Álvaro Mendoza

ÁLVARO MENDOZA

Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy abogado por vocación: hijo, nieto, padre y abuelo de abogados. Tengo el Derecho en los genes. Si yo no hubiera sido abogado, habría querido serlo.

Me define mi interés por la historia y, en general, por toda la literatura. Mi carácter es apacible. Mi familia se queja por ser yo muy trabajador. Mis contemporáneos o están muertos o se han retirado, mientras que en mi caso sigo trabajando jornada completa con mucho ahínco.

He tenido algunas aficiones deportivas, muy joven fui futbolista, más tarde voleibolista, squashista durante muchos años y ahora tenista. Me gusta el cine, y prefiero que sea de acción para no dormirme.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Don Cristóbal de Mendoza, primer presidente de Venezuela, tuvo que emigrar a Colombia por razones políticas. Caído el Gobierno de Bolívar, fue perseguido por Páez. Llegó a Villa del Rosario, Norte de Santander, para trasladarse a Ocaña donde murió. Sus descendientes se trasladaron a San Gil, Santander. De él desciendo por vía paterna en línea directa.

En esa época no se estudiaba la carrera de Derecho, sino que se a quienes lo ejercían se les conocía como abogados, pero sin título. Y mis ancestros, por ambas ramas de la familia, lo fueron.

Aquileo Mendoza, mi abuelo paterno, fue periodista, político, en Bucaramanga, abogado y hacendado. Alguien muy generoso, influyente. Pese a su filiación conservadora, durante las guerras civiles ayudó a sus trabajadores liberales para que se incorporaran a las filas de su partido. No solo esto, sino que les dio dinero y armas para que pudieran incorporarse a las filas de su partido. Era una época en que en Santander todos andaban armados por el riesgo de incursiones de bandidos o de enemigos. Todavía cuentan que, cuando los hijos llegaban a los dieciséis o dieciocho años, los papás les daban un revolver.

Amelia Villafrade, mi abuela paterna, escasamente cursó el colegio pues no se usaba que las mujeres adelantaran estudios profesionales.

AQUILES DE JESÚS – SU PAPÁ

Aquiles de Jesús, mi papá, tuvo dos nombres. Como mi abuelo fue tan conocido en su tierra, lo llamaban Aquileo, como él, obligándolo a cambiarse el nombre. La única persona que lo llamó Aquiles fue mi mamá. Buena parte de su trabajo profesional lo ejerció en las veredas cercanas a Bucaramanga y Piedecuesta, para atender de forma gratuita a la gente. Por consiguiente, tuvo un gran ascendiente que le hubiera permitido salir elegido en cualquier votación, pero nunca quiso aspirar a cargos políticos.

Fue conservador, un gran abogado, magistrado, notario, dueño de periódico, El Heraldo de Bucaramanga. Vivió dieciocho años en la Universidad de París estudiando Derecho, Economía y Agronomía.

Como se usaba en ese tiempo, su oficina quedaba en una casa antigua de primer piso, no había edificios. Estos se empezaron a construir en la última etapa de su vida.

Tuvo una gran cercanía con la gente pobre. Una curiosidad es que, en varias ocasiones, lo vi votar por listas liberales cuando encontraba que los conservadores no daban la talla. Recuerdo que, en su enfermedad terminal, un colega le hizo el gesto de llevarle la mesa de votación a la clínica. Pero mi papá no aceptó votar por el candidato de su partido, sino que dijo: “Voy a votar por Luis Carlos Galán”, candidato en ese entonces del Nuevo Liberalismo. El señor al salir me dijo: “Tu papá está muy mal de la cabeza”. Pero él había hecho eso toda la vida, lo de votar independiente del partido. Su último voto fue por un candidato liberal.

RAMA MATERNA

Flavio Ramírez, mi abuelo materno, fue un hombre de negocios. Era del Socorro, Santander, pero buena parte de su vida la pasó en Bogotá. A su muerte dejó un número importante de bienes raíces, tanto urbanos como rurales, porque fue un hombre de negocios muy próspero. Alguien sumamente serio, exigente. Como fue diabético, buena parte de su vida estuvo bastante enfermo.

Josefa Buenahora, mi abuela materna, santandereana, estudió su bachillerato con monjas y se dedicó al hogar. Era cordial y cariñosa en la intimidad, pero para el resto pasaba por retraída. Sus amigas la llamaban la reina Pepa. Esto fue así porque se mantenía muy bien puesta, por exquisita, por su estilo que imprimía en ella, en sus hijos y en su casa. Además la creían orgullosa, pero era tímida.

Fue ella el centro de gravitación de toda su familia, y de la extendida, porque congregaba, unía. Tuvo cinco hijos, dos mujeres y tres hombres, de los que mi mamá fue la segunda.

Elvira Ramírez, mi mamá, le heredó a mis abuelos la seriedad, pero no la timidez. En Bucaramanga ella era el centro social de la ciudad. Fue muy activa. La llamaban Elvirita.

