Enrique Peñalosa

ENRIQUE PEÑALOSA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

ORÍGENES

El primer Peñalosa del que se tiene información en el país fue un indígena habitante de Bosa que había adoptado el apellido de su encomendero de procedencia europea. Se sabe de algunos franceses, pero también de otros en los Estados Unidos. Hace doscientos años, en Massachusetts, vivieron un par de hermanos de apellido Gooding dedicados a la relojería. Consignaron en los archivos que habían viajado a América del Sur, pero que nunca se había vuelto a saber de ellos. Obtuvimos esta información gracias a que mi papá fue un aficionado a la genealogía, le divertía, entonces investigó y viajó rastreando sus raíces.

RAMA PATERNA

Vicente Peñalosa, mi bisabuelo, fue un emprendedor, primer gerente de la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, propiedad de la familia Samper, donde conservan su fotografía como testimonio y a manera de homenaje. Murió muy joven, entonces no lo alcancé a conocer, pero sí a mi bisabuela quien siempre andaba vestida de negro, una especie de fantasma que circulaba por la casa.

La casa de los abuelos era muy grande, de techos altos, con patio en el centro que junto con el solar iba de la quince hasta la Caracas. En ella tenían un piano que habían heredado y una lámpara de cristal en forma de araña. También un arbolito de arrayán en el que mi abuelo había instalado una tablita para dejar las boronas de pan ya endurecido que servía de alimento para los copetones. Además, había un cerezo y un brevo y para bajar las cerezas y las brevas nos subíamos a un muro con tejas, rompiéndolas.

Mi abuelo lleva el nombre de su padre. Fue un señor muy tradicional, el típico rolo que andaba de sombrero, chaleco y leontina. Casi que con devoción leía el periódico, el mismo que doblaba de manera muy especial y con sumo cuidado. Tuvo una imprenta en la que ocasionalmente lo visitábamos. Con los años trabajó en la gerencia de la Imprenta Nacional. Fue muy religioso, no faltaba a misa porque iba a diario. Recuerdo que cuando niño lo acompañaba a la iglesia El Divino Salvador, a la que él ayudaba desde la Fundación San Vicente que había creado para asistir a los más necesitados. Se ubicaba en la puerta principal y yo en la lateral a pedir limosna para los más pobres. En la medida en que recibía un aporte, contestaba: “San Vicente se lo pague”, “San Vicente se lo pague”. También visitábamos al padre Gómez, rector del colegio, el mismo en el que estudió mi hijo Martín.

Alberto Lleras Camargo menciona a mi abuelo en su libro Mi gente, pues fueron compañeros de estudio, en el que lo describe como alguien psicorrígido.

Ricardo, el único hermano de mi abuelo, vivió en una clínica de reposo en una época en que no se contaba con los recursos médicos que en la actualidad, por lo tanto, era mucha la gente que se hospitalizaba. En ocasiones pasaba largas temporadas en la casa que resultaban un poco asustadoras cuando en el patio gritaba: “¡Mato! ¡Mato! ¡Mato!”.

Nos acompañaba en los paseos que hacíamos con mis abuelos los fines de semana. Íbamos en el carro hacia el norte, porque no tuvimos finca ni club, comprábamos provisiones, normalmente carne y papas, nos subíamos al carro y cuando llegábamos a algún potrero abríamos la cerca y nos bajábamos a departir. Al regreso lo dejábamos nuevamente en el psiquiátrico al que entré un par de veces y donde pude ver a varios de sus pacientes. Ese fue nuestro plan de domingo por muchos años.

Me causa impresión cada vez que veo Amarcord (Me acuerdo), película biográfica de Federico Fellini que contiene una escena exactamente igual a la que nosotros vivíamos, pero la de ellos con sofisticación: iban en un coche lujoso en el que recogían al loco de la familia en la clínica, lo llevan a su casa de campo donde se subía a un árbol y comenzaba a gritar: “¡Voglio una donna!”, “¡Voglio una donna!” (quiero una mujer).

Una curiosidad: un tío le había regalado a Ricardo una bicicleta que quedó abandonada en el patio de la casa y que se convirtió en mi primera y única bicicleta de infancia. Este ha sido uno de mis deportes por excelencia.

Compartí mucho con mi abuelo gracias a que visitaba su casa con frecuencia, aunque más por mi abuela, quien me resultaba más divertida. Abigail, Abicita o Abby, como le decíamos, fue un personaje fenomenal, con la influencia americana que la hizo una mujer de avanzada, pues había vivido en Manhattan cuando mi bisabuelo se instaló para atender el mercado de café, pues fue uno de los fundadores de la Federación Nacional de Cafeteros. Conservo una postal que él le envió desde un barco donde le decía: “Mi ñata”.

Ya casada pasó afugias económicas. Si bien vivía en una casa enorme, como describí, no siempre tenía la posibilidad de recibir ayuda, aunque en ocasiones contaba con un buen número de empleadas para atender a todas las familias que congregaba. La cocina tenía una estufa de carbón, lo que la hacía el lugar más caliente de toda la casa, pero no solo porque esta siempre estaba prendida, sino porque ella le daba más calor al ambiente, por cálida y amorosa. En el jardín había una especie de corral en ladrillos lleno de carbón, y mi abuela lo picaba con una vara especial antes de usarlo. Sabía preparar recetas muy especiales, había aprendido a hacer Donuts y ponqués.

Con ella recorrí Chapinero. Caminaba rapidísimo, yo colgando de su brazo, desde la carrera quince hasta la plaza de mercado con su delantal lleno de bolsillos y presta a comprar todo cuanto necesitara para el almuerzo: arveja, fríjoles, quesos y carnes, todo fresco. Se hizo amiga de las marchantas quienes me impresionaban con sus enormes escotes donde metían sus monederos. Pero también íbamos a la mini tienda de las señoritas, porque así les decían, donde vendían los trompos que mi abuela me compraba. En la carrera trece un español vendía churros y en su negocio tenía caballitos que se movían cuando se les echaba monedas.

Mi abuela siempre me dijo: “No se te olvide nunca una cosa: la gente no cambia”. Cuando fui secretario económico del presidente Barco (cargo que existía en esa época), visitaba a mi abuela y después de un rato de acompañarla le decía: “Bueno, abuela, tengo que irme porque me van a echar”. Entonces me contestaba: “No, mijo, a ti qué te van a echar si eres jefe”. Pero más interesante que eso decía: “En esta nueva era todo el mundo se la pasa pensando en trabajar, y yo me pregunto quién dijo que trabajar era bueno. Fíjate, Jesucristo nunca trabajó.”

La suya fue una familia numerosa: Diego, arquitecto, profesor de la Universidad Nacional, que vivió en Cali. Abby, casada con ingeniero aeronáutico, vivió en Miami. Rosario, casada con el ingeniero Archila, padres de Emilio quien es un abogado comprometido con los temas de la ejecución del Acuerdo de Paz. Consuelo, melliza de Fernando. Vicente, piloto. Gustavo trabajó en Urabá sembrando bananeras.

ENRIQUE PEÑALOSA CAMARGO

Enrique Peñalosa, mi padre, fue un nerd, muy trabajador, ejecutivo, disciplinado, buen lector, alguien muy brillante. Podía terminar un libro en dos horas, porque lo leía concentrado. No hizo deporte, tampoco tomó trago, ni siquiera le gustó escuchar música. Aprendió inglés siendo mayor, porque superó cualquier barrera que se le presentó en la vida. Decía que la buena gerencia es un recurso muy escaso. Consideraba que no había que nombrar gente a la cual no se pudiera luego remover de su cargo, como ocurre con los referidos de los caciques políticos, presidentes o amigos.  Tenía como máxima: “Lo más aburrido hay que hacerlo primero”.

Debo decir que no tuvo infancia, porque se dedicó a estudiar para salir adelante. Pasó por varios colegios, pues siempre quiso cambiar: estudió en el Cervantes, luego en el Seminario Mayor, pero no porque hubiera tenido una vocación religiosa, y se graduó del Gimnasio Campestre.

En el seminario fue compañero de Camilo Torres y se hicieron muy amigos. Cuando mi papá fue gerente del INCORA, Camilo hizo parte de su Junta Directiva junto con Álvaro Gómez, porque esta era muy ecléctica. Tejió lazos de amistad muy fuertes desde infancia con personas de las calidades de Fabio Echeverry. De Miguel Fadul, su profesor en la Universidad y socio en una pequeña empresa de consultoría que montaron. De Oscar Pérez, su compañero de universidad quien fuera director de Corferias por recomendación de mi papá, santandereano sensacional. Pero también de Miguel Mejía, Mario Latorre, Ignacio Chape y varios otros.

Entiendo que quiso estudiar Derecho, pero no se dieron las circunstancias, entonces estudió Economía en la Facultad del Gimnasio Moderno (que después se volvió la Facultad de los Andes). Carlos Lleras Restrepo fue su profesor, alguien que tuvo un impacto muy grande en su vida. Precisamente Virgilio Barco lo conoció cuando mi papá fue concejal en las listas de Carlos Lleras, desde allí redactó el Estatuto de Valorización junto a Jorge Gaitán Cortés con quien escribió un libro sobre este tema porque los concejales de la época eran notables, gente muy estudiosa.

Fue la época de Fernando Hinestrosa, Ignacio Chape y varios otros. Cuando Barco fue alcalde llamó a diario a las seis de la mañana a la casa para hablar hasta por más de una hora con mi papá sobre la ciudad. Porque mi papá fue obsesivo en su interés por el tema urbano y por los temas país, aunque comenzó con el agrícola.

Lleras lo llevó en su lista al Concejo, cual niño consentido y protegido. Este era un momento en que no trabajaban tiempo completo, sino solo por las tardes. Tampoco devengaban sueldo, porque eran no remunerados, no como ahora que tienen carros, escoltas, asistentes, policías, celulares (lo que debería revertirse).

Mi papá hizo el proyecto de Ley con que se crearon las Corporaciones Autónomas – CAR, tema que estudió en el Tennessee Valley Authority – TVA, aunque lo presentó el congresista Enrique Pardo. La primera que se creó fue la Corporación del Valle junto con la de Bogotá del que fue su primer director.

Trabajó como gerente del INCORA. Desde allí pacificó el Sumapaz en la época de Juan de la Cruz Varela, guerrillero legendario que impedía el ingreso del ejército, pero que quiso mucho a mi papá. El presidente Lleras le había dicho que iban a bombardear la zona, entonces le contestó: “Un presidente liberal no puede bombardear a los campesinos”. Mi papá consiguió un permiso de entrada a través de Varela, cabalgó más de diez horas, se reunieron y firmaron la paz. Luego el gobierno hizo las carreteras a San Juan de Sumapaz.

Los títulos de propiedad de la región los otorgó el INCORA a través de una reforma agraria. Muchas fincas fueron invadidas en la época de la violencia. Los tecnócratas izquierdosos se reían diciendo que habían titulado unas fincas a los campesinos cuando según cuentas estas tenían propietarios que las habían abandonado por la violencia. Entre ellas se contaba una de los miembros de la familia Gómez Hurtado, quienes titularon su finca como baldío. Porque el INCORA expropió (pagando), las que no estuvieran bien explotadas para darlas a los campesinos.

Colombia era un país rural, hoy es 80% urbano. La riqueza estaba en la tierra, los grandes caciques eran congresistas. Para esa época no se daba el absurdo de elegir senadores por circunscripción nacional, y los alcaldes y gobernadores eran nombrados por el presidente. Tampoco había tarjetón, sino una papeleta en la que el senador incluía a los representantes a la Cámara, a los diputados y a los concejales. Se tenía una estructura feudal.

A la expropiación le llamaban incorar. En mi colegio estudiaban hijos de familias a las que estaban incorando y yo con mi papá convertido en el coco de las zonas rurales de Colombia. A causa de esto me golpearon más de una vez y a mi papá lo calumniaron. Se daban todo tipo de enfrentamientos entre los politiqueros corruptos (no tanto como los de hoy en día). Los caciques odiaban al INCORA al sentirse amenazados, otros volvieron sus tierras productivas.

Mi papá representaba varias amenazas al establecimiento tradicional. Por un lado, la aplicación de la reforma agraria. También por hacer parte de los tecnócratas que promovió el presidente Lleras, nerds estudiosos con conexiones internacionales que hacía que los políticos tradicionales se sintieran amenazados.

Los congresistas hacían parte de las juntas directivas de algunos institutos del Gobierno. Fue cuando se encontró con Ignacio Vives Echavarría, samario muy corrupto que les pidió plata a unos hacendados, si mal no recuerdo de apellido Ospina, para que no les incoraran la finca, aunque claramente no lo podía evitar. Entonces mi papá lo denunció ante el Senado donde se hizo el espíritu de cuerpo: se defendieron los unos a los otros, los latifundistas contra el símbolo supremo de lo que era su peor amenaza desde la reforma agraria.

Mi papá hacía parte de los tecnócratas no politiqueros, además fue torpe políticamente hablando. En horario triple A transmitían las calumnias que se generaban en el Congreso, sin que se hicieran responsables por lo que ocurriera dentro del recinto, norma que de manera absurda se ha mantenido no obstante que se comparte lo que ocurre en redes sociales y televisión. Para el caso, Nacho Vives falsificó unas cartas con errores absurdos, como el suyo se comete uno entre un millón: tildar el no y su firma calcándola de actas del INCORA, cuando nadie firma igual dos veces.

Una vez renunció al Ministerio, mi papá viajó a Washington como representante de Colombia en la Junta Directiva del Banco Interamericano de Desarrollo donde lo recuerdan como un excelente gerente. Esta circunstancia acabó con su carrera política cuando estaba convencido de que sería presidente designado por Lleras. A mí me cambió la vida al nacer en los Estados Unidos, donde tuve la oportunidad de vivir mis primeros años.

