Augusto Galán Sarmiento

AUGUSTO GALÁN SARMIENTO

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Mi esencia es mi familia, siempre lo ha sido, y vivo por ella. Su núcleo está compuesto por mi señora y mis hijos, quienes me definen. Quizás la vida ha ido dominando mi temperamento y mis emociones. Me duele el dolor ajeno, lloro con las noticias que se generan en este país convulsionado y, aunque diga, en chiste y plagiando a un amigo, que: “lloro viendo despegar un avión de carga”, básicamente eso es lo que ocurre conmigo.

ORÍGENES

No conocí abuelos, pero sí abuelas. Mi abuelo materno, Luis Sarmiento, murió a sus cuarenta y dos años de lo que en su época llamaban cólico miserere. Muy posiblemente se trató de una apendicitis aguda perforada, no había forma de operar, mucho menos en la Charalá de 1930. Entonces mi abuela materna, Mamía, quedó viuda con seis hijos, además tenía seis meses de embarazo. De todos, la mayor fue mi mamá, Cecilia, y la menor es la única de mis tías con vida.

Con mi abuela paterna, Mercedes Gómez, no tuvimos tanta relación. A sus setenta y cuatro años se consideró muy vieja y se confinó a una habitación.

Mis abuelas me permitieron comprender que el envejecimiento es un proceso natural fisiológico, pero que la vejez es una actitud ante la vida porque me puedo estar envejeciendo, pero no sentirme viejo. Esto sin pasarse al extremo de resistirse al proceso de envejecimiento, que es natural. He conocido tanto joven viejo y tanto viejo joven.

Mamía, quedó viuda y sacó adelante a seis hijos en una época donde una mujer sola, cabeza de familia, en una población como Charalá y dentro de una sociedad machista, no la tenía fácil. Al morir mi abuelo, a ella la empezaron a visitar los acreedores que salían hasta de debajo de las piedras, los amigos de su esposo le voltearon la espalda y perdió lo que tenía. Decidió entonces mudarse a San Gil, donde trabajó como telegrafista. Sus hijos fueron: Cecilia, Benjamín, Guillermo, Eduardo, Mercedes y Luisa.

Mis tías abuelas, recuerdo a Irene y a Concha, hermanas de Mamía, fueron muy consentidoras. A mi tía Irene solo la disfruté durante los primeros años de mi vida, quizás tan solo hasta los cuatro.

Mi mamá estudiaba en un internado en Duitama cuando murió su papá. Tan solo se enteró días después porque las monjas no quisieron contarle, quizás para protegerla. Esto es algo que no se entiende, pero es que la muerte ha sido tabú. Situación que la marcó toda su vida, como el asesinato de Luis Carlos que la terminó de afectar, aunque siempre se sostuvo serena.

En 1932 mi mamá tenía catorce años cuando se aprobó la Ley para la educación superior de la mujer, pues hasta ese momento la mujer estaba destinada con exclusividad a bordar, cocinar y criar a sus hijos. Pero mi mamá estudió secretariado en Bogotá, algo muy significativo dentro de su proceso de formación. Más adelante regresó a Bucaramanga en búsqueda de trabajo.

Con mi papá, Mario Galán, ocurrió algo muy parecido. Nació en Charalá, Santander, y migró a Socorro a sus siete años, se instaló en la casa de un familiar y se dedicó a sacar su primaria adelante al tiempo que trabajaba. Además, a sus siete años se fue para Socorro. Resulta que mi abuelo, Januario Galán, era lo que podría llamarse alguien muy alegrón, le gustaba la fiesta, se gozaba la vida, y fue así como perdió lo que tenía. Con esto obligó a su familia a pasar por una situación económica muy difícil. Tuvo seis hijos: las dos primeras fallecieron a temprana edad, por lo cual mi papá se convirtió en el mayor, seguido de Pedro, Enrique y Rosita.

Mi papá trabajó en una miscelánea en la que vendían desde granos hasta corbatas y vestidos. A sus catorce años ya había ahorrado mil quinientos pesos oro, que para la época era mucha plata, entonces decidió venir a Bogotá para terminar su bachillerato. Cuando se fue a despedir, el dueño de la tienda le dijo algo como: “Usted qué va a hacer, Mario, si ya estudió lo suficiente. Mejor quédese y nos hacemos socios”. Vaya uno a saber si de esa forma hubiéramos sido una familia adinerada (risas).

Nunca supe quién le sugirió tocar las puertas de los hermanos cristianos del Liceo de la Salle, se presentó ante el rector con la plata, se la puso sobre la mesa y le dijo: “Por favor edúqueme”. Tenía catorce años y ya mostraba ese talante, porque él fue un hombre que se hizo a pulso. Luego de destacarse como el mejor estudiante, se graduó y alcanzó a ordenarse como hermano cristiano (en fotos lo hemos visto con el hábito de monje), pero decidió retirarse para atender su inmenso gusto por la política. Estudió Derecho en la Universidad Externado de Colombia.

Más que político, mi papá fue siempre un educador, un maestro, y a pesar de las altas posiciones que ocupó en el mundo corporativo, porque fue presidente de Ecopetrol, vicepresidente de la ANDI, trabajó en las Naciones Unidas, fue secretario de Educación desde donde promovió y fue uno de los gestores y cofundadores de la Universidad Industrial de Santander en Bucaramanga.

Como presidente de Ecopetrol, mi papá invirtió de manera importante en educación. Y es que mi papá amó siempre enseñar. Seré reiterativo porque concibió la educación como el pilar fundamental de desarrollo del individuo y de la sociedad, y consideró siempre que es la educación la que aporta al crecimiento de la conciencia.

Mi papá siempre entendió y aplicó el pensamiento complejo y la visión integral del ser que leí en Edgar Morán, no sé si conociéndolo, pero los dos rescataron la importancia de estos conceptos. Le dio mucha preponderancia al conocimiento profesional y a la instrucción técnica, pero también a eliminar los dogmatismos e ideologías para comprender la conciencia colectiva de un todo, que no existe sin las partes.

Mi papá construyó su propia visión de la vida que, con los años, fue elaborando y puliendo. Y lamento que no hubiera dejado un libro, aunque sí tenía escritos (ahora en poder de uno de mis hermanos). Meditaba en las mañanas, a las cinco se encerraba en su cuarto o en el estudio, luego leía, y organizaba tertulias que hacía después de almuerzos o cenas. En conclusión, mi papá fue un maestro de vida y mi mamá la intuición pura, ejemplo de fe y amor incondicional.

Mi papá recordó siempre el momento cuando vio por primera vez a mi mamá en el pueblo, aunque no llegaron a conocerse realmente, sino años más tarde. Mi mamá le escribió pidiéndole trabajo, siendo él presidente de la Asamblea Departamental de Santander, lo que debió ocurrir en el año 1937. Lo curioso es que desde el inicio mi papá la protegió de la gente que trabajaba allí, asignándole una oficina aparte y alejada. En la medida en que se fueron conociendo, también se fueron enamorando y compartiendo, no solo lo laboral, sino también su tiempo libre.

Algún día del año 1938, al regreso de un paseo dominical desde Bucaramanga y a la altura de Lebrija, sufrieron un accidente en la carretera. Mi mamá salió expedida del carro y se fracturó el cráneo quedando inconsciente por diecisiete días. La familia conserva el diario que le hizo mi papá en el que narra los hechos, su recuperación y los detalles de la forma como la cuidó al lado de Mamía. Él la llevó a una de las clínicas de Bucaramanga esperando que recuperara el conocimiento, pero como no ocurrió pronto, entonces se la trajo para Bogotá y, al despertar del estado de coma, ella lo llamó a él: PAPÁ.

El mayor de mis hermanos escribió un libro sobre mi papá que incluye fragmentos de esta época de sus vidas, pues él poco nos habló de eso; también hemos rescatado sus memorias a través de sus amigos. Llevaron los dos unas vidas muy parecidas, difíciles, además porque la sociedad colombiana era económicamente muy pobre, pues también los ricos de la época estaban limitados por la falta de atención a las necesidades básicas por parte de un Estado que apenas si estaba comenzando a priorizar y que estaba aprendiendo.

Mi papá le propuso matrimonio, siendo él ocho años mayor a ella. Se casaron en 1940 en Bogotá, acompañados únicamente por sus mamás. Cuentan que no alcanzaron a llegar a tiempo a Bogotá porque al arribar a la Iglesia de Lourdes, el cura ya la había cerrado. Entonces, se tuvieron que casar al día siguiente de la fecha programada. Para esa época los matrimonios eran una cosa muy sencilla y de compromiso genuino, no importaban la fiesta y las atenciones a terceros, sino el sacramento en sí mismo. Así es como entiendo y entendí su matrimonio siempre, como un compromiso de dos seres por acompañarse, por construir y crecer una familia.

Como consecuencia del accidente, muy rápidamente el médico le dijo a mi mamá que no podría tener hijos, pero solamente tuvo dieciséis embarazos y de estos catorce nacimientos. Mario y Marta murieron muy recién nacidos.