SUS PAPÁS

Mi papá, quince años mayor que mi mamá, la conoció cuando regresó de Francia estando ya instalado en Bucaramanga. Una de sus hermanas estaba casada con Roberto Caro, bogotano. Cuando mi papá fue a visitarlo por ser un pariente lejano, conoció a Adelaida Ramírez, hermana de mi mamá. Resulta que empezó a flirtear con mi tía, luego conoció a mi mamá de quien se enamoró y finalmente se casó con ella. Si bien el matrimonio se dio en Bogotá, vivieron en Bucaramanga.  El matrimonio duró cuarenta y nueve años y diez meses. Cuando mi papá falleció, a los dos meses siguientes salió en el sección de hace cincuenta años del periódico El Tiempo la boda de mis padres.

CASA DE SUS PADRES

Fuimos una familia sumamente tradicional. Pese a la experiencia europea de mi papá, él se acomodó muy bien a las costumbres familiares de Bucaramanga.

Mi papá fue un hombre tremendamente distraído, solamente podía vivir en su ciudad, en la que todos lo conocían y le detenían el tráfico, porque cruzaba las calles sin mirar. También fue dicharachero, le encantaba contar historias, tenía cuentos para todo. Aún recuerdo muchas de sus anécdotas, inclusive las reproduzco. En algunos ambientes en que me muevo se dice, como ocurría con mi papá, que tengo una anécdota para cualquier cosa. Pero buena parte de estas son los suyas.

Fue él el centro de las reuniones sociales. Salvo en sus últimos años, en los que se volvió reservado por un principio de Alzheimer. Prefería callar a repetir una y otra vez lo mismo, lo que debió significarle un esfuerzo enorme. A mí, como a él, me queda tremendamente difícil no hablar.

También le encantó escribir, lo hizo en su periódico, y recuerdo de pequeño haber leído muchos de sus artículos. Lamentablemente esa colección se perdió.

Hacíamos reuniones familiares entre los más cercanos. Estas eran las ordinarias, almuerzos, comidas, paseos que se hacían regularmente todos los domingos. Los abuelos paternos ya habían muerto y los maternos vivían en Bogotá, a ellos los visitábamos de manera esporádica.

INFANCIA

Mi abuelo materno, Flavio, me compraba juegos de armar realmente complicados y me ofrecía premios muy halagüeños por el logro. Me vigilaba y cumplía. Mi abuela Josefa fue muy cercana a mí, me quiso mucho, diría que me prefirió sobre sus otros nietos. Los domingos había un almuerzo familiar presidido por mi abuela Josefa.

Mi temperamento es muy parecido al de mi padre. Cuando yo era joven, fui un contradictor permanente de mi papá. Pensaba y actuaba siempre en forma contraria a la suya y ahora reconozco que  me convertí en alguien exactamente igual a él.

Mi mamá era muy brava, severa, exigente. Nos castigaba con dureza, privándonos de cosas que nos llamaban la atención, en ocasiones por semanas enteras. En castigo no nos servía el plato de lo que nos gustaba o no nos dejaba salir con los amigos. A mí, que me gustaba desde entonces el cine, no me dejaba ir a ver las películas. Por su parte, mi papá era bonachón, tolerante.

ACADEMIA

COLEGIO LA PRESENTACIÓN

Con motivo de la enfermedad de la abuela, mi mamá se instaló en su casa en Bogotá para cuidarla. En ese entretanto me matricularon en el colegio de las Hermanas de la Presentación, cuando apenas tenía cuatro años. No sabían cómo entretenerme de otra manera.

A esa edad aprendí a leer y a escribir. En ese entonces no había kínder, sino que se comenzaba por primero elemental, normalmente a los seis o siete años. De lejos fui el más pequeño de mi clase. Terminé mi bachillerato a los catorce años.

COLEGIO LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Después de que terminara la enfermedad de mi abuela, regresamos a Bucaramanga. Estando de nuevo en la ciudad, me matricularon en el colegio de La Santísima Trinidad, regido por monjas franciscanas. Ellas me recibieron en segundo elemental, porque, pese a ser tan chiquito, sabía leer y escribir. Continué los cursos sin repetir año y sin devolverme.

En los primeros años me tuvieron mucha consideración, tanto profesoras como compañeros por mi corta edad. Pero, en la adolescencia sí tuve problemas.

COLEGIO DE NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO

Para los dos últimos años de bachillerato mi papá me envió a estudiar a Bogotá. Estando acá viví con un tío materno con quien me entendía muy bien, fue para mí como un segundo padre. También pude visitar con frecuencia a la abuela materna.

Estudié en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá, de donde papá era egresado. Pero los compañeros me matonearon por pequeño, con un agravante, el de estar muy mal preparado para el nivel de ese colegio.

Tuve un compañero de clase, oriundo de Zipaquirá, a quien le decían Bichito. Bichito era el alumno más malo de la clase. Y recién llegado, habida cuenta de mi mala preparación previa, me retó diciéndome: “Mendoza, es que usted es muy bruto”. Realmente, yo no daba el nivel de mis compañeros. Entonces me propuse a estudiar, porque quise demostrar que Bichito no tenía razón.

Finalmente, logré ser durante esos dos años el primero de la clase. Esto implicó una muy fuerte disciplina de estudio, que me sirvió mucho también en la universidad. La adquirí ahí, porque antes no la tenía.

