Hugo Palacios Mejía
Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo y algunas intervenidas por el invitado, como esta.
Uno de los biógrafos de John F. Kennedy relata que su esposa Jacqueline lo definía como un idealista sin ilusiones[1]. Soy también un idealista sin ilusiones porque he tenido el privilegio de conocer soñadores que cumplieron sus sueños. Pero mi talante conservador me aficiona a las realidades, a la historia y a la experiencia. Un conservador siempre aprende de la historia, aunque un idealista aspira a que algunos capítulos no se repitan.
Este relato se debe a la insistencia y a la paciencia de Isa. Siempre he tenido más afán por vivir la vida que en contarla. Cubre mis primeros cuarenta y cuatro años de vida, que dediqué a la construcción de mi “persona pública”, y a trabajar por mis ideales para Colombia, hasta retirarme del cargo de ministro de Hacienda en 1986. En ese lapso construí o colaboré en la construcción de algunas de las principales instituciones jurídicas de las que se sirvieron la economía y el derecho administrativo de Colombia hasta la Constitución de 1991. Quise lograr que el Estado colombiano funcionara mejor para la gente; proteger la “libertad”, el “orden”, la “competencia” y la “eficiencia” a ver si en ese camino era posible encontrar algo que pudiéramos calificar, sin rubor, como el “bien común”.
No sé si este texto pueda interesar a alguien distinto de mis hijos o mis nietos. Quizás algún historiador encuentre en él materia para alguna nota de pie de página de un documento destinado a los archivos de alguna academia. Mi historia después de 1986 es probable que sea aún menos interesante. En efecto, aunque no he perdido interés por los asuntos públicos, he renunciado a todo protagonismo. Me he dedicado a crear una buena firma de abogados, a luchar por el derecho ante los jueces y las autoridades administrativas, y a dar conceptos sobre normas y contratos confusos. Comenzaré a escribir el relato de esa segunda parte de mi vida, si Dios lo permite, cuando reciba los últimos honorarios de mi último cliente.
ORÍGENES
En mi familia hay dos ramas de orígenes geográficos muy distintos y definidos; la rama Palacios, establecida en el Valle del Cauca, y la rama Mejía, de origen antioqueño y del antiguo Caldas.
RAMA PATERNA
La rama Palacios de mi familia comienza en Cali, en 1717. Esto fue así cuando el señor Manuel Albo Palacios, español, venido de un pueblo llamado San Pedro de Limpias, cerca al mar y a Bilbao, en Cantabria, se casa en Cali con doña Juana Vivas Sedano, descendiente del matrimonio de Sebastián de Belalcázar, fundador de Cali, con una india. Así se fueron haciendo la América española y la nación colombiana, a las que estoy orgulloso de pertenecer.
Esto quiere decir que soy americano. Visité Limpias en el año 2021 y encontré rastros de muchas personas de apellido Palacios. Y hasta una casa, casi en ruinas, con el escudo en piedra de la familia Albo Palacios, algunos de cuyos miembros demostraron formalmente su hidalguía. Hidalguía no era nobleza, sino constancia de haber conseguido algo apreciado por la comunidad, no descender de judíos ni musulmanes, no haber sido condenado a penas infamantes y gozar de ciertos derechos que los reyes y los señores feudales no podían desconocer.
Los nietos de Manuel Albo Palacios dejaron de usar el apellido Albo y nos quedamos en Palacios. Sus descendientes se dispersaron por Cali, Popayán, Buga, Llanogrande (la actual Palmira), Roldanillo y Tuluá. Mi bisabuelo Toribio Palacios, nació en Palmira en 1812, (el genealogista Gustavo Arboleda, y sus seguidores, se equivocaron en este dato).
De su primer matrimonio nació Belisario Palacios Arias en Cali, en 1842; destacado pedagogo, historiador y polemista conservador. Fundó con otras personas la Academia de Historia del Valle. Fue padre del general Enrique Palacios Medina y abuelo de los Palacios Iragorri y los Palacios Pombo, entre cuyos descendientes he tenido muy buenos amigos. Del segundo matrimonio de Toribio Palacios nació en Florida, Valle, mi abuelo Víctor Palacios Martínez, descendiente de uno de los fundadores de ese pueblo.
Mi abuelo Víctor se estableció en Florida y Cali y se dedicó a negocios de exportación de café y de azúcar, a importaciones y a administrar sus fincas. En el año 1930, mi abuelo fue víctima de la crisis económica y se vio agobiado por deudas. Para pagar vendió en 1931 una casa que tenía en la plaza de Caycedo de Cali, donde luego estuvo el Banco de la República. Poco a poco fue vendiendo otras propiedades, pero nunca se recuperó. Murió en Cali, muy pobre, a los ochenta y tres años de edad.
Mi abuelo Víctor se casó tres veces. Su primera esposa, Elodia Triviño Paz, murió muy joven dejando huérfanos a mi padre, Víctor Palacios Triviño y a su hermano Luis.
Mi padre Víctor Palacios Triviño nació en Florida. Estando muy joven, como mi abuelo se había ido a vivir a Santa Rosa de Cabal, él y su hermano Luis se educaron allí, primero en la escuela de los Hermanos Maristas, y luego, a partir del año 1919, en la Escuela Apostólica de Santa Rosa regentada por los padres franceses de San Vicente de Paul. Ingresó a estudiar Derecho en 1929 en la Universidad del Cauca en un ambiente intelectual dominado por el prestigio del poeta y político conservador Guillermo Valencia. Se graduó con distinción en 1933, que fue cuando mi abuelo perdió su fortuna.
Al graduarse, comenzó a ejercer su profesión en Pereira, donde se casó en 1939 con mi madre Mariela Mejía Jaramillo. Buscando hacer fortuna se fue a trabajar como abogado a Armenia, la Ciudad Milagro, donde se quedó a vivir. Su hermano Luis se casó en Cali con Olga Izquierdo Santamaría, y con él y sus hijas hemos tenido siempre una relación muy afectuosa. Mi padre quiso a Armenia y allí murió siendo yo ministro de Hacienda.
RAMA MATERNA
Los genealogistas William Jaramillo Mejía y Enrique Pareja Mejía hicieron una juiciosa investigación sobre las familias antioqueñas desde la conquista y entre ellas las de mi rama materna Mejía y Jaramillo.
La familia Mejía tiene su origen colombiano en don Juan Mejía de Tobar, quien llegó al país muy joven, entre 1602 y 1605. Mi abuelo materno, Francisco Mejía Jaramillo, descendía de su hijo José, casado con doña Josefa Álvarez del Pino. Mi abuela materna, Eva Jaramillo Vélez, descendía de Juan Jaramillo de Andrade, llegado de España a Colombia en 1598. Las familias Mejía y Jaramillo han sido muy prolíficas, figuran en la historia de la colonización antioqueña, en Caldas, Risaralda y el Quindío.
La familia de mi bisabuelo materno, Antonio María Mejía Botero, provenía de Rionegro y Sonsón, pero él se había establecido en Pácora, con sus hijos, entre ellos mi abuelo Francisco Mejía Jaramillo.
Las simpatías políticas de esa familia estaban con el Partido Liberal. Pero dice la tradición familiar que un día el cura en Pácora dijo que matar liberales no era pecado, lo que hizo que toda la familia se fuera a establecer en Pereira y a montar fincas en la región de Combia, donde mi abuelo Francisco tuvo fonda y compra de café.
Don Antonio María tuvo una familia numerosa, parte de la cual quedó en Pereira, y otra vino a Bogotá o se fue a Europa. Una de sus hijas, Francisca, “la tía Quica”, fue la madre de Luis Carlos González Mejía, destacado en Pereira por su civismo, poeta de la colonización antioqueña en el antiguo Caldas y autor de la letra de los bambucos La Ruana y Antioqueñita, entre otros.
Mi abuela, Eva Jaramillo Vélez, nació en 1893 y se casó en 1911. Mi abuelo murió muy joven y la dejó sin más fortuna que cinco hijos, una pequeña finca a orillas de río Otún y una casa de dos pisos bien situada en Pereira. Con el arriendo de los locales y la herencia de su madre Lucía Vélez Botero, levantó a su familia y fue el centro de ella. Educó a sus hijos como conservadores. Leía El Siglo y a veces El Colombiano, lo que hacía con todo detalle. Era muy caritativa. Todas las noches sus hijos, inclusive los casados, llegaban a verla, a rezar el rosario y a hablar un poco de política y negocios.
Mis cinco tíos Mejía eran comerciantes de granos y abarrotes en Pereira, y tuvieron diferentes fincas en la región. Solo Hugo, entre ellos, casado con su parienta Amparo Vélez Botero, dejó descendencia, como referiré adelante. Tenían gran amor a Pereira y a su equipo de futbol. La niñez de mis hermanos y yo, y nuestra adolescencia, fue mejor gracias a todo lo que la abuela y los tíos hicieron para que nuestras visitas y estadías en Pereira fueran muy gratas.
Mi mamá, Mariela Mejía Jaramillo, nacida en 1916, fue la tercera entre los cinco hermanos. Era una mujer muy bonita, inteligente, hábil con la aritmética y los oficios manuales, y caritativa como las mujeres de su familia. Su foto enlució varias revistas de la época en el Antiguo Caldas y el Valle. Tuvo un largo noviazgo con mi padre, Víctor Palacios Triviño, quien, no solo no tenía plata, sino que tuvo que vencer la desconfianza que en Pereira había contra “los caucanos”. El mismo día del matrimonio, en 1939, se fueron a vivir a Armenia.
HERMANOS
Mis padres tuvieron cuatro hijos. Albita, la mayor, murió muy niña. La seguí yo en 1942 y en 1943 nació Víctor. Víctor es el tercero con ese nombre en la familia, arquitecto muy exitoso en Armenia, quien formó su familia al casarse con Luz Elena Ochoa Estrada, ya fallecida. Ha sido el mejor empresario de nuestra familia, no solo en el sector de la construcción, sino en el agrícola; sus hijos siguen su ejemplo. En 1946 nació Luz Amparo, quien obtuvo un doctorado “cum laude” en Comunicaciones en la Universidad de Barcelona, fue profesora en la Universidad del Quindío y vicerrectora Académica; dejó dos libros sobre teoría de la comunicación y tres de poesía; murió sin descendencia en 2017.
Los tres hermanos tuvimos una relación excelente pese a las diferencias de temperamento, cada uno ayudando a los demás cuando hizo falta. En Armenia, los bromistas dicen que no tuvimos discordias entre nosotros, sino cuando murió mi padre y fue necesario repartir los libros de su biblioteca.
PILARES DE FAMILIA
Mis padres fueron siempre muy avenidos y católicos practicantes. En casa se rezaba el rosario en familia todos los días; la misma costumbre establecida por mi abuela en su casa de Pereira.
Nuestra vida social giraba casi que exclusivamente alrededor de personas de la familia. En Armenia, las principales amigas de mi madre eran parientas o personas establecidas en la ciudad, pero con raíces pereiranas.
Todos los días almorzábamos en familia, pues la oficina de mi padre distaba solo unas cuadras de nuestra casa. Las comidas mezclaban los gustos vallecaucanos de mi padre, que incluían el pan y la ensalada; y los de mi madre, que prefería las arepas antioqueñas y desdeñaba las ensaladas. No se conseguían pescados en Armenia, salvo los de las aventuras pesqueras de mis tíos y los amigos en los ríos y quebradas de la región.
En Semana Santa consumíamos sardinas enlatadas y un pescado terrible, seco y salado, que provenía de la costa. Comíamos mucha carne de res, mucho cerdo y rara vez pollo. Era un lujo conseguir manzanas buenas y uvas. En las grandes ocasiones mi padre tomaba y nos permitía tomar una copa de vino dulce español. Salvo por ese vino ocasional, no había más alcohol en la familia. Eso sí, tenía él un bar completo, por si llegaban visitas, pero rara vez se usó. Mamá preparaba deliciosas comidas antioqueñas: chorizos empanadas, tamales, mortadela y postres.
Mi madre era el centro de la familia. Nos enseñó a leer y escribir, la aritmética y el catecismo del padre Astete, esto antes de enviarnos al Colegio San José de los Hermanos Maristas en Armenia. Y nos ayudaba luego en las tareas escolares. Cosía bien y disfrutaba haciendo cosas para la casa y arreglando nuestra ropa. No nos permitía permanecer en la cocina ni participar en la preparación de las comidas.
Aunque se entretuvo a veces con la lectura de novelas, revistas y periódicos, su gran afición consistía en cuidar y manejar dos carros que tuvo. Nos enseñó a manejar. Colaboraba con mi padre en el cuidado de su biblioteca y en la administración de algunos de sus bienes con notable inteligencia práctica. Era muy caritativa: estaba atenta a las necesidades de los parientes pobres. Gracias a ella siempre en nuestra casa hubo cosas menudas para atender la procesión de mendigos que pasaban en la tarde o en la noche pidiendo limosnas. Yo no tenía paciencia para eso.
Mi papá, de profesión abogado, fue un gran lector. Tuvo una biblioteca que, durante un tiempo, fue la más grande que hubo en Armenia, orgullo de la familia. Se las ingeniaba desde Armenia para conseguir los libros de derecho, política y literatura que estaban de moda en Bogotá y Madrid. Tenía preferencia por los autores españoles, ingleses, franceses e italianos; en su biblioteca no había prácticamente nada de los autores de moda en los Estados Unidos. Viajó más a través de los libros que en aviones.
Durante sus años universitarios escribió en los periódicos de Popayán y Caldas sobre temas políticos. Se esmeraba en el cuidado del idioma. Después, aunque siempre mantuvo ideas conservadoras y participó discretamente en actos del Partido, se marginó de cualquier activismo político.
Él siempre quiso estar bien informado. Sintonizaba en Armenia, con grandes esfuerzos, transmisiones en español de la BBC de Londres. En cuanto a los medios colombianos, compraba diariamente El Siglo y El Tiempo y en una época el Sábado que, hasta donde entiendo, era un periódico gaitanista. No leía La República; soy yo quien lee ese periódico hoy, y lo disfruto mucho.
Cuando mi padre comenzó a ejercer su profesión había violencia en el Quindío y en el norte del Valle. El antiguo Caldas, la región del Quindío, era de mayoría liberal. Por razón de su oficio, mi padre debía salir a menudo al campo para practicar diligencias de inspección sobre límites y características de fincas. Para protegerse, iba armado y en compañía de amigos abogados o peritos liberales, o conseguía que la policía los acompañara a las diligencias. Quizás por eso y por su lejanía de la actividad política, pudo adelantar su ejercicio profesional sin amenazas directas ni incidentes.
Mi padre era muy diligente en su ejercicio como abogado. Practicó ante todo el derecho civil y al principio se ocupó especialmente de titular baldíos y de pleitos de filiación: la colonización del Quindío era algo relativamente reciente, por lo que muchos dueños de fincas no tenían títulos formales sobre ellas. Además, muchos colonizadores habían dejado sus familias en Antioquia y habían adquirido familias nuevas en el Quindío, por lo que mi padre atendió numerosos pleitos de sucesiones, de filiación y de simulación.
Desde Armenia litigó en “casación” ante la Corte Suprema de Justicia, algo que no hacían los abogados de la región y en lo que obtuvo éxitos importantes. Pero en esa época el derecho administrativo y el comercial, a los que yo he dedicado mi vida, casi no generaban trabajo profesional en el país y mucho menos en Armenia, de modo que mi padre casi nunca se ocupó de ellos ni de temas penales ni laborales. Tuve muchos diálogos con él sobre asuntos jurídicos cuando fui estudiante y cuando comencé a ejercer como abogado. Él ejerció su profesión hasta una semana antes de morir.
Los clientes de mi padre a menudo le obsequiaban gallinas, plátanos y naranjas, pues muchas veces no tenían dinero para pagar honorarios, de modo que éstos se convenían a “cuota litis”. Por lo que mi padre, en ciertas épocas de su vida, se llenó de lotecitos pequeños en el campo o en la ciudad, sin mucho valor comercial.
Así en la familia no faltó nunca nada ni sobró mucho de qué presumir; mi padre nos dio buenos ejemplos, afecto y educación. Pero nadie en la familia podía continuar con su oficina en Armenia y el esfuerzo de toda su vida en hacer una clientela se perdió. Aprendí la lección y por eso he organizado mi práctica profesional de abogado alrededor de una firma, Estudios Palacios Lleras S.A.S., con la esperanza de que mis socios puedan continuar ejerciendo con provecho la profesión en ella, cuando Dios o yo hayamos decidido mi retiro.
Los amigos de mi padre eran, ante todo, mis tíos, y sus colegas Marcos Monsalve León, Luis Carlos Gómez Cortés, Clímaco Gómez, Gabriel Rojas Arbeláez y Benjamín López de la Pava. Rojas Arbeláez y López de la Pava fueron magistrados del Consejo de Estado y de la Corte Suprema de Justicia, respectivamente. Ellos le abrieron la posibilidad de ser magistrado en esas corporaciones, pero él no se interesó; no quiso abandonar su ejercicio profesional ni la vida tranquila de provincia. He seguido su ejemplo. Aunque he sido conjuez en todas las altas Cortes, rechacé varias veces la invitación que se me hizo para ser Consejero de Estado.
PRIMEROS AÑOS
Nací en Armenia el 3 de septiembre de 1942. Me dieron el nombre de uno de mis tíos Mejía, alguien muy simpático, noviero, aficionado al futbol y amigo de la caza y de la pesca. Se casó con Amparo Vélez Botero, parienta suya, para lo cual tuvo que pedir dispensa y fueron padres de mis primos Luisa, Diego, Melba y Eduardo que han sido como hermanos para mis hermanos y para mí.
Como mencioné, mi mamá me enseñó a leer, aritmética y el catecismo del Padre Astete. Cuando ya tenía esos conocimientos, me matricularon en un colegio privado para varones, el Colegio San José, de los hermanos Maristas; el mejor que en ese momento había en Armenia.
No tuve gusto por los deportes ni oportunidad de practicarlos ni ejemplos. Por el contrario, tenía a mi alcance la biblioteca de mi padre que yo curioseaba. Terminé leyendo, por lo que tienen de aventuras y heroísmo, sin percibir su valor literario, la Ilíada y, un poco más tarde, la Odisea, cuya lectura he repetido, ya por otras razones, un buen número de veces.