Poco tiempo después, tal vez seis o nueve meses más tarde, fue nombrado vicepresidente administrativo del Banco, es decir, pasó a ser parte de su nómina. En 1976 fue secretario general de la Primera Conferencia Mundial de Hábitat en Naciones Unidas que tuvo lugar en Vancouver. Porque los suyos fueron los temas de ciudad y los de aquí se trataban de asentamientos urbanos.

Regresó al país, montó sus negocios agrícolas: sembró banano y palmitos en Urabá, también tomates en invernadero. Pasado un tiempo Barco nombró a Julio César Sánchez, papá de Camilo Sánchez y recomendado de mi papá, alcalde de Bogotá. Curiosamente no a él, cuando siempre quiso ser alcalde de la ciudad. Julio César y mi papá fueron muy amigos, mi papá fue su padrino de matrimonio.

Barco lo nombró embajador en Naciones Unidas donde fue jefe del Consejo de Seguridad y donde tuvo ocasión de lucirse.

Después no tuvo cargos públicos. Tampoco se sometió a cargos de elección popular, porque estuvo en el Concejo por parte de las listas de Carlos Lleras. Recuerdo a mi muy querido tío Vicente quien, sobre el debate al que sometieron a mi papá en el Congreso, dijo: “A su papá le hicieron daño por dos cosas: por no tener ni plata ni votos. Si hubiera tenido plata o votos no lo hubieran podido molestar”. Esto me caló muchísimo, nunca lo he olvidado, es más, recuerdo que me lo dijo hablando en Cartagena frente al Muelle de los Pegasos y la Puerta del Reloj en la muralla. Ahí supe que si quería hacer una carrera en el gobierno necesitaría votos y no ser nombrado ministro para ser removido sin más.

Mi papá jugó un papel realmente protagónico como embajador de Colombia ante la cumbre de medio ambiente y desarrollo en Rio de Janeiro en 1992. No sólo lideró la posición de Colombia sino que alineó la posición del grupo G 77.

A su regreso creó la Zona Franca de Bogotá en la que invirtió recursos importantes. Aquí los industriales dieron más zonas de cesión de las que les correspondía, hoy es el parque más grande que hay en Fontibón. Compró e instaló una escultura del maestro Negret, aunque a los socios no les gustó mucho la idea pues se destinaron más de setecientos millones de la época. También fue un socio importante de Punch Televisión, donde me involucré escribiendo telenovelas que fueron muy exitosas.

De maneras muy distintas me veo en mi papá principalmente en su vocación de servicio y en su obsesión por el país. Soy austero, quizás no tanto como lo fue él. En la disciplina, pues, con excepción de mis períodos de alcalde, en mis últimos veinticinco años no he sido empleado, pero vivo con las exigencias propias de quien asume sus temas con responsabilidad. Como él, resulto torpe políticamente, un poco abrasivo pues decimos cosas que no son muy amables para algunos, quizás poco diplomáticas.

Sus temas de interés, como han sido los míos, son los de país. Con esto no quiero significar que haya algún mérito aquí, ni que sea éticamente superior, simplemente es una inquietud como lo es otra profesión u ocupación para otros: carpintería, mecánica, arte, literatura. Para mí lo son la ciudad y el país.

RAMA MATERNA

Resulta que los Londoño tienen una única raíz. Pertenecen a una familia que llegó a Antioquia, los más varados fueron migrando hacia el sur: Caldas, Risaralda, Quindío y Tolima. Mi Londoño es del norte del Tolima.

Pablo Londoño, mi abuelo, fue un finquero, ganadero de Ibagué. En la época de la violencia viajaba en flota, sospecho que no aprendió a manejar y que era amigo de los guerrilleros o de los bandoleros o quizás solo lo toleraban. Una característica genética de los Londoño es que todos tienen las cejas grandes.

Inés Domínguez, mi abuela, tuvo ancestros españoles, uno de ellos fue José María Domínguez del Castillo quien firmó el acta de la Independencia. Fue una niña consentida de Chaparral a la que le llevaron un piano a lomo de mula hasta su casa. Tuvo pájaros, porque le encantaron.

Se preocupó siempre por la educación a diferencia de mi abuelo que fue un poco más rústico. Viajaron con sus hijos a Bogotá donde recibieron la primera educación: Alfonso estudió química en la Carnegie, padre de Francisco, médico de mi edad. Graciela, bacterióloga, es la mamá de mi prima Ángela Inés. Beatriz, odontóloga, está casada con un alto ejecutivo de una petrolera gringa. Inés, hermana gemela de mi mamá, a quien adoro, como mi mamá pintó al óleo, hizo jardines, fue siempre muy buena lectora y disfruta de la buena música. Mi mamá estudió arte en la Universidad, dio clases en kínder y primeros años de primaria en el Gimnasio Moderno donde le enseñó a Guillermo Perry (decía que desde chiquito él ya era genio). Elena, fue una de las primeras pacientes de corazón abierto en Colombia, tuvo una carpintería porque le fascinaban los trabajos en madera, así fabricó rompecabezas; es la mamá de mis primos Pablo, Elena, Cristina y Adriana. En mi casa tengo cuadros pintados al óleo por mi mamá y plantas sembradas por mi tía.

CECILIA LONDOÑO

Cecilia Londoño, mi mamá, disfrutaba escuchando música de compositores como Chopin, Rajmáninov, pero también rancheras de Amalia Mendoza, Chavela Vargas, Pedro Vargas. En algún momento comenzó a diseñar jardines, fue pionera en esto. Hizo los jardines del Externado, pero también en clubes, casas y demás. Tuvo vivero toda la vida que, probablemente, le generaron más ingresos que a mi padre con su trabajo en el sector público. Hizo un jardín lindísimo en su casa que cuidó desde su silla de ruedas acompañada por su tanque de oxígeno. Hasta poco antes de su muerte visitó viveros pues siempre quiso comprar más plantas.

SUS PADRES

He de decir que las Londoño han sido muy lindas siempre, y lo siguen siendo, fueron muy pretendidas y admiradas. Esto no fue indiferente a la mirada de mi papá cuando conoció a mi mamá a través de sus hermanos, compañeros de la Facultad de Arquitectura con quienes se reunía a hacer proyectos.

Cuando se casaron construyeron su casa en Santa Ana, pero por falta de recursos tuvieron que alquilarla y vivir con los abuelos por casi cinco años. Una vez instalados, mi papá lideró la junta de acción comunal y organizó el parque de Santa Ana con sus canchas de tenis donde yo jugaba con mis hermanos y amigos. También subía el monte y hacía caminatas larguísimas que disfruté muchísimo porque para mi papá no fueron importantes los viajes ni los clubes ni la finca. Ya muy grande conocí el mar que visitamos contadas veces.

Somos cinco hermanos. Soy el mayor. María Inés murió de un año. Guillermo vive en Toronto, es administrador con MBA en UCLA y un aficionado al tema urbano sobre el que da conferencias alrededor del mundo. Natalia es muy brillante. Camilo hace más de veinte años vive en los Estados Unidos, es socio minoritario en una empresa grande que comercializa hierbas aromáticas. Julián, el menor, con quien tengo una diferencia grande de edad, tiene cuatro hijas maravillosas.

PILARES DE FAMILIA

Mis padres siempre propendieron por la igualdad: mi padre a nivel del Estado a través de la reforma agraria y urbana; mi mamá en la parte práctica, al ser respetuosa con las personas sin importar su nivel social o su actividad.

PRIMEROS AÑOS

Nací en los Estados Unidos, pero crecí en una Colombia mucho más pobre de la que tenemos ahora. Recuerdo que heredaba los zapatos de mi papá y las camisas de mis tíos; mis pantalones eran cortos pues crecíamos rápido, los llamaban salta charcos y tenían parches en las rodillas y los suéteres en los codos para cubrir los huecos.

Mi papá tuvo la lucidez de no ver televisión, entonces cuando lo entrevistaban como ministro, para verlo, teníamos que ir a la casa de un vecino. Prefirió que leyéramos y que no nos distrajéramos ni contamináramos. Como consecuencia, fui buen lector desde niño.

Recuerdo que mi mamá me compraba libros en Carulla como Mi pequeño libro de oro, serie de cuentos con dibujos propios para niños de siete años. También una colección por fascículos sobre la primera guerra mundial con la que se despertó en mí una fascinación por los aviones, así aprendí a reconocerlos convirtiéndome en experto.

Recuerdo que en algún cumpleaños me dieron a escoger entre una bicicleta y una enciclopedia, preferí lo segundo. Me regalaron El tesoro de la juventud, veinte tomos sobre historias griegas que leí cualquier número de veces. Mi verdadera pasión fueron los libros de Julio Verne a quien le debo mi estructura mental y de vocabulario: Dos años de vacaciones lo leí más de diez veces, pero no solo este, sino todos los suyos. También me gustó Emilio Salgari, escritor, marino y periodista italiano, autor de obras como Piratas de la Malasia, Piratas del Caribe, Piratas de las Bermudas, Aventuras en el Far West.

Ocultaba apresurado el libro que estuviera leyendo debajo de la mesa cuando mi mamá se acercaba al cuarto, porque prefería leer que hacer mis tareas de matemáticas. Como no me iba bien en algunas materias, mi mamá le ponía la queja a mi papá y él me pegaba con la correa, pero también con palos que me marcaban con morados que me duraban meses. Además, me dejaban de hablar, que era lo que más me dolía. Cuando volvían lentamente a dirigirme la palabra, llegaban las notas del siguiente período, entonces se repetía la situación. Pude ser mal estudiante, pero con mucha mejor ortografía y mucho más vocabulario que los compañeros de curso.

A mis catorce años empecé a escribir cuentos: en mi casa, en el paradero y hasta en el bus. Jaime Bernal Leongómez, mi profesor de español quien luego ingresó a la Academia  Colombiana de la Lengua, los leía al comienzo de la clase y alguna vez quiso publicarlos. Pienso que hubiera escrito mejor si hubiera continuado con mi ritmo de lecturas en español que se redujo con el viaje a los Estados Unidos.

Hicimos algunos paseos familiares. Mi papá me llevaba en su campero por carreteras destapadas por más de diez horas a Muzo, Monte de Oro, Villavicencio, que me empezaron a dañar la espalda. En las pocas salidas que hacíamos con mis tías me resultaba muy divertido escucharlas cantando rancheras. Alguna vez mi abuela materna quiso llevarnos a sus nietos a Honda, pero se quedó sin frenos y nos fuimos contra un barranco.

Mis papás alquilaron una casa en Melgar y pasábamos el día en el Hotel Guadaira que tenía una buena piscina, pero en algún momento decidí no ir y al quedarme solo intenté subirme a un árbol de mamoncillos que había frente a la casa, metí la mano en un hueco buscando apoyo e impulso, pero se trataba de un enjambre de abejas, de inmediato me lancé a la piscina que, aún debajo del agua, no se zafaban. Me picaron todo el brazo dejándome cicatrices por más de un año, por fortuna no soy alérgico, tan solo quedé con un poco de fiebre y delirante, a diferencia de un amigo del colegio que murió cuando lo picó una sola abeja.

Esto me invita a recordar que tuve una colección de insectos, porque me obsesionaban. Me encantaron las mariposas, en general todos los animales. Los pegué con alfileres en icopor y los guardé en mi closet. Llené frascos con formol para conservar lagartijas y salamandras porque también quise ser entomólogo. Jugando con pólvora me dañé dos dedos, entonces quise ser cirujano plástico. Para mi primera comunión estudié la vida de muchos santos, para convertirlo en mi sueño, porque quise ser santo.

Mi abuela, que vivía en la carrera 9 con calle 45, me llevaba al teatro de Teusaquillo que quedaba a pocas cuadras. Allí vi La novicia rebelde. Pero también Consuelo, mi tía melliza, me llevaba a cine en el Teatro Lucía, Palermo y otros. Me impactaron las películas de Rocío Durcal en las que proyectaban una vida de ensueño: jóvenes cantando y disfrutando del mar y de las ciudades con sus vespas en un país radiante. Para mí era el paraíso terrenal pues cuando conocí el mar tenía trece años y mis salidas eran a un potrero.

Mis tíos me llevaron al Campín a ver jugar al Santa Fe cuando no había barras bravas. Lo curioso es que la casa quedaba tan cerca del Estadio que alcanzábamos a escuchar cuando gritaban los goles.

Fernando, el tío mellizo, fue el jefe scout del colegio Campestre. Alcanzamos a estar juntos, él en bachillerato y yo en primaria, entonces lo vi jugando fútbol, participando de peleas y defendiéndome cuando me quitaban el balón. Una de las épocas más felices de mi niñez fue en los Scouts cuando fui Lobato, y mi tío me enseñó a hacer el morral para estas excursiones y las del Réfous donde estudié posteriormente. Edmundo Mastrángelo, jefe mundial de los scout, nos ayudó a organizar un grupo scout en Santa Ana, barrio en el que vivimos cuando no era elegante, sino de clase media. Así subimos a los cerros con frecuencia. En esa época montábamos solos en bus, pues no nos sobreprotegían tanto como a los niños de ahora.

Viviendo en Santa Ana vendí huevos en compañía de un amigo. Nos desplazábamos en un carro de balineras y nos íbamos de casa en casa por todo el barrio: seguramente se quebró más de uno en esas subidas y bajadas por las cuadras.

