SARA TUFANO
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Soy una persona reflexiva, impaciente dependiendo de las circunstancias. Reservada más que sociable, pese a tener un perfil público. Estudiosa, buena lectora. Me apasiona la política. Desde que tengo uso de razón me he cuestionado sobre el mundo en que vivimos y de qué manera puede ser un mejor lugar para todas y todos.
ORÍGENES
RAMA PATERNA
El apellido Tufano es muy común en el sur de Italia, específicamente en Nápoles. Alfonso Tufano, mi abuelo, fue una persona muy alegre a quien le gustaba actuar y cantar. De hecho, conoció a mi abuela, Giulia Maselli, actuando en una obra de teatro cuando estaba en la Armada italiana. Construyó un teatro en su casa que fue en la que transcurrió nuestra infancia y donde hacía obras de teatro para sus invitados. Por muchos años trabajó en la Trans World Airlines (TWA), aerolínea estadounidense muy antigua que después desapareció. Por esto la familia de mi papá vivió dos años en Uganda y cinco años en Taiwán, mientras mi papá estudiaba en un internado en Roma.
Cuando murió mi abuela, mi abuelo se casó con una mujer de los Estados Unidos y se instaló en Florida con ella. No conocí a mi abuela paterna, pues murió muy joven a causa de un derrame. Fue una mujer estricta, sobreprotectora, la clásica mamá italiana que cocina delicioso y que se alegra cuando sus hijos están a su alrededor.
Paolo Tufano para mí ha sido un padre muy bondadoso, una persona optimista y valiente. Cuando niño sufrió polio en un momento en que todavía no había vacuna, entonces mi abuelo, dados sus contactos en los Estados Unidos, lo envió a un hospital en Brooklyn donde permaneció por varios meses. Estando allí aprendió perfecto inglés, algo decisivo en su vida pues terminó trabajando como traductor e intérprete. Logró caminar, solo que tuvo que ser intervenido repetidas veces a lo largo de su vida. Hizo parte de la generación que creció durante los años sesenta y setenta, los llamados “baby boomers”.
Alcanzó a estudiar dos años de medicina en Roma, luego interrumpió sus estudios para irse a vivir a Londres, donde permaneció tres años. Luego emprendió un viaje que inició en Canadá, siguió por los Estados Unidos, Centroamérica hasta llegar a Colombia. Estando en Santa Marta fue víctima de un robo en el que se llevaron todas sus pertenencias incluidos sus documentos. Como en ese robo perdió su pasaporte, tuvo que viajar a Bogotá para tramitar uno nuevo. Mientras esperaba los papeles comenzó a enseñar inglés en el Audiovisual Center donde conoció a mi mamá.
RAMA MATERNA
Mi familia materna es muy diferente a la paterna. Mucho más numerosa, con un menor nivel de escolaridad, además muy conservadora. Zuluaga es un apellido vasco. Fue el bisabuelo de mi mamá quien llegó a Colombia del País Vasco. Lucía Giraldo, mi abuela, nació en Caldas, se casó con mi abuelo Óscar Zuluaga, pero su matrimonio duró muy poco, entonces tuvo que criar a sus dos hijas y a su hijo sola, como muchas mujeres cabezas de hogar que se esfuerzan para que a sus hijos no les falte nada.
Mi mamá, Luz Marina Zuluaga, es una mujer generosa, paciente, bondadosa, comprensiva, muy culta, le gusta muchísimo leer. Tiene un marcado interés por la antropología y un claro talento manual de artesana que le ha permitido dedicarse a trabajar el cuero y el fieltro. Se consagró a sus hijos, tuvo siempre muy presente la importancia de nuestra crianza.
En los setentas sintió el mismo deseo de mi papá que la llevó a querer viajar y explorar otras cosas para salir del círculo parroquial en el que se encontraba. Comenzó a trabajar muy joven y se matriculó en clases de esperanto en el Audiovisual Center. Como cerraron el curso, le dieron la opción de estudiar inglés. Estudiando inglés su profesor le presentó a mi papá quien le dio la oportunidad de cumplir su sueño que era salir de Colombia.
CASA MATERNA
Tengo los mejores papás y hermanos que pudiera imaginar. Fuimos criados sin limitaciones, en libertad para explorar el mundo, para decidir en qué creer, con mentalidad abierta, en un entorno muy transgresor. Evitaron construir una familia consumista, buscaron lo que nos hiciera felices y lo que nos pudiera llenar más allá de lo material.
Soy la mayor. Luego nació Ioel, carpintero, escultor, con una personalidad un poco más seria y menos sociable en comparación conmigo y mi otro hermano. Es una persona muy generosa y servicial. David, mi hermano menor, es extrovertido, amiguero, fiestero, cinéfilo, músico que estudió batería. Ambos son personas muy inteligentes y se hacen querer por todos.
