José Alberto Gaitán

JOSÉ ALBERTO GAITÁN

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy apasionado por lo que hago y  responsable con las actividades que acometo, afortunado, afectuoso, conversador, extrovertido, sincero y empático, aunque en ciertos momentos impaciente. He aprendido de las personas con quienes he compartido y de las circunstancias vividas que me han hecho crecer intelectual y emocionalmente, lo que me permite ahora tomar la vida con equilibrio, madurez y tranquilidad. No he experimentado altibajos fuertes ni he afrontado situaciones extremas. Tampoco me he visto expuesto a situaciones  incontrolables. Por supuesto, me he sentido frustrado, pero también he obtenido logros. Soy hijo, esposo, padre, abogado y profesor; alguien que mira la vida con optimismo y alegría capitalizando lo recibido.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

María Gaitán, mi abuela, fue una mujer aguerrida, nacida y criada en el campo, en la provincia del oriente del Departamento de Cundinamarca, a quien la vida de ciudad le fue ajena. Con poca instrucción, pues era lo usual en esa época cuando no se tenía acceso a centros de estudio ni a formación académica. Se dedicó a su familia de manera abnegada para mantenerla unida en un momento en que la mujer vivía subyugada, casi que reducida a labores domésticas. De mi abuelo Antonio Gaitán no tengo mayor información.

Argemiro Gaitán, mi padre, no tuvo acceso a educación superior, pero vivió y luchó por sus  ilusiones y sueños. Se hizo solo. Fue un autodidacta, un apasionado del Derecho y de la función pública. Ocupó cargos que ejerció con talento y con esfuerzo. Sin ser profesional se forjó un camino: fue inspector de policía, secretario de tribunal superior por muchos años, terminó siendo notario en Cáqueza (Cundinamarca), cargo que en la actualidad solo pueden ejercer abogados titulados. Fue un papá siempre pendiente de su familia, responsable, cariñoso, de buen trato, aunque recio y muy vertical en sus cosas. De él solo tengo buenos recuerdos, siento profunda admiración por su iniciativa y superación que le permitieron  llegar a escenarios que hoy significan un reto incluso para un universitario.

RAMA MATERNA

Ángel Martínez, mi abuelo, liberal, de personalidad fuerte, luchador, creció en un ambiente difícil, con limitaciones económicas. Se casó muy joven con mi abuela Ana Pulido, en una época en que las personas podían con constancia y esfuerzo  formar un patrimonio familiar. En su momento me contó que con las manos vacías empezó su vida matrimonial, pues fue con dinero prestado que inició sus actividades de intermediación en productos y comestibles, así se hizo comerciante y fue próspero. Conformó una familia de cinco hijos.

Mi abuelo fue víctima de la violencia política en las décadas de los  cuarenta y cincuenta. Vivía con su familia en Guayabal, pueblo conservador, y fue desplazado a Facatativá, centro de acopio comercial y administrativo de la región. Allí desarrolló su vida con más tranquilidad y pudo consolidar su actividad de compra y venta de ganado.

Noela Martínez, mi mamá, recibió la herencia de una vida esforzada, de mujer dedicada a la familia. Siempre muy cariñosa, fue quien me enseñó las primeras letras y las operaciones matemáticas básicas. Fuimos muy cercanos. Emprendedora, en su juventud trabajó como asistente en una oficina de abogados, gracias a sus conocimientos de mecanografía y taquigrafía, luego fue modista, lo que le implicaba laborar en la máquina largas jornadas, incluso hasta altas horas de la noche comprometiendo  su salud y bienestar. Recuerdo que le ayudaba a forrar  botones para los vestidos que confeccionaba. Más adelante montó un almacén con el apoyo de mi abuelo. Ocasionalmente yo le ayudaba a vender, la acompañaba especialmente en Navidad y durante mis vacaciones, así como lo hice con  mi papá en la notaría poniendo sellos en las escrituras y organizando el protocolo.