BATALLÓN MIGUEL ANTONIO CARO – MAC

Una vez graduado de bachillerato del Colegio del Rosario, tuve que definir mi situación militar. Ha sido normal que los papás intriguen para que no se lleven a los hijos, pero mi papá hizo lo contrario, con el propósito de que adquiriera hábitos de disciplina y de trabajo.

Resulta que no salí escogido en el sorteo, pero mi papá habló con sus amigos generales para que me incluyeran en la lista. Me presenté en Bucaramanga a la seis de la mañana, hora en que nos iban a trasladar a Bogotá en camiones, como hacen con el ganado. El sargento que estaba a cargo de la recepción dijo: “Hay uno de más (a causa de mi inclusión a última hora). Como usted es el último de la lista, no le toca”. Esto lo escuchó un militar de más alta graduación, que sí sabía de la intriga de mi papá, entonces salió a hacer un cara y sello entre los dos últimos de la lista.

Resulta que me gané la suerte. Pensé que me quedaba, pero él dijo: “Ser militar es un honor. Usted se va para Bogotá, quien se queda en Bucaramanga es el otro”. La intriga de mi papá dio como resultado que yo de todas maneras fuera reclutado.

Entonces presté servicio militar en el Batallón Miguel Antonio Caro – MAC, acá en Bogotá, en Usaquén, Cantón Norte. Fui parte del segundo contingente del recién creado batallón de bachilleres. Actualmente los soldados bachilleres prestan servicio de policía, son choferes de generales, etc. Pero en ese entonces se prestaba un verdadero servicio militar, como los soldados no bachilleres.

Me sentí contrariado, porque la vida en el ejército es dura. Dando una mirada en la distancia, diría que fue un período formativo. La contribución estuvo en el aspecto físico, porque se hace mucho ejercicio. También me apoyó ese período en disciplina personal.

Lo situación más difícil que afronté fue en la plaza del vecino municipio de La Calera. Se presentó un desorden que enfureció al oficial que estaba a cargo nuestro. Estábamos cargados con el equipo, un morral grande y pesado, además con el fusil al hombro. Así nos puso al trote hasta la Escuela de Infantería, por lo menos fueron veinte kilómetros de recorrido. La gran mayoría de mis compañeros se desmayaron por el camino, pero él no nos dejó parar. Cuando en el patio dijo: “¡A discreción!”, todos los que no habíamos sucumbido por el camino caímos al piso. Ese esfuerzo físico fue verdaderamente exagerado.

VOCACIÓN

Nunca tuve alternativa distinta a la de ser abogado. En el Batallón me tocó en la Compañía D, conformada por quienes íbamos a estudiar Derecho, Economía, Administración. Aunque esto no implicó ninguna diferencia con respecto a los otros, porque todos recibimos el mismo trato.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

INTERNO

Para ese momento, cuando inicié estudios profesionales, la Universidad del Rosario se llamaba Colegio Mayor del Rosario. En él me inscribí una vez terminé de prestar servicio militar y de él me gradué como abogado. Yo tenía quince años y llegué al internado de la Facultad. Esto me significó una vergüenza frente a mis compañeros. Realmente  durante casi un siglo, la Facultad de Derecho no recibía sino a estudiantes internos.

En mi época, habiendo cambiado la exigencia del internado, fuimos solamente doce internos entre trescientos alumnos. Cuando se fundó el Colegio Mayor del Rosario, los quince primeros alumnos eran los únicos estudiantes quienes dieron lugar a lo que se conoce como Colegiatura. La Colegiatura es un órgano de alumnos distinguido con funciones electorales respecto del rector y de los conciliarios. Fueron los estudiantes iniciales, no había más. Y se conserva ese número como distinción a los mejores. De ahí que, la segunda escuela de Derecho que se formó adoptara el nombre de El Externado, a diferencia del Rosario que era el internado.

Recuerdo que yo dormía en el espacio en el que años después fuera el salón en el que dicté clases. Los dormitorios eran enormes, con camarotes de dos pisos, para veinte o treinta estudiantes. El mío se llamaba Dormitorio del Ángel de la Guarda.

Nos tocaba bajar por la escalera que conduce al patio principal para ir a los baños, de las duchas solo salía agua fría. Cuando en las noches íbamos a dormir, era rutinario encontrarnos las pijamas hechas nudos y apretadísimos. Como guardábamos comiso, hacíamos saqueos los unos a los otros, porque nos robábamos recíprocamente.

Nos cuidaban pasantes que eran alumnos de últimos años de carrera, próximos a graduarse como abogados. Uno de ellos fue Pedro Gómez, quien luego se distinguió como constructor y con quien trabajé en algunos temas tiempo después.

Emeterio, el portero, no nos dejaba ni arrimar a la puerta, nos acusaba de todo. Después, cuando fui profesor y miembro de la Conciliatura, se escondía, a mi paso, pensando que le podía hacer cualquier daño.

Los internos no podíamos salir, ni siquiera los sábados, pues recibíamos clase en la mañana y en la tarde. Los jueves por la tarde nos llevaban a hacer deporte a la Quinta de Mutis en el barrio Siete de Agosto.