INFANCIA
Nací y viví mis primeros diez años en Italia. Conservo muy buenos recuerdos de una infancia linda, rodeada de amigos.
Fuimos una familia multicultural: europea, pero también latina. América Latina para nosotros fue siempre muy cercana. Compartimos muchísimo con una familia conformada por Jesús, peruano, y Stefania, italiana, que también tuvieron tres hijos de nuestras edades, siendo la mujer la mayor. Con ellos viajamos, jugamos tanto en su casa como en la nuestra, y preparamos deliciosas recetas. Jesús tenía un grupo de salsa, lo que nos permitió crecer en un ambiente muy latino, escuchando esta música más que la italiana.
Recibí una excelente educación primaria en Italia siendo yo una muy buena estudiante. A los nueve años ya les ayudaba a mis compañeras a hacer tareas, pero también a mis hermanos con quienes tuve también una relación de profesora porque les enseñaba, les dejaba tareas que luego les calificaba. Recuerdo también que en algún momento en el colegio hice danza clásica.
Para nosotros fue una sorpresa cuando, a mis diez años, mis papás decidieron mudarse a Colombia para que nos permeáramos del país de mi mamá y de su cultura. Llevé un diario en el que consigné que me parecía algo muy emocionante, me gustaba la idea de tener la posibilidad de conocer nuevas personas y un nuevo idioma. Curiosamente, ese mismo año, nuestros amigos decidieron también trasladarse al Perú, cerca de Cuzco, donde nos volvimos a encontrar en algunos de nuestros viajes.
EDUCACIÓN
Veníamos de un país que surtió un proceso de democratización de la educación, lo cual les permitió a las diferentes clases sociales acceder a ella, cosa que no ha sucedido en Colombia. Una vez en Bogotá, estudiamos en el Colegio Italiano Leonardo da Vinci, al que asistía parte de la élite que estudia en los colegios bilingües privados.
Recuerdo haber estudiado con la hija del embajador de Suiza. Haciendo tareas en su casa, me sorprendió encontrarme con que tenían tres empleadas: una para la cocina, otra para el oficio, una más como niñera. Esta es un poco la socialización que vivimos en el colegio, algo que yo no conocía y que marcó un contraste muy grande con lo que viví después.
Permanecimos tan solo un año en ese colegio porque mis papás no quisieron seguir viviendo en Bogotá. Como en Italia vivimos en pueblos pequeños cercanos a Roma y no en la ciudad, una vez en Colombia nos fuimos a vivir a Tabio, en la Sabana de Bogotá.
Nos matricularon en la escuela del pueblo para evitarnos el viaje hasta el colegio en la capital. Esta fue una gran transición. Por la vocación misma del lugar pasamos a estudiar con hijos e hijas de campesinos, experiencia que me marcó por siempre en el sentido de que pude evidenciar y vivir la desigualdad de clases tan grande que hay en el país, realidad que empieza en la educación.
En clase llamaban a lista por orden alfabético. Recuerdo el nombre de la primera niña quien me contó que se levantaba a las cuatro de la mañana a ordeñar las vacas, a dejar el desayuno y el almuerzo listo para los hermanos antes de irse a la escuela. Esta era una realidad completamente ajena a mí.
Mientras nosotros estudiábamos en un colegio al que asistían las clases populares del pueblo, los fines de semana compartíamos con amigos de clase media alta de Bogotá que tenían fincas en Tabio. Muchas de las cosas que yo leía era por recomendación de mis amigos que estudiaban en buenos colegios. Así surtí el proceso educativo con ellos quienes me mostraban lo que iban estudiando. Tuve una extraordinaria profesora de español, Charito, quien marcó a varias generaciones de estudiantes y con quien aún mantengo el contacto. Cuando hablo con la gente de mi generación confirmo que muy pocos tuvieron una experiencia como la nuestra.
Con los años pude entender la importancia de los vínculos que se crean en esta etapa en los colegios: el capital social del que habla el sociólogo francés Pierre Bourdieu y que en los países latinoamericanos es clave porque se vuelven los contactos para conseguir trabajo cuando uno termina la universidad, y que serán determinantes a lo largo de la vida.
Después de tres años durante los que cursé sexto, séptimo y octavo grado, me pasaron a otro colegio un poco más alterno, de familias de clase media que se estaban radicando en Tabio y que no querían que sus hijos estudiaran en el colegio en el que yo había estudiado, pero tampoco querían llevarlos a Bogotá. Aquí me encontré con jóvenes un poco más cercanos en cuanto a clase social.
Había pasado un año cuando decidí validar mi bachillerato, algo que en Colombia se asocia a los estudiantes vagos, sin ser mi caso, solo quería terminar rápido el bachillerato. Validé décimo y once en el Instituto de Formación Educativa e Investigación (IFEI), un centro de validación que quedaba cerca del Centro Comercial Andino al que acudían jóvenes que habían echado de colegios muy elitistas de Bogotá. Entonces no me gradué de ningún colegio privado, sino que tengo un diploma del ICFES.
