Isabel Corpas de Posada

ISABEL CORPAS DE POSADA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy mamá de cinco hijos y abuela de doce nietos. Es mi título, lo que soy y lo que me enorgullece. Estado civil viuda, después de un bonito matrimonio. Me defino como teóloga feminista.

ORÍGENES

Para responder a la pregunta acerca de mis antepasados, puedo recurrir a una búsqueda que hice con la intención de escribir una historia de las mujeres, de mujeres con nombre y apellido. Y como el único documento que registra sus nombres son los libros de genealogías, me puse a rastrear los nombres de las mujeres de mi familia. Encontré en mi ancestro materno, en la época de la Conquista, Juanas, Isabeles y Catalinas, sin apellido, que aparecen en los registros parroquiales porque eran indias bautizadas con los nombres de la reina y de las princesas españolas.

En cuanto a mis apellidos, son de origen español, de los que llegaron durante la Colonia. Y como para viajar a las Indias tenían que presentar Carta de limpieza de sangre, garantizando que cuatro generaciones de sus antepasados eran cristianos viejos y que no habían sido penados ni judíos ni moros conversos, gracias a estos documentos también fue posible rastrear el ancestro español.

RAMA PATERNA

De la familia Corpas puedo decir que era una familia de maestros, de profesores, de educadores y educadoras. Mi abuelo Antonio Corpas era de El Guamo, Tolima, y llegó a Guaduas, donde fue profesor de la escuela.

De la familia de mi abuela paterna, que también era de Guaduas no tengo información. No la conocí. Pero sí conocí a mis tías, las hermanas de mi papá, casi todas educadoras y, sobre todo, mujeres laboriosas, emprendedoras y cariñosas. Así las recuerdo.

SU PAPÁ

Mi papá, Juan N. Corpas, nació en Guaduas, lo que para él era un título de honor. Fue un médico ilustre. Gozó de reconocimiento cuando Bogotá era todavía un pueblo y cuando la figura del médico era muy importante en la vida de las familias.

Lo más importante en su vida profesional eran sus alumnos y ser profesor en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, que era la única que había en ese entonces en Bogotá y de la cual fue rector. También fue ministro de Instrucción y Salubridad Públicas durante el gobierno del general Pedro Nel Ospina, y, recién terminada la Primera Guerra Mundial, fue nombrado cónsul de Colombia en París para que estudiara los avances de la cirugía de guerra.

Fueron sus alumnos quienes contribuyeron a dibujar la imagen que tengo de mi papá. Profundamente estricto, ordenado, meticuloso. Y debió ser buen profesor, pues un alumno suyo escribió que todo lo que sabía se lo entregaba a sus estudiantes.

Recuerdo que a la casa de mi infancia llegaban pacientes del Hospital de San Juan de Dios, conocido también como La Hortúa, que era el más grande que había en ese momento en Bogotá. Era donde recibían clases los estudiantes de la Facultad de Medicina y pertenecía a la Beneficencia de Cundinamarca para atención de los enfermos más pobres. Era un hospital de caridad. Probablemente a algunos de los pacientes mi papá los seguía atendiendo en su consultorio particular y también debía darles alguna ayuda económica. Por eso considero que su principal característica de fue el sentido de solidaridad, que en ese momento se llamaba caridad o beneficencia. Pero con la misma consagración atendía a todos sus pacientes entre quienes se cuentan varios presidentes de Colombia.

Fue un hombre estudioso, respetado por sus colegas, también de Francia y de los Estados Unidos. Conservo la correspondencia en la cual he encontrado cartas en las que le consultaban casos clínicos y respuestas a consultas que él les hacía a ellos.

Cuando se enfermó los médicos amigos lo enviaron a Rochester, a la Clínica Mayo, con cuyos médicos tenía estrechos vínculos de amistad y donde finalmente murió. Yo tenía cinco años, pero quedaron recuerdos de experiencias profundas, su cariño y su orgullo como papá. Y entre esos recuerdos están, también, los homenajes que le hicieron después de su muerte, cuando aprendí a valorar cómo desde el ejercicio de su profesión y desde los cargos que ocupó hizo de su vida un servicio.