Me aficioné también a la mitología y a la literatura griega y romana en libros que mi padre me obsequió y escritos, esos sí, para jóvenes. En estos días releo con gran gusto la Eneida, de Virgilio. Al mismo tiempo, en aquella extrañísima mezcla de lecturas, casi antes de entrar a la adolescencia, me volví fanático lector de las novelas de Emilio Salgari sobre piratería y de las de Edgar Rice Burrough sobre Tarzán.
ACADEMIA
COLEGIO SAN JOSÉ – ARMENIA
Estudié la primaria y el primero de bachillerato en el Colegio de San José, en Armenia. Los hermanos Maristas me encargaban de recitar poemas religiosos o patrióticos y de hablar en los actos públicos. Debo agradecerles que me enseñaron a perder el “miedo escénico”. Pero no me estimularon a participar en deportes.
Comencé a desarrollar miopía, sin darme cuenta. Aunque obtuve buenas notas en la mayoría de las materias y tuve por eso varias veces el honor de “Izar bandera”, comencé a retrasarme en matemáticas. El mejor de la clase era Numa Pompilio Carvajal Bejarano, hijo de un médico y luego médico muy destacado él mismo. Hice algunos buenos amigos, Álvaro Gómez Giraldo, Miguel Ángel Gómez, Álvaro Márquez, Jorge Cadena y Erwin Flórez, aunque luego, el tiempo y las distancias me separaron de casi todos ellos.
SAN BARTOLOMÉ
Mis padres querían que yo tuviera una educación mejor que la que podía conseguirse en Armenia. Por esto cuando terminé primero de bachillerato, me enviaron, interno, a San Bartolomé de la Merced en Bogotá, colegio de la Compañía de Jesús.
Los jesuitas tenían fama muy de ser excelentes educadores. Había la opinión en Armenia y en Pereira de que éste era el mejor colegio del país. Sin duda, el edificio y los espacios deportivos eran los mejores de un colegio en Bogotá. Hubo mucha alegría en la familia cuando recibimos la carta del colegio aceptándome para ingresar a segundo de bachillerato en 1955.
Era necesario que los estudiantes de fuera de Bogotá, quienes íbamos internos a San Bartolomé, tuviéramos en esta ciudad acudientes, es decir, personas que pudieran hacerse cargo de nosotros si se presentaba alguna necesidad especial. Fue así como Ignacio Pareja Lecompte, cartagenero simpático, casado con Edilma Mejía Vélez, prima hermana de mi madre, aceptó serlo.
Ignacio y Edilma fueron muy acogedores y amables conmigo y con mi hermano Víctor quien luego vino también a San Bartolomé. Con sus muchos hijos, especialmente con Enrique, luego destacado genealogista, hicimos buena amistad. Dora Mejía, hermana de Edilma, y su esposo Eduardo Jiménez Neira, procuraron también hacernos más grata la estadía en la ciudad. Augusto, uno de sus hijos, décadas más tarde se convirtió en uno de mis mejores amigos.
La Compañía de Jesús se había ocupado en sus primeros años en Europa en dar una respuesta teológica, religiosa y científica a la Reforma protestante y a las ideas políticas y científicas que se desarrollaron al tiempo y a la sombra de la Reforma. San Bartolomé era un eco de esa tarea europea: muy fuerte en explicar la filosofía tomista y las ideas religiosas surgidas del Concilio de Trento, y en destacar los avances en las ciencias y en las humanidades logrados por miembros de la Compañía de Jesús o por sus discípulos. La enseñanza moral se apartaba de visiones muy estrictas adoptadas por otras comunidades religiosas católicas.
De otra parte, los jesuitas se han distinguido en las ciencias, la filosofía, la teología y como consejeros de gobernantes, y al llegar a San Bartolomé yo tenía la intuición de que conocería de manos expertas algo de esos saberes. Y, en efecto, varios de mis profesores jesuitas eran autores de los textos que estudiábamos en el Colegio. Me aficioné a la filosofía escolástica y en particular a la lógica y, con ella, a las sutilezas de la crítica y la argumentación. Aprendí algo de latín y de raíces griegas, y bastante francés, pero la enseñanza del inglés no era buena.
Debo al padre Jorge Hoyos Vásquez S.J., luego rector de la Universidad Javeriana, su influjo directo y personal en la formación de mis criterios morales y de mi fe religiosa.
El colegio tenía una revista institucional, Juventud Bartolina, manejada por los jesuitas, en la que varias veces me publicaron escritos a partir de 1958. También conseguí que el periódico estudiantil El Demócrata, dirigido por el alumno Henry Gutiérrez Muñoz, me publicara algún artículo, creo que en favor de la pena de muerte.
Las oportunidades que encontré en el colegio me permitieron adquirir confianza en mi capacidad de escribir notas publicables, y en no temer el rechazo. Ya en quinto de bachillerato decidí tomar el riesgo de crear, con otros amigos, un nuevo periódico estudiantil, al que llamamos Reflector. Le hicimos con una tenue orientación política conservadora, porque los jesuitas no permitían que se hiciera política en el colegio. El Padre Félix Restrepo S.J. gran humanista y personaje público destacado, nos hizo el honor de ser Director Honorario del periódico. De él recibimos apoyo generoso, cuando lo pedimos.
Para crear Reflector me rodeé de amigos que luego se destacaron en la vida nacional. Fernando Londoño Hoyos, un poco menor que yo, fue uno de los editores. También Abel Francisco Carbonell, quien fue superintendente Bancario en el gobierno de Misael Pastrana y congresista en varios períodos.
Cuando llegué a San Bartolomé el país vivía una situación política excepcional desde 1953. El general Gustavo Rojas Pinilla había depuesto al presidente conservador Laureano Gómez, muy admirado en mi familia. En sus cartas desde el exilio, Laureano criticaba a ciertos jerarcas de la iglesia y a jesuitas eminentes como el padre Félix Restrepo, el abandono del ideal de la “vida heroica” para acomodarse a las conveniencias de la proximidad con Rojas. Pese a ello, en el colegio, varios profesores y muchos de mis condiscípulos eran también admiradores del doctor Gómez.
En San Bartolomé no se nos permitía tener activismo político. Pero uno de mis profesores jesuitas tenía grabado el discurso que pronunció Laureano Gómez en 1953, poco antes del golpe de Estado de Rojas, siendo presidente titular de la República, pero retirado de su ejercicio por problemas de salud, para replicar un discurso de Ospina Pérez, que aspiraba a volver la Presidencia. Con la complicidad del jesuita escuchábamos ese discurso a escondidas de las autoridades del colegio, aunque sospecho que estaban más informadas de lo que nosotros creíamos.
Al terminar mi bachillerato había tenido, pues, una experiencia que marcó mi vida: conocer de cerca el trabajo de las comunidades religiosas marista y jesuita, en particular de esta última.
Se trataba de un grupo de personas inteligentes y cultas, provenientes en buena parte de familias acomodadas que habían renunciado para siempre, sin buscar reciprocidad, a tener una familia y las satisfacciones que la mayoría de nosotros buscamos en la vida. Lo hicieron para dedicarse de tiempo completo a educar o trabajar “por la mayor gloria de Dios”. Me consta que algunos de ellos, excepcionalmente, no estaban a la altura de ese propósito. Pero el conjunto era un testimonio vivo de lo que Juan Lozano y Lozano llamaba “el ideal de la vida heroica”. “Vida heroica” para el servicio; no “vida heroica” para la dominación, como pregonaba Nietzsche.
Nos impulsaban a buscar en la vida un ideal: el trabajo constante por un objetivo trascendente, de servicio y de excelencia. Después he encontrado mucha gente buena, pero no un grupo humano semejante; y mucha gente dedicada solo al sálvese quien pueda y a aprovechar el día.
Sergio Clavijo, uno de los economistas a quienes más admiro y leo, y mucho más joven que yo, también estudió en San Bartolomé La Merced. Y destaca en su libro, Educación Comprehensiva, que se vinculó allí a la Congregación Mariana, una asociación católica para hacer obras sociales bajo la advocación especial de la Virgen María.
Yo también estuve vinculado a esa congregación durante la mayor parte de mi vida bartolina y a otra denominada “Gonzagas” dirigida por el jesuita Hernán Umaña. Los sábados en las mañanas, y a veces los domingos, íbamos a los barrios pobres a enseñar catequesis a los niños y a repartirles mercados a sus familias.
Sergio relata que, en algún momento, reflexionó en que su aporte al país no podía limitarse a una labor asistencialista, como la de las Congregaciones Marianas. Y que era preciso tener una actividad de más alcance, capaz de incidir en cambios en el país y no solo en apoyos ocasionales a personas aisladas. Yo me había hecho la misma reflexión. Y me había hecho el mismo propósito: no limitar mi actividad de católico a las difíciles y necesarias obras asistencialistas, sino a buscar cambios que pudieran incidir en la solución de la pobreza en el país. Este fue un momento de gran importancia en mi juventud.
Me gradué de bachiller en San Bartolomé de la Merced en 1959, sin ser el mejor de la clase.
VOCACIÓN
Terminado el bachillerato era el momento de escoger una carrera profesional. Y, quise ser yo como mi padre era. Percibía, además, que el conocimiento del Derecho era indispensable para intervenir con éxito en la política, vocación que desarrollé durante el bachillerato, quizás por el intenso ambiente político que vivió el país a raíz de la dictadura de Rojas Pinilla y el inicio del Frente Nacional; por el trabajo que hicimos en el periódico Reflector en San Bartolomé; y por el trabajo social que adelantábamos allí en las Congregaciones Marianas.
La carrera de economista apenas comenzaba a aparecer en las universidades y las personas que ocupaban posiciones de dirección económica eran abogados, por regla general.
UNIVERSIDAD JAVERIANA
Nunca dudé acerca de estudiar Derecho en la Universidad Javeriana. Entre mis conocidos se consideraba que esa Universidad era la que ofrecía mejores estudios. En cierto modo, vincularme a ella, era prolongar la educación jesuítica que había obtenido en San Bartolomé. Presenté exámenes de admisión y obtuve el primer puesto. Ello, enseguida, hizo que mis compañeros y los profesores fijaran su atención en mi desempeño universitario.
Era una época de grandes cambios políticos, y de la sorda guerra fría entre Occidente y la Unión Soviética. Y de propuestas de “ideales” bien distintos para los nuevos universitarios. En 1958, mientras caía en Colombia la dictadura de Rojas Pinilla y Laureano Gómez y Alberto Lleras restablecían el gobierno civil, llegó al poder en Cuba Fidel Castro, tras derrocar al dictador Batista e iniciar un baño de sangre y su dictadura personal en la Isla. En 1960, sus ideas comunistas ya no eran secreto para nadie.
De otra parte, en febrero de 1961 llegó a la Presidencia de los Estados Unidos un demócrata de cuarenta años, John F. Kennedy, autor de Profiles in Courage, libro premiado que destacaba el ideal de la vida heroica en política, a saber, la importancia de ser fiel a la propia conciencia aún a riesgo de atraer las críticas de las mayorías.
Fue Kennedy quien creó la Alianza para el Progreso, quizá el más importante esfuerzo de la diplomacia de los Estados Unidos para acercarse a Latinoamérica como región y fomentar un cambio económico y social pacífico. Él llamaba a los jóvenes a vincularse a este esfuerzo, con los Peace Corps. Los presidentes colombianos Alberto Lleras (1958-1962) y Guillermo León Valencia (1962-1966) acogieron la iniciativa con entusiasmo.
Tantas cosas comenzaban que era un momento estelar para ser joven. Y ese fue el ambiente que viví en la Javeriana hasta terminar mis estudios en 1964. Fue una época en la que, además de libros de derecho y economía, leí sin pausa y sin método a Platón y Aristóteles, Agustín de Hipona, Dante, Balmes y Gracián, Shakespeare, Ortega y Gasset, Chesterton, Curzio Malaparte, Stefan Sweig, Oswald Spengler, García Lorca, Casona, Kipling, El Romancero Español, Cicerón, Tácito, Plutarco, Horacio, Plinio, Quevedo, Mauriac, Churchill, Papini, Guardini, Guareschi, Azorín, Cervantes, Bolívar, Madariaga, I. Liévano, Eugenio D´Ors, W. Fernández Florez, Momsen, Ferrero, Pascal, Maurois, TH. White, Kennedy, S. Villegas, G. Valencia, Barba Jacob, León de Greiff, Neruda, M.F. Suárez, O. Wilde, Baudelaire, E. Renán, M. Barres, B. Brecht, Santayana, E. Rostand, C. Vallejo, J.E. Rivera y muchos más.
De buena parte de estas lecturas dan testimonio las notas que escribí para varios periódicos sobre los autores o sus obras. El centro de la actividad en la Facultad de Derecho de la Javeriana, era el decano del Medio Académico, el jesuita Gabriel Giraldo S.J.
El padre Giraldo había nacido en Marinilla, Antioquia, en una época en la que, según él contó en un reportaje, no había sino un solo liberal en el Municipio. Tras su ordenación en la Compañía de Jesús, hizo estudios de Teología e Historia de la Iglesia en Holanda, Francia e Italia cuando Europa vivía la segunda guerra mundial y regresó a Colombia en 1941. Era hombre de pocas palabras. No contaba con el excelente sentido del humor del decano Académico Guillermo Ospina Fernández, pero mantenía siempre abiertas las puertas de su oficina en una permanente disposición de escuchar.
El padre Giraldo había asumido el decanato de disciplina en el año 1948. Llegaba a su oficina a las 7:00 a. m., hora en la que comenzaban las clases, y permanecía en ella hasta que terminaban las de la noche, hacia las 8:00 p. m. Cuidaba mucho la autoridad, la disciplina, la formalidad en el vestir y en la conducta de los alumnos. A los estudiantes, pero también a los profesores, les exigía puntualidad.
Alguna vez, cuando fui profesor de la Facultad, llegué tarde a dar una clase y le pedí excusas: “Pídeles excusas a tus alumnos” fue su respuesta. Esperaba que los estudiantes usáramos corbata y saco; los blue jeans y los tenis no eran de recibo. Uno de mis compañeros llegó alguna vez con un traje informal, si bien el padre no le impidió seguir a clases, le dijo: “¿Vienes de la finca, mono?” La pregunta era un regaño implícito. Supongo que, con el paso del tiempo, tuvo que aceptar los cambios en las costumbres.
Muchas veces el padre Giraldo asistía a los exámenes orales que debían rendir los alumnos. Por regla general presidía los grados que en esa época eran individuales. Se hacían en presencia del decano Académico Guillermo Ospina Fernández. Asistía luego, aunque solo por un rato, a los cocteles o comidas que los graduandos organizaban para celebrar con sus familias y profesores. Oficiaba con gusto en las misas de matrimonios de sus exalumnos o de los profesores y bautizaba a sus hijos.
Por su parte, el doctor Guillermo Ospina Fernández era decano Académico, profesor de la Universidad, excelente tratadista de Derecho.
Una de las actividades a las que el padre Gabriel Giraldo dedicaba más tiempo y atención consistía en preparar las dos ediciones anuales de la revista Universitas, fundada por él, y en la que publicaba documentos pontificios, notas cortas sobre hechos relevantes de la vida de los exalumnos y artículos de destacados juristas del país, de profesores de la Facultad y, excepcionalmente, de algunos estudiantes: yo entre ellos cuando estaba próximo a terminar mis estudios. Los artículos eran de alto contenido académico, no había artículos sobre política partidista.
El padre Giraldo estaba atento a “tertuliar” con los profesores antes y después de clases, costumbre que lo mantuvo al día en noticias e ideas y con la cual adquirió familiaridad con muchos personajes destacados de la política y la economía colombiana.
Organizó varios congresos de abogados javerianos en las capitales más importantes de las provincias. Servían para resaltar en cada lugar los éxitos de los exalumnos de la ciudad, para algunas mínimas actividades académicas, para reencuentro de los exalumnos y para estupendas fiestas de quienes aún éramos estudiantes.
Aunque algunos de nosotros, impertinentes, pudimos averiguar que el padre Giraldo votaba generalmente por el Partido Conservador y por candidatos del sector ospinista del Partido, a las preguntas sobre su voto siempre respondía: “Mono, el voto es secreto”.
Varios de los profesores de la Facultad eran liberales. Destaco entre ellos a Álvaro Copete Lizarralde, Bernardo Gaitán Mahecha, Lisandro Martínez Zúñiga, José María Esguerra, Juan Carlos Esguerra y Gustavo Zafra.
El padre nunca ocultó su simpatía por Luis Carlos Galán y por Daniel y Ernesto Samper Pizano, al menos, antes de que se comprobara la tolerancia del último con el dinero del narcotráfico.
Existía el mito de que el padre Giraldo buscaba puestos a los exalumnos y los conseguía gracias a sus influencias, algo que no era verdad. Es cierto que varios exalumnos, sabedores de la calidad de los estudios en la Javeriana y de la integridad del padre Giraldo, cuando necesitaban reclutar a alguien para las empresas o entidades en las que trabajaban lo llamaban a pedirle candidatos.
Gracias a una consulta que hizo al padre Giraldo el doctor Carlos Echeverry Ángel llegué a ser presidente de un gremio privado nuevo, la Asociación de Corredores de Seguros. Y puedo afirmar que nunca, mientras tuve cargos de responsabilidad en el sector privado o público, el padre Giraldo tomó la iniciativa de recomendarme el nombramiento de cualquier persona, javeriano o no.
El padre fue muy generoso conmigo; me dio muchas oportunidades. Debo a él, en buena parte, mi carrera en el sector público y privado. Guardo afecto y gratitud por su memoria. Hasta 1992 fue decano del medio académico. Murió en 1993.
La Javeriana contaba con una nómina de profesores difícilmente igualable por otras facultades de Derecho en Colombia. Cito, en primer término, al doctor Leopoldo Uprimny Rosenfeld, austríaco que había venido al país en 1938 huyendo del régimen nazi. Él nos reveló todo lo que podía ser un excelente profesor europeo. Recibió clases de Hans Kelsen, una de las grandes figuras en la formación del Derecho Constitucional occidental.
No era persona fácil: su talento, cultura y habilidad para el comentario mordaz lo llevaron a enemistarse con la curia eclesiástica y con personas tan dispares como Laureano Gómez y Alfonso López Michelsen cuyo libro La estirpe calvinista de nuestras instituciones criticó sin piedad y con razón. Fue padre de Rodrigo Uprimny Yepes, reconocido experto colombiano en temas constitucionales.
