José Félix Patiño Restrepo

JOSÉ FÉLIX PATIÑO RESTREPO  – IN MEMORIAM

15 febrero 1927 – 27 febrero 2020

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Médico cirujano, académico, científico, humanista, esposo y padre.

  • Doctor Patiño, ¿usted quién es más allá de lo que hace? ¿Cómo se define?

Soy un cirujano que nació en San Cristóbal, Venezuela, que ha dedicado su vida a la docencia y al ejercicio de sus especialidades quirúrgicas, siempre en un ambiente académico, y con un hondo sentido de responsabilidad social heredado de mi padre.

  • Luis Patiño Camargo, su padre, fue un humanista, filósofo, de inteligencia deslumbrante y producción científica invaluable. Cuénteme de él.

En efecto, Isa, además, de grandes simpatías por su manera de ser extremadamente sencilla y afable, de profunda sensibilidad social, generoso, totalmente consagrado a su profesión y de bajo perfil porque no le gustó nunca figurar.

  • Hábleme de su mamá.

Mi mamá, Ana Restrepo Gutiérrez de Piñeres, fue una bogotana de origen cartagenero por su parte materna. El Restrepo viene de su bisabuelo, don José Félix de Restrepo, figura preclara de la época de la Independencia, y de él mi nombre. Mi mamá fue una mujer extremadamente inteligente, educada por una institutriz en su casa de la Calle de La Carrera, donde hoy está la Plaza de Armas de la Casa de Nariño, y luego en el Colegio Sans Façon. Fue alguien que siempre comprendió el enorme valor científico de su marido.

  • A usted le tocó el acompañamiento de una nana en su infancia, ¿es así?

¡Cómo olvidarla! Tulia Díaz, nacida en Iza, ayudó en nuestra crianza y tenía en nuestra casa una especie de pequeño apartamento. Con mi hermana Mercedes, muy niños todavía, Tulia nos llevaba a visitar a su familia que vivía en un rancho muy limpio, rodeado de un minifundio donde se cultivaban legumbres. Su mamá era ciega, ya de pelo blanco, pero sorprendentemente activa y muy inteligente, a pesar de no haber tenido educación.

Era de verdad una persona que, a mi corta edad, ya me producía admiración y respeto. Vivía con su hijo Agustín, el típico campesino boyacense que cultivaba sus sembrados, muy inteligente y de personalidad muy agradable, también sin mayor educación. Yo veía esa familia como de cuento de hadas. Años más tarde comprendí el por qué de la bondad y honradez de Tulia.

Aunque mi mamá contaba con la ayuda de otra empleada interna y otra de por días, yo la veía con la aspiradora en mano y a la empleada cruzada de brazos, y la veía cocinando y la cocinera cruzada de brazos. Mi mamá fue una mujer extremadamente inteligente,

BLANCA OSORIO

  • ¿Quién fue Blanca Osorio? Hábleme de ella.

Mi esposa Blanca, hija de José Manuel Osorio Umaña y de María Luisa (“Lucha”) Razzeto Costa, nacida en Lima, aparentemente en el que hoy es el Palacio Presidencial de Torre Tagle, de inmigrantes italianos cuyo linaje se remonta al Renacimiento, a la familia Costa di Medici, una bella y muy refinada mujer.

Aquí hago un paréntesis para relatar que a diferencia de la absoluta mayoría de los yernos para quienes la suegra es una especie de bruja, para mí fue lo contrario: cuando regresaba del trabajo y encontraba el carro de mi suegra parqueado frente a mi casa, era motivo de alegría dada su inteligente personalidad y su sofisticada manera de ser.

Blanca, quien fue una de las niñas más lindas, y tal vez frívolas, de la sociedad bogotana, cuando llegó a New Haven demostró su personalidad recia e inteligente al decidir que iba a ser laboratorista clínica, y procedió a estudiar en el programa que ofrecía el Yale-New Haven Medical Center. A nuestro regreso a Bogotá, y cuando yo había comenzado mi ejercicio profesional, decidió montar su propio laboratorio clínico en un local en Marly, en el mismo piso donde yo tenía mi consultorio, y con el decidido apoyo de Jorge Cavelier Gaviria, lo sacó adelante y fue muy exitoso dado el estricto control de calidad que le impuso.

Trabajaba con verdadero deleite desde las siete de la mañana hasta las dos de la tarde, momento en el que regresaba a casa y tomaba una siesta de dos horas. Me esperaba en la noche en la sala frente a la chimenea, con un buen vino y pasabocas. Eran ratos muy agradables de gran intimidad, y entonces hablábamos sobre las hijas, su desempeño en el colegio y luego de la Universidad. El único problema era su hábito de fumadora empedernida, el que nunca pudo abandonar y que al fin fue causa de su muerte el 22 de noviembre de 1994 a la edad de 65 años.

Puedo decirte que fue una persona estupenda y muy extrovertida.  Hay dos incidentes que la muestran tal y como era, además de todo lo que ya te conté que reservaste para el libro.

Un día estábamos almorzando en la casa del doctor Carlos Lleras Restrepo, cuando era presidente, y doña Cecilia le dijo:

— Carlos, tú tienes que ser más cálido con la gente para que no te vean tan distante, tan frío y antipático.

Y se voltea Blanca y le dice:

— Sí Carlos, porque estás muy antipático.

Yo pensaba: miércoles, le está hablando al presidente de la República. Pero él se rio y le hizo chistes.

Pasaron los años y Virgilio Barco, de quien fui muy amigo, hizo una comida en su casa, invitó a Alberto Lleras y a doña Bertha Puga. Alberto era muy frío y distante, y primo segundo de mi papá (las mamás de Lleras Camargo y de mi papá Patiño Camargo, eran primas hermanas).

Una vez, cuando yo era rector de la Universidad Nacional y quería que los estudiantes más revoltosos conocieran lo que era una universidad pública norteamericana, y como yo tenía tan buenas relaciones con el gobierno de los Estados Unidos, fui a la Embajada y le dije al embajador, muy amigo, que me consiguiera una cita en el Departamento de Estado porque quería pedirle que invitara a catorce de los más revoltosos, de los más comunistas, de los más anti gringos de mis estudiantes.

Al embajador le pareció fantástico y me dijo que ya tenía la cita, viajé, les eché el cuento, les pareció buenísimo, se hizo la invitación, salí al aeropuerto a despedirlos y se fueron. Tres o cuatro días después apareció una columna en El Tiempo de Alberto Lleras diciendo:

— Es el colmo del rector de la Universidad Nacional, que mandó a sus estudiantes para Cuba en la época de Fidel Castro y encima de esto salió a despedirlos al aeropuerto.

Entonces le mostré a papá:

— Sí, ya lo leí.

— ¿Qué hago?

— No hagas nada. No te vas a poner a pelear con Alberto Lleras.

— Sí, pero me harta que haya escrito eso.

De todas maneras, como la gente sabía que se habían ido para Estados Unidos, pasaron los años de los años y viene esta comida que te menciono. Yo le decía a Alberto, doctor Lleras, pero Blanca sí lo llamaba por su nombre. Estaban en el sofá diagonal al nuestro, la sala llena y de repente se voltea Blanca y le dice:

— Alberto, ¿por qué escribiste tú que mi marido había enviado a los estudiantes para Cuba cuando los envió para los Estados Unidos?

Se volteó, la miró tan fríamente como solo él era capaz. Él le decía Blanquita, pero aquí le dijo:

— Señora, yo no contesto pendejadas.

Se quedó todo el mundo en silencio. Se voltea Blanca y le contesta:

— Y entonces por qué las escribes.

Viene a mi memoria otra anécdota con él. Cuando yo estaba en Yale tenía que comprar un sobretodo para el invierno, para ese momento mi primo, Alfonso Patiño Rosselli, estaba en la Embajada de Nueva York y le pedí que me acompañara pues él era un tipo muy elegante, entonces me fui por Madison Avenue, en momentos cuando me quedaba en el Waldorf, y salí a los almacenes a buscar uno que estuviera de acuerdo a mis posibilidades económicas y Alfonso miraba y no encontraba hasta que finalmente dijo:

— No, no. Dejémonos de pendejadas. Camina, vamos a la calle 57.

Era un almacén abajito de la 5ta Avenida, Fen & F, y me sacan un sobretodo de casimir que valía mi presupuesto del mes, todavía lo tengo. Lo llevé a esa comida y lo colgué en el perchero. Después de que pasó lo que te acabo de contar, Alberto y doña Bertha se fueron. De repente timbraron, eran ellos otra vez, y dijo Alberto:

— Mire, es que me acabo de llevar un sobretodo que no es el mío, es sumamente elegante, ¿de quién será?

Miró a Blanca, otra vez, pero él nunca supo. Comprendí cuando lo vi que era el mío, se lo había llevado por equivocación y lo estaba devolviendo.

Esa era Blanca, una persona absolutamente extrovertida, que decía lo que se le venía a la cabeza.

SUS HIJAS

Tuvimos cuatro hijas.

Mariana, la mayor, nacida en New Haven el 10 de marzo de 1956, arquitecta de la Universidad Javeriana y doctora en arquitectura de la Universidad de Sevilla, España, con tesis sobre patrimonio cultural urbano, casada con el arquitecto Luis Jorge Borda Molina, también egresado de la Universidad Javeriana, ha orientado su profesión hacia el patrimonio cultural y la documentación histórica. Aplomada, seria, discreta, fanática del orden de las cosas y de las ideas, es autora de un libro que tuvo resonancia internacional, Monumentos Nacionales de Colombia (Editorial Escala, Bogotá), la recopilación documental del patrimonio inmueble del país hasta la década de 1980.

Conocido este libro en los Estados Unidos, fue contratada por el Departamento del Interior para realizar la documentación interpretativa del funcionamiento del Canal de Panamá, un trabajo que le tomó dos años. Las grandes planchas correspondientes y la totalidad de esta documentación se encuentran hoy en la National Library, la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, la más grande del mundo. Mariana tuvo a su cargo la planificación estratégica de la ampliación del Teatro Colón. Actualmente dirige el Centro de Documentación Patrimonial del Ministerio de Cultura. En su matrimonio tuvieron dos hijos: Alejandro y Cristina.

Lucía, nacida en New Haven el 18 de noviembre de 1957, estudiaba derecho en la Universidad de los Andes cuando tuvo un absurdo accidente automovilístico, y después de un mes de cuidado intensivo en Bogotá y en Miami, murió en esa ciudad el día 5 de julio de 1979, a los 21 años de su bella juventud.

Es indescriptible el dolor de un médico al ver morir a su hija, dolor que ha perdurado durante toda mi vida. Yo en ocasiones la siento a mi lado mientras escribo en el computador en la soledad nocturna de mi estudio, y no me atrevo a voltearme para mirar, porque temo que se me vaya. Por esa época teníamos un apartamento en el moderno Commodore Club en Key Biscayne, que fue nuestra residencia durante las dos semanas de su hospitalización. Lucía fue cremada y regresamos a Bogotá con sus cenizas.

A nuestra llegada a El Dorado, al pie de la escalerilla del avión estaban el doctor Carlos Lleras y doña Cecilia, quienes habían sufrido la muerte de su hija Clemencia unos meses antes. Bien recuerdo que el doctor Lleras me tomó del brazo y me dijo: “El único paliativo, José Félix, es trabajar y trabajar intensamente.”

Y así procedí: me dediqué a escribir un libro en su honor, escogiendo un tema que no estaba ampliamente tratado. Y salió Gases Sanguíneos, Fisiología de la Respiración e Insuficiencia Respiratoria Aguda, cuyas regalías fueron todas a la ya extinta Fundación Lucía Patiño Osorio, destinada a becar a estudiantes de derecho de bajos recursos en los Andes, Fundación que operó muy bien por varios años.

Este libro va en su octava edición, año 2015, ahora por la Editorial Médica Panamericana de Buenos Aires. Tiene la siguiente dedicatoria: A Lucía Patiño Osorio (18 de noviembre de 1957 – 5 de julio de 1979. “Don´t let it forgot that once there was a spot, for one brief shining moment that was known as Camelot”. Tomada de la comedia musical Camelot, de Alan Jay Lerner (1918-1986), que le encantaba a Lucía. Y su presencia, por tan pocos años a nuestro lado, ciertamente fue un breve y brillante momento, como lo fue Camelot.

Estudiaba Derecho en los Andes y murió en un accidente de automóvil. Fue algo devastador. Si yo no hubiera tenido a mis otras hijas, creo que me hubiera suicidado porque, además, yo era muy amigo de ella. Cuando Lucía estudiaba en los Andes yo era jefe de cirugía en la Samaritana, entonces a veces nos íbamos en el mismo carro y parábamos a conversar frente a la Universidad hasta cuando me decía:

— Ay papi, mira la hora. Ya tengo clase, pero almorcemos juntos.

En esa época el Hotel Continental tenía el mejor restaurante de Bogotá, y las mujeres no eran ejecutivas, entonces a la hora del almuerzo no había sino hombres. Yo entraba con ella, que le encantaba cogerme del brazo para que pensaran que yo estaba con una niñita, y a propósito me acariciaba la cara cuando pasábamos al lado de los señores amigos, ellos volteaban para el otro lado como en señal de prudencia. Lucía gozaba enormemente con eso.

Vivimos la tragedia de su muerte. Estábamos comiendo en la casa de Alejandro Jiménez Arango y de Laurice, de repente sonó el teléfono, ella se levantó a contestar y nos dijo:

   — Es que hubo un accidente y Lucía está herida en el Hospital Militar.

Tuvo un accidente a la salida de una fiesta y el joven que la acompañaba murió en el sitio. Como no se contaba con los equipos, fue imposible hacer el diagnóstico, se puso muy mal, hizo una insuficiencia respiratoria cuando yo ya había escrito el libro Gases sanguíneos e insuficiencia respiratoria aguda, entonces, era el experto en el tema.

La llevé a Marly, pasé todas las noches cuidándola. Recuerdo cuando un día me mostraron la radiografía de tórax y me preguntaba cómo era posible que, yo como experto, no fuera capaz de salvarla. Iba manejando y me detuve en el semáforo de la calle 59, miré la radiografía y comprendí que Lucía se iba a morir. 

Traje al mejor intensivista que había en los Estados Unidos, Joseph Civetta, de la Universidad de Miami, vino con una enfermera, la trataron un par de días y concluyó que debíamos llevarla. En ese momento Germán Zea, encargado de la Presidencia en el Gobierno de Turbay, me llamó a ofrecerme un Hércules que salía a Miami para mantenimiento, en él nos fuimos. Allá permanecimos dos semanas.

Años después, almorzando en el Gun con María Cristina Zuleta, que tuvo una relación fantástica con su papá, me preguntó:

   — Dime una cosa, ¿tú crees que existe una forma de relación más maravillosa e intensa que la que se da entre un padre y una hija?

   — No, no hay nada similar.

De manera que yo gocé intensamente a mis hijas, no recuerdo haberlas castigado ni regañado nunca. Y no creo que haya cosa más dolorosa en la vida que la muerte de un hijo y, sobre todo de una hija. Tuve con mis hijas una relación que siempre consideré muy linda, las veía como las muñequitas hermosas, inteligentes, brillantes todas.

Su muerte me impactó muy fuerte, es algo indescriptible. Yo todavía la percibo cuando estoy, por ejemplo, en mi computador de mi casa y la siento al lado, y me da miedo voltear a mirar porque creo que se me va.

A veces, cuando me preguntaban mis amigos de la Fundación Santa Fe de Bogotá si me iba a Nueva York con mis hijas, les decía que: “con las cuatro, perdón, con mis tres hijas”. Aún hoy la siento y me gusta sentirla, alimento eso y trato de que no se me vaya, pero es muy difícil porque es un dolor tan grande, tan inmenso que es indescriptible. Es muy doloroso, pero normal, que se mueran el papá y la mamá, pero no un hijo.

