Luis Luna Matiz

LUIS LUNA MATIZ

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy artista plástico que vive entre Villa de Leyva y Bogotá. Busco tener un carácter abierto, mantener  intereses muy variados que asumo con empeño y profundidad y que van desde la música, la neurociencia, los caballos, la pintura, la filosofía la huerta y por sobre todo valoro la amistad.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Los Luna preferían, a mi manera de ver, un estilo citadino de vida a pesar de amar como tantos la llamada tierra caliente. Tal vez tenga que ver con su ascendencia.  

Manuel Luna Lloreda, mi abuelo, de lo que recuerdo y oigo, tuvo un gran sentido del humor, fue una persona elegante, sobria, bondadosa, tranquila, flemática, buen padre. Un cachacazo liberal, de los antiguos, de sombrero, gabardina y paraguas. Medio convencional, medio vanguardista. Gran conversador. Lo recuerdo cómodamente sentado en su sillón reclinable contemplando un cuadro de un campo de espigas de Van Gogh y comentando la placidez que le producía.  

Blanca Gómez fue la parte más energética del matrimonio con mi abuelo, simpática, asertiva, excelente cocinera. Llevó el liderazgo de la casa en momentos decisivos. Claramente fue la devota esposa de don Manuel.

Don Jaime, mi papá, heredó un poco más el carácter flemático del abuelo. Estaba por encima de todo, gozaba un poco de escandalizar a la gente y de paso a mi mamá quien era más formal cuando se trataba de contextos públicos. Ayudó a muchas personas a desarrollar su carrera profesional que llegaron a puestos realmente importantes tanto en el sector privado como público, pero nunca se ufanó de ello. Su gran lección: “No tienes que demostrarle nada a nadie”.

Fue un gran compañero de viaje, querido por todos los que lo conocieron a pesar de ser algo distante. Le encantó jugar cartas. La comodidad de una hamaca no la negociaba por nada en el mundo. Heredó el sentido de humor de su padre. Al final de su vida se fue apagando por una enfermedad del corazón que de alguna manera le fue limitando y silenciando su carácter hasta quedar poco rastro de ese flaco elegante que la gente buscaba para compañía.

RAMA MATERNA

José Ignacio Matiz Nieto, mi bisabuelo, casado dos veces, es el patriarca de una familia abierta, simpática, delirante, emprendedora, con una vena artística bastante marcada, con facilidad y fascinación por la música. Su retrato de 1910 muestra una frente muy amplia, una mirada seria, pero no agresiva ni soberbia, y una barba bastante larga y poblada.

En los cuentos de familia se dice que tenían por tradición el que todos interpretaban algún instrumento especialmente de cuerdas como la guitarra, el tiple, la bandola, la mandolina. Pero yo los identifico más como esos personajes de hacienda sabanera, clásicos, que abundaron en el siglo XIX. Se vanagloriaban porque un Matiz jamás mentía ni hacía trampas, sino todo lo contrario, vivían orgullosos de ser éticos, justos y prudentes así lo llevaran a las últimas consecuencias.

Graciela Matiz Pinzón, mi mamá, fue la menor de ocho hermanos y, según ellos, la mimada de la casa.  Huérfana de madre desde los tres años, creció buena parte de su infancia y adolescencia con tres tíos solterones, chapinerunos, tradicionales, muy estrictos. Siempre sintió la ausencia de una familia nuclear, según sus palabras, lo que mas añoraba era tener una familia propia. Tal vez por eso se casó tan temprano.  A pesar de ese ambiente estricto, poco tolerante y a veces un poco cruel, estas circunstancias no lograron doblegar su carácter rebelde, combativo, curioso y siempre alegre, igual al de sus hermanos.

Amó la música, aprendió a tocar guitarra siendo ya casada y compuso algunas canciones. Ponía sobrenombres cariñosos a las personas y siempre tenía alguna palabra de estímulo, de empoderamiento, de ánimo hacia los demás.

Vivió intensamente, preocupada por los demás, por las causas sociales. Fundó el psicoprofiláctico en la Colombia de los años sesenta en el que preparaba a las señoras para dar a luz, y yo la molestaba pues parecía haciendo ópera y teatro por todo el entusiasmo que irradiaba en sus extensísimas clases. Fue una convencida del poder y la importancia que tiene la mujer de traer un hijo al mundo de una manera que rayaba en la mitología.

CASA DE SUS PADRES

Mis padres construyeron su matrimonio con el gran pilar del amor, camaradería que transmitieron a nosotros, sus hijos. Nos enseñaron, a mi hermana y a mí, solidaridad, respeto, tolerancia bajo un techo de pensamiento liberal, sin clasismos. Fueron lo mas cerca a librepensadores.

También nos inculcaron un enorme respeto por cualquier forma de cultura, por la música, por el arte, por la historia. Así no hubiera dinero en épocas duras, la lección que recibimos fue la de que los valores estaban por encima de lo material. Nunca basamos nuestra autoestima en pertenencias o estatus social. Fuimos una familia muy unida, con unos lazos irrompibles a pesar de un par de crisis que nos tocó pasar.

