Javier Mejía Cubillos

JAVIER MEJÍA CUBILLOS

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Isa López Giraldo es responsable del contenido de su sitio web en el que Davivienda actúa como patrocinador de la sección Jóvenes Talentos.

Me considero una persona paciente, tranquila, alguien que sabe escuchar. No suelo ser impulsivo, tampoco simpatizo con los ambientes de indignación que son cada vez más comunes, sino que soy observador, contemplativo, reflexivo. Me gusta pensar las cosas con calma, esta es mi primera aproximación a casi todas las cosas. Por esto quizás me dedico a la academia y por lo mismo siento remordimiento cuando mi instinto me lleva a otro lado.

Soy muy práctico para las cosas, no me aferro a ellas. Hay facciones en las que esto se hace evidente. He vivido en muchos lugares y nunca los he añorado ni he sentido nostalgia por ellos, Pero tampoco por su comida ni por sus tradiciones. Me adapto muy fácil.

Resulto muy básico, nunca desarrollé altos gustos, estos no me asombran. Disfruto las actividades contemplativas, sentarme en un parque, ver a la gente pasar, hablar con alguien, caminar. Soy mal lector, me demoro mucho leyendo, los libros en mi mesa de noche pueden permanecer un año. Esto es así, pues me detengo a pensar en lo que dice cada párrafo y me distraigo fácilmente. Esto me pasa cada vez más.

Dependiendo del sitio en el que me encuentre practico un determinado deporte. En Abu Dabi me gustaba correr en la playa, en California puedo montar en bicicleta y jugar squash. Mi filosofía de vida es aprovechar las oportunidades, las que me brinde la vida. Como soy muy disciplinado, entonces busco ejercitarme de acuerdo a lo que esté a mi alcance.

No siento ansiedad por hacer algo en particular, aunque no me queda tanto tiempo libre. Cocino mucho, desde muy joven. Pero no busco la receta, tampoco sé de tradiciones culinarias, sino que tengo intuición de cocinero y dirijo mis sentidos a los sabores. Lo encuentro relajante.

ORÍGENES

Por mucho tiempo fui genealogista, esto es algo que me gusta mucho.

RAMA PATERNA

Javier Mejía Mejía, mi abuelo, nació en Aranzazu, Caldas. Fue agente viajero, distribuía herramientas. Le decían corneta, como la marca que vendía. Murió cuando mi papá era joven. Me cuentan que fue muy alegre, charlatán, híper extrovertido, contador de historias que se entienden imaginadas. En ese sentido tenía un enorme parecido a Roberto Benigni, protagonista de La vida es bella.

Conoció a mi abuela en Pereira, la vio pasar cuando él estaba organizando la vitrina de la ferretería donde trabajaba. Entiendo que mi abuelo no llegó a la boda, sino que tuvieron que ir a buscarlo. Resulta que lo encontraron tomando en el parque: le tuvieron que recordar su compromiso para ese día (risas).

Ismenia Ochoa, mi abuela, perteneció a una familia liberal del Quindío. Estuvo muy involucrada en actividades cívicas, le gustaba el servicio social, perteneció a las Damas Rosadas y a las Damas Grises. Tuvo un costurero de señoras de clase media alta. Se reunía con sus amigas los viernes en la tarde, por lo general en su apartamento, para conversar, tomar vino y contar chistes.

Mi abuela era muy conversadora, extrovertida, le gustaba contar cuentos, historias. Era de vanguardia, disfrutaba estar a la moda, vivía actualizada en todo sentido. Como mi abuelo murió tan joven, la vida familiar giró en torno a ella, quien nos congregaba en las fechas especiales.

RAMA MATERNA

Mucha de la información de la rama materna se perdió, realmente sabemos muy poco. Álvaro Cubillos, mi abuelo, era de Cundinamarca. Entiendo que su familia tuvo un circo en el que, desde muy niño, fue el ayudante del mago, pero este murió en el Bogotazo. Entonces mi abuelo, en su temprana adolescencia, se fue a vivir a Medellín. Decía que era de Cali, porque rompió cualquier conexión que pudiera tener con sus raíces. Una vez en su nueva vida se volvió joyero.

Aleyda Escudero, Eley, mi abuela, fue la típica hija consentida, una persona muy determinada. Su papá, un hombre muy rico del norte de Antioquia, tuvo tierras al lado del cementerio del pueblo, de Yarumal. Cualquier día el párroco le dijo que necesitaba ampliar el cementerio. Ante esto, mi bisabuelo le ofreció la tierra en venta, pero el cura lo pulpitió (sic) en la misa del domingo ante toda la comunidad. Como le hizo la vida difícil, mi abuelo tomó la decisión de irse a vivir a Medellín con su familia.

Cuando Eley fue a hacer la confirmación le devolvió la palmada al sacerdote: se trataba del obispo de Yarumal. A mí me resultaba muy graciosa, era muy simpática. De niño le contaba chistes verdes y ella se reía. Era irreverente, no se dejaba molestar de nadie. Le gustaba comprar herramientas solo por el gusto de tenerlas, la recuerdo comprando un taladro, el que nunca usó. Contrastaba mucho con el temperamento de mi abuelo, quien era muy serio. Ante la muerte de mi abuelo, mi abuela lo sobrevivió uno o dos años. Pero un aneurisma la dejó postrada en la cama.

SUS PADRES

William Mejía Ochoa, mi papá, es una persona muy tranquila, sensible, tierna. Creció en Pereira, estudió economía en la Universidad Libre, trabajó un tiempo en regulación energética estudiando los costos de los racionamientos de los años 1990. Estuvo vinculado a ISA, en Medellín, pero, en sus tempranos treinta, quiso cambiar drásticamente su vida y cumplir su sueño de vivir frente al mar.

