JOSÉ ANTONIO OCAMPO
Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo
ORÍGENES
Provengo de una familia paisa, tierra de mis cuatro abuelos. Mi papá, Alfonso Ocampo Londoño, nació en Manizales y estudió en Medellín, en la Universidad de Antioquia, donde conoció a mi mamá, Tulia Gaviria Londoño.
Nací en Cali, entonces crecí con esta mezcla de valluno y paisa que me aportó una gran riqueza cultural y, agregaría, gastronómica. Tengo amistades profundas en mi ciudad natal, que es también la de mi esposa, Ana Lucía Lalinde.
Mi mamá murió a mis catorce años, pero viví con ella el tiempo suficiente para que sembrara en mí valores fundamentales. Me transmitió toda su ternura y un amor infinito que me han alcanzado hasta hoy.
Otro de los legados de mi madre es mi amor por la lectura. Cuando estuve frente a un libro por vez primera, su mirada observadora captó la emoción que me causó. Entonces compró cuanto libro se me ocurriera. Así leí las obras completas de Julio Verne y me convertí en el bibliotecario de mi papá. Mi papá, además de sus libros de medicina tenía de literatura y filosofía, los que devoré sin medida.
La influencia de mi papá hizo de mí una persona disciplinada, metódica y muy responsable. De él heredé el rigor por el trabajo. Médico consagrado y estudioso, fue uno de los fundadores de la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle y del Hospital Universitario del Valle, de los que fue su rector y director, respectivamente.
La vida lo llevó a ocupar posiciones en el gobierno, en especial la de ministro de Salud y después de Educación del presidente Alberto Lleras Camargo. Por esta razón pasamos un período de la vida en Bogotá.
Cuando mi papá terminó su gestión frente al Ministerio de Educación regresamos a Cali. Una vez allá se vinculó nuevamente a la academia como decano de Estudios y luego fue rector de la Universidad del Valle y del Icesi. También estuvo un período al frente del Icetex, y se dedicó cada vez menos a la práctica de la medicina.
ACADEMIA
En el Berchmans, con los jesuitas en Cali, y en el San Bartolomé La Merced, en Bogotá, se hicieron evidentes mi gusto y facilidad por las matemáticas. Cuando me gradué, como mi fortaleza eran los números, quise buscar algo afín, así que inicialmente pensé en estudiar física, pero nadie me respaldó.
Comencé ingeniería eléctrica en la Universidad del Valle. En primer semestre decidí que no era lo mío, pese a que me fue maravillosamente en matemáticas y física y me eximieron de química. Le dije a mi padre que quería estudiar sociología en la Universidad Nacional de Bogotá.
Eran los años 60, 1968 para ser exacto. De hecho, era el mágico año de las movilizaciones estudiantiles francesas. Mi papá, una persona conservadora, debió pensar que yo estaba loco, pero nunca me lo dijo, cosa que le agradezco inmensamente.
A razón de su trabajo tenía una red de amigos rectores de universidades. Conmigo guardó silencio. Pero a los pocos días me dijo: “He pensado que si quieres estudiar sociología lo mejor es que te vayas a los Estados Unidos. Ya hablé con el rector de la Universidad de Notre Dame y me dice que te admite. Pero también te recomiendo estudiar economía porque allá puedes hacer dos carreras al mismo tiempo”.
Fue, por lo tanto, gracias a mi padre que estudié economía y esta recomendación ha sido el mejor consejo que he recibido. Aunque rápidamente me desilusioné de la sociología, obtuve mi grado también en esa ciencia social. A lo largo de mi vida he agradecido el haberla estudiado.
Destaco dos cosas muy importantes durante los años de pregrado en Estados Unidos. Durante este período, me uní al movimiento estudiantil que tuvo un impacto histórico en la época, entre 1970 y 1972: la lucha contra la guerra de Vietnam.
Al finalizar mi segundo semestre se dio la invasión de Estados Unidos a Camboya. Esta generó una reacción muy fuerte de los estudiantes y prácticamente todo el sistema universitario se fue a la huelga. Generó tal el impacto que el rector de mi universidad la declaró para toda la Universidad durante las últimas dos semanas.