Una de las mejores amigas de Lucía fue Patricia Savino y conservamos muchas fotos de las dos. Pasaron los años y yo era jefe de cirugía en la Samaritana cuando se me presentó para convertirse en la persona más cercana que he tenido en mi vida profesional, hoy es una nutricionista de reconocimiento internacional y, sin duda, la más importante de América Latina. Recuerdo que llamé a Blanca y le dije: “Apareció Patricia y quiere verte”.

Blanca tenía su laboratorio de Servicios Médicos en Marly y Patricia la visitó. Me contó Blanca que cuando entró, estaba a contraluz, y le pareció ver a Lucía, lo que le generó una tremenda impresión, lloró porque se conmovió profundamente. Así fue como Patricia vino a llenar, de alguna manera, nuestro vacío, ha sido como una hija. Es una mujer inteligentísima, muy brillante.

Comenzó conmigo en La Samaritana y construimos el primer equipo de soporte metabólico nutricional. Fue miembro de mi equipo que estaba conformado por un médico jefe, un médico asociado, una nutricionista, una enfermera y un químico farmacéutico, el mismo que me acompañó en la Fundación Santa Fe de Bogotá.

Patricia viajó por un tiempo, pues su marido, Miguel Múnera, gerente de Roche donde hizo carrera con la responsabilidad de atender a toda América Latina, fue trasladado a diferentes países. Lucía creó la Asociación Colombiana de Nutrición Clínica, revista de nutrición muy importante, es miembro de toda clase de sociedades, la invitan a congresos en Europa y en todas partes del mundo, tiene un libro espectacular para el cual me pidió que le escribiera el prólogo.

Yo sí puedo decir que el dolor que he sentido al haber perdido a Lucía, lo mitiga mucho haber encontrado a Patricia, que vino en buena parte a reemplazarla.

María Isabel nació en Bogotá el 7 de julio de 1962. Abogada de la Universidad de los Andes, tiene un master en Derecho Marítimo de la Universidad de Tulane y estudios en Sistemas Privados de Pensiones del Wharton School de la Universidad de Pensilvania. Inició su carrera en la Flota Mercante Grancolombiana, lo cual la motivó a realizar sus estudios de posgrado en Tulane ya con su grado homologado en el estado de Luisiana, donde ejerció el derecho.

En New Orleans contrajo matrimonio con Luis Gabriel Caro, con quien viajó a España donde residieron por pocos años, y allá también homologó su título. De regreso en Colombia se ha desempeñado principalmente en el sector privado: presidente de la Asociación Colombiana de Exportadores de Flores, Asocolflores; presidente de la Asociación de Administradoras de Fondos de Pensiones y Cesantías, Asofondos; presidente de la Asociación de Bananeros de Colombia, Augura; gerente de Carbones del Cesar. En 1997 creó su empresa, M.I.P. Consultores. Es miembro de las juntas directivas de varias empresas de gran envergadura, y actualmente su actividad principal es como abogada de Opain, la firma concesionaria que maneja el aeropuerto de El Dorado. Fue columnista de El Tiempo entre 1997 y 2000.

Divorciada de L.G. Caro, su actual compañero es el brillante abogado Carlos González Puche. María Isabel tiene dos hijas, María Luisa y Andrea, ambas egresadas de los Andes.

En el sector público se desempeñó como directora del Instituto de Desarrollo Urbano- IDU, en la segunda alcaldía de Antanas Mockus. En la campaña para elegir Presidente de la República para suceder a Álvaro Uribe Vélez, fue la fórmula vicepresidencial de Mockus, elección que ganó Juan Manuel Santos, quien ejerció la presidencia entre 2010 y 2018.

Con Mariana viviendo en Chía y María Olga en Texas, mi gran placer es almorzar los domingos con María Isabel y Carlos. Carlos, quien ha dedicado su vida ejemplar y ejemplarizante, a defender las condiciones laborales de los futbolistas, es un excelente cocinero.

Recuerdo que cuando Mokus invitó a María Isabel a trabajar con él, estábamos en Boyacá y me pidió mi opinión. Le dije: “Acuérdate que yo serví un tiempo como ministro de Salud. Creo que uno tiene que prestarle un servicio al país y sería buenísimo que aceptes”.

Así lo hizo, con una labor fantástica porque al tiempo que se rompían todas las lozas que había hecho Camargo en el Transmilenio, las que ella hizo, que fueron la carrera 30 y parte de la carrera 14, están intactas aún hoy, porque trajo a un experto del exterior y a otros de la Nacional que la asesoraron bien. Pero terminó con 370 demandas en la Fiscalía, y pagar abogados le ha valido toda la plata del mundo.

Pasado el tiempo le pusieron una demanda por la carrera 30 al considerar que no era necesaria y que la habían hecho para darle lustre al alcalde y a la directora del IDU. La procuradora se excusó con ella y le pidió que firmara un papel y no se molestara, que se fuera.

Juan Manuel Santos varias veces me pidió que hablara con ella para que aceptara un cargo en el gobierno, pero ya no quería más someterse al sector público.

María Olga, quien nació el 25 de marzo de 1965 en la Clínica de Marly aquí en Bogotá, es médica de la Universidad Javeriana, casada y divorciada de Jaime Calderón Madero, trabaja en Houston como profesora de la Universidad de Texas desde hace veinte años.

Es la “chiquita” de mis hijas y sus visitas mensuales a Bogotá son motivo de gran felicidad para mí. Es radióloga, o sea, especialista en imágenes diagnósticas, quien tiene el mérito de haber hecho doble su especialización, o la residencia, primero aquí en Bogotá, donde trabajó en la Fundación Santa Fe de Bogotá, y luego en Houston, a donde fue trasladado su marido que trabajaba con la British Petroleum.

Es una persona alegre, extrovertida, tal vez la más parecida a su madre en cuanto a su comportamiento. Excelente profesional, reconocida por sus colegas, tiene dos hijas, Beatriz, recién graduada del college, quien se acaba de trasladar a Chicago para comenzar a trabajar, y Elisa, en college en Houston, con grandes dotes artísticas: toca el violonchelo y es excelente dibujante. Ambas, dos niñas lindísimas. Todas ostentan la ciudadanía estadounidense.

REMEMBRANZAS

Tal una breve historia de mis hijas, tan profundamente enterradas en mis afectos. Una experiencia inolvidable ha sido nuestro viaje a la temporada de la Metropolitan Opera de Nueva York, que hicimos regularmente todos los años, y por diez años sin interrupción y, en un par de ocasiones, dos veces al año.

Llegábamos al fastuoso Yale Club de Nueva York y asistíamos cada noche a una ópera diferente, menos lo sábados, cuando asistíamos tanto a la presentación de la tarde y luego a la de la noche. María Olga, muy buena fotógrafa, nos regaló un álbum maravilloso con numerosas fotografías que registran nuestros periplos operísticos en Nueva York.

Tuve la costumbre de ir con mis tres hijas, porque ya Lucía había muerto, a la Ópera de Nueva York, pues soy muy aficionado y especialmente a María Callas de quien escribí su biografía, que va en su cuarta edición.

Y es que yo tengo un gran amor por Nueva York, me parece que tiene todo, es majestuosa, con barrios que parecen europeos. Visité con mucha frecuencia el Metropolintan, el viejo, el de Broadway, que era lindísimo, pero resolvieron hacer el nuevo en el Lincoln Center y fui de los que se manifestó en contra del nuevo proyecto, sentándome en la calle, impidiendo el tráfico, para que no lo tumbaran.

Pero igual lo hicieron, y el nuevo es una maravilla, con la fuente, con el edificio de la Orquesta Filarmónica y el edificio de la Ópera de Nueva York, cada uno con más de cuatro mil sillas, lo que hace de esa plaza un espectáculo, no hay nada en el mundo parecido a eso.

Finalmente, cuando ya estaba en Bogotá y tenía que visitar Nueva York, lo que ocurría con mucha frecuencia, me quedaba en el Waldorf Astoria porque tenía una tarifa especial para académicos, profesores o estudiantes, pero después me hice miembro del Yale Club en Nueva York que está entre los diez mejores de la ciudad, un edificio de 22 pisos, con cuatro restaurantes y uno de ellos en el piso alto, con terraza alrededor, que en el verano se puede disfrutar a la intemperie y en la noche divisar la ciudad y el cielo estrellado.

El Club también cuenta con una biblioteca de 82.000 volúmenes, piscina olímpica, corredores y caballos artificiales para entrenar polo y golf. Como Yale ha dado cuatro presidentes de los Estados Unidos, en una escalera muy linda del salón recibidor, están sus retratos. Así pues, el club se me volvió la casa.

Cuando iba solo, desayunaba, almorzaba y comía ahí, pero cuando viajaba con mis hijas, María Olga me llevaba una lista de los restaurantes a visitar. Nos íbamos generalmente los martes y veíamos ópera hasta el sábado en la que asistíamos a la de las dos de la tarde y a la de la noche. Así lo hicimos por diez años. 

Mi hija construyó un álbum bellísimo de las memorias de esta época, de esta tradición. Nueva York se volvió un segundo hogar para nosotros y el Club un ancla. Cuando dirigí la Federación Panamericana de Facultades de Medicina, tenía que ir casi mensualmente, entonces fue la ciudad preferida.

Recuerdo que mis colegas de la Fundación Santa Fe me preguntaban:

   — Oye, ¿tú te vas con tus hijas y están todo el tiempo contigo? ¿No se aburren?

   — No, qué me voy a aburrir.

   — ¿Se van solas contigo, sin nietos, sin yernos?

   — Mis tres hijas y yo. Pues son muy expertas y amantes de la Ópera.

Me pasó una cosa muy curiosa, yo iba con frecuencia también a Europa y me gustaba mucho, sobre todo Roma. Entonces, cada viaje lo hacía llegando y saliendo de allí, así mi destino fuera Estocolmo. Pensaba:

   — Esta ciudad es la más espectacular, es lo mejor del mundo.

Pero llegaba a Nueva York y, entrando en el taxi, pasando el primer puente decía:

   — No. Esta es la ciudad del mundo.

Y lo es.

Yo les pregunté el otro día en la azotea del Club, comiendo con una luna llena:

   — Niñas, ¿ustedes se recuerdan que yo las hubiera regañado o castigado alguna vez?

   — La verdad no, nunca (me respondieron).

Blanca era durísima con ellas, por lo mismo la gente dice que, son lo que son, gracias a la mamá. Blanca fumaba mucho, tremendamente, y yo le decía:

   — Mira, lo único que te pido es que dejes de fumar.

Me dijo que sí, pero en la luna de miel se metió al baño y lo hizo. Pasaron los años de los años y se le volvió un problema gravísimo. Alguna vez me dijo:

   — Uno se tiene que morir de algo y yo prefiero morirme por el cigarrillo y no de otra cosa.

La internamos una vez en una clínica, pero no pudo dejar de fumar y finalmente la mató el cigarrillo. Blanca siempre pidió que no se hiciera nada para mantenerla con vida, no quería que me informaran para que no la llevara a cuidados intensivos, tampoco quería que la entubaran, ni que se le hiciera diálisis. Pero hicimos todo tratando de sacarla adelante. Murió en la Fundación Santa Fe de Bogotá, por una trombosis de la arteria principal, a sus sesenta y dos años.

Años después, en uno de nuestros viajes a Nueva York, en la terraza del Club, le pregunté a mis hijas: “Caramba, ustedes qué piensan pues hicimos lo que Blanca siempre pidió que no se le hiciera”. Todas estuvieron de acuerdo, pero nuestra decisión obedeció a razones sentimentales.

Ahora llevo una vida muy agradable, claro, me hace falta Blanca. Pero siempre, como dicen mis hijas, he tenido un ramillete de muchas amigas y al mismo tiempo. Cuando Blanca murió, me acerqué mucho a María Cristina Zuleta, la viuda de Alfonso Patiño Rosselli, éramos muy amigos, familiares y vecinos, y con frecuencia salíamos a comer y a caminar.

Una noche, viva Blanca, fuimos a un restaurante cercano, delante de nosotros caminaban ella y María Cristina, y detrás los guardaespaldas. De repente, Alfonso me dijo:

   —¿Sabes qué? Me van a matar, porque voy a dar la ponencia favorable a la extradición y ya tengo toda suerte de amenazas.

A la semana siguiente ocurrieron los hechos del Palacio de Justicia. Yo estaba en Buenos Aires en una comida en el hipódromo cuando fui informado:

   — ¡Caramba, lo que está pasando en su país!

   — ¿Qué está pasando?

   — Camine, vea televisión.

Regresé y al llegar al hotel me dijeron:

   — Lo han estado llamando de Bogotá. Dejaron este teléfono.

Llamé y era Carlota Zuleta, hermana de María Cristina. Me dijo:

   — Alfonso está en el Palacio de Justicia y no sabemos qué pasa.

A las dos de la mañana repitió la llamada y me dijo:

   — Me duele decirte, pero Alfonso está muerto.

Los amigos cercanos pensaron que, viudos los dos, nos íbamos a casar. Inclusive, alguna vez que me reuní con Belisario Betancur, me dio un abrazo y me dijo:

   — ¡Te felicito!

   — ¿Y por qué presidente?

   — Pues por tu matrimonio.

   — ¿Matrimonio? ¿Con quién?

   — ¿No te vas a casar con María Cristina?

   — No, no. Somos muy amigos.

Alejandro Jiménez Arango, neurocirujano y uno de los fundadores de la Fundación Santa Fe de Bogotá, muy amigo, estuvo conmigo en la Universidad Nacional durante la rectoría porque lo nombré decano de medicina, llegó con Laurice Hakim Dow a darme un abrazo por el matrimonio con María Cristina. Todos pensaron igual y dijeron:

   — María Cristina ni siquiera tiene que mandar a timbrar tarjetas pues sigue siendo de Patiño.

Ella me llamaba a la Academia a decirme:

   — Cuando vayas para el norte te detienes en mi casa por un té o un vino.

María Cristina fue una mujer muy inteligente, enormemente capaz de captar políticamente lo que ocurría en el país, que hacía que me encantara hablar con ella, y salíamos a comer con frecuencia.

Luego le dio un cáncer, la pude tener viva por un tiempo, pero finalmente murió y todos dijeron que yo estaba enviudando por segunda vez, y lo sentí así porque fue la persona más cercana sin que hubiera nada más que realmente una amistad muy estrecha.

Ya al final de mi vida puedo decir, como el título póstumo del libro que hicieron los amigos de Pablo Neruda, “Confieso que he vivido”. Y lo más importante, como cantaba Frank Sinatra, “Y a mi manera” (My way).

En efecto, hice de la medicina mi plan de vida, y la ejercí en el estricto marco ético, deontológico y moral que señaló Hipócrates de Cos hace 2500 años, lo cual me ha significado felicidad, en el sentido áristotélico, como virtud del alma ante hacer bien lo que te propones.

Modestia a un lado, veo que todas las empresas que emprendí, siempre con un propósito social y nunca con uno de beneficio propio, fueron exitosas, y al hacer tal recorrido veo que todo ello fue posible gracias a mi familia, a Blanca Osorio, mi esposa en primer lugar, y a las cuatro maravillosas hijas que ella me deparó.

Al final de mi vida, son mis hijas quienes me mantienen con ánimo para recuperarme de las numerosas patologías que me han aquejado desde cuando cumplí 90 años. Como el dicho popular, ¡son la ilusión de mi vida! La felicidad de mi vida actual se debe en parte mayor a mis hijas.

SU LIBRO SOBRE MARÍA CALLAS 

  • ¿Dónde nació el proyecto de este libro?

