Juan Carlos Botero Zea

JUAN CARLOS BOTERO ZEA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy un escritor y periodista colombiano nacido en 1960 en Bogotá. He publicado nueve libros, entre ellos mi novela más reciente Los hechos casuales.

ORÍGENES

Gloria Zea, mi madre, fue una de las grandes promotoras de la cultura en el país. Cuando uno hace la lista de su trayectoria profesional, resulta algo realmente asombroso, porque tuvo una carrera muy sobresaliente. Fue directora de Colcultura, de la Ópera de Colombia, del Teatro Camarín del Carmen, del Museo de Arte Moderno. Sus esfuerzos para aportar a la cultura fueron admirables, luchó toda la vida contra la escasez de los recursos asignados al Ministerio de Cultura. A su fallecimiento, el gobierno le rindió un entierro de jefe de Estado que para mí fue muy emocionante y merecido dada su entrega a la patria. Fue una mujer muy bella, glamurosa, una madre extraordinaria.

Fernando Botero, mi padre, es uno de los artistas plásticos vivos más grandes en el momento y a nivel mundial, pintor y escultor que ha hecho muchísimo por el país. Creo que ningún otro artista ha tenido una carrera como la suya realizando exposiciones verdaderamente inusitadas y monumentales en las avenidas y plazas más importantes del mundo incluyendo les Champs-Elysées en París, Park Avenue en Nueva York, la Plaza de la Sevilla en Florencia, el Gran Canal de Venecia.

Uno de sus aspectos, que siempre resalto al considerarlo lo más admirable como ser humano, es su aporte como filántropo. Ha hecho unas donaciones extraordinarias a Colombia y a otros países, al haber regalado hasta la fecha más de setecientas obras de arte a los Estados Unidos, México, Venezuela y principalmente a Colombia. Es un verdadero enamorado de su patria, un trabajador incansable con una vocación desaforada y con más de noventa años. No se detiene. Es un ser humano verdaderamente extraordinario a quien adoro y con quien tengo una relación maravillosa.

Para él no todo fue fácil. Hay que recordar que mi padre llegó a Nueva York a comienzos del año sesenta, sin conocer a nadie, sin saber el idioma, con doscientos dólares en el bolsillo. El arte que él proponía en ese momento era todo lo contrario de lo que reinaba en la época como moda tiránica, el expresionismo abstracto que rechazaba el pasado y miraba hacia el futuro. Entonces, su incursión en el mundo del arte en la capital del mundo fue muy luchada, muy difícil, porque fue rechazado mil veces. Tuvo una cantidad de frustraciones, de durezas y de falta de ingresos y de reconocimiento. Debo decir que su estilo ha sido mal interpretado, porque lo relacionan con la gordura y no con el concepto de volumen.

CASA MATERNA

Soy el menor de tres hijos.

Mi hermano mayor, Fernando, quien lleva el nombre de mi padre, tuvo una carrera muy brillante en la política que acabó de manera desafortunada por el escándalo que todos conocen como Proceso 8000. Esta fue una época muy dura para la familia, para mí en particular también lo fue, me afectó muchísimo, porque, al tratarse de mi hermano, mucha gente tuvo una actitud reacia, aunque comprensible.

Mi hermano estuvo en la cárcel, recluido en la Escuela de Caballería cuando había sido ministro de Defensa y cuando había sido una figura con un futuro político muy prominente. Siempre pensé que sería presidente de Colombia, pero su carrera se truncó del todo. Por este desierto atravesamos varios. Desde entonces, mi hermano reinventó su vida, vive en México donde ha sido director de revistas. Actualmente está dedicado a promocionar la obra de mi padre, especialmente en Oriente, con exposiciones muy importantes en la China: Beijing, Chang Hai, Hong Kong.

Mi hermana Lina, fue muy conocida en Colombia, sobresalió en los medios de comunicación, es una mujer extraordinaria, diseñadora de interiores de gusto exquisito y una gran madre. Tengo un número importante de sobrinos a los que adoro.

INFANCIA

Mi infancia fue muy particular. A mis dos años ya era inminente el divorcio de mis padres. Mi padre viajó a Nueva York y mi madre al poco tiempo lo siguió, con nosotros, buscando rescatar la relación. Nos quedamos allá viendo a mi padre una vez a la semana, los viernes en la tarde, como era típico en esa época.

Mi madre, tres o cuatro años más tarde, se casó en segundas nupcias con Andrés Uribe Campuzano, un hombre extraordinario, muy destacado, gran ejecutivo, presidente de la Asociación Nacional de Cafeteros.

Mis hermanos y yo vivimos esos años en una situación bastante confusa. Con mi madre y con mi padrastro disfrutamos de un nivel de riqueza y opulencia verdaderamente altos, pero mi padre estaba en la pobreza absoluta, literalmente no tenía con qué comer. Ese contraste de mundos resultaba desconcertante, muy difícil de entender para un niño tan pequeño.

Siempre recordaré y agradeceré, será el ambiente en el que crecimos con mi padrastro que fue muy estimulante intelectualmente, con una gran presencia de la literatura, de la música, de la ópera, de la danza, del ballet: a nivel material también lo fue. Por el lado de mi padre, lo que más agradeceré fue justamente el que nos ocultara las dificultades que él estaba viviendo en ese momento.

Pese a las circunstancias adversas que enfrentó mi padre, nos brindó momentos mágicos, maravillosos. Si bien no contaba con un centavo, tenía sí una sobredosis de imaginación y un amor por sus hijos extraordinario. Convertía cada uno de nuestros encuentros en recuerdos inolvidables. Lo hacía por dos razones: porque no podía proporcionarnos nada más y porque él pensaba y siempre nos decía que, hiciéramos lo que hiciéramos en la vida, algo que íbamos a necesitar en cualquier campo sería la imaginación. Así, él se excedía, se extendía, se esforzaba tanto en crear esas experiencias, haciendo que resultaran mágicas. Estar con él era vivir la realidad de otra manera, era vivir la realidad con diferentes facetas, diferentes atisbos a mundos que no eran visibles, mundos de la imaginación, de la magia, macabros.

Los planes que hacíamos con mi padre eran totalmente gratuitos. Por ejemplo, íbamos al parque, pero este no era cualquier parque, sino el parque donde vivía Tarzán acompañado de una tribu de caníbales que se alimentaban de niños pequeños. Nos llevaba remando en los botes del Central Park hasta los lugares más recónditos y nos decía que allí lo encontraríamos. Nosotros veíamos transeúntes y taxis pasar, pero mi padre hablaba con tal convicción y expresiones en su rostro, con tal imaginación, que jamás cuestionamos que eso no fuera cierto. Por años pensé que allí vivía Tarzán por lo que me acercaba con gran temor.

El simple caminar por la acera de las calles de Nueva York viendo las alcantarillas soltar ese vapor debido al metro subterráneo, era otra historia. Nos decía que ese vapor venía del infierno que quedaba debajo del piso. Así, la calle fue otra dimensión para nosotros. Sabíamos que caminábamos sobre el infierno en el que había gente en llamas perpetuas dando alaridos.

También nos llevaba de noche al cementerio, en el que no había que pagar para entrar. Debíamos ir hasta la tumba más lejana para clavar una puntilla en la última tumba mientras él nos esperaba en el carro muerto del susto. Nosotros caminábamos aterrados y aferrados uno al otro hasta cumplir nuestra misión.

