JULIO CÉSAR LUNA
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
- ¿Por dónde quiere que empiece esta historia, por final o por el principio?
Si empezamos por el final cuando muera, en mi lápida me gustaría que pusieran:
— “PUEDEN HACER RUIDO…TENGO EL SUEÑO PESADO”
- Prefiero por el principio…
La familia de mi papá es de italianos inmigrantes de finales del siglo XIX, que llegó a Argentina en momentos en que se acercaba la guerra y llamaban a filas para pelear con los Turcos. Le huían a lo que un poco más tarde fuera la Primera Guerra Mundial. Italia estaba sufriendo una pobreza extrema lo que hizo que mucha gente emigrara.
Mi abuelo, Pascual, oriundo de Milán, era experto en aceites, entonces, al poco tiempo de llegar a Argentina, fue contratado por una fábrica muy importante, Aceites La Cantábrica. En ese país conoció a mi abuela, Catalina, también hija de inmigrantes (de Liguria, en Italia noroccidental) pues entre ellos buscaban congregarse.
Mi abuelo muere muy temprano en la vida de mi padre, por lo mismo y pese a que papá tuvo una infancia feliz se vio obligado trabajar siendo muy joven. Mi papá estudió Derecho mientras era cantante lírico, lo que no resultaba muy popular en esa época así que en las emisoras cantaba tango y no triunfó porque imitaba a Gardel. Para esa época conoce a mi mamá en una fiesta a la que él no estaba invitado sino que lo habían llevado.
La familia de mi mamá, Fernández-Luna, era gente muy pudiente que no aceptaba a mi papá por ser hijo de inmigrantes italianos. De ahí nace en mí cierta rebeldía e inclinación política hacia el socialismo (soy de una izquierda moderada).
Mi mamá quedó en embarazo, pero mi papá tenía pocos recursos porque era estudiante universitario y no trabajaba. Cuando estaba a punto de parir, deciden visitar a mi abuela que vivía con sus hijos (todos médicos como su padre: mi abuelo), y en una lujosa mansión. Ellos estaban buscando protección pero no la reciben, no les brindan alojamiento pese a que tenían ocho habitaciones libres. Es por esto que yo nazco en una pensión.
Mi papá tan sólo decía:
— Qué vaina. Las cosas hubieran podido ser diferentes.
Era un ser muy bondadoso y nunca tuvo resentimientos; fue siempre muy noble, quizás demasiado para mi gusto. Cuando se graduó comenzó a trabajar en la Shell Mex como uno de los doce abogados del departamento legal. Desarrolló su carrera, le fue bien, consiguió su casa y progresó mucho en la vida. Pero yo siempre me resentí de la familia de mi mamá. Recuerdo por ejemplo que a mis dieciséis años le contesté a uno de mis tíos cuando me regañó en la mesa porque yo estaba peleando con mi hermano. Me levanté y le dije:
— ¡Por qué no me lo dices afuera!
Lo reté, conmocionando a todos. Mi mamá, mis tías al igual que mi abuela, casi se desmayan. Fue un gran escándalo. Mi papá me tomó violentamente del brazo y me sacó del comedor grande al comedor diario, cerró la puerta y me dijo:
— Muy bien, muy bien …
Ese era el tipo de relación tenía yo con mi viejo.
Recuerdo cuánto me gustaba escuchar a mi papá cantar. Cuando se estaba afeitando le pedía que me cantara un tango o una romanza. De ahí también desarrollé ese gusto. Por invitación de mis amigos he grabado algunos que otros tangos y en las fiestas y reuniones me piden que cante, siempre lo hacen.
En un té que hacía mi mamá con sus hermanas en la casa de su familia, una vez me quedé jugando con un carrito debajo de la mesa que estaba cubierta por un mantel muy largo, por lo que cuando entraron yo no me pude mover. Apenas se sentaron, empezaron a hablar mal de mi papá:
— ¿Porqué te casaste con Chichito?
— Pero es un profesional. Responde mi mamá.
— Sí, pero viene de una familia de inmigrantes. Por favor, tú podrías tener otros pretendientes.
Tuve que aguantarme ahí hasta que terminó todo. Levantaron la mesa y luego salí a buscar a mi papá. Él tenía un Renault pequeño, me subí al carro y me preguntó:
— ¿Qué pasa Picky?