RAMA MATERNA

Mi segundo apellido es Uribe, de Rionegro, Antioquia. Llegó de España en la tercera ola de la colonización antioqueña. Una familia en la que, buscando mis ancestros, encontré mujeres maravillosas como Magdalena López de Restrepo, su madre y sus hermanas, que nacieron en las montañas antioqueñas y, junto con sus esposos, dieron origen a la villa de Medellín en el siglo XVII.

Mi abuelo materno, Santiago Uribe Álvarez, de ascendencia antioqueña, era bogotano. Tres generaciones antes, sus abuelos se habían radicado en Bogotá. Era dentista. Estudió en Filadelfia, Estados Unidos, y conservo su carné de estudiante. Como su hermano, tenía fama de buen mozo y dicen que, a comienzos del siglo XX, en las iglesias y los conventos cuando mandaban a pintar la imagen de Jesús pedían que se pareciera a los Uribe Álvarez. Se casó con Mercedes Grajales Ortiz, de familia bogotana, muy tradicional. Por la rama materna, Ortiz Durán, sus antepasados eran de La Plata, Huila, y tengo copia del testamento de la bisabuela de mi abuela, Bárbara Durán Polanco, oriunda de esta población.

Siendo muy joven mi abuela enviudó y quedó ciega a consecuencia de un derrame cerebral. De mis cuatro abuelos, es la única que conocí y la recuerdo sentada en su silla oyendo noticias en el radio, con el rosario en la mano y hablando por teléfono porque estaba conectada con Dios, con la familia y con lo que pasaba en el mundo.

SU MAMÁ

Mi mamá, Isabel Uribe Grajales, nació después de cuatro hombres y tuvo una hermana menor, que no se casó: mi tía Memé. Fue al colegio de la Presentación de San Façon, pero mi abuelo no le permitió terminar el bachillerato porque no era bien visto que una mujer fuera “bachillera”. Era como se pensaba hace cien años.

Una mujer muy artista, creativa, amante de lo bello. Para ella era importante tener un entorno agradable y lo que llamaba “de buen gusto”.

Quedó viuda después de un corto matrimonio. Aunque no se casó muy joven, quizás a consecuencia del ambiente familiar en el que creció y la sobreprotección de sus cuatro hermanos mayores.

La recuerdo como una mujer valiente y muy linda, piadosa, siempre dispuesta a ayudar a quien le pidiera un favor. Recuerdo, cuando vivíamos en Usaquén, que con mucha frecuencia le pedían que fuera a ponerle una inyección a una persona que lo necesitaba, o que escribiera una recomendación para un trabajo, o que llevara en el carro al padre de la iglesia a visitar a un enfermo. También perteneció, en Usaquén, a la Acción Comunal y fue muy activa en lo que consideró como una forma de servir a la comunidad.

Ejerció lo que podría llamarse un liderazgo en el espacio en el en ese entonces se les permitía a las mujeres y que era el espacio religioso. Fue directora de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús, fundada a finales del siglo XIX, y a la que pertenecían las mujeres de la familia y las señoras bogotanas. Recuerdo a mi mamá organizando retiros espirituales para las acarreadoras de la Plaza del Mercado, para los choferes y las empleadas del servicio doméstico. Sobre todo, la recuerdo dedicada a la iglesia de Santa Clara, que la Arquidiócesis de Bogotá le había entregado a la Congregación para que la administrara.

Junto con mi mamá, debo mencionar a su hermana Mercedes, con quien vivió después de enviudar y que para mi hermana y para mí fue otra mamá: mi tía Memé. Por eso suelo decir que a mí me educaron y tuve dos mamás, ambas longevas, porque murieron de más de noventa años.

ENTORNO FAMILIAR

Mis papás se conocieron porque mi papá fue el médico de la familia de mi mamá. Era mayor que ella y había enviudado de su primera esposa que murió en el parto de su primer hijo. Por eso pienso en lo que para él debió significar el nacimiento de su primera hija y, cinco años después, el de mi hermana Mercedes.