Estas fueron experiencias únicas. Lo que hacía con nosotros fue muy conmovedor, producto del esfuerzo de un padre divorciado, sin dinero, enfrentado a otra realidad, luchando por el reconocimiento, por imponer su arte. Como mencioné, él nunca permitió que viéramos eso, salvo en un par de ocasiones muy duras que fueron inocultables. Porque nos regaló una infancia mágica. Tendré con él una deuda eterna de agradecimiento por esa generosidad y esa grandeza humana al compartir con nosotros esas vivencias que recuerdo hoy en día como si fueran ayer, con gran intensidad y gran amor.

Durante mi infancia mi madre estuvo muy volcada a su trabajo, entonces tuve mucha soledad en ese aspecto. Tampoco tuve amigos de mi edad, sino hasta cuando regresamos a Colombia, lo que ocurrió a mis nueve años. Mi padrastro y mi madre tomaron una decisión muy particular, la de no vivir en Bogotá, sino en Chía. En esa época no había carreteras asfaltadas, entonces ir hasta el colegio y volver era una odisea cotidiana y sin la posibilidad de tener vida de barrio. Entonces no tuve amigos de mi edad.

En ese momento a mi madre y a mi padrastro los secuestraron en Colombia. Esta fue una experiencia muy desconcertante. Me encontraba durmiendo un día de semana, como era corriente para madrugar al colegio, cuando de repente nos despertaron, siendo las tres de la mañana, diciéndonos: “¡Nos vamos del país!”. Yo ni siquiera entendía el porqué, tampoco sabía que mi madre y mi padrastro habían sido secuestrados, lo supe mucho después.

Coincidió con esto un accidente automovilístico en España. Mi padre y su segunda esposa, Cecilia Zambrano, mujer maravillosa a quien adoro, iban en su carro con Pedrito, su hijo de cuatro años, y mis dos hermanos. Sufrieron un accidente terrible en el que Pedrito falleció. Era el año 74 y yo me encontraba solo en los Estados Unidos.

Esta fue una tragedia familiar muy dura, devastadora para mi padre y para Cecilia. Mi padre casi pierde su mano derecha, le tuvieron que amputar parte de uno de sus dedos; pasó mucho tiempo sin pintar y el primer cuadro que pintó fue Pedrito a caballo que se expone en el Museo de Antioquia, uno de los cuadros que mi padre le ha regalado a Colombia.

Pedrito fue un niño extraordinario, sobresaliente, muy particular. Hablaba inglés, francés, español. Señalaba con su dedo obras de los libros y decía Picasso, Chagall, Monet. Fue brillantísimo.

INTERNADO EN LOS ESTADOS UNIDOS

La familia se atomizó a raíz del secuestro de mi madre, entonces todos quedamos en diferentes lugares y yo terminé en un internado en los Estados Unidos, a las afueras de Boston. Aquí descubrí jóvenes de mi edad, pero fue muy duro porque era lo más cercano a una formación militar que no me resultó agradable, en lo absoluto.

REGRESO A COLOMBIA

Cuando regresé a Colombia, a mis trece años, volví al colegio ya viviendo en Bogotá. Aquí descubrí lo que era la amistad, una real. Para mí fue algo extraordinario, no podía creer lo que era compartir las mismas inquietudes y la camaradería con amigos que escogía voluntariamente y con quienes establecía unas ataduras de gran complicidad, y no con los impuestos por la familia. Con ellos sigo siendo muy amigo hoy en día, son para mí un tesoro.

Fue tan impactante, reveladora y extraordinaria esta experiencia que, por un lado, cada vez que salíamos de parranda, lo hacíamos caminando, porque ni siquiera existía un Uber y si bien había buses y taxis, estos resultaban muy costosos para nosotros. Así acompañaba a mis amigos cada noche hasta su casa, a cada uno de ellos. Resultó que me quedé dormido en la calle en varias ocasiones dado el agotamiento.

Descubrí otra cosa igualmente trascendental en ese momento. Me refiero a la calle de Bogotá, cuando no había tenido esa experiencia antes. Por haber estado privado de esas vivencias, me acerqué a ellas con hambre y con ganas, como esponja. Descubrí algo que para mí se volvió sagrado, el andén. Me iba con mis amigos para los barrios más antiguos de Bogotá, como La Candelaria, en plan de exploración, de descubrir, de vivir. Me encontré con cosas muy hermosas algunas y terribles otras, de gran violencia, de injusticia, de atropellos, de crímenes. Vi una sesión de tortura en un edificio abandonado, lo que me dio para escribir un cuento, Las ventanas y las voces.

Todas estas experiencias, buenas y malas, las convertí en literatura, porque fueron las que nutrieron mis primeros textos. Se dice que un escritor está preparado para la literatura cuando entiende que todo lo que le ha pasado en su vida es materia prima para su obra narrativa. Creo que eso es absolutamente cierto y muy deliberadamente he utilizado todas mis vivencias para crear obras literarias, porque creo que cada una de ellas permite no solo crear una anécdota que puede ser fascinante, sino a la vez permite intuiciones y visiones de cosas más profundas de la condición humana.

En esa época estaba fascinado con la aventura, había descubierto el mar, fui un buceador apasionado. Hice toda clase de locuras que hoy no haría como padre de familia, pues mi actitud y mi prioridad es otra. Con base en una experiencia submarina, que incluye tiburones, escribí El Descenso, cuento que fue galardonado.

Esta etapa de mi vida fue de gran revelación, de gran deslumbramiento con todo lo que veía y con todo lo que estaba viviendo. Fue bastante dura en su comienzo, de mucha soledad, pero después fue de gran impacto. Soy lo que soy gracias a eso que viví.

ACADEMIA

Mi primer colegio fue en Nueva York. Sufrí grandes dificultades de aprendizaje, pues he tenido dislexia sin que se identificara sino hasta hace muy poco. Esto marcó mucho mis resultados en matemáticas, literatura, idiomas y demás. Aprendí inglés divinamente porque viví mucho tiempo en los Estados Unidos, de otra forma, creo, no lo hubiera aprendido nunca. Años después traté de aprender francés y me fue absolutamente imposible lograrlo.

El internado estaba muy enfocado al deporte y a la excelencia académica, porque es muy prestigioso. Estando allí hice un descubrimiento fascinante: el gran placer de entender. Pude, entonces, sobresalir como estudiante. Pasé de ganar cada año por pocos puntos, a destacarme. Me volqué hacia la academia con muchas ganas. Ahora que hablo contigo, caigo en cuenta de que, como descubrí tan tarde las cosas que me gustan las hice con gran intensidad. La gente toma esto quizás gratuitamente, porque nace con esas ventajas, pero yo no las tuve.

Mi padre siempre cuenta su experiencia al llegar a Europa. Pudo viajar cuando se ganó un premio, entonces por primera vez pudo ver las grandes obras de arte en vivo. Así se acercó al arte europeo con unas ganas de aprendizaje, de absorber lo que veía de manera más intensa y apasionada, consciente y deliberada, que los mismos locales. Esa ambición era fruto del hambre, de la carencia, porque en la Medellín de su época no se contaba con museos, con exposiciones, con obras expuestas.

Para la pintura es fundamental ver la obra en sí y no imágenes de ellas, para poder tener el impacto de su tamaño, de su textura, de sus colores. Esto no pasa con los libros, pues uno tiene acceso en cualquier librería a obras tal y como fueron escritas originalmente por su autor. Viví algo similar en la academia, pero también con los amigos.

Entonces, a partir de ahí me volví un muy buen estudiante. Descubrí el placer de entender, la maravilla de la ciencia política, de la filosofía, de la literatura. Mi padre había hecho un gran esfuerzo con nosotros para que leyéramos. Nos entregó los primeros libros como El padrino de Mario Puzo, The call of the wild de Jack London, y varios otros que fueron fundamentales para mí, siendo yo muy joven.

