puedes ayudar mucho.

Al día siguiente estaba conversando con él, me nombró personero delegado en lo administrativo. Una posición importante porque tenía como responsabilidades básicas, especialmente, darle asesoría al alcalde y a sus secretarios para que sus contratos se hicieran conforme a la ley y, en general, para resolverles cualquier duda en materia jurídica. Pero también, de manera extraordinariamente importante, debía vigilar porque la ciudad creciera de forma organizada (Bogotá ya tenía más de un millón de habitantes), y para que, por consiguiente, no se siguieran dando los famosos urbanizadores clandestinos.

Estos adquirían de alguna manera los terrenos a las afueras de la ciudad y ellos mismos trazaban calles a mano alzada sin la aprobación de ley. Luego vendían lotesitos a las gentes más pobres que les pagaban cuotas semanales o mensuales que iban, en ese entonces, desde veinte a cincuenta pesos en cada cuota para que, llegado a cierta cantidad, les entregaran su lote, pero sin servicios.

Debía pues evitar que se siguiera dando ese tipo de urbanización, tan irregular, que se prestaba para que se estafara a la gente. Esa función hizo que yo tuviera que erradicar este fenómeno de la ciudad, inclusive estudié cómo ha sido la ciudad a través de la historia desde Grecia, Roma, en la Edad Media y la ciudad Industrial. Le dediqué mucho tiempo e interés a impedir la acción de los clandestinos para cumplir con mi deber de personero.

EMPRESARIO – CONVERSATORIO UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Estoy recordando una charla que ofrecí en el 2015 a un conjunto de alumnos de la facultad de Administración de Empresas de la Universidad de los Andes. Con ese objeto llevé un guion que voy a intentar repetir. Mi propósito era que estos alumnos vieran cómo un empresario, adecuadamente orientado y formado, puede ocuparse de los asuntos de su empresa, de sus negocios, de sus estados financieros, y simultáneamente puede trabajar en causas de interés general. Quienes me conocen no entienden bien el porqué, habiendo dedicado lo mejor de mi juventud a estudiar Derecho en el Colegio del Rosario, resulté, años después, dirigiendo una empresa constructora y luego ocupándome de temas de ciudad y urbanismo.

Entonces retomando, en primer lugar, fui juez Tercero Civil Municipal de Bogotá, después juez del Circuito de Facatativá y más adelante personero delegado en lo Administrativo de Bogotá. Y ocurre que ese cargo de personero de Bogotá tiene como principales responsabilidades, por una parte, colaborar con el alcalde en sus asuntos contractuales, es decir, en los contratos que él y sus secretarios tienen que hacer para desempeñarse a fin de que no incurran en errores que puedan después tomarse como pecados. Precisamente por esa razón construí una relación con quien fuera en ese momento alcalde de Bogotá, Fernando Mazuera, que resultó muy importante para mí en la vida.

Otra responsabilidad importantísima de ese cargo consiste en que el desarrollo de la ciudad sea normal, ordenado y legítimo. Para cumplir con esa responsabilidad tuve que ilustrarme, aprender sobre urbanismo y sus implicaciones. Naturalmente conseguí a los mejores autores sobre urbanismo y me reuní con los más prestigiosos arquitectos urbanistas. Me enamoré del tema, aprendí qué es, por qué se da, por qué fluye, por qué se crea, por qué crece en cierto momento y tiende a deteriorarse en otro. Pero se puede recuperar, la ciudad se puede restaurar. Esta es una ciencia de carácter social más que formal, porque los desarrollos de la ciudad se suelen entender a través de líneas que trazan calles y zonas verdes, sin mucho acento social, cuando el verdadero urbanismo dice que debe ser muy para la gente, zonificado por sectores, con carácter inclusivo.

JEFE DE VALORIZACIÓN

Como mencioné, había hecho una muy buena relación con el alcalde Fernando Mazuera, quien todavía no era constructor. Los Mazuera fueron ante todo comerciantes de grandes volúmenes y, si mal no recuerdo, negociaba con trigo. Y cuando logró mucho éxito comercial se fue al poco tiempo para París. Mi relación con él hizo que me nombrara jefe de Valorización con el encargo especial de redactar un estatuto de valorización, porque aquí habían varias normas, pero muy inconexas. El estudio de la ciudad me sirvió para darle vida al Estatuto de Valorización de Bogotá en la época del famoso Concejo Admirable, pero también el Estatuto con el Fondo de Desarrollo. Esto fue así, no solamente por los urbanizadores clandestinos, sino por los serios, importantes y formarles, entonces, se fue dando una ciudad muy poco organizada como concepto. Por eso Bogotá se desarrolló por barrios.

Me hice cargo de este trabajo, fui a Medellín, ciudad donde ese aspecto de la valorización se había desarrollado muchísimo, estaban construyendo obras con este sistema. Me reuní con el director de Valorización quien me mostró un trabajo coordinado y ordenado. Me expuso cómo se podía determinar que una obra produjera valorización de la tierra y, por consiguiente, diera lugar a cobrar parte de esa valorización como impuesto para el Estado.

Hice el proyecto de acuerdo y lo llevé a conocimiento de la Junta de Valorizaciones, donde nuevamente tuve la fortuna inmensa de encontrarme con personas como Jorge Gaitán Cortés, Ignacio Chapelemos, abogado, director de varios gremios, Enrique Peñalosa Camargo, Gilberto Alzate Avendaño, el médico Martínez Capela que trabajaban ad honorem. Conté con su respaldo, pero también hubo quienes se opusieron, aunque no hacían parte de la Junta.

El estatuto de valorización lo trabajamos especialmente con Jorge Gaitán y con Enrique Peñalosa, se presentó al Concejo Municipal que lo aprobó. Con base en el Estatuto se hizo un plan que se iba a financiar con el presupuesto de valorización, ante todo la Avenida de los Cerros, que es lo que hoy en día llamamos la Circunvalar. Esta era una vía proyectada diferente, de doble calzada a distinto nivel para vencer la pendiente con puentes y con viaductos, de manera que se estimaba que en cinco minutos se podía ir desde el parque de los periodistas hasta la calle 72.

En la forma en que originalmente fue diseñada, era una maravilla, iba de norte hasta el occidente por la Circunvalar y la 26, rapidísima; lo mismo hacia el sur, se conectaba la 26 con la circunvalar, con la avenida del cerro y esa iba hasta la calle 6, que conectaba con la Avenida los cComuneros. Era un proyecto formidable que no se pudo hacer, porque desde cuando lo presentamos al Concejo, se formó una oposición terrible al impuesto que implicaba con patrocinio de El Tiempo, Camacol y por otras entidades que representaban a los dueños de la tierra, los que tenían que pagarlo. Entonces demandaron el estatuto y el Tribunal Contencioso Administrativo de Cundinamarca declaró que era ilegal. Denuncié a los propietarios de la tierra porque estaban cometiendo un delito y, El Espectador, que sí era partidario del impuesto, publicó en primera página algo como: Los magistrados del Tribunal de Bogotá cometen delito en esta providencia.