Pude disfrutar de mis tíos pilotos que me llevaban a montar en avioneta en Guaymaral. Uno de ellos, a quien adoré, tuvo fincas en San Pedro, Sucre, donde sembraba algodón. Además, tuvo una compañía de fumigación, negocio con el que fue muy próspero. Recuerdo cómo sonaban y se bamboleaban en la pista de pasto de su finca, recuerdo también el olor a combustible, a motor, a aceite. Para mí volar es fascinante.

Fue mucho lo que compartí con mis tíos, borrachines con historias que no son para contarse. Uno de ellos, piloto de fumigación, iba a un prostíbulo famoso en Magangué, Bolívar. Cuando llegaba salían a saludarlo diciendo: “Llegó el Capi”. No fueron pocas las ocasiones en que cerraron el burdel para atenderlo, a lo mafioso. Magangué era un sitio surrealista al que llegaba la carretera en la que aterrizaban los aviones de Scadta, pero era el final de todo donde la gente recostaba una butaca a la pared para pasar las horas escuchando música. Recuerdo que a un piloto alemán se le dañó el avión y decidió quedarse a vivir en el lugar hasta su último respiro.  

El otro de mis tíos era gay, piloto de la United Fruit Company y amigo de su presidente. Terminó junto con mi padre sembrando banano en Urabá donde fijaron un aviso en la carretera que atravesaba la pista: “¡PRECAUCIÓN: Cruce de aviones!”. Cuando íbamos a acompañarlo, subíamos hasta la frontera con Panamá por donde ahora cruzan los haitianos. En Acandí hay una vereda que lleva el nombre de mi papá en su honor.

Mis tíos podían pasar por una época de bonanza o no tener plata y siempre fueron los mismos, porque nunca perdieron su felicidad. Así como montaban en avión privado bimotor lo hacían en un viejo Renault 4, siempre iguales en cualquier circunstancia. Con mis tíos borrachines, locos y aventureros viví un Macondo profundo.

Inés, mi tía materna, me llevó un par de veces a Yaguará, donde ahora es la represa de Betania y donde en las fiestas soltaban toros por las calles, muy parecido a las de San Fermín en España. Cualquier día compró una máquina de cortar el pelo y la ensayó conmigo, terminó rapándome. Por supuesto sentí mucha angustia por tener que ir así al colegio. Mi papá me dijo: “Usted tiene personalidad”. Me recuerda mi mamá que cuando llegué por la tarde le dije: “¿Sabes qué? ¡No tengo personalidad!”.

En la peluquería de Usaquén solo ofrecían dos cortes: el americano o con patillas. Así que la peluqueada y la rapada eran lo mismo. Lo que me fascinaba del lugar era tener la posibilidad de leer los comics de Tarzán y Superman.

Como no conocía el mar, alguna vez quise hacer un barco que me llevara por el río Magdalena hasta Cartagena. En una revista de mecánica popular encontré un diseño para hacer un Kayak con vela, de cinco metros. Realmente se trataba de un velero. Mi tía Elena me acolitó y me acogió en su taller con mis amigos Germán Pombo y Pablo Lodoño, cómplices de esta aventura que nos tomó dos años. Me dediqué con consagración en mis tiempos libres, sábados, domingos y festivos. Cualquier centavo que reunía lo usaba para comprar materiales en el 7 de agosto: triplex y pintura marinos, también tornillos de bronce. Y me regalaron cajas con madera de pino para hacer las costillas del bote.

Una vez lo terminé mi papá me felicitó y reconoció mi persistencia, lo que no era normal en él. Fue maravilloso porque lo inauguramos en la represa de Tominé y puedo decir que superó todas las pruebas, sin duda quedó mucho mejor de lo que hubiera podido imaginar. Cuando nos fuimos a vivir a los Estados Unidos quedó guardado en la carpintería de algún amigo. Pero también disfruté muchísimo con mi tío Roberto cuando navegaba en velero en el Muñe, antes de que se contaminara. Tuve la oportunidad de tripular en las regatas en las que participaba, algunas veces en Tominé.

A los once años los temas de mi interés fueron el socialismo y el comunismo. Más allá de interesarme por ellos, me obsesioné y quise entenderlos en profundidad. Tuve amigos del colegio que eran súper izquierdosos como Alberto Díaz, hijo del gobernador de Sucre y hermano de Eduardo, quien fue ministro. Cuando vivieron en Sucre los visitamos con frecuencia. Estudié estos temas también buscando entender la reacción de mis amigos del colegio cuando me golpeaban por temas concernientes a la actividad de mi papá en el INCORA.

SU PRIMER AMOR

A mis trece años fui por primera vez a una fiesta. Sobra decir que era un tronco pues en mi casa nadie bailaba, mi papá ni siquiera escuchaba música. Cuando sacaba una niña a bailar le hablaba de socialismo y a los tres minutos se excusaba para ir al baño.

Solo tuve tragas platónicas, absolutamente infructuosas, que empezaron a mis once años. La primera fue de mi vecina, la Nena Morales, quien vivía en la casa de la otra esquina de la cuadra. Recuerdo que la abuela nos hacía cuarto para encontrarnos en misa. También me iba por entre los techos a verla comer a través de los velos de las cortinas: ¡no me explico cómo no me gané un balazo ni una denuncia! Hacía que me dejara el bus del colegio para poder pasar por su paradero. Con amigos nos íbamos por los cerros hasta el Marymount, solo que los guardianes de los bosques del acueducto sí nos echaban bala. Nos arriesgábamos solo para que pudiera verla jugar basquetbol. Le llevé regalos que compraba con mis ahorros, recuerdo los discos de Paul Mauriat y los chocolates.

Cuando su familia vivió en un suburbio del norte de Nueva York viajé a visitarla cuando yo apenas tenía quince años, en pleno invierno y sin hablar inglés. Casi me congelo, no tenía plata, pero finalmente nos reunimos. Pasaron muchos años sin verla hasta que hace poco la visité, le envié flores y la volví a llamar con frecuencia. Se encontraba en estado crítico de salud, tuve entonces ocasión de despedirme antes de su muerte.

ESTADOS UNIDOS

Tenía quince años cuando mi familia se fue a vivir a los Estados Unidos. Esta fue una experiencia que cambió mi vida y que me permitió aprender inglés. Aprendí leyendo y buscando las palabras en el diccionario, aunque mi acento no era el mejor por la falta de oído: tiene más oído un eucalipto sabanero que yo. Como me dediqué a estudiarlo, obtuve un puntaje muy alto en el examen equivalente a las pruebas SABER que presenté tan solo dos años después de haber llegado.

Estudié en un colegio público muy grande, un High School de gran prestigio, pues ya cursaba los últimos años de bachillerato. Tuve profesores magníficos y la oportunidad de hacer deporte, jugué baloncesto y fútbol. También tomé cursos de escritura creativa que me fueron de gran utilidad especialmente en mi etapa universitaria.

Cuando cumplí dieciséis años empecé a trabajar de viernes a domingo en una especie de McDonalds, pero de la cadena Marriott con sede principal a dos cuadras del punto de venta. Así el señor Marriott, mormón, por lo tanto muy austero, asistía cada domingo al servicio religioso y luego iba a comer con sus dos hijos vestidos de traje: uno de ellos es el actual presidente de la Marriot.

En ese trabajo limpiaba pisos, sacaba las canecas grandes de plástico a una caja ubicada afuera, las vaciaba y les saltaba encima para que se apretaran las basuras, pero en ocasiones se me entraba la malteada por entre los zapatos. También limpiaba los baños, varias veces algunos enfermos hacían sus necesidades por fuera de la taza y vomitaban allí. Lavaba los pisos quitándoles el pegote que los niños generaban en el soft day bar, cuando le echaban a sus helados toda clase de dulces de colores. Con los primeros ahorros viajé a Europa, hice un tour muy a las carreras, pero también me compré una moto.

Tuve cientos de trabajos más. Aspiré un laboratorio en el que estaban haciendo un cañón de agua para minería, pues no podía contener ni una brizna de polvo. Cuando la aspiradora no funcionó, al día siguiente me llevaron una que casi me aspira a mí.

Vendí zapatos en Hahn’s Shoes donde aprendí paciencia: las señoras en su mayoría me hacían sacar cualquier número de pares para no comprarlos, pero nosotros ganábamos en parte por la comisión sobre ventas (que difícilmente se daban). Como aprendí a reconocerlas, las empecé a evitar.

Lavé platos donde tuve como compañero a un campesino salvadoreño que era ilegal. Nos contaba que se sentía muy orgulloso al saber arar con bestia y con tractor.

Fui de restaurante en restaurante pidiendo trabajo. Me dieron muy mal trato, como el que recibe un ladrón o limosnero. Finalmente me contrataron como mesero en el restaurante mexicano de Virginia llamado El sombrero, donde vestía camisas de colores: fucsias, moradas, rojas, y con flores donde debería ir la corbata. En una de tantas ocasiones, mientras servía, se me regó una sopa encima de una señora en medio de una discusión muy fuerte que sostenía con su pareja. Se levantaron furiosos, se fueron, ella adelante y él atrás. De repente, el señor giró y me entregó un billete de veinte dólares de propina muerto de la risa.

De ese restaurante me echaron. El administrador era un griego que se relacionaba con la recepcionista, solo que ocasionalmente yo la llevaba a su casa cuando cerrábamos a la una de la mañana. Quizás no supo que nunca tuve nada con ella, pero aprovechó para sacarme alguna vez que no cobré un postre.

DUKE UNIVERSITY

Gracias al fútbol me hallé en la vida, me volví más rápido, gané campeonatos y obtuve una beca completa para estudiar en Duke University. Con ella gané más que lo que luego como alcalde de Bogotá: incluía pensión, residencia, libros y tutores.

Decidí estudiar Economía e Historia, dado mi interés de entender el socialismo, aunque rápidamente me di cuenta de que este era un fracaso por inoperante.

Durante mi primer semestre mi papá se fue a Nueva York a trabajar con Naciones Unidas y mi mamá se devolvió para Colombia, entonces me quedé solo en las residencias universitarias. Resultaba deprimente cuando en las vacaciones de octubre todos los estudiantes viajaban o se iban para sus casas mientras que en las residencias espantan.

Conté con profesores intelectualmente muy estimulantes, como Charles, quien me enseñó historia con especialidad en temas de Colombia y autor de varios libros sobre nuestro país. Martin, economista que organizó la recuperación del manejo de la economía japonesa de posguerra. Con los años dicté seminarios en el Externado sobre desarrollo económico comparado con Japón y Unión Soviética, como lo hacía Miguel Urrutia en los Andes.

El enfoque en Duke es otro muy distinto al de las facultades de historia del país, resulta divertido y no por eso menos interesante. La Universidad para mí fue un festín, un banquete intelectual maravilloso, una experiencia única. La exigencia académica durísima, pero realmente aprendí a estudiar en una época en que no había computadores, por lo mismo ante un mínimo detalle, en repetidas ocasiones teníamos que reescribir los trabajos completos.

No éramos muchos los latinos, solo recuerdo a otra colombiana, Margarita, un genio que estudió ingeniería biomédica y se graduó Suma Cum Laude con notas de A en todo y en el 20% de las materias A+, cuando yo ni siquiera sabía que esa calificación existía.

Tuve ocasión de hacer algunos paseos. Por ejemplo, llegué hasta el key west echando dedo, entonces conocí los cayos al sur de Miami. Y escalé los Apalaches en invierno, aunque sin el equipo apropiado. Pero fue más lo que trabajé durante las vacaciones.

OBRERO DE CONSTRUCCIÓN

Fui obrero de construcción más de dos años junto con afroamericanos sindicalizados. Con ellos debía montar la estructura que iniciaba con los gatos del edificio. Cargábamos palos muy pesados de cuatro pulgadas por seis que acababan una camiseta en seis posturas. Luego instalábamos tablas de triplex, encima las formaletas metálicas o de fibra de vidrio con aceite para que no se pegaran, aunque igual ocurría, mientras otros ponían la varilla para fundir el concreto encima. Cuando se secaba, quitábamos los gatos que habían sostenido ese peso y con ganzúas halábamos las formaletas para sacarlas: en verano las formaletas de fibra de vidrio sueltan partículas que se pegan a la piel produciendo picazón. Cuando las metálicas caían al piso era necesario enderezarlas para volverlas a utilizar, entonces las golpeábamos con martillos durante horas generando un ruido tan fuerte que mitigábamos con tapones en los oídos: creo que esta ha sido la única vez que he cantado en mi vida, aprovechando que nadie me oía.

En invierno el trabajo se hacía mucho más difícil y exigente, en especial porque salíamos a las cuatro de la mañana, muy dormidos. No valía la pena devolverme a mi casa pues quedaba a una hora de ida y hora y media de regreso, entonces prefería quedarme entre el carro, aunque tenía un escape en el exosto que me envenenaba si lo dejaba prendido con la calefacción y me congelaba si lo apagaba. Como no me quedaba plata para pagar el seguro del carro, durante la época de universidad lo dejaba guardado y pagaba solo durante el tiempo en que trabajaba.

Soporté malos tratos por parte de capataces racistas, pero no de todos, pues recuerdo a un negro que era muy querido y divertido que me decía: “No trabaje tan duro que esto no es nuestro”. Gané muy buena plata para ese momento: era el año 73 y me pagaban trece dólares la hora.

Esta historia resulta mucho más divertida contarla que vivirla, en especial porque no estoy hablando de una experiencia que durara un par de semanas, sino que fueron muchos años de arduo trabajo. Cada día pensaba: “Me acabo de tirar otro día de mi vida que nunca va a volver”.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Durante mi carrera hice un semestre en la Universidad de los Andes donde casi me echan por revoltoso, pero logré buenas notas. Estando ahí me fui caminando cinco días desde la Calera hasta los Llanos, pasando por entre el páramo de Chingaza, la laguna hasta San Juanito sin toparme con nadie. Al llegar, de noche, me encontré con una población que no había visto un carro en su vida, las calles del pueblo eran en pasto. San Juanito con el tiempo se volvió un sitio en el que las FARC llevaban a sus secuestrados.

