Enrique José Arboleda

ENRIQUE JOSÉ ARBOLEDA

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

El ser humano tiene múltiples facetas, y por lo general se presenta desde lo profesional, pero prefiero hacerlo desde una perspectiva ética. Trato de ser alguien muy humano, y desde esa humanidad busco ser lo más justo posible. Si le preguntaran a alguno de mis alumnos, me gustaría que dijera: “Ese profesor, no sé si fue bueno o fue malo, lo que sí sé es que fue justo”.

Siento una preferencia por lo que llamo cosas inteligentes. Me gusta una conversación inteligente, un libro inteligente, un trabajo en el que puedo desarrollar cosas que a mi modo de ver son inteligentes.

También siento una sensibilidad por todo lo que es bello, la belleza en todo sentido. Una buena música, un buen libro, un buen paisaje, un atardecer, la luna, el pasar de las horas.

La familia, en el plano estrictamente afectivo, es un elemento esencial de mi vida.

Me considero alguien tranquilo. Recibo con serenidad lo que ocurre a mi alrededor, así no esté de acuerdo o me moleste alguna situación. Pero en lo que debo serlo, soy muy combativo: cuando tengo que defender una causa que creo que es justa, lo hago con vehemencia.

ORÍGENES

Una característica de las familias, tanto paterna como materna, es que fueron profundamente políticas y, además, católicas.

RAMA MATERNA

Aquileo Perdomo y Otilia Salas,  mis abuelos, murieron de tuberculosis. No había vacuna, y en esa época era una enfermedad, además de mortal, muy contagiosa. La generación de principios del siglo pasado, por lo general, era hija de gente que tenía tierras. Ya mis abuelos vivieron en la ciudad siendo profesionales o empleados.

Ligia Perdomo, mi madre, quedó huérfana siendo adolescente. Nos transmitió los recuerdos de los abuelos. Decía que fueron padres muy cariñosos, pero también nos dejó ver su dolor por haberlos perdido tan temprano en la vida. Estudió interna en Bogotá, hizo bachillerato comercial lo que le permitió acceder a cargos que muy pocas mujeres lograban. Vivió con sus hermanas mayores que se casaron con militares a quienes trasladaban mucho. Mis papás se casaron en Popayán, después de conocerse en un baile en el Club de Abogados.

RAMA PATERNA

Los Arboleda son una familia muy tradicional de Popayán, de vasta cultura. Descendientes de José Rafael, amigo de Simón Bolívar quien le regaló su anillo de matrimonio. Su hijo, mi tatarabuelo, Sergio Arboleda, Don Sergio como es llamado en su tierra, fue un político conservador bastante importante del siglo XIX, muy buen escritor, muy lúcido, por quien adoptó el nombre la Universidad.

Con mi abuelo, José María Arboleda Llorente, tuve una muy buena relación. Me encantaba hablar con él especialmente porque contaba anécdotas de la época. Fue alguien muy agradable, profundamente político, profundamente católico. Estudió para sacerdote en Italia, pero no siguió la carrera eclesiástica.

Cuando hablaba en términos políticos, lo hacía con las categorías éticas católicas, es decir, para él lo justo, lo bueno, lo malo, siempre tenía relación con la religión. Entonces, no solamente era político en términos del bienestar general, del gobierno, del ejercicio del poder en favor de los demás, pues consideraba que todos éramos iguales, que Dios nos redimió como humanidad, por tanto, el poder debería estar pendiente de cumplir los mandamientos.

Hay algo que me marcó y que siempre me ha parecido muy interesante. Recuerdo que hablaba en términos de Occidente: se refería a la humanidad como un todo y no únicamente a los popayanejos o los colombianos.

Fue rector de la Universidad del Cauca donde trabajó casi toda su vida. También fue embajador en Quito. Estructuró el archivo central del Cauca que lleva su nombre. Generó así una institución que hoy en día es muy importante desde el punto de vista histórico. Murió cuando yo tenía quince años.

