Érika Diettes

ÉRIKA DIETTES

Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy una persona sensible, a veces un poco melancólica, con momentos de soledad muy profundos, considero que la vida es transitoria . Tengo una capacidad muy aguda de ver, a través de los otros, el reflejo de lo que no se está mostrando. Mi talento, relacionado con lo que vengo a ofrecer con mi existencia, está en ver con transparencia,  lo intangible, y  la verdad del alma.

Me considero retratista y el retrato tiene que ver con capturar lo que no es tan evidente, lo que no está enfrente, sino muy profundo. Lo que pasa a través de mi trabajo, de mi cámara y de mi ser, es un ejercicio de compasión. Permite percibir al otro, retratarlo, invocar su presencia a través de la empatía, la simpatía y la compasión. Todo esto de cara a honrar el pasado, a vivir un presente más sosegado y a construir un futuro más bello.

ORÍGENES

Mis orígenes están en Santander, una tierra estrechamente vinculada a la fundación de la patria. Contiene un linaje que da el territorio, el contexto, la historia. Con una vocación muy grande de servicio a la comunidad, una ambición de marcar historia, siempre pensando más allá de su propio tiempo.

RAMA PATERNA

Mi apellido Diettes es de origen alemán. Guillermo Diettes, mi abuelo, fue músico, alguien sensible. Lo atropelló un bus, o un carro, no lo tengo claro, y fue mi papá quien hizo el levantamiento del cuerpo. Me reconozco muy parecida a María Luisa Pérez, mi abuela, pero de ella tampoco fui muy cercana. Una curiosidad es que sus hijos hicieron parte de instituciones de seguridad. El mayor, por ejemplo, perteneció a La Naval, mi papá a la policía y el menor hizo parte de la Fuerza Aérea. También tuvieron una hija monja.

GUILLERMO LEÓN DIETTES PÉREZ

Guillermo León Diettes Pérez, mi papá, nació en 1944. Fue alguien con mucho poder, pero muy sensible. Vivió con honor, rigor, disciplina, responsabilidad. Contó con un gran sentido del humor. En su estudio, lleno de libros y documentos y con su música, especialmente la clásica y a todo volumen generaba un espacio mental especial.  Claro que también le gustaron los boleros, las canciones de Javier Solís.

Sintió mucho amor por la academia, por la palabra, por la historia, por las humanidades. Porque fue un hombre de letras, sintió un gusto profundo por el lenguaje. Leía más allá de los temas de su oficio y de los tres periódicos que llegaban a la casa, y escribía todos los días.

Estudió contaduría. Se formó como cadete de la Escuela General Santander. En sus inicios como teniente fue locutor pues su voz era muy bella y le gustó mucho la radio. Más adelante fue general de la policía y llegó a la subdirección donde la forma completa de presentarlo fue como brigadier general Guillermo León Diettes Pérez.

Fue compañero del general Valdemar Franklin Quintero, asignado a Medellín, y mi papá a Bogotá. Estuvo en servicio activo en la época de Pablo Escobar, por lo mismo, vivió con una amenaza de muerte latente cuando se leían los grafitis: “Mate un policía y reclame un Kokoriko”. Por fortuna nunca le pasó nada.

Fundó la Academia de Historia Policial. Como se dedicó a la academia, dictó clases en la Escuela de Cadetes General Santander hasta el último día de su segundo derrame, cuando fui a recogerlo. Murió naturalmente el 5 de enero de 2020, justo antes de la pandemia, por lo mismo todos pudimos estar presentes. En su funeral se le rindieron honores patrios y en él pronuncié las palabras de despedida en medio de toda una serie de rituales. En el umbral de la iglesia, con el féretro cubierto por la bandera de Colombia, el ramo, las insignias, su bastón de mando y la formación de los oficiales bajo la marcha fúnebre, se encontraba un gran caballo que agachó la cabeza y relinchó para darle paso.