Vivir en Tabio durante mi adolescencia fue una gran experiencia. En ese momento era un pueblo mucho más rural de lo que es hoy. Nosotros vivimos al pie de una montaña y con los amigos hacíamos picnics, caminatas, paseos en bicicleta. En la casa montábamos obras de teatro y nos inventábamos todo tipo de juegos, también escuchábamos rock argentino. Este fue un período muy tranquilo de mi vida, en el campo y con grandes amigos que aún conservo.
CANADÁ
Quería viajar y aprender inglés. Como mi papá tenía una gran amiga en Canadá, Ruth Lacey, la llamó para que me recibiera. Llegué a su casa ubicada en la Isla del Príncipe Eduardo (PEI), cerca de Nueva Escocia, en la Costa Oeste, donde pude llevar una vida muy tranquila, tener nuevas experiencias, acercarme a la literatura inglesa y cursar el grado doce. Así que además del diploma del ICFES, también tengo un diploma de bachillerato canadiense.
Ruth es psicóloga, una gran lectora, hizo parte del movimiento contracultural que estuvo en el festival de música y arte de Woodstock, realizado en 1969. Con ella leí muchísima poesía y literatura en inglés, lo que hizo de ese año uno muy fructífero. Profundizó el trabajo que habían iniciado mis papás, fue una guía que me llevó a cuestionar todo. En algún momento consideré que ese cuestionamiento debía continuarlo en Colombia.
Al terminar, a mis dieciocho años, tuve la oportunidad de quedarme estudiando en Canadá o de irme para Italia. Como siempre consideré estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, decidí regresar y presentarme a la carrera de Sociología. No fue opción quedarme porque sabía que en Colombia había muchas cosas por hacer, tenía la consciencia de la enorme desigualdad de clases que no había vivido ni en Italia ni en Canadá, países mucho más democráticos en ese sentido. Había aspectos de nuestra sociedad que quería entender como el origen de la desigualdad social y del conflicto armado, y solo podía lograrlo estando acá.
ACTIVISMO
Antes de regresar a Colombia, emprendí un viaje desde PEI, bajé por Quebec, por la costa oeste de Canadá y de los Estados Unidos, durante una fase anarquista que viví, influenciada por mis contactos con el movimiento antiglobalización que había promovido protestas en Seattle y en Quebec, a la que asistí.
En este viaje encontré muchas personas que me preguntaban por la guerrilla del ELN, por las FARC, también si sabía algo del conflicto y qué opinaba al respecto, pero yo no tenía ninguna información porque nunca nadie me había hablado de eso ni me lo habían enseñado en el colegio. Fue un tema muy hermético para nuestra clase social, un fenómeno que se daba en el campo, alejado de la ciudad, del que yo no me enteré, pero del que sí sabían en el exterior. Esta situación me llevó a reflexionar.
UNIVERSIDAD NACIONAL
En el 2002, período de muchos cuestionamientos porque se habían roto los diálogos de paz del Caguán y empezaba la época de Uribe, tuve la semana de inducción en el León de Greiff con todos los grupos políticos allí representados: desde las diferentes asociaciones de estudiantes universitarios hasta los encapuchados. Fue muy emocionante dado mi interés en entender la historia de Colombia, además, porque en la universidad pública se concentran todas las problemáticas del país en pequeña escala.
Tuve compañeros que venían del sur de la ciudad, quienes, si tenían para el bus, no tenían para el almuerzo. Me sentí en mi medio, pues había convivido en el colegio con hijos e hijas de campesinos. Pero también tuve compañeros mucho más acomodados. Por lo mismo, a todos los sentí cercanos.
Después de tres semestres, decidí no continuar. Interrumpí mis estudios para viajar y explorar otras cosas. En ese momento la academia no me satisfizo completamente. Sentí que, a pesar de ser un reflejo de nuestra sociedad, esta estaba desconectada de la realidad colombiana. De alguna forma lo sigue estando. Esta sigue siendo la crítica que se les hace a las universidades en las que hay profesores que llevan muchos años en ella, pero que están muy desconectados de lo que pasa en el país: la universidad se ha hecho cada vez más elitista y ha ido respondiendo a una lógica neoliberal.
La Facultad de Sociología en la Universidad Nacional fue creada por Camilo Torres junto con Orlando Fals Borda, personas muy comprometidas con el cambio en Colombia, pero sentía que en esa época nuestros profesores no lo estaban. Claramente era muy ingenua en ese momento y le estaba pidiendo peras al olmo.