Tiempo después, la Corte dijo que era perfectamente legal, pero ya había pasado la oportunidad y no se pudo hacer la obra. Desde mi punto de vista, fue un dolor muy grande el haber sido víctima de esa situación, de una providencia que declara ilegal un trabajo que era totalmente correcto.

Igual se hicieron obras importantes, la de mayor relevancia fue la de los llamados Huecos de la 26. Pero claro, como no teníamos el impuesto hubo que apelar a otros recursos como uno que se llamaba Barrios Obreros, pero de manera provisional. Esto no gustó al doctor Carlos Lleras que se puso furioso e hizo un artículo muy fuerte contra Mazuera. Se hizo la Avenida los Comuneros, de la carrera 14 a la calle 6, también lo que se llamó en esa época la Autopista Medellín, se inició la carrera 30 y la calle 19, la que corrió un edificio en el que se construyeron las bases para que rodara hacia abajo, se hizo la estructura de sedimentación donde iba a quedar de tal manera que, cuando se pasó, encajó en esa estructura. Después se corrió otro edifico, Udecom, en la carrera 14.

Fernando Mazuera, que era un hombre diligente, nombró secretario de Movilidad a un coronel que puso a avanzar las cosas con disciplina, pero le fue muy mal. Los taxistas hicieron una huelga terrible, muy similar a la que le habían hecho antes a Gaitán. Querían que se eliminaran las normas que había creado Mazuera y que estaba imponiendo este secretario. Eso le costó la alcaldía.

Ocurre que Fernando Mazuera y Alberto Lleras, que era el presidente de la República, eran amiguísimos, entonces cuando la huelga se dio de esta forma, la ciudad quedó paralizada. Fernando Mazuera llamó al presidente y le preguntó que si eso lo obligaba a renunciar, y el presidente le dijo que debía renunciar de inmediato. Yo presencié esa conversación. Y es que no se pudo negociar con el gremio, se ha debido dialogar, el estilo del secretario no ayudó a la solución. Después de su tercera alcaldía, Fernando Mazuera no volvió a participar en cosas públicas.

ABOGADO

Me retiré y puse mi oficina de abogado, pero de una forma muy curiosa. Ocurrió que me encontré con un compañero de la universidad, José Manuel Fonseca, quien siempre fue un hombre pudiente. Cuando estábamos en la universidad vivíamos muy pendientes de cómo subían o bajaban las acciones de Coltejer. Y le decíamos:

— ¡José Manuel, subieron las acciones!

En el reencuentro, le dije:

— Mira, estoy intentando montar mi oficina de abogado, pero en el edificio del Banco de Bogotá de la calle 13 con carrera octava. Como bien sabes, es el edificio número uno de la ciudad.

— Pedro, la oficina que acabo de montar está lista y es precisamente allá. No la he ocupado en ningún momento porque acepté ser el presidente de Colseguros. Entonces está a tus ordenes, no tienes que pagar sino el teléfono.

Ahí ejercí mi profesión de abogado por un tiempo. El paso a la oficina de abogado fue inicialmente difícil, primero por no tener con qué montarla, pero, cuando me dieron la mejor, no timbraba el teléfono. Esto fue así por varios meses. En ese tiempo me dediqué a la construcción de mi casa en Santa Ana Occidental, la que diseñó y construyó mi hermano José del Carmen.

Estando en esas, recibí la visita de un amigo que tenía un problema enorme. Había hecho una urbanización cerca a la calle 26, sector Normandía, instaló el alcantarillado y todos los servicios, pero no tenía desagüe final. Las alcantarillas tenían que pasar hacia el alcantarillado mayor a través de un predio que no había dado el permiso. El proyecto estaba en cabeza de una empresa cuyo gerente vivía en los Estados Unidos. Le dije a mi amigo que lo único que había por hace era lograr que el municipio expropiara esa zona. Fui donde el personero de ese momento, Baudilio Bernal, le conté de la situación tan absurda, y estuvo de acuerdo con la solución.

Conseguí todo y se decretó la expropiación, pero no se podía notificar porque el señor no vivía aquí, entonces fue necesario hacer el trámite diplomático que fue demoradísimo. En algún momento el señor visitó el país y me enteré de que se encontraba en Bogotá alojado en El Tequendama. El juez ordenó al secretario notificarlo, lo hizo y ocho días después estaba consiguiendo la expropiación. Con los honorarios construí mi primera casa, la que mencioné.

CONSTRUCTOR

Poco tiempo después, y desde esto han pasado ya 55 años, Fernando Mazuera me llamó para decirme que tenía cosas que conversar conmigo, me invitó a almorzar, algo que para mí fue inicialmente muy extraño porque él pertenecía a lo que, en palabras gaitanistas, se conoce como la oligarquía de Bogotá, aún más, de Colombia, mientras que yo era, simplemente, un cucunubense. Fuimos al Jockey Club, donde me dijo:

— Mire, doctor Gómez. Usted conoce muy bien el tema de ciudad y yo, por un acuerdo con una familia muy amiga, estoy pensando en hacer una empresa urbanizadora. Nos gustaría que usted fuera el gerente.

Fernando Mazuera había convenido conformar la empresa con la familia de María Currea de Aya, matrona muy importante de Bogotá, quien también se ocupó del tema de la ciudad y que había sido concejal. Doña María tenía en el Tolima una finca que cubría más de un municipio, pero la perdió porque se la invadieron; también unos terrenos por la calle sexta abajo de la catorce, aquí en Bogotá. El caso es que la oferta me sorprendió, desde luego, pero a la vez me gustó mucho. Y este fue mi origen como urbanizador.

El nombre que originalmente se le dio a la firma fue Urrea y Mazuera, lo que hoy se conoce como Fernando Mazuera y Compañía. Con Fernando y sus socios trabajé por varios años, muy exitosamente, pues hicimos urbanizaciones importantes. Pocos años después, otra persona igualmente reconocida, don Juan Uribe Holguín, me llamó a invitarme a que fuera el gerente de su empresa. Esto me generó un dilema muy complicado de resolver porque cómo iba a dejar a Mazuera. El doctor Holguín me ofreció unas condiciones enormemente ventajosas, un sueldo mucho mayor y, además, participación en las utilidades. Yo no me podía ir de Mazuera sin hablar con él de ese tema y así lo hice. Un día lo invité a café y le conté. Le dije:

— Mire, don Fernando, tengo esta oferta que me resulta extraordinariamente favorable.

Y él, muy generosamente, como siempre lo fue conmigo, me dijo:

— Claro que sí, doctor Gómez. Le están haciendo una oferta extraordinaria, no la pierda, no se preocupe por nuestra empresa, nosotros entendemos que usted tiene derecho a gozar del buen prestigio y del buen conocimiento que tiene de la ciudad.