Es recordado y llorado por su gente, por sus alumnos, por sus conocidos y amigos. Por supuesto, por nosotros quienes somos su familia. El curso que graduó tenientes, un año después de la muerte de mi papá, fue bautizado Curso brigadier general Guillermo León Diettes Pérez. Él, para mí, significa padre y patria al mismo tiempo.

RAMA MATERNA

Alejandro Gutiérrez, mi abuelo, fue joyero, relojero, alguien muy artesanal. A él le heredé el color de mis ojos. Aura Villamizar, mi abuela, de origen santandereano, llegó muy joven a Bogotá. Tuvo ella un carácter muy fuerte.

MAGDA GUTIÉRREZ VILLAMIZAR

Magda Gutiérrez Villamizar, mi mamá, nació en Bogotá. Se casó a los diecisiete años y, a partir de ahí su firma fue Magda de Diettes. Fue la lúdica de la familia, quizás para suavizar la realidad del trabajo de mi papá. Mamá representa la fuerza vital, la alegría, la magia. Tiene una capacidad de transformar realidades. Su fortaleza física es de alguien que ama este plano terrenal. Porque ama la vida por sobre todas las cosas. Y es una sobreviviente, pues le dio cáncer linfático hace más de veinte años y tuvo trasplante de médula hace trece. Se ha sobrepuesto a mil cosas. Ante todo, su deseo de vivir es muy fuerte.

CASA MATERNA

Somos tres hijas. Carolina, Nina, mi hermana mayor y María Camila, mi hermana menor nueve años. Crecimos en un entorno variable en el que casi nunca alcanzábamos a armar el árbol de Navidad, pero buscábamos celebrar los cumpleaños. Por lo mismo, no tengo la referencia del hogar como casa, porque vivimos errantes.

De mi papá tengo mucha disciplina. Recibí como legados su honor, su amor por Colombia. Crecí dentro de escuelas de la policía y, por lo mismo, conocí muchos lugares del país, del país profundo. Mi papá, al momento de mi nacimiento, no era general de la República, sino capitán.

Mi infancia tiene que ver con lo bello, con la naturaleza, con el cuidado como eje central. Durante esta etapa experimentamos muchos traslados regionales. Recuerdo haber vivido en la casa fiscal en Sincelejo donde mi papá fue comandante del Departamento de Sucre. Era una casa grande, con patio en el que podía correr descalza en medio de mucho verde, lleno de árboles y de animales: perros, caballos, marranos. Cualquier día, el más mágico de mi existencia, mi mamá llegó con una caja de pollitos blancos y negros. Actualmente tengo sesenta y cinco gallinas. Nunca jugué con muñecas ni con peluches, siempre tuve seres sintientes a mi alrededor porque los animales fueron parte esencial de nuestra formación.

Cuando nació María Camila ya nos asentamos en Bogotá, aunque cambiando permanentemente de casa. Luego viajamos a los Estados Unidos por un tiempo.  

Mi papá ascendió cuando yo tenía quince años lo que hizo que, como familia, tuviéramos qué vivir con un esquema de seguridad muy importante. Entonces aprendimos a movernos con cautela, a vencer el miedo a los tiros, porque mataban de manera sicarial (sic). La amenaza para mi hermana y para mí no era la muerte, sino la posibilidad de ser secuestradas. Nunca nos desligamos del concepto que implica el peligro, la muerte misma, el ser colombiano.

Papá fue un maestro para nosotras. En la escalera de mi habitación solía dejar recortes de prensa. También fue un papá muy amoroso, de trato respetuoso, quien nunca nos gritó ni ejerció su fuerza dentro del hogar. Siempre me habló con dulzura: “Hola, mamita, Kitty, Erikita”. No fue de mantener una distancia disciplinaria, pero sí cuando estaba con el uniforme dado el riesgo que implicaban las armas que portaba. Solo nos acercábamos cuando salía del estudio, pues éramos muy vulnerables. Otra forma de manifestar el afecto fue a través de la información que nos compartía.