En el Gimnasio Moderno me aficioné mucho a la música clásica y a la ópera y mi papá y mi mamá nos llevaban, a mi hermana Mercedes y a mí, a lo que se llamaban las temporadas de ópera en el Teatro Colón, pero no eran temporadas, era que venía una compañía italiana, hacía tres funciones y se iba.

Cuando llegué a Yale, ofrecía ópera en la escuela de música y tenía el viejo Metropolitan cerca. Estando allá empecé a leer de una cantante griega, María Calas, que cantaba en Italia y con una voz extraordinaria. Empezaron a salir los discos de 33 y 1/3, que yo compraba en uno de los almacenes que anunció que su nueva grabación, Tosca, se empezaría a vender el sábado a las 9 de la mañana. Fui a comprarlo y había cola, la hice, alcancé y dos personas más que iban detrás de mí.

Seguí mucho la carrera de esa cantante admirable que había en Italia y cada vez que veía una buena crítica la cortaba y la metía en una carpeta, coleccioné recortes de periódicos y tenía sus discos. De repente supe que venía a cantar en el Teatro Colón de Buenos Aires en la época de Perón, lo que fue apoteósico, después cantó en Sao Pablo y en Río de Janeiro, luego en México, pero no llegaba a Estados Unidos.

Un día anunciaron que venía a cantar por primera vez a Chicago, luego a Nueva York al viejo Metropolitan al que pude asistir, en gallinero con binóculos porque la boletas eran carísimas. De manera que pude verla a lo lejos y en adelante no falté a ninguna presentación que hiciera en esta ciudad.

Después anunciaron la creación del Lincoln Center por parte del presidente Kennedy en una zona donde irían tres teatros, uno de ellos sería el nuevo Metropolitan y tumbaban el viejo, lo que me pareció espantoso. El día que se supo la noticia yo estaba con Hernán Mendoza Hoyos (que era de Ascofame y que trabajaba en el tema de planificación familiar) cuando visitábamos la Fundación Ford. Y le dije:

— Vamos a la Ópera.

— Ay no, qué hartera, yo nunca he ido a una.

— Pues camina, vamos para que te des cuenta de lo que es.

Y salió encantado. Pero con esa noticia me sumé e hice parte de las demostraciones que se hicieron en contra de que lo tumbaran, nos sentábamos en Broadway para impedir el tráfico en protesta para que no lo tumbaran.

Pero afortunadamente lo tumbaron y armaron semejante monumento como es el Lincoln Center, entonces ya me reconcilié con ellos.

María Callas peleó con Richard Bean, que era el gerente del viejo Metropolitan y él la botó del elenco lo que causó un escándalo mundial porque ella era la primera cantante del mundo. Pasó el tiempo, hicieron las paces y quedó una anécdota muy cómica cuando volvió a cantar en Nueva York y al terminar había un banquete, la sentaron a ella junto a Bean y al salir los reporteros le dijeron:

— Caramba, lo vimos muy cordial con la señora Callas, debió pasar una noche muy agradable.

Ella había ido con un escote muy profundo y entonces les contesta Bean:

   — Pues saben que no. Pasé una noche muy difícil porque no sabía qué era más descortés, si mirarle el escote o no mirárselo.

Los padres de María Callas eran griegos y emigraron a los Estados Unidos cuando la señora estaba embarazada de ella, de manera que nació en Nueva York, sino que desechó la ciudadanía americana, ya cuando era famosa para asumir la italiana. De chiquita cantaba muy bien, pero era muy gorda y usaba unos lentes muy gruesos mientras que su hermana era muy linda y también cantaba.

Antes de los diez años, la mamá que no se entendía muy bien con su marido que en Grecia era un farmaceuta y había puesto una farmacia en Brooklyn, resolvieron devolverse para su país y la mamá viajó con su hija en barco. El capitán la escuchó cantar un día, en una época en que las comidas eran muy formales en los barcos, entonces la sentó a su mesa y le pidió que cantara.

Llegaron a Atenas y la quisieron matricular en el Conservatorio, pero era muy chiquita, falsificaron la edad y María Hidalgo, que había sido una gran cantante, la acogió, se hizo su maestra y le enseñó a cantar a una niña con una voz supremamente hermosa.

Cuando los alemanes invadieron a Grecia y uno de ellos se hizo muy amigo de la familia, entonces le ella le cantó al ejército alemán lo que le significó unos problemas tremendos con los griegos, ya cuando terminó la guerra y la señalaron de traidora. El hecho es que siguió cantando como profesional.

Se iba a crear una compañía de ópera en Chicago y la hicieron venir a Nueva York para entrevistarse con el productor, pero eso fracasó entonces ella quedó en el aire. Por ese momento estaba Nicola Rossi- Lemeni, un gran barítono italiano, para abrir la temporada del verano de la arena de Verona, la oyó cantar y le dijo:

— Vamos a poner a Aída. ¿Se le mide a cantarla en la arena?

Lo hizo y fue un éxito. Pero la crítica dijo:

— ¡Qué voz tan maravillosa! Pero qué difícil diferenciar las extremidades inferiores de la soprano de la de los elefantes.

Ella era muy gorda, pesaba 98 kilos, muy grande y fea, pero también era muy orgullosa. Entonces se propuso perder peso y bajó a 58 kilos y se quedó ahí, se volvió una de las mujeres más finas, más delicadas y lindas del mundo.

La gente dijo que tenía una tenia, qué no le inventaron. Yo lo cuento en el libro, explico cómo va bajando de peso y siempre la pongo de ejemplo de voluntad, pues no solo bajó de peso, sino que se quedó en él. Tuvo una modista en París, lo que la volvió la mujer más elegante y fue cuando surgió su famoso romance con Onassis.

Onassis era un griego patanote que llegó sin un centavo a Buenos Aires, pero allá se enriqueció con unos buques después de la guerra y se volvió el hombre más rico del mundo. Fue a una de las óperas y al terminar la invitó con su marido, Giovanni Battista Meneghini, a un crucero en su yate con el señor Churchill y la señora. Describen que la tripulación era de 120 marines, los grifos de las llaves eran en oro y que el yate estaba vestido de obras de arte. Ellos aceptaron y se fueron. Pero una noche María Callas no llegó a la habitación y le dijo a su marido:

   — Pasé la noche con Onassis.

   — No, pero mira, reconsidéralo. Vámonos para Sirmione sobre el lago Garda.

Se fueron a su casa, que existe y que hoy es un museo. Estando allí golpearon a la puerta, llegó Onassis que le dice a Meneghini:

   — Vengo por su esposa para llevármela.

Con la civilización europea, el tipo le dijo:

   — No, pero siga, siéntese. Camine nos tomamos un trago.

Se lo tomaron y se la llevó.

Meneghini escribió un libro sobre su vida con ella y cuenta que María se enloqueció con este tipo. Porque Meneghini era una especie de papá para ella, el que le manejaba los negocios, alguien muy provinciano, nunca había salido de Verona, no hablaba sino italiano y ella hablaba griego, italiano, inglés, francés. Había entre los dos una desproporción tremenda, pero según su libro, ellos se adoraron y él describe las noticas de amor que recibía de ella cuando viajaba.

En algún momento María Callas empezó a dejar el canto, enloquecida con Onassis, Yo creo que fue una cosa de fuerte connotación sexual, quizás ella nunca había encontrado un hombre, sino a un gerente y a un papá, en su esposo, y si bien dio con un patanote también era un machote.

En el crucero llegaron a una de las islas que Onassis tenía, estaba el pontífice de la Iglesia griega y es como si los hubiera casado, les dijo:

   — Ustedes son dos griegos muy importantes, muy ilustres.

Al poco tiempo le hicieron una invitación. Onassis tenía como amante a la hermana de Jacqueline Kennedy y se había hecho amigo de esa familia. Cuando mataron al presidente, él se fue hasta los Estados Unidos y resultó ennoviándose con Jacky. En una salida fueron a Maxim’s en París y durante la cena los fotografiaron, salieron en los periódicos y María Callas los vio, llamó a Onassis, viajó a París, se fue para Maxim’s, se hizo fotografiar con él y lo hizo publicar enviando el mensaje de:

   — Este es mi hombre.

Él la fue dejando, la fue maltratando y parece que hasta le pegó. Lo que no se explica es que una mujer tan talentosa, orgullosa y linda, se volviera nada frente a Onassis. Un día regresó y le dijo a María Callas que se iba a casar y para ella fue un golpe espantoso. Se casó y al día siguiente del matrimonio, ya le estaba mandando rosas a María Callas.

Pasaron los años y Onassis le pidió que la recibiera. Se reunieron con unos amigos, él se sentó en un sofá a su lado y de repente le puso la mano en el muslo y dijo:

   — Ay, qué rico tocar carne porque Jacqueline es un saco de huesos.

Todo el mundo se sorprendió, pues ella una mujer tan tremendamente brava no hizo absolutamente nada, no reaccionó frente a la patanería.

Cuando Onassis murió, poco tiempo después murió Visconti, del que ella se había enamorado siendo él homosexual y estando de compañero con Franco Zeffirelli (gran productor de ópera). María sufrió terriblemente, sus últimos años los vivió en su apartamento en París, sola. Un día se levantó, pidió que le trajeran una tasa de café y cayó desplomada, cuando llegó el médico ya estaba muerta.

Decidí escribir el libro porque un día, repasando el material que yo tenía, vi que había muchas biografías sobre ella, pero ninguna sobre si itinerario artístico desde que era estudiante hasta la última vez que apareció en escena. Así fue como decidí escribirlo basado en sus presentaciones, no solo en teatro sino en grabaciones y conciertos. Fui a la biblioteca de Yale y encontré dos tomos con los anales del Metropolitan con las memorias de lo que había pasado en sus presentaciones.

Al día siguiente fui a la Biblioteca de Nueva York, que queda muy cerca de Yale Club, tomé muchas notas y resolví ir al almacén del teatro buscando los anales pues los quería comprar y así lo hice. Uno de los libros era sobre su itinerario artístico con fechas, con el nombre de quienes la habían acompañado, de los directores de orquesta y al final un pequeño comentario. Busqué una segunda edición y me apoyé en todo esto lo que ayudaría en mi propósito.

Me publicaron la biografía y salió una segunda edición, luego una tercera. Tenía lista la cuarta y la Universidad Nacional me dijo que querían publicarla ellos.

Como en mi biblioteca siempre tuve un equipo de sonido y como soy muy amigo de Beethoven, cuando mis hijas ya empezaron a crecer pensé que ellas debían aprender de ópera, entonces con una grabadora, de esos radios de casetes y un micrófono de esos que uno le instalaba, empecé a grabarles sobre qué es la ópera.

Vivíamos en la calle 85, que era muy residencial en esa época, pero de repente y cuando estaba grabando pasaba un bus y pitaba, entonces me tocaba devolverme y volver a empezar, luego ladraba un perro. Finalmente terminé el casete y se los puse a las niñas.

Un día Gloria Zea, de quien era muy amigo y con quien había salido cuando el papá estaba en la Embajada de las Naciones Unidos entonces yo iba de New Haven a Nueva York para verla, se hospitalizó entonces le dije:

   — Gloria, quiero que oigas este disco a ver qué te parece.

Lo escuchó y me dijo:

   — Esto es una maravilla, lo tenemos que comercializar.

   — Esto tiene derechos de autor, no se puede. Esto es entre nosotros.

Por supuesto no es podía, pero cuando salió el libro sí me llamaron de Londres para decirme que si podía hacer una traducción al inglés y que me lo publicaban. Entonces me pregunté quién sería un buen traductor. No recuerdo quién fue el que me dijo que había una traductora profesional de África del Sur y la entrevisté. Le dije:

   — Mire, es que de Londres quieren publicar mi libro en inglés. ¿Por qué no me traduce la introducción o el primer capítulo a ver cómo es?

Me dijo que estaba perfecto, se llevó el libro y a la semana siguiente me dijo:

   — Ya lo tengo listo.

Me lo mostró y sí, era una traducción perfecta, pero en un estilo completamente distinto al estilo mío. Yo escribía muy bien en inglés, mucho mejor que en español y en esa época era codirector de la revista mundial de cirugía y corregía los textos en inglés, pues soy corrector de estilo. Pensé que para esa gracia los escribiría yo mismo, pero nunca lo hice.

Me fascinó su personalidad porque era como el cirujano que no permite nada distinto a la perfección. En cirugía no puedes ser bueno, tienes que ser perfecto y en el canto ella tenía que ser perfecta.

  • Y en Bogotá, aparte de asistir asiduamente a las espectaculares funciones de la Metropolitan Opera de Nueva York en el Teatro Andino de Cine Colombia, ¿qué otra actividad operística ha tenido?

Yo diría que bastante. En la Fundación Santa Fe de Bogotá hacía talleres de ópera para los internos y residentes que en un principio no asistían con entusiasmo, pero cuando les anunciaba que el próximo examen la mitad serían preguntas sobre ópera, entonces asistían. Y luego los invitaba al ensayo general del Teatro Colón, gracias a la generosidad de Gloria Zea que nos permitía asistir, este es el último que se hace antes de la presentación y es con vestuario y escenografía completos, pero tiene de muy interesante que el director de repente frena para decir: “No. Esa nota no está buena”. Eso se vuelve algo sumamente lindo; luego los invitaba a cenar.

Pasaron los años y, cuando todavía existían las tarjetas postales, de pronto me llegaba alguna de un lugar de Europa diciéndome: “Anoche asistí a Ópera en la Escala de Milán y cómo le agradezco doctor Patiño que usted me hubiera enseñado a apreciarla”. Eso naturalmente fue muy grato.

Cuando dejé la jefatura del departamento de cirugía, esos talleres no los volvieron a hacer, pero en la Fundación Santa Fe de Bogotá existe un comité cultural que preside la enfermera Sonia Echeverry, mi colaboradora en el departamento de cirugía durante veinticinco años, y en el programa anual introducía una presentación de Ópera, yo llevaba el disco y se diseñaban carteles muy especiales. Esto tuvo mucho éxito pues no solo asistía el personal de la Fundación sino también los vecinos.

Recuerdo con especial cariño que le propuse a Sonia el “Anillo del Nibelungo” de Richard Wagner, es considerado por muchos como la obra máxima del arte universal, es una tetralogía de cuatro óperas, cada una de más de cuatro horas, que se presenta lunes, martes y miércoles, el jueves descanso y luego el viernes la última.

La primera se llama Oro del Rin, cuando los nibelungos se roban el oro que cuidaban las ninfas del Olimpo, la segunda se llama La Falquiria, la tercera Sigifrido, y la última El Ocaso de los Dioses. Pero son dieciséis horas y media, entonces me puse en el trabajo de reducirlo a una hora y cuarto, y lo logré en tal forma que fue un éxito la presentación. Así, la gente que le tiene miedo a Wagner por considerarlo demasiado pesado salió feliz tanto que Sonia en adelante lo llamó: “Desmitificando a Wagner”.

Otra actividad que tuve me lleva al año 1997 cuando se cumplieron veinte años de la muerte de María Callas cuando Bernardo Hoyos dirigía la emisora de la Tadeo, 106.9, y me llamó a pedirme que hiciéramos un programa sobre María Callas de una hora semanal. Acepté, lo hicimos y luego me mandaron los cassettes que nunca digitalicé, pero conservo.

Uno de los programas, muy importante, por cierto, fue la presentación de La Traviata, la ópera preferida de María Callas que hizo en La Scalla de Milán, la presentación más espectacular que se ha hecho, con Luchino Visconti, como escenógrafo, y su ayudante Franco Zeffirelli. Ellos eran homosexuales y María Calla se enamoró de Visconti como te conté. En todo caso se dice de esta traviata que es la más espectacular en la historia de la ópera, y yo estoy de acuerdo con eso.