Así pasé a ser gerente de Currea Aya y Uribe Holguín, que al final de mi gerencia llegó a ser la más importante de urbanismo en Colombia.

En algún momento resolví, pese a los ingresos y a los magníficos resultados, que debía dedicarme tiempo. Quería seguir trabajando en el tema, pero ocupándome de otras cosas, porque sentí la necesidad de cultivarme un poco, de aprender sobre otras cosas y otros idiomas. Retirarme de Currea y Uribe Holguín no obedeció solamente a mi deseo de tener empresa propia, sino que desde allí trabajé con mucho entusiasmo y dedicación en un proyecto muy ambicioso. La empresa había comprado un terreno a Ferrocarriles Nacionales donde funcionaban sus talleres, muy bien ubicado desde el punto de vista urbano.

Ahí estructuré un proyecto para hacer 1200 departamentos (apartamentos), algo muy estudiado, invité a los mejores arquitectos para que me colaboraran. Obviamente lo presenté a la Junta Directiva. Tanto doña María Currea como el doctor Juan Uribe Holguín hicieron toda clase de reconocimientos a mi trabajo y al resultado, pero pocos días después me invitaron a un almuerzo muy formal en la casa de doña María en el que me reiteraron el reconocimiento, pero también para decirme que ese era un proyecto muy grande, muy exigente y, sobre todo, de realización de muchos años. Que siendo ellos personas mayores no querían comprometerse en iniciarlo.

— Nos da mucha pena decirle, Don Pedro, que no vamos a realizar ese proyecto.

Para mí fue un golpe muy fuerte, muy duro, aunque comprensible. El motivo por el cual ellos se abstuvieron de realizarlo era válido. Se trataba de personas ya muy mayores y el proyecto podría tomar como mínimo cinco o diez años. Este fue el otro motivo por el cual decidí retirarme de Currea y Uribe Holguín, porque le había dedicado todo mi tiempo al proyecto y de seguir vinculado hubiera tenido que comenzar otro, desde cero y de características mucho menores.

PEDRO GÓMEZ Y COMPAÑÍA

Entonces, en 1968, creé Pedro Gómez y Compañía. Inicié con los ahorros que había logrado gracias a la muy buena participación en utilidades que me habían dado en Currea y Uribe y con los ahorros que había hecho de mi propio sueldo que era muy generoso. Con esos recursos compré unos terrenos en el sur de Bogotá. Le pedí al mayor de mis hermanos, el arquitecto José del Carmen, que me trazara un proyecto. De manera que hicimos trece casas que se vendieron muy fácilmente y que le dejaron a mi empresa unos márgenes muy positivos. Mientras tanto conseguí otros terrenos parecidos en otra urbanización vecina y repetí el modelo con buen éxito.

Para esos días me contactaron dos muy queridos amigos que tenían unos terrenos en el sur de Bogotá, en la calle 50, al sur, cerca al Hospital San Carlos, en la prolongación de la Avenida Caracas. Eran de muy mala apariencia, parecían montículos, no gustaban, razón por la que no los pudieron vender pese a mi colaboración para que lo lograran. En esos días les hice una propuesta a Fernando Mazuera y a Luis Prieto Ocampo. Les dije:

— Yo sé que ustedes necesitan vender, pero no puedo hacer más. Cabría una posibilidad si ustedes me dan un precio y unas condiciones de pago favorables, entonces se los compro.

— Claro que sí.

Muy pronto llevé buldócer, acabé con los montículos de tierra, tracé calles, zonas verdes, instalé una valla promocionando la Urbanización Santa Cruz, con la que obtuve muy buenos resultados.

Los primeros desarrollos de Ospina y Compañía en el sur fueron Santa Matilde y Montes. Luego vino el mío. Trabajando en los proyectos, me llamó el gerente de la lotería de Bogotá, Germán París, amigo muy cercano, para decirme:

— Pedro, como sabes, las loterías pasamos a competir, no solamente con lo que es propio de la lotería como son los premios en efectivo, sino con otros premios especiales. Nosotros en la Lotería de Bogotá ofrecimos unos departamentos en el norte de Bogotá. Pues bien, se me va pasando el tiempo y no he logrado cumplir y no tengo quién los haga. ¿Por qué no te ocupas de conseguir un buen terreno, bien ubicado, y haces los edificios correspondientes?

— Desde luego que sí.

Fue así como pasé del extremo sur a la calle 100 de Bogotá. De ahí en adelante seguí haciendo edificios en el mismo terreno porque el lote era muy grande para los edificios de la lotería y había quedado uno un poco más extenso en la parte de atrás. Seguí haciendo departamentos de otros tamaños y ya no para premios de la lotería, sino para la venta comercial. Luego desarrollé otras urbanizaciones en el norte, muchas de ellas especialmente por la apertura de la Avenida 68 conectada a la calle 100, que hizo Virgilio Barco cuando era alcalde de Bogotá con motivo de la visita del Papa.

El presidente Lleras encargó a Virgilio de que se ocupara de preparar la ciudad para la visita del Papa y entre las obras importantes que hizo fue esa, la avenida 100 y la avenida 68 hasta el sur. Con estas abrió para la ciudad una cantidad de terrenos que hasta ese momento venían utilizándose para la agricultura y la ganadería. Al darse esa oportunidad tan importante, la de incorporar terrenos a la ciudad, yo hice negocios con la familia Rodríguez propietaria de esos terrenos ganaderos, fui comprando por partes y en esa misma medida fui haciendo los desarrollos para estratos medios.

Luego vinieron urbanizaciones como Calatrava y otras más a la espalda del Country Club. Todo lo trabajé con esmero. Me hice a la buena voluntad de arquitectos extraordinariamente buenos que me ayudaron con el urbanismo. Recuerdo especialmente a Manuel Restrepo Umaña, que por una parte fue una de las cabezas que me ayudaron a hacer Unicentro en Bogotá. Restrepo Umaña, además de ayudarme en proyectos específicos como ese, también me ayudó a dirigir mi departamento de arquitectura en Pedro Gómez y Compañía del que hicieron parte catorce arquitectos y diez dibujantes.

HOTELERÍA

Ese es el Pedro Gómez que conoce la gente. Pero no sabe que como empresario también hice otras cosas interesantes. Yo consideraba que la empresa debía diversificarse, entonces incursioné en hotelería con motivo de la construcción de un magnifico proyecto para la tercera y cuarta edad. Hicimos un hotel como parte de la ciudadela.