Otro de nuestros profesores destacados fue Jesús María Yepes, descendiente de don José Ignacio de Márquez, gran internacionalista sin par en Colombia, autor de doctrinas sobre derecho internacional que fueron muy respetadas por los expertos en los organismos multinacionales. Una hija suya estuvo casada con el doctor Leopoldo Uprimny.
Debo citar, además, entre mis mejores profesores a Hernando Gómez Otálora en Obligaciones. Rodrigo Noguera Laborde en Introducción al Derecho y Filosofía del Derecho. José María Esguerra en Derecho Procesal, padre de Juan Carlos, quien introdujo en la Constitución de 1991 la institución de la tutela. Luis Córdoba Mariño y Álvaro Gómez Hurtado, en historia de Ideas Políticas. Bernardo Gaitán Mahecha, penalista y autor de libros sobre la materia. Álvaro Copete Lizarralde, autor de un libro sobre Derecho Constitucional que por primera vez en el país trató ese asunto como ciencia jurídica y no como ideas políticas o historia.
El padre Giraldo, con el decano Académico Guillermo Ospina Fernández, expresaban a veces el propósito de que la Facultad desarrollara una escuela, es decir, una visión del Derecho que fuera distintiva en el mundo jurídico colombiano. De la misma manera que, por ejemplo, Chicago en esa época, formaba una escuela de economistas. Ese proyecto pudo, quizás, tener una oportunidad gracias a la continuidad de excelentes juristas en el decanato Académico de la Facultad.
Debo destacar, en primer término, a Guillermo Ospina Fernández, autor de los libros Régimen general de las Obligaciones y Teoría General del Contrato y del Negocio Jurídico. Ospina, aunque se había graduado en el Rosario, fue decano desde 1955 hasta 1979, por veintiocho años durante los cuales fue también litigante y presidente de la Corte Suprema de Justicia.
Nunca conocí, sin embargo, que hubiera una instrucción de los decanos acerca de qué enseñar o cómo. Si acaso pudiera identificarse un elemento común en la escuela javeriana de Derecho, sería la defensa del derecho natural sobre el derecho positivo y la tesis de que el derecho de propiedad es de derecho natural.
En todo caso, quizás para cumplir el propósito de formar escuela, el padre Giraldo y el decano Ospina adoptaron una política, preferente pero no excluyente, de llevar a la cátedra abogados graduados en la misma Facultad. Así fuimos llegando pronto a la cátedra, entre otros, Ramón Eduardo Madriñán, Luis Francisco Cuervo Riaño, Carlos Albán Holguín, Hernando Gómez Otálora, William Salazar Luján, Álvaro Rivera Concha, Roberto Suárez Franco, Gabriel Melo Guevara, Juan Carlos Esguerra Portocarrero y yo.
Mi caso fue excepcional. Ocurrió que Álvaro Copete Lizarralde enseñaba Teoría del Estado en primero de Derecho cuando yo, en quinto, estaba haciendo mi tesis sobre ese mismo tema, para graduarme como abogado. Por alguna razón, el doctor Copete no pudo terminar el año como profesor y tuvo que retirarse de la Universidad. Me nombraron profesor de la materia en su reemplazo. Carlos Delgado Pereira, recién graduado, enseñó Historia de las ideas políticas. El doctor Uprimny hizo un chiste despectivo: “En la Javeriana, los mayorcitos enseñan derecho a los menores”.
ECONOMISTA
Estudié Economía por mi interés en los asuntos del país y la política. En efecto, desde mis años de San Bartolomé y luego en la universidad, advertí las enormes limitaciones que tiene el Derecho por la subjetividad de sus conceptos básicos como son justicia, bien común y similares, como instrumento para comprender los problemas sociales. La economía permite identificar mejor esos problemas y sus orígenes y diseñar respuestas con criterios objetivos y resultados mensurables.
En la Javeriana, entre 1960 y 1964, uno podía estudiar las carreras de Economía y de Derecho en forma independiente. Aunque no había una Facultad de Economía distinta de la de Derecho, había materias comunes y los horarios se organizaban para que, quienes quisiéramos, pudiéramos tomar clases extras en la otra carrera y obtener un título en cada una.
Yo sacaba en las materias económicas mejores notas que los alumnos que solo cursaban economía. Por eso participé en los dos programas y obtuve los dos títulos. El pensum de Economía no distinguía con claridad entre Economía y Administración de empresas.
Mis estudios en Economía me llevaron también al estudio y la práctica de los asuntos tributarios y societarios. Unos y otros deben entenderse poniéndolos en un contexto económico. A estos me he dedicado en la vida.
A diferencia de lo que ocurría con los profesores de Derecho, la mayoría de los profesores de Economía no eran buenos. Pero algunos eran magníficos. Quizás el mejor era Hernán Mejía Jaramillo, de microeconomía, lo habría de encontrar muchos años más tarde en el Banco de la República. Álvaro Daza era excelente, quien luego fue decano en la Universidad del Rosario. Samuel Hoyos Arango se destacaba como profesor de Economía Internacional.
La orientación académica de nuestros profesores javerianos de Economía era fundamentalmente keynesiana. Nos recomendaron la Teoría General del Empleo, el interés y el dinero de Keynes y la Guía de Keynes de Alvin Hansen.
Ahora, con la ventaja que dan los años, advierto que algunos de los principales desarrollos de la teoría económica del Siglo XX tenían lugar mientras estuve en la Javeriana sin que llegaran allí noticias de los debates entre los grandes economistas del siglo. Friedman, aunque ya en plena producción intelectual, no figuró para nada en nuestros estudios de la época. Tampoco conocí el excelente y exitoso libro de texto de Paul A. Samuelson. Nos orientábamos, más bien, por el libro Análisis Económico del inglés Kenneth E. Boulding, en una edición española del año 1956.
Mi tesis de grado en Derecho, Introducción a la Teoría del Estado, fue laureada, distinción que no se había dado a una tesis en mucho tiempo. Por eso continué enseñando Teoría del Estado por varios años. Tuve alumnos que luego alcanzaron especial renombre en el foro y en la administración pública. Para citar algunos: Noemí Sanín, Sara Ordóñez, Stella Villegas, Ernesto Samper, Juan Camilo Restrepo, Luis Camilo Osorio, Jorge Enrique Ibáñez y varios otros que luego hicieron carreras sobresalientes en el sector público.
Cuando ingresé a la Facultad, el padre Giraldo recibió doce o trece mujeres de un total de cuarenta o cuarenta y cinco estudiantes. Recuerdo entre mis compañeras a Nubia Esther Arango, quien se distinguió en derecho de seguros y a Leila Quintana quien hizo carrera en la Procuraduría. El cambio ha continuado, para bien, y en el año 2020 la doctora Carolina Olarte Bácares fue decana Académica de nuestra Facultad. Una javeriana, Marta Lucía Ramírez, ha sido vicepresidenta de la República.
Por iniciativa de los estudiantes de Derecho, los estudiantes teníamos “comandos” de conservadores y de liberales. El más destacado estudiante en el comando de los liberales era Luis Carlos Galán. Si bien no estábamos en el mismo curso, yo iba un año adelante, éramos amigos. Él publicaba la revista Vértice en la cual me invitó a escribir siendo yo conservador.
En la Javeriana continué con el periódico Reflector en el que participaron los amigos del San Bartolomé: Abel Francisco Carbonell y Fernando Londoño. También hicieron parte de la nueva aventura Rodrigo Lloreda Caicedo, Carlos Delgado Pereira, Darío Arango, Carlos Mejía Gómez, Gerardo Bedoya, William Jaramillo Mejía y varios otros.
Con Reflector tuvimos una actividad política, además de la académica, pues pudo ser un periódico claramente político, conservador sin duda, aunque procuramos que no tomara partido entre los dos sectores en los que se dividía y dividió por muchos años el conservatismo.
Cuando Fidel Castro era un ídolo y una figura de leyenda y todavía estaba luchando contra Batista, Fernando Londoño publicó un artículo en Reflector que, con gran gusto, destaqué en el periódico. Lo llamó: Fidel Castro, el monstruo barbado que se pasea por Cuba.
Como era de esperar y para gran satisfacción nuestra, el periódico despertó mucha resistencia entre los estudiantes izquierdistas y comunistas. En la Universidad Nacional cada que salía una edición (Reflector aparecía cuando se podía: tratábamos de que fuera mensual), nos hacían el homenaje de echarlo a la hoguera. Reflector tuvo corta vida y, como ocurre con las publicaciones universitarias, no murió por falta de ideas, sino de publicidad.
También, cuando me tuve alguna confianza, comencé a escribir para El Siglo. En segundo o tercero de Derecho superando con dificultad mi timidez, llevé un artículo a Arturo Abella, director del periódico. Lo publicó y me siguió publicando. Esto ocurrió sin que yo tuviera todavía trato con Álvaro Gómez, quien había sido mi profesor. Años después, Álvaro me invitó a escribir también editoriales del periódico.
Cuando estaba en cuarto de Derecho, Rodrigo Lloreda Caicedo, hijo de don Álvaro Caicedo, director y propietario del periódico El País de Cali, de mucha circulación en el Occidente colombiano, nos invitó a varios estudiantes de Derecho a escribir en él. Hicimos parte de ese grupo de noveles periodistas Sergio Abadía Chamat, Gerardo Bedoya Borrero, Fernando Cancino Restrepo, Abel Francisco Carbonell, Luis Carlos Galán Sarmiento, Carlos Holguín Sardi, Carlos Mejía Gómez, el mismo Rodrigo Lloreda y yo.
Mi compañero javeriano Fernando Sanclemente Molina consiguió un espacio para un programa de opinión en televisión, los domingos a medio día, que llamó Análisis. Me invitó a hacer cortos comentarios o a entrevistar personajes de la vida pública nacional. Lo grabábamos durante la semana en Bogotá.
EL ASESINATO DE JOHN F. KENNEDY
Mi primer viaje al exterior fue a los Estados Unidos en noviembre de 1963, por invitación del Departamento de Estado. La Embajada en Bogotá organizó un grupo que denominó Los nueve mejores estudiantes colombianos de Derecho. El propósito era conocer facultades de Derecho en los Estados Unidos y sus instituciones políticas y judiciales.
Me hice buen amigo de Claudio Moreno Saldarriaga, rosarista, muerto prematuramente, y sobrino político de Álvaro Copete. En el grupo, la Embajada incluyó a Yesid Valdés, estudiante de Odontología de la Universidad Nacional, promotor de eventos culturales universitarios. Por eso decíamos que los estudiantes de Derecho en Colombia éramos tan malos que uno de los nueve mejores era dentista.
El viaje a los Estados Unidos tuvo un comienzo trágico. Primero llegamos a San Juan de Puerto Rico. Estábamos conociendo un proyecto de vivienda financiado por la Alianza para el Progreso. Estando allí, el 22 de noviembre de 1963 nos sorprendió la noticia de que acababan de asesinar al presidente Kennedy. Con mi experiencia colombiana pensé que habría una gran revuelta en los Estados Unidos y que nuestro viaje de treinta días terminaría allí. Nada de eso ocurrió porque el país siguió adelante, aunque triste.
Al llegar luego a universidades como Duke, encontramos un ambiente de genuina tristeza entre los estudiantes que nos acogían. Había en las universidades y en los hogares que visitamos en los Estados Unidos un dolor similar al que ocurre cuando se pierde a un miembro de la familia. Pero admiré la estabilidad de las instituciones de ese país.
GRADOS
Me gradué el 10 de diciembre de 1964 con una tesis en Derecho titulada Introducción a la Teoría del Estado y otra en Economía que llamé Condiciones políticas del desarrollo económico.
Rodrigo Noguera Laborde fue mi director de tesis en Derecho, quien no solo me prestó para ello buenísimos libros suyos como Jean Dabin, Maurice Hauriou, sino que me recomendó otros autores como Jellinek, Heller, Cassirer, Burdeau, Bertrand de Jouvenel y, por supuesto, Kelsen. También tuvo la paciencia de leer mis borradores.
Como mencioné, mi tesis fue laureada, distinción de la que no había memoria que se hubiese dado antes en la Facultad. Debo mucho al estímulo y consejos del profesor Rodrigo, fundador luego, con Álvaro Gómez Hurtado, de la Universidad Sergio Arboleda.
Mi tesis en Economía tuvo que ver con los aspectos institucionales del desarrollo económico, tema de investigación que no era muy bien visto en esa época entre los economistas, pero que hoy es parte muy respetable de esa disciplina. Los profesores Douglas North, Acemoglu y Robinson, entre otros, han recibido premios Nobel por sus trabajos en ella.
VIDA SOCIAL UNIVERSITARIA
Durante los cinco años de carrera ocupé una habitación alquilada en un apartamento de una amable familia bogotana que vivía muy cerca de la Javeriana. Durante las vacaciones viajaba para visitar a mi familia y hacer fiestas en Armenia, Pereira y Cali donde tenía buenos amigos.
Aunque en la Javeriana había estudiantes de todas partes del país, muy pronto aprendí qué significaba ser provinciano. Me encontré barreras que no había conocido en el internado de San Bartolomé ni, por supuesto, en Armenia o Pereira. Pero me las ingenié para superarlas.
Yo tomaba notas en las clases y luego las redactaba bien, las complementaba con una que otra lectura de buenos libros y las pasaba a máquina. Esto hizo que mis apuntes fueran populares entre mis compañeros de clase y me ayudaron a conseguir algunos amigos y amigas bogotanas. Amigos de Cali, Barranquilla, Bucaramanga, tenían sus propios grupos sociales en Bogotá a los que me integré con facilidad. Desde entonces nunca me he aburrido en la ciudad.
Algunos de mis amigos universitarios se destacaron luego en la vida pública y profesional. Además de los que he mencionado arriba están Fernando Sanclemente Molina, Jaime Arizabaleta Calderón, Teresita Ibars, Luis Guillermo Vélez, Jaime Alberto Posada Rodríguez, Beatriz Acevedo, Darío Arango Barrientos y Rodolfo Zambrano Moreno. Algunos se dedicaron a divertirse, más que a ser famosos o exitosos en la profesión o en los negocios, como Mario Husid Ferro. Otros buscaron construir el reino de Dios sobre la tierra, como Enrique Castillo Corrales quien ingresó al sacerdocio y Rafael Arango Rodríguez quien promovió los cultos pentecostales. No sé quiénes llevaron la mejor parte.
TRAYECTORIA PROFESIONAL
OFICINA DE ABOGADOS
Aníbal Fernández de Soto, abogado javeriano y bartolino, quien trabajaba como subgerente internacional en el Banco de América Latina que pertenecía a don Chaid Neme, le pidió a su cuñado Fernando Londoño Hoyos que le recomendara un abogado de su generación para vincularlo al Banco. Fernando me recomendó a mí, recién graduado como abogado. Aníbal me dio a escoger entre trabajar en el Banco o en su oficina particular. Preferí su oficina donde comencé en 1965.
Adquirí experiencia en el ejercicio profesional con Aníbal y con otro amigo suyo javeriano que llegó al poco tiempo. Me refiero a Augusto Ramírez Ocampo, inteligente, dinámico y simpático como pocos.
A la oficina llegaron negocios muy interesantes y valiosos, todos de derecho administrativo. Pero al llegar al poder Carlos Lleras en 1966, Aníbal se fue a la Superintendencia Bancaria hasta 1967. Entonces, con clientes conseguidos por Augusto y en compañía de Belisario Betancur y de Otto Morales Benítez, atendimos un pleito sobre impuestos a licores. Los clientes eran inteligentes e ingeniosos como lo eran Augusto, Belisario y Otto.
No recuerdo haberme reído tanto como en las reuniones que hacíamos para el estudio de la estrategia que deberíamos seguir en ese negocio, que por fortuna tras una conciliación salió bien para el cliente. Por vez primera, obtuve unos honorarios dignos de mención.
A la firma de Augusto entró como patinador Guillermo Gamba Posada, sobrino de Elsa Koppel Gamba, esposa de Augusto. Guillermo, unos años menor que yo, se había distinguido como estudiante de Derecho en la Universidad del Rosario.
Luego de trabajar unos años con nosotros, Guillermo viajó a obtener una maestría en Harvard. Se desempeñó como profesor y tuvo mucho éxito como profesional. En el campo del arbitramento internacional participó en algunos de los procesos más grandes y famosos tramitados ante la Cámara de Comercio Internacional de París. Él me presentó a su prima, mi esposa María Mercedes Lleras Posada y ha sido muy influyente en mi vida. Mantengo con él una gran amistad.
Después de tres años de ejercicio profesional, me fui desde 1967 y hasta 1968, a hacer mi maestría en Economía en la Universidad de Vanderbilt.
UNIVERSIDAD DE VANDERBILT
Aunque había obtenido mi título de economista en la Universidad Javeriana, mi vocación más antigua y la más perdurable era por el Derecho. Y quise obtener un posgrado en Francia, para lo cual, desde San Bartolomé y luego en la Javeriana, había estudiado francés con más intensidad y cuidado que inglés.
Uno de mis amigos jesuitas me consiguió media beca para estudiar en Francia, pero yo no tenía cómo pagar la diferencia. En varios de los organismos internacionales que financiaban estudios en el exterior a jóvenes de los países en desarrollo, prevalecía la idea de que el Derecho en Latinoamérica solo servía para consolidar las estructuras sociales y de propiedad, de modo que no era fácil conseguir becas con ese propósito.
Así las cosas, aconsejado por el doctor Joaquín Piñeros Corpas, por entonces director en Colombia de la Comisión para Intercambio Educativo, también conocida como Comisión Fulbright, solicité una beca para para hacer estudios de maestría en Economía en los Estados Unidos. Salvador Otero, vinculado a la misma entidad, me hizo una entrevista y obtuve la beca.
La Comisión me envió, entonces, a la Universidad de Vanderbilt, en Nashville, Tennesse, cuyo programa de maestrías en Economía se denomina Graduate Progran in Economic Development, financiado por el gobierno de Estados Unidos, las fundaciones Fullbright y Rockefeller.
El programa era dirigido entonces por el profesor Jame S. Worley. Antes de llegar yo, varios colombianos habían obtenido posgrados en ese programa, entre ellos Hernán Mejía Jaramillo, quien había sido mi profesor en la Javeriana y a quien luego nombré gerente de Asuntos Internacionales del Banco de la República. También habían participado los colombianos Francisco Ortega Acosta, mi amigo y sucesor en el Banco de la República; Isidro Parra Peña, Omar Botero Páramo y Max Rodríguez.