Cuando mi papá ocupó el cargo de contralor Departamental, se concentró con dedicación al estudio e investigación de la economía. Colaboró en el libro La geografía económica de los departamentos, escribiendo sobre Santander, libro que hace parte de una serie con énfasis en el tema académico, que había planteado la Contraloría General de la Nación. Si mal no recuerdo, su período como sub contralor General de la Nación, coincidió con la concesión de Mares de Barranca en cabeza de los gringos y que recibió a nombre de Colombia, lo que debió ocurrir alrededor del año 50.

También había propuesto, desde cuando estuvo en la Secretaría de Educación, transformar al Instituto Tecnológico en Universidad, con visión de desarrollo industrial. Le tomó muchos años trabajar en este proyecto, impulsándolo hasta concretarlo.

Cuando asumió como contralor, su familia ya era de siete hijos, pues para ese momento nacieron María Lucía, Gabriel, Luis Carlos, Cecilia, Helena, Elsa y Gloria. Los demás vendríamos después.

Por su parte, mi papá apoyó a Gabriel Turbay cuando después de la caída de Alfonso López se lanzó a la Presidencia en el año 45 en contraposición a Jorge Eliécer Gaitán. Ganaron los conservadores con Ospina Pérez y sobreviene lo del 9 de abril del 48 cuando a mi papá le ofrecieron ser vice contralor General de la Nación, lo que obligó su traslado a Bogotá con toda la familia. Una vez en la capital nacemos los hijos menores.

INFANCIA

Inicialmente vivieron en Chapinero; luego en San Luis en la 17 con 59 en una casa que muchos años después de que la vendieron, fue convertida en depósito; también a una cuadra del Colegio Antonio Nariño donde se graduaron Gabriel y Luis Carlos, cuando era colegio de laicos, antes de que pasara a los hermanos Corazonistas. La reforma que implementaron hizo que mi papá buscara otro colegio para nosotros. Entonces llegué al Liceo la Salle, hoy Universidad de la Salle, ubicada en la 60 con 5ta, arriba del parque de los Hippies.

Cuando pienso en mi infancia, viajo a la década de los 60 y a la calle 59, casa que después vendieron para llevarnos a vivir a una en Rosales declarada patrimonio arquitectónico. Aquí tuvimos una relación familiar muy estrecha. En el barrio no habitaban muchos niños. Solíamos visitar la finca en Sasaima y el viaje lo hacíamos en una buseta que había comprado mi papá porque, además de llevar a los hijos, se necesitaba espacio para las maletas.

Mi vínculo con Alberto se fortaleció porque nuestros hermanos mayores ya cursaban la universidad, Luis Carlos trabajaba en El Tiempo, y Gabriel vivía en Bucaramanga donde también se encontraban mis hermanas mayores que estudiaban internas en las Pachas, a excepción de las dos menores. Conservamos como un tesoro las cartas que ellas se cruzaban con mis papás.

Puedo decir que uno de los pilares en mi familia fueron el amor y la vocación por la educación, por el conocimiento, por el aprendizaje y por el servicio a los demás. Por ejemplo, mi mamá siempre fue una mujer muy generosa y solidaria, y yo le decía: “Mamá, sumercé es la abanderada de las causas imposibles”. Porque, además, le ayudaba a la gente a través nuestro y muy especialmente de Luis Carlos en la medida en que fue avanzando su vida pública, y lo hizo siempre de manera discreta.

Luis Carlos fue muy juguetón, aún como adulto, y amaba compartir con nosotros, sus hermanos menores. Veíamos con él la vuelta a Colombia en la que participaban Cochise Rodríguez, Pedro J. Sánchez, el Ñato Suárez. Nos regaló una bicicleta en Navidad para inventarse la vuelta a la manzana, ganaba el que la hiciera en menos tiempo, en una zona muy empinada, casi 45 grados por la 75, calle en la que de bajada se podían alcanzar o superar los 80 kilómetros por hora.

Juan Daniel a sus dieciocho años estudiaba en la UIS y vivía en la casa de nuestros primos Valdivieso Sarmiento, y mi primo Tico, en la práctica era un hermano para nosotros, vivía en nuestra casa porque estudiaba su universidad en Bogotá. Juan Daniel y Tico plantearon un viaje a Bucaramanga en nuestra bicicleta y en otras prestadas, lo que nos hizo parte de ese complot y de toda la estrategia.

Revisamos por cuáles pueblos debían pasar, en cuáles parar, las distancias en kilómetros y en tiempos, dónde nos íbamos a alojar, qué íbamos a comer, mejor dicho, tremenda aventura. Pero ¡un momento! No sabíamos cómo podíamos ir cuatro en dos bicicletas. Resultó que luego de nuestras reuniones ellos conspiraban en otras de manera más privada, y ahí decidieron usar las nuestras sin decirnos. Tuvimos luego que viajar en avión para recibirlos en Bucaramanga (risas).

Cuando delegaban a mi hermano Luis Carlos para castigarnos, él se comportaba como todo un alcahueta al tiempo que nos daba consejos muy sencillos, pero de gran importancia. Nos estimuló la lectura de formas distintas, una era con bonificaciones en plata por cada libro leído, también nos abrió su biblioteca y la de mi papá sin egoísmos. El cuarto de Luis Carlos era una biblioteca entorno a su cama, porque él emparedó de libros su habitación, lo que me permitió el acceso a obras de grandes autores de épocas muy distintas y temas muy variados, quizás muy elaborados para alguien de trece años como los que tenía yo en ese entonces.

Recuerdo también que, un día cualquiera, el tiple de mi hermana Cecilia amaneció roto. Para esa época Luis Carlos era editor de El Tiempo y miembro de su Junta Directiva cuando tenía veintitrés o veinticuatro años, y se había comprado una grabadora gris con rebordes en crema, cinta de carrusel, micrófono pesado, de diez centímetros de largo que conectaba a un cable. Esta grabadora le fue muy útil para su investigación de quién había dañado el tiple. Los primeros sospechosos fuimos los hermanos menores, Augusto, Alberto y Toyita, así que comenzó a interrogarnos de manera exhaustiva, detallada y objetiva.

La conclusión fue la de que él era el responsable al haber sido el último en usarlo. Quizás lo templó al extremo ocasionando que se reventaran las cuerdas. Acto seguido le inventó un funeral, no sin antes bautizarlo con el nombre de un pretendiente de una de mis hermanas, entonces dijo: Graciliano Sabogal ha muerto. Mientras tanto, todos lo rodeábamos en la sala de la casa y contestábamos: Brille para él la luz perpetua (risas).

Cuando Luis Carlos trabajaba en el Ministerio, a sus veintiocho años, organizábamos guerras de agua en el patio trasero de la casa, que estaba dividido por un muro y tenía una alberca muy grande. Usábamos baldes y mangueras como armas que distribuíamos de manera equitativa. Lo hacíamos cuando mis padres se iban para la finca los domingos y nosotros nos quedábamos en la casa. Además, con Luis Carlos jugábamos parqués y otros juegos, porque le encantaban los juegos de mesa. Creo que uno en esa época con los hermanos se divertía de manera muy sencilla, pero con ingenio, con mucha imaginación.

Mis hermanas han sido seres vitales para mí, han mantenido la cohesión familiar y son un referente en muchos sentidos. De cada uno de mis hermanos he aprendido en términos de disciplina, perseverancia e inteligencia emocional, de generosidad y prudencia. Gabriel fue mi padrino de bautizo y María Lucía mi madrina. En los momentos más difíciles de mi vida han estado para apoyarme con su consejo, me han brindado fortaleza y contagiado su alegría. Claro que también reconozco que hemos tenido diferencias y momentos complejos, pero siempre prevalece la hermandad amorosa enseñada por mi mamá y por mi papá.

Nuestros pilares son nuestra fortaleza. El respeto, en toda su extensión, pues no se trata de la simple tolerancia. Se fundamenta en el reconocimiento del otro en igualdad de condiciones. Mi papá ejerció como el jefe de la tribu, abrió cabildos de participación como un estilo de gobernabilidad en la familia, indefectiblemente le dio siempre la razón a mi mamá porque hubo mucho respeto sobre su figura y sobre su autoridad, pero también le dio a cada uno lo que le correspondía enseñándonos justicia.

Mis padres establecieron un orden y una disciplina con respeto y de manera amorosa, y solo recuerdo que me hubieran dado dos regaños fuertes. Una primera ocasión ocurrió un domingo en medio de una discusión que tuve con mi mamá; decidí irme de la casa en mi bicicleta y estuve todo el día por fuera. A mi regreso dejé la bici en su puesto, abrí la puerta y escuché la voz de mi papá desde el comedor cuando dijo: “Augusto, mire, los logros no son del apellido sino de la persona que los ha alcanzado, estos no se heredan. Usted será en la vida lo que logre por sí mismo, pero no por el esfuerzo de terceros”.

Esto me marcó la vida. Con los años un amigo, después de la muerte de Luis Carlos, me dijo: “¿Usted de verdad quiere hacer política? De ser así, entonces tiene que ir a la fiesta con esmoquin propio”. La responsabilidad es personal, aunque al revisar al final de la jornada, el viaje sea colectivo.  