Mi mayor arrepentimiento es el de no haber terminado la carrera en la Nacional. Pero, como dije, era joven e ingenua y pensaba que tenía una vida infinita por delante.
FRANCIA
Quise vivir nuevas experiencias y aprender otro idioma. Entonces visité a una gran amiga que vivía en Francia, mi hermano David también se había acabado de mudar a París.
Soy consciente de que, por el hecho de ser blanca y europea, mi situación distó mucho de la experiencia que puede tener una persona racializada, por ejemplo: no sufrí ni por los papeles ni fui víctima de actos racistas, tampoco me sentí migrante. Desde pequeña he sido muy consciente de mis privilegios de clase y de raza.
Trabajé como babysitter por algún tiempo y poco después decidí retomar la carrera en Francia, cuna de la sociología. Inicié mis clases en la Universidad Paris 7, con gran ilusión y con la falsa idea de que la universidad europea era mejor que la latinoamericana, por lo menos a nivel de pregrado.
A partir del año 2000, la reforma de Bolonia homologó los títulos europeos a fin de ayudar con la movilidad internacional y validar los estudios realizados en distintos países. Considero que con esto afectaron la calidad, acortaron las carreras, comprimieron las materias en tres años que bien podrían ser cuatro o cinco. Se trataba también de adaptar la universidad a las demandas del mercado. Pese a esto decidí volver a comenzar.
Me encontré con estudiantes de muchos países, para convertirse esta en una experiencia mucho más democrática que la que se tiene en una universidad privada en Colombia. Pierre Bourdieu estudió el proceso de democratización de la enseñanza superior francesa y concluyó que hay una forma para que las élites se reproduzcan y es a través de les grandes écoles, las grandes escuelas que son las que dan acceso a posiciones de poder en la sociedad francesa. Es así cómo se sigue generando una distancia con respecto a la educación pública reservada a las clases populares.
En Paris 7 tuve como profesora a Jules Falquet, Julio, socióloga y activista lésbico-feminista. Falquet viene de la tradición del feminismo materialista francés, pero, a pesar de ser francesa, conoce muy bien la realidad latinoamericana, pues hizo su tesis sobre las mujeres que participaron en la guerrilla en El Salvador, que luego se reincorporaron, y sobre cómo estas mujeres, al decidir tomar las armas, rompen ciertos estereotipos de género.
Lo que se investiga es que en esas organizaciones se sigue reproduciendo la misma división del trabajo que existe en las sociedades. Cuando estas mujeres, que habían roto los estereotipos de género, se reincorporan, descubren que la supuesta libertad que habían conseguido en la guerrilla termina anulándose cuando regresan a una sociedad machista y patriarcal donde son estigmatizadas y donde tienen que buscar trabajo, cuidar de sus familias y de sus hijos.
Las guerrillas se reincorporan, conforman un partido político y las mujeres, quienes en la guerra habían jugado un papel importante, pasan a un segundo plano porque son los hombres quienes tienen relevancia política. Es lo que estamos viendo con la división en las Farc y con Victoria Sandino, por ejemplo. Por mi experiencia en el Polo Democrático Alternativo he podido darme cuenta de que la tradición de izquierda en Colombia tiene mucho de eso, sin importar tanto que sea una organización guerrillera o un partido político, porque es una sociedad muy machista. Y como la prolongación del conflicto no ha permitido que las viejas generaciones lleguen al poder, siguen aferrados a sus dogmas sin abrirle mucho espacio a las nuevas generaciones y menos a las mujeres.
Jules ha estudiado los movimientos sociales progresistas como el Ejército Zapatista de Liberación Nacional o el Movimiento de los Trabajadores Rurales sin Tierra en Brasil. Conoce la realidad latinoamericana y es consciente de su propio privilegio como feminista blanca y europea.
En ese curso adelanté mis primeras lecturas feministas, pero todavía no era muy consciente de lo que significaba ser feminista. Aun así, me empecé a cuestionar, revisé mi vida a través de esos lentes. En esa época mis papás se separaron y pude observar la situación de mi mamá, quien prefirió no estudiar para dedicarse a la crianza de sus hijos. Este trabajo de cuidado de los hijos, que le permitió a mi papá continuar con su carrera profesional sin interrupciones, fue gratuito, porque no se le ha considerado trabajo. Como dice la filósofa y escritora feminista Silvia Federici “Eso que llaman amor es trabajo no pago”.
En París, me dediqué a leer muchísimo, fui una asidua visitante de la biblioteca de la universidad y de la Biblioteca del Centro Pompidou, aunque los fines de semana abrí espacios para compartir con mis amigos y mis amigas. En el 2010 tuve la oportunidad de trabajar en el Centro Pompidou, cuidando las salas del museo y brindando información sobre las exposiciones.