María Luisa Valencia, mi abuela paterna, también de una familia muy tradicional de Popayán, sobrina del maestro Guillermo Valencia, el poeta, escribía versos y recuerdo haberle oído recitarlos.  

José Enrique Arboleda Valencia, mi papá, fue abogado, político, muy católico, de gran conocimiento religioso. Como mi abuelo, tuvo mucho sentido histórico. Fue congresista, magistrado del Consejo de Estado, ministro de Gobierno en la época del general Rojas. De este episodio, contaba que el Partido Conservador había llegado a un acuerdo con el general para llamar a elecciones, hecho que hizo que mi papá aceptara el cargo y anunciara a la prensa su realización; pero se retiró del Ministerio precisamente porque Rojas no quiso convocarlas.

Contado por mis padres, porque no es una versión oficial ni histórica, el general Rojas tenía el Consejo de ministros, políticos con quienes debía gobernar y un sanedrín conformado por un grupo de generales quienes lo influían de manera directa. Y fue precisamente ese sanedrín el que lo convenció de no convocar a elecciones. Fue la Junta Militar quien las convocó después.

Obviamente, mi papá, quien había ido con ese encargo, siendo por encima de todo un demócrata, decidió retirarse unos meses antes del golpe y arrastró con el desprestigio del general Rojas. Con su caída vino una crisis económica muy grande que afectó a la familia. Pero mis padres la soportaron con toda dignidad dejándonos grandes enseñanzas. Entonces nos fuimos a vivir a Popayán donde mi papá volvió a ejercer como abogado, comenzó a tener cargos públicos en los que se fue destacando. Llegó al Tribunal Superior del Cauca, de donde lo eligieron magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Nos trasladamos de nuevo a Bogotá, Ejerció la magistratura por ocho años y pasado ese tiempo montó oficina en Bogotá.

PILARES DE FAMILIA

La familia se educó alrededor de la mesa, en la que mi papá, apoyado por mi mamá, permanentemente hacía observaciones de carácter ético y religioso. Estuvo muy orientado a hablar del bien común, de la utilidad general, del servicio a los demás, de la generosidad, de la necesidad de ser bueno, de ser religioso cumpliendo los mandamientos católicos. Cuando hablaba en esta perspectiva, la asociaba con la historia, con momentos del pasado, analizaba el presente apoyado en la experiencia, consideraba que las consecuencias en función de los acontecimientos ya ocurridos. Nos soltaba su conocimiento histórico generosamente.

INFANCIA

Somos ocho hermanos. Mis papás nos motivaron a todos a tener estudios universitarios. Mis dos hermanas mayores fueron las últimas de una generación que consideraba que la mujer debía casarse, y lo hicieron muy jóvenes estando en la universidad. Interrumpieron sus estudios, pero luego ambas se graduaron.

Los tres hermanos mayores nacimos en Popayán. Yo tenía un año cuando nos trasladamos a Bogotá donde nacieron los demás y donde pasé mis primeros siete años. Vivimos en casas que me parecían muy grandes en Chapinero. Una de las tías Perdomo tenía una finca con piscina en La Vega donde íbamos de paseo, lo que para nosotros era una fantasía.

Con el golpe de Rojas, en el 57, nos devolvimos a Popayán dos años después. Allí vivimos en una casa de campo, antigua y grande, cerca de la ciudad, de donde conservo recuerdos estupendos. Teníamos vacas, gallinas, conejos y un guadual, pues era una finquita chiquita. Luego habitamos una casa en Popayán, con seis cuartos, comedor inmenso, patio central empedrado y solar. Contra la calle daban la sala y el estudio de mi papá. Los cuartos eran alrededor del patio. En una de las esquinas, ya cerca de la cocina, quedaba el comedor. Como eran casas grandes que hoy llamamos coloniales, los cuartos también lo eran, por eso los cuatro hermanos hombres compartíamos una habitación. La distribución de los espacios era muy distinta a los actuales, la forma de manejarlos también. La idea de privacidad era otra, sin que se perdiera la intimidad.