Cada vez que tenía días de vacaciones me iba para Bucaramanga. Yo era muy muy apegado a mi familia y a mi tierra, y pensaba que no podía vivir en ningún lugar distinto. Hoy no sería capaz de hacerlo, queriendo mucho a mi ciudad.

COLEGIAL

Fui colegial desde el tercer año de Derecho y me tocó la primera elección de Antonio Rocha como rector. Mi voto provocó un escándalo. En esa época se procuraba que el rector fuera siempre conservador.

Al escoger a los colegiales, tenían cuidado de que estos fueran en su mayoría conservadores para que no nombraran a un liberal. Como mi voto se lo di a Antonio Rocha, esto provocó malestar. Él era liberal, aunque moderado. Fue rector en dos oportunidades distintas, ministro varias veces, embajador, también profesor y me enseñó muchas cosas. Lo respetábamos mucho, aunque al comienzo yo lo veía lejano.

Realmente fue un acierto el que llegara a la rectoría. La contra parte era Arturo Cecilio Posada, magnífico profesor, enseñaba latín en bachillerato y bienes en la Facultad, también fue magistrado de la Corte Suprema de Justicia.

PROFESORES

Recuerdo profesores magníficos como Arturo Cecilio Posada, Gustavo Fajardo Pinzón, José Antonio Villegas, Rodrigo Noguera Laborde y muchos otros. Me marcaron por los conocimientos jurídicos que me transmitieron. Siendo estrictos, nos enseñaron de manera muy completa. Mi ejercicio como profesional, en buena parte se lo debo a ellos.

EXTERNO

Como siempre me pareció humillante el hecho de ser interno, empecé a escribirle unas cartas patéticas a mi papá para que me dejara salir externo. Pero fue inflexible, nunca aceptó ninguno de mis argumentos.

Un buen día, hablando con monseñor Rodríguez, el vicerrector, le dije que no estaba contento en mi condición de alumno interno. Me contestó: “Tienes toda la razón. ¿Por qué no te vas?”. Me puse a pensar en que realmente podía irme, pese a la oposición de mi papá. Entonces me salí del internado, sin que él lo supiera.

Lo que me enviaban de la casa para sufragar mis gastos en el internado era muy poquito, porque los pagos al Rosario eran particularmente bajos. Ya viviendo por fuera eso no me alcanzaba. Compartí dormitorio con dos estudiantes de Medicina y otro de Derecho, muy cerca del Rosario. Eran unas casas viejas con cuartos destartalados en un sector que hoy no es bueno. Y no contábamos con baño en el cuarto. Los de medicina no nos dejaban dormir, pues se quedaban hasta las dos o más de la mañana estudiando porque todos estábamos en el mismo cuarto.

Cualquier domingo almorzando con mi abuela, timbró la puerta, bajé a abrir, y me encontré con mi papá. Yo le había seguido escribiendo cartas quejándome de la situación, dándole a entender que seguía interno, con la esperanza de que me permitiera salir del internado. Fue cuando decidió visitar el Colegio para ver qué tan mala era la situación, pero al llegar supo que yo me había salido hacía tres meses. Me dijo: “Me has estado mintiendo como una cocinera. Si puedes tomar tus propias determinaciones, quedas por tu cuenta. No vuelvas a contar conmigo”. Esta fue una forma de echarme de la casa.

Por fortuna, un tío materno apenas supo de lo ocurrido me llamó por teléfono diciéndome que quedaba por cuenta suya. Un par de meses después mi papá me volvió a apoyar. Con estas ayudas pude instalarme un poquito mejor, arriba del Claustro, cerca del hotel San Francisco. Creo que la salida del internado fue una muy buena determinación, ciertamente contraria a la disciplina familiar, pero de la que nunca me arrepentí. Y es que el servicio militar lo vuelve a uno una persona dura, recursiva, entonces el internado era casi que inadmisible.

INSTITUTO FERRI – ROMA

Soy un penalista frustrado, porque quise ser penalista. Cuando terminé mis estudios, para graduarme, tuve que prestar un año de judicatura rural. Me gradué después de ser juez en un pueblo pequeño de Santander. Una vez graduado hice uso de una beca que me había ganado y que otorgaba la Embajada de Italia para estudiar Derecho Penal en el Instituto Ferri, en honor a Enrico Ferri. Este instituto era en ese entonces la Meca del Derecho Penal, anexo a la Universidad de Roma.

Aprendí el idioma en el Instituto Leonardo Da Vinci que tenía un método no tradicional. Nombraban un monitor, preceptor, quien nos daba un programa de conferencias que teníamos que oír, libros para leer, películas para ver, programas de televisión, etc. Fue una inmersión en su lengua. Nos decía que no hablaríamos bien el idioma hasta tanto no soltáramos espontáneamente una grosería en italiano después de darnos un golpe en la espinilla.

Fueron dos años y medio mis estudios en el Instituto Ferri, que hoy equivaldrían a una maestría, pero en ese entonces estas no existían, sino que otorgaban un título de profundización.