Estuve también en la represa de Chuza, donde Bogotá toma su agua. Luego me encontré con unos campesinos que me ofrecieron guarapo y un par de aguardientes, pero estaba en tal grado de deshidratación que quedé tronado. Me prestaron un salón del colegio para dormir, pero tuve que hacerlo en el piso. Una vez recuperado tomé la carretera hasta Cumaral junto al río Guatiquía. Sé que fue un acto de absoluta irresponsabilidad pues de haberme pasado algo no hubiera habido manera de que alguien se enterara. Pero es tanto lo que me gusta la naturaleza y la aventura que no me privé de vivir la experiencia.

GEORGETOWN – BID

Tomé un curso de verano de matemáticas en Georgetown, fui asistente de profesor e hice una pasantía en el Banco Interamericano de Desarrollo como asistente. Llegaba a mi casa a las siete y media, dormía dos horas y salía para la fábrica de Dunkin’ Donuts a lavar bandejas y a fregar el piso para quitarle la capa gris que se formaba. Regresaba, dormía tres horas y al día siguiente llevaba Donuts al banco, porque, las que no vendían, nos las repartían.

7 – ELEVEN

También trabajé en 7-Eleven en Virginia. Era el encargado de la tienda desde las ocho de la noche hasta las ocho de la mañana. Recuerdo que no se vendía trago después de las once o doce, entonces me quedaba solo porque poca gente iba. Pero es el momento perfecto para la delincuencia pues es cuando este tipo de sitios son atracados.

También tenía que lidiar con los borrachos que querían que les vendiera trago. Debía limpiar las neveras, recoger los vidrios de quienes rompían las botellas de cerveza al intentar sacarlas, llenar las bolsas de hielo y en las mañanas hacer el café y venderlo a los obreros de construcción que pasaban a las cinco de la mañana a llenar sus perolas antes de ir al trabajo. Como vendían libros, en el poco tiempo libre aproveché para leer.

GRADO

Definitivamente, mi vida fue como la de un zombi, porque así transcurrió incluso hasta después de terminar la carrera. Aún con todo este esfuerzo me gradué Cum Laude, solitario y triste, pues mis papás no pudieron acompañarme. Tampoco tuve ocasión de celebrarlo, sino que tomé mi carro y volví a la obra a seguir trabajando como obrero raso.

Acudí al place mate office, que ayuda a conseguir trabajo a los exalumnos recién graduados y, aunque me entrevistaron un buen número de empresas, ninguna me contrató. Quizás porque me había dejado el pelo largo y vestía mis botas de construcción, pues no era sofisticado. Entonces pedí cartas de recomendación a algunos profesores para enviarlas a Colombia. Uno de ellos escribió una muy buena, perfecta para un posgrado, pero no para un trabajo, aunque mencionaba cosas positivas. También es cierto que yo era un izquierdoso anti establecimiento.

Fue así como después de graduarme de Duke seguí trabajando de obrero de construcción. Confieso que todavía derramo lágrimas cuando recuerdo.

FRANCIA

Con los ahorros producto de mi trabajo quise vivir una aventura, hacer la ruta de la seda, caminar Afganistán. Para cumplir mi propósito invité a un amigo venezolano, hijo del director por su país en el Banco Interamericano, a quien conocí cuando llegamos a Georgetown, él un año antes, y juntos tomamos un curso de inglés. Para ese momento mi amigo tenía un cargo muy importante en el Fondo de Inversiones de Venezuela, en plena bonanza, pues hacía parte del grupo de sabios que estudiaban opciones para invertir los excedentes por el mundo.

Llegamos a Inglaterra, nos hospedamos por veinte días en un hostal de jóvenes. Al llegar a Paris quedé absolutamente deslumbrado, me pareció muy bella la ciudad, tanto o más que cuando fui por primera vez a mis dieciséis años. De inmediato decidí que quería quedarme, por lo mismo no continué con el recorrido.

Al comienzo viví muy apretado en un cuarto especialmente diminuto, uno de los marchant de bonne heure, donde la cama desdoblada ocupaba todo el espacio. El cuarto no tenía ducha, sino una especie de lavamanos que se usaba también para lavar los platos y el cuerpo con un trapo. En el mismo piso se encontraba un inodoro que se compartía con los demás residentes que eran, en su mayoría, afro franceses de las islas de Martinica y Guadalupe. Luego de un tiempo, con la ayuda de mi papá nos pasamos a un buen apartamento en el que nos visitaron amigos como Roberto Low Murtra y varios otros.

Nos recomendaron tomar un curso de francés en Besançon, donde aprovechamos para esquiar, solo que no teníamos la ropa apropiada, entonces compramos unos guantes delgaditos en una tienda de baratijas, pesse unique, y me puse un jean encima de otro. Como me había caído, dentro de los jeans se había metido un taco de nieve que no logré sacar, lo que aumentaba mi frío, porque soporté el más intenso hasta congelarme. Cuando llegamos a la cafetería observé a los jóvenes expertos que sabían caminar en las botas de esquí mientras que yo parecía un astronauta en la luna. Lo fijaban de una manera particular y seguían caminando, entonces intenté hacer lo mismo, pero se me cayó y recibí un palazo en la cara. Esta situación resultó realmente cantinflesca.

Me subí a la silla de polea individual y durante todo el recorrido me quité uno y después el otro guante para calentarme con el aliento. En ese ejercicio empecé a deslizarme, traté de no caerme, pero por el resorte la silla dio la vuelta dentro del carro de tal suerte que, al llegar al siguiente poste, se paró. Fue así como dejé varados a todos por más de una hora hasta que llegó un tractor a solucionar el lío.

Como conseguí trabajo en un centro de investigación económica en Paris, dejé Besançon al cabo de un mes, pero mi amigo sí continuó. Alquilé un cuarto muy básico donde un amigo gay, aunque la familia pensó que yo era su novio. Las colombianas en Europa levantaban toda clase de aristócratas franceses con castillos, atenciones finas y autos lujosos, pero uno bien varado no tenía opción de nada con ellas. Recuerdo ver a las mujeres que salían corriendo al metro en tenis con los zapatos de tacón dentro de la cartera, como en Nueva York, entonces, por cualquier razón, también empecé a correr cuando salía del trabajo, un viernes y solo. De repente me pregunté: “¿Yo por qué estoy corriendo si no tengo nada qué hacer?” No tenía ningún plan, ningún afán.

Nunca se me olvidará que, cuando iba en el metro con la mirada perdida y sin duda reflejando en mi cara la tristeza, el que pasaba en sentido contrario se detuvo. De repente vi contra la ventana a una joven de mi edad que se quedó mirándome con atención, luego me lanzó una sonrisa absolutamente divina. Supe que entendía mi situación, fue muy empática. Pero el metro continuó, ella se alejó y obviamente jamás supe de quién se trataba. Imposible olvidar ese bello gesto de una desconocida linda.

En época de vacaciones tan solo quedaban abiertos un par de restaurantes. Aquí nos servían la comida en bandejas metálicas con compartimentos en el que lanzaban el arroz, el puré. Así, sin más. Los únicos que quedábamos éramos los extranjeros que no teníamos plata para viajar porque vivíamos vaciados.

ADMINISTRACIÓN PÚBLICA

Decidí estudiar Administración Pública para lo que adelanté los trámites. Como requería que alguien del gobierno colombiano me postulara, acudí al cónsul Plinio Apuleyo Mendoza, quien me hizo una carta con la que obtuve el ingreso. Pero también quise estudiar cine pues disponía de por lo menos nueve meses antes de que comenzara mi plan de estudios formal. Se trataba de una escuela muy elegante, la más sofisticada de Francia, que pagaba por estudiar. Entonces estudié historia del cine mundial especialmente del libro de George Sadoul.

TRABAJO EN HOTELES

Aquí también comencé a trabajar. Lo hice en un hotel, inicialmente en uno no muy agradable. Luego pasé al Hotel Elysées Céramic de la avenida Wagram, de mejor nivel, donde trabajaba cuatro noches una semana y tres la siguiente, doce o trece horas al día.

Era el recepcionista encargado durante las noche. A las nueve ya todo estaba en calma, pero cuando llegaban los que se habían ido de rumba, me despertaban con el timbre que sonaba durísimo. Debía encargar los croissants del día siguiente a una panadería cercana, lo hacía de acuerdo al número de huéspedes.

En esa época se contaba con un conmutador de chuzos y cables para pasar las llamadas internacionales. Confieso que le cobraba dos minutos de más a los huéspedes para poder hacer mis llamadas a Colombia y saludar a mis papás. En esa época les escribía cartas que mi papá conservó y que me devolvió con los años.

Recuerdo un viejito que vivía en el hotel. En ocasiones se caía de la cama, pero sospecho que él se lanzaba para llamar a que lo recogieran. Cuando lo subía de regreso a la cama me daba una propina de diez centavos de francos: ¡necesitaba cincuenta para comprarme un pastel!

Los empleados del hotel eran árabes en su mayoría, quienes tenían todo un negocio montado. Recomendaban prostitutas a los huéspedes y cobraban comisión de cincuenta francos. En mi caso, no recomendé sino un par de veces, y consigno que nunca me pagaron en especie.

Recuerdo que con mi señora viajamos en carro desde Brujas a Paris, pero no teníamos reserva de hotel, eran las once de la noche y no encontramos cupo en ninguno, así que busqué Céramic. Fue grato volver y recordar. Lo que me llama la atención es que, doce años después, cuando volví por turismo, me encontré a quien fuera mi compañero de trabajo en la recepción. Tuve solidaridad, entonces le di una buena propina.

YACUANQUER – NARIÑO

En unas vacaciones un amigo de mi papá, gerente de la Caja Agraria, me dio una pasantía en un proyecto en Yacuanquer, Nariño. Allí me encontré con unos campesinos muy pobres, apenas estaba llegando la electricidad, tampoco llegaba la prensa.

Viví en la casa de quien era su gerente, su hijo después estudió en los Andes con quien me reconecté muchos años después.

El plan era sentarse en la cocina de leña y alimentar con pasto a los curíes mientras escuchábamos radio Sutatenza, la única emisora que se sintonizaba y que emitía programas educativos y culturales. Funcionó desde 1947 hasta 1989 impulsada por Monseñor Salcedo (muchos pensaron que monseñor podría llegar a ser presidente). Fue de las primeras licencias de transmisión en Colombia y la única de cobertura nacional.

También aproveché para caminar montaña arriba y hablar con los campesinos en la medida en que se cruzaban por el camino. Me obsequiaron unas vasijas indígenas, nativas, muy especiales, que aún conservo.

GRADO

Terminé mis estudios en Francia en el Instituto Internacional de Administración Pública que era parte de la Escuela Nacional de Administración, por demás muy elegante. Como las fusionaron, ahora el diploma es el mismo.

Los profesores habían estudiado en los Estados Unidos y contaban con las más altas credenciales. A los buenos estudiantes nos invitaron a adelantar un programa, no de doctorado, pero que requería una maestría como requisito en Administración Pública, el que había adelantado. Obtuve entonces los dos títulos al tiempo.

Disfruté de una época deliciosa con amigos y novias, una de ellas un poco mayor con el atractivo de que cocinaba delicioso. Además, fueron unos años de buena lectura.

UNITED PRESS INTERNATIONAL

El último diciembre, antes de regresar al país, participé de un concurso de la United Press International, se trataba de una pasantía paga en inglés por un año en Paris y luego otro en Nueva York.

Escribí la historia de un barco que había sido secuestrado por unos terroristas en el Mediterráneo. Para esto usé una máquina de escribir a la que se le quedaban pegadas las teclas. Me olvidé de ese proceso hasta cuando, veinte días antes de viajar, supe que me había ganado el concurso en el que competí contra decenas de aspirantes de lengua nativa inglesa. Pero no lo tomé, lo que no tuvo buen recibo.

Pasé diez años de mi vida fuera del país, de los quince a los veinticinco años, época en que los jóvenes disfrutan, van a fiestas, gozan con sus amigos, pero que, en mi caso, dediqué a trabajar, porque fui independiente, pero también muy resiliente. Cada segundo lo agradecí y lo aprecié como un milagro, viví infinitamente feliz sin que me fuera evidente mi pobreza.

Durante este tiempo no me desconecté de la realidad del país, cada libro que leía y cada curso que tomaba tenían como propósito aplicarlos luego en beneficio de Colombia, porque esta fue mi obsesión. Nunca me interesó la política electoral, sino el servicio social. Quería aportar en soluciones a los problemas, atender temas de desigualdad, de desarrollo económico.

NACIONALIDAD

Si bien había nacido en los Estados Unidos, tenía nacionalidad gringa y me había integrado a los norteamericanos, fui a la Embajada Americana en Bogotá a renunciar a ella. El embajador me recomendó tomarme un par de semanas para pensarlo, me invitó a mirar a través de la ventana la muy larga fila de gente que esperaba para radicar sus solicitudes que les permitieran obtener un beneficio como al que yo estaba renunciando. Esperé, volví y finalmente renuncié.

TRAYECTORA PROFESIONAL

PUNCH TELEVISIÓN

Mi familia fue accionista de Punch Televisión, programadora para la que escribí telenovelas, una de ellas firmada por Bertha Sarmiento Betancur y con la que la productora se ganó un premio.

Escribí los libretos y la canción de Amándote, telenovela muy exitosa, con Carlos Muñoz, Martha Liliana Ruiz, Armando Guzmán. Esta fue muy importante, pues era una programadora pequeña y si la telenovela no funcionaba se quebraba.