— No papi (yo llorando). Mira lo que están hablando de ti. Están diciendo esto, ¿cómo te parece posible?
— No te preocupes, déjalos. No importa.
Así era mi papá. Él no hizo ningún reclamo pero yo crecí con eso adentro.
Desde los dos años de edad sufrí de asma, lo que los obligaba a tener conmigo unos cuidados extras. Tuve dos hermanos más, la menor era mujer y un varón, y mi mamá se dedicaba más a ellos que a mí. Siempre me hizo falta cariño, sobre todo por parte de mi mamá y no sé si para ella resultaba agotador tener que atenderme, pues lo mío era grave. Yo no dormía de noche y es ahí donde nace mi gusto por la lectura, en ella encontré mi verdadera fuente de conocimiento: yo me levantaba de noche, prendía el gas y tomaba mi libro. Desde los seis años de edad hasta los diecinueve que salí de Argentina leí todo lo que te puedas imaginar.
Recuerdo que nuestra casa, que era un chalet tipo suizo, quedaba al lado de un caserón majestuoso y antiguo de principios de siglo de los años diez o veinte, estaban separadas por un alambrado la una de la otra, por el que me asomaba a mirar a los perros y a las jóvenes Cabrera. Eran cuatro hermanas de diecisiete a veinte años de edad, teniendo yo cinco, tenían también dos hermanos mayores que yo nunca veía.
Ellas me sintieron muy solo y yo les agradaba, entonces, con autorización de mi mamá, me pasaban por encima del alambrado para jugar conmigo. Se peleaban por dormir la siesta conmigo hasta mis once años porque despues cambiaron las cosas y era yo quien quería dormir con ellas…(el despertar de la adolescencia). Me acostumbré mucho a compartir con ellas. Una hacía teatro vocacional, otra tocaba piano y cantaba. Martha y Virginia me decían Tayron porque según ellas, me parecía a Tayron Power, el actor de la vieja data de los años cuarenta y cincuenta. Fue ahí, en 1952, cuando empecé a recoger cosas para mi vida. En ellas encontré el afecto que poco recibía de mi mamá.
Tuve la ocasión de hablar con ella después de muchos años e hicimos las paces, nos pedimos perdón y lloramos. Yo también me disculpé por ser tan rebelde pues resentía con nervios, ataques de ira y con malestar, que era todo lo que me generaba la enfermedad (y es que cada día de por medio me tenían que poner inyecciones de aminofilina, que me produjeron cayos en las venas). Resultaba muy doloroso, no había médico que me curara. Mis papás hicieron todo lo posible porque hasta curanderos me llevaron. Teniendo yo seis años, a mi mamá le recomendaron hacer un vuelo en una avioneta conmigo porque decían que se pasaba el asma y recuerdo su pañoleta pegándome en la cara con el viento.
Mi ‘abuela mala’ (la materna) no me soportaba ni yo a ella. En algún momento de su vida tuvo que salir de su ‘petit hotel’ lo que hizo que se quedara sola. Entonces se la turnaban sus hijas y donde más se quedaba era en casa de mi papá. Las vueltas de la vida. Ella era muy rezandera y yo le hacía muchas travesuras: cuando rezaba su rosario al lado de una lámpara, lo que ocurría todas las tardes. Con un rifle de aire comprimido, y desde mi cuarto que quedaba a treinta metros del suyo, le apunté y le pegué a la lamparita y a ella casi le da un infarto. Me castigaron duramente. Mi papá tomó la posición de regañarme aunque por dentro se estallara de risa, imagino.
Mi abuela tenía un gran ropero antiguo, de esos de luna, donde guardaba sus chucherías, sus joyas, sus bombones (a los que convidaba a mis dos hermanos y a mis primos pero a mí nunca). Me fijé dónde guardaba la llave. Se fue a misa e invité a mi hermano para que me acompañara en mi pilatuna. Él no tenía los problemas que yo pero igual, al negarse, lo vi como un cobarde. Al fin lo convencí, así que abrimos el ropero, sacamos los bombones, nos echamos todos sus perfumes y talcos, cerramos y guardamos la llave. Cuando mi abuela volvió, abrió, encontró ese desastre y mi hermano me ‘sapió’, por supuesto. Así que me quedé una semana sin ir a la casa de al lado y me guardaron todos los juguetes. Fue ahí cuando mi abuela le dijo a mi mamá que me tenía que internar en un colegio de secundaria, porque para ellos yo resultaba insoportable. Mi papá no quería pero mi mamá se impuso. Yo debía tener once años.