Antonio Segni, uno de mis profesores, quien luego fue presidente de Italia, simpatizó conmigo. Esto fue así quizás al ser yo el más joven y menos distinguido del curso. Resulta que fui recibido por unos diplomas falsos que me dio la Embajada de Italia, pero por diferencias de equivalencias.

El diploma de abogado en Colombia se otorga por haber cursado la carrera, mientras que en Italia solo después de haber tenido trayectoria de diez años como tal. El cargo de juez en Colombia tampoco equivale al de juez en Italia, pues allá es la máxima distinción como culminación de una carrera jurídica muy importante.

Cuando llegué, la Universidad de inmediato se supo que mis certificaciones no eran valederas, pero me dieron acceso a un curso avanzado, que me sirvió muchísimo. Muchos de mis compañeros eran profesores de Derecho Penal en distintas universidades, mientras que yo era un joven colado. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande, para estudiar al mismo nivel que ellos.

Pasados varios meses, Segni me dijo: “Yo dirijo la filial italiana del Instituto Europeo de Derecho Privado”. Siendo él profesor de procedimiento, que allá es común a todas las ramas del Derecho. Continuó: “Estamos buscando una persona que traduzca del italiano al español, y al contrario”. Y me ofreció el cargo, que acepté. Por supuesto, continué con mis estudios. Ahí estuve año y medio.

DOCTORADO EN PARÍS

El Instituto Europeo de Derecho Privado me envió a sacar mi doctorado en Paris en Derecho Privado. Fue así como me alejé del Derecho Penal. Después de cuatro años y medio regresé a Colombia siendo, si no el primero, uno de los primeros doctores en esta rama.

Como mi papá era afrancesado, desde que yo estaba pequeño me habló en francés. Cuando llegué a París no dominaba el idioma, pero sí lo entendía perfectamente y lo podía leer.

Papá también me complementó con recursos. Luego tramitó un préstamo del ICETEX, instituto que al comienzo estaba dedicado a financiar estudios en el exterior, como deriva de su sigla. Utilicé la plata en viajes y mi papá me recomendó sitios, restaurantes, actividades. Lo hizo a través de cartas.

Si bien en Italia hice amigos muy fácilmente, en Francia fue más complejo pues el francés es retraído. Viví muy solo, aislado, hasta que conocí a una amiga alemana, la única persona con quien tuve algún trato estable. Uno se veía en clase con los compañeros, pero una vez terminaba cada quien se iba por su lado. Esto es algo muy propio del francés.

EXPERIENCIAS

MILITAR

Hay un episodio de mi vida que lo he contado en conferencias, pero no lo he escrito nunca. Como ya mencioné, cuando terminé mi bachillerato, presté servicio militar en el MAC. En ese entonces nosotros recibíamos una instrucción militar completa y salíamos con el grado de subtenientes de reserva.

Apoyándome en ese grado y en esa capacitación, en unas vacaciones de verano, mientras estaba haciendo estudios doctorales en París, me alisté para ir a entrenar a las tropas angoleñas que luchaban por su independencia contra Portugal.

Había dos movimientos independentistas en Angola. Uno de ellos dirigido por Holguer Roberto, ligeramente de izquierda, pero no totalmente comunista. En cambio, hubo otro dirigente con una posición política extrema. En mi caso entrené las tropas de Holguer Roberto, de orientación política moderada.

Nosotros operábamos en lo que se llamaba el Congo Belga, fronterizo con Angola. Era en ese lugar donde entrenábamos las tropas para que fueran a combatir con los portugueses. Si bien no participábamos en los combates, éramos meramente entrenadores, tuvimos la experiencia de una guerra sumamente cruel.

Los portugueses bombardeaban con bombas incendiarias, bombas naplan como se llaman. Me tocaba ver el regreso de estos negritos vueltos miseria, chamuscados por todas partes, una cosa verdaderamente horrible. Tal vez la experiencia más dolorosa de toda mi vida. Allá estuve cuatro meses.

MAYO DEL 68 EN PARÍS

Participé en los eventos de mayo del 68 en París. Ese movimiento tuvo un grupo directivo conformado por estudiantes extranjeros para que quedara muy claro que no estábamos vinculados a la política interna de Francia. A mí me correspondió representar a los extranjeros de posgrado. Fui, entonces, de los organizadores de ese movimiento.

Hicimos una serie de marchas en las que protestamos por el traslado de la sede de la Universidad desde la localización tradicional, ubicada en el barrio latino, hasta las nuevas instalaciones en Nanterre, en el noroccidente de París. Esto es, en la Banlieu, la periferia de la ciudad. La razón de la protesta se debió a que las nuevas instalaciones se encontraban en obra y resultaba muy incómodo trasladarse hasta ellas.

La protesta comenzó hablando con el alcalde, pero se complicó cuando, estando reunidos en el Teatro del Odéon, entró la policía con gases y bolillos causando una gran cantidad de estropicios. Tuve que llevar a un compañero a la clínica, pues quedó muy mal herido. A mí no me pasó afortunadamente nada.

Todo se complicó. Fue cuando empezamos a tomarnos las principales avenidas de París con unas marchas en que desfilábamos cantando. Por supuesto, interrumpíamos el tráfico, tal como hacen en Colombia durante ciertas protestas, solo que la nuestra fue completamente pacífica.