Luego vino el Hotel Casa Medina, donde está uno de mis mejores recuerdos. Esa casa era de departamentos, el dueño se aburrió de arrendarlos y quiso vender. Supe que algunas personas estuvieron interesadas en adquirir la casa para demolerla y hacer un edificio de gran altura, cosa que me pareció terriblemente negativa para la ciudad. Era uno de los edificios más bonitos, entonces lo compré sin saber a qué lo iba a destinar. No funcionaba para arriendo, tampoco para oficinas porque no contaba con parqueaderos suficientes. Adelantamos estudios que reflejaron que, si bien un hotel requería de parqueaderos, era en menor número que cualquier otro uso al que se le destinara.  

Entonces adecuamos la casa para hotel. Luisa Pinto, gran arquitecta, hizo un trabajo formidable para un hotel mínimo, de veinticuatro habitaciones. Con el tiempo fui comprando otras casas dentro de la misma manzana y ampliando la casa original, conectada naturalmente hasta llegar al hotel que es hoy, sin duda, el mejor hotel de Bogotá. Lo es no solamente por la arquitectura tan especial, sino también por su ambientación interior. En él los huéspedes reciben un trato impecable. Quien llega a él no quiere volver a ningún otro.

Más adelante hice el Hotel Charlestone. Con el mismo gerente creé una empresa hotelera, Charleston S.A. Con esta empresa hicimos el Hotel Santa Teresa de Cartagena. Este fue un trabajo extraordinariamente lindo. Inicialmente compramos las ruinas de un convento que en algún momento fue hospital, después casa de la Policía. Con el tiempo fue deteriorándose de manera que, cuando llegamos a tenerlo estaba en ruinas. Se hizo una restauración tipológica, se estudió bien la arquitectura original hasta lograr algo parecido a lo que fue el convento Santa Teresa. Esta obra contribuyó mucho a la restauración de la ciudad.

CRISIS ECONÓMICA

También restauramos una casa para habitarla con mi señora, Piedad. Queríamos vivir en Cartagena, en un momento en que la empresa era muy sólida. Los resultados fueron formidables, nos permitieron adquirir un avión Jet, en el que yo viajaba a las ciudades donde teníamos obras. Muchas veces visité obras en más de una ciudad el mismo día. Finalmente hice la casa que habitamos por un tiempo, pero no pudimos trasladarnos a trabajar desde Cartagena porque se presentaron otras circunstancias. Vino la famosa crisis del año 2000 que nos obligó a vender los bienes más importantes de la empresa, entre ellos el avión. Y así fuimos vendiendo todo: los hoteles y la empresa de hoteles que compró un francés.

OTRAS ACTIVIDADES

Hicimos una empresa productora de concreto, Metroconcreto, para atender las obras de Bogotá y otras ciudades. Fuimos gestores de Programar Televisión, con Felipe López y con otras personas como Virgilio Barco. También BEG, empresa dedicada a los productos agrícolas y ganaderos, asesorados y dirigidos por un experto judío muy representativo que también nos invitó a invertir en la Guajira aduciendo que donde hay desierto no hay bichos, y que lo importante es tener agua. Eran terrenos muy extensos, pero con la posibilidad de llevarles agua. Una de los pasos más importantes que dimos con esa empresa fue en Chigorodó, al norte de Antioquia, con los cultivos de palmitos para exportación.

Uno de los socios fue Eduardo Villate, mas tarde gerente general de Pedro Gómez y Compañía, y Virgilio Barco que con su incursión en la política decidió retirarse, entonces decidí comprarle su parte. Luego a Villate. Me había quedado una finca que, por efectos de la violencia, tuve que vender. Asistimos con Enrique Peñalosa – padre, a la Conferencia Económica de Israel, en la que, en una sola mañana, se presentaron cuatro premios Nobel. Aprendí que las cosas más importantes, de mayor impacto e influencia, se pueden presentar con análisis. Luego constituimos Astro Flores, en el norte de Bogotá. Más adelante compramos otra en Ecuador, al norte de Quito.

Pero también dimos apoyo a instituciones meritorias como TELETÓN, idea de Carlitos Pinzón, hombre de radio, locutor magnífico con gran sentido social que motivó la construcción y puesta en marcha de un gran hospital especializado en la recuperación de los damnificados por la guerra, la misma que mantenía a reventar al Hospital Militar. Ayudamos a conseguir el terreno en el norte de Bogotá, hicimos el proyecto para el que fue necesario un estudio muy juicioso, porque no sabíamos de hospitales especializados, y ayudamos en la junta directiva durante un tiempo. También apoyamos al hospital Lorencita Villegas de Santos porque no tenía cómo atender a las gentes que venían del campo sin recursos, enfermos graves sin tener ni siquiera dónde vivir.

En asocio con el presidente Belisario Betancur hicimos el Museo de los Niños, dedicado a que aprendan las nociones básicas de la ciencia y la tecnología mientras juegan. Es una de las mejores cosas que he hecho. Esta fue una idea de Belisario Betancur que manejamos entre los dos durante treinta y un años hasta cuando un alcalde de Bogotá resolvió que no se justificaba, que era mejor convertirlo en parque de distracciones. Grave error y pecado sobre el cual no quiero insistir.

Brindamos apoyo en el proyecto y construcción de la clínica para la Fundación Oftalmológica, en la que Álvaro Rodríguez es el director general y que está ubicada en la 45 abajo de la carrera 13. La Fundación atiende a pacientes de escasos recursos.

FUNDACIÓN COMPARTIR

En 1979 se acumularon varios desastres naturales. Ocurrieron las inundaciones de Patio Bonito, de gente muy humilde al sur de Bogotá. Pero también las del Magdalena Medio, afectando a un buen número de fincas. El maremoto de Tumaco que invadió parcialmente la ciudad. Entonces, el presidente Carlos Lleras Restrepo a través de su semanario Nueva Frontera hizo un llamado a los empresarios de Colombia:

— Son más de veinticinco mil familias en este momento que no tienen qué comer ni dónde dormir. No tienen opciones y el Estado sin la capacidad para atenderlas. Mi invitación es a que hagan algo.

Se me ocurrió convocar a los más grandes e importantes empresarios de Colombia, a los Umaña, a Jaime Michelsen, a una reunión en lo que era en ese entonces el Club de Ejecutivos que yo presidía. Les expuse la situación del país y la invitación del presidente Lleras. Les hice ver que los recursos que entregáramos a causas específicas no solucionarían la base del problema, muchos naufragarían en el camino por corrupción, otros se perderían por mal manejo. Les sugerí que creáramos una empresa para solventar la mala situación de los damnificados por los desastres. Quedaron impresionados con la idea, pero les gustó. Carlos Ardila me preguntó.

— Pedro, si conformáramos esa empresa, que me parece sumamente raro, pero si lo hiciéramos, ¿quién la manejaría?

— Yo me comprometo a manejarla, pero dependerá de su tamaño. Si es pequeña podré dedicar parte de mi tiempo libre, pero si es grande tendré que dedicar la mitad de mi tiempo.