Hice mi bachillerato en el Colegio San Carlos, Pio IX, un buen colegio de la congregación Don Bosco, Salesianos. Salía dos veces al año para compartir con mi familia pero también recibía la visita de mis papás los jueves y los domingos. Durante el primer año lloré mucho, el asma no se me había curado, pero la padecí menos. Veía mucho cine antiguo en vacaciones y seguía mi pasión por la lectura. Yo tenía muy buena memoria y no necesitaba estudiar más, porque me era suficiente con lo que decían los profesores en clase.
No necesitaba más, así que tomaba un libro de alguno de mis autores favoritos (como Balzac y todos los románticos de la época francesa y europea, Dostoievski, Dickens, Alejandro Dumas) lo ponía dentro del que tenía que estudiar y como el cura estaba en un púlpito al frente entonces yo podía leer mi novela. Para mí la lectura fue la salvación en todo, la salvación intelectual porque aprendí más leyendo que en los colegios y que en la Universidad, la salvación espiritual porque aprendí a sobrevivir solo.
Con los curas hacíamos obras de españoles, de Miguel Mihura y de autores famosos como Calderón de la Barca, comedias blancas de Alfonso Paz, y en Semana Santa unos cuadros relativos a la conmemoración de esa fecha. Se abría el telón y aparecía una escena, Cristo en el Monte de los Olivos. Luego otro cuadro, el de Poncio Pilatos. Invitábamos a los padres, así que nos maquillábamos y hacíamos toda la parafernalia. Fue ahí dónde representé mi primer papel. Cuando terminó, me acerqué a mis padres y les pregunté:
— ¿Cómo les pareció?
— Bien hijo, muy bien. Pero… ¿de Virgen María? Dijo mi papá. (risas)
Y es que a mis catorce años tenía cara muy angelical, muy de niña, entonces me escogieron para el papel y yo no le vi problema. Pero mi papá estaba aterrado.
Terminé el bachillerato, salí bien, no con honores porque siempre fui un alumno corriente, pasaba desapercibido y estaba entre el montón, no era ni malo, ni bueno, pero tengo que agradecerle a los curas muchas cosas como la disciplina que adquirí (que me sirvió para toda la vida) y el afianzar mi gusto por el teatro (un amor que había surgido años atrás con las Cabrera. Actualmente estoy escribiendo un libro que se llama ‘Las Chicas de al Lado’ en el que rememoro un poco todo lo que compartimos, es más, pienso que de niño estaba enamorado de una de ellas).
Ya graduado, mi papá quiso que estudiara su carrera pero yo insistía en que lo que quería era actuación. Entonces me dijo:
— Ve a averiguar si puedes hacer las dos cosas pero no le digas nada a tu mamá.
Yo asistía a teatros vocacionales como Labardeén y a Tirso de Molina, en donde los jóvenes estudiábamos de forma gratuita. Representamos, por ejemplo, ‘El violinista y yo’ de Miura. Mi personaje era el violinista aunque era el que menos hablaba pero cuando tuve que entrar al escenario no pude hacerlo porque estaba paralizado. La asistente me empujó lo que causó mucha risa en el público, entonces el director decidió que durante todas las funciones tenía que entrar tropezándome.
Cuando mi papá se retira de la Shell, a instancias de mi mamá, decide irse con la familia a vivir a Mar del Plata. Yo le digo:
— Papá, yo no quiero ir con ustedes, el clima húmedo me afecta para el asma y allá no puedo estudiar teatro.
— Tú te vas a quedar acá y yo te ayudo.