Muhammad Yunus, quien recibió el premio Nobel de la Paz en 2006 por su trabajo en facilitar crédito a la gente más pobre, hizo estudios en este mismo programa entre 1995 y 1966.
Antes de iniciar mis estudios para la maestría en Economía, la Comisión Fulbright hizo arreglos para que pudiera tomar un curso de verano en el Economics Institute de la Universidad de Colorado, en Boulder. El propósito del Institute era familiarizar a los estudiantes extranjeros de Economía con el sistema universitario de los Estados Unidos y reforzar nuestros conocimientos de inglés, matemáticas y economía.
Hice allí una buena amistad y jugué mucho tenis con Luis Eduardo Rosas Peña, con quien habría de coincidir años más tarde en el gobierno de Misael Pastrana, cuando él dirigió el Departamento Nacional de Planeación entre 1972 y 1974 y colaboró en la adopción del sistema de vivienda de Unidad de Poder Adquisitivo Constante (UPAC).
La Universidad de Vanderbilt, privada, fue fundada en 1873 con recursos de Cornelius Vanderbilt, hechos en el negocio de transporte marítimo y ferroviario. Desde entonces, goza de gran prestigio en el Sur de los Estados Unidos, y aparece en los primeros lugares de las universidades de ese país cuando se elaboran listas de universidades agrupadas con varios criterios académicos. Cuando llegué allí y confesé, cándidamente, que en Colombia no había oído hablar de ella, mi confesión suscitaba asombro. En la Universidad había estudiantes negros y entre los extranjeros muchos asiáticos y árabes.
Las relaciones entre todos los estudiantes eran, por lo general, cordiales y varios de ellos nos invitaban a sus casas en las festividades, cuando no había clases en la Universidad. Mientras estuve en Vanderbilt los estudiantes organizaron una conferencia con Martin Luther King, cuyo estilo oratorio me pareció similar al de los políticos colombianos, más que al de políticos como Robert Kennedy, Lyndon B. Johnson o Barry Goldwater. Y organizaron otra con Stokeley Carmichael, líder de movimiento de las “Panteras negras”, que mantuvo una posición ambigua en cuanto a la violencia como instrumento para alcanzar la igualdad racial. Al día siguiente, el periódico más leído de Nashville hizo un editorial cuyo mensaje era: ¿Cómo nuestra Universidad pudo hacernos esto?
Nicholas Georgescu-Roegen era el más conocido de los profesores de Economía en Vanderbilt. Emigrado de Rumania por el comunismo, y destacado por sus conocimientos matemáticos y estadísticos, tuvo una excelente relación profesional con Shumpeter; orientó sus trabajos hacia los temas de la sostenibilidad ecológica del crecimiento económico, pero su actitud pesimista lo distanció de los economistas más conocidos de su tiempo. Samuelson, sin embargo, lo llamaba: “El economista de los economistas”. Personas que trabajaron como sus asistentes de investigación en Vanderbilt consideraban que tenía una personalidad poco agradable.
Mi tesis para la maestría en Vanderbilt buscaba estudiar la relación entre el uso de tecnología y el desarrollo económico. Para ello estudié el impacto del uso de fertilizantes en el desarrollo de algunos Estados del llamado “Bible Belt” en los Estados Unidos. No pude demostrar que ese uso hubiese sido un factor sobresaliente en tal desarrollo. Pero aprendí con mi tesis que la calidad de un proyecto de investigación no depende de comprobar las hipótesis que uno haya propuesto, sino de la originalidad y la lógica de tales hipótesis. Y si el resultado de la investigación consiste en que no se puede demostrar una buena hipótesis, ello es también un aporte al conocimiento científico.
Me interesé en la literatura económica relacionada con la agricultura porque, antes de llegar a Vanderbilt, una de las controversias que Colombia había vivido con más intensidad fue la relativa a la reforma agraria propuesta por Carlos Lleras Restrepo y adelantada por Enrique Peñalosa. Álvaro Gómez se había opuesto a ella.
En Vanderbilt hice muy buena amistad con colombianos que estudiaban en Nashville, en particular con Armando Botero Páramo, su esposa, e Iván Ignacio su hermano y sus cuñados.
REGRESO AL PAÍS
Regresé a Colombia en 1968, a la oficina de abogados de Augusto Ramírez Ocampo y de Aníbal Fernández de Soto. Compartíamos instalaciones y tertulias con Hernán Jaramillo Ocampo, exministro de Hacienda, abogado, dirigente cafetero y político caldense destacado por sus conocimientos económicos. Con ellos y con Gustavo Tobón Londoño, Mauricio Londoño Botero e Ismael Quintero estuvimos ejerciendo la profesión.
A la oficina llegaban muy buenos negocios gracias a los cuales empecé a hacer los primeros ahorros de mi vida y a tener una experiencia profesional interesante y nutrida.
ASOCIACIÓN COLOMBIANA DE CORREDORES DE SEGUROS
En 1968 el doctor Carlos Echeverry Ángel, quien había sido presidente de la Compañía Colombiana de Seguros, llamó al padre Giraldo en busca de un buen profesional que no supiera de seguros. Quería, junto con Ernesto Delima, Bernardo Arango, Álvaro Quiñones Daza, Bernardo Saiz de Castro y otros corredores, crear una Asociación de Corredores y nombrar un presidente que no hubiera hecho parte del sector para que no tuviera conflictos de interés. El padre Giraldo me recomendó a mí y tras unas entrevistas fui designado primer presidente Ejecutivo de la Asociación Colombiana de Corredores de Seguros.
Los corredores me enseñaron muchas cosas, además, me daban un sueldo, una oficina y me permitían ejercer en ella la profesión. Asumí el reto y uní el espacio físico de la oficina de la Asociación con el de la oficina de abogados que venía compartiendo con Aníbal y con Augusto.
En 1971 conseguí que el ministro de Justicia, Miguel Escobar Méndez, un hombre inteligente, práctico y honesto, incluyera un capítulo sobre corredores de seguros en el nuevo Código de Comercio que el gobierno estaba próximo a expedir con facultades extraordinarias. Bajo la dirección de la Junta Directiva de la Asociación redacté un proyecto que presenté al ministro y que desde entonces hace parte del Código y que ha tenido pocas reformas. Fue mi primera experiencia como redactor de normas jurídicas.
He dado asesoría a varios gremios en los que he encontrado personas de muy alto nivel profesional, pero nunca he vuelto a ser funcionario de ellos.
CENTRO DE ESTUDIOS COLOMBIANOS
Parece que fue en 1959, al comienzo del Frente Nacional, cuando Hernán Jaramillo Ocampo y otras personalidades del Partido Conservador crearon el Centro de Estudios Colombianos. Esta es una asociación sin ánimo de lucro para dar oportunidad a las nuevas generaciones de conservadores de expresar sus opiniones y propuestas para el futuro de Colombia.
Participe en diversas épocas, pero no tengo clara la cronología. Creo que me vinculé como miembro del Centro en el año 1968. El Banco de Bogotá, en su sede de la carrera 10 con calle 14, el edificio más alto de Colombia hasta el año 1963, tenía una gran cafetería con auto servicio atendida por Pedro Vélez y su hijo Roberto, en la que era posible reservar un sitio aislado para unas cincuenta personas y organizar allí una conferencia.
El edificio estaba relativamente cerca del centro histórico de la ciudad y de las sedes de los principales periódicos, oficinas de empresas y profesionales. Se podía caminar, por ejemplo, desde el edificio donde el Banco de Colombia tenía su sede y yo mi oficina, hasta el edificio del Banco de Bogotá.
El Centro de Estudios Colombianos invitaba cada semana a personas destacadas de ambos partidos o dirigentes empresariales para que dieran conferencias sobre temas de actualidad. Esto se hacía a la hora del almuerzo.
En 1965 fui su presidente. Resulté elegido entre los miembros de Junta principales y, dada mi juventud en esa época, el hecho dio lugar a una columna muy elogiosa de Hernando Giraldo, periodista de El Espectador quien en esa época era un gran formador de opinión en el país.
En 1968 Álvaro H. Caicedo González fue presidente de la Junta y yo su secretario. En tal condición trabajé bajo la dirección de don Álvaro en buscar acercamientos entre las facciones conservadoras.
Don Álvaro era un hombre inteligente, patriota, muy activo y conocedor de los sectores productivos del país. Tenía experiencia política en el Valle del Cauca. Con el ingeniero Luis Enrique Palacios Iragorri, hijo de un primo hermano de mi padre, fundó en 1961 en Cali el periódico Occidente en cuyas páginas también publiqué varias notas.
Creo recordar que en esa época don Álvaro era accionista de El Siglo y sospecho, aunque nunca me lo dijo, que tenía más altas aspiraciones en la política nacional y que creía que El Siglo podía servirle de presentación ante el país. Pero, quizás, no tenía suficiente reconocimiento nacional como para sustentar una candidatura en competencia con Álvaro Gómez quien durante varios años fue el candidato obvio de una parte del conservatismo para ocupar la jefatura del Estado.
En 1980 Álvaro Gómez había sido también presidente del Centro y de nuevo yo había sido secretario, lo que me permitió trabajar directamente con él y conocerlo mejor. Me dio útiles lecciones de administración. Creo que fue él quien creó la Revista del Centro de Estudios Colombianos en la que se publicaban algunas de las conferencias semanales del Centro. Infortunadamente no existe, que yo sepa, una colección completa de la revista.
En 1980 fui presidente del Centro, cuando al mismo tiempo era representante a la Cámara por el conservatismo alvarista del Quindío. En la Junta estaban Hernán Jaramillo Ocampo, Rodrigo Llorente Martínez, Gabriel Melo Guevara, Augusto Ramírez Ocampo, Olga Duque de Ospina, Mario Calderón Rivera y Luis Córdoba Mariño. Entre los suplentes, Germán Cavelier, Guillermo Núñez Vergara, Clara Teresa de Arbeláez, Rubén Darío Lizarralde y Carlos Quiñones.
Así abrí capítulos regionales en varias ciudades del país y destiné parte de mis auxilios como congresista al Centro y con eso lo doté de una excelente sede propia y de una casa que pudiera producirle una renta para su mantenimiento.
Al terminar mi trabajo como ministro de Hacienda de Belisario Betancur seguí siendo miembro del Centro pero no volví a participar en modo alguno en su dirección o en sus actividades.
CAMPAÑA DE CARLOS LLERAS A LA PRESIDENCIA
A mediados de 1965 varios analistas políticos consideraban que estaba hundida la candidatura de Carlos Lleras para la tercera presidencia del Frente Nacional, 1966 – 1970, que correspondía al Partido Liberal. Entonces se organizó un movimiento bipartidista para tratar de sacarla adelante.
En octubre de 1965 yo era presidente del Centro de Estudios Colombianos y tenía veinticuatro años. Nunca había simpatizado con la política del doctor Lleras. En el sector laureanista del conservatismo, en el cual me ubicaba, buscábamos promover otros candidatos liberales.
Algunos teníamos más simpatía por Alfonso López Michelsen, a quien yo había llevado como conferencista al Centro de Estudios Colombianos en uno de los almuerzos semanales. Y en el programa de televisión Análisis, que dirigía Fernando Sanclemente Molina y en el que yo colaboraba, habíamos presentado a López varias veces.
Los amigos de Lleras en la Junta del Centro de Estudios decidieron que el Centro, en cuya Junta estaban representados todos los matices del conservatismo, se le diera un banquete a Alberto Lleras para que relanzara la candidatura de Carlos Lleras con participación conservadora. Así, por ser su presidente, me correspondió invitar a Alberto Lleras a un banquete en el hotel Tequendama donde se materializaría ese proyecto político.
Con Augusto Ramírez Ocampo y Aníbal Fernández fuimos hasta la casa de Alberto Lleras y lo llevamos al hotel, donde abrí el evento. Belisario habló invitando a los conservadores a apoyar la candidatura Lleras.
COMITÉ DE REFORMA CONSTITUCIONAL
Poco después, en los primeros días de diciembre de 1965, leí en el periódico El Tiempo que yo había sido nombrado, sin consultarme, en un comité formado por el doctor Carlos Lleras Restrepo para preparar la Reforma Constitucional que se aprobaría en caso de ser él elegido.
Mi única relación, indirecta, con el doctor Lleras consistía en haber cumplido mi función como presidente del Centro de Estudios Colombianos, de ofrecer en octubre, según decisión de la junta, el banquete en el que Alberto Lleras salió de su retiro político para lanzar el movimiento bipartidista que impulsara la candidatura de Lleras. Pero entiendo que Carlos Restrepo Piedrahíta, con quien yo no tenía trato alguno, pero que conocía mi libro sobre Introducción a la teoría del Estado, sugirió mi nombre al doctor Lleras para hacer parte del comité sobre Reforma Constitucional.
Pensé enviarle a Lleras una dura carta de protesta diciendo que no había sido consultado y que no era llerista. Pero al hablar con el padre Giraldo le pregunté qué hacer. Me dijo: “No, mono. Esas cosas no se hacen. Cuando alguien le hace a uno una atención, uno no responde tirándole piedras. Si no quieres aceptar, no aceptes, pero envía una carta respetuosa agradeciendo y excusándote”. Efectivamente, eso hice.
La prensa liberal y conservadora, amiga del candidato Lleras, desató sobre mí rayos y centellas; la conservadora me colmó de elogios. Varias décadas más tarde, en septiembre de 1993, en una reunión familiar, el ya expresidente Lleras me dijo que había encontrado mi carta al escribir sus memorias y que no haber aceptado su invitación había sido un error mío. Nada respondí.
Quizás si hubiera aceptado habría tenido algún puesto en el gobierno nacional y habría iniciado una carrera burocrática. No habría hecho el mejor y más provechoso esfuerzo que hice dos años después yéndome a obtener mi maestría en Economía en Vanderbilt. Creo que me fue mejor no aceptando la oferta.
DEPARTAMENTO DEL QUINDÍO
En el año 1965 se discutía en el Congreso la creación del Departamento del Quindío. La iniciativa abría oportunidades para los jóvenes del Quindío.
Cuando visité a Alberto Lleras para conducirlo al banquete en el Hotel Tequendama al que me referí arriba y que habría de revivir la candidatura de Carlos Lleras, me atreví a tratar de interesarlo en la suerte del proyecto. Pero Lleras fue muy escéptico.
Tengo particular afecto por la memoria de una persona que, a pesar de su juventud, hizo mucho por conseguir que el proyecto del nuevo Departamento fuera recibido con simpatía en la opinión y en el Congreso: Clarena Gómez Gómez.
Con ese propósito se la invitó a participar como candidata de Armenia al Reinado Nacional de la Belleza de 1965, en Cartagena. Allí ganó el título de princesa y se convirtió en diligente y eficaz embajadora de la iniciativa. Su belleza, su sencillez y su discreción contribuyeron a que el Congreso aprobara en febrero de 1966 la ley que creó el Departamento. Estuve en Armenia con el presidente Guillermo León Valencia, a quien no conocía, en la sanción de la Ley. Clarena murió a finales del 2023.
VICEMINISTERIO DE HACIENDA
El presidente Misael Pastrana, elegido con una mayoría precaria, se afanó en conseguir la unión del Partido Conservador alrededor suyo. Inicialmente, vinculó a su gobierno a personas que habían acompañado a Sourdis y a otras de su propio sector ospinista. Al avanzar su gobierno designó algunos ministros amigos de Álvaro Gómez y de Betancur.
En junio de 1971, Pastrana nombró en el Ministerio de Hacienda a Rodrigo Llorente Martínez y en el Ministerio de Agricultura a Hernán Jaramillo Ocampo.
Rodrigo, caleño, hijo de un personaje que había sido tesorero general de la Nación por muchos años, era abogado javeriano con estudios de especialización en universidades de Washington y París. A los veintiocho años había sido ministro de Alberto Lleras en el primer gobierno del Frente Nacional; había trabajado en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) con Felipe Herrera, abogado y economista chileno, promotor de la idea de la integración económica Latinoamericana y primer presidente de ese Banco.
Estando en el BID, Rodrigo abrió el espacio en el mercado financiero europeo a los bonos de esa entidad. Se había desempeñado también como gerente del Banco Cafetero que fue cuando lo conocí a través de Gerardo Bedoya Borrero, uno de mis mejores amigos de la Javeriana quien era muy próximo a su familia. Rodrigo fue miembro del Centro de Estudios Colombianos y había sido uno de sus conferencistas.
A mis veintinueve años, Rodrigo Llorente me ofreció el viceministerio de Hacienda y Hernán Jaramillo Ocampo el de Agricultura. Preferí el Viceministerio de Hacienda porque consideré que me daría una visión global de la economía colombiana. Hernán Jaramillo nombró viceministro a Hernán Vallejo Mejía. Tanto Vallejo como yo éramos amigos de Álvaro Gómez Hurtado y de Belisario Betancur y nuestros nombramientos fueron un avance hacia la unión conservadora que buscaba Pastrana.
Los cargos de viceministro fueron creados en la Reforma Constitucional de 1968. Cuando ocupé el cargo no había más de tres o cuatro viceministerios en el gobierno. Una de las funciones básicas de los viceministros consistía en remplazar a los ministros ante el Congreso cuando aquellos no pudieran asistir. Pero, muy a mi pesar, encontré que los congresistas consideraban ofensivo que el ministro se abstuviera de presentarse al Congreso y enviara en su remplazo al viceministro.
Rodrigo Llorente tenía que viajar al exterior con alguna frecuencia para atender asuntos relativos al crédito externo del país y yo debía asistir al Congreso como encargado. No faltaban congresistas que dijeran: “¿Este chino qué viene a hacer acá? Mejor esperamos a que vuelva el ministro”. Esos baldados de agua fría me fueron provechosos.
Fue un grato aprendizaje trabajar con un colombiano tan experto como Llorente, quien además resultó generoso maestro y guía. Como viceministro cometí varias equivocaciones que quizás habrían justificado que una persona menos generosa me hubiera despedido. Rodrigo, por el contrario, me ayudó a enmendarlas y a aprender de ellas. Y fue así como pude acompañarlo todo el tiempo en el que él estuvo en el Ministerio.