En esa época vivimos muy cerca de unos primos hermanos, hijos de Julio, el hermano que le seguía a mi papá, con quienes compartimos prácticamente la infancia y buena parte de la adolescencia. Eran ocho, pasábamos juntos vacaciones, navidades y la cotidianidad. Tuvimos una infancia muy rodeada de niños de nuestra edad. De ellos guardo recuerdos inmejorables.

Había un respeto por el padre que en las generaciones actuales y en muchas familias se ha perdido. Por supuesto que nos dieron nalgadas, como a cualquier niño de esa época. Mi generación tiene la anécdota de que las mamás tenían la pantufla más rápida del Oeste. Había el cuento de que si uno corría cuando la mamá lo iba a regañar se abría la tierra, entonces uno corría, pero con cierto respeto no resultara cierto, por si acaso.

Casi siempre las reflexiones se hacían en la mesa, donde giró la vida familiar. Desayunábamos, almorzábamos y comíamos todos al tiempo. Como la mano de obra era barata, había dos muchachas (hoy empleadas domésticas), la de la cocina y la de “adentro”, o sea, la señora que servía la mesa y que en general atendía la familia.

ACADEMIA

SAN BARTOLOMÉ LA MERCED

Mis primeros años de colegio los hice en el San Bartolomé La Merced. Realmente tan solo kínder y parte de primero. No tengo mayor recuerdo, salvo el de que me castigaban las monjas, debía permanecer con los brazos abiertos. Entiendo que hice muchos amigos, según me contaba mi mamá.

GIMNASIO SIMÓN BOLÍVAR

Al regresar a Popayán estudié en el Gimnasio Simón Bolívar, un colegio pequeñito, pero de muy buena educación, cuando el rector era Álvaro Torres. Como pasé de calendario A, a calendario B, me gané un año, pues, en vez de retomar en primero, comencé en segundo.

COLEGIO SAN FRANCISCO

En la época de mis papás lo normal era ingresar al Liceo de Varones, colegio oficial que todavía existe, o al Seminario Menor en el que se estudiaba bachillerato, aunque no necesariamente para el sacerdocio. Al acabarse el Seminario, un grupo de padres de familia, entre ellos mi papá y mi tío Julio, decidieron tomar la idea y fundar un colegio católico regentado por sacerdotes, sin pertenecer a la comunidad religiosa,  con el fin de garantizar buena calidad en la educación conservando los valores religiosos.

De la vida del colegio en Popayán, pienso que la relación con mis compañeros era de más amistad, cada uno sabía quién era quién: el hijo del médico, el del dueño del almacén, el de la señora de tal cosa. Se daban unos liderazgos naturales, por decir algo, estaba Lemus, quien era el mejor de la clase, sacaba cinco en todo, pero a nosotros eso no nos afectaba, creo y tal vez idealizo, no había envidia.

Bajo esta perspectiva recuerdo a Pacho Angulo, gran amigo desde esa época, brillante desde chiquito, no necesitaba estudiar, le iba bien, y todos le reconocíamos sus capacidades. Como era tan inteligente, con frecuencia superaba a los profesores y por eso tenía inconvenientes de disciplina.

LICEO CERVANTES

Cuando a mi papá lo nombraron magistrado de la Corte, regresamos a Bogotá. Llegamos a una casa en la 109 con 19, que para ese entonces era un sitio campestre, hoy en día está en medio de la ciudad. Luego vivimos en Chapinero. Entonces me matricularon en el Liceo Cervantes, colegio de los Agustinos, donde me gradué.