Me sacaron un aparta estudio chiquito e iba donde mis tíos paternos, Andrés y Ana, que me cuidaban. Viví con lo justo, muy medido en todo. Dejé la carrera de Derecho a los dos semestres, porque no asistía a clases y sacaba lo que podía en los exámenes. Fue un desastre completo. Un día, Alberto Ferreiro, un amigo que estudiaba conmigo teatro (alumnos ambos de una profesora muy importante que enseñaba el método Stanislavsky el que he estudiado toda la vida, en el que me baso para la actuación y el que le he enseñado a mi hijo y a muchos actores colombianos), me dice:
— Vámonos a recorrer América y a aprender el método Stanislavski en el Actors Studio de New York, donde estudian los mejores actores del mundo.
El método se basa en las emociones propias, en trabajar con la memoria emotiva y sensorial. Para interpretar un papel, uno tiene todos los personajes dentro: el malo, el bueno, el egoísta, el miserable, todos están ahí y hay que aprender a sacarlos. Éste método se basa en vivencias. Muchos actores no lo utilizan porque dicen que no les gusta desgarrarse interiormente, pero es que uno aprende a manejar las emociones de tal manera que no hacen daño pero sí afloran.
Las únicas emociones que uno considera verdaderas en esta profesión, son las que salen del alma y no me refiero únicamente a las dramáticas sino también a las cómicas, porque no son fingidas como las de la mayoría de las actrices del país que lloran igual si les pisan un cayo o si se les murió la mamá(risas).
El hecho es que me despedí de mi papá que comenzaba a tener problemas económicos. Puso una oficina de finca raíz y no le fue bien, empezó a gastarse sus ahorros para atender los gustos de mi mamá.
Viajé a mis diecinueve años. Estuvimos un año en la Universidad de Chile, donde conocí a grandes maestros como Pedro de la Barra y a Luis A Herriman. Toda gente extraordinaria. Luego dijimos:
— Tenemos que seguir viajando.
Llegamos a Perú juntando dinero para continuar nuestro trayecto. Yo hice comerciales y trabajé en Casa Tía de asistente del gerente porque no conseguía otra cosa (Víctor Clissonsky me contrató, me trató como a un hijo. Vino con el tiempo a Colombia y es el padre de Natasha Clauss que en ese entonces no había nacido). El viaje continúa y la siguiente parada fue Colombia donde muy rápidamente me conecté con el medio artístico del teatro. Llegué a La Candelaria. Conocí al maestro Santiago García y a otros directores de teatro como Manuel Drezner, Dina Moscovy y Bernardo Romero Lozano (que fundó un grupo llamado ‘Los Trece’).
Fui contratado a diferencia de mi amigo que no logró entrar y decidió devolverse a Buenos Aires. Me quedé porque la gente me pareció muy amable y hospitalaria, también porque llegué a hacer lo que me gustaba: estaba en teatro. Lo fundamental fue que en el país se me pasó el asma pues me curé totalmente. Colombia fue para mí, la panacea en todos los aspectos, por lo que ya no me interesó seguir hasta la meta propuesta. Aquí ya estaba trabajando y conocí gente muy interesante que me enseñó mucho.
Era el año sesenta y ocho cuando pasé a televisión (que se inauguró en el cincuenta y tres). A Bernardo Romero Lozano le dieron un programa mensual y pensó en hacer obras de teatro para televisión. Trabajé con él ganándome ochenta pesos por papel lo que era un montón de plata para la época y me alcanzaba para pagar el arriendo de mi apartamentito que quedaba en un quinto piso de la novena con diecinueve frente a lo que era la emisora Nuevo Mundo. Y es que era tan pequeñito que cuando venía el médico había que pasar la lengua debajo de la puerta porque no cabía nadie más (risas). Yo vivía feliz.
Ya habían telenovelas pero yo estaba haciendo teatro para televisión. Tenía la televisión como una cosa menor, pero después vi que sí había posibilidad de hacer buenos proyectos. Comencé trabajando en RTI en una adaptación que hizo Eduardo Gutiérrez de la novela de Stefan Zweig: ‘Impaciencia del Corazón’. Luego fui coprotagonista de ‘El Diario de una Enfermera’ y más tarde, protagonista del ‘Enigma de Diana’ con la gran Raquel Ércole.
Viajé a Buenos Aires en el año sesenta y nueve a visitar a mis padres cuando murió en un accidente de tránsito una niña de la que estaba bastante enamorado (Swanhid colombiana, hija de noruegos y alemanes). Pensé que nunca más volvería. En Argentina me presenté a audiciones con mi portafolio y pronto comencé a trabajar.