Después de la muerte de mi papá, vivimos en Usaquén, entonces un pueblo vecino de Bogotá, y donde también vivía mi abuela con dos de sus hijos solteros que se convirtieron en mi entorno familiar. Era una casa que tenía un inmenso jardín con árboles frutales y solar con huerta.

En esa casa los rituales eran muy importantes. Los protocolos sociales, la buena comida o el florero eran parte del diario vivir, algo que mi hermana y yo aprendimos, y creo que lo hemos tratado de transmitir a nuestros hijos y nietos. Lo mismo que la presentación personal y el trato cariñoso que también mi mamá y mi tía Memé nos enseñaron, además de tantas otras costumbres y tantos otros hábitos necesarios para la convivencia.

INFANCIA

Entré al colegio cuando tenía ocho años y lo que se aprende en preescolar lo aprendí en mi casa, al lado de mi mamá, de mi tía Memé, de las costureras que iban semanalmente a la casa y de las muchachas del servicio que eran parte de la familia. Sobre todo, Ninina, que había llegado a la casa de mi abuela cuando mi mamá nació. En este mundo de mujeres aprendí a leer, a coser, a subirme a los árboles, a saltar lazo, a montar en bicicleta. También recuerdo los cuentos que contaban y que nos dejaban, a mi hermana y a mí, ayudar en la cocina y en otros oficios de la casa. Además,  estaban mis primos, para jugar. 

Pero también tuve profesores particulares. Como don Pedro Gelves que tenía un colegio en Usaquén con su señora, Alcira Rangel, hermana del pianista y compositor Oriol Rangel. De las clases del profesor Gelves recibí el gusto por aprender y de las de piano y de tiple que me dio la señora Alcira me quedó el gusto por la música. En lo que me iba muy bien era en las de baile que también tuve desde muy niña. Posiblemente por eso quise ser bailarina profesional.

Fui buena estudiante. Entré a tercero elemental en el Gimnasio Femenino y conservo las amigas que allí hice y a quienes quiero inmensamente. En 1948 entré al Colegio Marymount, que acababa de abrir en Bogotá una comunidad de monjas gringas y pienso que el inglés que hoy hablo es el que aprendí en el colegio pues todas las clases eran en inglés. También conservo las amigas de estos años de colegio.

VIAJE A EUROPA

Mi mamá quiso darnos a sus hijas una visión amplia del mundo, “desparroquializarnos”, “desprovincializarnos”. Fuimos a vivir a Europa cuando yo tenía doce años. Primero estuvimos en España y mi bachillerato es español.

Estudié en el Colegio de la Asunción. Tuve muy buenas profesoras de espíritu amplio, con sentido social, a quienes recuerdo con agradecimiento. También a mis compañeras de colegio, con quienes aún conservo fuertes lazos de amistad.

Era la España de Franco, una época de dificultades económicas pues hacía poco tiempo que había terminado la Guerra Civil Española. Pero tengo un maravilloso recuerdo de esos años que fueron los años de mi adolescencia, del primer noviazgo, de descubrir qué quería ser y hacer en la vida.

VIAJE A PARIS

Una vez graduada fuimos a vivir a Paris. Mi mamá quería que mi hermana y yo aprendiéramos francés. Lo aburrido, al principio, fue que tuve que volver al colegio, porque como era muy joven no me admitieron en un instituto que tenía el Colegio de la Asunción de París para que niñas extranjeras estudiaran algo de la cultura francesa mientras era hora de buscar marido.

De esa etapa del colegio en París no tengo un recuerdo agradable y no hice una sola amiga entre mis compañeras. La única vez que se fijaron en mí fue para una comedia en la que necesitaban una negrita.