Para mí, el tránsito de Popayán a Bogotá fue duro en lo personal, quizás por ser adolescente. No es que hubiera sido complejo, pero era necesario adaptarme. La ciudad me pareció gigantesca, aunque no tenía sino un millón de habitantes, pero superaba los cien mil de Popayán. Había dos jornadas, por lo cual debíamos tomar el bus del colegio cuatro veces al día. Si bien hubo un choque al principio, a los pocos meses ya estaba relacionándome con todos, yendo a cine con amigos, saliendo a diferentes sitios, sin mayor dificultad.

Por otra parte, este colegio me resultaba altamente competitivo. En Popayán cada uno tenía su propio rol, no había sentido de competencia como el que encontré al llegar a Bogotá. En Popayán era uno de los mejores de la clase, entonces, una vez en Bogotá, tuve que esforzarme para no bajar mi nivel.

Me fue bien en todas las áreas, aunque, indudablemente tuve gran facilidad para las humanidades, me gustó la cívica, la clase del profesor Miramón, político costeño ya retirado, en la que enseñaba comportamiento social, el conocimiento de las instituciones, que era lo que yo escuchaba en la casa a diario.

Me encontré con gente muy preparada desde todo punto de vista, lectores impresionantes de literatura, de historia. Realmente el grupo fue muy competitivo, pero también muy estimulante desde el punto de vista intelectual. Conservo buenos recuerdos y generosas amistades de los compañeros de entonces.

DECISIÓN DE CARRERA

Mi papá siempre nos dijo: “Estudien lo que quieran a condición de que sean buenos en su profesión”. Y las cosas se me fueron dando.

Mirando en retrospectiva, podría decir que me ocurrió algo muy curioso. Cuando el profesor de física, el español Prudencio González Tejerina, nos preguntó qué íbamos a estudiar, le dije que Derecho, entonces me contestó: “Pero por qué va a estudiar Derecho, si usted es inteligente. Estudie Ingeniería”. Entonces decidí inscribirme en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional.

Uno de mis mejores amigos me hizo esta reflexión: “Usted no es ingeniero. Mejor debería estudiar Derecho porque le gusta la política, la literatura y escribe cuentos. Yo no lo veo como ingeniero”. Me quedó sonando, y pensé: “¿A los cuarenta años dónde me veo?  Le di la razón, supe que mi vida estaba más orientada a la literatura, a la política, y al Derecho.

Una tía abuela me dijo algo que hoy parece simpático: “Por qué va a estudiar Derecho si los ricos de la familia son ingenieros. Los abogados están quebrados”. Yo sí tenía el trauma de mi papá en la política. Mi mamá no quería tampoco, y me dijo: “Si estudias Derecho, te dedicas a la política y eso no es bueno”. Hubo una cierta presión para que no lo hiciera. Finalmente decidí hacerlo. Me inscribí a Derecho en el Rosario.  De verdad mi mamá no se equivocaba, pues quise ser político, me interesaba la política, no me imaginaba litigando.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

A mi ingreso el rector de la Universidad del Rosario era el doctor Antonio Rocha Elvira, una persona muy amable y competente que, desafortunadamente, al segundo año de carrera, cuando estaban negociando el Concordato, hizo que se dedicara más a atender estos temas y sus responsabilidades como embajador que a la relación con sus alumnos. Pero el primer año se comportó como si fuera el decano, pues bajaba de su oficina a hablar con los alumnos para conocer sus inquietudes. Hubo siempre una gran comunicación con los profesores, los docentes y con el decano. Nunca sentimos una relación de autoridad, sino de cercanía.

Eran los años setenta, ya había pasado la temporada hippy que viví cuando todavía estaba en el colegio, cuando uno es más de la casa. Este período tuvo como su máxima expresión las manifestaciones en los Estados Unidos contra la guerra de Vietnam, el mayo del 68 en Francia y las primaveras de los países occidentales dominados por los Soviéticos, el festival de Woodstock y los Beatles. La etapa de la universidad estuvo marcada por el tema revolucionario con Camilo Torres, el Che Guevara, que permeaba desde la revolución cubana con toda la propaganda leninista, estalinista y de Mao Tse Tung.