Trabajando en ISA supo de la existencia de un lugar con encanto. Más adelante, en algún paseo al Chocó, le hablaron precisamente de ese mismo sitio, entonces sintió una especie de llamado. Fue así como llegó a Nuquí, en la época en que no había turismo, pues era muy frontera.

En Nuquí hay mil historias. Una tiene que ver con la muerte de uno de sus habitantes, lo que solía ocurrir con infinita mínima frecuencia. Lo más extraño fue cuando apareció ahorcado un muchacho, entonces surgió el rumor de que lo habían matado. El Estado que existía en la zona se limitaba a una estación de policía con tan solo dos agentes. Estos decidieron que la forma de esclarecer el delito era ubicando el cadáver en medio de la calle principal. Pero no solo esto, sino que obligaron a todos los habitantes a pasar por el frente, observándolo. El culpable sería a quien le sangrara la nariz. Resulta que fue a la mamá a quien le sangró la nariz, lo que la tuvo en problemas por mucho tiempo.

Este era un mundo completamente desconectado, sin servicios públicos, sin televisión ni teléfonos. Precisamente lo que mi papá quería. Entonces viajó solo, siendo novio de mi mamá. Pero en cierto momento decidió que tenía que llevarla con él, la invitó, se casaron, se instalaron e iniciaron allí su familia.

Inés Alicia Cubillos, mi mamá, es una mujer muy sociable, hace amigos con enorme facilidad. También es híper práctica, curiosa, le gusta lo manual, las cosas de la casa. Disfruta resolviendo problemas, se queda pensándolos hasta encontrarles solución. Estudiaba contaduría en la Universidad de Antioquia cuando conoció a mi papá en su oficina del centro de investigación de la Facultad de Economía.

CASA MATERNA

Mi mamá vivió sus dos embarazos en Nuquí y los partos en Medellín. Camilo, mi hermano mayor, me lleva menos de dos años. Nos criamos muy unidos bajo el cuidado y la protección de mi mamá. Recuerdo que mi mamá siempre nos llevaba con ella a donde fuera. Crecimos bajo el rigor de la disciplina y la seriedad, bien comportados, algo tímidos. No nos restringían mientras estuviéramos en la casa, mientras no causáramos problemas, mientras no fuéramos caóticos. Para mamá era importante el silencio, la calma, en nuestro interactuar con terceros.

Mi papá siempre ha estado muy presente. Soy muy parecido a él en todo sentido. Pertenece a esa generación de papás que no deben ser interrumpidos cuando están en sus actividades. Curiosamente, yo me sentaba en sus piernas cuando leía la prensa. Resulta que así aprendí no solo a leer, sino el gusto por estar bien informado, también el gusto por la economía y por la historia.

Soy crítico de horizontalizar (sic) la paternidad. Hay muchos tipos de relaciones que se establecen con las personas donde los amigos son muy importantes. Me es relativamente fácil encontrar amigos con quienes disfruto haciendo planes. Pero, es muy difícil encontrar gente que inspire, que sirva de compás moral y ético. Esto es algo que encuentro en mis padres, quizás por las diferencias jerárquicas. 

Entiendo que hasta mis tres o cuatro años crecimos en solitario con respecto a la familia cuando vivíamos en Nuquí. Mis papás fueron permanentemente anfitriones pese a las condiciones tan difíciles del lugar pues ni siquiera se contaba con un supermercado y cada vez que alguien se enfermaba era una tragedia, pues no se contaba con servicios de salud. Todo era un reto logístico.

Vivimos en medio del riesgo y de la incertidumbre que representaba estar solos en una playa. Cuando mis padres vieron las limitaciones que tenían en Nuquí para nuestra educación decidieron  establecerse en Pereira.

Dado que por años mis papás se habían dedicado a posicionar a Nuquí como destino turístico, la cabaña la volvieron hotel, pero también vendieron un buen número de lotes.

ACADEMIA

Estando en Pereira me matricularon en el Jardín Infantil del barrio El Jardín que manejaba una tía. Allí estudiaba mi hermano, pero también un primo, solo que a mí no me gustó, no me adapté. Yo era muy callado, retraído, y a mi mamá le empezó a preocupar la situación y decidió cambiarme.  

Caminando por la Circunvalar llegó a un colegio Presbiteriano, donde lo primero que le preguntaron fue: “¿Es usted presbiteriana? Me empezó a llevar caminando de la mano y para entusiasmarme me compraba Gansitos, pastelitos de Ramo: para mí un Gansito es el mejor postre. Si bien allí no estuve mucho tiempo, sí pude hacer amigos. Luego estudié en el Liceo Francés donde me reencontré con mi hermano y con mi primo. Después de tres años nos pasaron al Salesiano, donde terminé mi primaria de manera muy agradable.

Después del terremoto del año 1999, que sentimos muy fuerte en nuestro apartamento, nos fuimos a vivir a una casa en Cartago. Mi papá empezó a hacer consultoría en temas poblacionales y de migraciones desde la casa y para mi mamá fue un alivio estar lejos de los temblores y terremotos que la afectaron tanto emocionalmente.

Como científico social y como comentarista de la realidad colombiana, haber estudiado en el Colegio Académico en Cartago resultó muy instructivo y me siento muy afortunado de haber pasado por esta Institución. El Académico es del siglo XIX, con el tiempo entró al sistema público, lo cual vino con muchos retos administrativos y financieros. Mis compañeros tenían historias de vida muy difíciles, muchos con familias en niveles de pobreza, pero también se veían cosas pesadas a causa del narcotráfico de la época.

Aprendí a entender la realidad cercana de la vida de la mayor parte de la población en Colombia. Buena parte de la opinión pública del país la generan las élites, gente que tiene un origen privilegiado, incluso los más interesados en las dimensiones sociales no tienen la capacidad de entenderla bien porque la ven desde muy lejos, muchas veces caen en un romanticismo, en una visión lastimera de la pobreza que encuentro equivocada por muchas razones, en parte por mi experiencia.