Un buen número de ellos aceptó y contribuyó, por un tiempo muy importante, a la conformación de la Fundación Compartir. Cuando se retiraron la asumí en su totalidad desde Pedro Gómez y Compañía. Ya van más de cuarenta años y sigo al frente de ella, presidida en la actualidad por mi hija Luisa, doctora en Administración en Educación.

Atendimos varios desastres, como el terremoto en Popayán. Desde Pedro Gómez y Compañía atendimos la tragedia de Armero, una de las catástrofes más conmovedoras que ha existido en la que quedaron más de veinte mil personas llorando a sus seres queridos. Le dediqué la totalidad de mi tiempo durante ocho meses largos, de día y de noche, sábados, domingos y festivos. Tan solo viajé por un día a visitar a mi nieta recién nacida fuera del país.

Desde la Fundación pronto nos dimos cuenta de que hay otro tipo de desastres que no son causados necesariamente por fenómenos naturales, sino por la economía, por nuestra manera de ser, por la inequidad en que vivimos. Decidimos, sin abandonar la razón inicial, adoptar las causas de la población sin vivienda. Construimos casas que vendimos a su costo de construcción.

Surgió la urbanización Compartir Soacha, brindando seis mil cuatrocientas soluciones de vivienda, casas dotadas de todos los servicios públicos, centro comercial, plaza de mercado, aulas para educación, estación de bus con cafetería para los choferes y club para hacer deporte, jugar tejo, y salón de recepciones. El proyecto compitió en una convocatoria que hicieron en Suiza, solo nos superó Japón con un puerto absolutamente espectacular.

En nuestras reuniones de junta directiva, llegamos a la conclusión de que quien no tiene casa, pero tiene empleo, en algún momento podrá llegar a adquirir una. Si tiene casa, pero no tiene empleo, puede llegar a perderla. Entonces resolvimos apoyar la generación de empleo a través de la microempresa gracias a un estudio muy juicioso de la Fundación Carvajal. Se brindó capacitación administrativa, financiera sin importar el tamaño de su negocio.

Muchos crecieron, algunos cuentan hoy con empresas muy representativas en términos de generación de empleo, otros son exportadores. Cuando el Sena tomó nuestras bases y se dedicó a brindar el mismo apoyo, lo que nos complace, decidimos buscar un nuevo enfoque. Encontramos que la respuesta a muchos problemas está en la educación.

PREMIOS COMPARTIR AL MAESTRO

Han pasado veinte años. Generamos los Premios Compartir al Maestro, dirigido a maestros ilustres. Estudios demuestran que ha sido un aporte formidable. En Dubái cuentan con un premio tasado en millones de dólares, con la participación de más de tres mil competidores, y uno de nuestros maestros estuvo entre los diez finalistas. Lo que ha hecho Compartir como empresa es más importante y enriquecedor que lo que ha hecho Pedro Gómez y Compañía.

Con una formación mediocre no se puede competir, y la inmensa mayoría de nuestros nacionales no recibe educación de calidad, sino mediocre. La Fundación Compartir ha hecho estudios, muchos de ellos con el apoyo de universidades del más alto nivel como los Andes, el Rosario y una americana. Se conformó un grupo de investigación para revisar en sitio lo que se ha hecho en Japón, Corea, Singapur y Canadá, que hace 50 u 80 años estaban tan mal como Colombia y hoy son los mejores del mundo.

Se planteó al Gobierno Santos una reforma estructural sistémica de la educación, pero ante la caída de los precios del petróleo se disminuyeron sustancialmente los recursos. Quizás sea el momento de plantearlo al presidente Duque. Actualmente la Fundación Compartir se ocupa de la educación rural como parte de su compromiso con la equidad y apoya muy estrechamente al Ministerio de Educación.

POLÍTICA

Hice una pausa como empresario y me tomé dos años para participar en política. El expresidente Turbay Ayala era el jefe del Partido Liberal, pero tuvo dificultades y me invitó a ser el secretario General. Como tal manejé las dos elecciones que se presentaron en ese momento, una de parlamentarios y otra a la Presidencia de la República. Las ganamos y me retiré como político.

DIPLOMACIA

También me dediqué a la diplomacia como embajador de Colombia en Venezuela. Trabajé de manera consagrada en la superación de profundas dificultades entre las dos naciones. Se conformó la comisión colombo-venezolana, que presidí por veintisiete años, cuya misión central fue arreglar el problema de la delimitación de áreas marinas y submarinas. Pero también afrontó otros problemas, aunque de menor jerarquía.

PAZ

Fui miembro de la comisión que designó el presidente Pastrana para negociar con la guerrilla en el Caguán. Yo había estudiado la personalidad de Tiro Fijo, entonces sabía por dónde hacerle impacto a Marulanda. Durante los descansos de la comisión negociadora, busqué la forma de conversar con él. Para abordarlo le planteé el tema que a él le gusta. Le dije:

— Manuel, mire, venga que yo tengo cosas en las que me identifico con usted. Me parece el colmo que nuestro Partido haya dejado de apoyar temas nobles, a los sindicatos, a los trabajadores desde el Ministerio de Trabajo, a los agricultores y campesinos. El Partido Liberal, desde la época de Alfonso López Pumarejo, Olaya Herrera y otros, se formó muy bien en estas materias y logró progresos para el país y para su gente.

— Totalmente de acuerdo doctor Gómez.

De esta forma quedó vinculado al asunto y seguimos conversando tanto como teníamos oportunidad. Cualquier día, cuando me retiré de la comisión negociadora, recibí el mensaje de que Tiro Fijo quería hablar conmigo. Entonces fui donde Pastrana a contarle sobre mi acercamiento y que ahora él quería hablar conmigo. Le pregunté:

— ¿Usted considera que debo ir?

— ¡Claro! Vaya y me cuenta a ver qué podemos hacer.

Viajé con la comisión negociadora hasta el sitio de las conversaciones en San Vicente del Caguán. Ahí me recogió en un sitio determinado Griseño, el jefe del secuestro, el más temido de todos. Tiro Fijo se encontraba a dos horas, completamente inmerso en la montaña. Conversamos, le pregunté:

— ¿Qué es lo que usted quiere, Manuel? Pero de verdad, dígame realmente qué es lo que necesita el país para acabar con la guerra.

— Lo que nosotros queremos es, primero, que se acabe con este sistema electoral que tenemos, pues permite que el Parlamento esté lleno de bandidos que se roban la plata de los presupuestos de educación y de la salud. Ellos son los que se roban la plata, por eso se hacen elegir senadores o representantes, y eso lo sabe todo el mundo.

— Estoy de acuerdo, Manuel. Hay que acabar con eso.

— Queremos también que se haga una reforma para que haya una mejor distribución del ingreso, una más justa. Que haya más recursos dirigidos a quienes más necesitan. Que haya más recursos para educación, para salud, para atender las necesidades de las gentes humildes. Los recursos son los mismos, pero hay qué ver cómo se distribuyen y, desde luego, a dónde se están dirigiendo. Porque en la teoría están bien aplicados, pero no en la práctica. Que haya una distribución de ingresos más justa, más equilibrada, en busca de la equidad.