Buenas noches, en conmemoración de los 20 años de la muerte de María Callas, ocurrida en París el 16 de septiembre de 1977, la emisora 106.9 FM de la Universidad Jorge Tadeo Lozano dirigida por Beranrdo Hoyos, inició el lunes 1º de septiembre un programa destinado a revivir los años de gloria de la diva suprema y a transmitir selecciones y óperas completas interpretadas por ella en los grandes teatros del mundo.

Bernardo me propuso que yo fuera quien hiciera esas presentaciones. La vida de María Callas, yo te lo explicaba, es ciertamente fascinante al convertirse en la más grande cantante que ha dado la humanidad, una mezcla de cuento de hadas y de tragedia y uno la puede seguir a través de estas presentaciones de que te hablo.

Es enorme el legado de María Callas, interpretó cuarenta y tres papeles diferentes en quinientas treinta y cinco presentaciones como Tosca con Carlo Bergonzi y Tito Gobbi bajo la dirección de Georges Prêtre, pero tal vez, la más celebrada de todas sus presentaciones es La Traviata de Guiseppe Verdi.

Le conté a la audiencia, que fue muy buena, que mi colección personal de la obra de Callas para esa época, mayo de 1997, aparecían cincuenta y una grabaciones para Emmy Ángel, veintiséis óperas completas y veinticinco discos de selecciones, además de veinticuatro álbumes. Por esa época empezaron a aparecer los video discos con sus entrevistas.

Esa traviata fue espectacular y en la habitación de mi casa tengo dos fotografías de ella luciendo un vestido largo.

Y te lo cuento Isabel, porque encuentro muy curioso porque se parece mucho a mi esposa Blanca, tanto que yo tomé esas dos fotografías y se las llevé a mi cuñada Josefina y le pregunté:

   — Dime Josefina, ¿Blanca cuándo usó estos dos vestidos?

Ella reparó mucho y me dijo:

   — Sabes que no los recuerdo.

Y no se dio cuenta que no se trataba de Blanca.

Esta fue una experiencia muy satisfactoria porque por primera vez yo podía transmitir a través de una radiodifusora lo que fue María Callas y su obra artística. Me invitan a presentar alguna ópera y escojo según la audiencia, entonces, he presentado Traviata, Norma, Tosca, en diferentes lugares.

De manera que en realidad he tenido una actividad operística, o relacionada con la ópera, permanente.

CAPITAL HUMANO

  • En su vida como cirujano, con usted trabajaron de cerca enfermeras, instrumentadoras quirúrgicas y nutricionistas, pero también secretarias. ¿Quiénes fueron ellas?

Yo no concibo el ejercicio de la medicina, pero especialmente de la cirugía, sin un muy cercano colegage profesional con la enfermera.

En la estructura del personal del Hospital de la Fundación Santa Fe de Bogotá existe la figura de la Coordinadora Clínica de Cirugía, que es como la enfermera principal en el Departamento de Cirugía. Fue con ellas que trabajé, como se dice popularmente “hombro a hombro”, y muy bien las recuerdo con profundo afecto y admiración.

Ellas fueron, en primer lugar, Myriam González, quien tuvo a su cargo recibir y poner en orden nada menos que toda la dotación para las salas de cirugía. Bien la recuerdo en overol de trabajo abriendo cajas y haciendo un meticuloso inventario. Dueña de una personalidad fuerte que impuso una rigurosa disciplina que me hacía recordar las salas de cirugía de Yale, mantuvo su actividad con los quirófanos como su preocupación principal.

También trabajo conmigo en la Oficina de Recursos Educacionales de FEPAFEM, Desgraciadamente tuvo una muerte prematura por una agresiva enfermedad oncológica.

La sucedió Sylvia Baptiste de Arroyo, que venía del Departamento de Medicina Interna, y especialmente del Servicio de Neumología, y quien, a diferencia de Myriam, centró su trabajo en las salas de hospitalización y en el cuidado del paciente. Fue con ella que pudimos llevar el Departamento de Cirugía a lo que alguien calificó como su “máximo esplendor” y que hizo que el reconocido cirujano mexicano Alberto Villazón lo calificara como el mejor de América Latina.

Fue la época en que publicamos más de cien artículos por año. Y fue ella quien inspiró la idea de publicar un gran texto de cirugía. Bien recuerdo cuando un día se presentó en mi oficina con un gran número de artículos impresos en mimeógrafo, que era el instrumento de la época, y me dijo: “esto da para un libro”. Así fue así como nació Lecciones de Cirugía, que me tomó casi ocho años para la elaboración de sus más de 900 páginas, en el cual hay un capítulo en que ella aparece como autora y yo como coautor.

En el Servicio de Metabolismo y Soporte Nutricional tuve a Sonia Echeverri como enfermera ya Patricia Savino como, también durante una época “de gloria” de ese, el primer servicio creado en Latinoamérica en mis tiempos en La Samaritana, y del cual, ya al final de mi vida, me siento orgulloso.

Sonia Echeverri, santandereana de pura cepa, obtuvo su grado en enfermería en la Universidad Industrial de Santander en Bucaramanga. También vino al Servicio del Departamento de Medicina Interna. Mujer extremadamente inteligente, emprendedora y ejecutiva, sentó un muy alto estándar de calidad intelectual en el Servicio. Ingresó a la Academia Nacional de Medicina con su libro La Medicina como Institución: entre la Voracidad y el Suicidio, que es un best seller. Trabajamos juntos por algo así como 25 años. Hoy es una persona de alto reconocimiento internacional, tanto en el campo de la enfermería como en el de la nutrición

La instrumentadora quirúrgica es la colaboradora primordial para la ejecución de un procedimiento operatorio por parte del cirujano. Cuando se abrió el Hospital de la Fundación Santa Fe de Bogotá las instrumentadoras todas eran enfermeras profesionales. Ya ______ hizo el relato de cómo llegó a ser mi instrumentadora por muchos años. Trabajamos juntos en perfecta armonía y fue con ella que realicé algunas de las operaciones mayores y de alto riesgo.

En alguna ocasión mi esposa Blanca me reclamó “es que tu pasas más tiempo con ____ que conmigo”. Y era cierto, por cuanto yo operaba casi a diario y mis operaciones eran complejas y de largo tiempo, en ocasiones de seis u ocho horas. Me admiraba, y era motivo de gratitud el extremo cuidado y esmero como mantenía mi valioso y realmente único instrumental, el de mangos dorados y cada uno con mi nombre impreso. Era ella quien me informaba cuando un instrumento requería reparación, y entonces lo enviaba a Filadelfia, protegido como una joya, pero es que cada uno era una verdadera joya.

Cuando llegaron las instrumentadoras quirúrgicas y reemplazaron a las enfermeras, María Isabel Monroy vino a ser mi instrumentadora, menudita, con una personalidad encantadora y tocaya de una de mis hijas, nos convertimos de inmediato en un equipo de excelencia en cuanto a eficiencia y seguridad. También con ella realicé operaciones de alta complejidad, que frecuentemente eran motivo de observación por parte mis colegas de la Fundación o de cirujanos de fuera que solicitaban permiso para observarlas.

Patricia Savino Lloreda es la nutricionista con quien he trabajado desde las primeras épocas de la creación del Servicio de Metabolismo y Soporte Nutricional. Mujer muy brillante y de grandes ejecutorias, es tal vez la nutricionista latinoamericana de mayor reconocimiento en el campo internacional. Entre sus ejecutorias está la creación de la Asociación Colombiana de Nutrición Clínica y de la Revista Colombiana de Metabolismo y Nutrición Clínica, de la cual fue su editora por varios años.

Está próximo a salir su texto Nutrición aplicada en Patologías Crónicas, que habrá de ser una de las más importantes contribuciones a la bibliografía biomédica latinoamericana. Patricia también imprimió un elevado nivel intelectual a nuestro servicio. Tengo por ella un profundo afecto paternal, que me e s difícil esconder, porque fue compañera de colegio de Lucía, mi hija desaparecida a los 21 años de su bella juventud.

En cuanto a mis secretarias, primero dejo constancia de que cuando uno es jefe debe tener una secretaria ejecutiva, que s muy diferente a una buena mecanógrafa y ágil en el manejo de la informática.

Como lo he relatado, una de las direcciones de mayor trascendencia que he tenido en mi vida profesional fue la Dirección Ejecutiva de Fepafem, un cargo de carácter internacional de gran responsabilidad. Pues bien, puedo decir con franqueza y sin falsa modestia que lo ejercí con reconocido éxito, y tal éxito se debió en gran parte a Susana Castellanos de Mendoza, persona tremendamente inteligente, con especiales dotes de relaciones interpersonales, gran ejecutiva y con el mayor sentido común que yo haya conocido.

En su cargo de secretaria Ejecutiva era quien manejaba nuestro diario acontecer, en aquella época en que Fepafem tuvo más de 50 funcionarios, buena parte de ellos extranjeros, cuando teníamos que viajar con gran frecuencia, hasta el punto de que Aviatur instaló una sucursal dentro de nuestras oficinas.

Fue admirable su manejo de las grandes asambleas o de las reuniones del Consejo Directivo que se realizaban en los diferentes países del hemisferio. Ella llegó a ser ampliamente reconocida en el campo académico médico en el hemisferio. Desgraciadamente murió prematuramente por una neoplasia que por la época tenía tratamientos muy agresivos y de poca efectividad.

He mantenido relaciones cercanas con sus cuatro hijas, que son de las mismas edades de mis propias hijas. Ana Fernanda, poeta, la mayor, falleció como consecuencia de una compleja intervención abdominal practicada en un hospital de Bogotá.

También como Secretaria Ejecutiva de la Oficina de Recursos Educacionales cuando la Dirección Ejecutiva de Fepafem se trasladó a Caracas, llegó Martha Mendoza Fernández, también persona de gran talento, experta en sistemas, quien, igualmente, dio un talante de eficiencia y productividad a la Oficina.

Martha estuvo conmigo en tal oficina por varios años, pero cuando me eligieron presidente de la Academia Nacional de Medicina en 1998 la llevé con el cargo de asistente de la Presidencia, cargo el de mayor rango dentro del personal administrativo de la Academia. Lo ha desempeñado con su característico talento, eficiencia y buenas relaciones públicas, que le han merecido el afecto de la Junta Directiva y de cada uno de los académicos.

De esto hace ya veinte años, o sea que Martha ha trabajado conmigo por más de 25 años. Tengo con ella gratitud muy grande, porque como ya lo relaté, fue quien realizó la catalogación de mi biblioteca, trabajando los sábados por varios años.

Isa: tales las mujeres principales que me acompañaron en el transcurso de mi vida profesional. Guardo por ellas un cálido recuerdo, porque, seguramente sin ellas a mi lado no podría haber culminado exitosamente las tareas que me fueron encomendadas.

RECONOCIMIENTOS

  • Usted ha recibido múltiples condecoraciones y reconocimientos. ¿Cuál le ha llegado, como dicen, al corazón?

Sí, Isa. No puedo olvidar la condecoración Simón Bolívar en la ceremonia “los mejores en educación” del año 2011, donde el presidente Juan Manuel hizo un elogio que, como tú dices, me llegó a lo más profundo del corazón.

Palabras del presidente Santos en la ceremonia de “Los Mejores en Educación 2011”

Con un saludo especial a los actores educativos que en último año se destacaron y reflejaron el compromiso nacional de transformar la calidad educativa, el presidente de la República, Juan Manuel Santos, cerró este lunes, 5 de diciembre, la ceremonia que reconoció a los protagonistas de la educación estudiantes, docentes, instituciones educativas que alcanzaron los logros más destacados en el país: “Los Mejores en Educación 2011″. A continuación, las palabras del primer mandatario durante este encuentro.

(…)

Estoy seguro, queridos estudiantes, de que ustedes quisieran aportar al país y al mundo tanto como lo ha hecho un compatriota excepcional que hoy, con toda justicia, es reconocido con la Condecoración Simón Bolívar a la “Vida y Obra”: el doctor José Félix Patiño Restrepo.

Apreciado y admirado doctor Patiño: me siento honrado, como presidente de la República, al tener el privilegio de entregarle este reconocimiento a un hombre que ha hecho tanto por Colombia, desde la medicina y la educación.

Usted, doctor Patiño, no sólo es reconocido como uno de los más importantes cirujanos del país, con aportes fundamentales a la ciencia, no sólo a nivel nacional sino mundial, sino también -y éste es el motivo del presente homenaje- como un gran educador.

Porque no basta con tener talento si ese talento no se comparte con quienes vienen detrás, con quienes tienen ansias de aprender y de seguir sus huellas.

El doctor José Félix Patiño ha dejado lo mejor de sí en libros de divulgación científica y en sus cátedras en la Universidad Nacional y la Universidad de los Andes, entre otras varias.

Y no podemos olvidar -porque hizo historia- lo que fue su paso como Rector de la Universidad Nacional en la década de los sesenta, una universidad a la que hoy sigue vinculado.

Durante su rectorado el doctor Patiño adelantó una reforma trascendental -a la que se llamó “Reforma Patiño”- que delineó, desde entonces, la estructura actual de la Universidad, al reagrupar las carreras en tres grandes facultades.

Pero no sólo eso: se multiplicaron las carreras, se triplicó el presupuesto, se modernizaron los currículos, los profesores pasaron a ser de tiempo completo, y se abrió paso a edificaciones como el Auditorio León de Greiff y la Biblioteca Central, entre otras.

Mejor dicho, la Universidad Nacional -que hoy es orgullo del país- es lo que es en buena parte por la gestión de este colombiano admirable.

Felicitaciones y muchas gracias, doctor Patiño.

Yo sé que usted ha recibido muchos premios por su trayectoria científica y como médico, pero estábamos en mora de premiar su inmensa labor por la educación.

Los pueblos son más grandes cuando reconocen a quienes han trabajado por ellos.

Por eso quisiera pedirles que me acompañen, una vez más, a entregarle al doctor José Félix Patiño, eminencia y gloria científica de nuestro país, amante de la cultura y de la ópera, docente y rector inolvidable, el más justo de los aplausos.

(…)

RETIRO

  • Con una vida tan organizada, de metas claras, entendería que también consideró cómo invertir su tiempo una vez dejara de ejercer como médico.

Siempre tuve muy claro y muy bien diseñado mi plan retiro, por ejemplo, decidí que dejaría de operar cuando cumpliera 70 años; pero también, que dejaría de hacer las cosas más representativas en cirugía a mis 60: las de corazón, pulmón y abdominal; y que atendería las intermedias hasta los 65, quedándome solo con las pequeñas, esas que nunca se complican como la cirugía de seno, tiroides, hernias, vesículas biliares, las cosas rutinarias que ya no tienen todo ese aparatajo de las grandes.

Así lo hice y cuando cumplí 60 años renuncié a la decanatura del servicio pues ya llevaba trece como jefe del departamento y quería darle entrada a Jaime Escallón, que era mi segundo. Ya quería yo hacer otras cosas.

Recuerdo que cuando cumplí 70, bajé a los lockers de las salas de cirugía donde tenía asignado el número uno. Llamé a Fidel Camacho, jefe de departamento, y le dije:

   — Fidel, baja porque te voy a entregar la llave de mi locker pues, a partir de hoy, no vuelvo a operar.

Él bajó, pero como todo el mundo se dio cuenta, se formó un círculo donde las enfermeras y las instrumentadoras lloraban y, lo único que yo iba a hacer, era entregarle la llave.

Me preguntaba qué podría llegar a sentir cuando, caminando por el corredor, pasara frente a la sala de cirugía. Pero como yo tenía tanta cosa, la academia, la Universidad Nacional, la Federación Panamericana que dirigía, cuando ocurrió pensé:

   — Qué felicidad no estar allá escuchando al anestesiólogo decirme:

         ¡Doctor, se está bajando la presión!

O a la auxiliar:

         ¡Doctor, cómo evitamos este chorro de sangre!