Luz, mi hermana, es una persona tranquila, afable inquieta, políglota que vive en Holanda hace treinta y cinco años. Está casada con Alex, holandés de Delft, ingeniero y matemático exitoso en su profesión. Luz es una abuela feliz a quien le encantan las manualidades. Trabajó largos años en jardines infantiles y llegó a hacer parte del concejo regional de su institución en Rotterdamm. Disfruta de un grupo multicultural de amigos.

INFANCIA

Mis primeros recuerdos son muy vagos, aunque de mucha felicidad. Lo que empezó a marcar mi infancia fue el hecho de vivir en Los Ángeles, California, durante cuatro años. Fue como traer el sol a esa primera infancia.

Nuestra casa quedaba en Santa Mónica, junto a la playa y las olas gigantes del Pacífico. Recuerdo la luz, las palmeras las avenidas amplias y bellas. Allí aprendí inglés, el mismo que ya se estaba convirtiendo en mi primera lengua.

Recuerdo, a pesar de mi corta edad, que lo normal era que trabajáramos en equipo, pues no contábamos con la ayuda de una persona que atendiera el oficio, entonces todos asumíamos alguna labor.

Éramos muy informales, mis papás se trataron con mucha camaradería; como eran tan jóvenes impregnaban el ambiente de frescura y amabilidad. Mi papa hacia desastres tratando de cocinar y todos le celebrábamos, nos reíamos mucho.

Estudié en un colegio público con gente de diferentes procedencias. Recuerdo especialmente una hindú quien el primer día de clases me pegó un puño en el estómago: dolorosísimo. Nunca supe por qué lo hizo. Pero también recuerdo el coro del colegio, las obras de teatro, las clases de arte en las que me distinguía por pintar los mejores dinosaurios y el retrato de John Muir naturista importante de USA por quien llevaba el nombre el colegio.

COLOMBIA

Regresamos a Colombia en 1966 para hacer la Primera Comunión y terminamos quedándonos definitivamente. Mis padres quisieron hacer el viaje en carro desde  Santa Mónica hasta Miami atravesando el sur. Recuerdo que mi mamá  escribió  un diario en el que consignó el recorrido, y quedó en mi memoria entre brumas el cruce por el rio  Mississippi una noche de verano.

Muy al estilo de mis padres llegamos de sorpresa. Al ser mi mamá la niña mimada de la familia por ser la menor de ocho hermanos, fuimos recibidos con fiesta. Empezaron a aparecer primos como hongos, pues eran muchos y yo no los conocía, ¡no lo podía creer! Los unos recitaban poesía, otros tocaban guitarra, otros más bailaban.

Esto rompió para mí el esquema de familia al que estaba acostumbrado y que integrábamos cuatro personas estrechamente unidas. Aquí recuerdo a Proust con su obra En busca del tiempo perdido, cuando el niño llamaba a su mamá desde la cama mientras ella atendía la cena con amigos: se presentaba en su cuarto, lo acompañaba cinco minutos y nuevamente se iba. Esta fue la misma sensación que tuve, porque experimenté un sentimiento de pérdida de esa intimidad.

ANGLO COLOMBIANO

Nos matricularon en el Anglo Colombiano por recomendación de una tía de mi mamá. Estudié allí cuando quedaba en la Calle 100. Era un colegio de ladrillos estilo inglés. Teníamos uniforme de corbata y blazer, cuando en California jamás usamos uno. Al principio gocé con la novedad y la formalidad del ambiente, los prados verdes y el frío sabanero. Obtuve muy buenos resultados académicos e hice grandes amigos que todavía conservo.

Tantos cambios fueron creando en mí flexibilidad mental para entender gente, idiomas, aceptar diferencias, lo que nos ayudó muchísimo, tanto a mi hermana como a mí, más adelante en la vida.  Claro que no todo fue color de rosa, los primeros tres años soñaba con regresar a Santa Mónica para estar en ese lugar junto al océano, como le decíamos al mar.

Desarrollé distintas habilidades, hice parte de grupos de teatro que en el colegio tuvieron una base muy fuerte, y contamos con profesores que habían sido actores profesionales en Londres. Cada año se hacía una obra de teatro oficial del colegio, algo que el Anglo se tomaba muy en serio a nivel profesional. Profesores y alumnos representaron Equus una obra de Peter Shaffer, la historia de un esquizofrenico obsesionado sexualmente por los caballos tratado por un psiquiatra que entra en serios cuestionamientos acerca de los tabús y la labor “civilizadora de la siquiatría”. Esto ocurrió en el TPB, Teatro Popular de Bogotá, al mismo tiempo en que la estrenaban en Londres.   

Todo lo que incluía las actividades de tearo, ejercían una fascinación para mí. Fue maravilloso llegar en bus a la Jiménez con carrera quinta para descubrir ese teatro laberíntico, lo que hay detrás del escenario, los camerinos, las escaleras secretas. Tiempo después participé en una gran obra llamada Esperando a Godot, de Samuel Beckett. Llegué a un nivel más informal a dirigir comedias y sketches de teatro que presentamos en el Gimnasio Moderno, entre otros sitios.