— De acuerdo, Manuel. Estoy totalmente de acuerdo, y no es por decírselo, es que realmente es lo que pienso.

— Mire, doctor Gómez. Estoy de acuerdo con que es necesario y muy útil para el país, que haya bancos importantes, grandes, porque tienen que competir y tener relaciones con los de otros países. Deben ser competitivos, al igual que otras entidades financieras de distinta naturaleza, se necesitan para atender los diferentes sectores de la economía. Entiendo que requieren de recursos suficientes para prestar sus servicios, pero, con lo que no estoy de acuerdo es con que esas entidades pertenezcan a la misma persona. ¡Eso si no!

— De acuerdo, Manuel.

— Me parece muy importante que haya buenos periódicos y revistas. Porque son los dueños de la comunicación. También con que lleguen sistemas de comunicación de otros países. Es muy importante estar actualizados de lo que ocurre en el mundo. Pero, con lo que no estoy de acuerdo, es que eso lo maneje una sola persona, la misma persona. No queremos más de eso.

— De acuerdo, Manuel.

Tengo que decirlo, estuve de acuerdo en todo lo fundamental con Tiro Fijo. Yo sé que hay mucha gente a quién no le complace mucho eso de que haya una mejor distribución del ingreso y que, por consiguiente, los más poderosos se disminuyan las posibilidades pero hay que asignar más a educación y a salud. Sé que no les va a gustar, pero es lo que pienso. Es la razón de ser de la Fundación Compartir.

No le pregunté el porqué dejó su silla vacía. Mejor que hubiera ido, fue una pena que no lo hiciera. Esto no lo conversé con Tiro Fijo, no me pareció importante, pero sé que las gentes de Marulanda, de las FARC, dicen que no lo hizo porque tenían buenas razones para pensar que ahí lo iban a matar. Yo no creo que eso hubiera ocurrido. Ni de riesgo, no cabe la menor posibilidad de que el presidente de la República vaya a citar a su opositor para sentarlo y matarlo.

Informé al presidente Pastrana de la conversación. En el fondo llegamos a un acuerdo. Pero lo que plantea Tiro Fijo, lo que propone, no es fácil de realizar. Se trata de un proceso complejo que no se puede presentar ante el país de la manera como nosotros lo estamos conversando. No se le puede decir al país que vamos a acabar con un parlamento de bandidos. Eso lo puede decir Tiro Fijo, y yo se lo puedo admitir en una charla privada, aunque es una cosa que el país sabe porque casi que todos los días se descubre que alguno de ellos está incurso en abusos al presupuesto, pero de ahí a cambiar todo el sistema hay mucho trecho.

Se trata de surtir un proceso complicado, eso quizá se pueda hacer con el tiempo y por partes. Estuve de acuerdo en los planteamientos sustanciales, también estuve de acuerdo con el presidente Pastrana en que eso no se podía hacer de un momento a otro. Y por eso no pasó a mayores. Después el presidente Santos dio pasos en ese sentido, inició un proceso que todavía no culmina.

Actualmente vivimos una situación muy complicada con Venezuela, aunque por razones muy distintas. La migración de tantos venezolanos y la falta de recursos para darles la atención que necesitan, porque Colombia no tiene las condiciones que se requieren. Se ha dicho en repetidas ocasiones que hemos estado en riesgo de enfrentamiento militar con Venezuela, esperemos que no sea cierto.

Estuvimos al borde de la guerra cuando la corbeta Caldas visitó nuestras aguas en el Golfo de Venezuela, quizá más cerca en ese momento que nunca porque hubo una movilización total de las tropas de Venezuela a la frontera. Tenemos crisis cada tanto. Esto nos enseña que hay que arreglar las cosas con Venezuela. Tengo la seguridad de que Colombia ha hecho esfuerzos muy importantes, muy juiciosos, para tratar de llegar a acuerdos. Alguna vez llegamos al de Caraballeda, que no respetaron.

En las negociaciones que presidí en representación por Colombia, llegamos a un acuerdo que está firmado, pero que tampoco respetaron. Pero eso no quiere decir que no se siga insistiendo, porque se debe evitar un enfrentamiento militar con Venezuela. ¡Qué desastre que sería! Algo terrible y una vergüenza para ambos países.

UNICENTRO, MULTICENTROS Y PLENITUD (1975)

Más adelante “me dio” por hacer Unicentro. Logré conseguir un terreno muy bien ubicado por un precio aceptable pues el lote era un poco irregular, propiedad de Enera Calderón de Santos. Construimos y entregamos edificios de cinco pisos en menos de un año.

PEDRO GÓMEZ Y COMPAÑÍA ha procurado aportar ideas innovadoras que contribuyan al desarrollo urbanístico ordenado y a la modernización de la ciudad; cambió el objeto mismo del negocio inmobiliario. Hace cincuenta años la mayoría de las familias aspirantes a vivienda compraba lotes con servicios para diseñar y construir sobre ellos sus casas, con todos los inconvenientes que ese proceso generaba, especialmente por las fallas en el presupuesto.

En la urbanización Bonanza Tecvivienda y, nosotros, cuando manejábamos Mazuera y Cia., empezamos a vender masivamente casas construidas para los estratos socio económicos menos pudientes, tendencia que luego se extendió a los estratos medios como Usatama y hasta medios altos como el Recreo de los Frailes, Calatraba y Antigua.

En 1974 PEDRO GÓMEZ Y COMPAÑÍA dio por otro paso aún más audaz. Tal vez más importante que el que había dado cuando decidí dejar mi gran empleo y crear mi propia empresa.

En un cóctel ofrecido por el Comité de Comercio de Bogotá, con participación de sus principales líderes, como Hernando Luque, Roberto Collins y Álvaro Pachón, surgió una inquietud significativa y pertinente: los “centros comerciales modernos”, tipo “Mall”. Los amigos atrás mencionados me preguntaron, como tomándole la lección al constructor: “¿Por qué no se ha construido en Bogotá un centro comercial moderno, a la manera de los que ya son frecuentes en Europa, en Estados Unidos e inclusive están apareciendo en Suramérica?” No supe contestar, pero la preocupación nos quedó a Juan Pizano, Hernando Casas y a mí, que formábamos un grupo aparte.

Luego de otra copa y algunas consideraciones, los tres nos propusimos investigar el tema hasta tener una respuesta clara. Invité a Juan y a Hernando a reunirnos en mi oficina de Seguros Bolívar todos los martes a la diez de la mañana, para aportar y analizar lo que hubiéramos investigado durante la semana, y así lo hicimos cada vez más entusiasmados con el asunto.