Durante las dos últimas semanas de ese semestre nos dedicamos entonces a hablar de Vietnam y del movimiento de resistencia pacífica. Luego vinieron las grandes movilizaciones, como la de un millón de estudiantes en Washington, las cuales fueron las que llevaron al presidente Nixon a terminar la guerra. Fue un acto de humillación y la primera derrota militar de ese país en su historia.
Mis amigos gringos eran todos reclutables, por lo que era evidente su angustia. La elección de quienes debían prestar el servicio militar en el estudiantado se hacía de manera aleatoria. La llamaban La Lotería. En ella “rifaban” según días del año y de acuerdo a la fecha de nacimiento. Los que no contaban con suerte tenían solo dos opciones. Una era escapar a Canadá por su cercanía o argumentar lo que se llamó la objeción de conciencia, la cual se constituyó en la filosofía del pacifismo e hizo parte de la cultura y el currículo universitario de la época.
Estudiando en una universidad católica nos hacían tomar un curso semestral de filosofía o teología. Tomé dos semestres de filosofía donde estudié y leí a Descartes, a Hegel y a Kant, entre muchos otros. También tomé cuatro cursos de teología en los que leí a San Pablo, San Agustín, Santo Tomás de Aquino y la controversia protestante. Estudié la teología holandesa, que era la de la vanguardia católica de la época y escribí para ese curso un ensayo sobre la teología de la liberación latinoamericana.
También tomé una clase sobre Gandhi, que era considerado de teología. Su pensamiento hacía obviamente parte de la formación en el pacifismo para responder a la demanda de los estudiantes. Leí su autobiografía, sus escritos y lo escrito sobre él. Este curso tuvo para mí un profundo significado. Por eso, las películas sobre él me llevan a la juventud.
Cuando fui a la India me impactó profundamente visitar la casa donde vivió sus últimos años, el parque donde lo asesinaron y el lugar donde lo cremaron. En este último lloré, conmovido, y le puse flores. Gandhi siempre ha sido un referente importante para mí.
Aunque participé en las protestas estudiantiles de la época, primero en la Universidad del Valle y luego en la de Notre Dame, esto me generó más tarde algunas paradojas. Por ejemplo, protesté en Cali contra la Fundación Ford, que después me becó y me financió múltiples proyectos de investigación.
Estudié a Marx en profundidad, y no me arrepiento de haberlo hecho. Participé en un movimiento estudiantil en la Universidad de Yale, cuando hacía mi doctorado y donde reclamamos nos brindara cursos de economía marxista.
Me pregunto cuántos colombianos han leído los tres tomos de El Capital de Marx. Me cuento entre ellos, pero también leí muchas otras obras del marxismo. Sin ser marxista, haber estudiado a Marx y posteriormente haberlo enseñado, me da satisfacción, pues mucho aprendí de esas obras.
Una vez me gradué en estas dos ciencias sociales decidí continuar de manera directa con mi doctorado en economía en la Universidad de Yale. Recibí mi grado a la edad de veintitrés años. Fui de los pocos que terminó en el tiempo establecido de cuatro años. Esto fue así pese a que cambié el tema de mi tesis a mitad de camino.
Tuve un profesor que se convirtió en un segundo padre para mí, Carlos Díaz Alejandro. Cubano, experto en temas latinoamericanos, trabajaba en comercio internacional, el campo que seguí. De hecho, fue en gran medida por él que escogí a la Universidad de Yale. Este fue un gran acierto. Carlos fue además quien me aficionó a la historia económica y fue mi director de tesis. La mezcla de trabajar simultáneamente economía contemporánea e historia económica, las que practico, fue siguiendo sus pasos.