Mi hermana y yo nos declaramos en huelga y no volvimos al colegio. Fue cuando me dediqué al ballet. Frente al apartamento en el que vivíamos en Paris, quedaba la escuela de Madame Krylova y comencé a asistir dos o tres tardes a la semana. Además tenía clases particulares de francés y de pintura; de historia de Francia en el Louvre; de historia de la civilización francesa en el Instituto Católico de Paris. Y también de modelaje en la École de Mantien, un instituto a donde iban las futuras modelos para hacerse profesionales, así como niñas inglesas y francesas en edad de merecer para adquirir buenos modales y cierta elegancia social.

Como soy chiquita, mido un metro cincuenta cuando me empino, llamé la atención de la casa de modas Carven que me ofreció modelar las tallas petite. Por supuesto, a mi mamá no le gustó la propuesta y no llegué a trabajar como modelo en una casa de modas. Tampoco, obviamente, le gustó la que me hizo Madame Krylova, la directora de la escuela de ballet, para que me hiciera bailarina profesional. Al día siguiente me acompañó a matricularme en la École de Médecine en Paris, porque finalmente aceptó que estudiara medicina a pesar de que nunca había estado de acuerdo en que yo quisiera ser médica.

Pero no solo mi hermana y yo estudiamos en Paris, sino que mi mamá también tomó cursos de pintura y de técnica de laca japonesa, y mi tía asistió a clases de cocina en Cordon Bleu.

DECISIÓN DE CARRERA

Desde muy niña yo quería estudiar medicina y cuando llegó la hora de entrar a la universidad, a mi mamá se le juntó el cielo con la tierra. Consultó a los médicos amigos de mi papá, quienes consideraron que a él no le habría gustado que tomara esa decisión porque, como profesor en la Facultad de Medicina no permitía mujeres en sus clases. Consideraba que no estaba bien que una mujer estudiara medicina. Bueno, era como entonces se pensaba.

Creo que los homenajes que cuando yo tenía seis años le rindieron a mi papá en la Academia Nacional de Medicina, en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional, en la Clínica de Marly y en el Hospital San Juan de Dios, elogiando su trabajo y su consagración como médico, fue lo que hizo que yo pensara que debía estudiar medicina, que entendí como entrega al servicio de los demás.

Esta decisión no era la acostumbrada entre mis compañeras de generación, que salían del colegio a casarse. Ni era la que mi mamá esperaba. Pero finalmente la había aceptado.

Regresamos a España para conseguir los documentos que debía presentar en París para matricularme. Y estando en Madrid, mi hermana y yo convencimos a mi mamá de quedarnos para que ella pudiera volver al colegio. Por eso inicié mis estudios de medicina en la Universidad de Madrid. Recuerdo con gusto la Facultad, a mis profesores y compañeros. Éramos muy pocas mujeres estudiando medicina y eran cursos muy numerosos.

Después de tres años de carrera regresamos a Colombia pues el precio del dólar se había disparado y la renta que teníamos no alcanzaba para seguir viviendo en Europa. Fue difícil aceptar el cambio:  tenía que romper con el mundo que había construido. Pero fue importante tener que adaptarme a esta nueva circunstancia.

UNIVERSIDAD NACIONAL

En Bogotá, continué mis estudios en la Universidad Nacional, que me recibió con tapete rojo debido a que muchos de sus directivos y profesores habían conocido y querido a mi papá cuando era profesor en la Facultad de Medicina.

Comencé esta etapa muy entusiasmada y, al mismo tiempo que estudiaba en la universidad, asistía a fiestas y a los bailes en que se presentaban mis amigas en sociedad, de frac y vestido largo. El propósito era que los y las jóvenes se pudieran conocer y, en cierta forma, encontraran con quién casarse.

SU ESPOSO

Fue así como, sin estarlo buscando, conocí a mi marido. Se llamaba Fernando Posada Uribe y al poco tiempo de noviazgo, me propuso matrimonio. Debí tomar una decisión y opté por el matrimonio con la emoción de una mujer enamorada y con la seguridad de que era lo que me correspondía, lo que era conveniente, lo que debía hacer.

Debo decir que Fernando siempre me apoyó y que jamás se opuso a que estudiara, pero asumí que el rol de esposa y madre era incompatible con el ejercicio de la medicina.