Fue un período de ideas de izquierda, el mundo se dividía en dos, izquierda y derecha, porque no había nada más.  El partido comunista, respondía y divulgaba la propaganda soviética y cubana que sostenía que allá no había pobreza, que todos tenían los mismos derechos y que la producción industrial era muy superior a la de occidente. En ese momento todavía no se sabía lo que estaba pasando  dentro de la Unión Soviética, en Cuba ni en los demás países comunistas. La famosa revolución cultural de Mao, que hoy nos espanta, era admirada como un mecanismo de adoctrinamiento que realizaba la igualdad. De todos modos, la propaganda comunista era mucho más fuerte que la realidad, pues se tenía como la panacea, el paraíso de la libertad.

Por supuesto, uno como joven era de izquierda. En un primer momento participé de un grupo de izquierda, leí a Marx y a los clásicos socialistas, pero no me identifiqué, nunca me gustó. El odio, motor de la lucha de clases, hacía perder toda trascendencia al ser humano. Rechazaba, y aún hoy, que la vida se redujera de esa forma. La cultura en tanto se definía como superestructura, desaparecía bajo el peso de la estructura económica.

En segundo año de carrera me inscribí en el Partido Conservador para hacer parte de las juventudes conservadoras, colaboré con la campaña de Álvaro Gómez, asistí a sus conferencias y reuniones. Hicimos campaña con las juventudes conservadoras en Popayán. Mucho tiempo después fui candidato al Senado por la Nueva Fuerza Democrática de András Pastrana.

PARIS I y SCIENCES PO

Una vez graduado apliqué a una beca para estudiar Ciencia Política en Francia, dado que el Derecho como la ciencia política se nutren de la doctrina francesa. Los egresados de los Andes y un poco los de la Javeriana, para ese momento, empezaron a estudiar en los Estados Unidos donde el sistema jurídico es muy diferente: manejan casos, mientras que nosotros la ley general o código civil como el sistema francés.

Comencé la especialización en Paris I. Luego pasé al Instituto de Estudios Políticos de París, Sciences Po. Tuvieron en cuenta mis estudios en la Sorbonne y pude continuar con mi segundo año de doctorado y con el proyecto de tesis doctoral de tercer ciclo que me tomó un año más, pero que nunca terminé.

Yo había estudiado un año de francés en la Alianza, pero otra fue la historia cuando me vi obligado a hablarle al taxista en Paris. La beca  la otorgaba el Gobierno Francés a un grupo de estudiantes colombianos quienes volamos en el mismo avión y llegamos a la misma universidad a perfeccionar el francés.

Esto nos dio una gran ventaja, la de compartir información: el uno aportaba la dirección de un hotel económico en Paris, el otro la referencia de restaurantes baratos, uno más tenía un amigo para cualquier situación que se presentara durante esos primeros tres meses de verano. Una vez llegamos tomamos el tren que nos dejó en la ciudad universitaria de Grenoble. Luego, terminado el curso de francés, un grupo salió para Paris y otros tomaron destinos diferentes, pues cada uno se concentró en su especialidad.

Fue mi primer viaje internacional. Esta experiencia me enseñó a manejar la soledad, uno de los temas más complicados al comienzo, pues venía de una familia numerosa. Me encontré con el multiculturalismo, muchos latinoamericanos, pero también chinos por la apertura de Francia a la China, rusos, canadienses, gente de la India, y obviamente el islam. Era enorme la cantidad de estudiantes de habla árabe. El organismo que manejaba los becarios programaba tures para los estudiantes extranjeros, entonces, casi todos los fines de semana íbamos a un destino distinto.