Carlos Díaz escribió uno de los mejores libros sobre historia económica de Argentina y uno excelente sobre los regímenes de comercio exterior de Colombia. Fue mi mentor en los primeros años de mi carrera, pero murió muy joven, como una de las primeras víctimas del sida. Curiosamente no me había enterado hasta entonces que era homosexual. Sus amigos, en cierto sentido, me adoptaron y se convirtieron en mis nuevos mentores.
Mi primer libro, que es uno de mis preferidos, Colombia y la economía mundial, está basado en el comercio exterior de Colombia en el siglo XIX. Era el tema de mi tesis doctoral, pero al año decidí continuarlo en Colombia y escribir una tesis teórica. La mentoría de los profesores es algo muy importante en una época temprana de la vida profesional, en la que necesitan promotores para su época temprana profesional. Y esta es una labor que he hecho desde el comienzo de mi carrera, con inmenso agrado. He tenido grandes satisfacciones en la vida con jóvenes que he podido promover.
TRAYECTORIA PROFESIONAL
DOCENCIA UNIVERSITARIA
Cuando terminé mis estudios decidí regresar a Colombia e iniciar una carrera académica. De hecho, nunca pensé hacer otra cosa. Me vinculé a la Universidad de los Andes en calidad de docente en la Facultad de Economía y a su Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico, CEDE, del cual fui director poco después.
Dicté también algunos cursos en la Universidad Nacional. Sin asomo de duda, mi experiencia como docente ha sido una de las más enriquecedoras que he tenido, y la academia ha sido y será una constante en mi vida.
Solo hubo una ocasión en que solicité trabajo en los Estados Unidos, y lo hice por interés de mi profesor Carlos. Cuando llevaba un año en Colombia me dijo que había un puesto abierto en la Universidad de Yale, para enseñar historia del pensamiento económico. No lo gané. Es algo que le agradezco al destino.
Mis primeros años estuvieron dedicados a la historia económica de Colombia y, además de mi libro sobre el siglo XIX, escribí ensayos como Colombia en los años 30 del siglo XX, la historia de la protección en Colombia y otros con Santiago Montenegro, uno de mis primeros asistentes en investigación.
Tuve la dicha de contar con estudiantes absolutamente espectaculares, que después fueron asistentes de investigación en esa época temprana Leonardo Villar, Mauricio Cárdenas y Juan Luis Londoño. Con todos he tenido una relación personal muy agradable a lo largo de la vida.
A ellos se agregaron después Camilo Tovar y Mariángela Parra, mis asistentes den la ONU, y Jonathan Malagón, entre otros colombianos que han estudiado en la Universidad de Columbia. Agrego a Carmen Astrid Romero, que aunque no fue mi estudiante, trabajó conmigo desde años tempranos y acabo de publicar con ella un libro sobre la economía colombiana en el siglo XX.
Unos años después de estar dedicado a la historia decidí participar en los debates contemporáneos y adquirí esta costumbre de escribir al tiempo sobre temas contemporáneos y de historia, de nuevo siguiendo a Carlos, mi mentor.
FEDESARROLLO
Continué mi proceso profesional en Fedesarrollo. Poco tiempo después de estar afiliado me ofrecieron ser su director. Desde allí participé en los debates de actualidad. Promoví tres libros de texto sobre economía colombiana, de los cuales coordiné dos.
Para uno de ellos, Historia Económica de Colombia, logré interesar a un excelente grupo de historiadores. Se convirtió en mi libro más vendido: cuenta con tres ediciones y por lo menos treinta impresiones. La edición más reciente, del 2015, es con el Fondo de Cultura Económica. Se sigue utilizando ampliamente como texto universitario. Con esta obra ganamos, además, el Premio Nacional de Ciencias Alejandro Ángel Escobar.
El otro, que coedité con Eduardo Lora, fue la Introducción a la macroeconomía colombiana, que tuvo una historia más compleja por los cambios que ha experimentado la economía colombiana. Una segunda edición la organizamos también con Roberto Steiner, pero también se desactualizó. El tercer texto lo hizo Eduardo Lora sobre medición económica.
