María del Mar Pizarro

MARÍA DEL MAR PIZARRO

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web en el que Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.

Soy una persona alegre, sociable. La lectura y la cocina son unas de mis pasiones, como también lo son el activismo, la justicia social, y la política. Porque soy empresaria y activista ambiental en un país en el que las dos profesiones son muy difíciles de ejercer.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Provengo de una familia en la que la política siempre estuvo en el centro de nuestra vida. La genealogía de mis apellidos no me ha interesado, pero sí me transmitieron dos historias: que el apellido venía de un cura Pizarro (familiar del gran asesino del Perú), y que cuando se liberaron esclavos en el Valle del Cauca, el amo les dio su apellido.

JUAN ANTONIO PIZARRO GARCÍA

Mi bisabuelo, de Palmira, Valle, murió cuando mi abuelo, Juan Antonio Pizarro García, tenía nueve años dejándolo solo con su hermana y su mamá. Pero sus tíos respondieron por la familia hasta que cumplió la mayoría de edad. Esto hizo que mi abuelo tuviera a los dieciocho años que ingresar a la Armada, pensar en su futuro y encargarse de los suyos. Curiosamente llevo sus dos apellidos.

Fue él de tez morena, pelo chuto, muy crespo, gafas gruesas, muy valluno. Siendo de clase media logró avanzar en el escalafón militar hasta llegar a ser Almirante de la República, el cargo más alto que se puede tener en las Fuerzas Armadas. Iba a ser nombrado ministro de Guerra (hoy de Defensa), cuando el cargo no estaba en cabeza de civiles, pero tuvo algunas diferencias con el presidente, entonces le dijo: “Si usted no va a confiar en su ministro, prefiero no aceptar”.

Era muy culto, le encantó leer, se hizo a pulso con estándares éticos y morales muy altos que lo definían como ser humano. Fue una persona sumamente justa, libertaria -para ser un militar-. Siempre respetó la vida privada de sus hijos, como sus decisiones. Para citar un ejemplo, mi tía, a sus dieciséis años, le contó a mi abuelo que había ingresado a la guerrilla del M-19, y él lo único que le dijo fue: “Nina, espero que puedas ser consecuente con las decisiones que estás tomando”. Nunca los agredió ni los juzgó, aun cuando le resultara muy doloroso el que algunos de sus hijos se hicieran guerrilleros.

Murió antes de que mis papás se conocieran, pero es un mito fundacional muy importante en mi familia. De él viene nuestro sentido de responsabilidad con el país, que busca construir uno mejor. Mi carta favorita es la que mi papá le escribió yen la que le dice algo como: “Estoy haciendo esto, realmente, porque nos enseñaste a construir un país justo, un país digno. Nos enseñaste que teníamos una responsabilidad con el país en el que nacimos”. Así nos lo inculcaron a todos profundamente.

FRESIA MARGOT LEONGÓMEZ

Mi tema favorito en mi vida es mi abuela Fresia Margot Leongómez. Rola, cachaca de alta alcurnia, si se quiere. Hija de diplomáticos, su papá fue militar. Nació en Chile, por lo mismo alardeaba diciendo que era chilena, pero todos la molestábamos porque después de su nacimiento salió del país y nunca regresó.

Fue una mujer espectacular, de una sonrisa preciosa, muy orgullosa, de armas tomar, clara, directa, en ocasiones demasiado fuerte. Muy culta, leía de manera permanente, hablaba español, inglés y francés.

Conoció a mi abuelo en una gala militar y decidió que él se tenía que casar con ella. Viajó a Cartagena para encontrarse con Juan Antonio. Llenaba bolsas de ropa, pasaba por su lado para decirle: “Hola, Johnny, ¿cómo estás? ¡Mira cómo nos encontramos! ¿Será que me ayudas con las bolsas?”. Contaba esto con toda su picardía, cero vergüenza y alegría.