En pocas reuniones llegamos a las primeras conclusiones. Alguna de éstas nos indujo a extender y profundizar nuestras investigaciones directamente en los más famosos centros comerciales de Europa y Estados Unidos; se trataba de que cada uno de los tres visitará esos centros comerciales, pero no como turistas o compradores, sino planteándoles nuestros objetivos a los administradores, a los promotores, a los arquitectos y a los comerciantes más importantes. Analizamos sus diversos aspectos estéticos, de funcionamiento, de organización interna, de publicidad y de relaciones con la comunidad.

Así lo hicimos y un mes después nos reunimos nuevamente en Bogota para compartir y analizar nuestros respectivos logros. Fue así como supimos qué y cómo era un “Mall”, cómo se financiaba (había crédito a largo plazo) y de qué manera se construía un centro comercial.  PEDRO GÓMEZ Y COMPAÑÍA se encargó de elaborar e impulsar el programa y de hacer los estudios urbanísticos y comerciales necesarios para escoger el sitio apropiado para realizar la idea; también escogimos al taller de arquitectura de Juan (Pizano, Pradilla, Caro, Restrepo) para diseñar el proyecto del primer gran centro comercial del país. Solo después de ese cuidadoso proceso de depuración y síntesis, Manuel Restrepo Umaña y Álvaro Pradilla plasmaron el proyecto de esta obra que por su calidad arquitectónica ha merecido la admiración de los bogotanos por muchos años.

Me había dado cuenta de que en todas las capitales importantes del mundo los centros comerciales eran prácticamente ciudadelas integradas a la ciudad, mientras que en Colombia lo que existía eran, o almacenes grandes o pequeños “pasajes””. La sola idea del proyecto parecía quijotesca. Con excepción del Pasaje Rivas –el primer conjunto de almacenes fundado en 1901- Bogotá estaba retrasada cuando menos cincuenta años en la concepción de centros comerciales que ya funcionaban en Estados Unidos y Europa. De esa convicción y de muchas consideraciones nació la idea de UNICENTRO.

Además de la escasez de recursos económicos por falta de inversionistas, el problema más difícil que enfrentábamos era conseguir un buen lote, un terreno apropiado. Un centro comercial que pudiera cambiar el concepto de competencia y ventas al público requería ser muy grande para que pudiera ofrecer “de todo para todos” y estar muy bien situado en relación con la ciudad ya formada y con la proyectada.

Después de una búsqueda exhaustiva, precedida de un estudio juicioso de la historia y la geografía comercial de la ciudad, desde la llamada  “Calle Real”, y la Plaza de Bolívar, su paso a la “Carrera Séptima” hasta la Avenida Jiménez primero, luego hasta la calle 24, su salto a Chapinero por la carrera 13, más tarde a “El Lago” y la carrera 15 hasta la calle 100 cuyos recuerdos históricos y geográficos marcaron la tendencia del comercio siempre hacia el norte y el nororiente, los investigadores aconsejaron no aceptar el ofrecimiento generoso de Don Carlos Pacheco, de un magnífico lote en su urbanización de la calle 113, pero debajo de la Autopista del Norte. Con cierto tono clasista que no gustó, pero convenció, dijeron “los de debajo de la autopista irán con gusto a un comercio de arriba, mientras que los de arriba no querrán bajar a un comercio del occidente”.

Así fue como los estudios continuaron y finalmente se encontró un terreno que parecía un milagro: treinta y cuatro hectáreas entre la calle 100 y el Country Club de Bogotá. La propietaria era Gloria González de Esguerra, heredera de don Pepe Sierra, quien llegó a ser legendario por haber sido el dueño, entre otros, de todas las tierras que hoy constituyen el Barrio “El Chico””. Más de medio siglo después de la muerte de Don Pepe y, a pesar del desarrollo urbano de Bogotá, sus herederos todavía eran dueños de los mejores lotes. A tal punto que, en 1974, su nieta todavía tenía vacas de ordeño y sembraba cebada en terrenos adyacentes a las más exclusivas zonas residenciales de la capital.

Ofrecimos comprarle parte de su finca de la calle 100. Ella, que cedió gratuitamente importantes terrenos para construir un hospital moderno y así beneficiar a la ciudad, se interesó por nuestro proyecto y aceptó vender. Se requerían, sin embargo, cinco millones de pesos de la época (hoy equivalentes a unos 50 millones) para cerrar el negocio. Como no los tenía, a acudí a Jaime Michelsen para que me los prestara.

Mi antiguo compañero de universidad no tuvo reparos a pesar de que se trataba de un crédito personal sin garantía; ante mi pretensión, Jaime convocó a sus principales ejecutivos a una especie de micro junta, les repitió mi cuento y les pidió su opinión. Ellos, en medio de carcajadas, le contestaron algo como esto: estimado jefe, este no es un negocio comercial sino un asunto personal y de amistad, del cual parece que no te puedes escapar, y ciertamente de allí en adelante Jaime se convirtió en el financiador mediante el banco Grancolombiano y otra de sus empresas inversionistas en uno de los más importantes socios del proyecto.

UNICENTRO tropezó con muchas dificultades. Era de una dimensión muchas veces superior a cualquier proyecto que yo hubiera manejado en el pasado. Nadie entendía el proyecto y muchos pensaban que yo me iba a quebrar. Por primera vez se iban a construir en Bogotá setenta mil metros cuadrados exclusivamente para un centro comercial. Era como si un arquitecto enloquecido estuviera haciendo parte de Brasilia.

En la concepción de la idea y en su análisis nos acompañaron Juan Pizano y Hernando Casas. Con ellos nos seguimos reuniendo muchos martes a las diez de la mañana en nuestras oficinas de Seguros Bolívar, para darle contenido y forma a esa ilusión que, durante varios años inquietó al Comité de Comercio de Bogotá, donde comerciantes de mérito como Álvaro Pachón y Daniel Valdiri trataban de organizar a sus colegas, sin lograrlo plenamente. Hicimos muchos viajes por el mundo entero conociendo.

En 1975 inauguramos UNICENTRO. Con este centro comercial, este abogado rosarista se “graduó” como constructor, pese a que ya había desarrollado algunas construcciones importantes en el sur y en el norte de Bogotá. Reconozco que esta obra me catapultó a las ligas mayores de las constructoras. Nos dio la imagen de una empresa innovadora en el área urbanística, capaz de liderar los aportes de capital de importantes inversionistas y de transmitirle confianza a la banca para que otorgara los créditos. Se creó una alianza que posteriormente se constituyó en uno de los principales motores para el desarrollo de mi empresa y de la construcción en general, en el país.

Fue toda una aventura empresarial para la época, pues la zona era poco urbanizada y el complejo, UNICENTRO-MULTICENTROS superaba en tamaño todos los proyectos que había realizado hasta entonces. A partir de ese momento, PEDRO GÓMEZ Y COMPAÑÍA se convirtió en el pionero de los centros comerciales en Colombia.