INFANCIA

Soy oriundo de Facatativá, el menor de dos hijos, esperado por varios años. Mi hermana Myriam me recibió con mucho cariño. Podría decir que tuve dos mamás, pues Myriam ayudó a mi crianza, fue muy especial, cercana, afable. Se casó muy joven con Tito Bohórquez, con quien tiene tres hijos.

Mis padres pertenecieron a un movimiento familiar cristiano dirigido por un padre español, lo que dio pie a que se diera un buen número de actividades con la congregación: paseos, convivencias, fiestas, reuniones. Conformamos una red sólida alrededor de tales encuentros. En nuestro núcleo familiar íntimo mi mamá fue el centro, compartíamos alrededor de la mesa y de actividades cotidianas, incluso con primos contemporáneos. Solíamos montar patineta, jugar ping pong y baloncesto, escalar las piedras del Tunjo en el parque arqueológico de Facatativá.

ACADEMIA

Inicié mi vida escolar  en un jardín infantil mixto de las hermanas de la Presentación. Allí conocí a quienes se convirtieran en mis grandes amigos. Conservo vivos los recuerdos de mis primeros años. Teníamos una sola profesora, quien se dedicaba por completo a nosotros. Nos abrió la mente y el corazón en todos los órdenes, marcándonos de manera importante. Agradezco esta primera aproximación a lo que sería el colegio, en un ambiente propicio para formar las bases de mi desarrollo intelectual futuro.

Pasé al Colegio del Carmen, donde permanecí dos años. Luego estudié en el Gimnasio Sabio Caldas hasta terminar la educación primaria. Finalmente, el bachillerato lo cursé en el Colegio San Juan Apóstol, seminario menor de la comunidad vicentina.

Sentí un gusto especial por las matemáticas, la física, la química, y en general por las ciencias exactas. Con las ciencias sociales  tuve problemas, porque los profesores pretendían que aprendiéramos bajo una metodología absurda que obligaba a memorizar fechas, nombres,  superficies y número de habitantes de los Departamentos, datos irrelevantes que se convirtieron en un martirio para mí. Me iba bien en español, materia en la cual conté con un profesor magnífico.

Recuerdo que recién ingresado al Colegio no entendía por qué  los estudiantes de los grados superiores no aprovechaban las instalaciones con prados y campos para la diversión y, en cambio, se quedaban recostados en los árboles conversando y tertuliando. Pero, por supuesto, con los años los intereses y gustos cambiaron y terminé igual que ellos dedicado a la charla  y a la contemplación con mis amigos.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

No pensé mucho qué iba a estudiar. La cercanía con la actividad cotidiana de mis padres me dio claridad para tomar mi decisión. Reconocí que el tema se me facilitaba y busqué obtener una meta que, de alguna manera, había sido una frustración para  mi papá.

Conté con la cercanía de abogados amigos de la familia, además de mi padre como empírico, quienes me hablaron sobre el ejercicio del Derecho, sus alcances, las oportunidades que brinda, la forma en que impacta positivamente a las personas y a la sociedad. Así fue como decidí comenzar el proceso de admisión a esta única carrera en las universidades del Rosario y Externado de Colombia.

Sin embargo, no obstante que fui admitido en ambas, me incliné por la Universidad del Rosario, por su cercanía y calidez con los estudiantes, además de su trayectoria, prestigio e historia. De hecho, la entrevista fue individual, cordial y amena.

En el primer año de carrera, por llegar de provincia, tuve que enfrentarme a la ciudad y a un ambiente al cual no estaba acostumbrado. Sin embargo, conté con la fortuna de compartir e interactuar con personas muy especiales, compañeros de curso y profesores, quienes me acogieron y acompañaron en esta etapa de adaptación.

Recuerdo que en esa época el Rosario funcionaba como un colegio, con horarios y jornadas extendidas, recesos, y toque de campana en los intermedios.  No tenía sistema de créditos, el plan de estudios era inflexible, las clases  se dictaban en un único salón, de tal manera que los estudiantes no rotábamos, teníamos puesto fijo asignado.