Cuando uno es pobre no está pensando de manera permanente en su pobreza, contrario a lo que la gente piensa. Mis amigos llegaban a estudiar sin haber comido: en su casa había un pan que, si se lo comían en la noche, al día siguiente no tendrían con que desayunar.

Si bien me contaban estas historias, tampoco nos sentábamos a pensar en la tragedia que esto podía significar, sino que nos poníamos a molestar, a ver pasar a las niñas bonitas, a jugar futbol. Porque todos estamos tratando de vivir como lo hace la gente en contextos de guerra quienes, contrario a lo que se piensa, se acostumbran a esa situación.  Durante el terrorismo de los noventa la gente normalizó el que les revisaran el carro y las bolsas a la entrada de un centro comercial; si morían veinte personas, al día siguiente todos iban a trabajar sin escribir poesía sobre los hechos.

Mis amigos sistemáticamente estaban tomando decisiones que no resultaban coherentes con el afán de resolver la pobreza, porque no estudiaban. No se interesaron en preparar el ICFES. Todo esto resultaba claro a mis ojos, no lo digo por una mirada retrospectiva, sino que desde entonces entendí el funcionamiento del mundo.

Entonces, esa visión lastimera de la pobreza es imprecisa, descriptivamente, porque así no luce ser pobre. Pero también hay una crítica moral, como si le quitara dignidad a quien está en esa condición. Se le trata diferente, como quien necesita atención, sin considerar que una persona, aunque sea pobre, tiene agencia.

Creo que una de las preguntas centrales es uno qué quiere que la educación haga por las personas, por uno, por los otros. Para entender el mundo y a las personas, para adquirir conciencia de cómo funciona la sociedad, se necesita salir del gueto, del privilegio y estudiar en universidad pública.

Recuerdo que me inscribí al ICFES anticipando el calendario académico, así lo presenté dos veces. Me fue bien, entiendo que fue el mejor del municipio, lo que dejó muy contentos a los del colegio, aunque no contara para su promedio. Pero esperaban que al volverlo a presentar obtuviera el mismo o aún un mejor resultado. La presión fue tanta que no logré superarlo, aunque siguió siendo el mejor ICFES del colegio y uno de los mejores del Departamento, lo que me convirtió en referente, en quien iba a sacar la cara por la Institución.

LA RUTA QUETZAL

La ruta Quetzal fue una iniciativa que duró muchos años y que montó un español, Miguel de la Quadra-Salcedo. Llevó él una vida fascinante, creció en el campo, cuidó ovejas. Resulta que les lanzaba tan lejos el palo con el que las cuidaba, que esto lo llevó a ganarse una medalla Olímpica por lanzamiento de jabalina: más adelante su técnica fue prohibida porque alteraba las reglas.

Miguel se convirtió en toda una figura en su país como reportero de guerra. Fue el último gran explorador español del Amazonas. En su vejez tuvo la iniciativa de reunir cada año a trescientos jóvenes de todo el mundo en un programa educativo y de aventura, el mismo que pudo materializar al ser amigo del rey de España y al contar con la financiación del BBVA.

El caso es que cuando yo estaba terminando mi colegio supe de la convocatoria para colombianos que quisieran vivir la experiencia, me presenté y me gané una de las plazas. Esta fue la primera vez que salí del país, la primera que me alejaba de mi casa y que interactuaba con gente de otros países. Viajé antes del grado, entones el rector hizo una ceremonia en la izada de bandera y me entregó un título simulando el oficial.

Fuimos a México y a España. Acampamos en la montaña escoltados por la policía, pues íbamos trescientos jóvenes y un staff grande de mochileros en un momento de guerra contra los carteles en el gobierno de Calderón en México. Esta fue una experiencia muy amarga, todo operaba como en el ejército. En mi mundillo estaba acostumbrado a hacer parte de la pirámide del prestigio y aquí pasé a la base. Pero crecí como persona, aprendí a ser flexible, a adaptarme, a ser humilde. A mi regreso ya había comenzado el semestre de la Universidad y mi hermano estudiaba ingeniería en la Tecnológica de Pereira.

UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA

Si bien durante el colegio me gustaron las matemáticas, no así la química ni la física, aunque se me facilitaron, lo que me encantó siempre fueron las ciencias sociales, las humanidades. Muy pronto supe que quería estudiar Economía por la conciencia de la importancia de la seguridad material. Además, mi papá como economista me aportaba una biblioteca importante: recuerdo que todos los días quería salir rápido del colegio para visitarla, así fui descubriendo a los clásicos, pero leí también de historia. Y fue precisamente mi papá quien me habló de Fedesarrollo, del Banco de la República, de la importancia de la Universidad de los Andes, de la de Antioquia y de la del Valle.

Alguna vez dije en mi casa que quería ganarme el Premio Nobel, y esto no resulta tan extraño entre quienes estudian Economía, aunque es algo que hoy ya no me afana. Pero a mis papás siempre les gustó el que tuviera metas ambiciosas y me guiaron con respecto a las mejores universidades. Recuerdo que yo mismo averigüé cómo aplicar, cuánto y cuándo pagar, cómo y dónde presentar el examen de admisión. Fui aceptado en las tres universidades en que me presenté y finalmente me inscribí en la de Antioquia.

Mi mundo cambió, pues me instalé en otra ciudad. En ese entonces no era fácil encontrar un lugar dónde quedarse, hoy está más institucionalizado. Inicialmente llegué a la casa de una señora, pero no me sentí muy bien porque pasaban cosas extrañas.  Por un año viví en la casa de mi prima, con su papá y su hermana. Luego conseguí amigos con quienes compartí apartamento cerca de la Universidad.