Pero fue en el internado donde descubrí lo que eran los grandes autores gracias a magníficos profesores que tenían la capacidad de comunicar con pasión los contenidos. Descubrí la historia. Para mí fue una locura entender los procesos históricos, por ejemplo, los que vivió Estados Unidos con la guerra civil. Me pareció apasionante. Esas experiencias fueron definitivas para, ante todo, encender la chispa de la pasión intelectual, del descubrimiento intelectual, de esa aventura tan extraordinaria que es enfrentarse al pensamiento de los grandes maestros que están en libros que se pueden abrir con las manos, y absorberlos.

Quizás la gente no es tan consciente de ese privilegio, del que se vive cuando se tiene una biblioteca y basta sacar con la mano un tomo y leer el pensamiento de Aristóteles, de Platón, de Shakespeare; poder enterarse de las hazañas de Napoleón; de cómo fue la historia de América Latina. Me convertí en un ratón de biblioteca. Leí de una manera muy desordenada, pero descubrí cosas extraordinarias, y esto fue definitivo en mi formación.

UNIVERSIDAD

Una vez terminé el colegio estudié ciencia política, filosofía y literatura. Inicié en los Andes. Fui invitado a la Universidad de Harvard durante un año a nivel de pregrado, lo que significó una experiencia verdaderamente extraordinaria por la calidad de la academia.

En ese momento las carreras de las humanidades en Colombia estaban algo descuidadas, muchos profesores ni siquiera iban a clase, nadie tomaba esto con rigor ni seriedad. Había que ser autodidacta. Pero en Boston descubrí la gran literatura alemana, hispanoamericana. Para mí fue algo inolvidable, como lo consigné en mi más reciente novela, porque en ella recreo mucho esa época. Fue mi maestro Juan Marichal, quien estaba casado con la hija de Pedro Salinas, poeta español, una influencia fundamental para descubrir el siglo de oro español.

Regresé a la Universidad de los Andes, pero no me sentía contento, entonces me retiré para leer durante un año por mi cuenta. Durante ese tiempo trabajé como mesero en un restaurante y dicté clases de gimnasia, pues había salido de mi casa, vivía solo. El hecho fue que terminé la carrera de Literatura en la Universidad Javeriana.

La Javeriana fue muy importante para mí porque ahí descubrí muchas cosas. Lo más importante fue que hice grandes amistades, en particular con dos compañeros que se volvieron escritores como yo, muy destacados en la narrativa contemporánea, Santiago Gamboa y Mario Mendoza. Son amigos a quienes idolatro y con quienes tengo una comunión y una comunicación extraordinaria. Como ocurre con todos los buenos amigos, aunque hubieran pasado años sin verse, se retoman los hilos del afecto con la mayor naturalidad.

DESARROLLO PROFESIONAL

Debo decir que descubrí mi vocación a una edad relativamente joven. Tengo la teoría de que los escritores se descubren como tales gracias a otros escritores, gracias a lecturas precisas. Eso le pasó a Vargas Llosa cuando leyó la novela Madame Bovary de Flaubert, y tomó clara consciencia de su vocación como escritor. También a García Márquez con La Metamorfosis de Kafka; es una anécdota muy famosa: cuenta que cuando leyó la primera frase quedó tan impactado que le tocó acostarse; tan pronto se pudo recuperar, se sentó a escribir su primer cuento, La tercera resignación que publicó en 1947. Esto habla, además, maravillas de su talento innato como escritor para ser su primer cuento y lograr esa calidad, originalidad y contundencia.

A mí me ocurrió lo mismo con Sábato. Al igual que los casos de grandes figuras que he conocido, como a otros amigos que les ha pasado igual, uno puede haber leído de todo, pero, por alguna razón, al leer un libro en particular, se da una toma de consciencia de su vocación en potencia, como si se mirara uno en un espejo. En mi caso, cuando a mis diecisiete años leí Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, supe con claridad meridiana que quería ser escritor. No quería ser nada diferente y me dediqué por entero.

Con esa pasión por la literatura, poco a poco fui aprendiendo, y gracias al ejemplo de mi padre, que se necesitaban dos cosas fundamentales para existir en esta carrera. Primero, disciplina, entender que la carrera del artista no está en el café, no es la bohemia, no es la charlatanería, es el trabajo cotidiano, duro, enfrentado al lienzo, a la hoja en blanco. Segundo, se necesita entender que había un oficio que era necesario dominar y dadas mis dificultades con la dislexia, era un oficio que tenía que dominar con doble exigencia y dobles requisitos. Me tomaba horas describir imágenes y momentos de acción, porque tuve que aprender con lo más elemental, como con una botella o con un florero o con un atardecer. Fui entrenando la mano con gran rigor, vocación y seriedad.

CONCURSO DE CUENTO

Estaba dedicado a esto cuando descubrí a mis amigos en la Javeriana. Un día nos pusimos de acuerdo los tres y con Rafael Molano para presentarnos al Concurso de Cuento Juan Rulfo. Ese año resultaba muy importante, pues era la primera vez que se otorgaría después de su muerte. Entonces tenía un valor simbólico muy importante.

Sabíamos que no había ninguna posibilidad de ganar, pues se presentaba gente de toda América Latina y de España, pero serviría de pretexto para que cada uno escribiera un cuento y luego los compartiéramos entre nosotros. Por alguna razón todos tuvieron compromisos, tareas, exámenes, y no lo hicieron. Fui el único que escribió y envió su cuento, con seudónimo. Me gané el concurso. Era el año 86.

Fue una experiencia muy importante, no solo para mí, sino también para todos mis amigos, porque entendimos, a esa edad, que existía la posibilidad de quizás triunfar, sobresalir o ser publicado en literatura. Supimos que era algo que se podía hacer, con tenacidad, disciplina, perseverancia y algo de suerte. Aunque publicar un libro conlleva una grandísima dificultad porque la competencia es feroz.

COLUMNISTA

A raíz de esto recibí mi primera oferta de escribir en un periódico, aunque ya publicaba algunas cosas en diarios, pero de manera marginal y tímida. La familia Pastrana me invitó a escribir en el periódico La Prensa. Acepté encantado y lo hice con gran dedicación, esfuerzo y vocación, pero también con agradecimiento porque mi posición política era totalmente contraria a la de ellos.

Recuerdo que era el momento del Gobierno Barco y yo era un ferviente creyente de lo que él hacía; me parecía un presidente muy progresista en temas de medio ambiente, del manejo con los medios de comunicación. Creo que fue algo muy moderno que todavía en Colombia no se aprecia en su justa medida. El hecho es que mis columnas eran totalmente contrarias a la línea editorial del periódico, pero jamás la familia intervino, jamás tuve oposición ni se me hizo ninguna pregunta ni comentario, así que publicaba con total libertad.

Después fui columnista en El Tiempo. Me llevó el presidente Juan Manuel Santos cuando era codirector junto a Enrique Santos y bajo la dirección de Hernando Santos. Con el presidente Santos hemos tenido una amistad muy estrecha, porque coincidimos en Harvard donde compartimos muchísimo. Esta fue una época fascinante, aunque muy dura, porque fue el momento más complejo que se vivía contra el narcotráfico con el tema de la extradición, así que tuve muchísimas amenazas. Ayudé en repetidas ocasiones en la página editorial, donde no se publica la firma, pero mis columnas de opinión sí iban firmadas. Más de una vez me vi obligado a irme del país a raíz de las amenazas.

Posteriormente llegué a El Espectador donde escribo actualmente.