Tomé el horario de la tarde, de una a siete de la noche, porque hice parte del grupo B, jornada en la cual la Universidad estaba prácticamente vacía, pues funcionaba principalmente en la mañana. Así, debía viajar diariamente en bus intermunicipal al medio día y en la tarde, hasta y desde la estación de la Sabana, lo que hizo que me familiarizara con el centro, con San Victorino, con la carrera décima, lo que fue positivo para mi futuro ejercicio profesional como litigante, pues los juzgados funcionan en su mayoría en esta zona.

Los primeros meses fueron muy duros, pues en esa época a los estudiantes nos dejaban bastante sueltos, a diferencia de lo que ocurría en el Colegio. Presentábamos cuatro pruebas al año. Pero las cosas fueron fluyendo y me fui adaptando. Bienestar universitario se reducía a una cafetería, una mesa de ping pong y un billar cercano. Eventualmente íbamos a cine y organizábamos alguna fiesta. Todo giraba en torno a nuestra camaradería. Los egresados de la promoción del 84 seguimos en contacto, todos recordamos esa época con gran cariño y nostalgia.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

En la universidad me incliné por un área distinta a la que finalmente dediqué mi vida profesional, porque la experiencia académica muchas veces es distinta. Me gustaba el Derecho Penal, la defensa de quien está en dificultades por su conducta, en escenarios retadores que cautivan a un joven como el consultorio jurídico y los centros de reclusión. Curiosamente, en la medida en que avancé en la carrera y con mi primera experiencia laboral, llegué a ocuparme de otros temas que finalmente me llevaron al ejercicio en  áreas del Derecho diferentes, Comercial y Financiero.

PRIMERA OFICINA

Junto con algunos compañeros de curso montamos oficina, como primer  emprendimiento, con la ayuda y apoyo de un familiar,  quien nos facilitó el espacio. Compramos un escritorio que trasteamos, cargado en brazos, desde el almacén en  San Victorino. La experiencia fue realmente muy difícil, pero igualmente gratificante,  apenas aguantamos seis  meses porque  estábamos muy crudos para eso.

BANCO DE BOGOTÁ

Gracias a la decana, Consuelo Sarria, me vinculé al Banco de Bogotá desde quinto año de Derecho. El director jurídico, José Joaquín Díaz Perilla, rosarista,  me contrató como estudiante en práctica para vigilar el estado y evolución de  algunos procesos judiciales. En el Banco conocí magníficos compañeros y colegas que me acogieron y brindaron apoyo. Me decían el chinomático, por ser quien recorría diariamente los juzgados.

Trabajando allí, tuve la fortuna de ser designado Colegial de Número en el Rosario, designación que me tomó completamente por sorpresa y que recibí con gran alegría y orgullo. A la consagración asistió el presidente Belisario Betancur, conservador como mi papá. Fue una ceremonia inolvidable, pues mi papá tuvo ocasión de compartir con el presidente, a quien admiraba.

Como profesional continué vinculado al banco por tres años, atendiendo los procesos judiciales, lo que me llevó a adelantar la especialización en Derecho Financiero en el Rosario. En este escenario compartí también  con personas y profesores magníficos a quienes debo mucho.

Fue una época muy agradable. Había mucha camaradería y varios momentos gratos, como los que vivimos cuando en las tardes nos dedicábamos a escuchar música, previa compra de los discos o la actualización y mejora del equipo de Sonido, acompañados de una buena lechona en San Andresito.

Sin embargo, por cuanto el Departamento Jurídico tenía una estructura horizontal, de tal manera que a los abogados lo único que nos diferenciaba era la antigüedad, fui  consciente de que  las oportunidades de crecer no eran muchas. Fue así como cualquier día me llamó Consuelo Sarria y me comentó sobre la oportunidad de trabajar tiempo parcial en las oficinas de dos abogados rosaristas, quienes buscaban compartir un junior asistente. Sin embargo, a pesar de lo atractivo de la oferta no la consideré viable por los requerimientos, las distancias y los  tiempos que hacían casi imposible cumplir con propiedad las labores en ambos lugares. Por ello, decidí declinar el ofrecimiento y continuar en el Banco.