Lo persiguió buscando conquistarlo a como diera lugar. Cualquier día en un baile de las Fuerzas Armadas en Buenaventura, compartían una mesa grande el presidente, ministros, su papá, mientras ella bailaba con José Antonio. Él le dijo: “Margot, tú me gustas tanto que podría casarme contigo”. Le respondió: “¿En serio?”. Lo tomó de la mano y lo llevó a la mesa principal para decir: “Discúlpenme, es que Johnny tiene algo que decirles”. Contaba mi abuela que mi abuelo se puso frío, pálido, sin saber qué hacer, entonces dijo: “Es que le quiero pedir la mano de Margot”. Con esto demuestra que fue una mujer muy divertida y excesivamente determinada que sintió un amor muy profundo por mi abuelo.

Se casaron, vivieron un tiempo en Bogotá, aunque mi papá nació en la Base de la Armada de Cartagena, regresaron a Bogotá para luego instalarse en Washington, más adelante en Cali. Siento que la idiosincrasia de mi familia es muy caleña. Mi abuela comenzó a trabajar en el Berchmans como profesora de inglés. Pero también hizo un intenso trabajo social en Siloé y Aguablanca. Invitaba a mi papá y a mis tíos para que la apoyaran. También llevaba habitantes de la calle a la casa. Dicen que mucho de lo que pasó después tiene origen aquí, porque caló muchísimo en su descendencia.

A mi abuela le tocó muy duro cuando sus tres hijos menores ingresaron a la guerrilla (el mayor es empresario, quien le sigue académico), los llevaron a la cárcel y mataron a dos de ellos. Comenzó a sentirse discriminada ante la mirada escrutadora de sus vecinas, lo que la llevó a considerar no volver al club, pero luego decidió que lo haría con toda la dignidad, con su cabeza en alto porque igual se sintió muy orgullosa de sus hijos y respetó sus decisiones aun cuando fueran muy difíciles.

Además, poco tiempo después a mi abuelo le dio cáncer, lo que lo redujo hasta la muerte.

Mi tía vivió su embarazo en la cárcel y el parto en el Hospital Militar donde fue interrogada en medio del alumbramiento. Entonces mi abuela le decía: “Nina, por favor, colabora. Ayuda a los señores”. De inmediato se le acercaba y al oído le decía: “Donde usted diga algo, ¡la matan!”.

Lo más valioso que tuvo fueron las cartas que recibió de mis tíos y de mi papá, pues pasaban muchos meses sin saber nada de ellos durante los cuales llegaban falsas noticias de que los habían matado. Algún día vio cómo llegaba la policía a su apartamento, salió corriendo a quemarlas y vaciarlas por el inodoro porque si las encontraban los podrían descubrir. Nos contaba esta historia con profundo dolor. Mi abuela vivió las consecuencias del conflicto del país.

CARLOS PIZARRO LEONGÓMEZ

Mi papá, Carlos Pizarro Leongómez, nació en la base de la Armada de Cartagena. Fue un niño muy inquieto, deportista que hizo parte del equipo de baloncesto y de futbol del colegio, siempre muy activo, buen lector, amante de los perros y de los caballos. Se crio entre Bogotá y Cali. Aunque vivió en Washington, siendo muy niño, no sabía decir sino gallina en inglés.

Estudió en el Berchmans y a sus doce o trece años lo echaron por inquieto, aunque no estoy segura si perdió el año, pero mi abuela, que no podía soportar la vergüenza que le había generado su hijo favorito, Chali, como le decía, lo envió a un seminario en Antioquia (se esperaba que fuera cura). Una curiosidad es que aquí compartió cuarto con José Obdulio Gaviria.

Una vez salió del seminario regresó a Cali, luego vino a estudiar a Bogotá y estuvo interno en La Salle. Pero su influencia caleña fue muy grande, decía: chupar piña, mirá ve… Aunque fue un caleño que nunca aprendió a bailar: mi mamá dice que cuando alguna mujer le coqueteaba, ella lo animaba para que la sacara a bailar, pues era realmente un desastre.

Inició en la Javeriana, pero cuando los estudiantes hicieron huelga cerraron por siempre la Facultad de Sociología. Después entró a las FARC donde estuvo con Álvaro Fayad. Pero comenzaron a aplicar purgas internas, tan propias del estalinismo. Si se creía que había infiltrados, les hacían juicios políticos para luego asesinarlos, práctica con la que mi papá no estuvo de acuerdo.