UNICENTRO, sin embargo, no acabó siendo un gran negocio. El escepticismo inicial sobre las dimensiones del proyecto, por parte de los compradores, produjo retrasos en las ventas y los costos financieros fueron enormes.

Durante la construcción de UNICENTRO circuló el chisme de que yo estaba quebrado, y se alcanzó a decir que me había fugado del país. Alberto Peñaranda, gran amigo e importante periodista quien dirigía el noticiero más importante por aquella época, “Suramericana” (PONCH), me llamó por teléfono temprano una mañana, me invitó a sus oficinas con mucha urgencia, para informarme de algo trascendental. Muy nervioso y dubitativo me trasladé de inmediato. 

Al llegar me estaba esperando frente a las cámaras de televisión, me pidió decir algo hacia la tele audiencia, no importaba qué, porque se trataba de mostrar que yo estaba en Bogotá, que “no me había volado del país”, como lo afirmó reiteradamente alguno de los comensales en la cena de la noche anterior, y él, Alberto, había negado semejante conseja y había hecho una apuesta importante. Además, me invitó a reunirme con el “chismoso” que supuestamente era amigo común. Alberto ganó y cobro la apuesta.

Como Jaime Michelsen era el principal acreedor del proyecto, la continuación del proyecto dependía de que él no suspendiera la provisión de fondos. Me reuní con él para explicarle que la situación no era crítica sino difícil, pero manejable. Le sugerí que enviara un auditor para que verificara la realidad de la misma, pero él me contestó: “Yo lo que quiero es ayudarte. Si mando un auditor y eso se filtra, lo que van a creer es que estás quebrado y nos quebramos ambos. Mejor sigamos adelante”. Así fue. Se logró salir adelante gracias al apoyo de Jaime Michelsen.

Y otra anécdota divertida: para celebrar la terminación de “la obra negra” y agradecer a los trabajadores, a los profesionales, a los bancos y sobre todo para compartir con los amigos, organizamos un gran almuerzo de estilo “piquete campestre”, con ternera a la llanera en la gran terraza del centro comercial; amenizado con la famosa cantante Claudia de Colombia y su orquesta. También pusimos un helicóptero a disposición de quienes quisieran conocer los alrededores de Unicentro desde el aire. Durante los aperitivos, algunos de mis amigos, impresionados por la magnitud de la obra y la cuantía de las supuestas inversiones, lamentaban que yo estuviera en situación tan critica como la que suponían, y en consecuencia, la mayoría consideraba que un centro comercial moderno pero de menor tamaño hubiera sido lo acertado.

Entre los amigos, escuchando esos comentarios estaba Virgilio Barco, quien reaccionó, se situó a cierta distancia y desde allá me gritó algo como esto: Pedro, gracias por el magnífico ágape que nos estás ofreciendo y felicitaciones por este logro comercial, pero tengo que reclamarte por el tamaño:  te quedaste corto, muy corto; dentro de cincuenta años Bogota será y necesitará mucho más que esto, y tú sabes que así es cómo debemos proyectar nuestras obras. Las críticas mencionadas atrás desaparecieron y fueron reemplazadas por reflexiones sobre la ciudad del futuro.

MULTICENTRO

En Unicentro aunque no perdí, la ganancia tampoco fue proporcional al alcance de la idea, ni  al riesgo. Sin embargo, al centro comercial solo le había dedicado doce de las treinta y cuatro hectáreas que compré. Las otras veintidós fueron desarrolladas como complejos de vivienda bajo el nombre de MULTICENTRO, una vez que el Centro Comercial se había consolidado. En este proyecto de vivienda me fue tan bien que todas las anteriores angustias fueron compensadas con creces. Por qué MULTICENTRO, me preguntaron, porque ante las crecientes incomodidades de la gran ciudad, originadas especialmente por la falta de transporte masivo, lo deseable es reunir la vivienda con los servicios, la educación, el comercio y las fuentes de trabajo, todo en un mismo sitio o a distancias caminables. Son los llamados “desarrollos urbanos autosuficientes” ubicaos dentro de la gran ciudad, caso en el cual los hemos denominado MULTICENTRO, o fuera de la gran ciudad, como en París o Londres, donde han construido “ciudades satélites”.

MULTICENTRO fue el primer ensayo de un desarrollo autosuficiente en Bogotá: allí reunimos comercio, servicios, trabajo, esparcimiento y 1568 viviendas de diversos estilos y tamaños, así como un conjunto de 342 departamentos para la tercera y cuarta edades que llamamos PLENITUD. Este tiene forma de pueblo vertical, con plaza e iglesia en el centro de otras actividades como unidad médica, peluquería, cafetería, club social, biblioteca, lavandería y hotel. Se trataba de ofrecer a los bogotanos de tercera y cuarta edad una verdadera solución a sus limitaciones pero sin aislarlos; dándoles la oportunidad de participar en el agitado mundo de la ciudad apenas pasando la calle para llegar a Unicentro, o resguardarse en su propio mundo , tranquilo, seguro y pleno de servicios y comodidades. Además de PLENITUD, este conjunto que acabamos de describir y que luego se convirtió en el Hotel La Fontana, Multicentro de Bogotá comprende 1194 apartamentos y un conjunto de 32 casas de estilo escandinavo: la arquitectura tan especial de este conjunto de casas, con cubiertas oscuras y muy inclinadas fue otra expresión de la enorme capacidad creativa e innovadora del “ Chino Herrera “, que así  quiso  romper la monotonía de los cerca de doscientos edificios de seis pisos.

REFLEXIONES
  • ¿Cuál es la mayor lección aprendida?

Que es muy difícil globalizar soluciones. ¡Difícil no, imposible! Considero que, en todas las cosas de la vida, inclusive en las relaciones intrafamiliares como en las cosas más elementales de la ciudad, de la comunidad, desde luego del país y con más razón de las internacionales, hay una regla clásica que se llama respeto. El respeto en todas las cosas de la vida es la clave para lo que en Pedro Gómez y Compañía se entiende como un mejor modo de vivir. No necesariamente tienen que compartirse las mismas, pero hay que respetarlas y hacer aproximaciones a través de las cuales se pueda llegar a acuerdos.

  • ¿Qué añora?

Tener tiempo para mí. Toda la vida trabajé intensamente y nunca dispuse de tiempo para dedicármelo. Cuando inicié mi propia empresa, en 1968 a mis 39 años, la hice pensando en que iba a ser rentable, por supuesto, pero dejando tiempo porque tenía muchas cosas pendientes, lo que no ocurrió.

Hubiera querido aprender algún idioma, quizá dos, inglés y francés. Pero fueron muchos los episodios y las responsabilidades que hicieron que aplazara.

  • ¿Se siente satisfecho?

Isa, el éxito, de cierta manera, ha atropellado mis planes más personales.