OFICINA DE ABOGADOS

Un año después recibí una llamada de Álvaro Mendoza, quien me manifestó que podía ofrecerme un trabajo de tiempo completo. Me enfrenté entonces a una decisión compleja por lo que significaba renunciar al Banco, que me ofrecía estabilidad y un sueldo un poco mayor en un ambiente de trabajo muy agradable. Pero, como quería buscar otros retos, tener nuevas oportunidades, acepté el ofrecimiento bajo el convencimiento de que llegaba a un ambiente propicio para mi crecimiento personal y profesional, dado el prestigio y el tipo de asuntos que se trabajaban en esa oficina.

Allí inicie mi labor como consultor y litigante, primero como empleado y luego como socio en una sociedad de prestación de servicios legales  a la cual se vinculó posteriormente Carlos Eduardo Bermúdez, con quien finalmente seguimos adelante y logramos consolidar un equipo de trabajo con grandes ejecutorias, satisfacciones y logros, y no pocas incertidumbres y dificultades, durante más de treinta años continuos.

También durante este tiempo llevé adelante otras funciones, como las de árbitro en la Centro de Conciliación y Arbitraje de la Cámara de Comercio de Bogotá, y director en varias juntas directivas de empresas del sector real.

COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS

Recién graduado me vinculé al Colegio de Abogados Rosaristas. Me pareció que era el escenario que me permitiría mantener los vínculos con mis colegas y extenderlos hacia otras promociones de abogados. Allí nos encontramos profesionales de distintas generaciones para cerrar las brechas, extender redes y realizar encuentros académicos y sociales. El Colegio, más que una asociación de profesionales, es una fraternidad de amigos.

Ingresé como un asociado más y empecé a trabajar en las múltiples actividades del Colegio,  participé en varias tertulias y congresos, y poco a poco me fui acercando al Consejo Directivo de la mano de sus  miembros. Hice parte del Consejo durante varios periodos, de tal manera que en su momento fue un imperativo asumir la Presidencia para liderar los destinos del Colegio.

Para ese momento, en los años noventa, el tema que estaba sobre la parrilla era el de la regulación del mercado de valores, de los depósitos centralizados de valores, del sistema financiero. Se generó una crisis por los fraudes que se presentaron mediante la falsificación y clonación de títulos  que comprometieron a varios  comisionistas de bolsa quienes cerraron sus oficinas y afrontaron dificultades importantes a nivel profesional y personal. Fue cuando se fortalecieron y renovaron las reglas de juego, para darle al mercado un entorno  más seguro y confiable.

Ejercer este cargo  es un apostolado, una entrega incondicional a lo que el Colegio significa y representa. Asumí la presidencia por año y medio, con orgullo y compromiso.

ACADEMIA Y DECANATURA DEL ROSARIO

Mi labor docente la inicie hacia finales de los ochenta  como profesor auxiliar en la materia  títulos-valores. Luego asumí la cátedra en propiedad, junto con las de contratos bancarios y contratos de garantía. Gracias a este ejercicio, que aún mantengo y en el cual me siento feliz y satisfecho, he colaborado con artículos y capítulos en varias obras colectivas y escribí el libro Lecciones sobre títulos-valores, que condensa los aprendizajes y experiencias cosechados.

Más adelante, bajo la decanatura de Juan Manuel Charry, organicé y dirigí dos programas de posgrado: Derecho Comercial y Derecho Contractual. Este fue el escenario que me permitió vincularme a la gestión académico-administrativa.

Creo que en virtud de este camino recorrido, cuando Alejandro Cheyne asumió la rectoría de la Universidad  en el año 2019 estando la Facultad en crisis, pues afrontaba una situación compleja por las divisiones internas y por las inconformidades y quejas que manifestaban los egresados y los distintos grupos de interés que la conforman, me invitó a que lo acompañara en la Decanatura.