EXTRADICIÓN ESTRATÉGICA

En el año 96 publiqué mi tesis, Extradición estratégica, la misma que últimamente ha tenido mucha resonancia porque la acaba de retomar el presidente Petro, quien la propone como política de Estado, lo que me ha parecido algo muy interesante. Volví a escribir sobre esto también en el año 98, desarrollando esta teoría.

Recibí muy duras amenazas. Mi propuesta no buscaba golpear a un par de carteles, sino volver inviable el narcotráfico en Colombia. Pronto supe que muchas personas estaban muy molestas con la amenaza que esto representaba a su negocio. Curiosamente, después supe que muchos narcotraficantes que se encontraban en la cárcel habían manifestado que, si se aplicaba esa teoría, se acababa el narcotráfico en Colombia. Siempre he pensado que de haberse implementado en ese momento, o antes, la sangre que nos hubiéramos ahorrado hubiera sido mucha.

Yo no me quería ir de Colombia, aguanté lo más que pude, porque estaba y sigo estando enamorado de mi país. Tenía todo mi mundo montado allí. Como ya me había casado, con mi esposa nos dimos cuenta de que la situación era insostenible y en el año 2000 decidimos exiliarnos. El exilio es una cosa muy dura. Extraño mucho a mi país.

ESCRITOR

Toda mi vida ha dependido de mi vocación de escritor. He publicado nueve libros, además cuentos, novelas y ensayos.

EL ARTE DE FERNANDO BOTERO

Escribí el libro El arte de Fernando Botero, explicándolo. Con mi padre hemos hablado varias veces sobre el hecho de ser uno de los artistas más populares y reconocibles del mundo, porque cualquier persona reconoce una obra suya al instante en que la ve, no necesariamente le guste o quizás le fascine, pero la reconoce como un Botero. Pese a esto, el ser uno de los artistas más reconocibles, es también uno de los artistas más incomprendidos del mundo. La gente sigue pensando en el tema de la gordura y realmente se trata del volumen. Escribí explicando toda la dimensión filosófica, intelectual, plástica, que hay detrás de su obra.

LOS HECHOS CASUALES

Me tomó diez años escribir la novela Los hechos casuales, que acabo de publicar. Fue una gran empresa, muy difícil de escribir. Por fortuna los lectores han tenido una reacción muy positiva frente a ella. Aborda un aspecto que es fundamental y una vivencia que compartimos todos, la de cómo el azar, la suerte del accidente, tiene un efecto determinante en la existencia de las personas.

Es la historia de Sebastián Sarmiento, un empresario que es consciente, como lo soy yo, de que todo lo que le ha pasado en la vida, para bien y para mal, desde lo más grande hasta lo más pequeño, es el resultado de una serie de hechos casuales encadenados por el azar o por el accidente o por la suerte, que produce un efecto dominó y que desemboca en consecuencias tremendas para la persona o para el mundo.

En ella cuento varios episodios recientes de Colombia. Para ubicar a personajes y darles contexto, escogí el escenario más complejo como lo fueron los últimos veinte años del siglo pasado, la época más dura de la violencia. Cuento muchos episodios relacionados con esa cadena de eslabones compuesta por hechos casuales aparentemente insignificantes, pero que, cuando te das cuenta de las ramificaciones, las consecuencias que tienen llevan a conclusiones estremecedoras. Porque los hechos insignificantes no existen.

Lo que busco en la novela es retratar esas cadenas que llevan a cosas verdaderamente trascendentales para el personaje principal. Cuento episodios que son asombrosos por el resultado tan dramático, fruto de una cadena de trivialidades: el comienzo de la primera guerra mundial, la caída del muro de Berlín, el comienzo del movimiento cívico en los Estados Unidos con Rosa Parks, varios hechos en Colombia.

Los hechos históricos por un lado son apasionantes, brindan una mirada novedosa desde la fuerza del azar. A la vez, cada uno de estos tiene relevancia en la historia del protagonista, donde la más simple piedra no es cualquier piedra, porque tiene el poder de cambiar su vida. Por ejemplo, una decisión en apariencia trivial como lo es girar a la derecha o a la izquierda, genera unas consecuencias absurdas cambiando la vida. Evocar un recuerdo, en apariencia menor, puede tener grandes consecuencias en la vida de una persona. Esto lo refleja la novela.

Considero que debemos tomar conciencia de que muchas veces en la vida nuestro destino no depende de lo que nos proponemos, sino de lo que ignoramos, de las cosas pequeñas que se atraviesan, desde una rama o una piedra que puede tener más impacto en nuestras vidas que un rascacielos. Desconocerlo es ser ciegos a una de las fuerzas más determinantes de nuestra existencia. La novela sirve para llamar la atención y tener una antena de alerta sobre la fragilidad de la vida.

PROYECTOS

Me propongo reeditar Las ventanas y las voces, libro que incluye siete cuentos que quiero muchísimo, dos de ellos han ganado premios en los dos concursos más importantes que se otorgan en nuestro idioma, el Juan Rulfo y el Latinoamericano.

También quiero escribir un libro contando sobre mis vivencias de infancia con mi padre, porque siento que estoy en deuda con él y con la familia con respecto a esta faceta suya en esas condiciones tan difíciles. Será la más íntima y conmovedora faceta suya como ser humano en ese esfuerzo por entretener y deleitar a sus hijos sin contar con un centavo, con todo el mundo en contra y en esa soledad en que se hallaba. Esto bordea el heroísmo.

Estamos acostumbrados a pensar en guerreros como los grandes Aquiles y Ulises, pero, hoy en día, “ser decente es lo más heroico”. En ese sentido mi padre mostró una actitud heroica al luchar contra viento y marea buscando fortalecer los vínculos de amor con sus tres hijos. Vínculos que se han mantenido y fortalecido.

FAMILIA

Entiendo la importancia de poder gozar de la calidez del hogar, un privilegio que no todo el mundo tiene, algo verdaderamente valioso. Ese centro de afectos, de amor, presencia y compañía humana en medio de un torbellino como lo es el universo, es fundamental.

Estoy casado con Cecilia, Uchi Carbonell, hace más de veinte años. Es una mujer extraordinaria, el centro de mi vida. Trabajó con Julio Sánchez Cristo en La FM y en diferentes medios de comunicación.

Tenemos dos niñas, muy brillantes, quienes ya están grandes. Nataly tiene veinte años, estudia filosofía y economía en George Town y muy volcada a temas de filantropía en África, Salvador y Colombia. Tatiana, de dieciocho, cursa el colegio y está aplicando a universidades, tiene una chispa extraordinaria, divertidísima e inteligentísima. Muero por las dos.

Tengo que reconocer que soy un papá muy volcado a mis hijas, muy presente, como mi esposa, porque tenemos esa identidad, una vocación de padres compartida. Ellas tres son mi vida.

Juan Carlos Botero – Las ventanas y las voces

Escritor y periodista colombiano nacido en Bogotá en 1960. Egresado de la Universidad de los Andes, Javeriana, Harvard. Ha sido columnista de La Prensa, El Tiempo, actualmente de El Espectador. También es conferencista. Ha publicado nueve libros y sus cuentos han integrado antologías internacionales y con ellos ha ganado concursos como el Internacional de Cuento Juan Rulfo (París, 1986), EL PRIMERO QUE SE OTORGÓ DESPUÉS DE SU MUERTE, Concurso Latinoamericano de Cuento (México, 1990). Es autor de Las semillas del tiempo (1992), Virgilio Barco y los medios de comunicación (1994), Las ventanas y las voces (1998, 2024), La fiesta y otros cuentos (2002), La sentencia (2002), El arrecife (2006), El idioma de las nubes (2007), El arte de Fernando Botero (2010) y Los hechos casuales (2022).