BRASIL
Se presentó la oportunidad de hacer un intercambio en el último año de mi pregrado, entonces decidí ir a Brasil para aprender el portugués y por ser la Universidad de São Paulo la mejor universidad pública de América Latina.
Me siento latinoamericana. Los latinoamericanos tenemos una historia común a pesar de que no nos conozcamos mucho entre nosotros. El problema con Brasil es que, el hecho de hablar otro idioma ha generado barreras entre este país y los países hispanófonos. Brasil tiene una historia apasionante. La resistencia a la dictadura, a partir de 1964, generó todo un movimiento político y cultural que perdura hasta hoy.
Llegué a Brasil en el auge del gobierno de Dilma Rousseff, a una universidad que no tiene nada que envidiarle a una estadounidense o europea, además cuenta con un campus maravilloso. Su Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas fue fundada por filósofos y antropólogos franceses, entonces tienen una fuerte influencia de la academia francesa.
MAESTRÍA
Fui muy bien recibida, hice muy buenos amigos, aprendí muy bien el idioma. Los profesores me invitaron a quedarme para hacer la maestría y yo acepté.
Corría el primer semestre de 2012, cuando todavía no se había hecho público el inicio de las negociaciones con las FARC. Hablé con un profesor, que luego sería mi director de tesis, sobre unos cambios que había notado en el lenguaje de los comunicados de las FARC que mostraban una apertura hacia el diálogo. Le dije que quería explorar esos cambios, entonces decidí hacer ese proyecto de investigación para ingresar a la maestría.
Preparándome para el examen de ingreso, que es altamente exigente, se conoció la noticia de las negociaciones. Pasé del análisis del discurso a estudiar los procesos de paz de los años 80, los de Betancur y Barco, mientras en Colombia se vivía el de Santos. Observé que la mayoría de las personas que escriben sobre el tema son hombres. De hecho, a ellos es a los que más invitan a hablar sobre el conflicto armado y el posacuerdo cuando hay cada vez más mujeres que estudiamos el conflicto y cuando en su mayoría somos las mujeres las principales víctimas y sobrevivientes de este.
COLOMBIA
Regresé al país en el 2015 para terminar mi tesis que estoy pendiente de publicar. Me encerré a leer durante ese año en la Biblioteca Luis Ángel Arango, desde donde hice una reconstrucción histórica de la década de los 80. La tesis expone que las negociaciones de paz se apoyan en modelos atemporales cuando uno tiene que analizar muy bien la correlación de fuerzas durante toda la negociación.
Por ejemplo, lo que ocurrió con el plebiscito. Escuché con especial atención todo el debate que se dio ese mismo año sobre la refrendación del Acuerdo. Algunos abogados, como Rodrigo Uprimny, afirmaban que la refrendación era necesaria porque le daba legitimidad al proceso, y se basaban en las experiencias de otros países como Irlanda del Norte, Suráfrica Guatemala, entre otros. Se decía que, en términos jurídicos, el acuerdo no requería una refrendación ciudadana, pero sí era necesaria por razones de legitimidad política. Sin embargo, una mirada a lo que estaba sucediendo en Colombia a nivel político ya demostraba que el proceso refrendatorio iba a ser un obstáculo, que había que buscar otro recurso, que el modelo clásico de las negociaciones no podía funcionar. Uno no se puede aferrar a modelos de negociación que de alguna forma no tienen un anclaje en la realidad del país.
El plebiscito se llevó a cabo por razones políticas: fue un pulso entre Santos y Uribe en el que Santos seguramente pensó que enterraría políticamente a Uribe, cuando lo que hizo fue revivirlo y darle mucha más fuerza.
En el 2015 terminé mi maestría y la sustenté en el 2016, unos meses antes de que se firmara el Acuerdo de Paz. Si bien tenía un conocimiento muy vasto sobre las negociaciones, porque leí mucho, llevaba mucho tiempo por fuera y no había seguido de cerca el proceso de paz de La Habana. Entonces empecé a asistir a los debates para enterarme de lo que estaba pasando y para conocer a los actores del conflicto, pero sin imaginarme, en ese momento, que con el tiempo sería una figura pública y que podría hablar precisamente sobre estos temas a un público más amplio. En ese momento tan solo estaba viendo en la práctica lo que de alguna forma había analizado y escrito en mi trabajo.
A mi regreso a Colombia no contaba con la red de contactos que brinda el estudiar en un colegio privado. Como mencioné antes, no tenía ese capital social que me pudiera vincular laboralmente a alguna organización. Quería hacer un doctorado, seguir en la investigación, pero comenzaba la implementación del Acuerdo de Paz y no me quería perder ese proceso, así que decidí postergar mis estudios.