Me interesé mucho por el arte, pero por motivos de distinta índole también se generó una fascinación por la medicina. Diego Fallon, novio de mi hermana, bisnieto del gran poeta de ascendencia irlandesa Diego Fallón, fue una referencia importante en esa época. En los años setenta Diego era estudiante de medicina en la Nacional, izquierdista, poeta como el abuelo, muy culto. Tocaba guitarra, con ella le daba serenatas a mi hermana, quien se las perdía por dormilona. Trajo la música de Joan Manuel Serrat a la casa, los Chalchaleros y muchos “setentazos” más. Algo que siempre le agradeceré.

Un poco influido con el psicoprofiláctico de mi mamá y por los temas médicos que Diego nos hablaba, me empecé a interesar muy especialmente por el psicoanálisis. También me influyeron las lecturas de Freud que tratamos con amigos del colegio en una especie de grupos de lectura que armamos.

Al mismo tiempo pintábamos mucho. Teníamos cajas de acrílicos a nuestra disposición y sin restricciones. Junto con Jorge Padilla, quien recibía clases con David Manzur, éramos los más entusiastas en las clases de arte del profesor Barbosa de las que fuimos los pintores. Yo resultaba quizás mas más psicodélico. Mi tema preferido era dibujar entre manchas a una mujer esquizofrénica inventada a quien le escribía poemas dibujaba y pintaba, y a quien llamaba Mad Madeleine.

UNIVERSIDAD JAVERIANA

Decidí estudiar medicina en la Universidad Javeriana donde permanecí cinco años. Mi interés estaba en psiquiatría y tuve como profesor en neurofisiología al doctor Murillo, que era un genio.

Venía de un colegio completamente laico y mixto, aunque en mi caso algo cerrado y circunscrito en sí mismo. Por contraste la mayoría de mis compañeros en la Javeriana habían estudiado en colegios masculinos o femeninos, religiosos, y la mayoría de los jesuitas. Como un compañero de colegio decía “lo más raro para uno en el Anglo era encontrarse con alguien de otro curso”, empecé a tener contacto con personas de las diferentes regiones del país, gente maravillosa que hizo que me enamorara de Colombia. Gocé muchísimo la carrera.

Viví un paro en la Javeriana que mis compañeros apoyaron pese a ser bastante conservadores. Recuerdo una anécdota muy simpática cuando una compañera, que estaba en las manifestaciones, fue sorprendida por el rector Escallón quien la amenazó con contarle al papá.

La idea de practicar la siquiatría se fue desvaneciendo. Me cuestioné muchas cosas con mis amigos cercanos. Realmente fue perdiendo piso como la profesión que quería ejercer.  Hice la rotación en psiquiatría en el Hospital Psiquiátrico de Armero, en 1979, antes de la tragedia. Creo que con la avalancha también se enterraron mis deseos de ejercer como psiquiatra.  Poco a poco empecé a aislarme porque no me veía encerrado en un consultorio todo el día atendiendo pacientes, pese a que me fascinara el conocimiento. Me despertaba pasión conocer la fisiología, la anatomía, el funcionamiento del ser humano, su mente, pero no así el ejercicio de la profesión.

Dentro del grupo de amigos que conformé en la Javeriana surgieron intereses muy variados. La vida le trae a uno la gente que es. Con un gran amigo, Mauricio Montoya,  quien era de Medellín y tenía un apartamento Art Deco en la 19 con sexta, conformamos un grupo un poco atípico de futuros médicos. Hacíamos tertulias, recitábamos a Borges, leíamos a Carlos Castañeda íbamos a la Cinemateca.

Nos interesamos muchísimo por la anti-psiquiatría, movimiento muy importante que hubo en Inglaterra dirigido por Ronald David Laing Cooper, quien argumentaba que era la sociedad la que estaba esquizofrénica y así revaluó la reclusión de los enfermos mentales y los tratamientos concentrados en las drogas psiquiátricas. La obra EQUS, que presentaron en el colegio resonaba, en mi inconsciente seguramente. Todo esto resultaba revolucionario para la época, y nosotros nos sumamos. Casualmente después llegué a saber que Luis Carlos Restrepo fue uno de los médicos asociados a antipsiquiatría en Colombia.

Viajé con mis amigos de medicina a unas playas del Ecuador. En el camino y echando dedo pasamos por Popayán, donde conocimos gente interesantísima que hacía las primeras granjas ecológicas que conocí. Fue el primer momento en que escuché hablar sobre el planeta sostenible. Se me abrió un horizonte más amplio, conocí un estilo de vida distinto. Supe que la vida no es graduarse, especializarse, hacer plata. Entendí que podía darle un sentido, a no seguir en modo automático.

Llegó el momento de cuestionarme sobre mi futuro, de saber qué quería hacer con mi vida, cómo quería proyectarme como persona, el momento de identificar mi nicho de producción. Con toda la fascinación con la medicina, el interés no pesaba tanto. Cada paciente y muerte, ver tanta miseria y abandono, me significaban un drama. La siquiatría no era tampoco una opción.

Consideré que lo mejor que uno puede hacer en la vida es ser consecuente. Decidí no seguir alegando contra lo que hacía, suspender y cambiar de vida. Como dice el filósofo Ludwig Wittgenstein “Si tienes un problema, vive de tal manera que el problema ya no exista”. Y mi interés estaba en el arte.