Fernando era mayor que yo, banquero, muy sociable, con un inmenso sentido de solidaridad, muy querido por sus amigos. Fue un gran lector y nuestra casa era y sigue siendo una biblioteca compartida.

SUS HIJOS Y NIETOS

Fui mamá a los veinte años. Afortunadamente contaba con ayuda para lavar pañales, cocinar y limpiar la casa. Por eso tuve tiempo para estar con mis hijos, pero también para leer, oír música, tejer, coser.

Mi hijo mayor, Juan Fernando, es economista, ha trabajado siempre en el sector financiero y actualmente dicta unos interesantes cursos de historia de Inglaterra en Ilustre. Se casó con la periodista Pilar Calderón y mis nietas Posada Calderón son Lina, que es médica y está haciendo una especialización en Nueva York, y Camila que adelanta una maestría en economía agraria en Holanda.

Eduardo, casado con Olga Lucía Ángel, es administrador financiero, trabaja en Propal hace treinta años y desde hace algún tiempo es el director de la Fundación Propal que desarrolla el programa de responsabilidad social. Es músico como su hijo Fernando, entrevistado en este sitio web, y toca todos los instrumentos que pasan por sus manos sin haber estudiado formalmente. Eduardo y Olga Lucía son los papás de Fernando, politólogo, que acaba de terminar una maestría en London College University, y de Eduardo, médico, que comienza a hacer su especialización en cirugía en la Universidad Javeriana.

María Isabel es abogada y trabaja en la Procuraduría General de la Nación como procuradora delegada. Está casada con Héctor Fernando Acuña Vesga. Sus dos hijos, Mariana y Juan Fernando, están en el colegio.

Santiago es médico oftalmólogo, se casó con Carolina Téllez, ortodoncista, profesora universitaria y especialista en malformaciones congénitas. Son los papás de Pablo, piloto y máster en Administración Aeronáutica que trabaja en una consultora en Barcelona; Alejandro, que estudió Relaciones Internacionales y está haciendo una maestría en London School of Economics; y Laura, que comienza su carrera de arquitecta en Londres.

María Mercedes, mi hija menor, vive en Chile y está casada con Fernando Correal. Es administradora de empresas y, también, chef Cordon Bleu. Durante la pandemia abrió una página en Instagram, @cocinacon.mechas, y comenzó un proyecto en el sector de la comida con muy buenos resultados. Mis nietos chilenos son Natalia, que entró este año a estudiar ingeniería en la Universidad Católica de Chile; María José y Felipe que están en el colegio.

SU HERMANA

Mi abuela se llamaba Mercedes; mi mamá se llamaba Isabel, como yo; y mi tía, Mercedes, como mi hermana menor. Mis dos hijas mujeres se llaman María Isabel y María Mercedes, y la hija de mi hermana se llama Mercedes. Las ocho mujeres de cuatro generaciones de la familia nos llamamos Isabeles y Mercedes.

Mi hermana, Mercedes Corpas, estudió Ingeniería en la Universidad de los Andes. No terminó, supongo, porque en esa época tampoco tocaba que una mujer estudiara ingeniería. Entonces estudió Lenguas Modernas y, como yo y como toda la familia Corpas, ha sido profesora, entre otros colegios, en el Gimnasio Moderno.

Tiene dos hijos. Andrés Guhl, doctor en Geografía y profesor en los Andes. Y Mercedes Guhl, que es traductora y profesora universitaria que vive actualmente en México y es la mamá de Félix, el nieto de mi hermana.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

COLUMNISTA

Fui periodista en El Siglo, donde hacía la página femenina, sin tener el espíritu que se necesita para estar detrás de la chiva. Por eso renuncié. Pero en este paso por el periodismo había empezado a escribir una columna en la que comentaba el evangelio del domingo y que dejé de escribir cuando me retiré. Pero todas las semanas pensaba que podía y debía volver a publicar estos comentarios.