Apliqué a una consultoría de la OIM y de la Alta Consejería para el Posconflicto, precisamente para trabajar en esa etapa del Acuerdo en temas de reincorporación económica y social de las FARC. En este trabajo conocí al ministro Rafael Pardo. Asistí a las reuniones de la CSIVI, la comisión encargada de hacerle seguimiento a la implementación del Acuerdo de Paz, donde pude conocer de primera mano los principales obstáculos que se fueron presentando en el proceso de implementación. Hice parte de un equipo que recibía los proyectos de la sociedad civil y se los presentaba a las diferentes embajadas, como la de Italia o la de Suecia, y a los guerrilleros en proceso de reincorporación.
EXPOSICIÓN PÚBLICA
En el 2017, comencé a escribir en El Tiempo precisamente sobre temas del proceso de paz, en ese momento todavía no escribía mucho sobre política. Mis columnas abordaban el hecho de que el gobierno no estaba cumpliendo cabalmente con lo pactado. Si el gobierno Santos hubiera puesto el acelerador en la implementación, quizás al de Duque le hubiera quedado más difícil deshacer todo lo que se hizo en el gobierno anterior.
No se puede pretender que unos actores que habían sido enemigos en la guerra, al firmar un acuerdo de paz, se convirtieran en los más grandes aliados. El gobierno, en el fondo, no está buscando que les vaya bien a los excombatientes, porque se trata de un actor político que en un futuro puede quitarle votos. Por eso se mantiene la disputa política, pese a la voluntad de terminar el conflicto.
Nunca me han gustado mucho las redes sociales, solo cuando empecé a publicar mis columnas fue que decidí abrir una cuenta en Twitter. Durante la campaña presidencial del 2018 me convertí en una voz progresista que apoyó a Petro en un momento en que todavía no éramos muchos los que desde los medios tradicionales le apostábamos al proyecto de la Colombia Humana.
Por mis estudios y mi experiencia, claramente no sigo la narrativa que impuso Uribe, la de que estamos frente a una amenaza terrorista, sino que entiendo que el conflicto tiene un origen social y político que se extiende hasta hoy. Viví esa desigualdad de clases, entonces entendí cómo estas se perpetúan en Colombia, lo que nos ha llevado a tener una democracia “imperfecta”. Esta falta de democratización la veo en muchos aspectos, no solo se refleja en el sistema político.
Fue el Acuerdo de Paz el que permitió empezar a hablar de otros temas, muchos de ellos reflejados en el programa político de Gustavo Petro y de Ángela María Robledo. Ella, además, nos interpelaba a las feministas.
A partir de mi participación en las redes y de mis columnas, me empezaron a llamar de otros medios. Descubrí que realmente hacen falta más voces progresistas en el debate público. Porque precisamente en ellos hay una voz dominante que es la del “centro” político, la del sentido común. Es de esta manera como irrumpo en el debate público.
NUEVA YORK
Después de la campaña presidencial, decidí que era el momento de regresar a la academia y hacer un doctorado porque quería seguir estudiando la historia de Colombia, del conflicto y de los procesos de paz.
Me presenté a The New School for Social Research, universidad privada de investigación en ciencias sociales en Nueva York, muy prestigiosa por haber recibido a grandes intelectuales que llegaron a los Estados Unidos huyendo del régimen nazi. Con los años se convirtió en un centro académico progresista de referencia en el mundo.
Me gané la beca que cubría la matrícula e hice un préstamo en Colfuturo para poder sostenerme en una ciudad que es una de las más costosas del mundo. Después de llegar y vivir un tiempo en NY, descubrí que me había equivocado.
La maestría que hice en Brasil fue casi un doctorado. La Universidad de São Paulo forma excelentes investigadores, quienes, desde el pregrado, se sumergen en el trabajo de investigación. En ese sentido, con respecto al trabajo de investigación, estaba más adelantada que mis compañeros y compañeras. Entendí que con esta maestría podía presentarme a otras universidades en las que quizás obtendría una beca completa. En Estados Unidos para terminar un doctorado pueden pasar seis años y no quería pasarlos endeudada y en una ciudad difícil en muchos aspectos. Además, en un doctorado lo más importante es el director de tesis, no tanto la universidad.
Tan pronto regresé a Colombia para pasar las vacaciones de fin de año decidí interrumpir el doctorado. Después regresé a Nueva York para recoger mis cosas y pasé tres semanas enteras conociendo la ciudad y visitando museos, algo que no había podido hacer mientras era estudiante porque el nivel de exigencia era muy alto y agotador. Fue lo mejor que pude haber hecho.
Regresé al país antes de que iniciara la cuarentena por la pandemia, por fortuna, pues de otra forma hubiera permanecido encerrada estudiando en Nueva York.