Sabía que si me graduaba terminaría siendo médico, entonces me retiré en décimo semestre, también lo hicieron dos de mis amigos. Por fortuna, el pertenecer a una familia bastante joven, abierta y moderna, conté con su respaldo para tomar mis decisiones. Hablé con el padre Jorge Llano, un gran humanista, y con Álvaro Escallón. Les pedí que me guardaran el cupo y accedieron pues en general fui buen estudiante.

Era la época de ser radical con mis cosas y demostrarme que podía sacar a delante mis proyectos y sueños y sobre todo de encontrar un estilo de vida que me satisficiera y me dejara crecer.

ESCUELA DE GUIAS

Desde el colegio escribía sobre arte, pintaba muchísimo, asistía a exposiciones, lo que me permitió acercarme al medio. Conocí a Pedro Cote, hijo del poeta colombiano Eduardo Cote Lamus y de la galerista Alicia Baráibar una vasca maravillosa, inteligente vanguardista, culta y hermana de Ramón, importante poeta contemporáneo. A sus fiestas asistían artistas plásticos, intelectuales, escritores, políticos, algunos que solo veía en los periódicos y que me parecían inalcanzables. Obviamente en ellas servían licor generosamente, lo que tenía para mí el encanto de conocer la bohemia pura y dura.  

Conocí allí a la pintora inglesa Freda Sargent, quien había estado casada con el maestro Alejandro Obregón. Freda era la persona más linda y particular de ese grupo. Me hice amigo de su hijo Mateo, a quien enviaron a estudiar a Boston, y así fue como en su ausencia su mamá me heredó como amigo. La visitaba en el Polo Club, donde vivía. Nos hicimos grandes amigos. Por ella comencé a fumar Pielroja, lo que me parecía muy bohemio. Me contó la historia de su vida, absolutamente fascinante. Obregón la había conocido siendo ella una artista muy reputada en Londres, su hermana era amiga de Yoko Ono y de John Lennon con quienes compartían apartamento.

Freda llegó a Barranquilla para descubrir un mundo seguramente patético y machista a sus ojos tan distinto al swing londinense de los sesenta, hervidero de vanguardia, feminismo, izquierda, hipismo. Mientras Obregón entraba a la Cueva para reunirse con Gabo, ella se quedaba esperando en el taxi convencida de que esas reuniones eran solo de borrachos.

Me emocionaba descubrir mundos nuevos, saber que había otros estilos de vida que podía llevar. Así me convertí en su discípulo más fiel para permearme de la poesía que ella leía, para conocer el arte moderno y el abstracto que a ella le encantaban. Sostuvimos conversaciones de psicoanálisis y arte, y me compartió libros que le enviaban de Londres. La muerte del psicoanálisis, los libros maravillosos de Peter Fuller sobre arte y psicoanálisis eran como la conjunción que me entregaba ella de mis dos pasiones: la de la Javeriana de médico y ahora la de artista.  

Gracias a Freda supe que para ser artista no era necesario ni ser Picasso ni millonario ni famoso. Tuve nuevos referentes a Beatriz González, Luis Caballero, Manolo Vellojín, Momo del Villar, Rafa Echeverri, Feliza Burztyn, Pablo Obelar. Ejercían su profesión, unos con más comodidades que otros, pero todos igualmente contentos, al menos eso me parecía, compartiendo un mundo con otras preocupaciones, otras prioridades que me parecían más valiosas. No dudé en que eso me daría felicidad porque estaría rodeado de la gente que me gustaba y haciendo lo que amaba.

Quise entonces estudiar arte en la Nacional, solo que me encontré un ambiente muy burocrático y troglodita. Antonio Grass, por contraste en la Universidad Jorge Tadeo, me dijo: “Si usted está tan motivado con el arte, bien vale la pena darle una oportunidad sin examen de ingreso”. En la Tadeo estuve por espacio de dos años.

Uno de los grandes aportes de esa época fue participar de la Escuela de Guía que conformó Beatriz González, artista, maestra e investigadora. Leímos grandes autores, referencia clave para entender el arte contemporáneo. Acompañamos exposiciones como la de Philip Guston, Paul Klee,  Grafica Alemana, Armando Reverón, entre otras. Gozamos del cine club que Kike Ortiga manejaba en el Museo. Así me fui empapando poco a poco del mundo de arte local. El real y no el que tenía en la fantasía de adolescente. Y sentí de nuevo que ese era el mundo que prefería.

BERLÍN

Viajé a Berlín después de dos años de estudiar en la Tadeo. Mis padres me habían ofrecido el tiquete y una plata para arrancar. Y decidí este destino en el que tuve que mantenerme por mi cuenta. Ya había empezado a estudiar alemán y mi amigo de lecturas de psicoanálisis, Germán Meléndez, hoy un importante profesor emérito de la Universidad Nacional, estudiaba filosofía e historia en la Universidad Libre de Berlín. Eran los años ochenta cuando la ciudad estaba amurallada, habitada por el movimiento Punk, pintores expresionistas, squaters con comunas de antipsiquiatría, a quienes conocía muy bien por mis lecturas. Este lugar era un hervidero de ideas. La emoción era toda. Keruzberg se volvió mi barrio emblema y El Bronx la discoteca preferida.  