Una vez comencé a estudiar supe que Economía era lo mío. Estaba tan concentrado en la carrera, en el estudio, que no disfruté de los planes que ofrecía una ciudad como Medellín: llegaba un día antes de comenzar clases y me iba para mi casa al día siguiente de terminar semestre. No hice mucho más que estudiar.

Recuerdo que tomé cálculo, la clase la dictaba un profesor español a las seis de la tarde en un auditorio muy grande. Se supone que cálculo era clave, la materia más dura. Me senté por ahí. El profesor escribió en el tablero lo que debíamos saber para empezar: límites, derivadas, integrales. Recuerdo que yo no sabía ni siquiera que eso existía, así que el resto de la clase no la entendí y se acabó tres horas más tarde, a las nueve. Al salir llamé a mi casa y les dije a mis papás: “Esto está como grave, está como grave”.  Pero no pensé en cancelar, me senté a estudiar, y me fue muy bien. Fui el mejor del curso, el mejor de mi carrera.

Esta es una economía convencional, en esa época tenía un pensum medio ochentero, enseñaban a Marx. Yo quería ser un intelectual, como los que escribían los libros que yo estudiaba en la biblioteca de mi papá, como esos autores, como los clásicos. Desde entonces tengo una muy buena amiga, Juliana Jaramillo, ella leía mucha prensa, tenía muy claro quiénes eran los presidentes de organismos internacionales como el Banco Mundial, y yo recuerdo no saber nada de eso. Con algo de arrogancia pensaba que uno no se acuerda quién era el presidente del Banco Mundial en los setentas, pero siempre se va a acordar de Milton Friedman, y yo quería ser como él, era mi referente.

Estando en la Universidad también me pasó que soñaba con regresar a Cartago en las vacaciones para buscar mis lecturas, para dedicarme a los contenidos que no estaban en el pensum. Leí La riqueza de las naciones después de haber visto materias de la Universidad y recuerdo haber quedado sorprendido, aún más entusiasmado. Esto tuvo un impacto que se verá más adelante en mi trayectoria como profesional.

Sentí mucho afán por graduarme, por lo mismo adelanté materias y me concentré en la tesis. Pero al final hubo un paro de la MANE, la mesa estudiantil, en oposición a la reforma presentada en el Gobierno Santos, fue muy largo y en un momento en el que yo estaba por graduarme y pensando en aplicar a una maestría. Como quería que mi vida fuera académica, sabía que para lograrlo debía hacer un doctorado, pero que debía empezar por una maestría en Europa donde aprendería humanidades y luego sí haría el doctorado en los Estados Unidos.

Mi hermano ya se había ido a España a hacer su maestría, por lo que yo estaba familiarizado con el tema, por lo menos sabía que mi proyecto era posible. Pero muchas cosas comenzaron a pasar, se dio la crisis griega, la crisis Europea que los obligó a reducir los presupuestos para las becas. Coincidió también el hecho de que Colombia pasara de ser un país de ingresos bajos a uno de ingresos medios que hizo que no se encontraran las becas que antes sí. Igual apliqué a muchas partes, pero con la angustia del paro.

Si bien ya había terminado materias, la Universidad no podía pasar notas ni terminar oficialmente el semestre. Al final, el gobierno retiró la reforma. Este paro fue muy importante en la historia educativa del país, llevó a plantear Ser Pilo Paga, una política completamente diferente. No recuerdo muy bien los detalles, pero la primera implicaba una intervención del sistema público, reformándolo, tratando de hacerlo más eficiente y dándole más recursos, ampliando su cobertura, mientras que Ser Pilo Paga financiaba la demanda, lo que claramente es mucho más viable e inmediato. Finalmente, el paro se levantó y me pude graduar.

CRISIS DE SALUD

Ya había aplicado a un par de sitios con unas becas no completas. Hablando con mis papás me recomendaron esperar, pero yo sentía afán por continuar de inmediato. Algo pasó, porque me empecé a sentir mal, estuve enfermo. Me tuvieron que hospitalizar mucho tiempo sin que fuera muy claro qué tenía. Al comienzo pensaron que podía ser hepatitis, la evaluación fue muy difícil, porque cada hepatitis es una enfermedad distinta. Pero los síntomas llevaron al médico internista a considerar que podía tener cáncer linfático sin decirme nada, sin advertírmelo.

Estuve en el hospital de Cartago unos tres días y como ya me empezaba a sentir mejor pensé que el médico me daría de alta. En esa última revisión me hizo un chequeo en el cuello. Le pregunté qué cuándo me iría para mi casa, pero no respondió y llamó a mi mamá afuera. Minutos después mi mamá entró llorando para decirme que me iban a trasladar a Pereira.

Me llevaron en ambulancia, sin exagerar, a treinta kilómetros por hora, siendo muy cuidadosos. Me dijeron que me tenían que hacer más exámenes y como estaba indispuesto tampoco pregunté más. Llegamos a la Clínica de SaludCoop que estaba a reventar de gente, parecía un hospital de guerra. Entonces me dejaron en el corredor, en hacinamiento, aunque en la camilla, me atendieron muy bien, recibí toda la medicina que requería, pues no había camas. Mientras tanto mi mamá me acompañaba en una silla.

Después me pasaron a cuidados especiales, aquí estuve por un buen número de días. Aunque al parecer dormía muchísimo, llegué a pensar que tenía algo grave porque mis tías me visitaban acongojadas y no me miraban a los ojos. Un día me llevaron a hacerme una ecografía y el enfermero me dejó la historia en las piernas y se fue. Entonces comencé a revisarla y pude darme cuenta de que estaban buscando o descartando un cáncer.