Cuando la policía nos bloqueaba, nosotros nos sentábamos en el suelo a esperar. Siempre dábamos instrucciones de llevar provisiones: sánduches y cantimploras con bebidas. Esto para resistir, y lo lográbamos por tres o cuatro horas. Mientras que la policía no, se cansaba y se iba. Cuando se iba, nosotros seguíamos, avanzábamos en los desfiles. Esto duró un par de semanas hasta cuando la Alcaldía decidió revocar la decisión de traslado inmediato y esperar a que terminaran las obras.

Entonces participé en esos eventos como había participado antes en Colombia en las manifestaciones estudiantiles durante la dictadura de Rojas Pinilla. También fui directivo aquí. Representé al Rosario en el Comité Inter estudiantil.

MITOS – FÁBULAS – CALUMNIAS

Como mediáticamente el movimiento de mayo del 68 en París fue muy sonado en el mundo, en torno suyo se levantaron una serie de fábulas que no corresponden a la verdad.

Dentro de las fábulas que se han levantado sobre el movimiento de mayo del 68, una de ellas fue que ahí nació el movimiento hippie. Mentira grandísima. Diez años antes había tenido lugar el Festival de Woodstock que sí fue organizado por el movimiento hippie. Lo nuestro fue uno estrictamente estudiantil.

Otra calumnia que se levantó fue la de que nosotros queríamos tumbar al Gobierno del general Charles De Gaulle. Esto no es cierto. Por eso comenté antes que nosotros no teníamos ninguna pretensión de carácter político interno en Francia. Todo el comité central directivo estuvo conformado por extranjeros para que no se afirmara que teníamos estos vínculos. Pero nos levantaron esa calumnia.

Varios años después, en la Universidad de la Sabana, estuve al inicio de un año académico. En este una profesora de filosofía dijo que el movimiento filosófico neo modernista había nacido a través del movimiento del año 68. Tuve que levantarme para contradecirla. Le aclaré que yo había participado y que no teníamos ninguna pretensión de carácter filosófico.

Hace muchos años publiqué en la Universidad de la Sabana un escrito sobre ese tema. Lo titulé Una primavera en París. Pero también se publicó un escrito del alemán Daniel Khom Benit ,quien fue el presidente del comité organizador de ese movimiento. Lo llamaban Daniel el rojo, sosteniendo que era comunista, cuando la razón era el color de su pelo. Después dirigió una empresa metalúrgica muy grande en Alemania, también fue miembro del parlamento europeo.

Evidentemente, la gran mayoría de los estudiantes éramos de izquierda. Pero, esto no quiere decir que el movimiento tuviera una pretensión política.

TRAYECTORIA PROFESIONAL

REGRESO AL PAÍS

Tuve el proyecto de quedarme en pareja en París con una novia alemana, junto con otra pareja de amigos. Planeamos los matrimonios. Queríamos montar una librería en el barrio latino. Además, contaba con una plaza como profesor asistente en la Universidad.

Cuando regresé al país por primera vez luego de varios años de ausencia, a raíz de una enfermedad de mi papá, me tuve que quedar porque la situación se prolongó, aunque la idea era regresar.

OFICINA DE ABOGADOS

Después de unas semanas comencé a trabajar con un compañero de bachillerato en su oficina de abogados durante algunos meses, quizás seis. Ahí se me presentó una oportunidad, cuando otro compañero, también de bachillerato, quien se había dedicado a los negocios, tuvo un problema con el Banco de Bogotá. Este enredo le costó muchísimo dinero. Entonces me pidió que se lo ayudara a resolver, pagándome un porcentaje de lo que yo recuperara.

Acepté la propuesta, hice el reclamo a la gerencia de la oficina de Bucaramanga, vecino de la casa de mis papás. Y escaló al Departamento Jurídico del banco en Bogotá. Pasaron menos de dos meses cuando recibí la llamada de Roberto Pardo Vargas, en ese entonces jefe del departamento Jurídico del Banco de Bogotá, de quien luego fui muy cercano. Me dijo que tenía interés en conversar conmigo. Por lo mismo viajó a Bucaramanga, hicimos un arreglo bastante favorable para mi amigo y para mí. Ese fue el único negocio importante que tuve en esa oficina.

BANCO DE BOGOTÁ

De ahí derivó que del Banco me hicieran una propuesta de trabajo que se convirtió en el inicio de una carrera importante. Trabajé nueve años, desde 1962. Su presidente era Jorge Mejía Salazar, manizaleño, quien había sido ministro y quien me  apoyó muchísimo y de quien aprendí muchas cosas.

Siendo muy joven, era yo de extrema izquierda y detestaba los bancos, pero terminé siendo banquero. Fui abogado, jefe del departamento jurídico, secretario general, director de operaciones, vicepresidente administrativo.

Debo decir que pasé de ser muy joven a ser muy viejo, sin darme cuenta a qué horas.