A mis diecisiete años él ya estaba retirado, aunque ese hecho no cambió las dinámicas familiares.

Mi mamá nos enseñó que el hogar es donde estuviéramos todos. También nos transmitió disciplina siendo a la vez muy libertaria. Nos brindó un hogar en el que pudimos sentirnos tranquilas, amadas, seguras. Jugando a las escondidas nos enseñó a ocultarnos, también a saber con qué persona nos podíamos ir y a recordar que con nadie más. Hoy en día entiendo que era la práctica de un esquema de seguridad. Nos enseñó a tomar decisiones, a asumir la responsabilidad y las consecuencias de estas. Nos quitó el rango de “hijas de” para que pudiéramos fluir en sociedad y tener identidad propia.

ACADEMIA

Estudiamos en colegio de monjas, donde fuera que estuviéramos. Esto fue así por su disciplina y la formación en valores, más que por la religión. Por un tiempo largo, ya en Bogotá, estudiamos en el colegio El Divino Salvador, ubicado detrás de la Escuela de Carabineros, cuando quedaba en Suba. Realmente nos quedaba muy cerca.

Siempre fui la nueva del salón. Llegaba cuando los años ya habían empezado, entonces logré una letra muy linda, porque siempre tenía que ponerme al día con los cuadernos de las compañeras. Pero no hacía nuevas amigas, pues ya sabía que pronto igual nos iríamos.

Desde siempre fui juiciosa, académicamente muy responsable, líder, monitora y representante del curso. Siempre ocupé los primeros lugares. Me adaptaba y me adapto fácil. Me fue muy bien en humanidades, me gustaron las matemáticas, el álgebra era como un acto de magia para mí. La única materia que perdí fue biología al negarme a llevar un conejo para su disección.

En noveno grado vivíamos en los Estados Unidos, cuando mi papá fue nombrado agregado de la Policía ante la Embajada durante dos períodos. Esto me implicó aprender un lenguaje nuevo. Las materias fáciles para un inmigrante sin el idioma son cerámica, teatro y música. Curiosamente hice parte de un coro, pese a mi terrible voz y a no tener oído musical.

Al regreso a Colombia mi papá fue nombrado subdirector de la Policía. Pocos meses después se retiró. Fue cuando decidió que quería regresar a Washington, lo que nos significó una gran experiencia. Regresamos al país habiendo cursado hasta once, pero sin graduarme, razón por la cual terminé validando mi bachillerato.

FOTÓGRAFA

Viviendo en los Estados Unidos llegó a mi vida la fotografía y a mis diecisiete años fue mi opción de vida. La primera vez que entré a un laboratorio supe que era mi lugar y le dije a mi mamá que quería ser fotógrafa.

De alguna manera heredé el arte de mi abuelo materno, su capacidad manual. De él proviene la destreza de mi oficio. Y gran parte de mi creación artística, de la transformación de los espacios, de la capacidad de crear, las recibí de mi mamá.

Como artista me ha influido el cambio, también la pérdida. He tenido una claridad en el sentido de dejar, de soltar. He asumido que el recuerdo, que la forma como traigo a mi presente lo que ya no está, es una herramienta para mi producción artística.

En el funeral de mi papá entendí todo el abecedario con el que he escrito mi carrera, mi campo teórico, la razón de mi amor por las ciencias sociales. A mi madre le entregaron  la bandera doblada y yo recibí todas sus medallas. Entonces hice un relicario en su honor, el único que está por fuera del contexto violento de mi obra.

Alcancé a ser fotógrafa de blanco y negro y de laboratorio donde la alquimia me pareció de una locura demencial. Quedé fascinada. Comencé a hacer retratos, a vivir en el mundo del encuadre. En Colombia tomé la decisión de convertirme en algo que no existía como carrera profesional. Conté con el apoyo de mi mamá. Y mi papá me dijo: “Puedes hacer lo que quieras, pero tienes que ir a la universidad”. Entonces, mientras me preparaba para el ICFES estudié nocturno en Suba y durante el día tomé cursos de fotografía.