Como ya me empezaba a sentir mejor, no me impacté, no pensé que me fuera a morir. De hecho estaba muy tranquilo y hasta contento, ya sin el estrés del final de mi carrera ni el de los procesos de aplicar a universidades. Estaba disfrutando mi vida en la clínica, mi día a día era muy divertido con las lecturas que me llevaban. En algún momento se me abrió el apetito, entonces esperaba con ansias la comida que, además, me sabía muy bien.

Siempre fui muy cuadriculado y ansioso: en el colegio anticipé el ICFES, quise hacer la Ruta Quetzal, también quería graduarme antes de tiempo y comenzar mi maestría. Era una máquina de buscar objetivos. Pero como estaba en la clínica y no podía hacer nada, tuve que concentrarme en el momento presente. Ni siquiera pude asistir a mi grado, una prima recogió el cartón.

También cumplí años y no pude celebrar. Como nunca hubo una habitación disponible, vi todo tipo de gente entrar y salir: un señor que se había echado gasolina y se había prendido fuego, me tocó verlo llegar y también irse; otro señor que se iba a hacer un bypass gástrico pidió que le llevaran una hamburguesa a escondidas. Con toda esta realidad rodeándome dejé de pensar en mis temas, solo en lo que sería el almuerzo del día.

Cuando ya habían agotado todos los exámenes posibles, me dieron de alta sin un diagnóstico claro. Posiblemente sí se trató de una hepatitis.

DOCENCIA

Una vez afuera no pude hacer nada para aplicar, pues ya se habían vencido los plazos, entonces no tenía nada qué decidir. Tan solo sabía que debía quedarme por lo menos un año en Cartago, que debía posponer cualquier plan. Pero no me frustré, me sentí tranquilo.

Mis papás me ayudaron a llevar mi hoja de vida a distintas universidades, fue así como me contrataron en la Andina de Pereira para dictar unas clases de cátedra a comunicadores, también en la clase de economía para abogados de la Cooperativa de Cartago. Tuve que armar la materia, diseñé el curso introductorio de economía, teoría económica y política económica. Los de la Cooperativa eran en su mayoría estudiantes mayores que trabajaban durante el día, pero me entendí muy bien con todos, creo que me veían con cierta ternura.

Enseñando aprendí mucho: recuerdo que la gente dejó de ir a clase y supe que era a causa de mi estilo que al comienzo resultaba muy amigable, quizás mucho para el gusto de los estudiantes, medio mockusiano (sic). Yo insistía en que se trataba de una construcción conjunta, que el aprendizaje era una necesidad, que no se estudiaba por las notas. Pero la gente no opera así, sino con incentivos, la gente solo estudia si hay examen.

Tuve un buen número de cursos que me ocuparon durante todo el día. Si bien al comienzo resultó muy estimulante, luego ya no lo fue tanto. Volvió mi ansiedad cuando empecé a ver que compañeros de carrera empezaban a trabajar en el Banco de la República, que a otros los contrataban como asistentes en el Rosario, en los Andes, unos más habían comenzado sus maestrías.

Me empecé a sentir estancado en mi carrera, sentí que cada vez había mayor distancia con respecto a mis objetivos, que para mí era cada vez más difícil acceder a los lugares donde se hacía buena economía. Empecé a escribirle a gente contándole de mí, pero nadie me contestaba, no me prestaban atención.

DOCTORADO

Cuando estudiaba mi carrera en la Universidad, al mismo tiempo participaba en las convocatorias que hacían de ponencias, presentaba ensayos, porque siempre me ha gustado escribir.

Como siempre me ha interesado la historia económica, entonces seguí escribiendo artículos y estuve trabajando en un documento sobre el PIB de Antioquia en el siglo XIX que le envié a Salomón Kalmanovitz, sin conocerlo. Recibí respuesta de Edwin López, quien trabajaba con él, me dijo que les gustaría que presentara mi estudio en el evento que estaban preparando de historia económica en Bogotá.

Asistí al evento donde conocí a Andrés Álvarez Gallo, quien estaba buscando un asistente para su investigación en los Andes, y me propuso que habláramos. Me quiso contratar, para lo que tendría que instalarme en Bogotá, pero las condiciones no me permitirían aceptar. Entonces me habló del doctorado, me dijo que podrían pagarme un sueldo para cursarlo.

Para mí era claro que no iba a ser fácil que me recibieran en las universidades a las que quería llegar, no tenía conexiones que me ayudaran. Pese a haber sido muy buen estudiante, las cartas que me daban no me abrían puertas, y cada vez estaba más lejos de lograrlo. Supe que el camino para que me recibieran iba a ser muy largo, que debía dar el salto a Bogotá. Entonces la idea del doctorado en los Andes me pareció muy buena.

Este era un momento en que la gente no le apostaba a los programas de doctorado en Colombia. Era el año 2012 y nadie se había graduado de ese doctorado en particular, no se contaba con un referente para saber qué tan bien le podía ir a alguien que lo hubiera cursado. Pese a que muchos me dijeron que no era una buena idea y a que Andrés tampoco me había garantizado nada, seguí adelante.

COLCIENCIAS

Decidí aplicar, fui aceptado y me ofrecieron la beca del primer año, luego ya debía continuar con becas de Colciencias. Con este trámite tuve dificultades pues estas becas estaban diseñadas para candidatos nuevos: yo ya había cursado el primer año.

La Universidad había recibido cinco o seis estudiantes de los que continuamos dos, y los dos nos encontramos en la misma situación. Como el programa era chiquito, nuestro problema lo era también de la Facultad, entonces decidieron apoyarnos, nos ayudaron a conseguir respaldo.

Lo que pasó conmigo fue que Manuel Ramírez, uno de los fundadores de la firma Econometría Consultores, se había enfermado en el entretanto y se murió muy rápidamente. Como él era muy querido por los economistas, Econometría creó una beca para alguien que adelantara un doctorado en Colombia. En ese momento ya se contaban tres: uno en la Nacional, otro en el Rosario y el de los Andes. Apliqué y me gané la beca sin que me pidieran una contraprestación.