No me dolió haberme separado del diario que era operar y me dediqué a la Federación de Facultades de Medicina, a la Academia Nacional de Medicina de la que me nombraron su presidente y a la Universidad Nacional.

El profesor titular de cirugía de la Universidad de Wisconsin, Robert Condon y yo, nos hicimos muy amigos cuando fui miembro de la junta directiva de la Sociedad Internacional de Cirugía. Lo invité con la señora a uno de los congresos y un día me dijo:

   — José, ¿usted cómo se piensa retirar?

   — No pues, dejando de operar.

   — ¿Pero para dónde se va?

   — Me quedo en Bogotá haciendo otras cosas.

Entonces me dijo:

   — No. Yo sí pienso distinto, es más, compramos una casa con Marsha en New Hampshire, un pueblito que tiene una quebrada hermosa que baja la montaña, allá voy a cultivar rosas, voy a tener dos perros y todas las mañanas voy a bajar caminando al pueblo a comprar el periódico y el pan. Ya con Marsha estamos looking forward para eso.

Pasaron los meses y un día me llamó. Me dijo:

   — José, ¿usted qué está haciendo?

   — Estoy en esto, esto y esto.

   — Pues yo estoy harto en este bendito pueblo, en el que no pasa nada, ya fuimos con Marsha a Seatle y nos compramos una casa en el centro de la ciudad (risas).

Yo iba a Yale cada seis meses regularmente, de visita. Al principio como profesor visitante y en ocasiones fui enviado por la Fundación Santa Fe a cumplir alguna tarea específica. Alguna vez fui hasta Hopkins y por supuesto a Yale, para ver todas las novedades y traerlo a la Fundación.

  • ¿En algún momento vaciló frente a la toma de alguna decisión?

No recuerdo haber tenido un conflicto para tomar decisiones. Lo que puedo decirte es que, en cada etapa de mi vida, siempre supe qué era lo que quería hacer, a qué me proponía.

Quise ser el mejor estudiante y lo fui; el mejor residente y lo fui; cuando llegué a Bogotá quise ser el mejor cirujano de Colombia y lo fui; y llegué hasta la presidencia de la Sociedad Internacional de Cirugía siendo el único latinoamericano que ha ocupado esa posición.

Ahora dedico tiempo a rescatar mis memorias en esta conversación contigo, Isabel. Por lo mismo quisiera hablarte de mis viajes y de mis aficiones; de mis intereses distintos a la actividad médica; de mis más cercanos y queridos amigos; pero también de mi mayor tesoro: mi familia.

AFICIONES 

VIAJES Y FOTOGRAFÍA

Con ocasión de la academia, conocí el mundo entero, porque cuando se tiene un cargo universitario se viaja mucho a congresos y demás, lo que invita a salir.

En esos viajes, tuve la oportunidad de compartir con Presidentes y gente notable, por ejemplo, estuve en la Casa Blanca asistiendo a banquetes y en compañía del Presidente Lleras pero también con el Presidente Betancur; en el Palacio Imperial de Tokio, en el Club de Universidades; en el Palacio Presidencial de Nueva Deli, un lugar espectacular; y en un banquete que me hicieron en la Cancillería de Francia, en el Palacio del Elíseo, que es toda una belleza y, estuve ahí, porque uno de los médicos era pediatra y hermano del Presidente de la República, entonces me hizo un banquete en la cancillería cuando yo era el presidente de la Asociación Mundial de Cirugía.

Pero también visité el Vaticano con el presidente Betancur cuando recibió el Premio Príncipe de Asturias. Entramos hasta el fondo a las habitaciones donde reside el Papa y donde hace sus audiencias. Esta es una experiencia realmente impresionante. Recuerdo que nos llevaron hasta lo más alto de una colina donde está la guardia suiza con fusiles, aunque no sé a quién se le ocurriría atacar al Vaticano, pero ahí estaban.

Luego, al medio día, nos recibieron unos señores de frac cuando este se usa de noche, se trataba de los presidentes de grandes compañías, como Nestlé y otras. Resulta que en Roma estos ejecutivos sirven durante una semana como edecanes del Papa. Fue, como te digo, una experiencia absolutamente espectacular, porque yo había visitado el Vaticano, pero nunca en condiciones similares.

La fotografía es una de mis grandes aficiones, especialmente la fotografía médica. En el Archivo de Universidad Nacional reposan unas 80 cajas con fotografías tomadas en el curso de las operaciones que realicé a lo largo de mi ejercicio profesional. Son todas diapositivas de 35 mm. Pero también, aquí en mi casa, hay muchas cajas con fotografías tomadas durante mis viajes, que fueron numerosos, y las que tomaba cuando era taurófilo pues iba al Plaza de toros con trípode y con lentes telefoto. Son, creo, centenares. Ahora soy profundamente antitaurófilo.

Para mí son muy valiosas las que tomé en Grecia, en Egipto, en el Oriente, en Italia y en Roma en especial. Muchas también tomadas en México y te cuento que luego de visitar las pirámides de Teotihuacán, en carro arrendado y emprendiendo el regreso a la Ciudad de México, me detuve para dar una última mirada y vi el arco iris sobre la Pirámide de la Luna. Tomé la foto, que quedó muy buena, tanto que se la obsequié a la oficina de turismo del Distrito Federal, y allá la usaron en algunas de los volantes de propaganda turística.

Y son muchos los recuerdos pertinentes.

La primera vez que fui a Egipto, en El Cairo me quedé en el hotel Hilton, el mejor de la época. Me dieron una habitación con un balcón sobre el Nilo, y en la mañana, para mi sorpresa, yo podía ver las pirámides desde allí. Fueron muchas las fotos que tomé en Egipto.

Recuerdo como algo cómico cuando en un Congreso Mundial de Educación Médica en Nueva Deli, del cual fui uno de los organizadores, el presidente de la India ofreció una recepción en la mañana en el imponente palacio, que está ubicado sobre una colina en la parte moderna de la ciudad. Cuando llegaba, ví que los fotógrafos entraban en manada con sus cámaras al hombro. Rápidamente regresé al bus que nos había transportado desde el fastuoso hotel, que fue el palacio de un maharajá, saqué mi cámara y ¡entré con el grupo de fotógrafos!

El espectáculo era como de ensueño: en un enorme espacio interior, de pasto, habían colocado grandes carpas con mesas plenas de toda clase de viandas, y alrededor la guardia militar con uniformes de gala, todos diferentes porque correspondían a las diversas provincias de la India. Se paseaban pavos reales y otras aves de gran tamaño que yo no conocía. Al toque de trompetas apareció el presidente de la India, y con el mayor protocolo saludó de mano a cada uno de los asistentes. Fue, de verdad, una experiencia inolvidable.

En Tokio asistí al Congreso Mundial de Universidades con mi esposa Blanca. Curiosamente muchos de los delegados del mundo occidental llegaron al día siguiente a la inauguración, porque no tuvieron en cuenta que viajando hacia occidente se pierde un día por el horario. Nos quedamos en el fastuoso Ashoka Palace, con la ventana de nuestro cuarto con vista sobre los bellos jardines del Palacio Imperial.

Asistimos a una recepción ofrecida por el emperador Hiroito, donde sirvieron pasabocas, muchos de peces crudos. Blanca se llevó uno a la boca, y no lo pudo pasar, pero no tenía donde depositarlo; finalmente lo hizo en una de las plantas enanas, los famosos bonsáis. En esta ocasión como en otras, el emperador saludó de mano a cada uno de los invitados.

Por esa época se presentó una bella película cuyo protagonista era una muy noble prostituta que trabajaba en un bar. Ese bar se había convertido en un gran atractivo turístico, y allá fuimos con otras parejas a visitarlo. Tiempo después, cuando Blanca hablaba del viaje, le preguntaban sobre el famoso bar, y ella jocosamente respondía que:

   — ¡Hasta me quisieron contratar!

Inolvidable fue el viaje invitado por el presidente Belisario Betancur a acompañarlo a recibir el Premio Príncipe de Asturias en Oviedo. Su comitiva era muy pequeña, su esposa e hijas, un general, María Cristina Zuleta como directora de protocolo, Diego Pizano que era el Secretario Económico de la presidencia, y yo como médico. Viajamos primero toda la noche con destino a Roma, donde el presidente tenía una audiencia con el papa Juan Pablo II.

Llegamos al Gran Hotel a bañarnos y afeitarnos para asistir a un coctel sin alcohol, solo jugos de frutas que le ofrecían los cardenales al presidente Betancur, a las 11:00 am en el mismo Gran Hotel.

Ya refrescado después del largo viaje, tomé el ascensor para ir al salón donde tenía lugar el evento. Al salir vi en el salón a esos imponentes personajes ataviadas de rojo púrpura, y rápidamente regresé a mi habitación para rescatar mi cámara y tomé una gran foto, que luego la utilizaba en mis conferencias sobre educación médica.

En efecto, cuando hablaba sobre modificaciones al currículo de medicina, proyectaba la fotografía diciendo que es más fácil convencer a estos estos cardenales que acepten un cambio del dogma, que a los profesores de medicina que acepten un cambio curricular.

Quedé sentado diagonal a la reina y junto a María Cristina Zuleta, directora de Protocolo. Había por lo menos treinta y cinco cubiertos de cada lado, entonces le pregunté:

   — ¿Uno cómo hace para saber?

Y me dijo:

   — Mira cómo hace la reina.

De Roma volamos a Bruselas, donde el presidente tenía reunión con la Unión Europea donde tomé muy buenas fotografías de la bellísima plaza principal. Y de allí seguimos para Madrid, donde se le rindieron imponentes honores militares al presidente de Colombia, pero fue imposible dejar el registro.

El presidente Betancur, su familia y tres miembros de la comitiva, fuimos albergados en el Palacio del Pardo, que era el coto de caza de Francisco Franco. Nuevos honores al presidente me condujeron a una enorme habitación y un empleado de librea, muy elegante, abrió la maleta y puso en orden la ropa, llevando a planchar lo que juzgó necesario, especialmente el frac que debería vestir para un banquete que rendiría el rey Juan Carlos. Difícil explicar lo que significa ser albergado en un palacio real pero ahí sí tomé algunas fotografías.

De Madrid partimos rumbo a Oviedo en el avión real. La ceremonia de entrega del Premio fue sencillamente espectacular, con los presidentes de las academias y los rectores universitarios en el gran escenario, y entre ellos el príncipe Felipe, hoy rey Feipe VII, por entonces menor de quince años, y él llevó la palabra. Yo sabía que iba a hablar, pero me preocupaba que un muchacho lo pudiera hacer ante el sumun de la intelectualidad española. Los reyes ocupaban un palco. Pues bien, habló, y lo hizo admirablemente bien.

Esa noche en el banquete en Oviedo le manifesté a María Cristina Zuleta mi admiración por este niño que habló tan bien ante semejante auditorio. Ella me respondió:

   — No seas bobo, es que él lleva quinientos años de sangre Borbón en sus venas; admiración más bien por Belisario, el hombre de un hogar humilde en Amagá que está sentado con la realeza española recibiendo uno de los dos más prestigiosos premios que hay en el mundo.

Otras anécdotas de ese viaje se me vienen a la memoria y te las quiero contar.

Luego del viaje en el helicóptero real del aeropuerto de Madrid al Palacio del Pardo, y ya terminados los honores militares, la reina calurosamente tomó del brazo al presidente Betancur diciéndole:

   — Te voy a mostrar lo que hecho por este palacio. Cambié las cortinas que quedaron muy bien, ya te las muestro.

Aquí me di cuenta de la amistad de nuestro presidente con los reyes de España, para mí, admirable, pues yo nunca había visto o tratado a un rey.

También tuve la distinción de filmar dos intervenciones quirúrgicas para el muy concurrido Cine Clinic en el programa del Congreso. En efecto en el año 19 se trasladó a Bogotá el equipo de cine del College, dirigido por el legendario Ned Lewis, y me grabaron una tiroidectomía en el Hospital de la Samaritana y una Operación de Linton para una severa úlcera de la pierna consecuencia del síndrome postflebítico en la Clínica San Pedro Claver del Seguro Social, hoy Hospital Mederi.

Eran películas en filme de 16 mm que conservo, pero que ahora debo pasarlas a CD, porque de verdad son joyas de carácter histórico. Se presentaron en el Congreso del año 19. Mi ayudante en esas operaciones fue Jorge Suárez Betancourt (1939-2002), refinado cirujano entrenado en la Clínica Mayo, quien estuvo conmigo en la Samaritana por un tiempo. Con él viajamos a san Francisco para presentar las películas en el Cine Clinic.ƒƒ

BIBLIOTECA

Previo al viaje, yo le había solicitado a mi amigo, el cirujano Vicente Rojo, por muchos años profesor en la Universidad del Valle, que nos viéramos en Madrid y visitáramos las librerías de libros antiguos para comprar alguna edición de la Historia Natural de Cayo Plinio Segundo, escrita en el siglo I de nuestra era, que había sido publicada en Madrid en 1624 por su traductor, Gerónimo de Huerta, el médico de la corte de Felipe II.

Yo tenía los dos tomos (1624 y 1629) en una edición en perfecto estado, con pastas de pergamino, la joya de la corona de mi biblioteca. Pero en uno mis tantos viajes a Nueva York, donde me hospedaba en el Yale Club (22 pisos, tres restaurantes, una biblioteca de 60.000 volúmenes, piscina, squash, etc,) ubicado en la esquina de la calle 44 con la Avenida Madison, a unas dos cuadras de la Librería Kraus especializada en libros antiguos, ubicada en la calle 45 cerca de la Quinta Avenida, donde era cliente frecuente y donde tenían mi registro. 

Pues bien, recibí una llamada en el Club, diciendo que tenían un bellísimo ejemplar de la Historia Natural y que estaban seguros de que yo la iba a adquirir para enriquecer la ya buena colección de ediciones antiguas de Plinio que poseía.

Llegué a la Librería y me sacaron un hermoso manuscrito iluminado del siglo XIV. ¿El precio? 75.000 dólares. Saqué mi billetera y vi que no tenía esa plata, expresándoles que lo subastaran o lo ofrecieran a las bibliotecas universitarias. Les dije:

   — ¿Y no tienen más que esto?

Pues sí, fue la respuesta:

   — Tenemos el volumen I de la primera edición en español en la traducción de Gerónimo de Huerta.

Como estaba incompleto el precio era muy razonable y lo compré. Pero cómo y dónde encontrar el volumen II, me preguntaba. Y es aquí donde aparece algo increíble. Instalado en el Palacio del Pardo con el presidente, en múltiples reuniones en Madrid, llamé a Vicente Rojo, hijo del general Rojo quien estuvo a cargo de la defensa de Madrid y que fue vencido por Franco.

La familia Rojo emigró a Argentina, y luego se radicó en Bolivia, donde nació Vicente y donde contrajo matrimonio con una encantadora boliviana, antes de trasladarse a Cali donde cumplió una brillante carrera académica.

Me reuní con él cerca de las Cortes y me llevó a una pequeña “librería de viejo” atendida por un señor de edad avanzada, quien me dijo:

   — Yo sí tengo una primera edición de la Historia Natural en la traducción al español, pero solo el volumen II.

Increíble, con esto ya tenía los dos ejemplares completos. Estos últimos poseen diferentes pastas y están en muy buen estado. Ahora los tiene mi hija María Olga en su casa de Houston, y toda la colección está en la Biblioteca José Félix Patino Restrepo, unos 11.000 volúmenes, mi donación a la Universidad, ubicada en el cuarto piso de la Biblioteca Central una de las obras de mi rectoría.

Debo decirte que, según el inventario internacional, consultado por Gustavo Silva, sólo existen seis ejemplares en el mundo de la primera edición en español de la Historia Natural e Cayo Plinio Segundo.