Recuerdo cómo en unas vacaciones en Mar del Plata y caminando por la playa cerca de la casa de mis padres, vi a mucha gente leyendo un libro de tapa azul celeste y blanca. Pregunté:
— ¿Qué es lo que todo el mundo está leyendo?
— ¿Vos venís de Colombia y no sabés quién es García Márquez? Cien Años de Soledad boludo.
Yo ya había leído los primeros cuentos y libros de García Márquez pero esta obra no había llegado a Colombia, así que lo primero que hice fue comprarla, leerla y literalmente devorarla. A mi regreso al país traje varios ejemplares para mis amigos pues éste no había sido editado en Colombia aún.
Comencé a trabajar con la gran productora Nené Cascallar quien de alguna manera me adoptó. Ya empezaba a ser conocido. Trabajé con mi amigo Tito (Alberto Ferreiro, que ya había empezado a hacer carrera), también con otros que son grandes estrellas como Pablo Alarcón, Mirtha Dabner, Claudia Lapacó, Claudio Corbalán, Claudio García Satur, Carlos Olivieri (con quien trabajé primero en Colombia y que luego se convertiría en un excelente director de teatro ganándose dos Martín Fierro en Argentina).
Me estaba empezando a ir bien cuando de repente me escribe, pero también me llama por teléfono, Bernardo Romero Pereiro (hijo de Bernardo Romero Lozano y de Carmen de Lugo. Cuando yo trabajaba con su padre, él estaba estudiando en Cinecittà Dirección de Cine. Sus padres prácticamente me adoptaron, yo prácticamente vivía en la casa de ellos porque de alguna manera, veían en mí al hijo que tenían lejos). Bernardito me dice:
— Estoy escribiendo una novela que va justo para ti y quiero que vengas a protagonizarla. Habla con Fernando Gómez Agudelo. Aquí te lo paso.
Fernando Gómez fue el precursor de la televisión en Colombia y dueño de RTI. Me ofreció muy buena plata, pero lo que me fascinó sobre todas las cosas, fue que el papel era magnífico, así que decidí devolverme. La novela se llamaba ‘Dos Rostros y una Vida’ y yo hacía doble papel, el de un par de mellizos (uno bueno y otro malo, lo clásico). Resultaba todo un lío porque me tenía que cambiar en segundos de un papel a otro, porque la novela era en directo al aire.
Cuando la cámara hacía paneo, hablaba otra persona luego lo hacía yo y, cuando pasaba la cámara nuevamente, tenía que correr a cambiarme y ubicarme en otro puesto. En ocasiones me vestían del que no era. En esa novela participaron Yudi Henríquez, Rebeca López, Camilo Medina, Enrique Tobón y debutó Luis Fernando Orozco (que venía también de teatro).
Cuando me casé por primera vez, mis papás vinieron a Colombia y tuvieron la oportunidad de verme protagonizar la novela ‘La Ciudad Grita’ de RTI. El libreto era de Alma Bressan (Alma De Cecco), una libretista argentina.
Mi mamá fue muy reticente al principio con mi actividad pero mi papá siempre estuvo convencido.
Con el maestro Bernardo Romero Lozano montamos la obra de su hijo (niño genio que a los veinte años escribía teatro) ‘Aquí También Moja la Lluvia’ y el papel de Bernardo lo hice yo porque él estaba en Italia. Con esa obra se inauguró el Teatro Fundadores de Manizales. El primer aplauso cerrado, fuerte, que yo recibí a nivel profesional fue en esa ocasión. Casi se me caen las lágrimas, salí y no me pude contener. Carmen de Lugo me abrazaba fuera de escena diciéndome:
— ¡Te lo mereces, te lo mereces!
Luego vinieron premios nacionales e internacionales como actor. Hice alrededor de veinte novelas, varios seriados, cine y teatro. En el año ochenta y uno comencé a dirigir y me inauguré con ‘El Hombre Elefante’ de Bernard Bomerance (actor de doble nacionalidad: inglesa y americana). Yo invité a la Embajada de Estados Unidos a ver la obra que protagonizaba Víctor Mallarino y un grupo extraordinario de actores en el Teatro Colón. Gustó tanto que me dieron una beca para ir a estudiar a Estados Unidos con la televisión pública PBS (Public Broadcasting Service). Mi inglés era un desastre, (Tarzán y yo tuvimos el mismo profesor) y los gringos muy rigurosos.