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Honor inmerecido, aunque buscado. “En cuanto a mi carrera, lo más formativo han sido los libros que he tenido la suerte de leer”.  Para mí, este es uno de ellos (y Los hechos casuales).

RESCATAR LA MEMORIA

Antes de comenzar nuestra inmersión en el libro auto biográfico Las ventanas y las voces, quisiera que habláramos de lo que significa rescatar la memoria, recuperar instantes de vida para transformarlos o hacerlos más intensos o darles otro ritmo, otra tesitura, otra dimensión, para perpetuarlos, para pasar de espectador a protagonista o de protagonista a espectador, y tomar todos los elementos que la observación y la capacidad creativa permiten.

J.C.B. Desde que escribí por primera vez este libro de cuentos, tuve la intención de responder a un epígrafe que aparece en él, se trata de una frase tomada de Shakespeare en la que habla de las siete edades o etapas en la vida de toda persona. De esta forma quise que el libro tuviera siete relatos con un mismo personaje, Alejandro, quien aparece con y sin nombre.

También quise que retratara siete momentos fundamentales en su existencia, los más formativos, los más importantes, los más instructivos. Aquellas experiencias que lo llevan a tomar conciencia de los aspectos más relevantes de su vida, como el amor, el desamor, la violencia, la traición.

Busqué que se pudiera leer como un libro de cuentos con un orden arbitrario, así pues, el lector puede iniciarlo donde quiera. Pero a la vez, se puede leer como una novela con siete capítulos.

Cada cuento está basado en experiencias reales vividas por mí. Resulta valioso utilizar esa materia prima para contar ficción porque, al estar basados en hechos que definitivamente ocurrieron, en sufrimiento y en gozo, permite crear una historia con gran veracidad. La verosimilitud ayuda mucho a la ficción. Tiendo a pensar que el lector es una persona muy aguda y perspicaz quien apenas siente que lo que se le está contando es una patraña, un engaño, una mentira, el libro se le cae de las manos. El texto tiene que estar hecho de tal manera que, no solo seduzca y cautive, sino que convenza.

PROCESO DE ESCRIBIR

Hablemos de lo que tú llamaste en el Epílogo “Carpintería de escribir”. Cuando escribes, ¿visualizas los escenarios, imaginarios o reales, y a los personajes, como una pintura que va naciendo o como una partitura que va sonando o cómo realmente? Menciono esto porque quisiera saber cómo vives el proceso de escribir, de construir, si se asemeja al papel del arquitecto, del artista. ¿Es el papel en blanco el lienzo y las letras sus pinceladas y la energía que transmites el color de los óleos?

Mi manera de escribir está basada en una convicción, y es la de que en la vida existen momentos especiales que son muy elocuentes, que alumbran y dicen cosas de la vida, del individuo y de la condición humana. Momentos que son muy fugaces. Momentos que son el resultado de una combinación, frutos del azar, de detalles absolutamente indispensables para la historia.

Una anécdota está en la película de Woody Allen en la cual el personaje principal es víctima de un atentado. Su vida se le está resbalando entre los dedos, siente que se va a morir. Cuando es ingresado al quirófano tiene un recuerdo, aparentemente banal, pero que surge con una gran intensidad. Se trata del recuerdo de una mujer que él amó profundamente, tendida en una alfombra hojeando una revista ilustrada de moda en una tarde muy agradable de inicios de verano. Las ventanas abiertas del apartamento permiten la entrada de una brisa muy agradable, al tiempo que se escucha la trompeta de Louis Armstrong. Algo en su interior surge con una intensidad tan grande que le permite rescatar las ganas de vivir y luchar por salir adelante.

Es precisamente esa combinación de detalles, unidos por el azar, la que produce ese momento tan especial donde todos son definitivos. Si hubiera sido otra música no hubiera sido tan importante el momento, si no fuera ella sino otra persona, si en vez de estar hojeando una revista y hubieran estado discutiendo, todo hubiera sido distinto. La azarosa combinación de detalles especiales producen un impacto definitivo en las personas.

Precisamente, la tarea del escritor consiste en identificar esos momentos y tratar de capturarlos en prosa. Vuelvo al comienzo, mi gran convicción es captar el detalle. Este no es un descubrimiento mío, sino que se lo debo a uno de mis grandes maestros de cabecera, uno de los escritores más elocuentes sobre el oficio de escribir. Me refiero a Hemingway. La suya es una instrucción absolutamente prodigiosa.

Rescato su libro Muerte en la tarde, sobre el mundo taurino. En él cuenta dónde nace su obsesión con el detalle. Alguna vez estando en una corrida de toros, el novillero estaba apenas comenzando y no era muy bueno en su oficio, y lo embistió el toro haciéndole un daño terrible. Hemingway se preguntaba, por qué habiendo asistido a innumerables corridas de toros, por qué habiendo visto tantas cornadas, esta, en particular, no le permitía dormir. Se preguntaba que había ahí que le intrigaba tanto.

Hizo memoria, repasó una y otra vez lo sucedido hasta dar con la respuesta. Cuando el toro embiste, el novillero no logra quitarse y el cuerno penetra su muslo alzándolo a él por el aire para caer al suelo y levantarse totalmente aturdido. En ese instante se da cuenta de que el cuerno le había abierto el muslo a tal grado que le deja el hueso del fémur expuesto. El contraste visual entre la blancura del fémur, la sangre y la suciedad de la arena, hicieron que esa cornada sobresaliera en la memoria de Hemingway por encima de muchas otras. Haber captado ese detalle fue muy importante, hizo de ese momento algo imposible de olvidar y sintió la necesidad de rescatarlo en prosa.

Esta fue una enseñanza de una gran profundidad y de inmensa utilidad para mí como escritor. Entonces, en mis textos, especialmente en este libro de cuentos, hay una fijación en los detalles porque creo que al recrearlos artísticamente, de manera convincente y persuasiva, se logra transmitir la vivencia que uno está tratando de comunicar. Que la persona no solo lea el texto, sino que viva la experiencia. De eso se trata.  

DILEMAS DEL ARTE

Y sí que lo logras. ¿Cómo saber cuándo una obra está concluida? ¿Cuál es el momento para arrancarla de uno y entregarla? Perfeccionismo.

Esta es una pregunta fundamental, cómo saber que un texto está terminado. García Márquez decía que es una experiencia que obedece más a los instintos que a la razón, de la misma manera que la cocinera sabe cuándo está lista la sopa. Es un misterio del oficio.

Este es el segundo libro que escribí y publiqué por primera vez en 1998. Desde entonces he escrito varios cuentos y novelas que toman lugar en el mar. Al revisarlos, lo primero que me impactó fue ver que no estaban del todo mal, pero que, ante todo, lo que había era una oportunidad para mejorarlos, para corregir una cantidad de errores que me parecían imperdonables, fruto de la ignorancia, de la juventud. Cuando me propusieron volver a publicar el libro, acepté con la condición de que me permitieran reescribirlo al querer que fuera la versión definitiva.

Como soy perfeccionista y pienso que las cosas se pueden mejorar, esto me recuerda algo que cuento en el Epílogo sobre un pintor francés. Pierre Bonnard, gran maestro, posterior a los impresionistas, generación de Matisse quien decía que Bonnard era “el último de los grandes de nosotros”, se sentía insatisfecho con lo que pintaba.