El viaje a España ha quedado grabado indeleblemente en mi memoria, especialmente el fastuoso banquete que ofreció el rey Juan Carlos en el Palacio Real. Comprensiblemente no me fue posible tener un registro fotográfico. Asistimos de frac y con condecoraciones, en medio de un riguroso protocolo.

Volviendo a mi afición por la fotografía poseo un inventario de las cámaras, lentes y aditamentos, que te comparto, por tratarse de una colección valiosa que irá a algún museo.

Usted hizo donación de su biblioteca a la Universidad Nacional. Mucho se comentó en los medios, que la clasificaron como de gran valor. Cuénteme esa historia de usted como bibliófilo.

Isa, en primer lugar, ¿cuál es la etimología del vocablo biblioteca? Según la Real Academia Española, la palabra proviene del latín bibliothēca, y ésta del griego bibliothḗkē, y nos da dos de cinco acepciones:1. f. Institución cuya finalidad

es la adquisición, conservación, estudio y exposición de libros y documentos. 2. f. Lugar donde se tiene considerable número de libros ordenados para la lectura. Hoy reconocemos que una biblioteca no es sólo una colección de libros sino, más bien, un centro de información bibliográfica. De modo que en las bibliotecas modernas encontramos multitud de computadores con acceso a las grandes bases de datos, las cuales se adquieren, como lo hacen las universidades, mediante transacción comercial.

Las publicaciones periódicas científicas ya no se almacenan en físico, sino que están en acceso electrónico. Pero el libro impreso es inmortal, y ya hemos visto que, contrario de lo que algunos pronosticaban, año por año ascienden las ventas del libro impreso y descienden las de los libros electrónicos.

Dicho lo anterior, vuelvo a tu pregunta. Desde mi infancia tuve biblioteca, primero que todo la Colección Araluce, que eran los grandes clásicos de la literatura universal resumidos y bellamente ilustrados, y creo que alcancé a tenerla completa, algo así como setenta libros de formato pequeño. Era publicada en Buenos Aires, y es a ella que debo mi bibliofilia y mi bibliomanía.

También en esa época, que era la de la educación primaria en el Colegio Alemán (hoy Colegio Andino) tuve el Tesoro de la Juventud, también publicado en Buenos Aires, varios tomos, que la llamaban con razón “La Enciclopedia Británica para niños”.

Pero vino mi Primera Comunión, todavía en el Colegio Alemán, que se celebró en la Iglesia de la Veracruz, y me obsequiaron dos libros, los cuales realmente marcan el comienzo de mi biblioteca personal que alcanzó a tener 13.500 volúmenes. Esos dos libros fueron El Libro de las Tierras Vírgenes (hoy se titula El Libro de la Selva) de Rudyard Kipling, edición de 1930, y Vidas de Grandes Hombres. Napoleón por Juan Palau Vera, Barcelona, 1930.

Ya en la secundaria en el Gimnasio Moderno, y en la Universidad Nacional como estudiante de medicina comenzó a crecer mi colección de libros, en tal forma que cuando transferí a Yale se enviaron dos cajas con libros, pero sin incluir la Colección Araluce ni El Tesoro de la Juventud, de los cuales quedan restos en la biblioteca que mantenemos en Gotua.

Viviendo en New Haven, una pura ciudad universitaria con magníficas librerías, por más de diez años, y muy cerca de Nueva York con sus grandes librerías se me facilitó enormemente la adquisición de libros, pero no exclusivamente de medicina, y luego a mi regresó a Bogotá me convertí en cliente asiduo de las librerías, especialmente de la Librería Central de Hans y Lilly Ungar, y de la Librería Lerner, de Salomón Lerner.

La parte médica de mi biblioteca, unos tres mil y pico volúmenes fue donada a la Academia Nacional de Medicina. Aquí están incluidas las revistas médicas, debidamente empastadas, algunas datan de 1946, dos años antes de mi llegada a Yale, y el resto desde 1948, que son de valor, puesto que la digitalización de las revistas científicas impresas es mucho más reciente. El resto, sobre todos los temas, pero también con algunos textos médicos de valor especial, un poco más de 11.000 volúmenes, está en la Universidad Nacional.

Siempre alguien me pregunta: ¿Cuáles son los libros más valiosos en su colección? Y me resulta difícil la respuesta, porque sin modestia, hay verdaderos tesoros. Cabe mencionar la colección de ediciones antiguas de la Historia natural de Cayo Plinio Segundo (Plinio El Viejo), la primera enciclopedia que tuvo la humanidad, escrita en el siglo I de nuestra era y transcrita a lo largo de la Edad Media en los manuscritos bellamente iluminados hasta llegar al Renacimiento y su traducción a las lenguas vernáculas; o la primera edición de las obras completas de William Shakespeare, en una edición de lujo; o la primera edición de The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex de Darwin, reimpresión de 1909;

o la obra de Fray Bartolomé de Las Casas en dos volúmenes con el autógrafo de Francisco de Paula Santander; o el Index Librorum Prohibitorum, en una edición de ____ , el índice de los libros prohibidos por la Iglesia católica, que existió desde el concilio de Trento en 1564 en el papado de Pío IV, hasta 1948, pero que entiendo el Opus Dei todavía lo mantiene; o las primeras ediciones de las obras de García Márquez, incluyendo la primera edición colombiana de Cien Años de Soledad (la primera edición fue impresa en Buenos Aires, y no la poseo), varias con su autógrafo o dedicatoria;

o la primera edición en griego y en inglés del Copus hippocraticum publicada por la Universidad de Cambridge en 1924; o el resto de obras por Hipócrates y sobre Hipócrates, que creo es la más rica que existe en nuestro país; o la colección completa, debidamente empastada, de La Nueva Frontera, el periódico semanal que escribió Carlos Lleras Restrepo desde su salida de la Presidencia hasta su muerte, un testimonio histórico colombiano de inmenso valor; o las obras de Carlos Lleras en primeras ediciones y todas con dedicatoria; o la colección del Papel Periódico Ilustrado, tanto en su edición original como en la edición facsimilar; o ediciones antiguas de El Quijote y variaos libros de los siglos XVI y VII con pastas originales de pergamino.

En fin, Isa, te invito a ir un día a visitar la Biblioteca José Félix Patiño Restrepo ubicada en el piso 4°de la Biblioteca Central Gabriel García Márquez de la Universidad Nacional, una de las obras de plan de desarrollo de la planta física de la Universidad Nacional de la época de mi rectoría.

Son curadores de la “Biblioteca J.F. Patiño Restrepo” el filósofo Gustavo Silva Carrero, de la Facultad de Ciencias Humanas, y mi hija la arquitecta experta en patrimonio cultural, Mariana Patiño Osorio.

Pero no puedo dejar por fuera de este relato la pregunta que invariablemente se me formula: ¿Cuál es su libro preferido? Es la que hacen a las reinas de belleza, y alguien les sopla: diga que El Quijote. Pues bien, cuando me la formularon por primera vez respondí que no podía decir cuál es mi libro preferido, pero que si me daban 24 horas tal vez les podría indicar cuales son los tres libros preferidos. Hice un recorrido mental por mi biblioteca y seleccioné estos tres: la Ilíada, Cien Años de Soledad y El Nombre de la Rosa de Umberto Eco.

Todavía, como lo has visto, Isa, quedan en mi casa unos 500 libros que la Universidad Nacional no ha recogido.

Para terminar este diálogo, te confieso que ya próximo al final de mi vida, me siento muy tranquilo de ver como esa colección de libros, que yo considero una obra verdaderamente importante de mi vida, y que refleja como lo expresó Gustavo Silva, mi personalidad y mis aficiones intelectuales, está al servicio de los estudiantes e investigadores y se conserva intacta y será bien cuidada.

GADGETS

Así como me ha gustado tener mis elementos quirúrgicos personales, producto de un accidente del destino como te comenté, también me ha gustado coleccionar cosas. Esto es así porque soy una persona de apegos, siento que todo cuenta una historia, que todo trae consigo unas memorias, porque las cosas llenan la vida de arraigo y eso para mí es valioso.

Pero cuando todavía operaba, lo hice siempre con un mismo equipo de profesionales, médicos y enfermeras en los que confiaba, entonces siempre era la misma instrumentadora, la misma enfermera, el mismo anestesiólogo, especialmente para las operaciones grandes.

Resulta que una vez llegué al consultorio y vi una enfermera que no era la mía y a la que no conocía, deduje que era estudiante, entonces no presté atención y comencé a operar. Para no demorarme decidí tomar de la mesa auxiliar lo que iba necesitando, entonces estiré la mano y tomé las pinzas y, cuando menos pensé y en cuestión de segundos, recibí una palmada muy fuerte en mi mano, eso se escuchó durísimo y todos quedaron de una sola pieza. Acto seguido me dijo la instrumentadora:

   — Nadie se mete con mi mesa de trabajo. Lo que necesite me lo pide, por favor.

Terminada la cirugía, el médico anestesiólogo le dijo:

   — Pero a usted cómo se le ocurre hacer eso, acaso no sabe que el médico es el doctor Patiño, jefe de cirugía.

Llamaron a la instrumentadora para que se presentara de inmediato en la oficina y ella muy preocupada pensando que la iban a echar, dijo:

   — Lo siento mucho, yo no le pegué tan duro, sino que con los guantes y por las condiciones del espacio se escuchó durísimo.

   — No se preocupe que la estamos llamando porque el doctor Patiño quiere que, a partir de este momento, usted sea su instrumentadora.

Y trabajamos juntos por trece años.

En mis viajes, y dados los cambios de horario entre países y continentes, me era inevitable antojarme en los aeropuertos de relojes. Mi vida ha estado muy medida por el tiempo, siempre he sido muy cumplido con mis citas y aprendí de los ingleses la puntualidad. Así pues, que uno no llega a tiempo ni mucho menos tarde, sino diez minutos antes para garantizar estar y por respeto al tiempo de los demás.

Siempre que tenía programada una cirugía, por decir algo para las siete de la mañana, mi equipo y yo ya estábamos listos en hora en punto, la incisión la hacía a las 7:00 y no es que a esa hora apenas me estuviera cambiando, lavando las manos o estuviéramos arreglando los instrumentos.

De esto me quedan dos anécdotas muy simpáticas. Una tiene que ver precisamente con la puntualidad en el quirófano. Resulta que los Hakim son una familia de médicos muy reputados y prestantes. Salomón Hakim Dow, neurocirujano e investigador que se inventó la válvula que lleva su apellido y que a mí me sirvió para usarla en procedimientos distintos al corazón, fue un doctor en medicina egresado de La Nacional y con estudios en Harvard, pero no solo eso, tenía una cultura muy amplia.

Recuerdo que una vez que lo visité en su casa me sorprendió cuando se sentó a interpretar el piano. Pero cuando yo era jefe de cirugía tuve que retirarle el horario de siete en el quirófano y me reclamó. Entonces le dije:

   — Mira Salomón, resulta que tú estás alterando la agenda porque comienzas a operar muy tarde.

   — Pero si mi horario es a las siete y para comenzar a esa hora debo salir a las cinco de la mañana y esa no es hora de salir de la casa sino de llegar.

Cuando ya no ejercía como jefe, se armó tal desorden con los horarios que alguien dijo:

   — Nada como cuando estaba el doctor Patiño. Sugiero que colguemos su retrato con cara de bravo para que la gente llegue a tiempo.

AUTOS
  • Sus más amigos y colegas saben de su infinito amor por los carros.

Inevitable Isa pues, entre otras, una de mis grandes aficiones han sido los automóviles. En Yale, cuando ya me fue posible, tuve dos Mercuries de la casa Ford, porque los del college, llamados under graduates, no teníamos permitido parquear para que no invadiéramos el campus, pero los de las facultades profesionales sí.

Mi primer Mercurie debió ser de décima mano porque me costó $35 dólares, que me regaló mi mamá en una de mis visitas a Bogotá, el que pinté y se bañó de polvo; luego tuve un bellísimo Ford nuevo, coupe, también verde; otro Mercurie convertible.

Mientras estuve en Estados Unidos, asistí a las exposiciones de carros antiguos que hacían algunas de las poblaciones vecinas, pero especialmente iba a Nueva York porque en el Columbus Center se hace anualmente el show de automóviles, no solamente de los últimos modelos que son espectaculares, sino que cada carro está acompañado de una modelo lindísima, lo que daba pie a un chiste que debo reconocer resulta realmente machista:

— ¿Cuánto vale este carro?

— Tanto.

— ¿Y ese precio incluye la modelo?

  • No me divierte el chiste, pero sígame contando.

Gocé enormemente porque siempre he creído que el carro es un instrumento maravilloso, lo veo como una extensión de la capacidad de locomoción del hombre y ha cambiado por completo la vida del ser humano.

Pero, además, el señor Ford inició la industria automotriz, fue el que inventó la producción en serie, uno de los logros más importantes de la industria norteamericana. Por esa época en Europa habían resuelto producir un carro para el pueblo, el Volkswagen Beetle, el cucarrón que me fascinaba porque en las grandes ciudades como Sao Pablo lo usan como taxi quitándole el asiento del lado del conductor para que la gente pudiera acceder cómodamente a la parte de atrás y, dentro de ese tráfico tremendo de ciudades como esta, resulta muy lógico que los taxis tengan ese tamaño.

Además de las exhibiciones que procuraba no perderme, también tuve suscripción a revistas especializadas para mantenerme actualizado y aprender más del tema cada vez.

A mi regreso al país, como también te mencioné al comienzo, usé y dañé el carro de mi papá; luego como ministro compré un Renault Dauphine que usé para mis temas personales; y en la medida en que mi capacidad económica lo permitió, fui adquiriendo carros —.

Cuando me nombraron director ejecutivo de la Asociación Panamericana de Facultades de Medicina, tuve el privilegio de hacer uso del derecho de importar un carro sin impuestos, lo que beneficiaba también a los funcionarios que no fueran colombianos y que trabajaran en instituciones de asistencia técnica del país. Entonces pude comprar un Mercedes que a mi esposa le encantaba y que fue el que ella siempre manejó y que le fui actualizando cada tanto.

Blanca se fascinaba a tal grado, que Leonor Holguín, una de sus amigas, decía: “Blanca cuida tanto su carro que, cuando llega a un charco, ella se baja, lo levanta, lo cruza caminando y con él en brazos para luego volver a emprender el camino”.

Me di el gusto de disfrutar un Alfa Romeo carrocería por bertone, cubierto, de dos puertas, que se fue conociendo en Colombia porque había muy pocos. Lo parqueaba en el Hospital de la Samaritana y en Marly lo que llamaba mucho la atención; con él hice competencias en urbanizaciones ya pavimentadas e iluminadas pero sin construcciones.

Fui muy amigo en esa época de Fernando Cortés Boche, médico laboratorista clínico, él tuvo un Mercedes de puertas verticales y de Lucho Esguerra, arquitecto que también disfrutaba esta afición. Por esta época primero tuve un MG convertible pero no desarrollaba mucha velocidad entonces me pasé al Triumph convertible que sí es de competencia que me acercó mucho a Jorge Reynolds pues tenía uno igual y los mandábamos pintar y los polichábamos. Un vecino tenía uno igual y como su casa tenía garaje de rejas podía contemplarlo aunque lo cubría por la noche con una manta.

Pasados los años, por fin llegaron a Colombia los Alfa Romero y así fui a comparar uno pero de color gris pues consideré que a mi edad ya no era adecuado tener uno rojo, un carro extremadamente fino, con turbo, de seis u ocho velocidades en el que aceleré en la vía a Gotua y en repeticas ocasiones como te conté, pero se me iba a desbaratar con los huecos de Bogotá, porque esos carros no tienen suspensión como la puede tener el carro normal, sino que es dura pa que la estabilidad del carro se mantenga en las compentencias por lo que yo sentía cada hueco hasta en la cabeza. Finalmente vino un señor dueño de unos almacenes de productos médicos que me ofreció por él y me preguntó:

— ¿Cuánto vale el caro?