Detrás de los telones escribí los libretos de Testimonios. Programa de periodismo investigativo serio (no hay hoy nada parecido). En vez de ser lucrativo, no fueron pocas las veces en que perdimos patrocinadores cuando entrábamos en discusiones que podían no favorecerlos.

Convencí a la Junta Directiva de que le brindaran una oportunidad a Dago García y a Luis Felipe Salamanca, entonces les di el aval para que pudieran escribir la primera telenovela y fui con ellos a Villa de Leyva para diseñar los personajes.

Fui quien contrató por primera vez en periodismo a Ángela Patricia Janiot cuando vi un aviso que publicó de la Escuela Superior de Telecomunicaciones. También a María Teresa Ronderos, a Jairo Pulgarín, a Ana Lucía Madriñán quien se ganó un buen número de premios Simón Bolívar por cuenta de los libretos que yo escribía, y a Ernesto Cortés quien hoy es un periodista muy reconocido y respetado que trabaja en El Tiempo.

Realmente no firmé mis trabajos pues para ese entonces yo trabajaba en cargos públicos y no disponía tampoco del tiempo para surtir todo el proceso.

SIEMBRA DE TOMATES

Comencé a administrar una empresa que había montado mi papá con unos amigos dedicada a la siembra de tomates en invernadero, algo muy incipiente. Cuando no se vendían, parqueaba mi Renault 4 a la entrada de Carulla para venderlos. Recuerdo que al comienzo esto molestó a los vendedores de lotería, luego me vieron como una oportunidad para atraer clientes.

ANIF

Me vinculé a ANIF como investigador económico donde aprendí muchísimo, tuve una jefe maravillosa como Aída Díaz, directora financiera del Banco Popular por muchos años.

EL ESPECTADOR

Escribí casi una década en la sección económica de El Espectador que publicaba los domingos, lo que también me demandó unas disciplinas muy fuertes de estudio e investigación que me mereció un Premio Simón Bolívar. También publiqué un libro con mis columnas, donde concentré las que abordaban el tema urbano.

Puedo asegurar que, con las clases, el trabajo en ANIF y las columnas, aprendí muchísimo más que en mis posgrados.

PLANEACIÓN DEPARTAMENTAL

Fui director de Planeación de Cundinamarca, cargo desde donde escribí su plan de desarrollo. Hice los dibujos calcados de fotos, algo no muy sofisticado, pero válido. Sacamos adelante diecisiete acueductos y plantas de tratamiento en distintos municipios del Departamento aprovechando que los diseños estaban listos desde hacía muchos años, pero que nadie había ejecutado.

Recuerdo que, cuando enfrenté a Mockus en la campaña a la Alcaldía de Bogotá, él era una estrella que me ganó en todos los puestos de votación, excepto en Engativá, Villa Gladys y en Sumapaz. Cuando muchos años después asumí este cargo, me enviaron una carta de respaldo del Consejo de Cabrera, conformado por cinco personas, cuatro de ellas comunistas.

Estando en Planeación visité el lugar en un par de oportunidades acompañado por Teófilo Forero, cuando era diputado. Me contó de sus viajes a la entonces Unión Soviética y de su gusto por las rusas. La columna Teófilo Forero de las FARC, del Frente Oriental, llevaba su nombre para reconocerlo. Con él caminé montaña arriba revisando dónde debería ir la planta de tratamiento, luego fuimos a tomar un café y me preguntó: “¿Vio los guerrilleros? Porque ellos todos lo vieron a usted.” Por supuesto que se trataba de campesinos.

GALANISMO

Políticamente venía trabajando en grupos de estudios con el galanismo. Apoyé a Luis Carlos Galán a quien había conocido a través de la cercanía de mi papá con Carlos Lleras Restrepo y a quien, cuando dirigía Nueva Frontera, le envié un par de artículos desde Europa, que publicó.

A Galán le ayudé a escribir documentos y a repartir votos. Galán fue el primero que empezó a generar unas transferencias sobre las que escribí el artículo, Hacia la desaparición de los pueblos, con Andelfo García. Exponía la manera como los pueblos cada vez perdían más recursos per cápita, información que le fue útil a Galán para sus proyectos de ley que permitieron transferir una parte del IVA a los municipios pequeños para sostenerlos.  

Para ese entonces no integré ninguna lista, pero me dediqué a vender boletas para rifas y bingos. Quienes no tenían inscrita su cédula votaban en la calle 19 y yo me encargaba de repartir los votos en varias cuadras y en puestos de votación vestido con cachucha y camiseta. Organicé paseos a Villeta y transporté en bus a los que iban a trabajar en los puestos de votación.

Resulta que para ese momento no existía el tarjetón. Para que el ciudadano pudiera votar los partidos debían ubicar gente en los puestos de votación repartiendo votos. Era la maquinaria perfecta, pues quien votara por Senado, terminaba votando por los demás de la lista a la Cámara o a la Asamblea porque venían pegadas y pocos se tomaban el trabajo de separarlas.

ASAMBLEA DEPARTAMENTAL

Hice campaña con Gabriel Rosas, ministro muy brillante, correcto, encargado del tema de Cundinamarca para el Nuevo Liberalismo. Finalmente y con gran esfuerzo, quedé de tercero o cuarto suplente en la lista de diputados. Esto quiere decir que tenían que naufragar seis o siete para que yo entrara. Pero desde hacía mucho tenía claro que lo que quería era llegar a la Alcaldía de Bogotá, el tema urbano me apasionaba, además, se potenció en Paris.

ACUEDUCTO DE BOGOTÁ

Cuando nombraron a Eduardo Robayo Salom gerente del Acueducto, me llevó con él como su asistente y muy rápidamente pasé a ser subgerente administrativo y comercial. Aquí me encontré con que más de la mitad de los barrios de Bogotá eran ilegales: Bosa, Usme, Ciudad Bolívar.

Denuncié a la convención de la empresa porque la gente se pensionaba a los cuarenta años, esto coincidió con el año en que en el gobierno del presidente Betancur había sacado la norma de no subir más del 10% los salarios, cuando la inflación era superior al 20%. Así cambiamos la convención para que los funcionarios se pensionaran a la edad de ley, sin poner una en particular. También trasladé el club del Acueducto para poder hacer el colegio.

Esta fue una experiencia maravillosa que disfruté enormemente, pero también aprendí al ver cómo funciona una ciudad, su desarrollo ilegal, su planeación y crecimiento.

CONCEJO DE BOGOTÁ

Luego quise lanzarme al Concejo Municipal con las listas de Julio César Sánchez. En ese momento escogieron a Barco como candidato del Partido Liberal, en buena medida, para neutralizar a Galán. En otras palabras, Barco fue presidente gracias a Galán, pues los liberales necesitaban un candidato de opinión, no un político tradicional. Buscaban que ese candidato hiciera una de dos cosas o ambas: que lograra que Galán se retirara y lo apoyara; que si no lo hacía lo neutralizara; o por lo menos que le quitara votos. Pienso que si Galán hubiera insistido en continuar, el Partido hubiera puesto a un político tradicional distinto de Barco.

Julio César armó una lista de lo que se llamó Convergencia Liberal. Para participar en ella renuncié al Acueducto y me fui de decano de Administración de la Universidad Externado. Se elegían veinte concejales con suplentes quienes también asistían a las sesiones. Entonces fui suplente de Jorge Méndez Munévar, economista, llerista, catedrático.

UNIVERSIDAD EXTERNADO

Como mencioné al comienzo, di clases en la Universidad Externado por diecisiete años gracias a Enrique Low Murtra y a Roberto Hinestrosa. Dicté el curso Desarrollo económico colombiano, para lo que tuve que aprender muchísimo, me amanecía preparando la clase que era a primera hora de la mañana.

Juan José Echavarría, gerente del Banco de la República por muchos años, me recomendó lecturas que me fueron muy útiles. Estando aquí conocí a Liliana Sánchez, mi alumna quien tiempo después se convirtió en mi esposa. Consigno que no la invité a salir sino hasta después de terminado el semestre y en agosto del año siguiente nos casamos.

Como decano tomé muchas decisiones de impacto. Me encontré con profesores de muy bajo perfil, otros completamente burocratizados. Por lo mismo decidí sacar a noventa y nueve de los cien profesores de Administración, pero también a cambiar los horarios. Llevé computadores y micro computadores, lo que me generó encuentros con el rector Fernando Hinestrosa quien decía que eso era un esnobismo. Dictamos clases de inglés. También organizamos la celebración de los cien años de la Universidad.

Buscando nuevos profesores hice grandes amigos. Uno de mis grandes amigos de la vida es Mauricio Rodríguez, consejero, coequipero, alguien con toda la calificación, conferencista de altísimo nivel. Resultó que él había estudiado con mi hermano Guillermo en el CESA.

SECRETARIO ECONÓMICO DE LA PRESIDENCIA

Barco me ofreció ser vicecanciller, viceministro de desarrollo o secretario económico de la Presidencia. Me pareció divertida la Secretaría Económica porque me permitiría conocer desde el interior cómo funciona todo, además, una de las responsabilidades era la de asistir a la Junta Monetaria cuando César Gaviria era ministro de Hacienda y María Mercedes Cuéllar directora de Planeación Nacional. También asistí al CONPES.

Mi jefe fue Germán Montoya, secretario general quien me permitió hacer algunas cosas interesantes como rescatar el proyecto de la Drummond.

VIDA PÚBLICA

Aquí se da un punto de quiebre en mi vida. Estaba convencido de que si me dedicaba al sector privado me iría bien. En el sector público sabía que lo lograría con votos, lección recibida por parte de mi tío, porque era mejor tener votos que ser nombrado en cargos. No tuve ninguna intención de ser ministro, pero sí quise ser alcalde de Bogotá.

Cuando se votó al alcalde de Bogotá por primera vez saliendo elegido Andrés Pastrana seguido por Juan Martín Caicedo, Julio César Sánchez se lanzaba a la Cámara de Representantes. Pero Julio César estaba muy ofendido porque no me había quedado en el Concejo para respaldarlo cuando decidí irme a la Secretaría Económica de la Presidencia, entonces decidió ponerme de tercero suplente a la Cámara para la siguiente lista. De inmediato supe que debía moverme por mi cuenta.

La política en Colombia seguía siendo de maquinaria, aunque Galán tenía opinión, como algo excepcional. Así, a los líderes les daban prebendas, puestos, plata, buscando apoyos por ser quienes ponían los votos. Estos eran profesionales en recibir a todos los políticos y pedirles favores.

Recuerdo que la gente no tenía ni idea de por quién votar a la Cámara, decidían por el más atractivo viendo las fotos. Entendí que ahí había un mercado cautivo, la posibilidad de ser elegido si lograba posicionarme a través de mi hoja de vida, entonces decidí hacer mi campaña independiente.

Fui con mi esposa a un restaurante, le compartí mi proyecto, le mencioné que si me lanzaba seguramente en un año la gente me señalaría por haber hecho el oso, pero claramente quería intentarlo. Por fortuna, me brindó su respaldo.

Inicié entonces una campaña como un total desconocido. Como los partidos no tenían una sola lista, sino que podían ser muchas, decidí hacer una campaña dentro del Partido Liberal para lanzarme a la Cámara, con Andelfo García, mi suplente, y Juan José Perfetti, al Senado.

Conté con buena imagen frente a los empresarios, quienes me financiaron en parte. Pedí un préstamo bancario para comprar un Renault 12, de segunda mano, para hacer campaña. Año y medio antes de la elección comencé a hablar con gente amiga para que me ayudara a hacer reuniones en sus casas con sus amigos. Al comienzo sufría ante la idea de hablarles y tomaba notas preparatorias. La más angustiosa fue la que organizó una amiga con los compañeros del colegio, pues ellos sí que me intimidaban al conocerme tan bien, pero resultaron muy agradables pues disfrutaban hablando sobre el país y su futuro, máxime cuando yo contaba con información relevante.

Hice algo disruptivo. Como había vendido mis tomates a la entrada de Carulla, pensé en que si no me daba oso hacerlo, por qué me daría repartir publicidad política. Fui la primera persona que puso una flor en los volantes de campaña como símbolo del movimiento con el eslogan: “Para que florezca una nueva Colombia”. Lo que llamó la atención aquí cuando amigos me dijeron que eso no me quedaba bien, incluso mi esposa me dijo que la encontraba algo afeminada. Pero yo lo había visto en Europa y me gustó, así que diseñamos una especie de margarita. También puse mi hoja de vida en la publicidad política, lo que nadie había hecho en el pasado. Y salí a repartir publicidad, inicié en Carulla deteniendo a la gente que terminaba comprándole a los vendedores de lotería con quienes competía por el espacio público.

Lo que me dio mucho impulso fue el que María Isabel Rueda me hiciera una nota en el noticiero que dirigía. Me pusieron un micrófono y una cámara en la distancia mientras repartía mis papelitos en El Tunal. Esta nota, que duró minuto y medio, cambió todo. Desde ese momento la gente empezó a ser mucho más receptiva y conté con el apoyo de algunos líderes populares.

Mis cálculos me daban que no saldría elegido, pero que lograría entre cinco y ocho mil votos, lo que sería un comienzo para salir elegido en la siguiente campaña. Asombrosamente fui elegido, no de último, sino con veinticuatro mil votos. En ese momento supe que esto significaba un cambio de vida, que lograría llegar a la Alcaldía, como era mi deseo. Tenía treinta y dos años.

CONGRESO DE LA REPÚBLICA

Disfruté mi paso por el Congreso. Resultó exigente en términos de dedicación, fui ponente de algunas leyes importantes como la Reforma Cambiaria.