Una anécdota muy famosa está en un cuadro que no solo había salido de su estudio, sino que estaba expuesto en el museo Luxemburgo de París, y le pidió a su amigo Édouard Vuillard que entretuviera al guarda de seguridad mientras él se acercaba al cuadro con su paleta improvisada para hacerle retoques con los qué corregir la pintura, pues le parecía imperdonable que estuviera expuesta de esta manera ante el público.

Entiendo esa obsesión de volver a retomar el cuento, la obra de arte, buscando mejorarlos. Uno escribe para la posteridad, que no lo logre es otra cosa por factores que se escapan del manejo, pero la intención es esa, por lo mismo, el texto debe quedar lo mejor posible.

Como aceptaron mi condición, reescribí los cuentos en su totalidad para quedar esta narración definitiva. Aunque quedé contento, si en diez años tengo la oportunidad, los volveré a revisar.

EL LIBRO

Tengo en mis manos una novela conformada por siete cuentos de los que tú, bautizado en ella como Alejandro, eres su personaje principal. Son siete momentos definitivos de la existencia que dejan enseñanzas al confrontar riesgos de todo tipo, peligros en la naturaleza, en la selva urbana, frente al amor, pero también frente a los vínculos de amistad. Si te parece, entremos en materia y hablemos de esas siete historias maravillosas, fascinantes.

Respondiste en el Epílogo a una de mis preguntas, la de por qué estas siete vivencias y no otras, por qué siete y no más. Siete es un número importante, para mí lo es, también lo explicas. Dices que corresponden a los momentos más importantes de tu formación como individuo. Y me gustaría rescatar esas lecciones formativas cuando abordemos cada una de las historias.

Esta es una muy buena pregunta. Creo que obedece al estilo de Shakespeare, él es para mí una anomalía. Es absurdo que una sola persona haya podido escribir tanto, y de una manera tan profunda, que lo llevó a ser el escritor más importante de la humanidad.

La gente escribe con base en sus experiencias personales. No se puede decir algo con profundidad sobre el poder si no se ha ejercido, porque es imposible tener un conocimiento íntimo de las cosas. Pero, Shakespeare, sin tener experiencia, porque no fue miembro de la Corte ni perteneció a la realeza inglesa  ni ejerció el poder, nunca fue un político, todo lo que dice sobre cada aspecto de la condición humana es lo más profundo, lo más bello que se haya escrito. Me pregunto cómo pudo escribir de esa manera sobre traición, sobre poder. Es él el autor más citado de la humanidad.

Lo que dice Isa es cierto, hay muchas otras experiencias, más que siete, pero, después de decantarlas todas quise quedarme con estas siete porque son las más instructivas y formativas de este personaje llamado Alejandro. La experiencia que le permite descubrir el amor o descubrir la crueldad personal o la traición, la frustración, la estupidez. Hay muchas enseñanzas fundamentales, estas, las más importantes.

También recuerdas que “Hemingway aconsejaba escribir sobre lo que se conoce, y las vivencias personales ofrecen buen material y una cantera rica y fecunda para la creación de ficciones”. Y en mi papel de lectora añadiría que encontrarse con historias que nos llevan a recordar vivencias propias, hace de la lectura algo mucho más potente y enriquecido.

“Esa cantera rica de vivencias”, esto que leíste es fundamental, Isa. Y les voy a contar qué le pasa a uno como escritor. Cuando uno comienza a escribir, se está acomplejado por lo que ha leído después de leer a Salgari, a Julio Verne, a Thomas Mann. Uno se pregunta cómo competir con eso, cómo puedo compartir mis experiencias, tan triviales, comparadas con esas grandes aventuras.

Es en realidad una situación muy intimidante. Entre más se lee a los grandes autores, se enfatiza su grandeza, nuestra pequeñez e irrelevancia. Por eso cuando uno comienza a escribir es importante tener la disciplina para no levantarse de la mesa, sino quedarse sentado hasta lograr algo y levantarse cuando se sabe qué va a pasar al día siguiente. De esta manera, al día siguiente no se comienza con la página en blanco, no se comienza de cero, y se puede retomar el tema.

El punto es que, hay un momento en que de repente en la vida, uno como escritor hace un gran descubrimiento. El de entender que uno tiene una chiva, una noticia que nadie más puede contar, me refiero a la vida propia. Cuando te das cuenta de esto, de repente entiendes que lo que has vivido, que parecía de primera vista tan trivial, tan insignificante, tan banal, tan común, que no es así. Por el contrario, es único. En todo el universo la única persona que puede contar esa historia es uno. Es ahí cuando se descubre “esa cantera inagotable” para crear ficciones basadas en la vida personal.

Los hechos casuales, la novela que escribí después, está totalmente basada en hechos personales que yo no sabía que quería escribir. Un ejemplo está en las situaciones que viví en un internado, fue la oportunidad de quitarme de encima esa vivencia porque escribir ficción ayuda como un proceso terapéutico, de exorcismo, de limpiar, de quitarse de encima las experiencias negativas y traumáticas.

Cuando uno hace ese descubrimiento se da cuenta de que hay un mundo inagotable.

El encuentro lo asimilé como esas circunstancias de la vida que nos devoran la conciencia y las emociones, que nos carcomen, que no dejan nada de nosotros, que hacen que desaparezcamos o que queramos hacerlo, que queramos volver a nacer o no haberlo hecho nunca. Quizás es la curiosidad o la falta de razón que en ocasiones vienen, precisamente, a nuestro encuentro. Es El encuentro con el ego. Este encuentro es con la muerte. Es el encuentro con el fin.

Una de las razones que alimenta lo que escribo es que la gente se acerca a la literatura en busca de entretenimiento o en busca de enriquecimiento. Me parecen válidas las dos, yo mismo las encarno. Para mí un libro que no tenga aventura, suspenso, emoción, se me cae de las manos. Pero un libro que solo sea eso, también se me cae de las manos. Si no hay reflexiones, si no hay enseñanzas, si no hay un atisbo sobre lo que es la condición humana, me aburre.

Hay una anécdota, lo que más se ve, caracterizada por la aventura, la emoción, el suspenso, que obligan a una lectura trepidante, pero a la vez hay una serie de vasos comunicantes que permiten un simbolismo, una lectura más profunda, una intuición, que hace que la historia no se quede solamente en la acción o en el suspenso.

Este cuento brinda satisfacción a la persona que está buscando que lo agarre, pero que está tratando de ver más allá porque encuentra unos ecos, una lectura más profunda. Alejandro dice que encuentra en un desván un libro y que rescata la anécdota que él quisiera contar, una que logra apuntar a algo más importante de la condición humana gracias a esa confluencia de detalles específicos de vivencias.

Pero había otra intención detrás. Cuando lo escribí yo me encontraba estudiando en la universidad Javeriana y con otros dos amigos nos hicimos el propósito de escribir un cuento para competir en el Juan Rulfo. Ellos dos no cumplieron. Yo lo escribí, lo envié y me gané el concurso de cuento de puro milagro.

Con ellos hablábamos sobre el oficio de escribir, sobre la tarea de escribir. Fue importante crear el cuento, pues me permitió darme cuenta de que había una manera de ir en contra de lo que estábamos viviendo como estudiantes en ese momento cuando el marxismo imperaba, cuando se vivía una intolerancia muy grande, cuando existía la obligación de escribir sobre Colombia, de otra forma, había una acusación y confrontación directa de ser un traidor a la patria, de estar traicionando la causa filosófica y política del momento. Me reusé a aceptar ese tipo de camisa de fuerza.

Quise escribir un cuento que fuera un ejercicio de narración sobre algo que nunca he vivido. Pensé en África, donde no había estado. Esta fue mi protesta contra esa intransigencia, tan brutal, contra esa ideología que pesó tanto y que resultaba castrante. Considero que es importante que el autor de alguna manera se sacuda y no permita que se caiga en esas barreras, en esas limitaciones tan paralizantes.