Grave también es que la pena por desertar era el asesinato, entonces mi papá después de planear su escape, lo que le tomó mucho tiempo, una vez que estaba prestando guardia, tomó su fusil, lo puso encima de una piedra y escribió una nota que decía: “Ya vuelvo” (nombre que mi hermana adoptó para titular su documental). De inmediato salió a correr, le ayudó el ser tan buen deportista y aficionado al tema militar, por su padre (en el M – 19 era de los que más sabía de estrategia militar).

Llegó a un pueblo donde se levantó a una muchacha que vendía arepas, la convenció de que le regalara una llamada, se comunicó con mi abuela quien le envió dinero para que se devolviera para su casa, porque mi abuela era lo más alcahueta de lo que se pudiera ser en la vida, en más de una ocasión, con la plata del almirante financió al M – 19.

No sufrió consecuencias pues estaba en la ayudantía del secretariado, los consentidos de Jacobo Arenas para quien esta acción fue más una pilatuna. Es más, hay cartas suyas riéndose de lo que mi papá había hecho.

Entró a estudiar en la Nacional donde se encontró con Bateman, Vera Grave, Álvaro Fayad, quienes comenzaron a pensar en la creación del Movimiento 19 de abril – M – 19. Adoptó este nombre dado que en esa fecha se dieron unas elecciones en las que quedó reportaron como elegido a Misael Pastrana luego de que según información radial iba perdiendo hasta que se interrumpió la transmisión para luego resultar presidente.

La falta de garantías democráticas, el que no se pudieran hacer reuniones en la calle, las torturas y las desapariciones, motivó a mi papá y a sus compañeros a tomar las armas al considerar que era la única forma de transformar al país en uno en el que hubiera democracia y justicia social.

Mi papá y Álvaro fueron personas maravillosas. Mi papá fue un hombre sorprendentemente dulce para tratarse de alguien de su generación: gente parca, machista, a la que le cuesta decir te quiero. Él, en cambio, le daba besos a sus amigos y amigas, los abrazaba, les decía que los quería, porque fue muy cariñoso. Esto tiene mella en cualquier escenario.

Conoció a Miriam Rodríguez, quien, si mal no estoy, había vivido en Nueva York, tenía una hija, ingresó al M – 19 donde tuvo a mi hermana María José. Estando chiquita María José, a mi papá y a Miriam los detuvieron en los eventos del Cantón Norte cuando se robaron las armas que conllevó a que iniciaran una persecución muy fuerte hacia el M – 19. Capturaron a todos sus cuadros políticos, a la mayoría de sus militantes los llevaron a la cárcel.

La cárcel fue un período que dejó una huella muy fuerte en mi familia, según recuerda mi tía Nina, Margot, única mujer y la menor de los Pizarro. Con ella fueron más condescendientes que con el resto de las mujeres militantes: pudo tener a su hijo mientras que a otros bebés los desaparecieron o los entregaron a otras familias.

Estaba protegida por mi abuelo, pues las Fuerzas Militares le profesaban gran respeto. Pero a mi papá lo torturaron, pusieron un reloj y le pegaban cada que sonaba el segundero, también lo ahogaban. Nina escuchaba los gritos de las otras mujeres en el Cantón mientras las violaban, también las torturaban por horas.

Son hechos que el país no necesariamente conoce. Vivimos por treinta años en Estado de Sitio durante el que desaparecieron a jóvenes, cualquiera que hiciera política era considerado objetivo militar. A cualquiera lo desaparecían o mataban simplemente por tener el teléfono de alguien con alguna relación con la guerrilla. Conozco historias de militantes que un día saludaron a un amigo del colegio en la calle a quien luego desaparecieron pensando que tenía alguna relación directa. Fueron años de terror.

Cuando dicen de manera despectiva: “¡Esos guerrilleros del M – 19!”, sin duda no entienden que en Colombia estaba pasando lo mismo, o peor, que lo ocurrido en Argentina, en Chile, en Perú, en toda Latinoamérica. Fue el terror del Estado en contra de la población. Legítimo o no, juzgarlo desde el 2022 es muy difícil, en ese momento ellos sentían que la única forma que tenían para luchar contra esto era alzándose en armas.