Crecimos con el ejemplo de mi mamá en torno a la solidaridad, al buscar el bienestar de todos, al entender que hacemos parte del mismo destino, de la misma búsqueda, bajo igualdad de derechos. Mis papás ayudaron a transformar muchas vidas, a potenciarlas, y ese constituye un ejemplo muy valioso que hemos buscado honrar de muy diversas formas. 

La honradez es un principio básico en el que se fundamentan los otros pilares. Alguna vez tomé unas monedas que estaban sobre una mesa, lo que me valió otro gran regaño de mi mamá y la lección de que no debo dejar para mí nada que no me pertenezca.

PREGRADO

Superada la infancia y la época del colegio, debí tomar la decisión de qué estudiar y dónde. Varios de mis hermanos se formaron en la Javeriana, entonces también me presenté y al Rosario. Descarté la Nacional porque vivía en huelga. Pasé el examen de la Javeriana, pero no la entrevista. Me generó una decepción muy grande cuando fui a revisar los listados y no encontré mi nombre, por tanto, decidí averiguar. Me contó la mamá de un amigo del colegio, asistente del decano de medicina, que mi nombre tenía un chulo, pero en rojo, indicando que me habían vetado por mis ideas liberales al considerar que estas podían hacerle daño a la institución.

Con el tiempo entendí que era cosa del decano que me había entrevistado y no de la universidad como tal. Este fue un momento emocionalmente muy difícil para mí al no lograr lo que mis hermanos sí, porque tampoco pasé en el Rosario.

Estudié, entonces, en una universidad contestataria en su momento cuyos fundadores se habían revelado contra el establecimiento médico, lo que vine a entender años después. La institución promovía la formación del médico familiarista, como se le conoce en Holanda y Francia, o el general practitioner de los ingleses, y es aquel que está en capacidad de resolver el 80% de las condiciones médicas dejándole el restante 20% a los especialistas. Pero también destaco la influencia de Guillermo Fergusson, contestatario, comunista, médico revolucionario que veía la medicina desde lo social, más comunitaria, propia para una economía media baja con población grande. Muy pertinente para un país como Colombia.

Para el momento de mi ingreso, la universidad no había sido aprobada por el Ministerio de Educación y solo contaba con la Facultad de Medicina conocida como la Escuela de Medicina Juan N. Corpas. Entre sus profesores estaba Jorge Piñeros Corpas, a su vez rector y fundador, y profesionales como Antonio Montaña, Manuel Fernández Arenas, Manuel Forero, Álvaro Vargas, quienes enseñaban a jóvenes idealistas, soñadores y un tanto distantes de la realidad del sector salud en el país.

Para ese momento mi papá era presidente de Ecopetrol y le hicieron llegar un mensaje de la Javeriana invitándome a ingresar, pero era abril, y eso me obligaba a recomenzar en junio, yo estaba ya alineado y preferí no cambiarme, me quise quedar tranquilo, confiado en que la facultad sería aprobada, como en efecto ocurrió meses más tarde. Además, el espíritu de la universidad me ha acompañado siempre pese a que me especialicé en cardiología no invasiva.

La conciencia de servicio aprendida en mi casa iba de la mano con la filosofía de la Corpas, de donde me gradué. Hice el rural en Mogotes Santander luego de haber pasado un año como interno en Zipaquirá. Fui cuarta promoción. A las primeras cinco promociones nos tocó luchar mucho contra el establecimiento, no nos recibían en hospitales ni clínicas, nos trataban con cierta indiferencia y mínima cordialidad, es más, llegaban al rechazo. Como Jorge Piñeres Corpas tenía una visión muy ecléctica de la medicina, nosotros comenzamos a estudiar terapias alternativas como acupuntura y terapia neutral, y apenas si se vislumbraba la bioenergética, lo que para el país era brujería. Esta situación nos retó muy profundamente y nos estimuló a estudiar muchísimo más.

Una de las lecciones recibidas de mi papá fue la de que mantuviéramos distancia de los dogmatismos y de los ideologismos porque encasillan y no permiten ver el horizonte. Mi Universidad era consecuente con esta doctrina de pensamiento. Claro, nuestros estudios académicos estaban signados por la medicina alopática, anatomía convencional, semiología, fisiología y farmacología. La homeopatía, la terapia neural y la acupuntura daban otra visión, otra alternativa. Hoy ya se habla del médico cuántico, pero en esa época, la de los tempranos setenta, esa visión alternativa tenía un impacto muy grande frente a la ortodoxia médica y a la flexeriana, de los especialistas, que mantiene mucha influencia en el país y en la medicina mundial.  

Mi gestión personal y directa en la Secretaría de Salud de Cundinamarca me permitió asistir al Hospital de Zipaquirá en calidad de interno. Estando allá me encontré con Álvaro Jara, internista y cardiólogo a quien había conocido en rotación en la Clínica de la Policía. Esto me tranquilizó, pues yo era el único de la Corpas.

El primer día, cuando se estaban distribuyendo las rotaciones, me llamó el director a sugerirme que quizás sería más conveniente para mí si comenzaba en una rotación distinta a urgencias, la que me había correspondido. Entendí con claridad su mensaje y me negué, pues ahí era donde más iba a aprender y a reafirmarme como médico suficientemente bien capacitado. Tenían establecido el premio al mejor interno del hospital, lo adjudicaban los especialistas junto con el director. El médico amigo me actualizaba diciéndome que yo iba muy bien, liderando y punteando en calificaciones; pasaron los meses e igual me decía que siguiera tranquilo, pero en algún momento dejó de abordar el tema. El caso es que el premio no fue otorgado ese año.

VIDA PROFESIONAL

Una vez graduado viajé por carretera destapada a Mogotes – Santander, un pueblo a 30 kilómetros de San Gil. Lo hice atraído por mi cultura santandereana y porque me he sentido siempre muy orgulloso de mis ancestros. Llegué al Hospital Integrado San Pedro Claver, fui el médico del pueblo, de Cajanal y del Seguro Social. Pasé de manejar una mesada semanal de trescientos pesos, a cinco millones, que era el presupuesto hospitalario. Cómo olvidarlo, semejante margen de diferencia. Fui el ordenador del gasto cuando apenas si había obtenido mi grado.

La experiencia fue muy grata, como lo son los recuerdos, porque para esa época me casé con Yolanda. Desde el primer momento en que la vi, me pareció muy linda, me generó fascinación su típica voz santandereana, me encantó su displicencia cuando me le acerqué a hablarle en la clínica Shaio. Es una mujer muy inteligente, intuitiva, con una gran capacidad de trabajo y con quien ya cuento cuatro décadas de compartir la vida juntos.

No pude terminar mi rural en Mogotes como quería, pues el secretario de Salud del departamento me llevó como jefe de atención médica del servicio de salud. Estaba muy contento ejerciendo la medicina, pero él insistió. Me planteó traslado para el centro de salud de Santa Helena del Opón y puso las condiciones de tal manera que finalmente viajamos a Bucaramanga cuando contábamos pocos meses de casados.

Seguí cumpliendo con el año rural en comisión en la jefatura de atención médica y, una vez terminado, inmediatamente quedé nombrado en propiedad. Esta experiencia me permitió adentrarme en la administración de la salud pública, conocer los temas de manera directa, me dio visión política en relación con el Ministerio cuando su estructura era muy distinta a la actual.

El secretario de Salud era un médico de cierta edad, de barba blanca y vestía igualmente de blanco. Como decían las señoras de antes, era un personaje célebre, muy bien plantado, amable, simpático, delgado, pero con una barriga incipiente, había peleado en la Guerra Civil española y había estado con los republicanos, y como se vio obligado a salir corriendo cuando ganaron los franquistas, llegó a Colombia. Hablamos con él de temas técnicos, tuvo una visión de la política desde la perspectiva del servicio público, e hizo que me sintiera muy cómodo, pero los avatares políticos lo sacaron.

Llegó la Confederación Liberal de Santander con Rodolfo González, Eduardo Mestre Sarmiento y Tiberio Villareal Ramos, para quienes la Secretaría de Salud era un botín político. Era el año 1981 cuando Luis Carlos era senador por Santander, entonces pienso que no me sacaron por esa razón, de otra forma sí lo hubieran hecho.

Se tenían tres niveles de poder, el jefe de servicio seccional, el coordinador técnico, y las áreas administrativa, médica y ambiental. Me encargaron de la coordinación técnica ante el retiro del funcionario, responsabilidades que se sumaron a la jefatura médica que ya ejercía. Así ocurrió por varios meses durante los cuales todo pasaba por mis manos.

Evidencié manejos que no eran ortodoxos, comencé a devolver lo que consideraba que no tenía asidero, exigí explicaciones, comencé a trancar lo que no tenía visos correctos para mí. Ante estas circunstancias no firmaba las resoluciones que debían pasar al jefe del Servicio Seccional. Me empezaron a saltar en el conducto regular y las decisiones quedaban sin mi firma. El secretario las firmaba sin mi visto bueno.