Cuando se preparaba a retirarse consiguió que el presidente Pastrana y Luis Fernando Echavarría, el nuevo ministro de Hacienda, presentaran mi candidatura a remplazar a Aníbal Fernández de Soto como director Ejecutivo del BID.
Al llegar al viceministerio le dije a Rodrigo que quería colaborar especialmente desarrollando temas de la Reforma Constitucional de 1968 relacionados con el derecho y la economía y que no hubieran sido atendidos ya por el Congreso.
En esa Reforma Constitucional el presidente Carlos Lleras, quizás por el influjo de los juristas Jaime Vidal y Jaime Castro, había introducido una institución francesa, la de las llamadas “leyes cuadro” o “leyes marco” que podrían usarse en diferentes asuntos, todos relativos a la política económica.
Hasta 1971 el Congreso no había dictado ninguna. El anterior ministro de Hacienda, Alfonso Patiño Rosselli, había presentado un proyecto relativo a los aranceles, tarifas y disposiciones de aduanas. Le hice modificaciones y logré que el Congreso lo aprobara. Fue la Ley 6 de 1971 que firmé como ministro de Hacienda encargado y que estuvo vigente hasta el año 2013.
Hubo otra tarea quizás más importante de la que me encargué. El Gobierno contaba con facultades extraordinarias para actualizar y reformar las normas orgánicas del presupuesto. Al Ministerio de Hacienda había llegado el experto panameño Jaime Porras, funcionario de un organismo internacional, para darnos asesoría. Me dediqué a trabajar con él y luego de unas instancias de consultas previstas en la ley de facultades preparamos el Decreto 294 de 1973 del Estatuto Orgánico del Presupuesto.
El Decreto implicó un avance sustancial en cuanto a la forma de hacer y manejar el presupuesto general de la Nación. También estuvo vigente, con reformas, hasta que se expidió la Ley 38 de 1989. Desde 1973 he sido muy aficionado a los temas del derecho presupuestal.
En la preparación del Decreto 294 conseguimos documentos de destacados economistas y administradores internacionales, así como de expertos colombianos, por lo que publiqué un libro con todos los antecedentes del Decreto, para consulta de los estudiosos.
De otra parte, el ministro Llorente quiso crear una sobretasa al impuesto predial, la tasa educativa, para financiar la educación escolar, en la forma en la que en los Estados Unidos se financiaran los colegios de los municipios. Llorente me confió la tarea de sacar el proyecto adelante en el Congreso, empeño en el que lo único que conseguí fueron editoriales tachándome de arrogante. El proyecto se hundió y no fue posible revivirlo en otra legislatura.
Sin duda, la propuesta económica de más envergadura en el gobierno de Misael Pastrana, y en la que colaboró muchísimo el ministro Llorente, fue la creación del sistema de valor constante, para financiar vivienda.
Por iniciativa del presidente Pastrana, del asesor del gobierno Lauchlin Currie, de Rodrigo Llorente, del ministro de Desarrollo Hernando Agudelo Villa y del director Nacional de Planeación, Roberto Arenas Bonilla, se creó el sistema de Unidad de Poder Adquisitivo Constante – UPAC con el Decreto 677 de mayo de 1972. El sistema permitió durante muchos años dar un gran impulso a la economía y al empleo con la construcción de vivienda y un incremento notable del ahorro financiero.
Colaboré en aspectos jurídicos para la redacción de los decretos. Contra lo que algunos sugerían, para evitar problemas de constitucionalidad con la Corte Suprema de Justicia, el UPAC no se creó con facultades de emergencia económica, sino con una institución de la reforma constitucional de 1968 inexplorada hasta entonces: la facultad “propia” del Presidente para intervenir en el ahorro privado.
Cuando estaban casi listos los decretos que crearon el sistema, Rodrigo Llorente me envió al Banco de la República para explicarlos. Por supuesto, en el Banco ya los venían estudiando, pero no conocían la información precisa, pues el asunto se había manejado con relativa confidencialidad en el gobierno. Eran asesores de la Junta Monetaria Francisco Ortega y Leonel Torres, y Miguel Urrutia subgerente técnico del Banco.
Llegué al Banco, expliqué y fui contradicho con contundencia, pues no había simpatía ni ambiente allí para crear el sistema. El Banco temía que el UPAC iba a generar inestabilidad en el sistema financiero.
El Banco de la República estaba concebido para ser prestamista de última instancia de bancos de primer piso, bancos comerciales, y no era claro cómo se daría liquidez a las Corporaciones de Ahorro y Vivienda que serían las operadoras del sistema. La crítica fue muy fuerte y muy pronto se unió a ella el expresidente Carlos Lleras Restrepo.
Tres días después de emitido el Decreto 677 de 2 de mayo de 1972, Hernando Agudelo Villa fue nombrado ministro de Desarrollo en remplazo de Jorge Valencia Jaramillo quien había firmado el Decreto. Creo recordar que Agudelo ya venía trabajando con Llorente, con Roberto Arenas y con Luis Eduardo Rosas, en preparar los decretos.
Agudelo designó como viceministro a Alejandro Figueroa, y tanto ellos dos como Rosas fueron muy activos en la redacción de las otras normas con las que se completó el sistema institucional del UPAC.
En 1972 había lo que se llama en la literatura una represión financiera. Existían tasas fijas para remunerar el ahorro. La gente ahorraba en la Caja Agraria que pagaba algo así como el 4% anual sobre depósitos, pero la inflación era mucho mayor. De modo que el sistema UPAC se diseñó para proteger a los ahorradores de los efectos de la inflación. Se esperaba, también, que el ingreso de los deudores en UPAC creciera a tasas superiores a las de la inflación.
El UPAC fue un gran instrumento para crear ahorro monetario y para llevar recursos hacia la construcción de vivienda, actividad con muchos enlaces económicos y beneficios sociales. Por estas razones defendí el sistema hasta que, muchos años después se hizo inviable, al cesar, en buena hora, la represión financiera en las demás instituciones financieras.
En efecto, cuando se permitió a los bancos captar ahorro a tasas de mercado, ya no a una tasa fija, comenzó a darse una pugna por el ahorro entre los bancos y el sistema UPAC. Esto creó muchos problemas a quienes se habían endeudado para adquirir vivienda porque se encareció la deuda. Y cuando sobrevino una recesión económica, con desempleo, sobrevino también una crisis financiera de enormes proporciones.
MATRIMONIO
En octubre de 1971 conocí a María Mercedes Lleras Posada, mi esposa, siendo yo viceministro de Hacienda. Cuando estaba próximo a salir del cargo, en agosto de 1972, me casé con ella.
María Mercedes se había educado en Bogotá, Madrid, Miami y Nueva Orleans, y había regresado a Bogotá para iniciar estudios universitarios que terminó luego de nuestro matrimonio como estudiante en la Facultad de Economía de la Universidad Javeriana.
María Mercedes proviene de dos familias bogotanas destacadas en el mundo del servicio público, vinculadas a vertientes políticas muy distintas y sin mayor patrimonio económico. Federico Lleras Restrepo, “el catire”, su padre, había muerto siendo cónsul de Colombia en Madrid antes de nuestro matrimonio. Dejó fama de ser hombre simpático e ingenioso, muy querido por sus amigos, como deduzco por las anécdotas que oí y por las gentilezas que muchos de ellos tuvieron con nosotros.
Su hermano Carlos Lleras, nos hizo el honor de llevar a María Mercedes al altar. En ese momento Lleras ya era expresidente y ya había sido derrotado por Julio César Turbay en su empeño de volver a la Presidencia de la República. En adelante fue muy deferente con nosotros sin que nunca tuviéramos que pedirle favor alguno. Y mantenemos buena amistad con su hijo Carlos Lleras de la Fuente.
María, Maruja Posada Sanz de Santamaría, madre de María Mercedes, era hija de Guillermo Posada Delgado, abogado, muerto prematuramente, y de cuyo matrimonio con Elvira Sanz de Santamaría quedaron dos mellizas, María y Elvira. Fue muy amigo de Laureano Gómez. Elvira Sanz de Santamaría contrajo segundas nupcias con Vicente Casas Castañeda, amigo igualmente de Laureano. Pero cuando me casé con María Mercedes, Gómez había muerto en 1965 y Casas en 1967.
Frente Nacional y el paso del tiempo habían limado la mayoría de las asperezas políticas entre los partidos tradicionales, y hemos podido tener relaciones cordiales con los miembros de ambas familias.
BANCO INTERAMERICANO DE DESARROLLO
Siendo viceministro, Arturo Gómez Jaramillo, gerente de la Federación Nacional de Cafeteros, me ofreció enviarme a Londres a una posición permanente con la Federación. Supongo que el hecho de ser quindiano me favorecía para ese destino. Pero no acepté. No quería comprometer mi vida, o una parte sustancial de ella, con un gremio. Quería más autonomía. Creo que fue Roberto Junguito quien obtuvo entonces el cargo.
Pero luego Rodrigo Llorente presentó renuncia al Ministerio de Hacienda y, antes de dejar el Ministerio, en abril de 1973, me ofreció candidatizarme ante la Asamblea de Gobernadores del Banco Interamericano de Desarrollo para ocupar el cargo de director por Colombia. Lo hizo en acuerdo con el presidente Misael Pastrana y con Luis Fernando Echavarría quien sería el nuevo ministro.
En el caso colombiano, los gobernadores del Banco son el ministro de Hacienda y el gerente del Banco de la República. La posición en el Directorio quedaba vacante porque Aníbal Fernández de Soto, quien venía ocupándola, acababa de ser nombrado alcalde de Bogotá.
La Asamblea de Gobernadores, reunida en Kingston en marzo de 1973, acogió mi candidatura respaldada por los gobiernos de Colombia y Perú. Mi candidatura debía ser ratificada por Perú, pues la silla en el Directorio del Banco era compartida por los dos países. Fue así como viajé a Washington con María Mercedes.
En el Banco, en Washington, había una élite de latinoamericanos. Estando allí hicimos amistad con economistas que han servido ejemplarmente a Colombia desde diversas posiciones: Eduardo Wiesner Durán, Jorge Ruiz Lara, Guillermo Villaveces Medina, Santiago Madriñán de la Torre, con el poeta Fernando Arbeláez, con Hernán Torres Suárez y varios otros. En Washington nació Miguel, nuestro primogénito.
Yo era el director más joven en el Banco. Todos mis colegas tenían amplia trayectoria en sus países en temas financieros y económicos.
La función principal de los directores consistía en analizar las políticas de crédito del Banco y en particular las operaciones de crédito para los países latinoamericanos. Se esperaba que los directores de los países prestatarios impulsáramos las solicitudes de los países a los que representábamos en el Directorio.
Conté con la colaboración muy eficaz de Gustavo Tobón Londoño, uno de mis antiguos alumnos de la Javeriana quien luego fue director del Incomex en el gobierno Betancur. Durante el primer año de mi gestión en el BID se logró la firma de varios créditos para Colombia, en particular dos para las Empresas Públicas de Medellín, otro para la Empresa de Energía Eléctrica de Bogotá, otro para el Gobierno Nacional con destino a Cofiagro, y dos para la CHEC.
En agosto de 1974 se produjo el cambio de gobierno en Colombia. Llegó a la Presidencia Alfonso López Michelsen, quien tuvo como primer ministro de Hacienda a Rodrigo Botero Montoya. Las relaciones entre el director por Colombia y el gobierno colombiano tenían lugar principalmente a través del Ministerio de Hacienda y el Banco de la República.
Desde una perspectiva jurídica, los directores del Banco son servidores públicos internacionales, tienen un período estatutario fijo y, por lo tanto, son independientes en sus decisiones de los gobiernos que los eligen. En la práctica, un director mantiene consulta permanente con su gobierno. Y yo la mantuve con el Ministerio y con el presidente López.
Mi predecesor en el Directorio, Aníbal Fernández de Soto, había adelantado en el BID una solicitud de crédito para un gran proyecto del presidente Pastrana y de su primer alcalde en Bogotá Carlos Albán Holguín. Me refiero al Proyecto Integrado para el Desarrollo Urbano de la Zona Oriental de Bogota – PIDUZOB.
El proyecto habría facilitado el transporte rápido y un desarrollo urbanístico organizado entre el sur y el norte de Bogotá. Coincidía, más o menos, con lo que es hoy la Avenida Circunvalar, pero era mucho más ambicioso e incluía varios carriles y obras sociales y de urbanismo. Antonio Ortiz Mena, presidente del BID, lo había acogido con entusiasmo. Pero Alfonso López Michelsen y en general el Partido Liberal se habían opuesto invocando, entre otras, razones ambientales.
Al llegar López Michelsen al poder dio la instrucción clara de suspender el trámite del proyecto, y tanto el Ministerio de Hacienda como el nuevo alcalde de Bogotá, Alfonso Palacio Rudas, confirmaron la orden. Sin embargo, en octubre de 1975 el BID acordó hacer un préstamo para el proyecto, reformado y disminuido. En el gobierno López el ministro Rodrigo Botero consideró que el desarrollo logrado ya por Colombia permitía prescindir de los créditos concesionales de la banca internacional.
Aproveché mi estadía en Washington D.C. para tomar un curso en derecho constitucional de los Estados Unidos en la Universidad de Georgetown. Y para elaborar los primeros borradores de un libro sobre la economía en el derecho constitucional colombiano.
Cuando me preparaba para regresar a Colombia, Aníbal Fernández de Soto me escribió invitándome a vincularme de nuevo a la oficina de abogados a la que él había retornado, lo cual hice con mucha satisfacción.
Continué en el Directorio del BID hasta terminar el período de dos años para el cual había sido elegido y regresé a Colombia en 1975, con mi esposa, un hijo y un borrador de un libro, a trabajar como abogado, pero también a hacer política.
REPRESENTANTE A LA CÁMARA
En 1966, antes de irme a Vanderbilt, había tratado, por vez primera, de llegar al Congreso, a la Cámara de Representantes, en representación del Quindío. Aprendí que sin el respaldo de los dirigentes tradicionales de un partido resulta casi imposible iniciar una carrera política nacional. Yo hacía política con Álvaro Gómez Hurtado, con Silvio Ceballos y Rodrigo Gómez en el Quindío.
Nunca me atreví a pedir a Álvaro Gómez, con quien tenía trato frecuente y cordial, que apoyara mi candidatura. Le había oído decir que sus amigos deberían ganarse las oportunidades trabajando. No sé si lo dijo a todos, en todos los departamentos, pero a mí me pareció, y me parece, una estrategia política razonable.
Para definir quién iría en las listas como candidato a la Cámara, el Directorio Departamental decidió que deberíamos visitar los jefes del Partido en los municipios para que ellos escogieran luego entre los diversos candidatos. Mi contrincante el representante a la Cámara de nuestro mismo sector político.
Recuerdo las exposiciones que mi rival y yo hicimos en Filandia, uno de los pocos municipios del Quindío en donde el conservatismo era mayoritario. Resalté las publicaciones que hacía en El Siglo y El País. Recordé cómo había demostrado mi lealtad al no aceptar la invitación de Carlos Lleras a formar parte de su comité de reforma constitucional. El otro candidato dijo algo como: “Acuérdense quién consigue que les devuelvan los revólveres a los conservadores cuando se los quitan y quién los acompaña a recibirlos”.
No me sirvió mi activa presencia en la prensa conservadora ni la Presidencia del Centro de Estudios Colombianos ni la publicidad que recibí al rechazar la invitación del doctor Carlos Lleras cuando éste era candidato y me invitó a hacer parte del comité que prepararía su reforma Constitucional. El candidato que conseguía la devolución de los revólveres fue quien tuvo más apoyo de los dirigentes conservadores, llegó a las listas y fue reelegido. Alguien ha dicho que la política siempre es parroquial y en esta ocasión sin duda lo fue.
Uno de los jefes departamentales de nuestro grupo conservador, quien tenía una peluquería para hombres en Armenia, me consoló de mi derrota diciéndome: “No se preocupe doctor que a usted lo tenemos para más altos destinos”.
Algo bueno me quedó. Hice amistad con los líderes de Quimbaya, municipio pujante donde los dirigentes del Partido eran al mismo tiempo líderes de proyectos cívicos. Lo logré porque los dirigentes departamentales, quienes habían anunciado su presencia en un acto proselitista en ese Municipio, se excusaron de asistir a última hora y me confiaron su representación.
El discurso que di y la relación que establecí por muchos años con las gentes de Quimbaya lograron que mientras estuve en la política siempre pudiera contar allí con amigos y con una votación importante que me permitió hablar con autoridad en el Partido Conservador del Quindío.
Después, en 1970 cuando correspondió al Partido Conservador el último turno presidencial dentro del Frente Nacional, el conservatismo presentó tres candidatos: Misael Pastrana, respaldado por el oficialismo liberal y una fracción del ospinismo conservador, Evaristo Sourdis, candidato bipartidista de la Costa Atlántica y Belisario Betancur, independiente con respaldo de muchos laureanistas, liberales e independientes. Álvaro Gómez no fue claro en expresar sus preferencias.
En el Quindío yo adherí a la candidatura de Belisario, encabecé una lista para la cámara de representantes y fui derrotado. El general Rojas Pinilla, quien había recuperado sus derechos políticos, fue también candidato a la Presidencia y obtuvo un resultado apenas inferior en sesenta mil votos al de Misael Pastrana.
Al terminar el día de elecciones el 19 de abril, los que teníamos interés directo en los resultados fuimos a revisar los escrutinios. Muy pronto comenzamos a ver que las mayorías podrían estar a favor de la candidatura de Rojas y que mi candidatura a la Cámara estaba hundida.
Fue muy impresionante observar que la votación por Belisario no aparecía, pues esperábamos que fuera muy alta teniendo en cuenta lo nutridas que habían sido sus manifestaciones y el fervor que animaba a sus adherentes, y que en cambio los votos eran para Rojas Pinilla. Concluí que los descontentos habían considerado, al final, que la candidatura Rojas era más viable y que habían cambiado su voto a última hora,¡ de Betancur a Rojas.
Las elecciones presidenciales fueron muy reñidas. Aunque finalmente se declaró que el ganador había sido Pastrana, quedó un ambiente de incertidumbre, de duda. Se dieron manifestaciones en Bogotá y otras ciudades por Rojas Pinilla. Un grupo de personas desengañadas crearon el M – 19 como guerrilla revolucionaria urbana.
En cuanto a mí respecta, me puse con la mayor diligencia a verificar los resultados de la votación a la Cámara con la secreta esperanza de que algún error en los datos iniciales pudiera rescatar mi curul.