BANCO DAVIVIENDA

El Banco de Bogotá me mandó a fundar Davivienda. Si bien nació como una de sus filiales, hoy pertenece al Grupo Bolívar. Fui su primer presidente, le di su nombre. Por supuesto, surgió como Corporación de Ahorro y Vivienda, como un banco hipotecario. Tenía dos frentes de operaciones, el de captar recursos para prestarlos, especialmente a los constructores y a los deudores hipotecarios para comprar sus viviendas. Como la entidad daba vivienda, el nombre no podía ser otro y su emblema una casita roja, pues ahí vivía el ahorrador feliz.

Después de un año y medio me retiré, pues quería ejercer como abogado. En ese momento en el país no se encontraba ningún abogado que hubiera estudiado durante tanto tiempo el Derecho como yo: cinco años de pregrado, dos y medio en Roma, cuatro y medio en París. No tenía ninguna lógica no ejercer mi carrera. Y el acuerdo con Jorge Mejía era organizarle la Corporación para luego retirarme.

OFICINA DE ABOGADOS

Abrí mi oficina en un momento en que no había abogados externos que supieran de Derecho Financiero. Esta era lo más cercano a una ciencia oculta, como la magia o la brujería. Hoy no es así, varios de mis alumnos son asesores de entidades financieras. Pero en ese entonces yo era el único, lo que hizo que me fuera divinamente bien.

Inicié solo, luego me acompañé de César Knigue, un alemán que me ayudaba en temas administrativos. Más adelante vinculé a varios egresados del Rosario, entre ellos a José Alberto Gaitán Martínez, decano luego de la Facultad de Derecho del Rosario.

Ejercí mi profesión independiente por cuarenta y dos años hasta cuando me cansé de la presión del trabajo profesional tan exigente. Normalmente los temas llegan con carácter urgente, lo que genera mucho estrés. Estrés que yo no necesitaba tener. Me empecé a volver viejo.

COLEGIO DE ABOGADOS ROSARISTAS

Fui el tercer y cuarto presidente del Colegio de Abogados Rosaristas, después de Juan Rafael Bravo y de Héctor Julio Becerra. Hice parte de su Fundación como profesor de la Universidad.

Juan Rafael inició un trabajo muy retador, después de un conflicto enorme para fundarlo. Jaime Michelsen era egresado del Rosario, pero estaba dedicado a la banca. Fue alguien muy discutido en el país, entonces generó reacciones muy fuertes al interior de la sesión inaugural del colegio de los abogados rosaristas al presentarse como candidato a la primera Presidencia del Colegio de Abogados.

Me correspondió buscar el entendimiento entre los dos extremos, pues era amigo de ambos lados. Propuse el nombre de Juan Rafael Bravo, alguien sin resistencias. Su misión, como la mía, fue la de restablecer el vínculo entre rosaristas que se había roto después de esa pelea. Fuimos presidentes de todos, cualquiera que fueran sus inclinaciones, y no solo de un sector. Porque no éramos enemigos de los seguidores de Michelsen.

Una trampa me llevó a mi segundo período como presidente. Mi idea era retirarme una vez terminara el primero. Tenía mucho trabajo profesional y demanda de tiempo que me impedía seguir, por lo cual insistí en que se buscara a otra persona. Pero lo miembros de Junta se empeñaron en que siguiera y yo en no hacerlo. Gabriel de Vega, miembro de la Junta, quien murió hace un par de años, fue quien hizo la trampa.

Había un señor que era rosarista, pero no muy querido por los sus colegas. No tenía buen nombre. Entonces Gabriel propuso su candidatura para obligarme a mí a aceptar. Y lo logró, porque era la única manera de trancarlo.

Inauguramos las reuniones anuales de los egresados. Estas comenzaron en Girardot, luego en Paipa, finalmente en Cartagena. Me tocó el primer Congreso en el Peñol y el segundo en Colsubsidio de Girardot.

Generalmente los Colegios de Abogados han sido un fracaso, no así el Rosarista. Tal parece que los abogados somos un tanto conflictivos, diluyendo los buenos propósitos. Nuestro Colegio cuenta décadas y sigue funcionando.

PROFESOR DEL ROSARIO

Mientras estuve trabajando en banca y con mi oficina, dicté clases por veinte años en la Universidad del Rosario.

UNIVESIDAD DE LA SABANA

Pertenecí al Consejo Superior antes de ser nombrado rector de la Universidad de la Sabana, responsabilidad que demandó mucho de mi tiempo.

Cuando ternaron mi nombre, me encontraba de viaje con mi esposa por Europa, y no me pude defender. Siempre pensé que mi nombre había surgido como material de relleno y no me preocupé mucho hasta que me anunciaron el nombramiento.

Mi reacción fue la de no poder aceptar, dada mi responsabilidad con mi oficina. Dije que tendría que consultar con mi esposa, pero ella dijo que sí, que aceptara, dejándome sin argumentos.

Si bien yo había disminuido mi participación en la sociedad que había conformado en mi oficina, a los socios no les gustó el que yo me ausentara para dedicarle tiempo a La Sabana. Pero preferí dedicarme a la academia, pese a ser el fundador de mi oficina. Sin embargo no me retiré por completo del trabajo de abogado, pues fui unos años socio de otra oficina, Holguín, Neira, Pombo y Mendoza, más adelante de Pinilla, González, Prieto  Actualmente no hago parte de ninguna, me retiré por cansancio.