Años después, cuando ya habían salido de la cárcel, viajaron a Cuba donde hacían entrenamientos militares. Mi papá se separó de Miriam, para luego conocer a mi mamá.

RAMA MATERNA

Jesús Álvarez de los Ríos, mi abuelo, perteneció a una familia de fundadores de Manizales. Fue cafetero de clase media con ocho hijos que crio en sus fincas en las que también tuvo frutales, un liberal que se pasaba en el Club Manizales hablando de política durante su tiempo libre. Generoso, chistoso, muy paisa con su carriel, con su poncho, con su sombrero, siempre muy elegante y coqueto y encantador.

En Arauca conoció a Judith Mejía Palacios, mi abuela, quien nació en Concordia, Antioquia. Proviene de una familia de ganaderos y terratenientes. Como buena paisa es muy religiosa, una cocinera increíble: hace los mejores fríjoles con chicharrón. También es una mujer orgullosa, con una vocación social muy grande que ayuda a distintas comunidades.

Se casaron, vivieron en Manizales y tuvieron ocho hijos. Esta fue una familia en la que siempre estaba pasando algo. Cuando la hermana de mi abuela murió, adoptó a sus dos hijos, quienes, como los propios, eran muy inquietos. Recuerdo reuniones de cualquier número de mujeres en su cocina, quizás más de treinta peinándonos, maquillándonos, conversando y cocinando. En su casa siempre se sintió calor de hogar en el que se contaron muchas historias. A mí realmente no hay nada que me guste más que las reuniones familiares, aunque resulten caóticas, pero muy calurosas.

Mi mamá fue la hija favorita de mi abuelo, se acompañaban en cuanto podían, lo que marca especialmente en una familia de tantos hijos. Pero él murió a causa de un infarto cuando ella tenía dieciocho años. Este fue un momento de quiebre en su vida muy fuerte.

Mi abuela quedó a cargo de semejante responsabilidad cuando varios de sus hijos estaban en edad de entrar a la universidad. Pasaron entonces por una situación económica muy difícil.

Para ese momento mi mamá iniciaba sociología en la Universidad de Caldas. Fue muy buena deportista, basquetbolista, deportes que practicó también mientras adelantaba su carrera. Durante un partido conoció a Cristian, su primer novio, pero cualquier día lo mataron, así mi mamá empezó a descubrir que él había sido una célula armada del M – 19, por lo que decidió ingresar al movimiento.

Se enlistó y la enviaron a entrenarse militarmente a Cuba. Mi tía Nina recuerda que todas las mujeres estaban dispuestas para el entrenamiento cuando irrumpe mi mamá en vestido y tacones, y de inmediato pensó: “¿Quién es esta pequeña burguesa?”. Pero ella siempre fue así, la única que se bañó a diario mientras estuvo en la guerrilla. Se entrenó para ser capitana de la revolución, así aprendió judo, comunicaciones y demás.

En medio de esto conoció a un uruguayo con quien empezó a salir, por lo que mi papá lo sacó de la isla para poder acercarse a ella. Desde ahí estuvieron juntos hasta su muerte.

Llegaron a Colombia, ella encargada de comunicaciones y él como comandante del M – 19. Fue el momento de los diálogos de Paz, en uno de ellos, el de Corinto, el Gobierno incumplió sus compromisos y le hicieron un atentado a mi papá: mi mamá atravesó su mano para que no lo alcanzaran, entonces perdió cuatro dedos. Diría que ellos tuvieron un romance muy tórrido, por el carácter fuerte de mi mamá, por la valentía de los dos.

INFANCIA

Nací cuando mi mamá tenía veintitrés años, es decir, cuatro después de que hubiera ingresado a la guerrilla. Algún día, en medio de un tiroteo, mi mamá intentó entrar a un túnel vietnamita que habían construido a fin de resguardarse de las bombas, pero no lo logró por el estado avanzado de embarazo en que se encontraba. Entonces mi papá pensó que era momento de enviarla a casa.