Por supuesto, los partidarios del general Rojas, cuyo movimiento se conocía como Alianza Nacional Popular – ANAPO, se dedicaron como yo a vigilar con lupa los resultados de los escrutinios.
Los resultados nacionales favorecieron a Pastrana por unos sesenta mil votos. En cuanto a los resultados del Quindío, hice seguimiento de todo lo que ocurrió con los votos desde el primer escrutinio en Armenia y el Departamento hasta el último en Bogotá. Ni los rojistas ni yo encontramos que los resultados oficiales del Quindío, favorables a Pastrana por unos dos mil quinientos votos, fueran resultado de un fraude. Este ha sido mi testimonio por lo que vi y viví, el triunfo de Pastrana fue real.
Yo era político en el Quindío y abogado en Bogotá. Decía que, para poder ejercer mi profesión, necesitaba tener una cordillera entre el electorado y yo. Fue un error, un político tiene que estar próximo a sus electores y un abogado a sus clientes.
Álvaro Gómez había lanzado en 1977 y defendido la candidatura de Belisario Betancur. En las elecciones de 1978, Belisario obtuvo 2’366.620 votos contra 2´503.681 de Julio César Turbay.
Ese año, en mi tercer intento de llegar al Congreso fui elegido a la Cámara de Representantes por el sector alvarista del Partido Conservador. Es decir, promoviendo la candidatura de Belisario por la circunscripción electoral del Quindío.
Yo continuaba escribiendo en El Siglo con cierta frecuencia. Seguí atendiendo algunos negocios profesionales porque en esa época la Constitución y la Ley lo permitían siempre que los negocios no tuvieran relación con el poder público. La Constitución de 1991 modificó las normas respectivas.
Quise hacer parte de la Comisión Tercera, la de asuntos económicos, teniendo en cuenta mis estudios y experiencia. Pero Álvaro Gómez me aconsejó ir a la Comisión Cuarta, de presupuesto “para impedir que se robaran la plata”. Como yo había preparado el Estatuto Orgánico del Presupuesto, Decreto 294 de 1973, conocía bien el asunto presupuestal. Hice buena relación de trabajo con el doctor Hernando Turbay, presidente de la Comisión, hábil en el manejo de los colegas del Congreso. Fue asesinado años después por la guerrilla en su Departamento de Caquetá.
Como miembro de la Comisión Cuarta, impulsé un proyecto de ley para reglamentar los auxilios parlamentarios, es decir, las apropiaciones presupuestales que, después de las reformas de Carlos Lleras en 1968, cada congresista a discreción podía asignar a “empresas útiles o benéficas”. Propuse que los congresistas tuvieran que justificar con un proyecto explícito la destinación de los auxilios. Las propuestas se incorporaron a la Ley 30 de 1978.
Por mi experiencia profesional había identificado las dificultades de las personas para conseguir respuestas a las peticiones que se presentaban a las autoridades. El derecho de petición era inexistente en la práctica en la mayoría de los casos.
Observé que en materia tributaria la jurisprudencia abría paso a una regla según la cual, en casos excepcionales, cuando la autoridad no responde a las peticiones de las personas puede suponerse que la respuesta es afirmativa. Presenté por eso un proyecto de ley para adoptar esta regla.
Los principales opositores fueron mis colegas conservadores alvaristas. Aunque mi proyecto no fue aprobado el debate que suscité sirvió para que el principio del “silencio administrativo positivo” se incorporara en la Ley 58 de 1982. Aproveché luego esa Ley al redactar los borradores del Decreto 1 de 1994, Código Contencioso Administrativo. Las normas de este Decreto sobre silencio administrativo perduran hoy en la Ley 1437 de 2011, Código de Procedimiento Administrativo y de lo Contencioso Administrativo – CPACA.
Presenté también un proyecto que buscaba convertir el servicio militar obligatorio en voluntario. Lo repartieron para ponencia a uno de mis colegas alvaristas que hacía un curso para civiles en el ejército y se encargó de enterrarlo.
Uno de mis mejores amigos javerianos, el abogado, poeta y periodista Gerardo Bedoya Borrero, fue elegido también representante a la Cámara por el Partido Conservador del sector alvarista del Valle del Cauca. Estimulados por Álvaro Gómez, nos dedicamos a preparar un proyecto de Reforma Constitucional del Congreso. Gerardo asumió esa tarea con patriotismo, energía y audacia intelectual. Aportó iniciativas para combatir el ausentismo de los congresistas.
Para permitir al Congreso ordenar la comparecencia de particulares cuyas informaciones pudieran resultar útiles a sus labores. Establecer, por vez primera en nuestro Derecho Constitucional, un régimen preciso de conflictos de interés a los congresistas. Crear causales de pérdida de la investidura y terminar la abusada institución que se llamaba inmunidad parlamentaria. Racionalizar la remuneración de los congresistas.
Colaboré en todo ello y además trabajé en preparar una parte del proyecto relacionada con la planeación para lo cual recibí estímulo y apoyo intelectual de un destacado congresista liberal, Augusto Espinosa Valderrama, hermano de Abdón Espinosa, exministro de Hacienda de Carlos Lleras.
Álvaro dirigió y acogió nuestro trabajo y presentó el proyecto de reforma del Congreso. Buena parte de sus iniciativas, junto con otras relativas a la Justicia y a la Planeación, hicieron parte de la Reforma Constitucional de 1979. La Reforma quedó tan buena que, como Álvaro nos había vaticinado, fue declarada inconstitucional por un vicio de trámite, Por fortuna, la Constitución de 1991 recogió una parte del trabajo que Álvaro, Gerardo, otros y yo habíamos aportado a la Reforma de 1979.
Durante mi período en la Cámara de Representantes, y sobre todo después de 1980, ocurrieron varias cosas que hicieron difícil mi conducta en la política. Algunos amigos de Álvaro Gómez dieron en decir que Belisario, el candidato por el que habíamos votado todos a instancias de Álvaro, no era conservador.
A diferencia de lo que ocurrió en 1977, el principal propulsor de la candidatura de Belisario era ahora el expresidente Pastrana. Pero muchos de los amigos de Álvaro Gómez decidieron que, para el año 1982, debíamos tener un candidato presidencial que fuera realmente conservador, Álvaro.
Tuve que elegir, con dolor, entre Álvaro y Belisario. Siempre recordaré con afecto, admiración y gratitud a Álvaro Gómez. Pero tuve claro que ante mi electorado del Quindío, al que le había venido diciendo con plena convicción que Belisario era un excelente candidato conservador a la Presidencia, no podía sostener ahora que nos habíamos equivocado y que Belisario no merecía nuestra confianza. Así que opté por continuar al lado de Belisario.
Fui elegido miembro de un Directorio Nacional Conservador del sector alvarista en el que, por supuesto, estaba Álvaro, pero también varios belisaristas. Allí manifesté, en presencia de Álvaro, que en las elecciones de 1982 nuestro movimiento debería apoyar la candidatura de Belisario. Y en la medida en la que fue aproximándose la campaña electoral estuve al lado de la nueva candidatura de Betancur.
Esta decisión no dañó mi amistad con Álvaro Gómez, quien siempre fue muy generoso conmigo. Nos vimos con frecuencia, hablamos de muchos temas, de economía, de teoría política. Muchos años después, en mayo de 1988, el día en que lo secuestró el M – 19, yo estaba invitado a comer con él en casa de su hija María Mercedes.
Sin embargo, durante el gobierno Turbay me enteré, a través de personas muy próximas al presidente y amigas mías, de que el presidente quería nombrarme ministro, pero que Álvaro me había vetado. Y con toda razón, yo estaba comprometido con la candidatura de Belisario.
Cuando en 1982 vinieron las nuevas elecciones para Congreso antes de las presidenciales, me presenté como candidato al Senado por el Departamento del Quindío para competir por la curul que ocupaba Silvio Ceballos Restrepo.
Álvaro hizo ante algunos de sus amigos un elogio mío, pero dio la instrucción clara de que, en cuanto a las elecciones del Quindío, había que derrotarme. Así seguimos hasta la Convención Conservadora en donde se enfrentaron Álvaro y Belisario, y ganó Belisario.
Álvaro adoptó una posición inteligente y gallarda en la derrota y comprometió sus esfuerzos y los de sus amigos en la campaña presidencial para elegir a Betancur.
BELISARIO BETANCUR
Varias veces oí de Belisario anécdotas de su historia. No teniendo otros medios para educarse, se hizo seminarista. Adquirió en el Seminario y luego en la Pontificia Universidad Bolivariana de Medellín conocimientos de humanidades que lo destacaron en su generación.
Con gran gusto relataba su amistad con comunistas de verdad, con otras gentes de izquierda, con ateos y sobre todo con literatos y artistas. Sus intereses intelectuales, su capacidad de empatía eran sin límites, como destaca un libro escrito por Diego Pizano y Carlos Caballero Argaez.
En Bogotá, llamado por Hernando Téllez, comenzó a trabajar en la revista Semana, al tiempo que hacía política. Como ya se destacaba, Laureano Gómez, siendo presidente, lo invitó a vincularse a El Siglo. Gracias a ello una parte de la élite conservadora antioqueña lo adoptó y lo incorporó a sus filas.
Era subdirector del El Siglo el 13 de junio de 1953, fecha del golpe de Estado de Rojas, y asumió con coraje la dirección del periódico cuando el director Joaquín Estrada Monsalve preparó un editorial para apoyar a Rojas. Como era miembro de la Asamblea Nacional Constituyente, lideró allí el “escuadrón suicida”, núcleo de la oposición a Rojas. Y fue a la cárcel. Vivió en ese momento el ideal de la vida heroica.
Algunos lo señalaron, sí, de comunista, no solo por razón de algunos de sus amigos conocidos, Ignacio Torres Giraldo y María Cano, sino porque su libro Colombia cara a cara, de 1961, éxito en ventas y en crítica, hizo énfasis en las cifras que describían, más allá de cualquier retórica, los problemas de la pobreza en Colombia. Y porque, siendo él ministro de Trabajo en el gobierno de Guillermo León Valencia, hubo un movimiento de trabajadores que paralizó a la empresa Tubos Moore. Belisario entonces, en 1963 decidió que si los patronos querían cerrar la empresa él se la entregaría a los trabajadores para que la manejaran.
No valieron su temprana vinculación con Laureano Gómez en El Siglo, su valerosa conducta contra Rojas Pinilla ni haber sido escogido por Laureano junto con Alfredo Araujo Grau como eventual candidato conservador opositor de Guillermo León Valencia al comienzo del Frente Nacional. Sus otros antecedentes y amistades, y su conducta en el Ministerio del Trabajo, crearon contra él recelos permanentes en algunos sectores de la opinión nacional.
Cuando no estaba en cargos políticos ejercía como abogado, y tenía amigos y clientes muy ricos en la colonia judía y en la colonia española. Hasta donde conocí, adquirió una fortuna que le permitía vivir bien, sin demasiada holgura, adquiriendo libros y obras de arte.
En el conservatismo nunca escuché que se descalificara a Belisario por su origen humilde. En otros sectores algunos hacían chistes contra él, pero no directamente, sino burlándose del mal gusto de uno de sus hermanos. Era más inteligente y culto que la mayoría de sus malquerientes, de modo que hacerle chistes era una actividad peligrosa.
Lo acusaron también de usar sus relaciones políticas para hacer negocios; mientras fue embajador en España no faltaron quienes dijeran que no ejercía su cargo como embajador sino como encargado de negocios.
Al llegar a la `residencia, una de sus primeras medidas consistió en asegurar que sus hijas y yernos se fueran del país para evitarles tentaciones y rumores, medida que ocasionó fuertes críticas al interior de su familia, pero que otros presidentes que lo sucedieron habrían hecho bien en seguir.
Nunca supe de actos o negocios suyos contrarios a la ética, ni de ninguna decisión suya de la que pudiera obtener un beneficio económico; me consta que durante la crisis financiera permitió que las autoridades obraran con total imparcialidad al tomar las medidas necesarias contra los sospechosos de haber violado las normas pertinentes.
Su hermano, el destacado jurista y consejero de Estado Jaime Betancur Cuartas fue secuestrado en diciembre de 1983 por el ELN y Belisario nos dijo en una reunión del Conpes: “Si los secuestradores esperan negociar conmigo su libertad, mi hermano está muerto”. Se dice que en su liberación intervino Fidel Castro.
Cuando siendo yo ministro de Hacienda tuve que designar un superintendente de Cambios y decidí nombrar a Emilio Wills, Betancur me instruyó expresamente para informarle que debía proceder con toda libertad en una investigación abierta de tiempo atrás contra él, contra Betancur, por la supuesta infracción de normas cambiarias en su campaña electoral.
BANCO DE LA REPÚBLICA
Cuando Belisario Betancur ganó la Presidencia en 1982, el presidente Turbay le recomendó especialmente que conservara al señor Rafael Gama Quijano en la Gerencia del Banco de la República. Gama era un hábil funcionario de carrera y como director que también era del Fondo de Promoción de Exportaciones había sido gran ejecutor de obras de infraestructura de diversa naturaleza en Bogotá, Tolima, Cartagena, y Paipa.
Betancur hizo saber a la Junta del Banco de la República que quería que se me nombrara gerente. En esa época la Constitución facultaba en forma expresa al Presidente de la República para intervenir en el Banco. La Junta me designó como gerente y estuve en el Banco tres años.
El expresidente López criticó mi nombramiento por mis vinculaciones con la política manifestando, sin embargo, que me consideraba idóneo para el cargo. Otras personas habrían querido que el gerente fuera un funcionario de carrera. En todo caso, fui el primer gerente del Banco que tuvo estudios y título profesional de economista y posgrado en Economía en una universidad del exterior. En mi condición de viceministro de Hacienda había participado en la Junta de la Caja Agraria y en la del Banco Popular y como suplente del ministro de Hacienda, Rodrigo Llorente, había actuado en la Junta Monetaria y en la del Banco de la República.
Quienes me antecedieron en la gerencia del Banco cuando tuvieron títulos profesionales universitarios, fueron por lo general abogados autodidactas en asuntos financieros o económicos. Y la mayoría cumplió con acierto su tarea.
Entre otras cosas, la profesión de Economía en Colombia como ciencia distinta de otras ciencias sociales era relativamente reciente y solo se reglamentó con la Ley 41 de 1969. Considero que el Gerente del Banco de la República, aunque hoy es primero entre sus pares de la Junta Directiva, debe tener por lo menos la profesión de economista. Si no tiene otra que le dé perspectivas distintas sobre el país, las probabilidades de que su liderazgo resulte equivocado serán muy altas.
Desde el gobierno de Guillermo León Valencia, cuando el Congreso dispuso que se creara la Junta Monetaria, esa entidad compuesta solo por funcionarios públicos regulaba todo lo relativo a la Política Monetaria.
La Junta del Banco, donde había banqueros y representantes de los sectores público y privado y donde actuaba también el gerente del Banco, atendía los asuntos internos del Banco. Además, cumplía la importante función de servir de foro para informar lo que se estaba haciendo desde la Junta Monetaria y la razón de ser de las medidas. A su vez, allí se recibían los comentarios de los banqueros y de los demás miembros de la Junta que el gerente retransmitía a la Junta Monetaria.
LA DOBLE CRISIS DEL PERÍODO 1982-1986
Cuando tomé posesión del cargo de gerente del Banco se vislumbró un panorama muy complejo desde el punto de vista internacional, pero también doméstico. Se comenzaba a desarrollar lo que se llamó la crisis de la deuda externa Latinoamericana de los años 1980.
Varios países de la región, como México, Brasil y otros acordaron suspender los pagos de su deuda externa. Los bancos extranjeros redujeron o suspendieron las líneas de crédito que usaban los bancos colombianos para sus operaciones en moneda extranjera y los préstamos al gobierno. Las deudas insolutas de los países latinoamericanos ponían en peligro al mismo tiempo la estabilidad de los bancos extranjeros en sus países de origen.
De otra parte, al final de su gobierno, Turbay había tenido que intervenir el Banco Nacional. Sus administradores habían engañado al Banco de la República y habían recibido apoyos de liquidez para atender retiros del público cuando en realidad eran personas vinculadas a los propietarios del Banco las que habían hecho los retiros. Había habido colas de depositantes tratando de recuperar su dinero.
Recibí informes en el sentido de que la grave iliquidez del Banco Nacional no era un fenómeno único ni las irregularidades en su manejo tampoco. Un porcentaje alto de los préstamos de los bancos comerciales no estaba siendo pagado a tiempo por los deudores.
Lo que es peor, los accionistas principales de algunas entidades eran deudores incumplidos de ellas en grandes sumas, directamente o a través de entidades controladas, como ocurrió en el caso específico del Banco de Colombia. Algunos de los pasivos de los bancos con entidades del exterior no habían sido reportados a las autoridades colombianas.
Este doble reto, el del panorama internacional que afectaba a la banca local y el de la crisis de liquidez que en realidad era de solvencia de los bancos colombianos, exigió respuestas urgentes de quienes acabábamos de llegar a la administración. Los dos más grandes bancos colombianos tenían problemas: el Banco de Colombia y el de Bogotá. Y varios otros medianos o pequeños.
Al frente de la Superintendencia Bancaria estaba el abogado Germán Botero de los Ríos. Después de una carrera de veinte años en el Banco de la República, había sido designado gerente en 1970, cargo que desempeñó hasta 1978 cuando el presidente Turbay lo remplazó por don Rafael Gama Quijano.
En 1982 Betancur nombró a Botero superintendente Bancario y su experiencia, opiniones y consejos fueron de invaluable utilidad en el manejo de la crisis. Acudí a él con confianza. En 1984 lo sucedió su delegado en la Superintendencia, Germán Tabares Cardona. En los meses finales de la crisis, por iniciativa y con las ideas de Tabares, reorganizamos la Superintendencia Bancaria.
Aunque corresponde al Banco de la República solucionar las dificultades de liquidez de las instituciones financieras, las medidas administrativas de toma de posesión o liquidación correspondían a la Superintendencia Bancaria.
Con Germán Botero y luego con Germán Tabares Cardona, la Superintendencia pudo desentrañar las maniobras que dieron origen a los problemas de los bancos e imponer las sanciones administrativas posibles a los responsables, llevarlos ante la justicia y defender los derechos de los depositantes y acreedores.