Un día me armé de valor, llamé al director de El Tiempo, Roberto García Peña, que me recibió al día siguiente. Cuando le presenté un recorte con mi columna, me dijo que él la leía y había querido saber quién la escribía, porque aparecía sin firma, y que le gustaría tenerla en el periódico. Fue así como comencé a escribir Palabras de Domingo, que desde el comienzo tuvo muy buena acogida.

Después de casi veinticinco años de publicar semanalmente la columna, empecé a sentir que me estaba repitiendo. Posiblemente también porque había empezado a escribir artículos de teología en revistas especializadas. Pero esa es otra historia. Y otra historia es que ahora tengo un blog.

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Cuando mis hijos entraron al colegio fue un momento para replantearme qué quería hacer. Era voluntaria hospitalaria, un servicio social al que le estaba dando tiempo y entusiasmo. Pensé retomar los estudios de medicina que había dejado para casarme y como acababan de fundar la Escuela de Medicina Juan N. Corpas, que lleva el nombre de mi papá, me pareció que era el momento de terminar la carrera. O de volver a comenzarla, porque al revisar mis notas de los años que había cursado me di cuenta de que lo que había estudiado se me había olvidado.

En algún momento se me ocurrió que debía profundizar en los temas que sustentaban la columna que escribía para El Tiempo, que necesitaba formación académica. La verdad, siempre había sido piadosa e inquieta en temas religiosos, y leyendo los documentos del Concilio Vaticano II vi que se abría un horizonte muy interesante en esa nueva Iglesia que empezaba a vislumbrarse después del concilio. Le comenté esta idea a un jesuita, Miguel Ángel González, compañero en una comisión de la Conferencia Episcopal, y me puso en contacto con el padre Carlos Bravo, S.J., profesor en la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana, a quien recuerdo con admiración: un biblista que impulsó la nueva teología que seguía los lineamientos del Concilio Vaticano II.

Una posibilidad era el programa de formación para laicos que ofrecía la Universidad Javeriana. pero como era en las tardes se cruzaba con la hora en que mis hijos llegaban del colegio. En cambio, el programa de licenciatura en teología, que era el que seguían los futuros sacerdotes para poderse ordenar, era por la mañana. Entré por cursos libres porque no aspiraba a ningún título, pero con el tiempo me invitaron a formalizar la matrícula y, al final, en lugar de cursar el bienio filosófico, que era requisito para el grado, me permitieron presentar exámenes supletorios. Y después de la licenciatura, hice la maestría y el doctorado en teología. Fui la primera mujer en Colombia en completar estos estudios.

El estudio de la teología cambia la manera de entender la religión. Podría decir que me volvió escéptica en muchos aspectos, pero sin perder la fe ni los valores cristianos que son y serán pilares de mi existencia. Con mis compañeros de universidad siempre recordamos la huella que nos dejó el padre Carlos Bravo: nos enseñó a distinguir entre lo fundamental y lo accesorio, desmitificando muchas afirmaciones y desmontando otras tantas seguridades que posiblemente formaban parte de la instrucción religiosa recibida.

EXPERIENCIA DOCENTE

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Enseñé teología del matrimonio en la Facultad de Teología de la Universidad Javeriana principalmente a estudiantes que se preparaban para su ordenación. Dicho de otra manera, para ser sacerdotes. También teología sacramental.  Y conté con el respaldo de las directivas de la Facultad y no siempre con el de los estudiantes, que preferían que un profesor les enseñara en lugar de que lo hiciera una mujer. Es que yo era la primera mujer profesora en un espacio tradicionalmente clerical, vedado para las mujeres, y, por lo tanto, patriarcal. Tuve que enfrentar el machismo clerical, pero por parte de los estudiantes.

Y aunque después de más de veinte años me retiré, no he perdido el vínculo con sus directivas y docentes con quienes mantengo las mejores relaciones.

COLEGIO SAN PATRICIO

Fui profesora de religión del Colegio San Patricio desde que empecé a estudiar teología. Casi veinticinco años en los que disfruté aprendiendo desde la práctica misma el oficio docente al lado de su directora, Emma Gaviria de Uribe, una pionera en el mundo de la educación.