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Por fortuna, justo el año en que debía comenzar a estudiar abrieron la carrera de artes visuales en la Javeriana, lo que me convirtió en estudiante fundadora.

Cursando primer semestre de artes visuales fui monitora de laboratorio de los de tercero de la Facultad de Comunicación Social y, cuando iba en quinto, decidí comenzar a estudiarla. De ahí mi doble titulación. Me gradué de artes visuales con énfasis en expresión audiovisual y de comunicación con especialización en audiovisual. También en quinto semestre comencé a estudiar materias de antropología.

MATRIMONIO

Me casé a los veinticuatro años con Joseph Kaplan Rosenberg, de la comunidad judía. Nació en Patterson, New Jersey. Mi suegro es inmigrante de Rusia a Nueva York, mi suegra, con familia alemana, nació en Colombia. Por su parte, mi cuñado, el chef Daniel Kaplan, nació también en el país.

PROYECTOS

SILENCIOS

La inmersión en el mundo de mi esposo me llevó a una foto de su abuela. En esta encontré una anotación que decía: “Saliendo de Alemania en 1938”. Ahí me dije: “¡En Colombia hay sobrevivientes del Holocausto!”. Aunque muy pocos, porque este no fue un país de frontera abierta.

Mi inicio en el retrato frontal como testimonio de la guerra, de la sobrevivencia, se llama Silencios. Este es mi primer libro, una obra que tiene que ver con los sobrevivientes de la primera guerra mundial que llegaron a Colombia. Logré fotografiar a treinta sobrevivientes en el país. Maximilian Kirschberg fue el primero, me recibió de camisa de manga corta que permitía ver su tatuaje, y me dijo: “Hago las fotos, pero no me preguntes nada, porque lo que has visto en las películas, lo que has leído, eso es”. Se dio un silencio literal en el lenguaje, pero que invita a ver. Me encontré esa barrera que inspiró el nombre de mi trabajo.

De ahí mi ejercicio es ver lo que se muestra, escuchar lo que se dice, pero interpretar todo lo que hay detrás.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Terminado el proyecto Silencios decidí estudiar la maestría en antropología social en la Universidad de los Andes. Este mundo me resultó muy complejo, quizás por venir del de las artes. Todo es susceptible a ser interpretado. Esta es una ciencia que exige leer libros académicos, citar, cambiar el lenguaje, la forma de habitar el mundo.

Para mí, la antropología ha sido una herramienta híper vital que soporta mi trabajo profesional. He caminado el territorio entendiendo muchas cosas, formulando las preguntas correctas, titulando como corresponde: Noticia al aire, memoria en vivo, etnografía de la comunicación mediática de una experiencia de duelo.

Se complementa con el maravilloso mundo del arte que da paso al mundo espiritual, al emocional. Así mi obra está salvaguardada por una verdad verdadera, dando lugar a una frase que utilizo mucho: Desde el duelo no te puedo debatir. Cada doliente está contando la dimensión de su pérdida que no tiene que ver ni con los hechos ni con quién la justicia nombra víctima o victimario ni si el marco político cambia.

Durante el primer semestre me encontré, en los libros de historia de Colombia, con la frase: “Los ríos de Colombia son el cementerio más grande del mundo”.

QUEBRADO

Planteando mi proyecto de tesis revisé parte de la historia de nuestra familia. Al hermano mayor de mi mamá lo asesinó la guerrilla en el 2006 saliendo del Jardín Botánico. Él era abogado, director del INPEC en el Occidente del país. Acabábamos de llegar de Washington cuando nos enteramos por televisión del boletín de última hora, un 16 de diciembre. Fue todo muy confuso. Él vivía en Cali y lo asesinaron en Medellín. La imagen en el noticiero contenía el carro con los huecos de las balas, reflejaba el estallido del vidrio quebrado y presentaba una foto documento suya que hizo que mi mamá se desvaneciera al verla. Y fue precisamente ella quien tuvo que viajar, además sola, para atender todo lo pertinente a este hecho. Navidad, a partir de mis diecisiete años, nos recuerda el asesinato de mi tío.