Cuando hay una crisis financiera extendida se corre el riesgo de que la gente no pueda seguir haciendo sus negocios habituales. Si muchas instituciones financieras grandes no tienen cómo devolver sus recursos a los depositantes o acreedores estos no pueden pagar sus propias deudas o adquirir los bienes y servicios que necesitan para seguir produciendo, para pagar la nómina, para comprar sus materias primas. Para sobrevivir se ven abocados a dejar de producir, a dejar de contratar y a vegetar. Una crisis financiera puede paralizar todo el sistema de pagos, fundamental para las economías contemporáneas.
Desde el principio me hice el propósito de utilizar la facultad de emisión del Banco para impedir que los ahorradores y acreedores perdieran su dinero y que se perjudicara la confianza en el sistema de pagos. Hoy diría, con palabras de un banquero central europeo, que mi decisión era to do what it takes para preservar el sistema de pagos amenazado por la crisis.
No quería más cierres de bancos con colas de depositantes desesperados por conseguir que se les devolviera el dinero que tenían en ellos, como había ocurrido con el Banco Nacional. Y como había límites legales al monto de apoyos que podía dar al Banco y enormes dificultades prácticas para que el presupuesto nacional complementara la tarea del Banco de la República, expliqué la situación al presidente Betancur y recomendé decretar una emergencia económica.
El presidente me apoyó, decretó la emergencia y con esas facultades expidió el Decreto 2920 de 1982 que le permitió al Banco emitir para prestar a la Nación a muy largo plazo y en condiciones muy blandas los recursos necesarios para que la Nación capitalizara o apoyara las entidades en problemas de insolvencia y para mantener a flote el sistema.
La figura jurídica que desarrollamos para cumplir esta estrategia fue la de una nacionalización de los bancos en problemas. Los capitalizamos con recursos de emisión prestados al gobierno. Y para que la capitalización no representara una ganancia para los administradores y accionistas que habían llevado los bancos a la crisis, aplicamos la Operación acordeón, medida sugerida por Aristóbulo de Juan, funcionario del Banco de España cuya colaboración habíamos logrado gracias al Banco Mundial.
La Operación acordeón implicaba una modificación sustancial al Código de Comercio y subsiste en el artículo 318 del Estatuto Orgánico del Sistema Financiero. Consiste en cambiarle el valor nominal a la acción de una institución que ha perdido su solvencia, para darle su valor real representado por la relación entre sus activos y sus pasivos.
A ese precio reducido y realista el gobierno adquiría acciones en la institución capitalizándola y adquiriendo mayorías cómodas para dirigir su administración y mantenerla en posibilidad de operar sin perjuicio alguno para sus depositantes o acreedores.
Si bien nacionalizamos varios bancos, nunca lo hicimos para que el gobierno se quedara con ellos. Se trataba de conseguir que el sistema de pagos siguiera operando tan normalmente como fuera posible.
Emitimos mucho dinero y es probable que ello colaborara en la caída de las reservas internacionales. Pese a todo, en agosto de 1982 la inflación medida por el IPC era del 23%. En agosto de 1986 la habíamos reducido al 16.2%.
Juan Camilo Restrepo, en esta época presidente de la Comisión Nacional de Valores, fue una persona clave en todo este proceso y en las decisiones que tomamos. Algunos de los más grandes problemas que se detectaron en el sistema financiero se conocieron gracias al trabajo de la Comisión. Juan Camilo ayudó a identificar los problemas y a diseñar las soluciones.
Tan pronto se pudo, la Nación y el Fondo de Garantías de Instituciones Financieras – Fogafin, fueron vendiendo los bancos ya saneados. Alcancé a participar en algunas de esas operaciones. Por regla general, la Nación recuperó los recursos que invirtió para proteger a los acreedores de las instituciones financieras y mantener el sistema de pagos.
APORTE A LA INSTITUCIONALIDAD FINANCIERA – DECRETO 2920 DE 1982
Como relaté atrás, el presidente Betancur con facultades de emergencia económica expidió el Decreto 2920 que fue el gran instrumento jurídico del que dispusimos durante la mayor parte de la crisis financiera para hacerle frente.
El Decreto creó un código de conducta para los administradores de las instituciones financieras que aún sobrevive parcialmente en el artículo 72 del Estatuto Orgánico del Sistema Financiero. Y para mantener el sistema de pagos y proteger a los ahorradores el Decreto permitía nacionalizar aquellas instituciones que estaban en condiciones de iliquidez extrema mediante créditos del Banco de la República al gobierno.
La nacionalización impedía que los administradores y accionistas de la entidad en crisis siguieran a cargo de ella y recibiendo dividendos, y los remplazaba por personas de diversos sectores económicos designadas por el presidente y por los ministros encargados de tales sectores.
FRENTE INTERNACIONAL
Para hacer frente en Colombia a los efectos de la crisis de la deuda Latinoamericana, el jefe natural del equipo económico era el ministro de Hacienda. Al comienzo del gobierno fue Edgard Gutiérrez Castro, economista antioqueño con experiencia en el Departamento Nacional de Planeación y el Banco Mundial en Washington. En julio de 1984, ante la lentitud de la recuperación económica y cuando algunos sectores políticos afirmaban sin razón que Gutiérrez ocultaba la gravedad de la crisis, fue remplazado por Roberto Junguito.
La estrategia del ministro Gutiérrez y del equipo económico, seguida luego por Junguito, fue señalar que el caso colombiano era diferente del de los países en problemas porque la parte más importante de nuestra deuda externa era con institucionales internacionales, a largo plazo y con tasas de interés reducidas. Precisamente por ese motivo no quisimos participar en las estrategias comunes de los países latinoamericanos que habían cesado en sus pagos.
El 31 de diciembre de 1982 las reservas internacionales netas del Banco eran de US$4.890 y el 31 de diciembre de 1984 se habían reducido a US$ 1.795 millones.
En el interior del gobierno siempre defendí la conveniencia de seguir atendiendo la deuda, aunque ello y la caída de las reservas me obligaron a vender el oro que tenía el Banco. Además, el gobierno tuvo que adoptar medidas administrativas para una fuerte reducción de las importaciones y los gastos en el exterior no relacionados con la deuda.
Ya en la senda de la recuperación, en el año 1985, hice en el Banco con la anuencia del presidente y el ministro de Hacienda una devaluación del 51%, gota a gota. Pero logramos que el 31 de diciembre de 1986 las reservas se hubieran recuperado hasta un nivel de US$ 3.477 millones.
En el frente interno el gobierno tuvo que hacer una Reforma Tributaria y aplicar medidas severas para controlar el gasto público.
Para lograr que los bancos comerciales reanudaran sus créditos a la banca local y al país, fue necesario tomar las medidas que describí arriba y lograr el respaldo del Banco Mundial, la Reserva Federal de los Estados Unidos y, por supuesto, el Fondo Monetario Internacional.
Aunque el presidente Betancur se negó a hacer un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que implicara desembolsos inmediatos de esa entidad al país, el Fondo con la colaboración de su director Ejecutivo, Jacques de la Rosiére, aceptó comprometerse a hacer desembolsos solo si cumpliéndose el programa de ajuste acordado con Colombia ellos fueran necesarios para mantener al corriente los pagos al exterior.
Con tales acuerdos y el cumplimiento de las metas acordadas con el Fondo los bancos comerciales reanudaron sus relaciones con Colombia e hicieron un préstamo Jumbo a entidades oficiales para proyectos generadores de divisas. Así superó Colombia esta época tormentosa.
Durante los años siguientes, gracias al comportamiento de Colombia durante la crisis de la deuda, el país consiguió financiación internacional a tasas sustancialmente más bajas que las de los otros países latinoamericanos.
Para hacer justicia, quisiera cerrar esta parte del capítulo haciendo memoria de Roberto Junguito Bonnet. Él fue un excelente director y coordinador del equipo económico, y dirigió las negociaciones con la banca internacional, el Fondo Monetario, la Reserva Federal y el Banco Mundial con gran talento, conocimiento y capacidad persuasiva y de ejecución.
El presidente Belisario Betancur confió en nosotros. Nos respaldó cuando fue preciso tomar las medidas más duras que exigió el ajuste económico: las medidas tributarias, la congelación de los salarios públicos, los reajustes en los precios de los combustibles y la devaluación del 51% en el valor del peso.
Belisario nos pedía muchas explicaciones. Quería entender muy bien qué íbamos a hacer, por qué y cómo. A veces nos pedía que las medidas se tomaran en los puentes cuando nadie interrumpiría el descanso para armar una protesta.
Betancur, apoyado en su equipo económico, no vaciló en tomar las medidas impopulares necesarias para entregar al presidente Barco, su sucesor, una economía en franca recuperación.
PRIMER CÓDIGO CONTENCIOSO ADMINISTRATIVO
A finales del gobierno Turbay y por iniciativa de Jaime Castro, el Congreso otorgó facultades extraordinarias al gobierno en la Ley 58 de 1982 para reformar varias normas dispersas relacionadas con procedimientos administrativos. El gobierno Turbay no alcanzó a ejercer esas facultades.
Por mi experiencia profesional de abogado recordé al presidente Betancur y a la Junta del Banco que la mayoría de las actuaciones del Estado en el campo económico y en especial las normas de intervención son asuntos de Derecho Administrativo. Que el Banco como productor de actos administrativos y de intervención tenía un claro interés en que las facultades de la Ley 58 se usaran para unificar criterios y procedimientos en esa materia y en los procesos judiciales administrativos.
Recibí las autorizaciones del caso e integré un equipo de abogados, internos y externos para usar las facultades y establecer contacto con una comisión asesora dispuesta en la Ley. En el equipo del Banco trabajaron especialmente Roberto Salazar Manrique y Jorge Enrique Ibáñez. Como asesores externos conté con la colaboración de los profesores universitarios Guillermo Gamba Posada, Juan Carlos Esguerra Portocarrero y Enrique José Arboleda Perdomo.
Me propuse estructurar un verdadero Código Administrativo e hice énfasis en organizar buena parte de las normas relativas a las actuaciones administrativas alrededor del derecho de petición. En la clase de Derecho Constitucional que tomé en la Universidad de Georgetown cuando fui director del BID, había advertido la enorme importancia del derecho de petición en la formación del derecho público anglosajón. Pero, como relaté atrás, aunque el derecho de petición ya aparecía en nuestra Constitución y en las leyes, la costumbre había convertido las normas pertinentes en ley muerta.
Esto fue así, hasta el punto de que uno de los consejeros de Estado, miembro de la comisión asesora, criticó el propósito de darle especial relevancia en el nuevo Código con el argumento de que el derecho de petición era un asunto que debía limitarse a actuaciones de inspección de policía. Su intervención consta en actas.
De todos los trabajos que presentamos a la Comisión asesora y de las opiniones de sus miembros, quedaron actas que hice imprimir por el Banco en cinco tomos. Así nació el primer Código Contencioso Administrativo del país.
Las leyes anteriores sobre la materia eran estatutos diversos que no comprendían muchos de los asuntos prácticos que enfrentan las autoridades al expedir actos administrativos y los particulares para proteger sus derechos frente a ellas.
El Código fue sustituido luego por la Ley 1437 de 2011 que conserva la orientación y muchas de las reglas del primero.
ACTIVIDAD CULTURAL EN EL BANCO
Por otra parte, cuando llegué a la gerencia el Banco de la República tenía una tradición distinguida en el apoyo a la cultura gracias a la cual se habían organizado el Museo del Oro, la Biblioteca Luis Ángel Arango, el Museo de la Casa de la Moneda y las colecciones de pintura con obras donadas por pintores a quienes el Banco había dado la oportunidad de hacer exhibiciones en sus edificios.
Respaldé todas esas actividades y con el apoyo de la Junta Directiva tomé la iniciativa de llevarlas o proyectarlas en la provincia y de invertir para que en las ciudades intermedias se abrieran o conservaran museos y bibliotecas y se ofreciera una actividad cultural enriquecida.
Se construyó así el Museo Quimbaya en Armenia. Y con Guillermo Galán Correa restauramos varias edificaciones coloniales en Cundinamarca, Boyacá y Cartagena. Previo avalúo de entidades internacionales especializadas en ventas de arte, compré a la Compañía de Jesús la custodia La lechuga para que pudiera conservarse y exhibirse en el Museo de Arte Religioso del Banco. La Compañía la mantenía oculta en una bóveda sepulcral porque su enorme valor ya no permitía usarla para el culto religioso.
Envié a funcionarios para que visitaran bibliotecas en el exterior con el propósito de reformar y ampliar la Luis Ángel Arango. Así se hicieron los diseños y aprobaron las inversiones que sirvieron para construir la biblioteca que conocemos actualmente con sus salones de conferencias y parqueaderos.
Desde el principio de su gobierno, Belisario nos había prohibido poner placas para señalar el inicio o la culminación de las obras públicas. Por eso en la biblioteca no deben buscarse placas de nuestra gestión.
Creamos un fondo de becas para financiar estudios de economistas colombianos en el exterior gracias al que muchos lograron obtener sus doctorados. Adelanté un proyecto académico para celebrar el centenario de la Constitución de 1886 con becas en el exterior para estudiosos del derecho y para fomentar la investigación de las universidades sobre antecedentes de la Constitución y las biografías de los constituyentes.
Ese esfuerzo produjo una generación brillante de nuevos abogados expertos en derecho público. Y varias obras nuevas, con análisis originales sobre la Regeneración, se han beneficiado de las investigaciones que hicieron las universidades.
Lo que logré como gerente del Banco de la República se debe no solo a los funcionarios de la administración del Banco, sino al apoyo que recibí de un equipo de economistas magníficos como Juan Carlos Jaramillo Franco, Francisco Ortega Acosta, Armando Montenegro, Carlos Caballero Argáez, Jorge Ospina Sardi, Diego Pizano Salazar, Oscar Marulanda Gómez, Luis Jorge Garay y tantos otros que hacían parte del equipo técnico. Pero también del equipo jurídico que dirigía Roberto Salazar Manrique.
Roberto Junguito merece el mayor reconocimiento como líder del equipo. Pero también el presidente Belisario Betancur, quien aportó la voluntad política indispensable para que los cambios económicos fueran posibles.
FRANCISCO ORTEGA EN EL BANCO DE LA REPÚBLICA
En septiembre de 1985 me retiré del Banco para ocupar el Ministerio de Hacienda. En el Banco me sucedió Francisco Ortega. Era un gran economista, con amplia trayectoria en esa entidad. Después de ayudarme mucho allí, se había retirado y se encontraba en el sector privado. Belisario mostró su talante de estadista al nombrarlo porque Francisco al retirarse del Banco y vincularse al sector privado había sido crítico del gobierno en algunos aspectos de política económica. Pero a Belisario no le importó, no quería improvisar, confiaba en el talento, la experiencia y la honestidad de Ortega.
Belisario no se equivocó. Me consta que Francisco Ortega fue el principal impulsor de los excelentes cambios que la Constitución del año 1991 hizo en relación con el Banco de la República.
El gerente del Banco en la nueva Constitución perdió poder en cuanto a la capacidad que tuvimos los gerentes para dirigir la política monetaria. Y ese poder se trasladó a la Junta del Banco. Podría decirse que Ortega, personalmente, perdió con el cambio. Pero él sabía que ganaba, porque sabía que el país se lo agradecería. Murió relativamente joven, ejerciendo la gerencia del Banco.
MINISTERIO DE HACIENDA
En septiembre de 1985 Roberto Junguito se retiró del Ministerio de Hacienda para asumir la embajada en Francia. Como el presidente no quería interrumpir la estrategia que venía adelantando, me ofreció el cargo. Yo estaba contento en el Banco de la República, pero no deseaba hacer carrera allí ni en el sector público, sino regresar a mi profesión de abogado.
Sin embargo, ser ministro de Hacienda era una forma perfecta de culminar mi tarea en el Banco y la colaboración que yo había venido dando al equipo económico del gobierno para superar la crisis financiera y los desequilibrios de la economía. Por eso recibí con agrado el ofrecimiento del presidente y acepté. Fui ministro hasta agosto de 1986.
Roberto Junguito había concluido la parte más difícil de la negociación con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, la Reserva Federal y los bancos comerciales internacionales. Me correspondió a mí finalizar algunos pocos asuntos pendientes y firmar los contratos y los acuerdos. El señor Paul Volker, presidente de la Reserva Federal, escribió al presidente Betancur una carta que guardo y en la que elogia el desempeño de Roberto y mío.
Conservé en el Ministerio la mayor parte del equipo que tenía Roberto y en particular sus excelentes asesores Óscar Marulanda y Luis Jorge Garay. Nombré como viceministro al economista pereirano César Vallejo Mejía, luego director del Departamento Nacional de Planeación y en su remplazo, cuando él se fue a Planeación, a la economista javeriana María Fernanda Prieto. Tuve en la Dirección de Presupuesto la ayuda de Luis Fernando Alarcón, uno de mis mejores amigos en la actualidad, y luego la del economista Javier Ballesteros.
ASALTO AL PALACIO DE JUSTICIA
El miércoles 6 de noviembre de 1985 el movimiento guerrillero M – 19, para apoyar los esfuerzos de los narcotraficantes en conseguir que la Corte Suprema de Justicia declarara inconstitucional el tratado de extradición, asaltó el Palacio de Justicia. Asesinó a las primeras personas que se opusieron a su intento e hizo rehenes a los magistrados de la Corte y a otros magistrados y personas que se encontraban en Palacio.
Yo estuve fuera del Ministerio, un problema de salud me obligaba a usar silla de ruedas, y solo me enteré de las especiales características del asalto hasta la tarde de ese día cuando recibí instrucciones de no ir a la Presidencia, sino a la mañana del día siguiente. El actual presidente Gustavo Petro era miembro activo del M – 19.
Con base en la información que se me dio sobre lo ocurrido el miércoles y con el conocimiento directo que tuve de los hechos del jueves, estimo que el presidente Betancur hizo lo que correspondía con la información y los instrumentos de que disponía.
Jaime Castro ha publicado un excelente relato y análisis de los hechos en Del Palacio de Justicia a la Casa de Nariño[2]. Los guerrilleros querían hacer un juicio al presidente, es decir, crear una interinidad sin precedentes en el ejercicio de la Presidencia y de las Cortes. No era una interinidad negociable.
El presidente ordenó dialogar sin negociar y proteger a los rehenes. Él no tenía conocimientos militares y no existían teléfonos celulares que permitieran tener un contacto permanente con los oficiales que retomaron el Palacio.