La Navidad del 81 se celebró en la Licorera de Santander, cuando el secretario de salud, que era médico, buena gente, pero politiquerito, ya con tragos me dijo:

   — Augusto, no imaginas lo que ha sido soportarte este año.

   — Es recíproco (le contesté).

El ejercicio político prestado a intereses particulares es algo que no concibo. Fue muy duro para mí en ese entonces cuando apenas tenía veinticuatro años. Eduardo Mestre Sarmiento terminó preso por nexos con el cartel de Cali en el proceso 8.000, Tiberio Villareal Ramos, cuestionado por corrupción, y Rodolfo González García, nombrado contralor General de la Nación a mediados de la década de los 60, posteriormente murió completamente enriquecido.

Se le ha hecho mucho daño a la política colombiana. El clientelismo se enquistó. Estas y más razones fueron las que motivaron al Nuevo Liberalismo a tomar distancia del Partido Liberal, se hizo denuncia amparados en un líder muy grande, de peso, que llevaba con gran dignidad las banderas de renovación y cambio, dando su lucha.

Durante ese tiempo en el Servicio Seccional de Salud, pude darme cuenta del daño que el ejercicio errado de la política le hace a nuestro país, de la forma retorcida como se ejerce, de la falta de transparencia, de la utilización indebida de los recursos públicos a muchos niveles. Lo peor es que sigue ocurriendo y cada vez más grave. Los de otrora eran monjitas de la caridad comparado con las prácticas de muchos políticos actuales. Por eso la falta de credibilidad en ellos, los que han degenerado la política. Pese a esa experiencia, considero que mi balance de gestión fue positivo.

El director regional del Seguro Social de Santander me invitó a que trabajara como subdirector de salud ocupacional frente al tema de riesgos profesionales. Al tiempo seguí ejerciendo como médico. Yo hacía consulta médica en Caprecom, pues la norma lo permitía, tuve turnos muy a primera hora de la mañana y después de las siete de la noche. Esos ritmos los aprendí en cardiología de la Shaio, turnos que combinaba con el internado como voluntario, pues no tenía remuneración. Como yo no sabía de salud ocupacional me sugirió enviarme a entrenamiento a Medellín.

Ante la propuesta del director regional del ISS me pregunté qué era lo que realmente quería hacer, este fue un punto de quiebre. En el mundo hay unos iluminados que son coherentes durante toda su vida, pero ese no es mi caso pues soy un ser humano común y corriente, que comete errores, que toma caminos que después replantea.

Decidí que quería regresar a la Shaio, le agradecí y no acepté su propuesta. La Shaio se asemejaba a la Corpas en el sentido en que iniciaba un proceso de formación de cardiólogos sin tener respaldo académico, pero con conocimiento. Así como hacían los europeos antiguos con experiencia. Eran los maestros quienes titulaban a sus alumnos después de varios años. La Shaio obtuvo el respaldo académico de la Escuela Colombiana de Medina, hoy Universidad El Bosque.

Este grado se lo debo a mi esposa, porque si ella no hubiera trabajado, yo no hubiera tenido los recursos para sacarlo adelante. Lo digo contra su voluntad, pues no le gusta que yo lo mencione. Fueron años muy duros. Como residente solo recibí una bonificación sin prestaciones sociales, claro, no cobraban las universidades como hacen ahora. Considero nuestro sistema una tremenda arbitrariedad, algo indigno. A nosotros nos ayudó el hecho de que en ese momento no éramos padres.  

FAMILIA

Cumplimos todo el proceso y, para último año, quedamos embarazados. Solo muy avanzado el embarazo supimos que eran mellizos, pues en esa época no se tomaban ecografías. La emoción fue grandísima. Los recibimos un sábado frente a unas circunstancias muy difíciles pues fueron prematuros, pero yo andaba como a cuatro metros por encima del piso.

En la unidad de cuidado intensivo de neonatología dijeron que debían hacerle un cariotipo a María Camila. Esto fue muy sorpresivo. El genetista, en una consulta muy profesional y científica, me dijo que la niña tenía una trisomía 21, Síndrome de Down. Esto nos llevó a un escenario retador, nos puso a prueba, nos confrontó con realidades.

Comenzamos a aprender, a analizar, a revisar, volví a la ortodoxia que me llevó a los Estados Unidos donde un médico mayor, Turkel, polaco de origen judío que había sido investigador en la Segunda Guerra Mundial, había hecho una serie de inventos y de descubrimientos que el ejército de los Estados Unidos utilizaba y aplicaba, relacionados con teorías ortomoleculares, trabajos que brindaban una opción de vida distinta.

Vendimos lo poco que teníamos y usamos los ahorros, llegamos donde una de mis hermanas, Helena, quien nos acogió en su casa. Comenzamos el tratamiento sumado a estimulación temprana con Robert Dowman, de Utah. Solo que muy rápidamente nos quedamos sin plata.

Carlos, mi amigo de la universidad que ya estaba en el Hospital Metodista de Houston donde ejercía como cardiólogo en el área de los trasplantes cardíacos, contribuyó para que yo pudiera iniciar un posdoctorado en Baylor College of Medicine de su hospital, sin pagar nada, aunque sin cobrar nada. Miguel Quiñones fue mi profesor de ecocardiografía; un gran ser humano del que aprendí muchísimo, no sólo de esta disciplina, sino de su carácter y de su bondad.

Estando en Houston surgió una beca de la Federación Nacional de Cafeteros, gracias a la gestión que adelantó mi mamá y que nos ayudó a vivir, aunque muy apretados. Fueron un par de años muy valiosos en nuestras vidas, y muy difíciles.

No importa dónde o cómo nacemos, todos los seres humanos tenemos retos, la vida nos confronta con dificultades, porque no hay vidas perfectas. Se trata de conocernos mejor, de entender nuestras limitaciones, de comprender que somos seres vulnerables, que es parte de nuestra naturaleza, que tenemos un destino común labrado a través de los esfuerzos. Todos vivimos una constante búsqueda, queremos la felicidad a la que llegamos por distintos caminos. Tenemos aspiraciones, queremos bienestar.

LUIS CARLOS GALÁN SARMIENTO

El año 1989 también fue clave en nuestras vidas. Cuando regresamos al país nos instalamos en el edificio frente al parque El Virrey en el que vivían mis papás y Luis Carlos, ellos en el último piso y nosotros en el segundo. Esta condición permitió que los viéramos con mucha cotidianidad. Claro, también porque nuestra familia siempre ha sido muy unida. Ese año celebramos las Bodas de Oro de mis papás en Villa de Leyva.

Asistió toda la familia, que es muy extensa, tanto que se tomó el Duruelo. Recuerdo muchas actividades, pero en especial la proyección de un video de entrevistas a hijos, tíos, primos, sobrinos y nietos sobre la vida de nuestros padres. Esta felicidad se acompañaba por el hecho de que Luis Carlos lograba un gran éxito en su carrera política y se proyectaba como el seguro presidente de Colombia en las elecciones de 1990, pues así lo revelaban las encuestas. Pero tanta alegría se vio empañada por su asesinato veinte días más tarde, convirtiendo esa celebración en una despedida.

La noche de su asesinato veíamos televisión, Yolanda tenía cinco meses de embarazo de nuestro tercer hijo. Eran un poco más de las ocho de la noche, los niños ya estaban acostados. Sonó el teléfono, era una prima que llamaba desde Bucaramanga, dijo: “Augusto, acaban de dar la noticia de un tiroteo en la manifestación de Luis Carlos en Soacha”. Boté el teléfono, me vestí en dos minutos, salí corriendo, bajé las escaleras mientras me preguntaba hacia dónde ir. Llegó Gustavo Gaviria, muy amigo de Luis Carlos, y nos fuimos para Cajanal que era la clínica de atención en Bogotá donde tienen la seguridad social los funcionarios del Estado.

Mentalmente revisaba que en el sur de la ciudad no lo podrían atender así que no llegaría al San Pedro Claver porque él no estaba en el Seguro Social. En el atentado a José Antequera, ocurrido unos cinco meses antes, resultó herido Ernesto Samper Pizano y a él lo llevaron a Cajanal. Esa asociación hizo que nos dirigiéramos hacia allá donde nos encontramos con Gloria y los niños.

Nos dijeron que lo tenían en el hospital de Bosa a las afueras de Bogotá, la última localidad antes de Soacha. Pedimos que nos esperaran mientras íbamos en una “ambulancia de cuidado intensivo”, que en la práctica era un camión habilitado para llevar equipo médico, y, como no contaba con radio teléfono, no pudimos comunicarnos con los hospitales. Al llegar nos encontramos con que ya lo habían enviado a Cajanal.

Con el tiempo me enteré de que los guardaespaldas habían tenido que comprar, con sus propios recursos, líquido intravenoso y suero fisiológico porque el hospital no contaba con esto, pero tampoco tenía sangre para hacerle la transfusión que requería. La institución no aplicó protocolo alguno.