Tuve que llenar un formulario donde preguntaban todo, desde la alimentación, enfermedades, gustos, rutinas… El viaje incluía Washington, Baltimore, Dallas, Los Ángeles y terminaba en New York. Fueron dos meses en cada lugar estudiando televisión con todos sus ingredientes de edición, producción, pre y post producción. Esa fue la mejor experiencia profesional de mi vida. Ahí aprendí lo que yo ya sabía intuitivamente pero sin la firmeza teórica y práctica para hacerla efectiva, entonces, me gradué como director.
Después dirigí con mucho éxito en el Teatro Colón ‘Amadeus’. Se dice que nunca habían visto el teatro lleno durante dos meses y medio, como lo hicimos con esa obra. Después vinieron muchas otras.
Empecé a dirigir televisión y lo primero que hice fue ‘El Teatro Universal’ que iba una vez a la semana en el Canal Nacional, luego ‘Revivamos Nuestra Historia’ (de Promec), la vida de Rafael Núñez :‘Contra Viento y Marea’ y un seriado titulado ‘La otra cara de la moneda’ protagonizada por mi gran amigo que en paz descanse, Jorge Emilio Salazar. Luego vinieron otros seriados con la misma productora. Los de Caracol vieron lo que yo estaba haciendo, les gustó mi trabajo y me llamaron a dirigir ‘Pero Sigo Siendo el Rey’. Fue un éxito tal que todavía no se ha superado el rating.
- ¿Cómo adaptarse a las diferencias que existen entre el Teatro y la Televisión?
Yo empleé todo lo de teatro en televisión. Es cuestión de acostumbrarse porque las emociones son las mismas. Con el método que estudié existe la cuarta pared, es decir, yo no veo al público, no estoy pensando en él, estoy conectado con el personaje, con los elementos que tengo en el escenario y con mis compañeros actores. No se necesita más. En televisión es lo mismo, hay cámaras con un foco y en ocasiones planos cerrados, movimientos limitados y precisos, mucho más marcados.
Aunque los contenidos son distintos, las novelas que yo interpreté siempre fueron de libros famosos como ‘La María’ ‘La Vorágine’, ‘Gallito Ramírez’ (adaptación del libro de David Sánchez Juliao que fue Premio Planeta), otra de Jorge Eliécer Pardo ‘La Estrella de las Baum’ adaptación del libro ‘El Jardín de las Weismann’ por Hilda Demner (también premiado). Generalmente las hice con Martha Bossio una extraordinaria libretista.
- ¿Hubo algún papel que por circunstancias de la vida decidiera no interpretar?
Hubo una novela que se llamó ‘Caminos de Gloria’ donde se contaba la vida de un virrey famoso de la época de la Colonia y yo representaría al protagonista. Hicieron el casting a Lucero Galindo (que falleció hace poco) y a mí ella me pareció fabulosa. A la semana imponen a otra actriz, así que mi condición para trabajar ahí fue que estuviera Lucero. Decidí no representar al personaje y me reemplazó Gilberto Puentes (abogado, muy buen actor y amigo). Y es que estas cosas ocurren en el medio por intereses muy diversos.
- ¿Y alguno que hubiera querido hacer y no lo lograra?
Varios, tal vez muchos. No hubo la oportunidad de hacerlos, como ‘El Emperador Jons’, ‘El Tío Vanjar’. Hace cuarenta o cincuenta años se estrenó en cine ‘El Hombre de la Mancha’ (una comedia musical) yo siempre quise hacer el papel del Quijote y ahora estoy tratando de revivirlo con Margarita Rosa. Ella no lo sabe todavía, se va a enterar a través de tu página, vamos a ver si acepta. Es una obra lindísima y la música es espectacular (tararea The Imposible Dream). Ese es un sueño que tengo guardado y que parece que puedo cumplir.