Estuve por espacio de cinco años trabajando y estudiando en la facultad de Arte en contexto en la Escuela de Bellas Artes HDK de West Berlin. En Colombia había dictado clases de inglés, lo que era un chiste frente a lo que me tocó enfrentarme en Alemania como trabajador raso.

La ética de trabajo alemana es algo de admirar. Es el torrente de dopamina mas grueso que hasta entonces había vivido: el ánimo de llevar una tarea a cabo bien hecha, cumplida y en equipo, era todo.  El trabajo se tomaba en serio, así fuera empacando tuercas programando un computador, enseñando una clase o barriendo un corredor.

La universidad tenía una bolsa de trabajo para estudiantes que repartía boletas desde las seis de la mañana y empezaban a llamar ofreciendo trabajos por horas, en su mayoría para el Centro de Convenciones: cuidando viejitos, empacando, limpiando o como obreros de construcción.

En pleno invierno debía madrugar, palar la nieve para irme a levantar carga pesada. Encarraba cajas en medio de la nieve y no podía permitir que se fueran al suelo, pero más de una vez reviví, no sin risas, esas películas de Charlie Chaplin cuando de pronto todo se volvía una catástrofe por un pequeño descuido.

Aquí me encontré con futuros directores de cine japoneses, chinos, árabes, turcos, artistas conceptuales, músicos con quienes compartí labores y aprendí de sus sueños e historias. Tuve novia griega que estudiaba en la escuela de cine. También conocí a un amigo griego, que era como un hermano. Porque con los griegos tuve una empatía especial y viajé a su país un par de veces. Me identifiqué mucho con ellos, con su cultura, disfruté en sus fiestas. Resultaba contagioso verlos bailar y compartir su amor por la tierra. Lo auténtico, lo verdadero para ellos estaba en lo simple y natural. Y eso fue otra gran lección para mí. Mediterráneo, pero no botados al estilo, sino a lo terrenal.

MUSEO DE ARTE MODERNO

Vine de visita a Colombia después de cinco años de no pisar el país. A través de mi mamá conocí a Carmela Jaramillo, quien trabajaba en la Curaduría del Museo de Arte Moderno al lado de Eduardo Serrano. Carmela me comentó que estaban buscando un director para el Departamento de Educación y como para mí resultaba perfecto quise volver a Colombia. Regresé convencido de que era la mejor decisión, con la posibilidad de aportarle a la cultura de la mano de Gloria Zea, Carmela Jaramillo, María Lucía Lloreda, Marcela Ángel. Conformamos un equipo muy agradable.

Comencé a exponer en la Galería Diners que estaba recién inaugurada. Viajé por todo el territorio nacional con los programas que José Rocca tenía con la Luis Ángel Arango. Participé en los talleres y exposiciones de Carolina Ponce de León. Me vinculé de manera estrecha con otros artistas como Jaime Iregui, María Elvira Escallón, Luis Hernando Giraldo, Carlos Gómez Galeano.

Retomé amigos de las épocas de la Tadeo con quienes trabajamos en el Museo de Arte Moderno de la mano de Beatriz González en la escuela de guías. José Alejandro Restrepo, gran artista de video arte, Doris Salcedo, la Nena Carvajal, Carolina Ponce de León y otros.

NUEVA YORK

En 1991 viajé con una beca Fullbright a Nueva York para hacer mi maestría en pintura en una escuela prestigiosa en Manhattan, School of Visual Arts – SVA. En tres años dejé muchos nexos que me permitieron mantenerme muy vinculado aún después.

Compartí apartamento con amigos en un sitio magnífico, icónico, encima de Lucky Strike, bar muy famoso en Soho. Recuerdo que bajaba en pijama a tomarme una cerveza y a fumarme un cigarrillo.

Liza, amiga australiana, encontró después un espacio en el Alphabet City, East, un barrio deprimido en esos años. Se trataba de un sitio donde antes funcionaba una fábrica de Escayola, adornos de yeso. Lisa nos decía: “¡Look, how beautiful!”. Definió en su imaginación todos los espacios. La tomamos y trabajamos arduamente hasta adaptarla.

Bodhi, un cineasta y niño privilegiado de Sri Lanka, detestaba que le dieran órdenes, así que las cumplía a su ritmo, muy parsimoniosamente. Long Bin, escultor Taiwanés, rápido e impaciente, era el único que sabía de construcción. El problema era que no hablaba inglés, pero sabía cómo levantar una pared y cómo usar un taladro, entonces fue quien dirigió la obra. Yo resultaba bastante torpe en cuestiones de construcción de casas.

Entre cuatro personas logramos, en cinco días, armar un apartamento para estrenarlo un 31 de octubre, día de las Brujas que en Manhattan es todo un carnaval y nosotros en medio cargando y descargando muebles viejos del Salvation Army y mucho arte a nuestra nueva casa en Alphabet City.

La llamé The Cathedral of Erotic Miseries, La Catedral de las Miserias Eróticas, nombre fijado en aviso, porque tenía vitrina en homenaje a Kurt Schwitters. Se convirtió en el sitio de encuentro de todos los artistas jóvenes, gente becada del Whitney compañero de SVA.