Cuando me retiré de la Universidad Javeriana, Emmita me propuso hacerme cargo de la gerencia del colegio. Un reto que acepté y en el que, también en la práctica, hice un MBA, con ayuda de mis hijos que me ayudaron a entender los temas administrativos. Un reto que duró un par de años porque la teología me volvió a llamar a sus filas

UNIVERSIDAD DE SAN BUENAVENTURA

Un día, el rector de la Universidad de San Buenaventura y el decano de la Facultad de Teología me pidieron una cita para entregarme una invitación que venía de Roma para participar como conferencista en un congreso sobre teología e interculturalidad. Preparé la intervención y después de hacer la presentación, al final del congreso, el decano me invitó a dictar clases en la Facultad de Teología. Me sonó la propuesta y, para aceptarla, me retiré del colegio. Enseñé teología del matrimonio, teología del sacramento del orden y de los ministerios eclesiales, y teología sacramental, que son cursos que se ofrecen en la formación teológica. Además, creé y dirigí la Maestría en Estudios del Hecho Religioso, un proyecto académico novedoso y muy interesante.

Me retiré en 2010, después de cerrar un ciclo profesional. También porque estaba agotada, trabajaba a un ritmo frenético y me preocupaba no tener tiempo para acompañar a mi hermana que estaba enferma.

SUS MÁS RECIENTES PUBLICACIONES

LA INVESTIGACIÓN SOBRE SOLEDAD ACOSTA DE SAMPER

Y se abrió entonces un nuevo capítulo de mi vida con la investigación sobre la escritora y periodista colombiana del siglo XIX, Soledad Acosta de Samper. Siempre había estado interesada en esta mujer, la primera mujer periodista en nuestro país, y se me presentó la oportunidad de abordar sus escritos religiosos como me lo había sugerido mi amiga, la historiadora de la Iglesia Ana María Bidegain.

A Genoveva Iriarte, entonces directora del Instituto Caro y Cuervo, le dije que quería ver los manuscritos de esta mujer que se conservan en la biblioteca de Yerbabuena y terminé embarcada en una investigación sobre la vida y la obra de esta colombiana que transgredió con sus escritos el tratado de límites entre el mundo femenino y el mundo masculino.

En el proceso conocí a Carolina Alzate, heredera de Monserrat Ordoñez, que en el campo de los estudios literarios descubrió y visibilizó a Acosta de Samper, a quien el canon patriarcal ignoró durante todo el siglo XX. Con el apoyo del Ministerio de Cultura, que declaró 2013 como Año Soledad Acosta de Samper, y con el del Instituto Caro y Cuervo y el de la Biblioteca Nacional, con motivo de esta celebración hicimos un simposio internacional y una exposición.

Resultado de la investigación es la publicación de una biografía que me tomó una década realizar, además de un buen número de artículos en revistas y presentaciones en congresos. Actualmente participo en un proyecto de la Universidad de los Andes y la Biblioteca Nacional para facilitar el acceso de investigadores a la obra de esta escritora, que estaba dispersa e invisibilizada, y que estamos reuniendo en la biblioteca digital Soledad Acosta de Samper.

ORDENACIÓN DE MUJERES Y TEOLOGÍA FEMINISTA LATINOAMERICANA

En un congreso de teología en El Salvador, en 2017, Mauro Castagnaro, periodista italiano, me comentó que el documento preparatorio del Sínodo para la Región Panamazónica hablaba de hacer propuestas valientes sobre los ministerios de la Iglesia, especialmente los femeninos. El Papa había convocado esta reunión de obispos para estudiar los retos y necesidades de la Iglesia de la Amazonía y había muchas expectativas en cuanto al trabajo que ya se estaba realizando. El periodista italiano me planteó que, conociendo mi trayectoria académica, me sugería escribir sobre la ordenación de mujeres para aportar ideas a los obispos que iban a participar en el sínodo.