Quebrado, obra que hice sobre el asesinato de mi tío, producto del estudio que adelanté sobre el fenómeno sicarial (sic), en el contexto de la época, sobre las desapariciones. Este momento coincide con el de las fosas de los paramilitares en el país. Mi pregunta en antropología era si esa representación de la muerte en esa noticia influyó en nuestro proceso de duelo. El cáncer linfático que sufrió mi mamá se le detectó un año exacto después. Vinieron muchas consecuencias emocionales y físicas.

RÍO ABAJO

El Tiempo publicó Colombia busca sus muertos, un artículo de Luz María Sierra. Este contó con una diagramación que muestra los restos con botas puestas y que hace el inventario de ropa. Más allá de la información fáctica del reportaje, contenía una invitación para que la gente se acercara a la Fiscalía. Justó me encontré con el periódico Rastros y la sensación de buscar a un ser querido con un pedazo de tela de su ropa.

Fue cuando surgió Río abajo, mi camino y mi trasegar escuchando testimonios de los dolientes y construyendo una imagen sobre cristales. Es un trabajo desde el duelo.

Mi trabajo de grado está publicado por la Colección Prometeo en la Universidad de los Andes bajo el nombre Noticia al aire, memoria en vivo. Una enografía con mi familia que me permitiera entender, escuchar, a partir de los objetos, cómo vivió cada uno su duelo, su encuentro con la noticia.

La conclusión del trabajo fue que, si bien la noticia se recibió de esa manera, no nos podemos distraer, pues el duelo comienza en el asesinato y no en su representación. Con esto cambian los tiempos, el trauma, sin descuidar que no estamos en contra de la representación de la muerte, sino que el fondo es que en un país nos preguntemos por el derecho a enterrar los muertos. Debemos hacer una plegaria por la vida, por morir de viejos. Por supuesto, es más cruel si la lucha es por encontrar un fragmento del dedo del pie.

En esta exposición, la más grande, que tuvo lugar en Manrique, hubo un elemento adicional e improvisado por parte de los asistentes. Comenzaron a llegar con velas, elemento que maximicé.

Lo que canaliza la obra, que se abre en todos los sentidos, es algo que se le ha otorgado al trabajo por la mirada de los dolientes y por el deseo de encontrarlo. Es un trabajo que tiene mucho de academia, pero que requiere que llegue a un público ampliado, sin egocentrismo ni soberbia.

SUDARIOS

Los primeros Sudarios los vi haciendo Río abajo. Es el estudio del dolor, de cómo se transforma el rostro, que hice dos años después. Se propician los espacios, se modifica, se entiende, se narra, se abre del doliente, del testimoniante (sic). Es un trabajo muy horizontal. El antropólogo participa y observa al mismo tiempo. Es algo que me atraviesa la vida. Dentro de la estructura de la sociedad, el arte se ocupa de ese lugar en el que se puede decir, contar, afirmar, en un contexto de peligro, con una acogida social muy fuerte.

RELICARIOS

Relicarios tiene otro registro. Es una instalación con la que represento lo que se vive en un país congestionado, convulsionado como el nuestro en el que hay desaparición forzada. Con Relicarios bajé mucho y muy profundo.

No soy una persona que trabaja auto referencialmente. Para mí el espacio de Relicarios era para contar situaciones ajenas. Después de siete años de proceso, no se me ocurrió que podría incluir a mi tío, pero fue mi mamá quien me pidió hacerlo y lo tomé como el honor más grande del mundo. Entonces tengo objetos como la camisa de mi tío, ensangrentada, también su pasaje de Avianca impreso, pues siendo de Cali la muerte lo encontró en Medellín.