VILLA DE LEYVA

Viajé a Grecia para visitar a mi amigo Kostas Loannidis, quien  también había estudiado  en SVA de Nueva York. Llegué a su casa en Andros donde disfrutaba de la playa mientras trabajaba en la universidad dos veces a la semana. De inmediato pensé que quería hacer exactamente lo mismo en Colombia.

Regresé al país en 1994 para instalarme. Busqué pueblitos, el que más se parecía a lo que me gustaba fue Villa de Leyva. Vine con el propósito de expandirme en un momento en que tuve mis prioridades más claras. Ya no más ciudades, preferí el campo y estar cerca a la gente que vivía de la tierra.

Busqué un estudio para elaborar mi arte. Lo encontré en un chircal abandonado. Fui haciendo una inmersión en la literatura del siglo XVII en Colombia. Me interesó leer los textos de Álvarez de Velasco y Zorrilla, los de Juan de Castellanos y en general de los escritores de La Nueva Granada. Produje un collage de frases y textos entrecortados, sacándolos de su contexto y colocándolos de manera más poética entre la pintura siendo este es uno de mis sellos. También empecé a indagar en otros materiales, me acerqué al metal.

RUTA DEL CAUCHO

Viajé al Amazonas en el 92, navegué el río entre Leticia y Belén de Para. Basado en este periplo hice una exposición grande en el Museo de Arte Moderno llamada precisamente El Amazonas.

Hice un par de exposiciones basadas en el texto de El Desierto Prodigioso y Prodigio del Desierto. Otro par en el Museo de Arte Moderno. Una más en el museo de la OEA en Washington, curada por Ana María Escallón y dedicada a Goya porque me empezó a inspirar la manera como combinaba las frases de los caprichos en la parte inferior ilustrando la imagen. De alguna manera ese periodo de la historia de España y de nuestra incipiente República, tan lleno de contradicciones, me invita a reflexionar en lo esquizofrénica que llega a ser nuestra historia.  

Comencé a trabajar otros materiales como el vidrio, hice dibujos con esmalte sobre metal y empecé a incorporar La Caridad del Cobre, esa virgen Cubana que salva las tres procedencias  indígena africana y europea que nos sintetiza.

VIAJE DE LA SEDA

Viajé por la ruta de la seda que terminó en una exposición en coordinación con Martha Matiz de la Galería Diners, lo que implicaba abarcar desde Turquía hasta Moscú. Aquí me recibió María Goff, historiadora de arte australiana, actualmente profesora muy reconocida.

Visité Bujará en Uzbekistán, Samarcanda, Taschen. Hice unas pinturas maravillosas cuando apenas sucedía la Perestroika, entonces había un ambiente todavía muy soviético. Tomar la avioneta en Moscú en un aeropuerto auxiliar, no en el principal, era como subir a una flota, no revisaban el tiquete lo que me generaba inquietud en el caso de haber tomado la equivocada, pues ellos no hablaban inglés y yo no hablaba ruso.

No había nadie que me esperara, luego apareció una señora encargada de ser mi guía. Era de los pocos turistas del momento. Viví una experiencia maravillosa.

Me encanta perderme en las ciudades y no tener un rumbo definido, me gusta explorar. Salía en las tardes a ver el atardecer. En una de esas caminatas un niño se me acercó y me invitó a conocer a su familia, entonces recorrimos entre barrios. Pasamos por uno judío de adobe, precioso, color arena, casitas de máximo dos pisos, pero sin techos porque nunca llueve, con terrazas encima. Me recibieron su mamá, su abuela, su hermana, quienes me invitaron a tomar té sentados en una carpeta, una especie de pañoleta grande. Así pasó toda la noche balbuceando el inglés. La mamá miró mis rodillas y me dijo: “Buena familia”.

Después estuve en el barrio judío en Buchara donde me invitaron a tomar té en una casa que para mí es el palacio que siempre tuve en mente para proyectar la mía de Villa de Leyva. Ese ‘palacio’ contiene una magia preciosa. Una manera de circular y recorrerla donde cada rincón es distinto. Uzbequistán conservaba mucha de sus tradiciones ancestrales que hacían del lugar algo bellísimo. Recuerdo a un hombre con dientes de oro que me decía: “azafrán, azafrán”.

Regresé a Moscú donde contacté a los amigos de María quienes me invitaron a unas fiestas de artistas, eran de locura. Los rusos definitivamente si son de extremos los unos se desnudaban, se encaramaban encima de las mesas con vodka en la mano mientras comían  cebolla larga encurtida, apios y zanahorias. Este es el estereotipo perfecto del ruso. Había enanos, jovencitas y gente de todas las edades en esa fiesta estrambótica de Moscú.

ESTUDIO TALLER DE BOGOTÁ

En el Estudio Taller de la Candelaria hice una exposición que me fue muy significativa en la Casa Iregui por invitación de Alberto Escobar. Fue una gran instalación, dividida en cuatro espacios a manera de cruz, personificando los ciclos de la vida. Traje azadones antiguos, hice una muestra de objetos, pinturas de amigos, serigrafías debajo de vidrio en el piso. En el centro instalé una piscina de espejos rodeada de poemas, encima una catedral como homenaje a la Catedral de las Miserias Eróticas.