Volvimos a Cajanal y en el camino nos abordaron cuatro motos de la policía que nos abrieron paso por la autopista. Yo iba con Manzanera, cirujano vascular que sugirió les pidiéramos información. La sorpresa fue mayor porque ellos creían que nosotros llevábamos a Luis Carlos.

Cuando pasamos frente al Hospital de Kennedy, vimos mucha gente, entonces el conductor se devolvió, me bajé como loco, corrí por donde el camino me llevaba, y me confirmaron que ahí estaba mi hermano. Yo no conocía el hospital, pero la intuición me llevó hasta las salas de cirugía. Entré, sí, de forma irresponsable al no vestir el traje obligado. Alguien me quiso detener, no presté atención, no tuve ninguna consideración porque seguí mi camino.

Conservo esa imagen del pasillo y al fondo un cuarto iluminado. Era la única sala quirúrgica iluminada. Entré y vi su cuerpo sobre la camilla, reparé su perfil, su nariz aguileña, su pelo crespo y sus ojos aguamarina cerrados para siempre, y experimenté una mezcla de frustración, rabia y dolor que sigue latente. Le hablé, sí, creo haberlo hecho.

En mí está cómo se mezclaban pensamientos de gratitud por su vida, por su obra, por su labor, con rabia, mucha rabia. Recordé ese 4 de agosto en Medellín cuando una señora frustró un atentado. Luis Carlos al día siguiente en su apartamento escribió sobre lo solo que se sintió, porque lo dejaron absolutamente solo, únicamente se solidarizó con él el presidente Virgilio Barco y el director de la policía de ese momento, Miguel Antonio Gómez Padilla. Tal vez también alguna otra autoridad del momento.

Tuvieron que pasar treinta años para animarme a compartir esta trágica experiencia, como la relaté en mi libro, Siempre hay esperanza. Este viacrucis, con estaciones hasta la crucifixión, únicamente lo conocía mi señora. Aún hoy me pregunto por qué no lo llevaron de una vez a Kennedy. No hubo ninguna organización, no tenían nada previsto, ni siquiera primeros auxilios para atender una situación como la que se vivió.

Me obligué a concentrarme en Gloria, en sus hijos, en mi papá y en mi mamá que llegaron más tarde a urgencias. Una de mis hermanas, Gloria, estuvo pendiente en la morgue hasta que le hicieron la autopsia y yo mantuve comunicación con Presidencia de la República para coordinar su traslado al Capitolio y demás aspectos administrativos. Fue la manera de distraer tanta frustración. Sentí que le había fallado a mi hermano, no alcancé a llegar para acompañarlo en sus últimos instantes de vida.

El Espectador le publicó al secretario de salud de Bogotá, pasados cuatro días de la muerte de mi hermano, unas declaraciones en las que afirmaba que Luis Carlos había recibido atención suficiente y oportuna, algo inaceptable. Así que le pedí audiencia y fui acompañado de uno de mis hermanos, le hice saber que yo había vivido la tragedia de Luis Carlos, la persona más protegida del país por ser precisamente la más amenazada, y que el sistema de salud de 1989 no había estado a la altura de las circunstancias.

Recuerdo que tres meses después en la Clínica Shaio operaron a un paciente de una herida de bala, como la que tuvo Luis Carlos, y lo sacaron adelante. Pensé en ese momento: “este paciente tuvo la oportunidad”. Así que mis cuestionamientos sobre nuestro sistema de salud fueron muy grandes.

El día del funeral, antes de salir al cementerio, Juan Manuel me entregó una copia del discurso que iba a leer para que se la entregara a mi papá. En esa copia no estaba escrito lo que de manera espontánea expresó ante todo el país. Eso no fue concertado, definitivamente no lo fue. Gloria Pachón lo narra muy bien en su libro a los treinta años del asesinato de Luis Carlos.

En el cementerio estuve cerca al féretro y frente a los oradores. Había tanta gente que luego tuve que volver solo para entender el escenario arquitectónico. Recuerdo estar a seis metros de Juan Manuel. Lo vi mientras escribía en su papel la decisión que había tomado, decisión que todos apoyamos pues no veíamos dentro de los precandidatos presidenciales liberales a ninguno que pudiera llevar las banderas de Luis Carlos, ni en Alberto Santofimio, ni en Hernando Durán Dussán, tampoco en Samper.

Dentro de la organización del Nuevo Liberalismo estaba Gaviria quien era el jefe de debate de la campaña, con experiencia política como parlamentario, ministro de Hacienda, de Gobierno, alcalde de Pereira. Así que fue una buena decisión para ese momento.

Claramente el César Gaviria de entonces no es el mismo de hoy. Como jefe único del liberalismo nombró jefes de debate a quienes habían sido sus opositores, Samper, Santofimio y Dussán, lo que a nosotros no nos satisfizo. Fuimos a su oficina, pues hizo la campaña prácticamente encerrado dados los temas de seguridad, y le planteamos nuestro descontento. Fue muy pragmático, aunque visionario, y nos dijo: “Recuerden que uno en política, mientras no negocie valores ni principios, puede negociar lo que quiera para alcanzar las metas propuestas”. También fue enfático en que no estaba entregando su candidatura.

Luis Carlos fue para nosotros no solo un hermano, generoso, alegre, simpático, pendiente de todos, sino también el líder político dentro de una familia en la cual la política ha sido parte de nuestro diario vivir, elemento central, como lo han sido la solidaridad, el pensar en el bien común, que también hacen parte de la consigna de los médicos. Claramente para mí se había despertado ese diablillo que quería darle un giro a mi vida.

MINISTERIO DE SALUD

Si bien yo era un cardiólogo acabado de regresar de Houston y al que le iba bien, sentí una gran responsabilidad con la sociedad, con todos aquellos en desamparo y que no tienen cómo recibir atención médica. Recordé las tertulias que teníamos con mis papás en torno a estos temas, especialmente al servicio, me remonté al año rural, al servicio de salud en Santander, a mi trabajo en salud pública, me cuestioné sobre la posibilidad de participar activamente en la política. Era 1990 y mis circunstancias no podían ser mejores ni mi compromiso más alto. Y vino el ministerio de Salud.

Humberto de la Calle había aceptado ser fórmula vicepresidencial de Ernesto Samper. Andrés Pastrana le presentó los narcocassettes a César Gaviria dando inicio a lo que se conoce como el Proceso 8.000. La familia Galán siempre tuvo un vínculo muy estrecho con los Samper. Daniel Samper Pizano, amigo de toda la vida de Luis Carlos y trabajaron juntos en El Tiempo, es un periodista muy reconocido y reputado, hombre serio, gran escritor e investigador periodístico, prácticamente fue el padre de la investigación periodística en Colombia. Wenceslao Pizano, abuelo materno de los Samper, fue amigo de mi papá. Esos vínculos generaban aprecio, reconocimiento.

Si bien yo no había sido amigo de Ernesto, tampoco tenía ningún elemento para juzgarlo distinto a los miembros de su familia. Entonces, cuando a mediados del año 95 se dio un cambio de gabinete, ingresé al Ministerio de Salud. Fue un trabajo muy retador y estimulante en el inicio de la implementación de la Ley 100 de 1993. Me sumergí en esa tarea. Me encontraba muy entusiasmado con la labor que desarrollábamos, aunque, claro, estos fueron momentos muy difíciles.

Muy temprano en enero de 1996 Juan Manuel Santos publicó en su columna de El Tiempo que, si Botero contaba lo que le había contado a él, Samper se caía. Si Botero confesaba que habían entrado dineros del narcotráfico a la campaña, como en efecto ocurrió, a mí me quedaba muy difícil no renunciar. Vinieron las declaraciones de Fernando Botero el 22 de enero de 96, cuando estaba preso en las instalaciones del Cantón Norte en su condición de exministro de Defensa investigado por el ingreso de dineros del narcotráfico a la campaña presidencial.

En ese momento fui el único ministro que renunció ante las declaraciones presentadas por Fernando Botero. Lo hice de inmediato. Un par de meses después Guillermo Perry hizo lo propio.

El último consejo al que asistí fue esa noche. Unos días antes Juan Luis Londoño me había visitado en mi despacho para pedirme que no fuera a renunciar por los rumores que se estaban dando sobre el Proceso 8.000 y la eventual confesión de Botero. Me estimuló a que continuara mi trabajo como ministro, consideraba que el rumbo que le estaba dando a la implementación de la Ley 100, diferente al de mi antecesor, era el acertado con los fundamentos contenidos en la Ley que él había logrado aprobar en el Congreso de la República en 1993.

En la noche del lunes 22 de enero, Yamid Amat entrevistó a Botero en el noticiero CM& que vi junto a Yolanda. Cuando terminó, no pude sino decirle que hasta ahí había sido yo ministro. Esa fue una noche larga en la que pasaron muchas cosas. Primero, yo no tenía medio de transporte para ir a Palacio para atender la citación que nos había hecho el secretario privado, Antonio Vargas Lleras, pidiéndonos rodear al presidente. Pero yo no podía hacerlo porque necesitaba unas cuantas explicaciones.