He creído siempre en el proyecto institucional de La Sabana, porque no se trataba de fundar una universidad más. Mi rectoría se dio durante diez años, luego estuve ocho como decano y ahora soy únicamente profesor.

Han pasado unos meses desde que nos visitaron unos pares evaluadores para nuestro doctorado en Derecho. Convocaron a una reunión de profesores, del doctorado precisamente. Uno de ellos, quien me conocía, me preguntó: “¿Usted fue rector de la Universidad?” / Sí, fui su rector por varios años. / “Después fue decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas?” / Sí, señor. Fui decano de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas”. / “¿Y ahora es profesor?” / Sí, señor. Ahora soy profesor. / “¿Usted no va hacia abajo?” / Sí, señor. El año entrante seré jardinero, le dije.

Cada fin de año renuncio, pero me dicen que continúe. Y yo encantado, porque vivo muy contento en la universidad.

FAMILIA

ESPOSA

Estoy casado hace casi sesenta años. Mi esposa, Clemencia Sarasti, es administradora de empresas, hija de abogado caleño. Su apellido es caleño, pastuso y ecuatoriano.

Nos conocimos cuando yo trabajaba en el Banco de Bogotá. Un amigo, jefe económico del banco, me pidió que lo acompañara a una fiesta aburridísima de gente mayor que iban a ofrecer sus papás. La fiesta era en una finca entre Chía y Cajicá.

Él no quería ir solo, pues éramos muy jóvenes. A regañadientes lo acompañé, porque me daba pena decirle que no, pero no me aburrí ni un minuto. Estando allá nos encontramos con las dos hijas de unos invitados que eran de nuestras edades, un poco menores. Una de ellas hoy es mi esposa.

Clemencia ha sido una excelente esposa, madre y abuela. Le gusta mucho la lectura, los dos somos grandes lectores.

HIJAS

Tenemos tres hijas mujeres, de las cuales la mayor y la menor son abogadas, mientras que la del medio es administradora como la mamá. Son bastante distintas de carácter.

Paula, en su temperamento, es muy parecida a mí. Está casada con Andrés Pinzón, administrador de empresas. Son padres de Sebastián, Emilio y Camilo.

María Camila, es físicamente parecida a mí, pero en su temperamento es muy la mamá. Si bien es de mal genio, es sumamente recursiva, activa, creativa. Es ella quien maneja la familia. Su esposo es José Bernardo Fajardo, también administrador. Estando en Cúcuta nacieron sus dos hijos mayores, Daniel y Nicolás, pero luego se trasladaron a Bogotá donde nació  la menor, María.

Ana María, físicamente se parece mucho a la mamá, pero en el carácter es más parecida a mí. Está casada con el abogado, José Ignacio Leyva, tiene también tres hijos, Ignacio, José María y Jerónimo.

NIETOS

He sido gobernado por tres mujeres: mi esposa, mi hija María Camila y la única mujer de mis nietos. Porque tengo casi un equipo de fútbol  con nueve nietos, todos varones, a excepción de la porrista, quien es mujer.

Varios de ellos ya son profesionales. Contamos con abogado, administrador de empresas, psicólogo. Otros dos están estudiando Derecho, la tara de la familia.

LO QUE NUNCA FUE

De joven quise aprender música, nunca pude por falta de talento. Como me dijo alguien: “Yo no tengo oído, sino oreja”. Me habría encantado tocar algún instrumento. Cuando estudiaba en Roma me inscribí en el Conservatorio de Santa Sofía, pero me echaron, por malo.

Estudiando en el colegio pertenecí al coro. No sé por qué, dado que no tenía condiciones para eso. Alguna vez, el director se paseó entre nosotros. Cuando llegó a mí se detuvo para prestarme atención. Yo pensé que había quedado asombrado de mis magníficas condiciones. Cuando terminó el ensayo, me dijo: “¡Mendoza, usted no sirve para esto!”. Y me echó. La frustración musical la he tenido en varias oportunidades.

Dejé de hacer muchas cosas. Por ejemplo, alguna vez pensamos con mi esposa en la posibilidad de tener un año sabático en Europa, propósito que nunca llevamos adelante.

CIERRE

Muchas de las situaciones de mi vida estaban dormidas, no había vuelto a pensarlas, a recordarlas.

Me gusta relacionarme con personas que considere inteligentes. En su mayoría son colegas profesionales. Pero muchas de ellas ya han desaparecido.

Uno trata de influir en los amigos, de la misma manera en que ellos influyen en uno. En mi caso, procuro dar una visión que supere lo meramente mundano.

Soy creyente, respeto libertades, pero me gusta acercar a los otros a la visión religiosa y trascendente de la vida. Considero importante pensar en el más allá y no únicamente en lo inmediato.

Casi que tengo que responder en pasado cuando pienso en el tiempo. Me acerco a los ochenta y ocho años, entonces el tiempo es una oportunidad que se me dio para hacer muchas cosas, otras no las logré.

EPITAFIO

Una estrofa del poeta Porfirio Barba Jacob: “Era una llama al viento y el viento la apagó”.