La fiestacomienza describiendo las aventuras de un niño quien al comienzo es observador y luego partícipe de una fiesta que ofrecieron sus padres y a la que asistieron, como era costumbre, personajes influyentes de la vida social y política del país. Me es evidente que, más que contar tu experiencia, lo que buscaste fue ser crítico ácido de un grupo social que es celoso, cerrado, encapsulado, privilegiado, en medio de la opulencia.Tu crítica a la élite política colombiana es fuerte y se hace muy evidente en tus columnas.

De pequeño tuve acceso a una vida de una gran opulencia, de una gran riqueza, pero, en la medida en que fui creciendo me di cuenta de algo muy particular, criticable. Muchas de esas personas que pertenecían a esa élite, que habían tenido el mayor acceso a la educación, a los viajes, a la cultura, no traducían su privilegio en mayor conciencia social ni en mayor empatía ni en compasión. Al contrario, muchas de estas personas mostraban su tremendo egoísmo, su empeño en conservar su privilegio, en gran parte inmerecido.

Lo que vi fue que a ese grupo social en Colombia el país se lo llevó por delante. Fue una clase dirigente que no dirigió, que renunció a su tarea de dirigir, a diferencia de otros países en los cuales la clase dirigente era más lúcida, más sensible, que sí lideró y llevó a cabo grandes transformaciones sociales.

En Colombia no ocurrió eso, la gran transformación vino del pueblo y se manifestó en varias ocasiones principalmente en 1991 para reformar la Constitución. Toda esa élite era un grupo social dueño de todo: de la banca, del comercio, de la industria, de la cultura. Esto se atomizó, aunque existe alguna concentración, el país se llevó a esa clase por delante al diversificarse con una movilización social incuestionable y enorme.

Siempre quise contar una historia que reflejara ese suicidio colectivo de ese grupo social. Y me acordé al vivir una experiencia que me permitía captar la historia en una gran fiesta que ocurrió en una casa en la que yo vivía. En medio de una gran celebración, con juegos artificiales, hay un momento de una gran detonación que se los lleva por delante. Era la manera perfecta para simbolizar esa actitud. Decidí narrarlo desde la perspectiva de un niño que va contando lo que va viendo con gran inocencia, sin juzgar, sin criticar, como si fuera una cámara filmadora que va simplemente registrando.

Lo que el niño cuenta, de una manera desapasionada, ilustra lo que está ocurriendo, la decadencia, las traiciones, la falta de empatía. De esta forma retraté ese momento social. Algo que le heredé a mi padre, porque, cuando uno mira la obra de Fernando Botero, uno lo que ve es un pintor que recrea la historia que vive un joven en Medellín, en homenaje o alabanza estética, con cierta distancia, para hacer una crítica sobre esa realidad. Por eso la sátira en sus lienzos es inocultable, la aristocracia colombiana como las dictaduras de América Latina, los políticos colombianos, la iglesia católica, son retratados con gran humor, con ironía. Mi padre reproduce y retrata la realidad con su mirada mordaz y me parecía importante emular eso.  

Precisamente leí esa explosión como la de esa élite. El niño se divierte, se estresa, se cuestiona, se rebela. ¿Cómo y quién es el niño que te habita?

Miro mi infancia de manera muy particular. Tuvo momentos muy buenos, otros muy malos. Lo importante, como decía Joyce, es saber que el escritor está preparado cuando entiende que todo lo que le ha pasado es materia prima válida para construir una obra narrativa. Para bien o para mal uno tiene que utilizar las vivencias personales y de ahí sacar el mundo que se quiere contar.

El caso de García Márquez es una gran enseñanza. A él lo he estudiado a profundidad, escribí mi tesis universitaria sobre él. García Márquez después de haber leído de todo no sintió ningún interés por escribir hasta que leyó La metamorfosis de Kafka, y quedó tan impactado que tuvo que acostarse. Cuando se levanta, lo primero que hace es escribir su primer cuento, La tercera resignación, que refleja un talento innato. Era muy joven cuando lo escribió.

Los textos que produce en ese momento no están relacionados con su realidad. Como dice Vargas Llosa, en el texto más brillante, Historia de un deicidio, sobre García Márquez, en el que describe sus cuentos como químicamente puros. García Márquez escribía sobre lo que él creía que debía escribir. De repente Faulkner le enseñó lo que en todo latinoamericano, especialmente en García Márquez, resulta importantísimo, se nota en su prosa. Cuando uno lo lee en su totalidad aparece Faulkner para dar un viraje radical en la obra de García Márquez: aparece el trópico, el humor, por primera vez aparece el mundo que será de Macondo. Este le enseñó que la realidad vivida en Aracataca, en Barranquilla y en Cartagena, una pobre y miserable agobiada por el calor, sin ninguna cualidad especial, ni era pobre ni era miserable. Por el contrario, estaba preñada de un potencial humano y estético extraordinario.

Esto fue así porque Faulkner mira el sur de los Estados Unidos para resaltar esa grandeza, esas cualidades, esas historias. Para resaltar la belleza que nadie había detectado. Él brindó esa enseñanza tan importante. Cuando uno revisa, él es el autor más influyente en Vargas Llosa, en Sábato, en Cortázar. Carlos Fuentes escribe La muerte de Artemio Cruz, basado en Faulkner. Faulkner es la figura porque les enseñó a entender que su propia realidad es válida cuando se sentían acomplejados frente a los grandes exponentes del mundo anglosajón, francés, ruso. Les permitió reconocer que tenían la “gran cantera” de historias.

García Márquez, con este aprendizaje, fue quien renovó la novela de una manera que no había ocurrido en el género desde Cervantes y es el más grande escritor después de Miguel de Cervantes, con una diferencia de siglos.

En Entonces no solo hice una inmersión en aguas profundas, sino que fui una observadora experimentando el recuerdo de mi propia experiencia por tu forma de cuidar los detalles. Pude sentir la brisa, extasiarme con el paisaje, emocionarme con el Blue Hole y descender para vivir la aventura. Desde cumplir protocolos pasando por medir el riesgo hasta el goce y finalmente el terror. ¿De cuántas formas distintas sentimos que nos falta tiempo y aire? Porque en la vida se nos acaba el aire y el tiempo se consume. Y en El descenso uno desciende a su consciencia, a sus tribulaciones, a su desesperanza y nos llevamos sorpresas. Por lo mismo quiero saber qué tipo de fantasmas te habitan, cuáles abrazas, cuáles te asustan.

En la época junto a mis amigos Mendoza y Balboa, a quienes mencioné arriba, hice un descubrimiento que me impactó y que hablé con ellos. Fue entender la orfandad temática del mar en la novela en castellano. Es algo rarísimo en nuestra cultura. En nuestra narrativa no tenemos una figura como Hemingway y varios otros, y es raro, porque venimos de una potencia marina que fue España. Casi todos los países, en los que se habla español, dan a un océano, pero no tienen figuras narrativas tan importantes tratando ese tema. No pasa así en la poesía, pues es casi imposible no encontrar un poeta que no hubiera tomado el mar como un momento, una metáfora o un elemento para alimentar sus versos.

Al ver esa orfandad escribí este par de cuentos y un par de novelas. El único escritor con autoridad que lo ha hecho en castellano ha sido Arturo Pérez-Reverte quien cuenta con varias novelas extraordinarias, pues entendió la gran enseñanza de Conrad quien decía: “El mar no es un elemento, es un escenario”. Y es un escenario privilegiado para contar aventuras, para contar historias.