Hay otra obra que quiero dirigir. Resulta muy actual para el momento que está viviendo el país político, es de Henrik Ibsen, con Víctor Mallarino haciendo el papel del Doctor Stockmann (Un enemigo del pueblo).
- ¿Existe una diferencia entre ser actor y trabajar como tal?
Claro que sí. Hay actores de divertimento y actores de culto, es decir, gente que trabaja como actor y otra que realmente lo es y ha estudiado para hacerlo. Los llamados actores naturales son los que utilizan para una sola novela y después los desaparecen porque se repiten a sí mismos, no tienen técnica como para cambiar de un papel a otro, son improvisados y por lo mismo las empresas los sacan. Actualmente se cuentan más de mil quinientos actores sin trabajo por esa razón. Luego viene la deformación porque pasan de hacer mala televisión a hacer mal teatro.
- ¿Cómo superar el que hoy en día para muchos medios la imagen lo es todo y abandonan los contenidos o éstos resultan muy pobres y vacíos?
Yo no te digo que eso no pasa. A mí me ha tocado hacer cosas no tan buenas y no critico a quienes les ha tocado hacer porquerías siendo extraordinarios actores. La razón es de subsistencia.
- Pero un productor es el llamado a generar buenos contenidos y para lograr un buen resultado convoca a los mejores actores.
Yo tuve la fortuna Isabel, de reinventarme y no quedarme sentado esperando una llamada en mi casa. De actor pasé a director, luego a libretista, productor, locutor, cantante y ahora soy maestro de ceremonias (risas). Acabo de serlo en los Juegos Interamericanos y del Caribe, en los Premios ANTV al Estímulo y a la Creación para la Juventud y también me llamaron de Colgate Palmolive.
Yo le digo a mis colegas que no se queden sentados en la casa. Nuestra profesión tiene muchas aristas. El que sabe actuar puede hacer otras cosas dentro de lo mismo, esas que son inherentes al histrionismo.
Te diré por qué fui durante doce años la voz de Avianca hasta hace poco, yo quería ser locutor, pero no el corriente que hace tonos y que imposta la voz, que da expresiones y matices. No. Yo soy el que mete la verdad interior para locutar, entonces, cuando voy en un avión ¿a quién me voy a dirigir?. Pues a personas que en su mayoría suben con miedo lo que requiere una calidez especial para hablarles por lo mismo se adopta una actitud que transmita calma y seguridad.
- ¿Por qué ya no está en Avianca?
Por el cambio de Presidente. Se fue mi gran amigo, Fabio Villegas y con la nueva administración llegaron muchos cambios y recortes, contrataron a otra agencia de publicidad que hizo una encuesta internacional, teniendo yo contrato de exclusividad. Una de las preguntas era si Avianca era una marca masculina o femenina. Con eso te cuento todo, quedó una voz femenina en mi reemplazo. Acá en Colombia gané esa encuesta pero en el resto de países votaron por alguna de las cinco mujeres con que competía.
- Ahora cuénteme ¿cómo es su vida familiar?
Me he casado tres veces, me he separado dos y espero nunca más hacerlo. Llevo veinte años con mi actual pareja, Liliana Fajardo, con quien he encontrado la paz, el equilibrio emocional y espiritual.
Tengo un hijo de veintiún años, Ángelo, (de mi anterior relación) que se dedica a la actuación. Yo hubiera preferido otra profesión, pero él ama esta. Se fue a estudiar a la Florida actuación con énfasis en drama. Tiene programado ir a los Ángeles a hacer casting, cuenta con un manager y ha hecho dos seriados en Nickelodeon.
Mi otro hijo, Nicolás, es futbolista. Ama tanto ese deporte que tuve que sacarlo del colegio para meterlo a un home school en Estados Unidos. Así estudia más tiempo en la casa para poderse dedicar al fútbol.
No podían ser diferentes éstos hijos míos. Yo era muy tronco jugando al fútbol y a causa del asma nunca aprendí, sin embargo, fui uno de los precursores con el Gordo Benjumea, Hernán Castrillón, y Pacheco, cuando formamos el equipo de estrellas de la televisión. Yo fui el promotor principal, donde llenábamos estadios a beneficio de la Cruz Roja, de la Liga Contra el Cáncer y de otras fundaciones. Esto fue en los años setenta al setenta y ocho.