Para mi mamá era muy difícil alejarse de él porque en esa época, si perdían el contacto, podían pasar seis meses o más antes de volverse a saber cualquier cosa. Tuvo que decidir entre su bebé y su esposo y su trabajo político en la guerrilla, porque muchas cosas estaban en juego para ella: su proceso dentro del M, su relación, pero también su hija. Siempre se sintió muy dividida como quedó consignado en unas cartas que escribió, muy sentidas.

Fue una cesárea programada en un hospital privado que cerraron por seguridad, pues mi papá para ese momento ya era uno de los hombres más buscados del país. Contaban con información de inteligencia que indicaba que esperaba el nacimiento de su segundo hijo y que sería varón, entonces lo buscaron por todos los hospitales, allanándolos.

Vivíamos con Fayad cerca a Corferias. Cualquier día, estando yo muy recién nacida, vio cómo se acercaba la policía, le avisó a mi mamá que logró escapar llevándome con ella. Desde ese momento perdió todo contacto con mi papá. La enviaron por cuatro meses a un monasterio en Boyacá, donde le impusieron trabajos muy fuertes. Cuando logró un contacto, este la llevó a encontrarse con mi papá en Panamá. Llegamos por el tapón del Darién en lancha, y conquistó a un piloto para que le trajera a su esposo en avioneta.

Después de un tiempo de vivir en Panamá viajamos a Cuba donde mi hermana María José y mi abuela Margot. Más adelante regresamos a Colombia donde me dejaron por un tiempo con mi abuela materna en Manizales, pues las condiciones de seguridad no eran las mejores para que yo pudiera estar con ellos. Ciertamente fue una época muy difícil para mi mamá, pero quedé en un lugar muy seguro, pues nadie conocía a su familia.

Recuerdo que mi abuela se angustió porque yo no estaba bautizada, entonces mi tía María Judith, su hermana menor, le dijo a un cura que yo era su hija natural. Así logró mi bautizo. Luego, como secreto de confesión, le contó de su engaño.

Cuando comenzaron las negociaciones del M – 19 en Santo Domingo, empecé a vivir entre Manizales y República Dominicana donde compartimos con Navarro una casa muy humilde, de madera, fogón de leña, dos cuartos. Mi papá tenía dos doberman, Pitsi y Zeus, que habían tenido doce perritos los que me hicieron la niña más feliz del mundo. Fue aquí la última vez que vi a mi papá.

Vivir con mi abuela fue genial, por ser ella tan alcahueta, porque los fines de semana íbamos a las fincas de mis tíos montando a caballo y nadando en la piscina. Pero cuando murió mi papá, mi mamá quedó deshecha, fue una situación muy difícil para las dos. De inmediato decidió que yo debía viajar a Bogotá para estar con ella. Esos primeros años fueron muy difíciles.

Mi mamá sufrió de depresión, aunque no fuera diagnosticada. Y yo sufrí depresión infantil, porque ni siquiera hablaba.

Llegué al colegio cuando ya estaban cursando el año, pasé por varias instituciones, en las que no me sentía bien. A mi abuela paterna le contaron que el padre Gabriel Giraldo, quien había sido profesor de mi papá en la Javeriana, estaba montando el colegio Gimnasio Los Caobos. Lo visitó y le dijo: “Ya que usted no pudo con mis hijos, aquí le traigo a mi nieta a ver si logra hacer algo mejor con ella”.

GIMNASIO LOS CAOBOS

Inicié hasta terminar mi educación básica en este colegio, desde los cuatro hasta los dieciséis años. De allí son mis amigos, los de toda la vida. Esta fue una época turbulenta.

Mi mamá no había estudiado nada distinto a ser capitana de la revolución, nada que le permitiera ejercer profesionalmente. Así trabajó entre semana y estudió ciencia política en la Universidad del Valle que entre semana era a distancia y presencial los viernes y sábados, entonces no nos veíamos mucho.

Mientras mi mamá estudiaba, yo compartía con mis tíos José Antonio y Ana Martha Pizano, con Nina o con Margot. Si bien su esfuerzo era para pagarme el colegio, muchas veces no le alcanzaba la plata. Por fortuna el rector, Felipe Diago, amigo de mi papá, le decía a mi mamá que le pagara cuando pudiera.