Uno de estos cuentos, El descenso, está basado en experiencias personales. Se trata de una inmersión nocturna. Oportunidad increíble para describir un mundo fascinante, misterioso, lleno de peligro, de azar, de aventura, que no había sido contado en español. Cuando Alejandro atraviesa una pena de amor que lo lleva prácticamente al suicidio, mientras que desciende, todo lo que no está dentro del alcance de la linterna es como si no existiera.

Este es un descenso en dos planos. El primero, cuando físicamente desciende. El segundo, el descenso psicológico, que es simultáneo en el que trata de reconciliarse con su experiencia personal.

Me pareció que sería una linda manera de contar lo que muchos de nosotros tenemos qué hacer forzados por las circunstancias que nos obligan a tomar el toro por los cuernos porque, si no lo hacemos, podemos estallar, podemos morir, podemos llegar al suicidio, a la destrucción. Entonces, es necesario hacer ese descenso interno, ese juego de espejos.

Entonces, el otro cuento, tiene dos versiones y una particularidad, el tener seis palabras: “Entonces -y sólo entonces- se sentó”. En la segunda versión abro un paréntesis de varias páginas donde no hay un solo punto, donde se cuenta lo que es una vivencia en el mar que transforma a las personas y logra una enseñanza fundamental en la vida como es el entender lo que es la fugacidad de la existencia.

Creo que todos vivimos como si fuéramos inmortales, creo que tenemos que pasar por una experiencia muy dura para entender que este tiempo es prestado, breve, efímero, limitado. Creemos saber, pero solo lo entendemos cuando lo vivimos con las entrañas al enfrentar peligros, la posibilidad de la destrucción o la muerte. Es una toma de conciencia abrumadora.

De Entonces rescato frases tan hermosas como estas:

“Había mordido de nuevo el anzuelo de la memoria”. “Lo bueno no es siempre lo agradable”. “Hay momentos que se justifica sentir e incluso saborear, aunque duelan”. “Aguantar el aplastante peso de la tristeza con la insensata esperanza de que algún día, tarde o temprano, esta terminara de pasar”. “Envuelto en una propiedad que no parece física sino mental, como el descenso por los abismos de un sueño de agotamiento”.

***

La conversación es más un monólogo, realmente son dos monólogos: uno en voz alta sin esperar nada del interlocutor y otro en silencio profundo, en reflexión. Son dos personas compartiendo una mesa, pero no la misma conversación. No logro quitarme esa imagen del momento en que salen del restaurante. Interpreté ese continuar caminando, para apenas empezar a expresarse realmente, como una extrema delicadeza, como el respeto por una situación que llama al pudor, a la intimidad que merecen los sentimientos del otro y por el otro. Preguntas que no alcancé a formularle a Juan Carlos: ¿Cuántas conversaciones introspectivas te permites? En este momento podrías estar teniendo una. ¿Cómo silencias el ruido exterior? ¿Cuáles son los elementos que más valoras en una conversación? ¿Qué es una conversación inolvidable? Por otro lado, para mí, El ocaso es una presencia que acompaña en soledad, sí, que acompaña en soledad. Es el final de la vida como ocurre con la puesta del sol al final del día. Lo ibas a llamar la venganza.

La conversación y El ocaso son momentos en los que la persona tiene que ejercer la crueldad, son momentos de dolor por amor. Todos pasamos por cosas verdaderamente terribles. Lo que me gusta de La conversación, como dices, Isa, son dos personas sentadas en un restaurante. Mientras que la mujer está hablando, el joven está pensando que la relación se está acabando y que ya no hay una justificación para mantenerla. El cuento comienza cuando termina. Tanto al ingreso como a la salida del restaurante, él le dice a ella: Sigue. Pero él sabe que, apenas salgan, tiene que decirle: Esto se acabó. Tiene que expresarle todo lo que ha estado pensando sobre la destrucción de su relación y el dolor que esto les va a causar. Este es un cuento en el que lo importante no es el cuento, sino que el lector lo tiene que imaginar.

Las ventanas y las voces

Cuando conversamos para construir tu perfil biográfico para mi página Memorias conversadas, mencionaste esta historia, tan vívida, tan espeluznante. Las ventanas y las voces nos recuerda una época de intensa violencia en el país que dejó una huella de dolor que no se ha olvidado y que tampoco se ha superado. Me pareció magistral el giro que le diste. Pasar de ser observador a través de una ventana, para ser luego observado no por un lector frustrado ante la impotencia al no poder rescatar a la víctima ni ayudarla de ninguna manera, sino ser observado también por el destino. ¡Ay, el destino! Preguntas que no alcancé a formularle: ¿Qué caminos no deben recorrerse? ¿Qué puertas no deben abrirse? ¿A través de qué ventanas no debe uno asomarse? ¿Qué voces no debe uno escuchar? ¿Qué voz interior se debe silenciar? ¿Escribir para ti es una respuesta a algo, una reacción, un camino, es un escape o es un destino? ¿Qué puertas se abren ahora, qué ventanas se iluminan, qué voces te hablan?

El cuento final, Las ventanas y las voces, es el que le da el título al libro de cuentos. Está basado en las experiencias personales que viví en Bogotá en una época en que estuve recorriendo la ciudad de noche en compañía de algunos amigos. Fue así como entré en contacto con la violencia tan dura de la que todos hemos sido testigos y que en muchos casos hemos padecido de maneras muy distintas: atentados, secuestros, ejecuciones.

Lo que viví en esa época me marcó de manera muy profunda. Me pasó que, en una ocasión, llegamos a un edificio donde el DAS torturaba a sus víctimas. Lo que vimos esa noche nos hizo salir corriendo espantados. En la realidad yo nunca volví, pues me pareció escalofriante, pero en el cuento Alejandro y su mejor amigo regresan, se ubican frente a esa ventana para cada noche ver una sesión de tortura diferente.

Esto me permitió contar una reflexión que hice sobre Colombia. Responder a la pregunta que siempre me he hecho, la de qué nos pasa a nosotros en el país cuando nos asomamos a tan diferentes ventanas, como la de la televisión, de la prensa, del computador o la de las redes sociales, para ser bombardeados por hechos violentos, por hechos que no son normales.

Estamos narcotizados frente a lo cotidiano, porque lo que se vive en el país no es normal. Los niveles de violencia a los que hemos sido sometidos durante décadas es enfermizo. Qué le pasa a una población cuando es bombardeada sistemáticamente por hechos atroces. La primera reacción es el dolor, el asombro, el terror. Pero, a fuerza de repetición, hay una narcotización que lleva a una familiaridad con la violencia. El ciudadano termina siendo víctima y reproductor de esta.

Si creen que estoy exagerando, preguntémonos, qué nos pasa en Colombia, cómo dialogamos, cómo interactuamos, cómo debatimos. Esa violencia nos ha marcado más allá de lo que quisiéramos reconocer. Recuerdo que en los años ochenta y noventa en España me preguntaban: “¿Cómo se explica usted que en Colombia no haya más manifestaciones de protesta? Aquí, cuando el ETA asesina a un miembro de la sociedad civil de inmediato se produce una marcha, una manifestación de repudio”. La explicación para mí es muy sencilla. Si saliéramos a protestar por cada hecho violento, por lo menos en esa época, hubiéramos tenido que salir a las calles, literalmente, ochenta o noventa veces diarias. Estamos hablando de treinta y cinco mil muertes violentas y casi tres mil secuestros al año. Hemos vivido en una sociedad verdaderamente violenta, porque sigue pasando.El tiempo se acabó, entonces nos despedimos para pasar a la firma de libros.