Uno de mis libros más recientes sigue esa inclinación a producir textos de estudios. Es una historia económica de América Latina, El Desarrollo Económico de América Latina desde la Independencia, que escribí con un amigo uruguayo, Luis Bértola. Se ha leído también ampliamente y aparte del castellano ha sido publicado en inglés, portugués y mandarín.
TÉCNICO EN LA POLÍTICA
Curiosamente siendo de papá y familia conservadores, me matriculé temprano en el Partido Liberal y participé en los gobiernos de Barco, Gaviria y Samper. Desde cada posición aprendí y conocí a profundidad diferentes sectores.
Primero estuve en cargos técnicos, pues fui asesor del gobierno nacional en asuntos cafeteros. Después fui asesor de comercio exterior, cargo del que me retiré en protesta por la forma como hicieron la apertura económica.
Tuve, en efecto, serias diferencias con respecto e esta. Fue liderada por el presidente César Gaviria, el ministro de Hacienda Rudolf Hommes y el director Planeación, Armando Montenegro. Ernesto Samper planteó nuestra tesis, que abogaba por una gradualidad en la apertura acompañada por políticas agrícolas e industriales para ayudar la reconversión de los sectores.
Creo que tuvimos razón. Al ser derrotados decidí renunciar y aceptar una oferta para ir a Ginebra. Aquí trabajé con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, UNCTAD. Tenía el proyecto de escribir un texto sobre comercio internacional y desarrollo que nunca terminé porque allá me pidieron apoyo en otras áreas.
Al regresar al país, los gremios me contrataron para que ayudara a adelantar un conjunto de estudios sobre el impacto que iba a tener la apertura con México, lo que se llamó el Grupo de los Tres, México, Colombia y Venezuela. En ese entonces Juan Manuel Santos era ministro de Comercio Exterior y me propuso que fuese el jefe negociador de ese acuerdo en representación de Colombia. Esa fue mi reinserción con el Gobierno.
MINISTERIO DE AGRICULTURA
Para ese momento había una crisis agrícola muy fuerte. A mi juicio, generada por la apertura, a la cual se sumaba a otros factores como la fuerte caída en los precios del café luego del derrumbe del Acuerdo Internacional correspondiente.
Estando en una Junta Directiva, el presidente Gaviria me llamó para invitarme a Palacio, a lo que no me podía negar. Se rumoraba que tenía serias dificultades para conseguir un ministro de Agricultura que se hiciera cargo de todos los problemas del sector. Durante el trayecto imaginé que me haría ese ofrecimiento, lo que confirmé minutos más tarde.
Conversamos por casi una hora. Al final le pregunté: “Presidente, usted me permite hablar con mi papá porque quisiera consultarle este tema”. El presidente me contestó que no me retirara del salón sin darle una respuesta.
Una vez salí, llamé a mi papá y a mi esposa para decirles: acabo de aceptar el Ministerio de Agricultura. Mi papá respaldó mi decisión y me dijo que siguiera adelante. Mi esposa no lo creyó inicialmente, así que tuve que pasarle al Ricardo Ávila, entonces consejero privado del presidente, para que se lo confirmara.
Tuve excelentes relaciones con los gremios y con el Congreso. Las propuestas que hicimos con mi viceministro Santiago Perry fueron muy novedosas. Promovimos, entre otras, tres leyes que me generan profunda satisfacción.
La primera, la Ley 99 de 1993, creó el Ministerio del Medio Ambiente. Lo tuve a mi cargo en conjunto con Manuel Rodríguez, por ese entonces director del Inderena que hacía parte del Ministerio de Agricultura. La Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro de 1992 llevó a que todos los países de América Latina reformaran su sistema ambiental. Y esta fue nuestra reforma.
La segunda, la Ley 101 de 1993, fue la primera que utilizó la figura de la iniciativa popular para presentar proyectos de ley. La trabajamos, la pulimos, le sumamos nuevas ideas para lo que se conoce como la Ley General Agraria. Con ella se crearon nuevos instrumentos, muchos de los cuales siguen utilizándose hasta hoy. Por ejemplo, el incentivo a la capitalización rural, que es un subsidio a la inversión en el campo.