Mi mamá empezó a ascender en su trabajo, se destacó siempre. Fue directora de la Red de Solidaridad Social para Cundinamarca. También se especializó en política pública. Así fue como pude estudiar en la Universidad de los Andes y tener una vida de muchos privilegios.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Estudié ciencia política, aunque había considerado literatura y pensé en estudiar sociología, pero, como mis primos estudiaban en los Andes, quise sentirme acompañada por ellos, pues son como mis hermanos dado que nos criamos prácticamente juntos. Tomé algunas clases de literatura que me permitieron darme cuenta de que era más un hobby, el análisis literario no me interesó, por lo mismo supe que ese no era mi camino.

Me enteré de la existencia del Club de debate, ingresé y me encontré con Alice Begroom, judía caleña, una mujer de uno sesenta, rubia y con una personalidad arrolladora, quien me dijo: “Creo que deberíamos lanzarnos como representantes estudiantiles”. Así lo hicimos para comenzar un proceso muy activo en los espacios políticos. Fundamos y dirigí el periódico que todavía existe, Sin corbata. Fui vicepresidenta del Club de debate. Comencé a prestarle más atención a estas actividades extra curriculares que a la carrera, pero me encantaba por ese carácter sociable que me habita. Tuvimos una conferencia de líderes estudiantiles que disfruté mucho.

Algún día hablando con Alice me contó que su abuelo materno es Barba roja, director de la inteligencia cubana. Fidel le pidió que traficara tabaco y alcohol, lo detuvieron, y lo traicionó. Cuando le conté esta historia a mi mamá me confirmó que Barba Roja y mi papá habían sido los mejores amigos en Cuba. Alice y yo nos encontramos por coincidencia de la vida, y supimos de esto un año más tarde.

Tomé clases de historia del arte con Carmen María Jaramillo, manizalita, una de las personas más importantes de su ámbito en el país, ha escrito libros como El mago del Caribe (sobre el maestro Obregón) y varios otros, fue directora del Banco de la República, directora de arte de los Andes, de la Tadeo. El caso es que me enamoré de esta clase: la primera estuvo referida al rol de la mujer en el arte desde el comienzo de la humanidad.

Comencé a tomar todas estas materias, en las que sacaba cinco mientras que en ciencia política tres ocho. Vi todo lo que se podía en estos temas, porque lo que me gustó fue la teoría artística que, además, es muy parecida a la teoría política: tienen puntos de encuentro muy fuertes.

Me gradué más por responsabilidad con mi mamá que por pasión en su momento.

GOLD SMITH COLLEGE

Hablando con Carmen María le dije que quería adelantar una maestría afuera. Me dijo: “Tu lugar en el mundo para estudiar es el Gold Smith College, de la Universidad de Londres. Mi ideal era un lugar con playa, los Ángeles, por ejemplo, pero no otra ciudad fría y gris. Igual viajé a Londres con una visa de estudiantes de inglés.

Como había estudiado ciencia política y no arte, no podía adelantar la maestría que me proponía en teoría contemporánea del arte, que debía hacer un año de historia del arte para lograrlo. Así lo hice, fue un año increíble. Fui activista ambiental y vegana.

Gold Smith pertenece a la escuela francesa del pensamiento, como el posmodernismo, además es ultra liberal, contestataria, en la que venden panecillos de Palestina en todas las esquinas, se encuentra uno mujeres con burkas y minifalda, siempre hay una bandera de Palestina a la entrada, alguna vez secuestraron al rector. A ella iban los mejores filósofos de Europa. Resulta curioso porque pude darme cuenta de que tenía más bases en la maestría que el resto de los estudiantes, porque, en últimas, estábamos estudiando teoría política. Hice mi trabajo de grado sobre economía. Expuse el pos capitalismo, la crisis económica del 2008.

KIOSK COLLECTIVE

Una vez graduada de la maestría fundé un colectivo de teoría de arte con amigas, Kiosk Collective, dimos conferencias en Europa. Expusimos el lenguaje como una forma plástica. Se trató de un trabajo muy divertido, que pagaba muy mal. Así que al tiempo vendí ropa para financiarme.