Debo decir que una de las mejores experiencias de mi paso por The New School fue tomar una materia que se llamaba “Clase, Género y Raza” dictada por Cinzia Arruzza, filósofa y feminista italiana radicada en los Estados Unidos. Ella es la coautora, junto a Nancy Fraser y Tithy Bhattacharya, del libro “Feminismo para el 99%: un manifiesto”. En su clase pude revisar los principales aportes de la teoría de la reproducción social que, en pocas palabras, son las actividades que se requieren para “hacer” la vida. Es un debate muy apasionante del feminismo marxista porque ellas revisitan la obra de Marx y muestran que, para él, el trabajo comenzaba en la fábrica, en el terreno de la producción, pero no se percató de que antes de llegar a la fábrica, alguien tuvo que criar a los obreros, darles de comer, lavarles la ropa, cuidarlos, etc. Y este trabajo del cuidado está dominado por mujeres trabajadoras quienes ejercen unas actividades muy mal remuneradas.
POLO DEMOCRÁTICO ALTERNATIVO
En el 2021 recibí una llamada del Polo Democrático. El MOIR se había retirado unos meses antes y habían iniciado un proceso de renovación interna, en particular de Polo Mujeres.
Querían que fuera candidata al Senado a fin de fortalecer la participación de mujeres del Polo en la política electoral, pues este partido tiene una de las peores bancadas en términos de paridad. En ese momento se hablaba de una lista abierta.
La actual es una campaña muy diferente a la del 2018, cuando me encontraba distante del tejemaneje electoral. Al acercarme, me causó una profunda decepción ver cómo se armaron las listas y las alianzas en el Pacto Histórico. Mientras la lista era abierta, tenía alguna posibilidad de participar en la contienda, pero al cerrar la lista, prevaleció la cercanía y lealtad a Gustavo Petro, quien más poder tiene en el PH, y quien no va a querer una bancada en el Congreso que lo cuestione. Esto aplica para todos los partidos porque sus líderes son padrinos políticos a los que uno se debe, lo que lleva a que se generen relaciones de fanatismo, como es el caso de la Colombia Humana (CH) con Petro.
Mis diferencias con la CH comenzaron en el 2019, antes de viajar a los Estados Unidos, cuando critiqué la elección de Hollman Morris como candidato a la Alcaldía de Bogotá por las denuncias de acoso y abuso sexual contra él. En ese momento fui descalificada por criticar al eterno amigo de Petro, porque al parecer es más fuerte la amistad entre ellos dos, que el compromiso de combatir la violencia de género.
A partir de ahí empezó un movimiento antifeminista dentro de la izquierda con esa vieja idea de que “la ropa sucia se lava en casa” y del “feminismo burgués”. Parece que no es bien visto que una mujer cuestione públicamente a un líder tan importante como lo es Gustavo Petro. Se nos exige que se surtan las instancias internas, pero estas no existen, pues estos partidos son muy poco democráticos.
El Pacto Histórico es una esperanza para muchísima gente en estos momentos, esto nunca lo he negado, pero la manera como se conciben y tejen las relaciones y alianzas deja mucho que desear. Claramente esto se va a reflejar si se llega al poder o si se alcanzan posiciones políticas más importantes.
Pienso que hay mucha subordinación actualmente en la izquierda colombiana. Creo que aquí juega la influencia del conflicto armado en la política. Mi recorrido por el feminismo, el cuestionar el lugar de la mujer en la sociedad y en la política, no me permite llegar a un partido para quedarme callada frente a los errores de sus líderes, ni para subordinarme.
Asistí al V congreso del Polo, que buscaba cambiar su dirección al ser la misma desde hace muchos años, también renovar sus Estatutos y otros documentos. Pero me di cuenta de que el Polo sigue estando capturado por unos líderes que son los que manejan las finanzas, los que dan los avales, y lo dirigen como si fuera su feudo.
Lo importante es ver hasta qué punto las feministas podemos lograr cambios al interior de estos partidos mixtos. Desde los años sesenta, las mujeres han señalado que la opresión no solo deriva de la clase social, sino que también hay otras fuentes de opresión como el género, la raza o la sexualidad. La estructura partidaria mixta es tan patriarcal que no permite que sean las mujeres feministas las que lideren estos procesos, sino mujeres funcionales al patriarcado.
Después de hacer un análisis basado en la política electoral, que han convertido en una práctica corrupta y sucia, me di cuenta de que algunas de las prácticas de la izquierda, que hacen parte de la forma como se ha construido la política a lo largo de todos estos años, también son corruptas, porque cerrar las listas para incluir en ellas a los amigos y amigas y para pagar favores es una forma de corrupción.
En el caso del Polo, siento que las decisiones más importantes que se deberían tomar en un Congreso, máxima instancia de decisión, se van aplazando porque el Comité Ejecutivo prefiere esperar a que pasen las elecciones cada cuatro años y a partir de los resultados ver si se renueva. Así termina completamente subordinado a la dinámica electoral y no renovándose ni transformándose. Hace falta un relevo generacional en la izquierda colombiana.