La tercera, la Ley 160 de 1994, es la de reforma agraria todavía vigente y obviamente de profunda actualidad debido a los compromisos en este campo del Acuerdo de Paz con las FARC.
El Ministerio de Agricultura me permitió conocer en detalle el país, visitar muchas regiones y percibir una Colombia que no conocía en tal grado de detalle. Lo recorrí por todos sus rincones y dialogué con los sectores campesinos y con el empresariado del campo.
DEPARTAMENTO NACIONAL DE PLANEACIÓN
Estando Ernesto Samper en la presidencia, me nombró director del Departamento Nacional de Planeación. En el ejercicio de la función pública siempre me sentí muy cómodo. Los gremios, el sector empresarial, los sindicatos y el Congreso, me acogieron con deferencia y, pese a las diferencias de pensamiento y modelos económicos que tuve con algunos de ellos, fui escuchado y respetado.
En Planeación formulé el plan de desarrollo que llevó por nombre El Salto Social, uno de los más estructurados que se han hecho y el primero que se elaboró bajo las normas de la Constitución de 1991. Mi subdirector de entonces, Juan Carlos Ramírez, fue fundamental en su elaboración. Tuvo problemas de implementación por las circunstancias políticas que se vivieron en el gobierno.
Novedoso en cuanto a las consultas con las regiones y con la sociedad civil representada en el Consejo Nacional de Planeación. Es decir, contó con un proceso participativo amplio, así como por la aprobación del plan de inversiones en el Congreso.
En las consultas regionales, el tema de las vías de transporte aparecía como la gran prioridad. Por lo mismo me aprendí de memoria la red vial nacional. Fue un proceso fascinante, una gran escuela.
MINISTERIO DE HACIENDA
Llevaba cuatro años en el Gobierno. Recibí la invitación de Rosemary Thorp, amiga y profesora de la Universidad de Oxford, para que la acompañara a escribir un libro sobre historia económica de América Latina en el siglo XX, a solicitud del BID. Acepté y así se lo informé al presidente Samper.
Aprovechando que había un foro sobre Colombia en Londres, organizado por Eduardo Posada, magnífico historiador, arrendé una casa en Oxford y pagué la cuota inicial tres mil libras esterlinas, una suma entonces cuantiosa en pesos colombianos.
Uno o dos días después, ya en Londres, recibí una llamada del presidente Samper para decirme: “Guillermo Perry renunció. Necesito que asuma el Ministerio de Hacienda”. Por la diferencia horaria le dije: “Déjeme pensarlo esta noche”.
El expresidente Alfonso López Michelsen, quien estaba en el foro, me convenció de aceptar. Me dijo que era imposible negarme, que no había nadie del samperismo que fuese tan confiable para el mundo empresarial. Que esta era una posición desde la que podía entregarle mucho al país. Así lo hice.
En materia económica, el impacto de la crisis política de la época fue muy limitado. De hecho, la economía se aceleró durante mi período de ministro, al mismo tiempo que se reducía el déficit fiscal. Más aún, aunque la gente lo olvida, las cifras de inversión extranjera directa mostraron uno de los primeros picos. Mantuvimos la calificación crediticia de Grado de inversión, que perdimos luego en 1999.
Uno de los resultados más positivos de mi gestión fue el lanzamiento de un mercado moderno de bonos de deuda pública, que ha sido un éxito colombiano. Hicimos además, a comienzos de 1997, la hasta entonces mayor emisión de bonos de deuda pública en los mercados internacionales. Tuvimos las mejores condiciones crediticias de la época. Hubo tanta demanda que decidí, con los bancos de inversión que nos apoyaban, hacer la primera emisión de un bono de treinta años.
El gobierno de Samper fue sin duda desgastante, pero conservé mi buen nombre. Nadie jamás me involucró con absolutamente nada relacionado con los escándalos del momento. Estados Unidos nos dividía entre los buenos y los malos, y pertenecí al primer grupo junto con María Emma Mejía, el general Serrano, comandante de la Policía, y otros.