De estos viajes tengo una anécdota muy significativa. En el tour a los Castillos del Loira, después de la cena, la mayoría de los estudiantes nos fuimos a dormir y un grupo se quedó hasta tarde. Era pleno invierno, y con tragos decidieron salir al campo. Un estudiante de origen mongol, obviamente miembro del partido comunista soviético, (si no, no habría ido a Francia) se cayó y se embarró. En el desayuno el organizador del tour comentó lo sucedido y dijo que no tenía otro bluyín para cambiarse. Yo ofrecí uno limpio que tenía en mi maleta y así pudo continuar el paseo. Vitalí, así se llamaba el mongol, no sabía cómo agradecerme, pues manifestó que no entendía cómo, siendo yo un capitalista enemigo, le hubiera ayudado.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

CATEDRÁTICO

A mi regreso me encontré con que la ciencia política en el país era algo exótico, quizás se contaba con solo una facultad. No había trabajo ni oficio. Fui profesor de Constitucional con una fuerte orientación de sociología jurídica en Popayán, pero la experiencia fue muy complicada, yo estaba inadaptado para ser profesor la Universidad del Cauca, universidad pública. Quería que los alumnos trabajaran en las categorías en que yo lo hacía, pero esto no se dio.

CAMPAÑA POLÍTICA

Tuve la intención de  hacer política, para lo cual comencé a trabajar con Ignacio Valencia quien dirigía el Partido Conservador en el Cauca. La experiencia fue muy dura. Estábamos en plena campaña política, íbamos de pueblo en pueblo, de vereda en vereda, a los sitios en los que los políticos sabían que tendrían receptividad.

En una ocasión visitamos la casa de una señora que tenía una tienda donde congregaba a unas cuarenta personas a las que saludábamos, nos presentábamos, en el sentido tradicional de conseguir votos, que era hablando con la gente. Al regresar nos dimos cuenta de que detrás de nosotros venía otro grupo político haciendo campaña con las medicinas y en los carros del Seguro Social, con el descaro más absoluto. Dije que, si para ganar las elecciones había que hacer lo que estaba viendo, prefería no hacer política. Decidí no continuar para evitar frustrarme.

OFICINA DE ABOGADOS

Para el momento en que regresé a Bogotá mi papá se retiró de la Corte y mi hermano Juan Manuel, quien tenía la experiencia porque trabajaba en una firma de abogados, se unió a nosotros para fundar una firma propia. Me dediqué al Derecho Administrativo, que es el que tiene que ver con las relaciones de los particulares con el Estado.

Los aprendizajes fueron en muchos órdenes. El metodológico, porque la ciencia política parte de la investigación científica a base de hipótesis, de comprobación práctica y de conclusiones. En últimas, todo proceso judicial es básicamente eso, hay una demanda y una contestación que se demuestran y se concluye. Esa metodología pragmática me ha acompañado toda la vida. La aproximación al Estado y a la administración a partir de la sociología y de la teoría política, y no a partir del Derecho, me ha servido en mis clases y en mis escritos pues tienen esa orientación. Mis lecturas constantes han sido orientadas hacia la sociología, hacia la historia, mi campo de investigación.

A nivel de casos, los tuve muy interesantes. Se motivaron cambios jurisprudenciales con eventos como la toma de posesión del Banco Nacional: se hicieron análisis sobre el perjuicio, los que se reflejaron a nivel de la jurisprudencia. Se dieron muchas cosas significativas profesionalmente, porque generaron efectos claros y directos.

Del litigio se recupera la contradicción, el saber que hay una persona que piensa distinto, que tiene intereses contrarios, resulta muy interesante, enriquecedor. Obviamente, hay grandes decepciones como cuando se encuentra uno a una persona que está defendiendo algún caso, pero que no es capaz de defender tal teoría ni alegar argumentos o normas jurídicas. Uno piensa: de golpe tiene razón en lo que dice, pero si no sabe Derecho, va a perder el pleito. Me cuestiono cómo va a perder el caso por ignorancia. 

Esto genera algún tipo de contradicciones. No son problemas éticos, pero sí conflictivos al saber que el Derecho está en manos de unas personas y que esas personas tienen una gran cantidad de debilidades. La búsqueda de la verdad y de la justicia, termina mediatizada por las manos de los operadores que son los abogados, los jueces, los secretarios. A nivel jurisprudencial y teórico se hicieron buenos aportes en su momento. El hecho es que tuvimos oficina por treinta años.