Recordé lo ocurrido cuando llevaron a Botero preso al Cantón Norte, le pedí audiencia al presidente para entender lo que estaba pasando, era finales de julio o principios de agosto de 1995, y también le pedí a mi papá que me acompañara. Ernesto desmintió todo y nos dijo que iba a demostrarlo.

A las once de la noche del 22 de enero, me llamaron nuevamente a mi casa, más tarde alguien pasó a recogerme y llegué a Palacio a la una de la mañana. Se encontraba presente el pleno del Gobierno, miembros del gabinete, los generales y el Estado Mayor Conjunto, pero yo no podía entrar sin antes haber hablado con el presidente.

Le presenté mi renuncia, él me pidió que no lo hiciera, que eso sería muy mal visto, me planteó una serie de argumentos contradiciendo a Botero y pidiendo que le creyera, le contesté que yo no era juez, que mi único elemento de juicio era lo que acababa de ver por televisión, a su jefe de campaña, el que lo había llevado a la presidencia, con la aceptación del ingreso de esos dineros y una versión que lo señalaba, cosa que no pudo desmentir.

Le dije: “Entonces, tú entenderás que yo no puedo seguir haciendo parte de un gobierno que ha sido elegido con los mismos dineros de las personas que mandaron a asesinar a Luis Carlos. Eso es imposible para mí”. Finalmente lo acompañé a la reunión en la que no hablé y mi silencio Samper lo justificó diciendo que ya conocía mi posición, el Consejo de ministros se declaró en sesión permanente, se citó a reunión a las 10 am del día siguiente y yo llegué a mi casa a las 4:30 de la mañana a preparar mi carta de renuncia asesorado por el periodista Fernando Garavito, amigo de Luis Carlos.

Tres horas más tarde y sin dormir, fui con Yolanda donde mi papá y mi mamá, los contextualicé. Mi papá quedó muy preocupado por la gobernabilidad del país. A las dos de la tarde volví a hablar con el presidente, le pedí audiencia para entregarle la carta pues no me pareció decente enviarla vía fax. Me dijo que me atendería a las ocho de la noche.

Ya había sido advertido de que Samper podía hacerme cambiar los términos de mi renuncia y pensé: las renuncias por convicción no son sujeto de que nadie les meta la mano. Entonces le dije a Edulfo Peña, mi jefe de prensa, en reunión sostenida a las 6:30 de la tarde, que a las ocho entregara la carta a los medios de comunicación.

Tuve que hacer antesala de quince minutos, Samper me recibió, leyó la carta y me pidió que le modificara un párrafo, y se molestó mucho al saber que a esa hora ya debía estar en los medios. Luego se controló y me dijo: “Ven te muestro algo”. Me llevó frente a un televisor en el que tenía una película de VHS o Betamax que presentaba el recuento de todos los atentados que el país había sufrido hasta ese momento, el de Rodrigo Lara, el de Luis Carlos, la bomba del avión de Avianca, las bombas de los centros comerciales, en fragmentos. Me preguntaba por qué lo hacía, qué se proponía, cuál era el mensaje que me quería transmitir. Terminado el video se volteó y me dijo: “Yo no quiero que esto vuelva a ocurrir”. Mi respuesta fue: Pues yo tampoco.

Recuerdo una entrevista que me hicieron en Panorama cuando la periodista me dijo:

   — “Ya para cerrar, usted habría podido pasar de agache ante la opinión pública, pues no participó en la campaña, no estuvo en cargos directivos, no se involucró en las decisiones financieras ni de ninguna índole, y venía haciendo una buena labor al frente del ministerio”.

Le respondí lo primero que se me vino a la cabeza:

   — “Yo hubiera podido pasar agachado ante la opinión pública pero no ante mi conciencia”.

Mi decisión tuvo un costo político muy grande, pero me siento satisfecho. Sé que muchos ante el poder rectan, y rectando ascienden. Yo no quise hacerlo y no ascendí. Es un hecho cierto de la degradación de la política. Sí, creo que fui reconocido por esa parte de la población que respeta la institucionalidad, que entiende de transparencia. Quizás la pandemia del coronavirus nos enseñe dónde están los verdaderos valores de la relación humana, si el ser humano está al servicio del poder y del dinero, o al servicio de los demás.

HARVARD KENNEDY SCHOOL

Una vez presentada mi renuncia, la recomendación que me hizo la policía fue la de irme del país. Entonces hice una maestría en administración pública en el Kennedy School de Harvard. En ese tiempo los hijos aprendieron inglés y la familia se acercó más a entender el modelo americano en diferentes aspectos.

Regresamos a Colombia a mediados de 1997 acompañado por el deseo de hacer política. Aspiré al Congreso de la República como senador en las elecciones del 98, proyecto que termina truncado porque otro de mis hermanos también quiso hacerlo y me propuso que nos presentáramos por partidos diferentes. A mí no me sonó la idea, entre otras cosas porque pensé que mis papás tendrían una visión de emulación. No quedé muy satisfecho, pero agradecí la situación porque la vida me llevó por otros caminos muy interesantes.

EMBAJADOR ANTE LA UNESCO

Terminé involucrado en la campaña presidencial de Alfonso Valdivieso. El movimiento que lo respaldaba, compuesto por liberales que a raíz de la crisis del Proceso 8000 nos habíamos apartado de la línea oficial de Partido Liberal que respaldaba a presidente Samper, decidió unirse al Partido Conservador. Se creó la Gran Alianza por el Cambio con Andrés Pastrana, de la que fui su coordinador político nacional, en lo liberal, y en el oriente colombiano que incluía a Santander, Norte de Santander, Arauca, Casanare y Boyacá.

Esas elecciones fueron muy complejas por todo lo que vivía el país, por las secuelas del 8000,  por los signos de la crisis económica que después se sobrevendría y que había sido advertida por Guillermo Perry en el último consejo de ministros en el 96. Además, el orden público estaba muy alterado, había sucedido la toma de Patascoy y Las Delicias, un número muy importante de militares habían sido secuestrados por las FARC en el sur del país, el presidente había perdido su visa americana y Colombia estaba descertificada en la lucha contra el narcotráfico.

Finalmente ganó la Gran Alianza en cabeza de Andrés Pastrana que me nombró embajador ante la UNESCO. Inicialmente, en la etapa de relación entre el gobierno saliente y el elegido, hice el empalme en el área social, recibí lo que iba más allá de la salud, entidades como CAPRECOM, ISS, ICBF, y varias otras, luego viajé a Paris y como embajador asistí a debates muy enriquecedores. Desde allí, trabajé con varios ministerios temas referentes a educación, cultura, ciencia, tecnologías de la información.

En la UNESCO tuve relación con embajadores de diferente background. Los había de carrera diplomática, pero la mayoría tenían perfiles y experiencias muy interesantes pues se contaba con historiadores, científicos, literatos, académicos. Discutimos diferentes temas como el tratado internacional del patrimonio cultural subacuático, algo muy complejo y peleado. En esa época el representante técnico era Juan Luis Mejía Arango, todo un experto, quien luego fue ministro de cultura, hoy rector de EAFIT, un hombre muy valioso, inteligente y un gran ser humano.

Representé a Colombia en el Congreso Mundial de Ciencias que tuvo lugar en Budapest; en Dakar – Senegal representé a América Latina en la reforma de la UNESCO, en la búsqueda de su modernización; y presidí el GRULAC, Latin American and Caribbean Group. A Colombia se le eligió en varios comités, principalmente en el de patrimonio mundial que es el que decide los sitios declarados patrimonio por la UNESCO, al igual que el de biósfera de reservas naturales.

Por las materias que maneja la UNESCO, cuando me despedí, después de cuatro años de trabajo, manifesté en el consejo directivo que había sido una experiencia maravillosa donde se había ampliado el horizonte de mi ignorancia porque, entre más aprendía, me daba cuenta de lo mucho que tenía por aprender. Era como si le corrieran a uno la cerca del conocimiento.

Regresé con mi familia a principios del 2003 pese a los ofrecimientos de quedarme en organismos multilaterales. Una razón fundamental y repetitiva en los episodios cuando se está fuera del país, despertó en nosotros la necesidad de retornar, no solo por la obligación que se tiene de devolverle al país lo que este nos ha dado, sino por los hijos.

En este último viaje los hijos mayores tenían doce años y el menor iba a cumplir diez, y fue precisamente este quien me dijo cualquier día:

   — “Papi, hay familiares que, cuando ustedes los nombran, a mí no se me viene una imagen a la cabeza, y hay sitios que no tengo referenciados”.

En ese momento decidimos regresar porque, como les dije:

   — “El que no sabe de dónde viene no sabe para dónde va, y ustedes van a ser ciudadanos del mundo. Hoy lo estamos viendo en su generación, pero es importante que conozcan sus raíces, nuestra visión de vida, nuestro arraigo cultural. Después vuelen lo que quieran”.