Apliqué al doctorado en un instituto en Holanda que me recomendaron. Durante las vacaciones vine a Colombia y el hecho de estar con mis amigos y con mi familia, el disfrutar de la comida y demás, hizo que decidiera quedarme. Pedí que me enviaran mis cosas, incluidos mis gatos.

VALENZUELA KLENNER

Una vez en Bogotá comencé a trabajar en Valenzuela Klenner, la primera galería que hizo arte contemporáneo en la ciudad.

CENTRO DE MEMORIA PAZ Y RECONCILIACIÓN DISTRITAL

Luego me vinculé al Centro de Memoria distrital Paz y Reconciliación. Estando aquí trabajé con las madres de Soacha, comenzamos el costurero de la memoria, con las víctimas del secuestro, de desaparición forzada y el tema de pedagogía y memoria con Camilo González Posso.

Venía de una temporada en la que tomé distancia de Colombia para encontrarme con su realidad. Fue una época muy linda, pero también muy dura, porque trabajar con organizaciones de víctimas y escuchar sus conflictos y tragedia resulta muy retador en lo emocional y psicológico. No todos estamos hechos para trabajar con la memoria del conflicto armado. Creo que yo no lo estoy, por ser sensible, por ser emocional. Admiro a quienes se dedican a estos temas.

EMPRENDIMIENTO – BIOGAR

En el Centro de Memoria me di cuenta de que las víctimas no tenían salud ni educación ni empleo. Las madres de Soacha, tan reconocidas, no tenían becas ni oportunidades económicas reales. Evidencié la desigualdad de la sociedad en que vivimos, entonces decidí crear empresa para generar puestos de trabajo y solucionar problemas reales de la población con la que estaba trabajando.

En Londres compré productos de aseo ecológico de una marca de Bélgica, Ecover. Había leído un artículo acerca de cómo las ranas eran víctimas del cloro que usamos en las casas, cuando estas son indispensables para el ecosistema de la selva amazónica. En el país no tenemos regulado su uso y tampoco se encuentran productos de limpieza que sean ecológicos. Así pues, encontré un espacio en el mercado que me permitió iniciar un proyecto ético a todo nivel en el que podía dar empleo, ser responsable con los trabajadores, con todos los estándares de responsabilidad social y ambiental. Biogar ya cuenta ocho años de éxito en el mercado, también en el de México.

Con un grupo de amigos estamos creando una nueva empresa que busca eliminar los residuos plásticos en los productos de aseo.

POLÍTICA EN COLOMBIA

Nunca imaginé verme en lo que estoy actualmente. Pensé que me dedicaría a la academia, que sería curadora de arte, que trabajaría en un museo de alguna galería o en la universidad. Terminada la maestría consideré hacer mi doctorado y seguir en esa línea.

Con mi regreso al país y con la experiencia con mi emprendimiento entendí muchas cosas. Por ejemplo, que la diferencia de emprender en los dos países es muy grande. En Colombia no se apoya al emprendedor, la pequeña empresa en Colombia paga un 98.7% en impuestos reales más gastos administrativos, cuando somos quienes mantenemos al Estado. La mayoría del empleo que se genera no se encuentra en las grandes empresas, sino en la panadería del barrio, en el local de Ricaurte, del Restrepo. La mediana empresa paga en impuestos reales alrededor del 50% y la grande menos del 30% porque tiene abogados tributaristas que la ayudan a navegar por ese difícil y complicado entramado.

Llevaban mucho tiempo invitándome a que me lanzara a la política, no lo había querido hacer en cuerpo propio, hasta ahora solo había apoyado campañas como la de Claudia Calao. En el 2018 la Gustavo Petro. He buscado ayudar a entender que lo que busca la izquierda colombiana no es el comunismo, sino un país con mayor justicia y menos corrupción, pues los partidos que nos han gobernado se lo han robado. Los ciudadanos trabajamos para la Dian y para los corruptos. No es rentable ser empresario en Colombia.