— No sé, usted es el hombre de negocios, yo soy un medico que no sabe de eso. Hagamos una cosa, piense usted cuál es el precio del carrro que sea bueno para los dos.

Al día siguiente me llamó y como el precio me pareció adecuado se lo vendí aunque con mucho dolor porque le tuve a ese carro un gran aprecio porque me sentía muy integrado al carro. Ese fue un episodio doloroso dentro de mi afición por los caros.

Por esa época fui por un Ford Focus que ya no lo producen, y de esto han pasado pocos años, es un intermedio entre el Fiesta y el — con una tecnología impresionante porque todo se maneja con la voz así que si yo te quiero llamar Isabel, pues te nombro y el teléfono me contesta si apareces o no en mi lista y me da opciones, también para la música, me pide y ofrece estaciones y demás. También tiene una pantalla de reversa espectacular que en la noche se ilumina mostrando, por ejemplo, el andén, la línea amarilla y la rueda, de manera que se tiene toda la referencia.

Cuando niño jugué con carritos y ya adulto comencé una colección de modelos de carros antiguos. Esta afición comenzó en mi infancia cuando mi mamá me llevaba al dentista a que me sacara una muela, pues procedían sin anesticia porque se creía que a los niños les hacía daño, entonces ella me compensaba visitando la casa alemana —, donde había otros dos modelos de carritos a los que se les podía quitar las llantas. Como vivíamos en una casa con solar, yo hacía carreteras y puentes para jugar con ellos.

INFORMÁTICA
  • A usted se lo reconoce como un pionero y un experto en informática, y quien además escribió un libro sobre estos temas.

Pionero tal vez sí. Pero aficionado, más que experto. Te contaré.

La medicina, como ya lo hemos mencionado, está inmersa en la información. Cuando las universidades adquirieron por primera vez los grandes computadores, aquellos que requerían un cuarto con temperatura controlada, y la Universidad de los Andes fue pionera, se vio que estas máquinas podrían ser los grandes servidores del conocimiento.

En la Oficina de Recursos Educacionales de Fepafem comprendimos que con el advenimiento de los primeros computadores personales de mesa la educación médica iba a dar un gran salto en cuanto al almacenamiento y disposición del conocimiento. Todavía no existían los laptops. El gobierno de Canadá nos dio un grant para introducir el computador como elemento fundamental para la educación médica, y nombró dos asesores para el desarrollo del proyecto, uno de ellos el ingeniero Eduardo Aldana, quien luego sería rector de la Universidad de los Andes.

Se inició un programa para introducir la informática en la enseñanza y la práctica de la medicina mediante un contrato con el gobierno de la ciudad de Bogotá, que proveía un computador para cada uno de los hospitales públicos de la ciudad y una serie de sesiones de instrucción, especificando que el computador tenía disposición específica para la educación y que podría ser utilizado para propósitos administrativos.

Recuerdo que adquirimos un modelo desarmable de computador que nos sirvió enormemente para enseñar qué era ese, por entonces, extraño aparato. En la mayoría de tales hospitales este era el primer computador que les llegaba. Cada computador que se entregaba en una gran sesión educativa, les introdujimos algunos textos de anatomía y otras materias. Nuestro consultor, Eduardo Aldana, con gran clarividencia, pronosticó que el futuro estaba en los computadores personales de tipo laptop, que todavía no estaban comercialmente disponibles.

Este programa fue entonces el primero en su género que tuvo Colombia, y debo decirte que fue plenamente exitoso.

Como te he relatado, por esa época yo viajaba mucho, y con gran frecuencia a Nueva York. En esa gran ciudad percibí que ya aparecían los primeros prototipos de laptops comercialmente disponibles, Fui a la sede de las Naciones Unidas para entrevistarme con el funcionario a cargo de la informática, y él me aconsejó que comprara un Toshiba que acababa de salir al mercado. No tenía disco duro y se manejaba con disquetes.

Lo traje conmigo y seguramente fue el primero en llegar a Colombia. En él escribí multitud de artículos y capítulos para libros. Por supuesto su memoria era ínfima comparado con los computadores de hoy. Estoy rescatándolo de algún cuarto de San Alejo para ubicarlo en un museo. Luego adquirimos uno más grande, ya con disco duro.

O sea, sí Isa, Fepafem fue pionera en la introducción de la informática en nuestro país, pero yo me desesperaba un poco por la escasa atención que las facultades de medicina prestaban a la informática como la nueva forma de epistemología y pedagogía. Y por parte de los médicos en ejercicio, cero interés.

Fue entonces cuando decidí escribir un libro para enseñar qué era un computador, qué era la cibernética, qué era la teoría de la información y de la comunicación, qué era la teoría Caos, qué era la ciencia de Complejidad y cómo se venía una diferente interpretación del organismo humano, que no es sino un sistema de comportamiento no lineal, es decir un sistema caótico. Pero también tenía que venir una explicación sobre la teoría caos y la ciencia de la complejidad, algo bastante desconocido por esa época.

Fue entonces cuando pasé el manuscrito a José Fernando Isaza, ingeniero summa cum laude y doctor honoris causa de la Universidad Nacional con maestría en física teórica, maestría en matemáticas de la Universidad de Estrasburgo y reconocido empresario, quien años más tarde sería rector de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. El doctor Isaza fue miembro del Consejo Superior Estudiantil durante mi rectoría de la Universidad Nacional, persona a quien he admirado mucho, y por supuesto esperaba su opinión sobre el manuscrito, y si era favorable le solicitaba escribir el Prólogo. 

José Fernando Isaza escribió el Prólogo, un excelente análisis que concluye con este párrafo premonitorio: “La mirada del doctor Patiño a las teorías del Caos y la Complejidad es la de un humanista y un médico: complementa y enriquece la que tiene un matemático y un físico. Con alta probabilidad estas diferentes disciplinas coincidirán en que el siglo XXI será el siglo de la biología dotada con las herramientas de la física y con el marco teórico de la Complejidad.”  El libro, editado por Panamericana Editorial de Bogotá (Librerías Panamericanas) en el año 2002 tuvo muy buena acogida porque trataba para el mundo médico temas que son más bien del ámbito de la física.

Son catorce capítulos en 245 páginas; el Capítulo 14 es un Glosario básico de computación e informática, algo indispensable cuando los médicos no habían entrado todavía al mundo de los computadores y la informática. Y ese fue precisamente el propósito: abrir a los médicos el panorama de esas nuevas ciencias y de esas tecnologías que habrían de cambiar radicalmente la enseñanza y el ejercicio de la medicina.

Hoy, a casi veinte años de su publicación, todavía se vende y quienes lo compran me llaman para comentarlo. Isa: ese libro fue un best seller, y es tal vez por lo cual me llamas “experto”, pero lo reitero, experto no, aficionado sí.

PUBLICACIONES

  • Usted ha publicado muchos libros y centenares de artículos y editoriales. ¿Cuántos y cuáles son?

Recientemente confeccionaron la lista en la Biblioteca Jorge E. Cavelier de la Academia Nacional de Medicina. Estos son:

Esta es la lista de los libros:

  1. Hipertensión Portal.
  2. Fisiopatología y Clínica de la Hipertensión Portal.
  3. Bocio y Cáncer de Tiroides.
  4. Metabolismo, Nutrición y Shock. Lleva cuatro ediciones.
  5. Fisiología del Respiración Gases Sanguíneos Insuficiencia Respiratoria Aguda. Lleva ocho ediciones.
  6. Infección Quirúrgica
  7. Las Bases Moleculares de la Vida y la Enfermedad.
  8. Cirugía Laparoscópica y Toracoscópica. Jorge Cervantes (México) y J.F. Patino Restrepo. McGraw Hill Interamericana.
  9. Computador, Cibernética e Información.
  10. Aspectos Médicos de la Catástrofe Volcánica de Armero. G. Fernández, J:F: Patiño y col.
  11. Salas de Cirugía. Manual de Procedimientos. J.F. Patiño Restrepo, F. Guzmán Mora, N. González, S. Baptiste de Arroyo. 1995.
  12. Ascitis. Fisiopatología y Tratamiento.
  13. Pensamiento Quirúrgico. F. Guzmán Mora, J.F. Patiño, A. Vergara, J. Ramírez.
  14. Un curriculim innovador. Solo disponible en texto electrónico en la Red, www)
  15. María Callas. La Divina, prima donna assoluta, la Voz de Oro del Siglo. Lleva cuatro ediciones.
  16. Lecciones de Cirugía. Editorial Médica Panamericana (Bueno Aires, Bogotá).
  17. Humanismo, Medicina y Ciencia.
  18. Pensar la Medicina.

Además, he publicado un buen número de monografías, muchas como Guías de Práctica Clínica, entre ellas las que produjimos con Guillermo Ramírez para el Instituto Nacional de Cancerología en forma de dos volúmenes empastados.

En cuanto a artículos, capítulos de libros, editoriales y algunos artículos periodísticos, Matha Mendoza Fernández, la asistente de la presidencia de la Academia de Medicina, quien hizo la catalogación de mi biblioteca, se ha tomado el trabajo de reunir en más de doce volúmenes las “Obras Completas” de Patiño Restrepo, y me informa que son más de seiscientos.

  • ¿Cuál ha sido su principal casa editorial?

Para los que considero mis tres principales textos médicos, Metabolismo, Gases Sanguíneos y Lecciones de Cirugía, la Editorial Médica Panamericana de Buenos Aires, y para los textos que pudiéramos llamar de humanismo, María Callas, Humanismo, Medicina y Ciencia y Pensar la Medicina, la editorial de la Universidad Nacional de Colombia.

Se ha dicho que usted es uno de los autores médicos más prolíficos que ha tenido Colombia. Ya con esta producción se justifica tal aseveración. ¿Está escribiendo otro libro, ahora que está retirado?

Ahora tengo más tiempo para ello. Sí, estoy escribiendo sobre la vida y la obra de Hipócrates de Cos, “el padre de la medicina”. Pero se me dificulta porque mi

biblioteca ya no está aquí en mi casa, sino en la Universidad Nacional. Espero recuperarme un poco para ir a trabajar allá, donde está una buena colección de los textos hipocráticos y varios libros bien importantes sobre tales textos y sobre su autor.

También, como autor y editor principal, las Guías para Manejo de Urgencias que produjimos desde la Oficina de Recursos Educacionales de Fepafem para el Ministerio de Salud. Fueron tres ediciones.

En cuanto a artículos, capítulos de libros, editoriales y algunos artículos periodísticos, Matha Mendoza Fernández, la asistente de la presidencia de la Academia de Medicina, quien hizo la catalogación de mi biblioteca, se ha tomado el trabajo de reunir en más de doce volúmenes las “Obras Completas” de Patiño Restrepo, y me informa que son más de seiscientos.

TESTIMONIOS
MARIANA

Dice mi papá que, llegado el momento de mi nacimiento en New Haven, Connecticut, después de tres días de trabajo de parto de mi mama, todo el Hospital estuvo pendiente del acontecimiento, y cuando nací, por los altoparlantes anunciaron: ¡It´s a girl, it´s a girl! Mi papá pasó al pabellón donde estaban los recién nacidos y me buscó a través de la ventana de vidrio; cuenta que en medio de tantos bebés rubios me identificó porque era la única con pelo negro.

Mis papás vivían en la Universidad de Yale en una casa cercana del Hospital, que tenía dos pisos y una mansarda. Resulta que en la mansarda no había calefacción, por lo que mi papá tuvo que comprar un calentador para las épocas de invierno, que conservó hasta hace pocos años y que siempre le recordó ese momento de la vida.

Por esa época llegaron a New Haven dos personas claves: Lucía Martínez, la viuda de un abogado notable en Colombia, quien los ayudó en mi cuidado, pues mi papá estaba haciendo su residencia y mi mamá estudiaba laboratorio clínico. Y Víctor Rodríguez, obstetra-ginecólogo, quien fue a hacer un año de rotación en Yale; se hizo muy amigo de todos y me subía en sus hombros mientras acompañaba a mi mamá a hacer sus vueltas en la ciudad.

Narra también mi papá que en un viaje a la Florida pasaron donde una tía abuela que vivía en Atlanta, Georgia, y cuando me preguntaron cómo me llamaba, respondí con lo que se convertiría en mi apodo: “manana caja”.

Para mi papá es inevitable recordar sus emociones cuando escuchaba mis zapaticos sonar contra el piso, y el sentido de responsabilidad que se despertó en él que lo hacía pensar: “algún día voy a terminar mi residencia, regresaremos a Bogotá donde ella se va a formar”.

Fui, como lo han sido mis hermanas, motivo de enorme felicidad en la vida de mis papás. Una y otra vez él recuerda cómo me llevaba de la “manito” caminando por la Clínica de Marly, orgulloso de su hija, presentándome a médicos y enfermeras.

Como también recuerda jocosamente que en uno de sus viajes compró un payaso, que nombramos Críspulo. Era un muñeco muy grande, más alto que yo, calvo, de pantalones a rayas, con una nariz roja y una gran sonrisa en la cara que dejaba al descubierto unos dientes enormes. Él lo trasteó consigo en la cabina del avión en un viaje en que tuvo que recorrer varias ciudades, siempre pensando en cómo sería mi felicidad al recibirlo como regalo. Pero cuando me lo mostró yo salí corriendo y llorando. Tremendamente decepcionado, él me preguntó por qué no me gustaba Críspulo, y mi respuesta fue: “no porque me “meye” (muerde).

Las primeras dos décadas de mi vida fueron más cercanas a mi mamá por los continuos viajes y responsabilidades profesionales de mi papá. Alguna vez me llamó desde alguno de sus destinos para felicitarme por mi cumpleaños, y aún recuerdo que no pude hablarle de la emoción que me produjo llanto.

Conservo magníficos recuerdos de la finca Gotua de mis abuelos en Boyacá, con quienes me quedaba un tiempo largo, normalmente en vacaciones, disfrutando de la vida rural. Nos íbamos con mi papá en el carro descapotable de marca Triumph y alguna vez nos tocó la carretera en construcción y, cuenta mi papá, que en uno de los tantos viajes el carro se varó en medio de un barrial impresionante, lo que lo alcanzó a asustar por tener a su pequeña hija a su lado en tal circunstancia. Pero consiguió un mecánico local que con el ingenio boyacense logró que reanudáramos el viaje.

Para mí era una delicia estar en Gotua, pese a que el viaje en esa época podía tomar cuatro horas. De chiquita viví la restauración de la casa de campo, dirigida por mi abuela y por un maestro local que a cambio de metro tenía una cabuya con nudos consecutivos con los que se medían los espacios; preguntado por qué no usaba el metro, respondió: señora Anita, es que yo no le tengo confianza al metro.

Caminábamos los potreros y dormíamos en Rafajulia una casa vecina que nos prestaron durante la obra y fue en esa época cuando nació mi gusto por la arquitectura tradicional colombiana.

Mi abuela, Mamá Anita, se encargaba de las labores de la casa, tejía y armaba grandes rompecabezas. Mi abuelo, papá Luis, después de las labores del campo, en la tarde escuchaba las noticias y ópera en un radio Zenith, y leía la prensa traída de Sogamoso y sus libros en griego y en latín.

Fueron ellos quienes sembraron en mi papá esa semilla de humanismo y gusto por lo cultural, lo que despiertan en él la consciencia del valor social y de la buena educación: haciendo un esfuerzo económico inmenso le permitió estudiar en la Universidad de Yale. Mi papá recibió toda la atención, y respondió con un grado de compromiso enorme, Además, por el simple hecho de ser hijo de papá Luis, un científico, humanista y gran persona, muy formador, independiente y claro. Puedo decir que mi papá es un digno hijo de sus padres.