INVESTIGACIÓN

Durante el doctorado tuve oficina, porque parecía más un empleado que tenía que ver clases. Este era un trabajo de tiempo completo: atendía mis cursos y el resto del tiempo debía estar estudiando y haciendo investigación. Vi algunas materias con gente de la maestría y del pregrado, donde éramos casi de las mismas edades y donde hice muy buenos amigos. Por supuesto, me veían como “el señor del Doctorado”.

En el doctorado tuve muy buenos profesores. Recuerdo especialmente a Marcela Eslava, quien lo dirigía, era evidente su compromiso, lo micro manejaba, proponía reuniones semanales de seguimiento que resultaban muy constructivas.

Después del primer año de mi doctorado pude tener una vida social más activa, a diferencia de mi pregrado en el que era menor de edad lo que me limitaba para compartir con mis amigos. Me adapté muy fácilmente a la ciudad, al clima que mitigaba en el apartamento hirviendo agua para que calentara el ambiente. Fue muy agradable, pues viví en el centro, muy cerca de la Universidad, entonces llegaba caminando, pero también disfruté de la ciclovía y de los espacios que una ciudad como esta ofrece.

STANFORD I

Fueron cinco años de doctorado. En Bogotá estuve tres tomando clases, uno trabajando en mi tesis y otro en los Estados Unidos, pues era obligatorio hacer una pasantía en el exterior. La mía fue en Stanford. Mi plan era irme seis meses, cumplir con el requisito y regresar para graduarme, pero estando allá me di cuenta de que era muy productivo, entonces prolongué mi estadía, me involucré en un proyecto en el que me contrataron, viajé a Francia y regresé a defender mi tesis.

El proceso de adaptarme no fue fácil. La Universidad tenía muy poquitas acomodaciones y uno como estudiante de intercambio está al final de las prioridades, entonces busqué un cuarto en una casa de una señora en Palo Alto. Llegué sin contar con ninguna red social y las de mis compañeros ya estaban construidas. Los programas de doctorado son muy grandes, de treinta o cuarenta alumnos por cohorte, quienes se conocen desde que ingresan, en muchos casos desde el pregrado, entonces encajar no resulta fácil.

No se tienen clases programadas, sino que se tiene el derecho de asistir a las que a uno le resulten de interés. Mis expectativas eran otras. En últimas, uno aprende a navegar viviendo el día a día.

Estas circunstancias me generaron ansiedad social. Aunque asistí a muchas fiestas y reuniones, encajar no me fue fácil. Es mucho más complejo cuando uno no conoce los códigos culturales, resulta muy incómodo. En ambientes tan competitivos la gente rápidamente rastrea quién le puede ofrecer algo. Entonces me fui acercando a otros colombianos y a la gente que como yo estaba de intercambio, porque siempre hay alguien que le da a uno la mano.

Recuerdo que solía concentrarme en mi trabajo de tesis en el lounge del Departamento, era una sala muy grande con microondas y nevera, o eventualmente en la biblioteca. En cualquier momento un estudiante chileno me dijo que fulanito nunca iba a su oficina y me animó a escribirle para que pudiera usarla. Así lo hice y así fue como conseguí un puesto con compañeros de oficina. Si bien hice amigos, igual en esas circunstancias se siente soledad.

Por otro lado, fue fascinante descubrir las estaciones, ver la manera como el mundo va cambiando, esto resultó muy estimulante, como lo fueron las conferencias y los seminarios a los que asistí, todos de la más alta calidad y los que ofrecen de manera permanente.

FRANCIA

Alguna vez, Thibaud Deguilhem, estudiante de doctorado de la Universidad de Bordeaux, Francia, quería estudiar el mercado laboral colombiano. Lo conocí en los Andes, lo orienté en su propósito, le facilité procesos.

Debían aplicar a Colciencias por un tema de colaboración para el que requerían dos firmas, entonces acepté firmar. También querían hacer una encuesta para probar el formulario y me ofrecí a hacerla a un par de amigos y luego retroalimentarlos. De esta manera, y sin proponérmelo, me volví un miembro activo del equipo. Realmente su proyecto no tenía que ver de manera directa con mi tesis que era sobre historia económica. Sin embargo, el tema de las redes sociales era un hilo conductor entre ambos.

El equipo contó con el presupuesto que les permitió viajar a Colombia, ahora tenían recursos para viajar a Francia, y me invitaron. Viajé antes de entregar mi tesis  y después de pasar esa Navidad con mi familia en Cartago. Me ayudó el que había tomado clases de francés como parte de mi pregrado en la Universidad de Antioquia, pues era mi objetivo estudiar afuera, aunque me desenvolví en inglés.

Estando allí, la ansiedad que sentí en Stanford se fue diluyendo, recobré la confianza en mí, ya era visto como alguien quien tiene experiencia internacional en un lugar top, como quien conoce el tema de Latinoamérica. Fue una época realmente muy bonita y tranquila, pues además me pagaban mientras que en Stanford debía pagarle un impuesto mensual a la Universidad, y no se puede olvidar que vivir en Palo Alto es muy costoso.

También dediqué tiempo a viajar por Europa. Me empecé a preparar para el mercado, para conseguir un trabajo. No sabía muy bien en qué, solo imaginaba que sería en Colombia. Aprovechando mi red de contactos, la que había logrado durante los años de doctorado, visité universidades donde presenté mi trabajo.

ABU DABI

En Colombia apliqué universidades como el ICESI, el Rosario, a la del Norte. En algunas me hicieron ofertas, en otras entrevista, pero también muy rápido me llamaron de Abu Dabi.