Para estas elecciones, en marzo del 2021, compañeras de la Colombia Humana me comprometieron a dar el pazo. Fui reticente, pero reconocí lo que me argumentaron, ser alguien con logros propios al haber sido catalogada como una de las mejores gerentes de Colombia, al ganarme el premio más importante de emprendimiento femenino en Mujeres que impactan, al haber representado a Colombia en numerosos escenarios internacionales de emprendimiento. Soy el vivo ejemplo de que en la Colombia Humana también hay empresarios y que estamos pensando, en lo que decía mi papá, en un país de propietarios y en desarrollo económico. Me siento muy indignada por las condiciones de emprendimiento de este país y con las que tienen que asumir las Pymes. Después de mucho pensarlo decidí lanzarme.

Tengo, además, un legado familiar y es ser hija de Carlos Pizarro. Quiéralo o no, eso me da cierto reconocimiento, me abre puertas. Mi familia me ha brindado como centro de mi vida el activismo. Debo capitalizar esta circunstancia para hacer transformaciones sociales y económicas. Es mi responsabilidad hacerlo. Ahora soy candidata a la Cámara por Bogotá del Pacto Histórico.

Lo positivo es que estoy aprendiendo de mi país, de política pública, de la organización del Estado, a hablar en público, de los temas que me interesan. Ha sido interesante conocer otros líderes que viven también este proceso. Al comienzo sentí toda la adrenalina que surte la posibilidad de perder, pero la verdad es que ser empresario es mucho más miedoso e imposible que ser candidato político cuando se arriesga la suerte económica de los empleados, de los ahorros propios, cuando se está a merced del mercado con toda la incertidumbre que implica.

Aún cuando se supone que la empresa privada es un escenario de competencia, los empresarios somos más colaboradores y respetuosos entre nosotros. Trabajo con mi competencia, participo en distintos grupos de colaboración empresarial. Entrar a la política es como participar de una guerra, TW es un cloaca de odio, lo que lo ha hecho del ejercicio de la política algo muy difícil. Creo que hay un tema de polarización, radicalización.

Soy de la idea de que debemos trabajar juntos, del Gran Acuerdo Nacional de mi papá en el que debemos negociar con la contraparte. Mi papá y Álvaro Gómez Hurtado terminaron siendo muy amigos e intentaron construir un país juntos.

Las reglas del juego de nuestra política no tienen ética ni moral. Pareciera que estuviera bien meterse en temas personales, para desprestigiar al otro, cuando debería darse una discusión en términos políticos. El que me digan guerrillera no me afecta en lo más mínimo. Pero me sorprende la falta de colaboración y del ánimo de llevar la discusión al plano político y técnico: cómo hacer una reforma tributaria, qué se va a ser con el tema de las Pensiones, cómo crear más empleo cuando el femenino está en el 34%.

PROPUESTAS

Estoy interesada en sacar adelante unos proyectos de ley muy concretos. Creo que en este momento es necesario impulsar una ley de reindustrialización porque estamos viviendo de una economía informal y financiera y esto no crea muchos puestos de trabajo.

Necesitamos pensar en avanzar en un tema de proteccionismo, de cuidar la industria nacional. Cuando viví la crisis del 2008 en Inglaterra, pude ver cómo le afectó al ser este un país que depende en un altísimo porcentaje del mundo financiero, en cambio Alemania y Francia tienen mayor número de industrias como Volkswagen, Renault, TGV. Cuando se dio la quiebra financiera, estas dos naciones la aguantaron porque tenían activos materiales, industria, tuvieron con qué soportarla.

Considero que el TLC que firmó Uribe fue supremamente dañino para la industria nacional, para la agroindustria, para los zapateros, para las confecciones. Es hora de tener unas leyes de protección que beneficien a algunos sectores y que nos permitan crear empleo y tener activos que soporten la economía nacional.

Viví la dificultad de la injusticia financiera, porque exige tres años de constitución (cuando solo el 10% logra llegar), y vender más de trescientos millones de pesos al año. El Fondo Nacional de Garantías protege al banco, pero significa costos adicionales para el emprendedor. Por esto pienso que es necesario crear un banco de primer piso para que los colombianos y pequeños empresarios podamos acceder a crédito pues sin este no es posible crecer ni lograr un país de propietarios, como aspiraba mi papá. Entonces me gustaría llegar para apoyar el emprendimiento, el trabajo de la mujer.