Tuvieron conmigo gestos muy positivos. Por ejemplo, uno de los primeros foros de ministros de Hacienda a los que asistí fue el de la Cumbre de las Américas en New Orleans. Allí el secretario del Tesoro me escogió como uno de los dos ministros para hacer la presentación ante la prensa. También conté con la confianza de todos los sectores al interior del país.
El equipo del Ministerio fue también fundamental, en particular los viceministros Leonardo Villar, Joaquín Bernal y Eduardo Fernández, y el director de crédito público Clemente del Valle, que había comenzado a diseñar el mercado de los TES con mi predecesor.
Terminado el gobierno, en el período entre el final del Ministerio y la CEPAL, estuve en la Universidad de Oxford ayudando a editar dos volúmenes de ensayos sobre historia económica latinoamericana que publicamos con Rosemary y Enrique Cárdenas, historiador mexicano. Escribí la introducción de cada uno de estos dos libros. Fueron cortas semanas, pero me permitieron atender esta labor y fueron muy importantes para mi libro más reciente de historia.
ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS – ONU
Después del ministerio de Hacienda, estuve en las Naciones Unidas por casi diez años. Comencé como secretario ejecutivo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe – CEPAL. Después como director del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU en Nueva York. Fueron dos experiencias fascinantes.
En la CEPAL conocí América Latina a fondo y gracias a ello hoy se me reconoce internacionalmente como uno de los expertos en sus temas. Trabajé virtualmente con todos los gobiernos y aprendí sobre su situación económica y social de la región. La CEPAL es el mejor centro de pensamiento de las Naciones Unidas. No hay ningún otro comparable.
De esos años resalto los principales informes institucionales que coordiné y para los cuales escribí capítulos enteros: El Pacto Fiscal; Equidad, Desarrollo y Ciudadanía; Globalización y Desarrollo; y Una década de luces y sombras, este último un análisis de lo que había acontecido en América Latina durante las reformas de mercado.
En Nueva York la experiencia como director del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales (DESA) fue muy diferente. Allí conocí a fondo a las Naciones Unidas, colaborando en sus procesos intergubernamentales. Estos incluyen debates largos y engorrosos que ayudan, sin embargo, a la generación de los grandes objetivos internacionales de desarrollo.
Recuerdo con gusto algunas de las reformas que pude introducir en los organismos de la ONU en materia económica y social. Entre ellos resalto la constitución de un comité permanente de expertos en cooperación tributaria internacional, el seguimiento a las conferencias sobre financiación del desarrollo y las evaluaciones regulares del cumplimiento de los objetivos de desarrollo acordados, en ese entonces los Objetivos de desarrollo del milenio.
Quise implementar un sistema de revisión de pares para los compromisos que hacen los países en la ONU en materia económica, social y ambiental. Buscaba replicar lo que hace la OCDE. La idea no fue aceptada, pero se pusieron en marcha los informes voluntarios que hacen los países en el Consejo Económico y Social sobre el cumplimiento de los objetivos mundiales acordados.
Hubo tres procesos adicionales e interesantes, entre muchos otros. El primero fue organizar el primer foro de la Asamblea General de la ONU sobre migración y desarrollo. Quisimos crear una comisión de las Naciones Unidas sobre el tema, pero solo se aprobaron unos esquemas de diálogo manejados directamente por los países.
El segundo fue presentar un informe a la Asamblea sobre violencia contra la mujer, que fue desgarrador, y hacer seguimiento a los distintos acuerdos de la ONU sobre temas de género. DESA estuvo encargada de estos temas hasta que ONU Mujeres fue creada en 2010. El tercero fue el apoyo a la redacción de una convención internacional sobre personas con discapacidad. Las reuniones que tuve con las distintas organizaciones que los representaban han sido algunas de las más conmovedoras que he tenido en mi vida.