- ¿Después de escribir novelas y libretos, tiene como proyecto escribir libros?
Acabo de escribir uno para niños recién publicado. A mi hijo le decía Príncipe Googly cuando era chiquito y en las noches le contaba aventuras para hacerlo dormir. Ahí nació ese gusto y hace un par de años decidí escribir el libro para niños de cinco a siete años. Precisamente se llama ‘El Príncipe Googly y el Ratoncito Patín’ con todo el sentido de los valores, de la amistad, del amor filial y fraternal. Sin ser moralista sí cuenta con todos los preceptos tan olvidados y perdidos.
- Considera entonces que se debe luchar por los sueños y hacerlos proyectos de vida.
¡Definitivamente! Yo soy por sobre todas las cosas actor y me fascina la dirección. Se dice que el cine es del director, que la televisión es del productor y que el teatro es del actor (porque el día del estreno pierdes al actor, ya no es tuyo y es él quien maneja su interpretación y todo lo demás).
Cada medio tiene su atractivo y sus diferencias y con el tiempo todo cambia también. Antes éramos integrales, ahora todo es por cubículos, como islas. Yo era el que tenía el concepto total. El resultado te podía gustar o no, pero había un sello personal.
- Hábleme de su fundación ‘Ángeles de Luna’.
Se llamaba Fundación Teatral Julio Cesar Luna. Hace quince años decidí hacer una obra social con niños discapacitados en lo motriz y llegué a tener cincuenta. Se trata de la lúdica teatral como medio terapéutico. Fueron cerca de once montajes que hicimos en el Teatro La Castellana, en el que contamos con la colaboración de los padres de familia, especialmente.
Me vi obligado a suspender por la falta de recursos y porque la casa cayéndose a pedazos significaba un riesgo muy alto para todos. Algunas universidades como La Tadeo y la Libertadores, nos prestaron ayuda haciendo pasantías. Cuando operaban a los niños había que ir al Hospital del Tunal a buscar botox con el que les rellenaban los musculitos. Hicimos subastas de pinturas y chefs amigos se unieron. Hasta pedimos plata.
El padre Daniel Saldarriaga, un santo varón dueño del Banco de Alimentos, nos respaldó enormemente. El Instituto Delano Roosvelt y Propace, nos enseñaron a manejar a los niños porque yo no sabía cómo atenderlos. Con Mario Curado y con Paula Sinisterra (profesora de teatro) y Manuel Cabral (amigo que murió muy joven), creamos un método para que los niños pudieran desenvolverse en el Teatro.
Estos niños son una maravilla y te devuelven mucho amor: el que no te va a dar nadie. Cuando yo llegaba me sentía como Papá Noel, los niños todos con esos bracitos levantados hacia mí. Ya te puedes imaginar. Ellos se bautizaron Ángeles de Luna.
Esta es una obra que no voy a abandonar nunca. Siempre he tenido la necesidad de ayudar.
- ¿El entregar tanto amor compensó el que le hizo falta en la infancia?
Sí. Y también me ha servido para devolver todo lo que Colombia me ha dado.
En el Teatro La Castellana, estaban entre el público Marcela Carvajal, María Cecilia Botero, el Flaco Solórzano y muchos otros. La función se llamaba ‘Entre Ángeles’ y el pintor Germán Tessarolo. El Teatro estaba lleno y lo logramos vendiendo las boletas entre amigos. Todos lloramos. A mi lado estaban Tessarolo y Marcela a quienes se les escurrían las lágrimas y yo aguantándome porque tenía que salir a hablar.
Subo al escenario, en medio de los aplausos agradezco a todos los que habían colaborado, a los padres y muy especialmente a los niños. En ese momento se acerca Jésica en silla de ruedas (recibió una bala perdida cuando tenía cinco años). Yo no estaba preparado para nada y ella me dice:
— Julio, ¿me permites hablar?
— Sí, claro Jésica (le pasé el micrófono).
— Señoras, señores, papás, mamás. Quiero decirles algo. Nosotros no podemos caminar, pero Julio y su gente, nos están enseñando a volar.
Pueden hacer ruido, tengo el sueño pesado. Soy Julio Cesar Valotta Luna y ese será mi epitafio.