CONSULTOR

Me reencontré con el sector, me vinculé a la consultoría en salud y a gremios. Participé como director de la incipiente Asociación Colombiana de Empresas Sociales del Estado y Hospitales Públicos a la que le reduje el nombre a un acrónimo, ACESI. Estuve un año durante el cual trabajé con gente muy comprometida, con la que hoy me encuentro con alguna periodicidad. Decidí retirarme cuando vi que podíamos chocar en la visión que teníamos con respecto al sistema de salud.

Preferí hacerme a un lado antes que entrar en discusiones, pues consideré que tenerlas por fuera era más sano. En mi opinión, estaban todos muy presionados por la operación del sistema, por el flujo de caja, y yo he querido tener una visión sistémica, más integral y no tan particular, lejos de la micro gerencia.

Asesoré al Ministerio de Salud en las discusiones que ya se daban sobre una reforma al sector. Pasados unos meses me nombraron presidente ejecutivo de la Asociación Colombiana de Empresas de Medicina Integral – ACEMI. En un momento muy álgido del sistema, en el que se presentaron muchos conflictos, tuve que reconocer que yo no tenía “el cuero político” que creía. Me retiré en agosto del 2006, después de dos años.

En junio se cayó la reforma en las discusiones parlamentarias del Congreso de la República. Hubo gente mal intencionada que utilizó a un medio de comunicación que les creyó, pasando una versión que difundieron. Fui acusado de sobornar parlamentarios, de haberles pagado viajes para influir en sus decisiones. Al principio me produjo risa, me pareció algo absurdo y no presté atención, pero cuando se convirtió en un señalamiento de la Academia Nacional de Medicina, a la que yo pertenecía por haber sido ministro, al ver que se cuestionaba mi ética, entonces, decidí retirarme.

Lo más triste fue enterarme por los medios de comunicación y no por mis colegas, pues ninguno se tomó el trabajo de preguntarme nada, de darme la oportunidad de expresarme, aprobaron la proposición de cuestionar mi ética y mi moral sin más. Esto me dolió profundamente, me sentí completamente herido en lealtades, además, tampoco tuve respaldo mayoritario al interior del gremio. Se avecinaban tiempos realmente complejos y no era mi talante continuar, pues se dio un cambio de estrategia que generaba confrontaciones entre agentes de las EPS, IPS y el Gobierno. Algunos miembros del Junta Directiva de la Asociación respaldaron mi visión, pero fueron minoría, entonces lo más conveniente era retirarme.

Todo ese episodio me afectó muchísimo emocionalmente, sufrí infarto al miocardio el 31 de diciembre del 2006, en gran medida producto de haberme dejado afectar emocionalmente por toda la situación anterior. Este fue un episodio nada grato. Había renunciado a la Academia Nacional de Medicina y a ACEMI, el gremio que representaba. Pese a lo cruel que resulta todo este episodio, de mi cirugía de corazón abierto y de mi corazonada.

Entendí que Siempre hay esperanza, y que hay que seguir adelante; entendí que cuando hay alguien que ataca de manera no muy noble, también hay quien rodea y respalda, en la seguridad de que uno no ha tenido conductas fuera de la moral ni de la ética.

Después, en el 2009, se presentó la emergencia social, expidieron decretos con fuerza de ley que básicamente modificaban aspectos muy significativos del sistema de salud. El ministro de la época convocó al Club Militar a todos los agentes del sistema, entre ellos a mí, a gremios y a personas naturales, para discutir el proyecto de los decretos; otras reuniones se hicieron en el Ministerio. Cuando se dio la discusión pública, lo que ocurrió a principios del 2010, hubo quienes nos acusaron, a una amiga doctora en salud pública y a mí, de haber recibido setescientos millones de pesos por sentarnos a escondidas a redactar los decretos.  

Paradojas de la vida, la dosis de tres años antes me la vuelven a aplicar desde el mismo origen, colegas y el mismo medio de comunicación. En esta ocasión decidí demandar por injuria y calumnia. Contacté a un abogado muy prestante, pero terminé dándome cuenta de que era contertulio de ese medio de comunicación. Cambié de abogado, hablé con un amigo muy cercano con experiencia en lo penal y me impactó con una frase:

   — “Augusto, nada es más viejo que el periódico de ayer. Entonces no vale la pena que demande. Le voy a explicar por qué. Las personas que lo conocemos sabemos que de lo que se le acusa no es cierto, y usted no va a cambiar a quienes lo vienen atacando por tratarse de un interés personal. Déjelo así, no se desgaste, no pelee, que eso no conduce a nada”.

Opté por ese camino, tuve que hacer un recorrido del que aprendí mucho, perdoné, pasé la página. Me di cuenta de que lo había logrado hace año y medio, cuando volví a encontrarme con algunas de esas personas. Sentí mucha compasión, reconocí que genuinamente pensaba que los seres humanos estamos en el mismo proceso, unos con virtudes, todos tratando de crecer y de ser mejores, algunos recorriendo caminos no gratos.

Mi conciencia está tranquila, nunca lesioné a nadie, nunca perjudiqué a nadie, por el contrario, mi visión es servir a los demás, el beneficio común y colectivo, y no me mueven intereses particulares de ningún tipo.

Me dediqué a trabajar en lo que sabía, confiado en que todo se resolvería bien y enviándoles buenas energías. Nunca he tomado un centavo de nadie, no he aprovechado posiciones de poder para beneficio personal, nunca he sobornado a nadie, tampoco han pasado nunca por mi cabeza esas pretensiones. Entendí que yo no estaba hecho para la política que se practicaba entonces y se practica hoy en el país.

Algún asesor, militante de la izquierda, me dijo con absoluta sinceridad: “Doctor Galán, es que usted da demasiada “papaya” entonces es muy fácil atacarlo. Usted trabaja por encima de la mesa y en política se estila todo lo contrario”.

NUEVA ETAPA DE VIDA

La gente tiene distintas facetas dependiendo de su conveniencia, la gestión de intereses individuales se ve en la estructuración de política pública y en el fondo esa es la política y la forma como se ejerce, y ese no es mi talante.

Me refugié en el amor de mi núcleo familiar, me alentaron su respaldo y afecto, me expresaron de diversas formas su apoyo, me rodearon y dieron fortaleza. Mi segundo refugio, el infarto, fue mi maestro, me enseñó que no podía dejarme afectar pues yo había obrado con transparencia y rectitud. Si bien los seres humanos somos frágiles y débiles, la ambición afecta a otros y yo no podía ser su objetivo. Vivimos un proceso de reflexión, surtimos etapas distintas de desarrollo interior, de fortalecimiento de valores, todos tenemos un destino común, solo que algunos no lo ven tan claro.

Seguí con mi ejercicio, con mi dieta saludable y con atención regular por parte de mi cardiólogo. En la medida en que la gente me buscaba para consultoría, fui entendiendo que quienes proferían ese tipo de ataques eran una minoría con intereses claros y con formas de ataque no muy nobles, al tiempo que comprendí que ese no era el sentir del sector. Tengo mi conciencia tranquila, no sé si ellos puedan decir lo mismo.

Lo narro como experiencia de vida, como un episodio doloroso que me dejó cicatriz, aunque sanó. A mis enemigos, de ideología y no de mi apellido, les deseo que les haya ido bien en la vida y ojalá en algún momento se den cuenta del dolor que causaron.

FUNDACIÓN SALDARRIAGA CONCHA

Comienza aquí una época muy grata. Desde el 2004 ingresé a la Fundación Saldarriaga Concha, a la que le tengo profundo afecto. Inicié como miembro de su Junta Directiva y la presido desde hace un poco más de diez años. Su objetivo es la integración social de la población en discapacidad y de las personas mayores, busca promover sus derechos y que sean reconocidos como sujetos en igualdad de condiciones. Ha crecido gracias a la labor realizada por su directora ejecutiva, también ha ganado reconocimiento e influencia. Considero esta una forma de contribución social muy importante.

CENTRO DE PENSAMIENTO

Desde hace cinco años dirijo un centro de pensamiento, Así vamos en salud, iniciativa muy interesante, con mucho potencial en diferentes aspectos y que básicamente se ha orientado al seguimiento de la información oficial de los indicadores del sector. Se busca tener cada vez una mejor información, estimular su análisis, establecer mejores índices que permitan evaluar con objetividad su desempeño en Colombia, en los territorios y en los departamentos. También atendemos estos temas en el sector rural.

La otra área de Así Vamos en Salud es la del análisis de la política pública en salud a través de mesas temáticas que ayuden a hacer propuestas y mejoras. Ese es un espacio que me es grato porque no se trata de representar intereses pues los congregamos a todos. Participan los diferentes agentes del sistema, con independencia, pluralidad, para entender mejor la descentralización del país y construir colectivamente.

Al país se le quiere como se quiere a la mamá, simplemente porque existe, porque es de uno, con virtudes y defectos. 

En esos dos escenarios, el de la fundación Saldarriaga y el del Centro de pensamiento, la vida ha sido generosa conmigo y me ha permitido sentirme más pleno y satisfecho profesionalmente al aportar visión.

  • ¿Es posible afirmar que la seguridad social en Colombia ha mejorado?