BANCO MUNDIAL
Fui candidato a la presidencia del Banco Mundial en el 2012. Su presidente ha sido siempre nombrado por el presidente de Estados Unidos. Para este proceso, once de veinticuatro directores de la Junta que representan a países emergentes y en desarrollo, decidieron que tenía que haber candidatos de nuestros países. Entonces elaboraron una larga lista de posibles candidatos.
Cuando me llamaron a proponérmelo mi reacción fue: “Ustedes están locos. Me están pidiendo que participe en un proceso sesgado”. Pero me convencieron y finalmente nos eligieron a la ministra de Hacienda de Nigeria y a mí como candidatos. Colombia no me respaldó. Nunca entendí esa decisión, pero yo era candidato de un grupo de países. De hecho, Brasil era el principal promotor de mi candidatura.
Creo que lo más importante de ese proceso fue la demanda de que tenía que ser competitivo y que el Banco Mundial podía ser presidido por un país en desarrollo. Se trató de un proceso fascinante. Dialogué con los ministros en cooperación europea en Bruselas, conté con el apoyo de redes latinoamericanas y de muchos sectores colombianos y hablé obviamente con los directores de los países en el Banco.
Una de las cosas más simpáticas de todo este proceso fue que se filtró la evaluación que hicieron los directores por la Unión Europea. Esencialmente decía que los dos candidatos de los países en desarrollo éramos mejores que el candidato de Estados Unidos, por el cual ellos terminaron votando. Y que entre nosotros teníamos ventajas diferentes. En mi caso, una mejor visión del Banco. En el de la ministra de Nigeria, experiencia administrativa. Ella es ahora la directora de la Organización Mundial de Comercio.
Fue un proceso de mucha satisfacción personal, aunque ambos sabíamos que íbamos a ser derrotados. Desafortunadamente ha sido el único proceso competitivo para la elección del presidente del Banco Mundial que ha habido hasta ahora.
EXPERIENCIA RECIENTE
Desde mi salida de la ONU a mediados de 2007 he sido profesor de la Universidad de Columbia, pero he tenido dos licencias de servicio público: una para ser miembro de la Junta Directiva del Banco de la República, por dos años y medio, y otra ministro de Hacienda de Gustavo Petro.
Mi experiencia como profesor ha sido nuevamente fascinante. Me ha permitido además volver a ser profesor de la Universidad de los Andes, y de las Universidades Nacional, Externado y Javeriana y en varias universidades internacionales, Cambridge, Complutense, Oxford, Rice, São Paulo y Yale.
También me ha dado la oportunidad de ser miembro de varias comisiones internacionales de la ONU, el PNUD, la OIT, el Fondo Monetario Internacional, el Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), el Banco Mundial, el BID, y la OCDE, y muchas promovidas por organizaciones de la sociedad civil internacional.
Me enorgullece en particular haber presidido por casi diez años y seguir siendo miembro del Comité de Políticas de Desarrollo de la ONU y por casi diez años de uno de los principales grupos de estudio sobre cooperación tributaria internacional, la Comisión Independiente para la Reforma de la Tributación Corporativa Internacional.
En la vida académica, así como en estos procesos, he podido conocer una cantidad importante de intelectuales y políticos que han ampliado mi espectro personal. Entre todos ellos conviene resaltar a Joseph Stiglitz, el Premio Nobel de Economía, quien fue mi profesor en la Universidad de Yale, pero además ha sido coautor de varios artículos académicos y coeditor de varios libros. Agregaría a Stephany Griffith-Jones, hoy miembro de la Junta Directiva del Banco Central de Chile, pero también coautora y coeditora de varios artículos y libros.
Sobre el período en la Junta del Banco de la República quiero resaltar que fue una fase tranquila: de reducción de tasas de interés, inflación controlada y reactivación moderada de la economía. Me permitió conocer a fondo la agenda de investigaciones del Banco, que es una de las más ricas de Colombia, y a muchos de los investigadores de la entidad.