Si bien hay congresistas que chantajean al gobierno a cambio de puestos y plata, los juiciosos son respetados, estudian en detalle, se comprometen con su labor. En el Congreso se toman decisiones muy importantes: en el diseño de las leyes una coma puede hacer la diferencia.

Este Congreso fue revocado por la Asamblea Nacional Constituyente. Resulta que César Gaviria había dicho que los que salieran elegidos a la Constituyente quedaban inhabilitados por diez años para cualquier cargo por nombramiento en el gobierno o por elección popular. Pero eso no se dio, los constituyentes fueron nombrados o elegidos, sin excepción, porque se quitaron esa inhabilidad cuando no debieron hacerlo. El constituyente primario los había elegido con base en esa inhabilidad, entonces, podían cambiar todo lo demás, pero no lo que se había decidido.

Después lamenté no haberme lanzado, como lo hicieron Jaime Castro y Horacio Serpa. Es increíble cómo salió elegida gente que no tenía votos y no representaba nada ni a nadie. Los congresistas, en cambio, no renunciamos para no inhabilitarnos.

El punto es que me encantó que hubieran revocado el Congreso porque me ahorró tiempo para llegar a la Alcaldía, que era mi interés. Tan pronto pasó todo me lancé a la precandidatura liberal, pero también lo hizo Jaime Castro, ex constituyente, violando burdamente la norma. Ganó Castro, seguido por Antonio Galán y por mí.

Jaime Castro, quien funciona en términos de la política tradicional, me pidió un candidato para la Empresa de Energía de Bogotá. Le dije que esa empresa estaba quebrada, así que no necesitaba de alguien que supiera de energía, sino de finanzas, y que manejara los temas con el Banco Mundial. Sugerí el nombre de Alberto Calderón con quien trabajé en la Reforma Cambiaria, pues había sido delegado del Gobierno. Alberto luego fue presidente de Ecopetrol, vicepresidente mundial de la BS, CEO mundial de Anglo Gold Asahnti.

INSTITUTO COLOMBIANO DE AHORRO Y VIVIENDA

Trabajé en el Instituto Colombiano de Ahorro y Vivienda, una especie de gremio dedicado a investigar el mercado de las Corporaciones de Ahorro y Vivienda y del que hacían parte sus presidentes que no eran más de diez, como Efraín Forero de Davivienda, Eulalia Arboleda de Colmena, Eduardo Pacheco de Colpatria, Ester América Paz de las Villas.

Desde aquí recorrí muchos sitios de América Latina atendiendo temas urbanos, los de mi interés.

CONTIENDA ELECTORAL ALCALDÍA DE BOGOTÁ

Decidí presentarme por segunda vez a la contienda electoral por la Alcaldía de Bogotá, entonces renuncié al Instituto para iniciar mi campaña.

Recuerdo que repartía mis papelitos en la Calle 80 cuando en el bus alguien me dijo: “Mockus va a ganar”. Resulta que Mockus se acababa de bajar los pantalones como rector de la Universidad Nacional, para luego llorar porque lo sacaran. Yamid Amat le dijo en su programa que se lanzara a la Alcaldía, lo hizo y ganó. Esto me ayudó, porque de no haberlo hecho, se hubieran lanzado otras vacas sagradas del Partido Liberal. Como era evidente que a todos les llevaba tanta ventaja, nadie se lanzó y me dejaron ahí.

Estuve con Mockus en un debate en la Universidad Nacional, donde nunca se había dado ninguno, pero nos lanzaron tomates y hasta boñiga. Se armó una pelea campal y recuerdo que pensé: “No puedo irme de aquí, tengo que quedarme”. Pero no tenía claro quiénes peleaban, solo que se daban patadas, puños, unos se caían al foso de los músicos del León de Greiff. A Mockus le partieron una costilla. Este espectáculo quedó grabado en video.

En vez de pelear con Mockus, nos volvimos muy amigos. Hicimos una campaña distinta en la que salió elegido alcalde y nombró a mi hermano director de Recreación y Deportes.

Al año y medio renunció para lanzarse a la Presidencia, solo que terminó como candidato a la vicepresidencia de Noemí Sanín, en la que ganó Gaviria. Paul Bromberg, un sabio de la Nacional especialista en temas culturales, fue quien terminó su período en la alcaldía.

ARTHUR D. LITTLE

Me vinculé a Arthur D. Little, multinacional de consultoría. Esta fue una experiencia interesante por muchas razones. Los ingresos eran quizás siete veces superiores al más alto que me hubiera ganado en el sector público. Trabajé en diferentes lugares del mundo. Viajé con frecuencia a Boston, sede principal de la empresa. Lo más importante fue que aprendí herramientas gerenciales que me sirvieron después para ser alcalde.

Estando aquí, en el año 96, nació mi hijo Martín.

ALCALDÍA DE BOGOTÁ

Me sentía en equilibrio, al grado de considerar salirme de la política. En plena temporada de novenas de aguinaldos fuimos de paseo a Tominé con Mauricio Rodríguez cuando su hijo Santiago y mi hija Renata estaban chiquitos. Era un día soleado, los niños jugaron entre el barro y encontraron un cangrejo en una piedra. Así pasaron las horas.

De regreso, cuando todo estaba oscuro, nos topamos con un trancón en Gachancipá. Resulta que un camión había atropellado a una niña de ocho años. Mauricio se bajó con Renata y Santiago y la acomodaron en la parte de atrás del carro: vestía elegante, como de ceremonia, estaba muy linda. Pude sentir su respiración forzada. Llegué a Tocancipá, pero no había atención médica, entonces seguí hasta el hospital de Sopó. Cuando la cargué sentí que estaba sin vida, como en efecto confirmaron los médicos. Esta situación me impactó muchísimo y decidí que lo que no había podido hacer por ella, debía hacerlo por otros niños. Se convirtió en mi propósito de vida.

Llevaba muchos años estudiando, escribiendo, asesorando y siendo expositor sobre el tema urbano, entonces me lancé a la Alcaldía de Bogotá a la que llegué con proyectos y metas claras. Conformé equipos de gente excepcional que contó con autonomía.

Logré mi propósito de maneras muy distintas: a través de jardines infantiles, aceras, ciclo rutas, parques, colegios, centros culturales, centros de felicidad.

PRINCIPIO UNIFICADOR

Mi principio unificador es construir igualdad. La igualdad es fundamental, es necesaria para la felicidad. En otras palabras, la desigualdad es un obstáculo para la felicidad.

El mundo adoptó la economía de mercado como la mejor manera de administrar los recursos de la sociedad. Pero este sistema necesariamente genera desigualdad, es más, necesita de ella para poder funcionar: que unas personas ganen más, otras menos; que unas empresas tengan éxito y otras se quiebren. La pregunta es cómo hacer compatible esto con el deseo de igualdad, pues llevamos cientos de años buscándola, cientos de millones de personas la han buscado y han muerto por ella en los últimos trescientos años, en revoluciones y en guerras de independencia.

Paris me mostró la manera como una buena ciudad influye en la felicidad de la gente, aún en la de quienes no tienen recursos, cuando aporta campos deportivos, centros culturales, excelente transporte público, sitios lindos para caminar, un río descontaminado. Porque en el mundo moderno la gente vive en apartamentos cada vez más pequeños, las familias son cada vez más reducidas, lo que hace que cobre más importancia la ciudad, el espacio exterior.

Recuerdo que, viviendo en los Estados Unidos, McDonald’s hizo una campaña gigante para promocionar sus desayunos, que empezaba a vender por primera vez. Fue algo disruptivo, pues nadie desayunaba por fuera de su casa. Hace unas cuántas décadas en Bogotá no había cafés, con el tiempo abrieron OMA.

Hay formas de igualdad que pueden construir ciudad. Primero, en calidad de vida: que todos los ciudadanos tengan acceso a clases de música, de navegación a vela, a campos deportivos, al campo sin tener que ser dueño de una finca ni ser socio de un club. Segundo, en democracia: se desprende del principio básico de que todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Es el único artículo que necesitan las Constituciones porque todos los demás se desprenden de ahí.

Las implicaciones que tiene el concepto de igualdad son muy poderosas, aunque parezca poesía. Implica que, si todos los ciudadanos son iguales, el interés general prevalece sobre el particular (saludo a la bandera). Dado este principio es posible expropiar, pagando, siempre que se necesite y pensando en el interés general: casas o clubes para hacer carreteras, aeropuertos, puertos, parques. Pero también tiene implicaciones menores. Si todos los ciudadanos son iguales, quien va en bicicleta tiene derecho a la misma cantidad de espacio en la vía que quien va en carro. Por su parte, un bus con doscientas personas tiene derecho a doscientas veces más espacio en la vía que un carro con una sola.

En esa búsqueda di una pelea que casi me tumba de la Alcaldía. Me atacaron las emisoras, los canales de televisión, la prensa. Suena cómico que les pareciera inimaginable quitar los carros de las aceras, pero me declararon el enemigo número uno de los ciudadanos de mayores ingresos.

La persona de ingresos altos sale de su trabajo para llegar a una casa amplia, cómoda, posiblemente con acceso a jardines. Tiene un mercado sin restricciones en el que puede comprar productos importados, carnes sofisticadas, vinos. También tiene acceso a casas de campo, restaurantes, campos deportivos, clubes, viajes, vacaciones, actividades culturales. La persona de bajos ingresos, por el contrario, va a una casa de cuarenta metros cuadrados y la única alternativa que tiene a la televisión o a los juegos del teléfono, es el espacio público peatonal.

La diferencia de ingresos se siente en el tiempo libre, ojalá pudiéramos decir de ocio, pero el vocablo se contaminó cuando lo relacionaron con la idea de que: “El ocio es la madre de todos los vicios”. La diferencia no se siente cuando la gente duerme o trabaja, pues el vicepresidente de la empresa puede estar igualmente satisfecho o insatisfecho que quien limpia los pisos o los baños.

Fui quien acuñó las palabras Ciclorruta, Ciclovía nocturna de Navidad, Pico y Placa, porque buena parte del idioma que hoy utilizan los ciudadanos partieron de mí. Si bien Bolardo está en el diccionario, no se había implementado en Colombia, pues solo se usaba en los muelles para amarrar los barcos.

Una crítica frecuente que me hicieron fue la de que yo era un “decorador de ciudad”. Creo que el orden, la buena arquitectura, el diseño, la belleza, no cuestan más, por lo menos no mucho más, y producen bienestar, dignifican. Como dijo Stendahl, “la belleza es una promesa de felicidad”.

ACERAS

Otra manera de construir igualdad está en que todos los ciudadanos se encuentren como iguales en las aceras, ricos y pobres. Lo que diferencia a una ciudad avanzada de una atrasada no son las autopistas o los Metros, sino las aceras.

El espacio público peatonal es el más importante de una ciudad. Lo mínimo de lo mínimo que tiene que hacer una sociedad democrática es construir espacio público peatonal de calidad que incluye parques, campos deportivos, centros culturales. Pero lo primero, sin duda, son las aceras.

Cuando llegué a la Alcaldía por primera vez no había una sola acera en buen estado en Colombia, cualquiera que se le encuentre vino después de dar estas peleas. Suena un poco exótico, pero es cierto. Y me tomo los créditos por el cambio.

La falta de buenas aceras demuestra irrespeto por la dignidad humana, especialmente por la de los ciudadanos de menores ingresos, que son los que más caminan. La calidad de las aceras tiende a ser proporcional a lo democrática que es una sociedad.

Un símbolo clasista se da cuando solo el 10% de la población tiene vehículo particular y lo parquea encima de una acera: es como si estos ciudadanos fueran más importantes que los peatones. Si bien unos y otros siempre se encuentran: el dueño del apartamento con el portero del edificio o la empleada que le limpia la casa, lo interesante es que lo hagan en el espacio público, en la acera, en el parque o en el transporte público, porque ahí no están separados por las jerarquías como en el edificio.

Una buena ciudad logra que los ciudadanos de todos los niveles de ingresos se encuentren como iguales, ojalá en muchísimas circunstancias, pero por lo menos en las aceras y parques.

BOLARDOS

Instalamos bolardos en muchos sitios en los que no contábamos con suficientes recursos ni tiempo para construir aceras. No recuerdo haber visto nunca una reacción tan unificada y masiva del establecimiento en contra de algo. Por supuesto, como se vieron perjudicados quienes hacían negocio en los sitios en que fueron ubicados, entonces recogieron plata para hacer ruido mediático y reclamar.

El poder de los medios era tan enorme, antes de las redes sociales, que pronto incluso los ciudadanos más pobres consideraron que el problema más grave de la sociedad eran los bolardos.

Entre otras, cuando se visita Madrid, Paris, Nueva York, los bolardos están por todas partes, mientras que en Colombia me critican por ellos.

CICLORUTAS

Recuerdo que, quince años antes, desde ANIF, cuando nadie hablaba de ciclorrutas, les dije a mis compañeros que había que hacerlas para que la gente se pudiera desplazar con mayor fluidez y más rápido que en carro. Más aún, recién casado fui con mi esposa de madrugada a la ciclorruta entre Mosquera y Funza para contar bicicletas con el propósito de levantar una estadística. Después fuimos a los cultivos de flores y a la fábrica de Corona para enterarme de cuánta gente se transportaba en bicicleta y cuántos kilómetros se desplazaban. Esto no existía como tema, era el 84 y yo ya hacía mis estudios que confirmarían mi teoría.