Abrí un sitio con elementos que tenían que ver con la tierra y lo cerré con cosas más esotéricas como el Apocalipsis de Durero en metal de gran formato y anclados en las paredes. Fue un trabajo enorme y muy gratificante.

Carmela Jaramillo, curadora de arte, manifestó que era una de las cosas que más le gustaban de mi trabajo. Y es que contenía mucha de mi historia.

FUNDACIÓN ANA – LABORATORIOS DE ARTE

Clarissa Ruiz, quien trabajaba en el Ministerio de Cultura, me invitó a participar en laboratorios de arte que consistían en trabajar con artistas locales de distintas regiones de Colombia. Para esto debí iniciar mi fundación dado que el Ministerio no podía trabajar con personas naturales. Así nació la Fundación Ana, que quiere decir equilibrio, balance. El nombre lo adopté en honor a mi abuela.

Presentamos un proyecto piloto, para el que escogí la zona boyacense santandereana. Invité artistas, estudiantes y profesores de la Universidad de Pamplona, la UIS, UPTC de Tunja.

Hicimos talleres en Villa de Leyva que incluyeron visitas guiadas con artistas locales, proyección de películas, exposición final. Estos talleres fueron los que más me han inspirado al trabajar un proceso. Sentaba a los artistas frente a un bodegón clásico para que lo pintaran, mantuvieran las distancias de los distintos objetos, observando de dónde viene la luz. Después de una hora de trabajo les entregaba un pincel, pedía que escogieran un color y lo pasaran por encima del trabajo cubriéndolo. Más adelante rescataban lo que había quedado debajo con una esponja para enriquecer las texturas.

Esta es una lección de desapego, en un taller que conduce a la idea de soltar, a que no siempre se tiene el control de las cosas, a rescatar la confianza, continuar la marcha sin saber a dónde se va a llegar. Así se aprenden lecciones y se encuentra mucha riqueza en las cosas que finalmente se reflejarán.

Otros ejercicios llevaban a la rotación de los trabajos, a que otro continuara con lo que ya se había hecho perdiendo la autoría. Quien recibía, no se atrevía a tocar el del otro. Quien entregaba lo hacia con mucho dolor. Esta es una lección de diluir el ego y creer más en el proceso. El motor que ha movido mi trabajo ha sido básicamente procesual. El proceso es el que más me importa, como el poema del viaje a Itaca de Konstantino Kavafis, poeta griego que vivió en Alejandría:

Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti. 

Pide que el camino sea largo.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que llegues -¡con qué placer y alegría!-
a puertos nunca vistos antes.
Detente en los emporios de Fenicia
y hazte con hermosas mercancías,
nácar y coral, ámbar y ébano
y toda suerte de perfumes sensuales,
cuantos más abundantes perfumes sensuales puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
a aprender, a aprender de sus sabios. 

Ten siempre a Itaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.

Mejor que dure muchos años
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguantar a que Itaca te enriquezca. 

Itaca te brindó tan hermoso viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene ya nada que darte. 

Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.
Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,
entenderás ya qué significan las Itacas.

BOLIVIA

Clemencia Muñoz, amiga mía y funcionaria de las Naciones Unidas quien dirigió por un tiempo la Fundación Kelloggs, me invitó a hacer un proyecto que finalmente validaron. Por recomendación de su esposo y mi amigo Pedro cote, hice un viaje a Bolivia. Me dijo: “Le voy a dar un regalo de vida, el país de Bolivia”. Fue la manera metafórica de decirme que debía visitar ese destino por lo menos una vez en mi vida.

Encontré un país maravilloso. Quedé embrujado en La Paz con la calle sagarnaga con locales tapizados de objetos de alpaca, cholitas con faldas satinadas una encima de la otra multicolor y con sombreros, el sonido del charango. Este es un cañón donde al fondo se ven los nevados, algo muy exótico.

Fui recibido por Marisol Sanjines, boliviana quien trabajaba en cultura y comunicaciones de las Naciones Unidas, me invitó a hacer la ruta del arte. Fue así como me uní al grupo de artistas con quienes recorrí La Chiquitanía en buses grandes, en medio de la selva boliviana con asentamientos jesuitas de la Colonia donde los indígenas todavía construyen violines. Me encontré trapiches en las fincas, como en Colombia, también pinturas murales de la época.

RUTA DEL ARTE EN COLOMBIA

Decidí hacer una ruta del arte en Colombia gracias a los contactos que ya tenía y de la mano del actor Juan Ángel, de Catalina Wiesner con su productora y las distintas universidades que ya había contratado para los laboratorios culturales.

Iniciamos en Villa de Leyva, seguimos a Moniquirá, otros pueblos en Santander, llegamos a Confines, Matanzas, Zapatoca, en Socorro donde nos invitaron a comer los mejores tamales que se habían ganado premios como los mejores de la región, para terminar en Villa del Rosario en la frontera con Venezuela. Hicimos murales. Inspirados en la regla Aurea de mi admirado pintor Torres García, Juan lideraba el grupo de teatro con unos experimentos interactivos muy interesante en que el público podía alterar el guion y el curso de la obra, y los titiriteros que Catalina trajo para animar a las personas. conformaban el grupo de la Ruta.