El periodo reciente como ministro de Hacienda fue complejo. Destaco tres temas: la capacidad de generar confianza a inversionistas nacionales y extranjeros después de un período inicial complejo, de comenzar a corregir los desequilibrios de la economía colombiana (los de balanza de pagos y fiscal, y la inflación) y promover una reforma tributaria progresiva y con mayores controles a la evasión. Celebro que mi sucesor, Ricardo Bonilla, haya continuado con las políticas que puse en marcha. Además, como en otros casos, los colaboradores fueron esenciales, en especial mis dos viceministros, Diego Guevara y Gonzalo Hernández.
LÍNEA DE PENSAMIENTO
Hay quienes me consideran demasiado izquierdista, pero siempre he sido de centro izquierda. Dentro de esa tendencia gozo de confianza, incluyendo la del sector privado. Además, soy muy abierto al debate académico y por eso me he entendido con todas las tendencias intelectuales.
Mi mayor orgullo profesional son mis publicaciones. Mis estimaciones indican que soy autor o editor de cerca de setenta libros, coordinador de más de veinte informes institucionales y autor de más de cuatrocientos cincuenta artículos académicos. A esto se agregan mis columnas de opinión en varios medios. Además, mi obra es producto de mis años de vida académica, pero también de mis períodos de servicio público nacional e internacional, que a mi juicio la han enriquecido.
La obra cubre fundamentalmente tres áreas. La primera es la historia económica, tanto colombiana como latinoamericana y en unos pocos casos mundial. La segunda es sobre desarrollo y política económica y social, los cuales cubre aportes teóricos, así como análisis de temas de política económica y social de Colombia, América Latina y el mundo en desarrollo. La tercera son los libros sobre la institucionalidad económica internacional. Ya he mencionado obras en los dos primeros campos que quiero mucho, a las cuales quiero agregar una del tercero, Hacia la reforma del (no) sistema monetario internacional, publicada en inglés y más recientemente en español, otra de mis favoritas.
Soy una persona con la que se puede trabajar. He tenido una ventaja adquirida durante tantos años y es mi capacidad para ayudar a generar consensos. Creo que es una de mis virtudes, reconocida incluso por algunos de los miembros más distantes ideológicamente.
A mis estudiantes les digo: La democracia es intensiva en el uso del tiempo y de la palabra. Hay que aprender a escuchar porque la gente quiere hablar y ese aprendizaje requiere dedicar tiempo y paciencia. Me defino como un intelectual, pero soy una persona de muchos y muy fuertes afectos. Uno de los grandes placeres que he tenido en la vida es cuando, gente que desconozco enteramente, sabe mi nombre, me reconoce y me cuenta que han leído mis libros.
FAMILIA
Si bien toda mi carrera profesional me ha dado grandes satisfacciones, mi centro ha sido mi familia.
Cumplí ya treinta años de casado con mi segunda esposa, Ana Lucía, con quien le he dado la vuelta al mundo. Me ha apoyado y se ha adaptado a todo. Hemos vivido felices en Bogotá, en Santiago de Chile y en Nueva York.
La parte más complicada de esta vida de migrante la vivieron mis hijos pequeños, pero con el tiempo volvieron a recuperar a sus amigos, ayudados por las redes sociales, y obviamente a hacer nuevos amigos. Mi esposa y mis tres hijos, Rocío, Juan Camilo y María José, son el sentido de mi vida. A ellos se agrega ahora mi primera nieta, Tamara, hija adoptiva de mi hija Rocío, también adoptadas.
He dedicado tiempo importante a mi familia, pero en varios momentos siento que debía haberle dedicado más. La época más compleja fue mi tiempo en el gobierno, debido a las largas jornadas de trabajo, pero los fines de semana eran esenciales para compartir, así como las vacaciones. En los puestos internacionales y ahora como profesor en la Universidad de Columbia, he podido dedicarme a la familia, dentro de mis limitaciones y pese a los continuos viajes. Con Ana Lucía y mis hijos disfruto sobre todo el tiempo conversando con ellos, así como las celebraciones familiares, la más maravillosa de las cuales fue el matrimonio de mi hija María José.
Publicado por Blogger en El Blog de Isa el 12/22/2015