PARQUES

Tan poco importantes eran los parques en Bogotá que un alcalde había decidido entregarle a Millonarios, a Santa Fe y a la Federación de Fútbol pedazos de lo que era el Simón Bolívar, que estaba sin desarrollar, para que hicieran clubes privados. Es como si hubiera entregado el Central Park de Nueva York. Cuando llegué a la Alcaldía los encontré junto a la gente del Royal Racquet Club, que luego fue condenada por narcotráfico. Lo asombroso no fue que se les hubiera concedido esos inmensos terrenos de la ciudad a unos privados, sino el hecho de que nadie dijera nada. Di mi pelea, que fue tan monumental como los terrenos que logré quitarles, decidí que se haría la Biblioteca Santo Domingo.

Superando innumerables trabas hicimos el parque lineal Juan Amarillo con ciclorruta, pese a la incomodidad de los socios del club que se opusieron. La creación de espacios públicos peatonales enfrenta innumerables dificultades de todo tipo. Para abrirle paso a la ciclorruta junto a un canal en otro tramo de este parque lineal, necesitábamos correr un par de metros un muro de la Escuela Militar de Cadetes, lo que generó una discusión difícil que solo logramos resolver en favor del parque con la intervención del ministro de Defensa.

Los ciudadanos de clase alta de estas sociedades desiguales y atrasadas, no es que estén en desacuerdo con que debe haber grandes parques, solo creyeron que estos debían ser para ellos. Como han sido quienes han manejado las ciudades, no reservaron grandes terrenos para hacerlos, porque las planearon e hicieron mal. Eso sí, se inventaron unos clubes con normas muy ingeniosas que les da exenciones de impuestos. Resulta que los clubes de golf pagan menos impuestos que lo que pagan los terrenos alrededor sustentados en que supuestamente son pulmones ecológicos. Obviamente, eso hace que valgan muy poquito y que se puedan expropiar con facilidad. Fue así como convertimos el área de polo del Country Club en parque público. Soy un convencido de que este club debería ser un parque para los ciudadanos.

Algún día se finiquitará el tema de la expropiación de los campos de Polo en aras de la igualdad. En la Alcaldía expropiamos miles de edificaciones para hacer vías y avenidas en Bosa para el Metro. Porque no tiene nada de excepcional expropiar para estos propósitos.

EL CENTRO

Cuando llegué a la primera Alcaldía el centro estaba colapsando. El mismo gobierno se había ido de allí, muchos Ministerios se reubicaron en la Avenida Dorado, en el CAN. También lo hicieron entidades del Distrito, oficinas de abogados y algunas universidades. No había inversión privada, pero con los años las universidades lo reactivaron y surgieron proyectos de vivienda.

El centro, en vez de ser el lugar de integración de los ciudadanos de todos los rincones de la ciudad y del país, se había vuelto un obstáculo. Si alguien buscaba pasar en carro, en cualquier semáforo le robaban las luces, las copas, los limpiaparabrisas de los carros. Nosotros lo rescatamos, peatonalizamos la Jiménez, sacamos el hilo de agua del Río San Francisco, sembramos los pimientos y las palmas de cera. Luego hicimos otras pequeñas plazas. Compramos el edificio para la Academia Superior de Artes de Bogotá que después la absorbió la Universidad Distrital.  

EL CARTUCHO

Una de las principales causas del deterioro del centro era el llamado Cartucho. Una especie de república independiente del crimen que había venido creciendo desde hacía más de sesenta años. Era un ambiente de un horror inimaginable por el deterioro humano de miles de adictos que deambulaban en calles oscuras, cubiertos de mugre, muchos con problemas graves de salud adicionales a la farmacodependencia. Se hacinaban a consumir droga durante varios días en edificaciones cuasi colapsadas, abandonadas desde décadas atrás por sus propietarios. El Cartucho era una fábrica de destrucción de vidas.

El problema de los habitantes de la calle no se ha resuelto en ninguna parte del mundo, pero nosotros hicimos unos trabajos sociales de rehabilitación gigantescos en los que invertimos recursos muy importantes.

Mis peleas no fueron contra los ricos, sino a favor de las mayorías. Pero los ciudadanos me condenaron cuando quité el horror del cartucho, la república independiente del cartucho donde se reunían narcotraficantes y consumidores de droga.

Siempre ha habido habitantes de la calle por toda la ciudad, pero cuando la gente los ve asume que es porque quedaron sin techo.  Un dato importante es que, de todos los habitantes de la calle de la ciudad, solo el 7% estaban concentrados en el Cartucho. Porque no vivían ahí, solo llegaban a consumir, a traficar, a hacer fiesta.

Tumbamos seiscientas edificaciones y veintitrés hectáreas a dos cuadras de la Plaza de Bolívar. Entonces hicimos el parque Tercer Milenio donde instalamos una escultura del maestro Ramírez Villamizar. En este parque más adelante Gustavo Petro tomó una buena porción para construir edificios, haciéndolo fácil, porque tener la capacidad gerencial y el carácter para acabar con el cartucho, no es de todos.

Recuperamos un edificio en ruinas con la estructura expuesta, sin paredes, solo columnas. Este espacio se convirtió en el centro comercial más exitoso del país, el Gran San, donde hacen el famoso madrugón.

BRONX

En la segunda Alcaldía, dieciocho años después, encontré otro foco, similar al Cartucho, pero con una criminalidad más concentrada, conocido como el Bronx, donde la ausencia de Estado había alcanzado niveles delirantes. Como el Cartucho, llevaba décadas de ser una isla de criminalidad por fuera del control del Estado.

Lo tumbamos, dejamos en construcción un Sena, compramos el edificio del Batallón de Reclutamiento del Ejército para hacer el proyecto Bronx Distrito Creativo.

SAN BERNARDO

También durante mi segunda Alcaldía adquirimos y demolimos la mayor parte del barrio San Bernardo, a pocas cuadras del Bronx y adyacente al parque Tercer Milenio. Allí, a dos cuadras de la casa presidencial, en equipo con constructores privados, construimos más de 4.000 apartamentos. Tres cuadras más al sur dejamos en construcción el Hospital de Santa Clara en el San Juan de Dios.

SAN VICTORINO

Recuperamos San Victorino, una plaza sobre la Avenida Jiménez que había sido invadida por vendedores informales con casetas permanentes.

La plaza de San Victorino y las calles de sus alrededores habían sido ocupadas desde más de medio siglo antes por estos vendedores. El desorden también atraía la criminalidad. Al igual que con el Cartucho o el Bronx, San Victorino era otro símbolo de la ineficacia del Estado, o peor, de su impotencia. Recuperamos el espacio público en gran medida pagando a los comerciantes informales del sector y rehicimos una bella plaza. Con el tiempo instalamos una escultura del maestro Negret.

LA CANDELARIA

En La Candelaria hicimos aceras, un parque pequeño, cambiamos las vías, hicimos programas de pintura. Recibimos una obra incipiente, en muy mal estado, en la plaza de la Concordia donde terminamos el colegio, la plaza, la Galería Santa Fe (obras que habían sido contratadas antes, pero que estaban frenadas). También hicimos el camino peatonal que va hasta la NQS por la calle 10.

COLEGIOS

Construimos colegios por decenas, como nunca se habían hecho en Colombia. Estos fueron de lujo en sectores populares, iguales de buenos a los privados de estrato 6. Creamos un sistema revolucionario, el esquema de los colegios en concesión que ha sido impresionantemente importante.

Algunos de los mejores colegios privados y la Universidad de los Andes comenzaron a administrarlos, pero no solo los de estrato 3 o 4, sino 1 y 2, con resultados magníficos. Obviamente esto me acarreó el odio de FECODE. Políticos como Sergio Fajardo quien supuestamente apoya la educación, nunca se han atrevido a decir que el esquema es bueno, porque prefieren ser simpáticos con FECODE. Pero esto fue una revolución en resultados académicos, en deserción escolar, en reducción de embarazos, pandillismo, porque hasta la seguridad de los barrios mejoró.

BIBLIOTECAS

Construimos las grandes bibliotecas de Bogotá: Tunal, Virgilio Barco, Tintal. Este es un símbolo de confianza en la inteligencia y potencial de los jóvenes, quienes pueden llegar a recibir un Premio Nobel.

La biblioteca grande, monumental, es como un templo. Puede ser que resulte ineficiente frente a diez pequeñas, pero envía el mensaje de que los importantes en la sociedad son quienes tienen el conocimiento, independiente del dinero. Esta es una bofetada a los corruptos, a los narcotraficantes. Aún quienes no entran, si la ven desde afuera, puede que se pierdan de vivir la experiencia, pero reciben el mensaje. En las iglesias de cualquier pueblo europeo puede uno identificar que lo importante para la sociedad fue la religión. Una catedral gótica no solamente refleja los valores de la sociedad, sino que los construye. Algo similar ocurre con las bibliotecas.

Convoqué a un almuerzo en Nueva York a Alejandro Santo Domingo quien asistió con su primo Carlos Alejandro Pérez. Los invité a que hicieran la donación para la biblioteca y para el teatro, el que se agrandó con el tiempo. Por cuenta de mi propuesta se logró hacer esa gestión que se llevó a cabo después de que salí de la Alcaldía.

MUSEO BOTERO

Siempre quise que hubiera un museo Botero en Colombia. Entonces invité al maestro Botero a que sacáramos el proyecto adelante. Me comprometí a construir el edificio donde él quisiera y con el arquitecto que prefiriera. Inicialmente no me compró la idea, no quería, se sentía muy aburrido con Colombia por circunstancias recientes: en Medellín le habían dañado unas esculturas que había donado con una bomba que explotó.

Finalmente aceptó, estábamos avanzando, cuando salió una nota en los confidenciales de Semana que terminó en escándalo porque los paisas querían que se hiciera en su ciudad. Escogimos una escultura que se ubicó en el parque del Renacimiento de la calle 26. Con el tema de la negociación de esta escultura fue posible persuadirlo poco a poco de que hiciera la donación para el museo.

Con el tiempo el maestro me escribió un mensaje a puño y letra que envió por fax. Fue muy generoso cuando hizo la donación de su obra, pero me dijo que se sentía más tranquilo con el Banco de la República donde estaba el maravilloso Miguel Urrutia, un sabio excepcional, que se ofreció a hacerlo. Me pareció magnífico que se hiciera con recursos del Banco y no producto de los impuestos de los ciudadanos. Donó, además de su obra, una colección privada.

TRANSMILENIO

En la medida en que las sociedades se vuelven más ricas, sus problemas tienden a solucionarse, es el caso de la salud, la vivienda, la nutrición, la educación. En cambio el transporte puede llegar a empeorar.

Cuando Miguel Urrutia fue director de Fedesarrollo, compró para la institución un par de buses para transportar a sus funcionarios. Decía que estos son más económicos y una verdadera solución para los problemas de transporte de toda una ciudad. Y a mí me apasionaba el tema del transporte urbano por el trasfondo que tiene.

En 1984 escribí para El Espectador diciendo que la solución para Bogotá estaba en reorganizar el sistema de buses donde el ingreso del conductor no dependiera del número de pasajeros que recogía. Porque lo que había en Bogotá, antes de TransMilenio, no era siquiera lo que en un país avanzado entenderían por un servicio de bus tradicional: más de treinta mil buses, pertenecientes a un número similar de propietarios competían por pasajeros en lo que se conoció como la “guerra del centavo” en la que los buses recogían y dejaban pasajeros en cualquier sitio, frecuentemente en la mitad de una gran vía, sin importar que se tratara una mujer con tres niños pequeños. También recibían plata con una mano mientras conducían con la otra. Recogían de manera transversal en las vías bloqueando carriles, congestionando el tráfico y generando peleas donde entre conductores se daban varillazos.

El nuestro era un sistema lento, de mala calidad, con buses viejos. Propuse un sistema con carril exclusivo, en el que el ingreso del conductor no dependiera del número de pasajeros que recogía, sino en el que, a quien operara un bus, recibiera un pago por kilómetro recorrido. Los ingresos de lo que se pagara iba para una entidad estatal.

Describí a TransMilenio, en gran medida. Unos años más tarde me encontré con lo que estaba funcionando en Curitiba. Porque TransMilenio fue copiado e inspirado en el sistema de Curitiba al que le hicimos una serie de mejoras para triplicar su capacidad. Surtió tres fases de desarrollo que partieron, primero de mi idea, superada por el modelo que posteriormente encontré en Brasil, pero más adelante lo que hicimos que fue disruptivo y muy superior.

TransMilenio opera en el carril del centro y no del lado derecho, lo que hace posible que puedan operar sin que los tranquen los carros que van a salir, a girar o a ingresar a una vía. Tiene, además, el carril de sobrepaso: cuando hay un bus en la estación puede venir uno expreso que no para sino cada tres o cuatro estaciones y pasa sin detenerse. Estas dos características le dan mucha más velocidad y capacidad al sistema.

TransMilenio se volvió un ejemplo en el mundo. Por varios años recibimos cientos de misiones extranjeras que venían a estudiarlo, por lo mismo se empezó a cobrar mil dólares diarios para atenderlas. No creo que haya habido una empresa pública que en la historia haya cobrado por atender misiones internacionales.

TransMilenio es un símbolo de igualdad que tuvo unos impactos democráticos muy potentes. Por un lado, logró que las personas del transporte público fueran más rápido que quienes iban en carro. Esta es una revolución democrática, como pasa en las ciudades donde hay un metro. Adicionalmente, por primera vez las personas con un coche de bebé o en silla de ruedas pudieron acceder a un bus. Actualmente el 25% de los hogares tienen carro y solo 14% de las personas van a sus trabajos en él. Pero en esa época la tasa era muy inferior.

Son muchas las pruebas de que ha sido una solución muy exitosa al transporte público, las cifras lo demuestran. Los alcaldes que me han sucedido lo han continuado sumando troncales. Ya son siete las ciudades del país que lo han hecho: Pereira, Bucaramanga, Cali, Medellín, Barranquilla, Cartagena. Pero también en otros países del mundo.