Mi historia con Abu Dabi se parece a la de mi papá con Nuquí, porque yo también sentí un llamado. En algún momento me enteré de que en Abu Dabi había gente haciendo historia económica. Mi primo mayor, hijo de un italiano que trabajaba en una petrolera, había vivido en Abu Dabi en los noventas, entonces ya tenía referencias. Cuando vi la convocatoria quise aplicar, sin conocer a nadie, sin que me conocieran.

La Universidad de Nueva York tiene un campus en Abu Dabi, y esta era una de las que más me llamaba la atención. Vieron mi hoja de vida, me contactaron, me entrevistaron vía Skype y en muy poco tiempo me hicieron una oferta, una imposible de igualar por parte de cualquier otra universidad en el mundo en términos de plata.

TESIS

Luego sustenté mi tesis y me fue bien, me dio tiempo para identificar dónde estaban mis talentos, me permitió reconocer en los otros sus fortalezas. Mi compañero de doctorado tuvo resultados superiores a los míos, siendo mayor a mí y sociólogo, me enseñó mucho y yo a él algunas cosas. Por esa época salió publicada la biografía de Steve Jobs, un libro que me encanta.

Aquí se explora el argumento que todos exponen cuando se refieren a él como un genio, sin que hubiera sido un gran matemático, pero tuvo la habilidad de entender a los otros dada su inteligencia emocional. Y yo empecé a notar eso en mí durante el doctorado, una sensibilidad muy alta y una intuición muy aguda, muy social, porque quizás veo cosas que otros no ven. Este libro me brindó mucha motivación, me permitió hacer las paces con ese deseo de ser el mejor, de ser el primero, como me pasaba en el colegio y como me pasó en el pregrado.

Mis notas estuvieron bien y el mayor reto fue tener la tesis lista para entregarla. Aunque en Economía era más un ritual, pues ya tenía una oferta de trabajo que validaba la sustentación, porque la comunidad reconoce que ya se logró. Mis papás fueron a la sustentación, lo que fue muy emotivo. Quien organizó la sustentación, de manera sabia me dijo que dejara para el final los agradecimientos. Cuando comencé a agradecer empecé a llorar, pero también lloró mi asesor y lloraron mis papás y las hijas de Manuel Ramírez.

Nuevamente, no fui al grado de mi colegio porque estaba de viaje, no fui al grado de mi universidad porque estaba en la clínica y no fui al grado del doctorado porque debía viajar a Abu Dabi, entonces me gradué por ventanilla. Pero la sustentación cumplió con esta función y ese día vi todo el sentido de haberlo estudiado, pues nos congregó como comunidad.

INVESTIGADOR

La que tuve en Abu Dabi es la mejor posición que cualquier economista junior en el mundo puede obtener, porque no siente ninguna presión ni tiene que dar clases ni investigar sobre algo definido por contrato, sino que le pagan para que trabaje en la agenda que uno tiene y que previamente han aprobado. De alguna forma era como continuar trabajando en mi tesis.

Estuve sumergido en el mundo árabe, aunque en inglés. Esta experiencia cambió mi forma de ver la realidad, hasta ese momento sentí esa urgencia por terminar las cosas y esa aversión tan alta al riesgo.

La oferta aquí era por dos años, porque era una posición temporal. Llegué a considerar dictar clases en una universidad en Colombia, alguna que me brindara una oportunidad de largo plazo, algo más estable. Pero estar en Abu Dabi rompió el ciclo, además, me fueron prorrogando el contrato.

Después de tres años de estar como investigador en Abu Dabi llegó la pandemia. Fue toda una decisión, la de si quedarme allá o regresar a Colombia. Por fortuna, nuevamente me prorrogaron el contrato, esta vez con el compromiso de dictar tres cursos por los siguientes dos años. Fue la única contraprestación que pidieron.

Cuando estaba aplicando para diferentes universidades, mucho antes de pandemia había aplicado también a la Nacional. El tema es que esta es una universidad que ofrece plazas para funcionarios públicos, lo cual exige concurso. Como han querido hacer más internacional la facultad y replicar las dinámicas de los departamentos más competitivos del mundo, entonces empezaron a mirar un espectro más amplio.

Y me vieron a mí, pues cumplía con el perfil que parecía diseñado precisamente para alguien como yo. Me invitaron a aplicar sin compromiso y lo hice. Al final del proceso resulté ganador del concurso, expidieron la resolución para mi posesión con un plazo determinado, pero como había llegado la pandemia el mundo estaba cerrado, las fronteras estaban cerradas, entonces decliné la oferta.

STANFORD UNIVERSITY

Vine a Colombia un verano, pues llevaba un tiempo importante sin ver a mis papás. Mientras estaba de visita me escribió  un profesor de la Universidad de Pensilvania a quién habían contactado diciéndole que en Stanford estaban montando un instituto para lo cual buscaban a alguien y que quizás yo era la persona. Si bien en este momento de la vida me encontraba en completo equilibrio y no estaba pensando en renunciar a lo que tenía, igual acepté que le dieran mi correo y agradecí el que hubieran pensado en mí.

El profesor de la Universidad de Stanford, Josh Ober, es ahora mi jefe. Nos entrevistamos por zoom y conectamos muy rápidamente. Él básicamente creó el Stanford Civics Initiative, proyecto que busca mejorar la educación en valores cívicos y democráticos en la Universidad en respuesta a una preocupación por la democracia americana. Y necesitaba un economista que complementara el equipo del que participan filósofos y científicos políticos.

No entiendo muy bien cómo salió mi nombre, tal parece que fui construyendo una reputación, la de alguien que podía entenderse con gente de distintas disciplinas y con conocimiento en otros temas. Recuerdo que le hablé del curso que yo dictaba en Abu Dabi, The Wealth of Nations, y al dominar él los clásicos se encantócon la conversación. Al día siguiente me estaba haciendo una oferta para que me fuera a trabajar con él.