Con total seguridad. Quizás la refroma de 1993 a la seguridad social en salud, es el cambio social más importante que se ha tenido en los últimos cincuenta años en el país. Nos ha permitido avanzar en muchos frentes como la cobertura universal, la protección económica de la población ante la contingencia de enfermar, el acceso a los servicios, aunque cuando se mira la salud en general se ven lunares grandes porque falta mucho trabajo en la calidad de los servicios y en lo rural para equipararlo con lo urbano.

Confiamos en que se logre superar pronto la inequidad que subsiste entendiendo que salud va mucho más allá de tener un hospital, un fonesdoscopio y una bata blanca.

  • ¿Qué debe cambiar en el sector para atender situaciones como las que vivimos en la actualidad?

La pandemia nos permite evaluar y concluir que los países han estado más focalizados en la industria de la enfermedad, en el especialista, en aspectos que implican altos costos y tecnología, pero no en tratar la salud, la prevención, ni en cuidarla y preservarla. Se debe trabajar más por la génesis de la salud y no tanto en la patogénesis que es lo que nos genera enfermedades, superar la cultura del medicamento en la que, si un médico no formula, es malo.

Lo que se necesita es más cuidado, más cariño, más afecto, más compasión y comprensión, entender que el camino de la vida lo vivimos juntos. La pandemia nos está enseñando cómo debemos trabajar juntos, cómo tenemos el mismo destino, cómo la salud no es del que tenga más plata o apellidos con los que afrontar una enfermedad.

Somos parte de la naturaleza, que evoluciona, es cambiante y nos debemos acondicionar a esos cambios. No es ella la que está al servicio nuestro. Tenemos los mismos átomos, venimos del mismo origen, planetario y cósmico. Comprender esto nos ayudará a entender mejor la salud de un individuo, para protegerla y cuidarla.

Ese es un cambio que necesita mucha más educación, para llegar a él tenemos que aprender a desaprender, para volver a aprender en muchas materias. Esa es una reflexión que llama lo que estamos viviendo.

  • ¿Por qué ha sido un defensor de la Ley 100?

Siempre he defendido la Ley 100, de hecho, considero que el país necesitaba socializar la salud que, hasta ese momento, 1993, era extremadamente inequitativa.

Mucha gente tenía que vender sus propiedades para ser atendida, no todos contaban con seguridad social ni tenía recursos económicos para pagar los servicios, eran las llamadas enfermedades catastróficas porque significaban una catástrofe financiera para las familias. La gente en temas de salud estaba huérfana, para ser atendido se necesitaban seguros privados cuando una proporción muy grande de la población no tenía recursos económicos para recibir un servicio médico. En salud, entonces, muy pocos tenían mucho y muchos no tenían nada.

Entonces se estableció un fondo común sustentado en el principio de solidaridad y con cobertura universal.

En el año 92, con treinta y dos millones de colombianos, la sumatoria de todos los subsistemas de salud realizaban el equivalente a una consulta por ciudadano al año, incluyendo consultas por urgencias y de medicina general. Hoy, el sistema de seguridad social en salud atiende más de cuatro consultas por ciudadano al año, con 16 a 18 millones de ciudadanos más.

No tenemos el sistema de salud perfecto, pero tampoco esa perversidad con que algunos lo señalan. Es más, es reconocido y respetado, y sirve de ejemplo para muchos países.

Muchos aún mantienen la imagen de la medicina norteamericana como un referente; que es el sistema más inequitativo, el más injusto, ausente de solidaridad y, para mí, el peor sistema de salud del mundo. Si usted tiene la plata, obtiene la mejor tecnología del planeta en servicios de salud, pero mantienen cerca de cincuenta millones de ciudadanos sin cobertura en salud y gastan alrededor del 19% del PIB en salud; el gasto más alto del mundo. Nuestro modelo es mucho más europeo, sustentado en la universalidad, solidaridad y eficiencia.

  • ¿Qué piensa de los economistas como ministros de Salud?

No estoy en contra de que sean economistas porque el tema de salud dejó de ser un tema exclusivamente médico, ahora lo es también de desarrollo socioeconómico y de protección social, e impacta la financiación fiscal del Estado. Hoy el Ministerio tiene dos viceministros para que atiendan dos frentes distintos, pero complementarios; el primero, la salud, el otro, la protección socioeconómica de la salud. Entonces se requieren las dos experticias.

Realmente pienso que esta es una discusión que parte de un interés y no de una visión de desarrollo social. El planteamiento de fondo es, ¿para qué un sistema de salud? La respuesta es clara, para tener poblaciones sanas y productivas.

La Constitución, en sus artículos 48 y 49, habla de tres principios: la cobertura universal, la solidaridad y la eficiencia en el manejo de los recursos que rigen nuestro sistema de salud y nuestro sistema de seguridad social. Además, se deben tener en cuenta la calidad en la prestación de los servicios y la dignidad humana de todos por igual.

  • Hábleme de su experiencia como escritor.

Hace veintisiete años hice una coedición de un libro con Juan Mosca, Garavito, sobre los primeros treinta y cinco años de la Clínica Shaio, en el 92. También cuento con escritos en periódicos y artículos en revistas especializadas; lo más reciente es el libro sobre una parte importante de mi vida, SIEMPRE HAY esperanza. Vendrán otros temáticos porque, por ejemplo, me llama particularmente la atención el tema de la muerte, que muchos consideran la usurpadora, un tema tabú ligado a la frustración.

Habita en ese imaginario que tenemos en Occidente tan arraigado donde poco gusta hablar de ella y, cuando se hace, hay quienes se molestan. Hay muchas cosas por hablar y discutir sobre este tema.

Esa forma de abordarla ha causado más dolor, más frustración, rabia y sufrimiento en los sistemas de salud del mundo. El colombiano no es la excepción, no lo maneja adecuadamente, pues a los profesionales de la salud no se les enseña a convivir con la muerte. Se maneja un concepto errado, el de que salvamos vidas cuando lo que hacemos es evitar muertes, posponer desenlaces, porque al final de la jornada todos vamos a morir, pero la misión más importante de los profesionales de la salud, y en especial la de los médicos, es ayudar a aliviar el dolor y el sufrimiento.

Soy un convencido de que entre más comprendamos la muerte y la aceptemos como parte de nuestra realidad, más la aceptaremos y podremos vivir más tranquilos. San Agustín decía que: nos debatimos entre una vida mortal o una muerte vital. Estoy completamente de acuerdo.

La muerte es la triple paradoja, como señala Robert Redecker, porque es lo más trivial y lo más misterioso; es lo más personal pero también lo más anónimo; también es lo más repugnante y a la vez lo más fascinante. La conciencia nos ayudará a entender cada vez más ese misterio que representa. Hay muchas preguntas sin respuesta, pero irán llegando.

A veces se muere con mucho dolor y sufrimiento. Se busca sanar el dolor físico, pero no el emocional, el del desapego que es insufrible. Se necesita amor y comprensión por encima de la medicalización, porque medicalizamos todo, inclusive la muerte. Es curioso porque estudios indican que el 70 % de la población quiere morir en su casa, rodeado de amor y cuidados, pero muere en la soledad de una habitación hospitalaria, muchas veces en cuidado intensivo, inconsciente, lleno de tubos. Hoy morimos más limpios, pero más solos como lo señala Norbert Elias.

Hago una analogía con los paseos, preguntar durante el recorrido cuándo se va a llegar genera muchísima ansiedad, el viaje se hace un tormento. Algo semejante vivimos con la muerte, es un temor permanente de encontrarnos ante su presencia. Se disfruta más el recorrido si se entiende que en él está el verdadero sentido.

  • ¿Cómo vivió el infarto?

Ante el infarto sentí mucha paz y tranquilidad, aún sabiendo lo que me estaba pasando y lo que me podía pasar, ad-portas de una cirugía.

Pensé que había cumplido, pero claro que quería estar más tiempo con mis hijos y tampoco quería dejar sola a mi señora, entonces le pedí a la Vida tiempo, para verlos más organizados, para disfrutarlos; pero si esa no era la decisión estaba listo para partir.

No sentí temor, recuerdo ese momento con cariño, de manera grata, eran días soleados, muy iluminados, muy azules y transparentes, aún en medio de esa dificultad, recibí mucho afecto sincero de mucha gente.

  • ¿Cuál considera la razón de su existencia?

El servicio al prójimo. No tengo duda. He pasado por diferentes etapas. He sentido, conocido, experimentado, y a estas alturas ratifico que lo que era intuitivo hoy es mi razón de existir: esforzarme por servir a los demás desde la salud con una visión integral de esta.

  • ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Serenidad.

  • ¿Cómo visualiza el momento de su muerte?

Me veo rodeado de los míos, de las personas que quiero, que me han aguantado en este viaje. Quisiera poderme despedir, agradecer, mirar a la muerte de frente, aceptarla, entender que se acabó mi comisión en este planeta. Esa es mi pretensión.

  • ¿Cuál debería ser su epitafio?

Lo tengo escrito, pero no memorizado. Me gustaría que me recordaran como un ser humano sencillo que pretendió servir a los demás.