Finalmente, quiero que en Colombia se entienda que es posible cuestionar internamente a la izquierda y exigir coherencia sin que eso sea visto como una traición. Son tantas las experiencias revolucionarias y progresistas en el mundo y todas ellas nos muestran qué sucede cuando estos movimientos deciden ignorar o guardar silencio frente a los cuestionamientos de sus integrantes.
EL UNIVERSO DE LOS IDIOMAS
A veces estudiar siempre temas académicos se puede tornar algo árido. Y he encontrado en los idiomas una manera de pensar en otras cosas, de trasladarme a otras culturas, de retar la memoria y de divertirme. Casi siempre estudio de manera autodidacta porque los cursos de idiomas me parecen muy lentos y bastante caros, se han vuelto un negocio. Compro los libros, aprendo por mi cuenta y cuando logro un nivel avanzado busco conversar con la gente y leer en el idioma que esté estudiando.
El alemán me gusta mucho, he querido aprenderlo después de saber español, italiano, francés, portugués e inglés. Lo he estudiado, pero sin lograr todavía un nivel avanzado. También tengo interés por el ruso. En la Universidad de São Paulo hice un curso, pero me pareció muy difícil y lo suspendí en el primer nivel. En Brasil también me acerqué a las lenguas indígenas: al tupí, que influenció el portugués que se habla en Brasil, y al quechua. Recuerdo que viajé con un grupo de estudiantes, que ya hablaban tupí, a São Gabriel da Cachoeira, en el Estado de Amazonas, para poder practicar esa lengua. También tomé clases de chino, pero no continué por falta de tiempo y de disciplina.
PROYECCIÓN
Ahora mi prioridad es conseguir algo de estabilidad laboral, pues el 2021 lo dediqué al trabajo electoral. Entre mis proyectos más inmediatos están terminar un curso virtual sobre género y conflicto armado con la Universidad del Cauca y el Instituto Colombo Alemán para la Paz (CAPAZ). Quisiera retomar el alemán de manera más disciplinada. También concentrarme en escribir más y en publicar mi tesis de maestría.
Mi proyecto a mediano plazo es empezar un doctorado. Quisiera poder vincular el estudio sobre el conflicto armado y los temas de género. Quisiera hacer talleres de formación sobre feminismos, en particular para mujeres que militan en partidos mixtos.
A pesar de tener una carrera académica y una actividad política que me gustaría combinar a mediano plazo, no dejaré de hacer parte del debate público en temas políticos, independiente de si pertenezco a un partido o de si sigo en la academia.
FEMINISMOS
Debo decir que han sido mujeres feministas las que han ejercido una mayor influencia en mí: Jules Falquet, Cinzia Arruzza, Mara Viveros, Ochy Curiel, a quienes tengo el honor de conocer, pero también Silvia Federici, Angela Davis, Nancy Fraser, Audre Lorde, bell hooks y muchas más que ya no están con nosotras, pero cuya obra nos acompañará por siempre. Todas ellas son teóricas, pero también activistas. El feminismo es un proyecto político de transformación de las condiciones de vida no solo de las mujeres, sino de toda la sociedad.
Desde hace muchos años, en particular durante el siglo pasado, las mujeres revisitaron la historia a partir de una lectura feminista. Estudiaron la manera como ellas habían sido excluidas de la ciencia, de la política, de la literatura, de los espacios de poder, etc. Entonces, de lo que se trata es de revisitar la historia a partir de la perspectiva de las mujeres.
Para unas mujeres de clase media en Europa, el feminismo fue algo muy liberador. Empezaron a luchar y fueron ganando espacios de poder en universidades, en la política. A esto se le llama “romper el techo de cristal”, que significa llegar a lugares donde antes no estaban. Pero se volvió un proyecto muy individual, cuando de lo que se trata es de que no sea solamente el feminismo blanco hegemónico, sino que considere a la diversidad de mujeres: negras, mestizas, indígenas, y a muchos otros feminismos que consideran en sus análisis la raza, la clase social, la etnia, la sexualidad, etc.
El ejemplo más reciente de lucha feminista ha sido por la despenalización del aborto. Lo que no se ha querido entender es que las mujeres que mueren al practicarse un aborto, las que corren mayores riesgos, son las mujeres pobres, racializadas y en condiciones de vulnerabilidad. Si yo quedara embarazada y quisiera abortar, tendría la posibilidad de conseguir el dinero para abortar en una buena clínica, una en la que no me dejen morir.
Pero dentro de los partidos políticos progresistas todavía se encuentran resistencias. La lucha de las mujeres feministas está en que en esos partidos entiendan que el asunto va más allá de los votos, pues se trata de la vida de las mujeres pobres. De ahí la importancia del feminismo en el debate público: se trata de incomodar, de trasgredir y de transformar el sentido común.