Yo era completamente feliz en Abu Dabi, parecía haber posibilidades de continuar y no estaba pensando en irme, entonces no fue fácil tomar esta decisión. Hablé con mis papás quienes me animaron a decidirme por lo que más favoreciera mi vida, y ser llamado de una de las universidades top en el mundo lo era. Entonces supe que debía irme.

VIAJE

Comencé a tramitar la visa, lo que me tomó más tiempo del proyectado, entonces cuando retomamos clases en Abu Dabi las di de manera remota, hasta que finalmente pude viajar. Una vez allá, nuevamente sentí que amaba la ciudad, mi Universidad, mi vida en ese lugar, pero sabía que debía iniciar otro camino. Siempre he sido muy desprendido, pero aquí me dolió hasta decidir sobre una cuchara que no pudiera llevar conmigo.

Pensaba que no iba a volver nunca, aunque lo he hecho, por supuesto, en condiciones distintas. Cuando me subí al avión me sentí tranquilo, en paz con mis cosas. Regresé a Abu Dabi en diciembre para entregar todo y cerrar el ciclo despidiéndome de las calles por las que tanto caminé, de las plazas en las que me senté a ver pasar gente, población muy diversa que alimentaba mi placer contemplativo.

Estar en Stanford comenzó a ser muy estimulante. Como me adapto tan fácil, rápidamente comencé a encontrar las cosas bonitas de estar en California. Salgo contento de mi casa en bicicleta para la Universidad que es como un club campestre que me permite disfrutar del entorno mientras leo un buen libro o veo pasar gente.

CURSOS

En Stanford dicto dos cursos que encajan con el objetivo del Departamento de Ciencia Política, uno tiene que ver con lo que comenté al comienzo en la etapa de colegio, pues es el de La Riqueza de las Naciones, el mismo que daba en Abu Dabi. Este curso es sobre crecimiento económico, ahonda en los dilemas morales del crecimiento, busca que los alumnos sean conscientes de que puede haber muy buena voluntad para que pasen cosas, pero que esta conciencia no es suficiente, pues mejorar las condiciones de vida de una sociedad va más allá de querer hacerlo.

El otro curso es Colapso social. El crecimiento económico es un fenómeno moderno, entonces antes de la Revolución Industrial las sociedades no crecían, las economías eran más o menos iguales en términos de pobreza, porque estas grandes preguntas, las de crecimiento y desarrollo, tienen todo que ver con el tema de la modernidad. Antes de eso, la humanidad ha vivido en sociedades de gran escala por milenios. Lo que uno ve en esos contextos son patrones de florecimiento y decadencia. En la clase nos concentramos en los períodos de crisis.

Precisamente estoy escribiendo un libro sobre la importancia de las ideas en el colapso de una sociedad, porque muchas de las teorías que tenemos son materiales: sequías, guerras, terremotos. Tiene que ver mucho con la evidencia con la que contamos: en episodios antiguos están las murallas, por ejemplo. Cuando revisamos episodios más modernos, uno empieza a ver el mundo de las ideas, donde las equivocadas pueden fragmentar a la sociedad.

COLUMNISTA

En los últimos años me empecé a interesar por la opinión pública, por lo mediático, por la generación de conocimiento. Así comencé a escribir columnas de prensa, lo que fue cambiando mi orientación híper teórica que venía desde mi infancia.

Uno de los libros que más me gustó cuando estaba en el colegio se llama Economía del corazón, es un compendio de columnas de prensa de Samuelson. Tanto él como Friedman fueron columnistas, uno escribía en Newsweek y el otro en Businessweek durante los años 1960 y 1970. Eventualmente se hicieron compendios de ellas que conocí siendo muy niño, y me cautivaron.

Ahora le dedico tiempo a escribir para contribuir a la opinión pública. Lo hago para Forbes desde hace tres años, y para El Colombiano desde hace año y medio. Son columnas quincenales. Este ejercicio me genera un estímulo cotidiano a diferencia de lo que ocurre con la investigación para la universidad. Por ejemplo, esta semana me aceptaron un documento que venía escribiendo desde hacía años: el primer borrador completo, no la primera idea, sino ya un trabajo avanzado, lo obtuve en el 2015 y estamos en el 2023. Ahora ya está listo para publicación.

Si bien en investigación se presentan los progresos del trabajo, pasan días y semanas y meses y años de dedicación para ver un resultado concreto. Esto es muy distinto de lo que ocurre con las columnas. Cada columna es un proyecto independiente, se lanza y termina generando todo tipo de opiniones, las que también pasan. Esto lo encuentro muy placentero, tiene retos muy estimulantes. Claro, existe una lucha interna en lo que son mis verdaderos motores, no simplemente quiero que la gente comente, sino que exista un balance entre lo que llama la atención, sin que este sea el objetivo, y el contenido buscando que este sea realmente valioso.

CIERRE

Quiero seguir haciendo investigación y generar cosas con impacto internacional. Cuando pienso en el libro que estoy escribiendo, lo equiparo a armas, gérmenes y acero o Sapiens libros para audiencias amplias, pero con alto rigor académico. Mi propósito claro es llegar a más gente con preguntas profundas sobre la humanidad.

Quiero ser un intelectual amplio y no simplemente participar de las decisiones de coyuntura. No solo quiero hablarle a mi grupo que se mueve en la misma disciplina, sino llegarle a todo público.

Cuando aterrizo en el Matecaña, siento que ya llegué a mi casa. Algo cercano a lo que me produce pasar inmigración en El Dorado. Porque, cuando uno vuelve a los lugares donde ha vivido, recorre también las emociones pasadas. Y no sé qué tan pronto, pero en algún momento me gustaría regresar a Colombia.