Coincidió mi exposición con el Referendo, lo que la hizo muy política.

ORATORIO DE LOS DESPARECIDOS

Llevo cuatro años haciendo la obra Oratorio de los desaparecidos en la que tengo sembradas cuatro mil plantas de lavanda que cuido con devoción. Tiene mucho que ver con un cuarzo en punta que se abre hacia arriba y hacia abajo.

Esta es mi interpretación desde mi quehacer de artista. Es un oficio. Una búsqueda intelectual con un carácter que mueve emocionalmente una obra para la que me ofrendo como canal.

Mi misión con el Oratorio es la de honrar la búsqueda de las familias, no gira en torno al desaparecido.

MEMENTO MORI TESTAMENT TO LIFE

Memento mori testament to life es un libro bellísimo, que no llegó a Colombia, pero que recopila Río abajo, Sudarios y Relicarios en proceso. El libro me ha traído unos reconocimientos importantes que me permiten sentir que he hecho una carrera bonita, tranquila. Está en unas colecciones importantes.

Para ese momento murió Carlos Alberto González, mi gran amigo, galerista, mentor y maestro en el mundo del arte. Años después falleció mi papá. Y en el 2022 murió mi mejor amiga, Milena Londoño.

NADIS MILENA LONDOÑO

Nadis era socióloga, hizo todo el apoyo psicosocial en mi trabajo, desde Sudarios, pasando por Relicarios, hasta el inicio del Oratorio. Al principio de la pandemia le descubrieron cáncer linfático que le afectó los dos lóbulos frontales del cerebro causándole una pérdida de memoria absoluta. El Memento mori se traduce a un Memento vivere. Lo que sigue en mi vida es un renacer.

REFLEXIONES

No me siento trabajando con la muerte, sino a partir del deseo de los vivos. Llevo más de cuatrocientos testimonios de muertes violentas, teniendo que tocar prendas con sangre, por ejemplo. Esto abre otro nivel.

El mundo de los espectros, de la muerte, me resulta muy bonito. Cuando pienso en mi papá y en mi tío, me siento bien custodiada.

El duelo de la muerte está ligado al amor, por lo mismo no debe asustar.

Como artista no salgo a buscar un camino ni imágenes. La forma visual que hay en mi trabajo es una línea continua que da forma a lo mismo, traduciendo, moldeando la dimensión del duelo.

Ante el duelo, ante la muerte, ante la pérdida, está el silencio. Se está tocando el amor del otro cruzando una barrera con empatía.

Solo en la dimensión de tu propio dolor eres capaz de entender el mío. No existe otra medida ni otra fórmula ni otra manera de entender su significado. Si me paro desde mi pérdida, desde mi fractura, desde mi propio ser, no tengo manera de no entender y condolerme con el dolor del otro.

Si lo que se está sintiendo por la pérdida se empieza a transformar en dolor, en rabia, en una herida abierta, es el momento de parar.

Soy una artista del duelo y no de la guerra. Me niego a darles voz a los victimarios. Entiendo que hay otros lugares para hacerlo. No se puede pensar en un único formato. Por eso los libros, las canciones, la novela, la historia, el periodismo. No podemos ficcionar (sic) la justicia ni romantizar el dolor. Se requiere que una cosa constate a la otra. No todo es arte porque la justicia no puede ser artística, es fáctica. Hay espectadores para cada cosa.

La pérdida te hace liviano, te hace entender otras cosas.

Lo que antes era demasiado importante para mí, ahora me tiene anclada al ciclo de la vida.

Considero que uno mira la vida en retrospectiva, a través del duelo y de la muerte.

Me encuentro en un momento íntimo muy lindo que me lleva a la tranquilidad emocional, viviendo en el Sosiego, nombre que le di a mi lugar.

Seguiré honrando el presente.