Creo que lo seguirán copiando por ser un sistema que básicamente hace lo mismo que un metro, muy parecido, y cuesta quince o veinte veces menos. En Bogotá buena parte de su costo se deriva, no de sus carriles, sino porque también se han reconstruido los carriles de carros y se han hecho demoliciones muy grandes como las actuales en la avenida 68 para ampliar aceras y hacer Ciclorutas. La inversión también ayuda a mejorar la ciudad donde TransMilenio puede ser el 40% de su costo.

El tema de las losas está referido a un problema técnico. Nunca se les hizo el mantenimiento adecuado, pues tienen más de veinticinco años. Tampoco nunca se terminó de saber realmente cuál era la causa de su rompimiento: algunos dicen que se utilizó una tecnología para la sub base que era relleno fluido, otros que no se hicieron buenos desagües, otros que no se hicieron lo suficientemente gruesas. Es una discusión de ingeniería por el cual, muy injustamente, se condenó a Andrés Camargo, director del IDU, por politiquería de los jueces. Obviamente una entidad como el IDU hace miles de contratos.

En una obra como Transmilenio participan firmas de ingeniería internacionales muy sofisticadas, híper prestigiosas, que son las que hacen el diseño, otras igualmente muy potentes se encargan de la construcción y otras de altísimo nivel de la interventoría con miles de horas de ingenieros con PHD. Mientras que en el IDU trabajan ingenieros sin mucha experiencia ni escuela, además son mal pagos comparados con los del sector privado.

Los alcaldes en ejercicio debieron activar las pólizas de seguro contra los constructores al momento de que estas losas comenzaron a quebrarse, situación que no se presentó en mi alcaldía. Esta ha sido una discusión técnica que no ha tenido visos de corrupción.

Puedo asegurar que no ha habido una exportación más importante de tecnología colombiana que Transmilenio. En el mundo de hoy cualquier estudiante de ingeniería de transporte sabe qué es Transmilenio. Como fui el alcalde del año 2000, en cambio de milenio, lo que quisimos fue marcar el momento histórico.

El tema es que cada bus es una valla andante de Peñalosa, porque lo tienen claramente identificado conmigo. Con TransMilenio, como con los bolardos, me han calumniado diciendo que es mi negocio o el de mi mamá. Pero nunca ha habido ni siquiera una investigación ni un comentario de prensa ni de radio ni siquiera mis enemigos políticos lo abordan de frente.

METRO

En mi segunda Alcaldía contratamos la primera línea del Metro de Bogotá, que también atraviesa el centro, pasando entre los antiguos Cartucho y Bronx, y bordeando el parque Tercer Milenio.

En el mejor de los casos, en los próximos cien años el metro alcanzará a llegar al 30% de la población de Bogotá, si acaso, porque el resto será un sistema basado en buses. Bogotá metropolitano necesita una solución de transporte basada en buses, esta contempla los municipios de Mosquera, Madrid, Funza, Cota, Chía, Cajicá, Zipaquirá, Tocancipá, Gachancipá, Sopó, La Calera y Soacha que se acerca al millón de habitantes.

En Londres, que tiene una de las mejores coberturas de metro del mundo, los buses movilizan más del doble de pasajeros que el metro.

En Bogotá ya se empezó a trabajar en su construcción.

METROVIVIENDA

Metrovivienda es una empresa pública resultado de análisis que hicimos sobre la propiedad privada de la tierra alrededor de las ciudades. En estas el mercado no se comporta igual como ocurre con los bienes y servicios. Esto se entiende cuando observo que, si subo los precios de la tierra, no por esto va a generarse más tierra y menos aún con acceso a transporte, educación, empleo y servicios públicos. Por lo mismo, no existe justificación ninguna para que esa tierra esté en manos privadas.

Por cuenta de la tierra en manos de privados es que los ciudadanos más pobres tuvieron que resolver sus problemas de vivienda de manera ilegal construyendo barrios piratas o invasiones ubicadas en lomas absurdas o en zonas de inundación.

Cuando llegué a la primera Alcaldía, la mitad de la ciudad eran barrios ilegales, informales. Hacia el occidente se reflejaba una mancha que iba avanzando de barrios que surgían sin servicios ni espacios públicos, sin parques, sin vías amplias, además se inundaban por estar en zonas bajas y no contar con sistemas de bombeo.

Nosotros acabamos con esas inundaciones apoyados en un proyecto muy importante como lo fue la planta de bombeo de Gibraltar, pero también con Metrovivienda que es un instituto de reforma urbana revolucionario que empezó a comprar la tierra alrededor de la ciudad.

Desde Metrovivienda hicimos grandes bloques con urbanismo excelente para surgir El Recreo y Porvenir. El suroccidente cuenta con cientos de barrios legales, bien hechos, bien planeados, bien organizados, cuando en esa época no se contaba uno solo. Frenamos la ilegalidad que venía de barrios informales con origen en Suba hacia el sur, Fontibón, Kennedy, Bosa.

Gobiernos posteriores de manera populista no vendieron los terrenos, sino que los regalaron, por lo que Metrovivienda perdió la mayor parte de su capital.

Este es un concepto completamente distinto de hacer ciudad que administró Andrés Escobar, quien en mi segunda Alcaldía asumió la gerencia del proyecto metro, lo llevó hasta la contratación y luego Claudia López lo ratificó en ese cargo.

LAGOS DE TORCA

Intervinimos la tierra en el norte de Bogotá, manera revolucionaria de hacer ciudad, con un proyecto para ciento treinta mil viviendas.

Los desarrollos Reverdecer del Sur y Lagos de Torca, para cerca de 180.000 y 400.000 personas respectivamente, que concebimos e iniciamos en mi alcaldía, tienen decenas de kilómetros de parques lineales, vías exclusivamente para peatones, ciclistas y BRT (Bus Rapid Transit, por sus siglas en inglés), aceras amplias con ciclorrutas en todas las vías y un parque de más de 130 hectáreas cada uno, además de muchos otros menores.

No planear con realismo el crecimiento de la ciudad y no concretar los planes con proyectos como Lagos de Torca, simplemente lleva a que la ciudad crezca donde no debe ser y como no debe ser, a que en los municipios alrededor de Bogotá sigan haciéndose condominios cerrados, de baja densidad, lejos de los sitios de trabajo, ocasionando tráfico y calentamiento global, y ocupando terrenos agropecuarios.

VAN DER HAMMEN

Lo peculiar de la reserva forestal Van der Hammen, que no tiene nada que ver con Lagos de Torca, es muy especial, única en el mundo, pues no tiene árboles, ni quebradas. Está constituida por propiedades privadas, mayoritariamente potreros con ganado, cultivos de papa, invernaderos de flores, fábricas, hasta barrios y colegios, canchas de fútbol y de tenis.

De las 1400 hectáreas de la reserva forestal, solo tiene bosque un lote de veinte hectáreas llamado Bosque Las Mercedes. Santa Ana Oriental puede tener doscientas hectáreas y nosotros planteábamos un parque de mil cuatrocientas, siete veces este barrio, pero solo de parque. Bogotá cuenta con una formidable reserva forestal de más de 15.000 hectáreas en sus montañas que la bordean por el oriente. También es posible crear áreas verdes públicas, incluso mucho más amplias que la reserva forestal Van der Hammen, integradas armónicamente con desarrollos urbanos, cargando todo el costo de estos parques a la urbanización que se lleve a cabo.

En mi primera alcaldía se dio una discusión sobre la extensión de la ciudad hacia el norte, Petro acusó a Jaime Ruiz, director de Planeación Nacional, de tener propiedades allí. También hizo que se creara un comité de sabios que inventó una especie de franja verde, sin soporte en estudios, para impedir que la ciudad creciera hacia lo que se conoce como Van Der Hammen (quien sí tenía propiedades allí como tantos otros). Ese límite verde que se inventaron está dado en trazos completamente rectos con muelas por las propiedades privadas. Si esto fuera producto de un estudio científico no lo hubieran organizado en doce reuniones y el trazo sería orgánico.

Nosotros queríamos hacer allí un bosque enorme, un parque cinco veces el Central Park de Nueva York, con un esquema que permitiera desarrollar urbanísticamente el norte. Pero Claudia López no ha comprado un centímetro de tierra y ahora no quiere hacer la ALO, algo absurdo.

Es necesario identificar que este norte no es el norte de la ciudad. Lo que se considera norte es casi que céntrico porque Bogotá se ha desplazado a los municipios.

Según el DANE se necesitan un millón cuarenta mil viviendas en los próximos doce años en Bogotá. De acuerdo al POT de Claudia se aprobarán máximo trescientas mil viviendas, lo que obligará a una proporción muy importante de la población a irse a otros municipios generando un verdadero problema ambiental.

En esos municipios se tienen unos desarrollos urbanos mal hechos, no cuentan con un solo parque nuevo en los últimos treinta años: ni en Funza ni en Mosquera, Cota, Chía, Cajicá o Sopó.

Van Der Hammen y Lagos de Torca fueron proyectos revolucionarios por los métodos que utilizamos para hacer urbanismo de calidad que no se había hecho en Colombia en esa escala, donde el gobierno interviene la tierra. En el caso de Metrovivienda, comprándola, y en el caso de Lagos de Torca, obligando a los propietarios a aportarla a una Fiducia con el gobierno haciendo el 100% de los diseños, así los privados no podrían hacer lo que quisieran. Quien se negara a aportar la tierra, se le expropiaba con el fin de resolver la necesidad de vivienda de la gente.

LA NUEVA BOGOTÁ

Era de no creer la falta de autoestima que se vivía en Bogotá. Se trataba de una ciudad fea que los ciudadanos no querían. En la calle decían: “Esta ciudad no la arregla nadie”. Gente de las regiones, ya de tercera generación, seguían diciendo que eran antioqueños o costeños o santandereanos.

Pero nosotros acabamos con la sensación de impotencia, la idea de que era imposible cambiar la ciudad. Le dimos visión. Mostramos lo maravillosa que podía ser, que era posible soñar y construir los sueños.

REFLEXIONES

  • ¿Qué reflexiones hace cuando revisa su vida en especial esa etapa de grandes retos, esfuerzos y sacrificios?

Que me volví muy resiliente. Supe que podía vivir sin lujos, que podía correr riesgos. Sentí que podía aguantar.

  • ¿Qué lecciones quedan?

Mi profesor nombre me mostró que las clases dirigentes tienden a menospreciar a los menos favorecidos, los dan por menos inteligentes y por poco competentes. Pero también me enseñó que nada más lejos de la realidad. Lo pude asimilar no solo a nivel racional, sino emocional y vivencial, desde las células.

Mi experiencia me enseñó a respetar a todos. Yo estuve en la misma situación de tantos porque pasé de restaurante en restaurante pidiendo limosna, buscando empleo. Como obrero de construcción trabajé con los negros que habían ido a la guerra a darse plomo en el monte. Viví en medio de una cultura muy peculiar que me enseñó que podía aguantar lo que fuera, por difícil que pareciera. También, que no necesito lujos de ninguna clase.

  • ¿Realmente le gusta el juego de la política?

Nunca me ha entusiasmado, ni me entusiasma. Pienso en función del actuar, de lo que es necesario hacer para tener una mejor sociedad. Me obsesionaba el poder implementar una serie de proyectos.

Cuando asumí la Alcaldía sabía a qué llegaba, no como le ocurre a la mayoría de los políticos que, cuando los eligen, no tienen muy claro para qué quieren que los elijan porque lo que quieren es el poder. Por eso muchos se echan para atrás en las peleas.

Como alcalde gocé del helicóptero porque me permitió ver la ciudad desde lo alto, darle otra mirada, recorrer los proyectos y descubrir potenciales. Este es el único lujo del poder que me gustó, me parece un juguete por excelencia, lo máximo.

  • ¿Le ha afectado en su ego el pasar por la Alcaldía?

Nunca me he sentido más importante que nadie, salgo sin escoltas a montar en bicicleta, saco a pasear los perros, incluso siendo alcalde.

  • ¿Qué le hubiera gustado que se hubiera dado distinto en su vida?

Me hubiera gustado haber paseado más, haber sido menos austero y menos masoquista. Viví cosas muy duras, muy solitarias. Tal vez me hubiera podido divertir más.

  • ¿Cómo sintetizaría su libro Ciudad, Igualdad, Felicidad?

Considero que mi libro expone unas ideas que podrían llamarse: Manifiesto para una izquierda práctica en un país en desarrollo.

  • ¿Es solitario?

Nunca lo he sido, tengo amigos que me acompañan, como Mauricio Rodríguez, pero también Andrés Pacheco, quien me acompañó a repartir papelitos cuando comencé en política. Mi equipo ha sido fundamental para mí. Quiero a mis amigos, me hace falta rodearme de ellos. No me gusta para nada estar solo.

  • ¿Cuáles reconoce como sus mayores fortalezas?

Quizás tengo más creatividad que el promedio. Soy un líder efectivo porque logro armar equipos donde la gente tiene claro el objetivo y se ayudan los unos a los otros. Tengo disciplina. Creo que lo que he logrado no ha sido por ninguna genialidad, sino por esfuerzo.

Desde que terminé mi primera Alcaldía en el año 2000, nunca he tenido un cargo de nada, solo la segunda Alcaldía. Pero igual tengo mis disciplinas para madrugar y hacer deporte, para leer, para crecer.

  • ¿Se puede soñar un mundo mejor?

Si hay algo que nos diferencia a los seres humanos de los demás seres de la creación es que no tenemos que aceptar el mundo como lo recibimos, sino que podemos soñar uno mejor y lograrlo, materializarlo.