ACADEMIA

La experiencia profesional se refleja en las clases, la parte más creativa de la realización personal. Mi mayor satisfacción está en la academia. Temas que conceptualmente pueden tener un nivel de complejidad alto, se tienen que explicar de manera básica, lo suficientemente sencilla para que se entienda por todos los alumnos. La contradicción que mantiene el litigio me enriquecía para en las clases para aportar ejemplos y presentar teorías; me dio instrumentos que pienso que apliqué con buenos resultados.

CONSEJO DE ESTADO

Fui consejero de Estado durante el período de ocho años. Quise ser magistrado por el ejemplo de mi papá, indiscutiblemente. Como administrativista, la Alta Corte natural es el Consejo de Estado, al que aspiré varias veces. También aspiré a la Corte Constitucional a la que no salí elegido. Fui elegido para la Sala de Consulta.

Cosas gratas, que han tenido un significado social y en el mundo jurídico, fue el haber participado e impulsado de alguna forma la redacción del Código de Procedimiento Administrativo y de lo Contencioso Administrativo. Este surgió en la Sala en que yo estaba, por iniciativa mía, realmente.

Convencí a los colegas de la sala y fue creciendo la idea de que era necesario cambiar el Código porque venía de antes de la Constitución del 91 y no se adaptaba a ella. Ya en ese momento la informática, la posibilidad de la inteligencia artificial, la de sistematizar los juicios, mostraba que era necesario adaptarlo a las necesidades tecnológicas.

Con esos dos argumentos se fue generando un movimiento dentro del Consejo de Estado. Luego, con la presidencia de un buen amigo, uno de mis colegas, Gustavo Aponte, hablamos con el ministro del momento, Carlos Holguín Sardi, quien acogió la iniciativa. Como consecuencia de esto se creó una comisión en la que participé con un grupo de magistrados y delegados del gobierno que logró la aprobación legislativa del actual Código.

A mí me llena de orgullo este logro, pero, como todo, lo que uno hace en la vida tiene cosas positivas y otras negativas. Definitivamente las costumbres de las personas son más fuertes que lo que dice la Ley. Entonces, por mucho que la ley hubiera querido cambiar las viejas prácticas judiciales, no ha sido posible lograrlo del todo. La Ley y la práctica se estrellan contra las costumbres inveteradas.

La Sala tuvo otras iniciativas que no se concretaron, como un Código Electoral que remplazara el actualmente vigente, que también viene de antes de la Constitución de 1991. Este tema, dado su profundo contenido político, es aún debatido.

Resalto las calidades humanas e intelectuales de todos mis compañeros de la Sala de Consulta, y en general del grupo de funcionarios que la integraban, de quienes me nutrí profesionalmente y guardo enorme gratitud.

LA ÉTICA

A nivel profesional estoy por cerrar el ciclo, y le agradezco a Dios lo que me ha permitido hacer y disfrutar.

Echo mucho de menos, a nivel de mi profesión y de lo político, que la ética actualmente no entra para nada en juego en ninguna de las decisiones. A este, que es uno de los pilares en los que me educaron, lo extraño casi con dolor.

Pienso que el país debería rescatar el tema ético. Reencontrarse con él. En donde lo malo es malo y punto, y lo bueno es bueno y punto.

COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS

El Colegio de Abogados Rosaristas ha sido una de las ocupaciones a las que he participado desde su fundación, porque estuve en la Asamblea inicial.