Comencé a repasar notas y apuntes de cuando había enseñado teología del sacramento del orden y ministerios eclesiales en la Universidad San Buenaventura, a actualizarme en los avances y logros en este campo de la investigación teológica desde que había dejado de ocuparme en el tema y a replantearme por qué la ordenación de mujeres no está permitida en la Iglesia católica. Con ocasión de la pandemia consideré que era el momento de poner punto final a la investigación y publicarla, aprovechando la tecnología y las redes sociales. Uno de mis nietos, Eduardo Posada Ángel, me sugirió hacer un e-book y encontró cómo subirlo en Kindle y Apple Books.

Y sin recurrir a los tradicionales canales editoriales, mi libro ¿Ordenación de mujeres? Un aporte al debate desde la eclesiología de Vaticano II y la teología feminista latinoamericana comenzó a circular en julio y he sido invitada a participar en foros virtuales para darlo a conocer.

El asunto que planteo es que la práctica de la Iglesia católica de excluir a las mujeres de la ordenación es desconocer sus plenos derechos: por eso se enmarca mi trabajo en la teología feminista latinoamericana, particularmente sensible a cualquier forma de inequidad.

Asimismo, que los dos documentos del magisterio de la Iglesia católica que niegan la ordenación sacerdotal de mujeres, uno de 1976 y otro de 1994, presentan una doctrina elaborada en el curso de la historia del cristianismo en cuanto al sacerdocio y que no forma parte del Nuevo Testamento que es el que recoge la enseñanza de Jesús y la vida de las primeras comunidades de creyentes.

Me considero teóloga feminista porque defiendo la causa de las mujeres al denunciar las inequidades que se cometen contra ellas y creo que con mirada de mujer enseñé en la universidad y he escrito los libros y artículos de revista que han sido publicados. De hecho, “Mirada de mujer” es el título de mi blog que publica la revista española Vida Nueva Digital.

REFLEXIONES
  • ¿Qué emociones se generan al hacer este recorrido por su vida?

Que pertenezco a la generación que pasó del espacio doméstico al espacio público en el que he podido intervenir, concretamente en el mundo académico. Que, tal vez, como me calificó una periodista un poco extrañada, soy libertaria porque he tenido que romper muchos esquemas, Y que la memoria es selectiva, que escoge y recompone las experiencias que vale la pena traer al corazón, es decir, re-cordar, mientras ignora otras tantas que prefiere olvidar.

  • En algún momento habló de nostalgia. Entonces le pregunto ¿qué hubiera hecho distinto?

Me hubiera fascinado ser bailarina o médica. Pero me siento feliz y satisfecha de lo que soy, y por nada cambiaría la familia que Fernando y yo formamos hace 60 años y que se prolonga en las familias de mis hijos.

  • Ha sido consecuente con sus motivaciones, resistiendo a un mundo hostil.

He vivido cada momento respondiendo a las circunstancias y conforme a los parámetros de mi entorno social. Al fin y al cabo, como escribió el maestro Ortega y Gassett: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Pero también soy realista y procuro ser objetiva. Como también soy convencional en parámetros necesarios de la convivencia y la organización social.

  • ¿Qué sigue en su vida?

Participo en un movimiento internacional de teólogas para unir nuestras voces en torno al reconocimiento formal de la participación de la mujer en la Iglesia. Creo que seguiré escribiendo mientras pueda hacerlo. Y leyendo todo lo que me falta por leer. Tengo todavía cosas pendientes.

  • ¿Qué ha significado para usted llamarse Isabel? ¿Influyó en su carácter?

Me siento muy honrada de ser Corpas Uribe y de mis ancestros que se remontan a las Juanas, Isabeles y Catalinas. También de ser “de Posada”, que siempre lo uso a pesar de ser feminista. A propósito, un recuerdo de infancia: tenía menos de cinco años cuando en la mesa de comedor les pregunté a mis papás por qué mi mamá se llamaba Isabel Uribe de Corpas y mi papá no se llamaba Juan N. Corpas de Uribe.

  • ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Afecto.

  • ¿Cuál debería ser su epitafio?

Isabel Corpas de Posada.