Me motivó a que asumiera este reto que estaba orientado a la gestión y al liderazgo para la recomposición de una comunidad cohesionada y robusta. Lo pensé mucho, pues significaba dejar de lado el ejercicio profesional activo en el que era consultor, litigante, árbitro y miembro de juntas directivas. Mi tiempo estaba copado y debía dedicárselo por completo a la Facultad. Entonces decidí probarme en este nuevo escenario, no sin antes consultarlo con mi señora,  mis hijos y  mi socio.

Por unos meses alcancé a atender los dos frentes, hasta convencerme de que no sería posible continuar de esta manera. Fue entonces imperativo escoger y poner fin a mi trabajo  en la oficina, de tal manera que solo continué con algunas asesorías, pero muy puntuales.

La meta entonces era la de generar un ambiente propicio para que todos los miembros de la comunidad rosarista, particularmente  los funcionarios y profesores de la  Facultad, pudieran desarrollar sus potencialidades y alcanzar propósitos y metas más ambiciosos, particularmente a través del diálogo, del reconocimiento, de la transparencia, de la equidad en el trato y de la construcción de confianza. En dicho empeño conté con el apoyo de un equipo magnífico, y de la compañía y consejo de Laura Victoria García Matamoros, vicedecana, quien me sucedió en el cargo tiempo después.

Los retos en educación son muy complejos, pues los jóvenes hoy no quieren estudiar carreras formales, sino aproximarse a competencias y conocimientos a partir de otros modelos. El momento más crítico, además del cambio generacional, fue la temporada de pandemia cuando se agudizaron los temas emocionales, tanto en profesores, como en estudiantes.

También durante esta época fui conjuez de la Sala Civil de la Corte Suprema de Justicia y miembro del Consejo Asesor en temas de competencia de la Superintendencia de Industria y Comercio, así como miembro de las Juntas y Consejos Directivos de la Fundación Probono y de la Corporación Excelencia en la Justicia.

En octubre del 2022 cuando dejé la decanatura con varios proyectos consolidados y otros arrancando su proceso, inició otra etapa en mi vida, en la que he retomado algunas actividades profesionales, pero no con la misma intensidad de antes, pues ahora asumo la vida desde una óptica diferente.

ESPOSA E HIJOS

Conocí a Elizabeth, mi esposa, siendo los dos muy jóvenes y teniendo el mismo origen, metas y propósitos comunes. Durante buena parte del noviazgo vivimos el trajín de los continuos traslados de Bogotá a Faca, de tal manera que el viaje lo aprovechábamos para hacer  la línea o la visita.

Elizabeth es una mujer maravillosa, con quien hemos construido un hogar y una familia. Es una mamá ejemplar, al punto de suspender  su actividad  profesional dejándola en pausa para dedicarse a nuestros hijos, Julieta y Sergio, pues  apenas se llevaban un año y requerían de toda su atención y cuidado. Somos compañeros de viaje, muy compatibles y con gustos afines. Ahora vivimos una etapa más tranquila y reposada cuando los hijos buscan su destino y abren sus propios caminos.

Julieta es una mujer talentosa, cariñosa, dedicada y apasionada; diseñadora de profesión, actualmente estudia una maestría en diseño textil. Sergio es ingeniero industrial y matemático, inteligente, amable, sencillo y simpático; está vinculado a  una empresa de gestión de riesgos financieros, estudiante de una maestría en matemáticas aplicadas y ciencias de la computación.

CIERRE

He vivido con intensidad cada etapa de la vida, pródiga y generosa en experiencias, oportunidades y relaciones que me han nutrido y enriquecido en todos los órdenes, personales, afectivos, profesionales y familiares, por lo que solo puedo decir gracias a todos quienes me han acompañado, alentado y apoyado de manera incondicional para construir una senda y unos hitos que espero dejen huella, buenos recuerdos y enseñanzas en sus mentes y en sus corazones.