En perspectiva, quizás la operación militar pudo ser distinta, pero es difícil censurar a los oficiales que la ejecutaron arriesgando sus vidas algunos de ellos, cuando se tienen en cuenta las circunstancias excepcionales en las que tuvieron que actuar.
Desconozco lo que pudiera saber Noemí Sanín como ministra de Comunicaciones cuando el miércoles decidió que se cortaran las transmisiones de televisión y pidió que se manejara con responsabilidad la información radial que se estaba dando al público.
De nuevo, ante una situación inesperada y tan grave, las precauciones que se tomen se justifican. Cuando la revuelta del 9 de abril de 1948, surgida por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, uno de los principales instrumentos de los agitadores consistió en la toma de las radiodifusoras. Noemí no tiene que pedir perdón por lo que hizo.
Reunido el jueves en Palacio el Consejo de Ministros, el presidente Betancur nos consultó acerca de la conveniencia de un nuevo contacto con los asaltantes para obtener la libertad de los rehenes a cambio de garantías plenas de un juicio imparcial para los asaltantes enviando una misión de la Cruz Roja. Habiéndonos oído, el presidente acordó que la Cruz Roja fuera con bandera blanca, pero los delegados fueron recibidos a bala y no tuvieron oportunidad de entregar el mensaje del gobierno a los asaltantes.
Según parte de las informaciones que nos llegaban, en diferentes lugares del país había manifestaciones de simpatizantes de la guerrilla. El jueves, en Palacio, nunca el presidente manifestó tener presiones de las Fuerzas Armadas ni vimos nada que pudiera llevarnos a pensar tal cosa.
El presidente conferenció varias veces con el Ministro de Defensa Miguel Vega Uribe y conservó compostura todo el tiempo. Salvo lo que nos informaba el presidente, seguíamos las noticias por la radio.
Dada mi ubicación en la mesa del Consejo de Ministros, me consta que al final del asalto, durante un minuto, por una equivocada información radial, el presidente celebró la salida de los rehenes y que minutos después cuando la radio expresó que los rehenes habían fallecido, lloró tomado de la mano de su esposa, quien excepcionalmente se había presentado en el salón.
¿Qué pasó luego con los militantes del M – 19 o con otras personas que sobrevivieron el ataque y quedaron en manos del ejército? Hay muchas versiones y muchos intereses políticos o económicos y carezco de elementos de juicio para discernir la respuesta. No fue asunto que se tratara, hasta donde recuerdo, con los ministros. Pero dado el conocimiento que tuve de Betancur durante muchos años antes de su Presidencia, durante y luego de esta, me resulta inverosímil que hubiera podido dar una orden de tortura o de asesinato contra alguien. Si hubo torturas o asesinatos no son excusables de ninguna manera. Durante años se volvió rutinario abrir investigaciones sobre la conducta de Betancur y de los militares que frustraron los propósitos del M – 19.
La proporcionalidad del derecho a la defensa solo puede juzgarse con base en la información de que se disponga en el momento de la agresión, frente a sus características y a la naturaleza de los bienes tutelados. Sin embargo, por una extraña desviación moral, muchas veces no se ha reparado en el carácter premeditado del ataque sangriento al Palacio, sino en la respuesta del Presidente y del ejército ante la sorpresa de la agresión armada. Ni en la naturaleza de los bienes tutelados por Betancur y el ejército.
Los bienes tutelados no eran el edificio del Palacio de Justicia ni solo el derecho de las personas secuestradas. Era el Estado de Derecho representado en la independencia de las Altas Cortes que debía protegerse en ese momento y siempre, y por magistrados como Alfonso Patiño Roselli y Fanny González Franco. Y la jefatura del Estado que no puede quedar sujeta a intermitencias y estaba en cabeza de Betancur, chantajeado.
Se han querido privilegiar, en cambio, al juzgar la respuesta de Betancur y de los militares, la estrategia y los propósitos de quienes buscaron doblegar las instituciones por la fuerza y el chantaje.
Belisario y el Ejército fueron víctimas del Palacio de Justicia. Belisario nunca debió pedir perdón por su conducta.
“No se pueden dar clases de natación en un naufragio”, decía López Michelsen en otro contexto. Pero si Betancur hubiese negociado con el M – 19 el 6 de noviembre de 1985 la extradición y sus decisiones sobre la política de paz, la democracia colombiana habría sufrido el peor naufragio de su historia.
BONANZA CAFETERA DE 1985
Los problemas presupuestales que siempre ocupan a los ministros de Hacienda y que durante mi ejercicio de ese cargo atendía Luis Fernando Alarcón, tuvieron cierto alivio en 1985 y 1986 gracias a una mini bonanza cafetera por alza súbita de los precios internacionales del grano. Hice un esfuerzo para conseguir que la mini bonanza no alterara los esfuerzos de control de la inflación y equilibrio macroeconómico en los que veníamos empeñados por tres años y para que la Federación Nacional de Cafeteros, gremio bajo la inteligente y experta gerencia de Jorge Cárdenas Gutiérrez, ahorrara una parte sustancial del alza en los precios.
Este propósito me creó muchas dificultades en las negociaciones con la Federación que tiene una notable y meritoria tradición de independencia al defender los intereses de los cafeteros.
Alcancé a recomendarle al presidente Betancur que declaráramos una emergencia económica y usar las facultades que así obtiene el gobierno para tomar las medidas que parecían necesarias para no alterar nuestra política de estabilización macroeconómica y que, por el contrario, permitiera formar ahorro sin perjuicio de dar beneficios a los cafeteros.
El presidente Betancur me apoyó, me dijo que fuera donde los ex presidentes y los directores de los partidos para conseguir respaldo. Alcancé a iniciar la ronda de ex presidentes con Luis Carlos Galán, creo que con Álvaro Gómez, y todos me manifestaron su acuerdo con la eventual declaración. Pero en esos días acababa de ocurrir el asalto del M – 19 y el narcotráfico al Palacio de Justicia que había quedado destruido y que había dejado un amargo resentimiento de los magistrados sobrevivientes contra el Presidente.
Para declarar la emergencia económica la Constitución obligaba a obtener el concepto, no vinculante, del Consejo de Estado. Entonces, los cafeteros, que podían temer que su poder negociador desapareciera con la declaración de emergencia, ofrecieron a los magistrados financiar la reconstrucción del Palacio de Justicia.
El expresidente Carlos Lleras, quien me había declarado su respaldo en este propósito, dio unas declaraciones contrarias a la iniciativa. Supe entonces que el Consejo no daría un concepto favorable y que sería altísimo el costo político para el gobierno en declararla contra la opinión del Consejo y los deseos de los cafeteros respaldados además por El Tiempo.
Así se lo comenté al presidente Betancur y abandonamos el proyecto. Luego llegamos a un acuerdo con los cafeteros. “Buen arreglo, mal ministro” editorializó El Tiempo. A lo que el expresidente Misael Pastrana comentó: “Buenos ministros son los que logran buenos acuerdos”.
APORTE A LA INSTITUCIONALIDAD FINANCIERA – CREACIÓN DE FOGAFÍN
Como ministro de Hacienda saqué adelante en el Congreso la Ley 117 de 1985 para crear el Fondo de Garantías de Instituciones Financieras – FOGAFÍN y ponerlo en funcionamiento, tarea de cuyos resultados me siento muy orgulloso.
La ley del Fondo crea un seguro de depósitos para proteger ahorradores y acreedores de las instituciones del sector y establece una distinción entre las funciones del Banco de la República, las del Fondo y las del gobierno cuando una de tales instituciones pasa de una situación de iliquidez a una situación de insolvencia. De la misma manera, crea los procedimientos para la liquidación de instituciones cuya recuperación no resulta posible de acuerdo con las condiciones del mercado.
FOGAFÍN ha desarrollado un sistema de seguro de depósitos con base en el cual si un banco llega a tener un problema de insolvencia no sea necesario que el Banco de la República emita para solucionarlo ni usar recursos del presupuesto nacional, sino que FOGAFÍN pueda atenderlo con las reservas del seguro de depósitos. Lo logra a través de una capitalización, un negocio con otros agentes del mercado o liquidando la institución y pagando a sus acreedores hasta los límites que permitan sus estatutos.
La tarea de administrar o liquidar instituciones financieras en crisis, que antes pertenecía a la Superintedencia del ramo, era un obstáculo para cumplir con eficiencia las funciones de vigilancia y control sobre esas instituciones. Se trasladó a FOGAFÍN especializado en el manejo de entidades en crisis de solvencia.
Hoy FOGAFÍN, además del arsenal de alternativas que le da la Ley para atender dificultades eventuales de las instituciones financieras, dispone de un nivel de reservas considerable que aleja la perspectiva de que tales dificultades puedan tener un impacto importante sobre el presupuesto de la Nación.
He sido la única persona en desempeñar los cargos de gerente del Banco de la República y de ministro de Hacienda. Fui el último ministro de Hacienda del Gobierno de Belisario Betancur. Hice el empalme con César Gaviria, el primero del presidente Virgilio Barco. Salí de Palacio el 7 de agosto, me fui unos días de vacaciones con mi familia y regresé a trabajar como abogado. Lo que sigue será materia de otro relato.
FIN DE LA VIDA POLÍTICA
Mi vida política terminó cuando me nombraron gerente del Banco de la República en el gobierno de Belisario Betancur. De inmediato viajé al Quindío donde reuní a los miembros de mi movimiento político para contarles que lo disolvería, muy a mi pesar, y que yo no seguiría más en la política.
Aún siento que defraudé a quienes me apoyaron a formar mi organización política en el Quindío. Pero entendí que un Banco Central, para cumplir bien su misión, requiere ante todo la confianza del público y de todos los agentes económicos que tienen relaciones con él. Para ello es indispensable que se confíe en que el Banco Central solo protege los intereses del país, como lealmente los entienda, y los de nadie más.
Sé que, inclusive en épocas recientes y en países que tienen liderazgo mundial, algunos banqueros centrales han tomado decisiones en función de los intereses políticos de los gobiernos que los designaron.
Pensando en las eventualidades de las elecciones presidenciales de 1986 y en la necesidad de que todos los sectores políticos tuvieran confianza en que la política monetaria no se emplearía para influir en el resultado de 1986, consideré necesario que una persona experta y honesta, de una filiación distinta a la del presidente, pudiera tener acceso directo a la información sobre las razones y decisiones que se tomaran en el Banco y la Junta monetaria.
Por eso, en agosto de 1983, cuando fue preciso que el presidente designara dos representantes suyos en la Junta Directiva del Banco, le recomendé que uno de ellos fuera Virgilio Barco, quien ya había estado en la Junta en el año 1973 como representante del presidente Pastrana.
El presidente Betancur compartió mi criterio y Virgilio Barco fue miembro de la Junta hasta comienzos de 1985 cuando renunció y buscó la candidatura presidencial de su partido. A su retiro lo remplazó el brillante intelectual y ex ministro liberal Rodrigo Escobar Navia.
En el Ministerio de Hacienda tampoco hice planes para regresar al ejercicio político. Y menos después de haber visto de cerca cómo las ilusiones de paz de Belisario terminaron con el incendio del Palacio de Justicia y la muerte de personas inocentes sacrificadas por la alianza del M – 19 con el narcotráfico. Y después de haber visto las ilusiones de Belisario para la prosperidad para Colombia sepultadas bajo las ruinas del terremoto de Popayán en 1983 y las cenizas del volcán que sepultó a Armero el 13 de noviembre de 1985.
He ayudado, sí, a algunos amigos o exalumnos deseosos de buscar la Presidencia de la República o a gobiernos que consideraron que mis opiniones sobre políticas públicas podían serles de alguna utilidad redactándoles borradores de documentos o acompañándolos en reuniones. No mucho más.
Jaime García Parra, quien había sido ministro de Hacienda y de Minas, me dijo alguna vez que después de haber sido ministro de Hacienda uno siempre se siente desocupado. Es verdad.
ESTUDIOS PALACIOS LLERAS S.A.S
En 1986, al terminar el gobierno Betancur en el que me desempeñaba como ministro de Hacienda, decidí organizar mi propia firma de abogados, Estudios Palacios Lleras S.A.S., para apartarme de la política electoral y de los puestos públicos para siempre. Vendí mi derecho en la casa que usábamos como oficina y no volví a coincidir en el ejercicio profesional con los amigos con los que había trabajado hasta entonces.
Decidí que en adelante daría prioridad a mi ejercicio profesional sin perjuicio de colaborar desde la sombra con los amigos que quisieran asumir las cargas y los honores del servicio público.
Compartía oficina con Gustavo Tobón Londoño, Mauricio Londoño Botero, Ismael Quintero y Hernán Jaramillo Ocampo en una casa que compramos en el barrio Teusaquillo.
PROFESOR
Fui profesor muchísimos años en la Javeriana desde 1964 cuando terminaba mis estudios de Derecho y trabajaba en mi tesis de grado sobre Teoría del Estado. Por supuesto, suspendí mis clases cuando fui viceministro de Hacienda, cuando estuve en Washington en el BID y como gerente del Banco de la República y ministro de Hacienda. Alguna vez di unas clases de Economía en otras universidades, pero preferí los temas jurídicos y mi alma mater.
Hace unos diez años, después de unas tres décadas de profesor de materias como Derecho Constitucional, Derecho Tributario, Servicios Públicos y Hacienda Pública, renuncié a las clases para dedicar mi tiempo completo a mi firma de abogados.
Para mí ha sido muy grato haber sido profesor. Mis mejores negocios profesionales llegaron a mi oficina por recomendación de ex alumnos.
LIBROS
He publicado varios libros. Como mencioné, mi tesis de grado, Teoría general del Estado fue laureada y publicada por la Editorial Temis con bastante difusión.
En diciembre de 1975 publiqué el libro que considero más importante entre los que he escrito, La Economía en el Derecho Constitucional Colombiano. Fue publicado por el Banco de Colombia cuyo presidente era Jaime Michelsen Uribe y por ANIF dirigido por Ernesto Samper Pizano, quien había sido alumno mío y quien por entonces era mi amigo.
El libro se ocupó de la forma en la que la jurisprudencia constitucional colombiana había desarrollado los aspectos económicos de la Constitución colombiana. Ningún libro colombiano en el siglo XX había adoptado ese enfoque principal y ninguna obra de Derecho Constitucional en el país había sido escrita por alguien que tuviera al mismo tiempo estudios profesionales en Derecho y en Economía, y experiencia en la formulación y aplicación de políticas públicas económicas.
El libro tuvo mucho éxito, pues las Altas Cortes y varios estudios académicos hicieron frecuentes citas de él y se usó como material de clases en universidades.
FAMILIA
Vivo muy agradecido con Dios por mi familia, por mi esposa y por mis cuatro hijos.
Miguel, el mayor, tiene un doctorado en Finanzas de la Universidad de California en Berkley; es profesor en Calgary, Canadá, y en Vanderbilt en los Estados Unidos. Es autor de un libro sobre financiamiento de la educación como inversión y ha sido consultor de varias entidades públicas y privadas de varios países sobre este asunto. También es autor de varios artículos sobre finanzas publicados en los mejores journals de finanzas en los Estados Unidos. A partir de sus ideas sobre el capital humano que se forma en la educación existe una empresa comercial que se llama Lumni con negocios en varios países.
Miguel está casado con Joyce (Crosby) Palacios, norteamericana con doctorado en Performing Arts de la Universidad de California en Berkley. Ella enseña también en la Universidad de Calgary y es autora del libro Ceremonial Splendor, publicado por la Universidad de Pennsylvania en 2022. Es un libro muy citado entre los especialistas. Relaciona los cambios en los ritos que adoptó la Iglesia Católica después del Concilio de Trento para hacer frente a la reforma protestante y aprovechar algunas de las prácticas del teatro de la época, pese a la malquerencia recíproca entre teatreros y curas.
Miguel y Joy son padres de mis nietos Daniel y David a quienes he podido disfrutar más de cerca durante el año sabático del que están disfrutando en Colombia. Se han destacado en los deportes, hablan castellano. Les he pedido aprender el poema If de Rudyard Kipling en inglés y en la traducción de Antonio Gómez Restrepo.
Andrés, el segundo de mis hijos, es abogado de la Universidad de los Andes, tiene una maestría en Derecho de Harvard y un doctorado en Derecho de la Competencia en el University College de Londres. Su vocación es académica y es actualmente profesor en la Universidad del Rosario. Ha contribuido con profesores del exterior en la publicación de libros sobre competencia. Estuvo unos años en mi firma de abogados y quizás algún día regrese a ella. Sospecho que en las elecciones no votamos por los mismos candidatos.
Está casado con Tatiana Rodríguez Leal, una mujer muy destacada que tiene una maestría en educación de Harvard y obtuvo un doctorado en Educación de Oxford. Ella ha enseñado en la Universidad de los Andes. Son padres de Juan Tomás y Alicia, ambos muy pequeños, por lo que todavía no hay muchas anécdotas para compartir de ellos.
María, la mayor de mis hijas, es economista con opción en matemáticas de la Universidad de los Andes y obtuvo una maestría en Administración de la Escuela Darden en la Universidad de Virginia. Trabajó en Amazon varios años en Luxemburgo y actualmente está vinculada a la empresa Global Blue en Viena.
Ana, la menor, es psicóloga e ingeniera industrial de la Universidad de los Andes y terminó una doble maestría, administración e innovación y diseño, en la escuela Kellogg de negocios en Northwestern University de Chicago. Trabaja actualmente en Amazon, con base en Washington D.C.
Mi esposa está dedicada a lidiar conmigo, lo que sospecho que no es asunto fácil; pero también a las obras sociales. Trabaja como voluntaria en la Fundación Ellen Riegner de Casas, creada por parientes suyos, con el propósito de atender mujeres muy pobres con cáncer. También dedica tiempo y esfuerzo a la Fundación del Club de la Pradera que colabora en la educación de los muchachos que sirven como caddies y profesores de deporte.
CIERRE
Quisiera encontrar algo original para cerrar, pero no debo inventar lo que está inventado. Por eso apelo a los socorridos versos de Amado Nervo, con quien repito: “Vida nada me debes, vida estamos en paz”.
[1] Theodore C. Sorensen, Kennedy (Barcelona:Editorial Bruguera S.A., 1970), p.28.
[2] Jaime Castro, (Bogotá: Aguilar, 2011).