 Esta ruta dejó huella y muchos recuerdos y también anécdotas como con SENECA el perro de mi amiga Ana María…

Ana María Escallón, gran amiga, crítica de arte, quien dirigió el museo de la OEA, con columnista de El Espectador y actualmente de una publicación digital, estaba recién llegada de Washington. Se presentó a esta aventura muy elegante, de tacones y con su perro de raza y nombre de perfume. Mi perro, Califa, en algún momento le ladró al suyo y temimos que algo grave pudiera pasar. Ana lanzo un patadón a Califa con la mala fortuna para un profesor del grupo que le cayó a él. Por fortuna tan solo fue una serie de eventos desafortunados que generaron risas entre todos. Nada que no pudiera solucionarse con Isodine.

NATALIA CARREÑO

Por intermedio de Ramón Jimeno conocí a mi esposa, Natalia Carreño, cuando ella trabajaba en banca de inversión. Nos vimos con frecuencia tanto en Bogotá como en Nueva York, y así construimos una relación feliz y muy profunda compartiendo viajes y risas  hasta que le propuse en un café del East Village que armáramos una vida juntos en Colombia.

La Fundación Anna quedó en pausa mucho tiempo hasta que Natalia, quien trabajaba en Hard Rock Café, al ver el desalojo de los jóvenes del Bronx que decían que su sueño era tocar en el HRC, los invitó a cantar. Los contactó a través de IDIPRON, institución del Distrito de Bogotá y les dio clases de música a través de los roqueros bogotanos que donaron su tiempo. Se formó una cadena muy bonita para lo que hizo uso de la Fundación a fin de concretar alianzas que los beneficiaran.

Con el tiempo Natalia, gracias a un primo suyo, abrió el restaurante Chichería Demente. Se trató de algo alternativo, ubicado abajo de la Caracas en una casa republicana restaurada por Gregorio Sokoloff que dejó en obra gris. En ella instalé fotos que había expuesto. Contrataron gente de IDIPRON. Porque parte de las ganancias del restaurante está en lo social y en la gratificación que esto trae.

Con la pandemia todo cambió, pero los jóvenes siguieron vinculados, no se terminaron contratos ni modificaron condiciones pese a las circunstancias. Actualmente en alianza con otras fundaciones, jóvenes del Codito recibieron clases de panadería en el restaurante.

Ahora quiero activar un trabajo en la vereda de Villa de Leyva, solo que ya no con población vulnerable.

PEDRO LUNA CARREÑO

Pedro, nuestro hijo, tiene diecinueve años. Ha adoptado un poco el mundo de los dos. Es un ecléctico que estudia en la Universidad de los Andes. Flemático, de pocas palabras y gran sentido del humor. Prefiero no describirlo para no reducirlo a estereotipos o esquemas de esos que a esa edad pueden cortar alas.

PROYECCIÓN

Me estoy concentrando en muchos frentes. Actualmente trabajo con Mónica De Rhodes telares para lo que preparo lienzos trabajados que luego imprimo con emblemas del siglo XVII tomadas de libros de los jesuitas, trabajadas con hilos de bronce y de metal.

Estoy dedicado a enriquecer mi trabajo, quiero mantener libertad, el factor sorpresa, ese nivel de energía magnífico sin repetirse, explorando cosas distintas. No quiero sentir que debo llegar necesariamente a un puesto. Quiero sentir que sigo viajando y cuando debo parar es para tomar aire.

Estoy leyendo sobre los orígenes de la iconografía y del pensamiento religioso, místico, antes del cristianismo. Quiero consolidar estas lecturas con mi trabajo.

Una frase de WITTGENSTEIN dice: “Mi vida consiste en ser el receptáculo de muchas cosas”. La adapto diciendo que mi trabajo consiste en ser receptáculo de muchos medios, materiales, técnicas, visiones del mundo, fuentes de inspiración que no necesariamente van a crear una narrativa coherente, pero que sí va a tener la coherencia más allá de esa narrativa en una actitud abierta hacia la vida y hacia el conocimiento. Se trata de una visión, de una actitud hacia el mundo, siempre en movimiento, fascinándose con las cosas, encontrando perplejidad en la obra.

Mi obra nunca está terminada, simplemente suspendida en una etapa. En ocasiones me duele desprenderme de algunos objetos, porque no los veo como obras endiosadas, como obras maestras, sino un objeto muy íntimo con el que estuve conviviendo y que fue el receptáculo de tantos sentimientos, de tanta energía. Tengo un panorama bastante completo del lugar donde están ubicadas mis pinturas. Mi obra es una huella que se va borrando en la medida en que voy desprendiéndome de ella.

Cuando llego a mi taller y está desocupado, siento un vacío enorme, pero no porque ya no tenga la posesión, sino por la conciencia de que todo pasa. Pero también siento la felicidad de volver a comenzar. Mis pinturas pueden prolongar mi vida, no inmortalizarme.