Curiosamente, una de las cosas que más me llamó la atención en su momento, fue la creación de un tribunal de honor para cuando hubiera posibles faltas a la ética de los rosaristas, pero desafortunadamente, que yo sepa, este nunca se ha reunido. Aceptar que nuestra conducta profesional sea juzgada por sus pares egresados del Rosario en términos de honorabilidad, no en términos jurídicos, para mí era algo formidable. Creo que no se han dado casos, pero también sucede que hoy en día somos muy tolerantes con lo incorrecto. Es por esto por lo que quiero reivindicar el tema de lo ético. Pienso que en la fundación del Colegio había un grupo de colegas que han decidido actuar correctamente; han decidido que, si es el caso, sean juzgados sobre la base ética, sobre lo que es o no jurídico, sobre lo que es o no discutible.

El otro tema es  el sentido de pertenencia. El Rosario tiene una serie de identidades, de valores que hay que conservar, proyectar en los jóvenes. Nosotros lo llamamos espíritu rosarista.

La Universidad ha conformado un grupo humano que se distingue por una serie de características: la ética, la profundidad en el estudio, las buenas maneras, la no violencia, el respeto por los demás, por la igualdad, por la equidad, la caballerosidad que hoy llamaría generosidad.  

El evento central del colegio es un congreso anual. Me correspondió hacer dos, que generaron gran empatía. El Colegio siempre ha tenido buena relación con las decanaturas y con sus decanos, pero en mi caso, creo que se facilitó porque coincidió con que Antonio Aljure fuera el decano durante mi presidencia y con él nos hemos entendido muy bien. Él ya había sido presidente antes y es muy cercano al Colegio.

Obtuvimos un buen subsidio por parte de la Universidad, pues no contábamos con suficientes recursos. Lo que no logré fue implementar una especie de banco de publicaciones de apuntes de clases. Buscaba que cada profesor aportara los suyos, respetando derechos de autor, y que fuera el semillero para escribir libros o manuales.

Como profesor uno necesita que el estudiante sepa lo mínimo para poder ejercer la profesión, por lo mismo, se enseñan los conceptos básicos de la manera más profunda posible. Entonces los apuntes resultan muy prácticos y valiosos en ese sentido.

Ahora hay una generación nueva que está haciendo cosas magníficas.

FAMILIA

Estoy por cumplir cuarenta años de casado, lo mejor que me ha podido pasar en la vida. Mi señora, Ángela María Márquez, tiene origen paisa y de Boyacá. Es una persona muy inteligente, muy capaz, muy concentrada en sus tareas, disciplinada al extremo, además tiene un gran sentido de servicio hacia los demás, algo muy grato para los dos. Es licenciada en educación con especialización en idiomas de la Javeriana.  Hizo una maestría en diseño curricular tema al que está dedicada desde hace unos quince años. Trabajó muchos años en diferentes colegios, se especializó en primaria y recientemente estructuró un programa para enseñarles a leer a los niños. Con este se acaba de ganar un premio internacional en el 2022, por los resultados que está teniendo. Ya ha sido adoptado en otros países a través del BID y del Banco Mundial.

Tenemos tres hijos y tres nietos, una de las experiencias más grandes de la vida. Como diría un amigo: son la cereza del postre. Porque son la parte más dulce de esta etapa. Felipe, el hijo mayor, es abogado javeriano, está trabajando como abogado en Dubái con una multinacional manejando el sector del sudeste asiático a nivel corporativo; está casado y tiene dos hijos. Nicolás es abogado rosarista, tiene un gran sentido de su profesión, está abriendo oficina independiente; también está casado y tiene un hijo. José Miguel, el menor, es arquitecto recién graduado, a quien le depara un gran futuro.

Mi familia significa absolutamente todo en mi vida, son el amor que transforma y se transforma. En condición de abuelos, además de consentir los nietos, estamos haciendo las cosas que más nos gustan como viajar, leer, escuchar música, conocer otras culturas.

CIERRE

Al hacer este recorrido por mi vida siento mucho agradecimiento con Dios. Siento también una enorme satisfacción por las cosas, algunas con trascendencia hacia afuera y por la familia como trascendencia a nivel interior. Logré mucho de lo que me propuse, tal vez no fui político, pero lo demás se dio.