La biblioteca de la casa fue un lugar mágico al que llegábamos con claras instrucciones para encontrar el libro que mi papá requería cuando estaba fuera. Este fue otro motivo muy importante de formación en mi vida; gozo con los libros, los archivos, disfruto el mundo bibliográfico.

Disfrutábamos hacer las tareas en las que ayudaba mi papá, acompañados por la enciclopedia, pero no solo una, sino la Colliers, la Británica, el Mundo de los Niños, el Tesoro de la Juventud, Salvat, etc., lo que hacía absolutamente imposible vararse por una tarea, lo cual nos brindó una formación académica muy sólida.

Estudié primaria y bachillerato con las hermanas Benedictinas, monjas canadienses. Sister Anella, la directora del colegio era una mujer muy estricta y con ella aprendimos que la autoridad en la casa eran los papás y en el colegio las monjas. Alguna vez todo el curso se rajó en un examen y llegar con rojo en las calificaciones era todo un tema, porque tanto mi mamá como mi papá debían revisarlas mensualmente y firmar; en esa ocasión mi papá preguntó: “¿Estas notas qué son?”

Cuando le dije que todo el curso había perdido, se fue donde Sister Anella y le dijo: “Si todas sus alumnas se rajaron, hay un problema”. Nos hicieron repetir el examen y por fortuna aprobé el examen. Fue una formación seria, muy centrada en la responsabilidad.

Alguna vez para atender una tarea de historia fuimos con mi papá al Museo Nacional con una libretica en la que dibujamos lo que contenían las vitrinas y tomábamos apuntes de manera meticulosa y casi científica; es más, aún la conservo por la calidad de los apuntes y los dibujos con que se ilustró la visita. Esa habilidad de dibujante la perfeccionó mi papá desde su carrera como estudiante de medicina con los apuntes de anatomía y realizando retratos de mi mamá, una mujer muy bonita que él admiraba. Aún conservamos un par de esos retratos.

En nuestra casa nunca fuimos empresarios, nuestra línea es la científica. Mi mamá tuvo su laboratorio clínico, así también nos enseñó que la mujer puede y debe trabajar y producir; madrugaba desde las seis de la mañana, lista para irse, y a mí me encantaba acompañarla. Y es que en la casa hubo cosas sistemáticas, así como salía mi mamá, salía mi papá, y nosotras al colegio. Todos teníamos horarios, algo qué hacer, de manera entusiasta, con energía y positivismo. Era la dinámica familiar. Si sentíamos malestar, nos daban un Dólex y para el colegio, nadie se quedaba en la casa.

Mi mamá fue muy dedicada a mi papá, lo consintió y de qué manera, porque lo idolatró hasta el último día. Tanto que para ella era sagrado plancharle sus camisas, no permitía que nadie más lo hiciera y se sentaba en su sofá a hacer la tarea; yo llegaba del colegio y me sentaba al lado; así fue como también aprendí a planchar perfecto. Esa fue una de sus maneras de expresar su infinito afecto por mi papá.

Otra, fue el manejo social con que le dio todo el soporte que requerían sus actividades como rector, ministro y demás direcciones que ostentó; aún recuerdo el comedor con la mesa puesta, las comidas y los personajes que se atendieron en la casa de la calle 85 abajo de la carrera 11, una casa de la época de la modernidad, con altos ventanales sobre un gran jardín interior.

En esa casa vivimos la mayor parte de la vida; ahí tuvo mi papá sus perros de cacería, alcanzamos a tener seis perros al tiempo, en unas perreras que después del colegio teníamos que llegar a ayudar a cuidar, como también a entrenar los perros con unas almohadillas llenas de plumas para enseñarlos a cazar en los arrozales del Tolima, actividad que se desarrollaba los fines de semana, y que nos encantaba porque eso significaba ir al club El Puente en Girardot, mientras mi papá iba de cacería. Y lo mejor, cuando regresaba con la presa, mi mamá hacía las mejores pechugas de paloma, famosas en sus comidas de gala.

Son tantos los recuerdos de mi mamá y mi papá en su época de juventud. Ambos llenos de energía, con el futuro por delante; ambos tan diferentes, pero supieron complementarse. Mi mamá murió en 1994.

En los años siguientes aprendí a conocer a mi papá en una faceta distinta: sentarme a tener conversaciones largas con él. Viajamos juntos a la Universidad de Yale donde cursé un semestre de verano en la época de la Universidad Javeriana, y luego, los itinerarios juntos en Boyacá visitando pueblos, y los inolvidables viajes operáticos a Nueva York, con mis dos hermanas.

Fuimos muy felices los cuatro en esos viajes magníficos que se hicieron anualmente durante diez años, por supuesto con algunas escapadas de fin de semana a Nueva York de mi papá con alguna de nosotras. Ahora la vida es más pausada, disfrutamos los almuerzos de domingo en mi casa de Chía, en la de María Isabel, o en su casa del barrio Santana, cercana a la Fundación Santa Fe, su segundo hogar.

Mi papá disfruta mi profesión y mis logros, los cuales, sin duda, son el resultado de la formación que ambos me dieron. Hoy seguimos compartiendo textos académicos, en los cuales me ayuda con su excelente capacidad de editor, tanto en ingles como en español.

Los años pasan pronto y saber cómo aprovechar cada minuto es una forma de vida que se inculca. ¡Afortunados quienes aprendimos de Luis Patiño y Ana Restrepo, abuelos ejemplares! 

Mi papá, hijo receptivo, dedicó toda su vida a proyectos titánicos, de servicio publico, que requirieron de una gran dosis de emprendimiento. Su proyecto de vida, al que por más tiempo ha estado vinculado, es el de la Fundacion Santa Fe de Bogotá, que comienza en la década de los años 70 como un gran sueño y hoy, décadas después, es una rotunda realidad, modelo ejemplar y detonador de otros en el campo medico.

Repasar estos más de 90 años de excelencia profesional, generan satisfacción personal y a la vez se constituyen en ejemplo a seguir; nosotras, sus hijas, reconocemos al gran ejecutor, a la persona responsable y dedicada, al hombre que construyó peldaños en la formación del país. Ávido de conocimiento, se convierte desde joven en gran lector, pasión que lo lleva a conformar una gran biblioteca que en el transcurrir del tiempo lo convierte en un intelectual cultivado, del que sus alumnos son los mayores beneficiados.

La opera, gusto trasmitido por su papá, se convierte en una de sus líneas temáticas y con el tiempo, en el vinculo con sus hijas, ya mayores, con quienes disfrutó de sesiones operáticas en Nueva York, y ahora en Bogotá. Sin duda serán por siempre momentos inolvidables que fortalecieron en nosotras a la figura paterna, que siempre había estado dedicada a su tarea misional, la de sus proyectos.

Blanca, mi mamá, fue su más grande admiradora; lo acompañó y le dio el soporte necesario para afianzar esa confianza que lo caracterizaría a lo largo de su vida como emprendedor, como visionario, como ejecutor.

MARÍA ISABEL 

Nacimos en una familia donde había mucho trabajo, compromiso y responsabilidad.

Parte de lo que vimos cuando crecimos, fue el contraste de dos personas tremendamente diferentes. Mi papá fue una persona notablemente visible, protagonista, ex ministro, ex decano, coqueto, muy metido entre las reglas formales de una sociedad que se mueve en esa esfera, hacedor de mil cambios y transformaciones. 

Mi mamá, una mujer persistente, clara, definida en sus cosas, trabajadora con su laboratorio de bacteriología, alegre, a la que le gustaba la fiesta, la música, el licor, la gente, tremendamente irreverente, siempre la vi como una intelectual de la vida, de lo empírico, no muy lectora y casada con una persona como mi papá, lo que no le resultaba nada fácil; mi mamá vivió un choque cultural y perteneció a una familia en la que su mamá también le generaba una coyuntura difícil, pues mi abuela fue una mujer extraordinaria, muy solvente y moderna para su época.

Con estos padres tan distintos aprendí qué se lograba con un perfil y qué con el otro; supe desde temprano que el naipe es amplio y que debía saber jugar con todas las cartas. Al tiempo que podía bailar salsa, asistir a un concierto de ópera, o hacer una publicación de un libro.

Fuimos cuatro hijas mujeres, con fuertes personalidades, generadoras de mucha actividad en torno a los valores inculcados y el ejemplo recibido: Mariana, que es la mayor, fue muy cercana y consentida de mi mamá, de carácter amable, maternal, cariñosa y la más linda de todas; Lucía, era un huracán impresionante.  

Su temperamento me marcó pues siempre sentí que competía por el afecto de mi papá  y  cuando se hizo abogada, interactuaba con él en un nivel intelectual de cuestiones políticas; también la disfruté muchísimo con su carácter alegre pues le gustó siempre la fiesta. Un par de veces a la semana, estando en el colegio, Lucía se iba al Escondite del Centro, un bailadero de salsa, que me encantaba. Me llevaba con sus amigos.

Luego sigo yo, la tercera, a la que en la infancia veían bonita, simpática, fotogénica, chiquita, monita: y  supe aprovechar mis cualidades, aún hoy lo hago, de personalidad extrovertida, indisciplinada y autónoma, no me gustan los clichés, ni lo preestablecido; la menor es María Olga, inteligente, alegre exacta a mi mama en varios aspectos  y con quien tengo una gran afinidad.

Existe una distancia generacional entre las dos mayores y las dos menores, y fue así como tuve la suerte de moverme en un escenario muy interesante, con magníficas hermanas. El espectro era muy grande, así como se podía navegar en el tema más intelectual, nos sentábamos en el sofá frente a la chimenea, acompañados por lindas áreas de  ópera,  con mis papás tomando vino y desarrollando todo tipo de temas.

Pasé por cuatro colegios, aunque en lo académico siempre respondí bien.  Mi papa apoyaba las tarreas de vez en cuando pero mi mama nunca lo hizo. Ella apoyaba mucho en otros  aspectos muy importantes en la adolescencia.

Alguna vez tuve que hacer unos mapas de Colombia para una tarea de geografía, y como soy muy poco detallista en los trazos y no tengo una buena letra, mi resultado no fue el mejor, es más, diría que hice un horror de mapa. Entonces, mi papa se sentó a mi lado, sacamos el papel de abajo, pusimos el calcante encima, me ayudó a dibujar el mapa, pintamos los ríos con los colores adecuados. Cuando vi el resultado  de inmediato pensé que, aunque esa no era mi habilidad, debía aprender a hacer las cosas perfectas y no  a medias o  mal hechas. Este fue un referente importante.

Otro fue un trabajo que tuve que hacer del terremoto en Nicaragua en los años 70.  Mi papa me orientó con una metodología muy clara, primero a ubicarlo geográficamente, luego hicimos una descripción general del lugar, clasificamos fotos, analizamos el terremoto y sus consecuencias. Así me enseñó procesos lógicos, ordenados, metódicos y de manera muy apreciativa por el otro, reconociéndome las cosas buenas lo que invita a mantener el estándar, la expectativa de hacer las cosas bien. 

Luego adelantamos un trabajo juntos sobre Darwin cuando fue a las Islas Galápagos, bajamos a la biblioteca de la casa y buscamos el viaje del Beagle en el libro que correspondía. Así mi papá siempre me explicaba de manera amable, sin descalificar, sin juzgar, muy pedagógicamente.

Mi lema es la persistencia. Desde niña hasta ahora e mi madurez creo que eso es la característica que me describe.

Cuando mi papá tenía su biblioteca completa de  cerca de s trece mil quinientos volúmenes y sin catálogo, antes de donarla a la Universidad Nacional, él con memoria fotográfica, nos pedía alguno de los libros y, con instrucciones tan claras, que era imposible no dar con el que quería. Pero te confieso que mi papá nos sobre estima pues lo valioso de la biblioteca no éramos nosotras sino él, que nos tenía por prodigiosas cuando el prodigioso era él.

También, los sábados y domingos, mi papá visitaba a sus pacientes en los hospitales y con mucha frecuencia lo acompañaba para esperarlo incluso hasta dos horas dentro del carro, algo que lo hacía sentir muy cómodo y feliz.

Mi papá hacía fotografía, por lo que tenía el cuarto oscuro en la casa de la 85, entonces yo lo acompañaba pero por puro interés pues tenía un cajón con llave lleno de dulces, así pues que pasaba el tiempo que fuera con tal de meter la mano para sacarlos.

También lo acompañaba donde mamá Anita, nuestra abuela, porque camino a su casa, mi papá paraba en la tienda de Dulces Emilita, recuerdo en especial una colombina blanca con espiral rojo que sin exagerar era gigante y mi preferida; la mía me la consumía en cuestión de minutos, luego venía el proceso de convencer a María Olga para que me la vendiera o le inventaba que estaban envenenadas por lo que me revolcaba en el piso y le rogaba que la tirara a la caneca, cuando lo hacía, yo esperaba una hora después de que se durmiera para rescatarla. Y es que mi papá fue muy condescendiente, me daba gusto, me llevaba a comprarlos lo que me parecía todo un plan.

Me fui sola con él para Nueva York a mis doce años, a ver la ópera de Tosca, la ópera en tres actos de Giacomo Puccini, nos quedamos en el Club de Yale donde almorzamos una pasta deliciosa y me compró una bolsa enorme de dulces y cantidad de cosas para niñas como balacas y demás.

Me gradué del colegio en el año 80 y a mis dieciocho, con mi amiga Wendy Arenas hija del ministro de gobierno de Pastrana, Roberto Arenas Bonilla, decidimos que nos queríamos ir para Europa solas. Cada una se fue a su casa a plantear el viaje y me encontré a unos papás abiertos y muy dispuestos.  Mi papa llamó a Margarita de Aviatur quien le dijo que debía reservar los hoteles desde Colombia, lo que iba contra nuestro deseo pero aceptamos. Una vez allá vimos que muchos de los hoteles quedaban muy lejos de la zona en la que nos queríamos mover y, en últimas, a nosotras no nos importaba si eran buenos o malos.

El caso es que disfrutamos un mes como nadie, haciendo algunos cambios de itinerario, en ocasiones pagando doble hotel, perdiendo trenes, llegando donde no era, lejos de todo y sin cómo comunicarnos. Este fue un acto de independencia respaldado por un papá como lo es José Félix Patiño, que en cada una de sus acciones buscó que, nosotras sus hijas, tuviéramos aprendizajes para toda la vida. Hoy en día hice algo parecido con mis hijas cuando autoricé fueran a Ciudad del Cabo en Sudáfrica siendo muy niñas, a que atendieran un tema social que tuvo más de turístico realmente.

Resulta que cuando fui a decidir carrera, mi papá me persuadió para que estudiara medicina, pues a mí me encantaba la biología, y le dije que sí. Desde mis ocho años tuve dos cosas claras, una era que mi primera hija se iba a llamar María Luisa, lo que ocurrió, y dos, yo quería ser abogada al punto que las notas del anuario que dejaron mis compañeras de colegio coinciden en eso, además, yo no solo quería ser abogada sino presidente de  Colombia, porque siempre he sido muy líder, participaba en clase y les daba cátedra a mis amigas.

De hecho, sin esa intensión, cuando Antanas (Mockus) se lanzó a la Presidencia en el momento en que Álvaro Uribe se reeligió, yo fui su fórmula vice presidencial; lo hice con la claridad absoluta de que no teníamos ninguna posibilidad y de que era una militancia de parte mía sin ningún tipo de aspiración política. Esto para decirte que yo lo tenía claro, aunque, en el hospital llegué a pensar que sí podría ser médico.

Recuerdo que a mis tempranos veinte, salía de mi casa y mis papás ni por enterados de qué hacía o para dónde iba, a diferencia de hoy que las comunicaciones permiten estar conectados e informados. Igual yo ya trabajaba en la Flota Mercante Grancolombiana y jamás pedí permiso para llegar tarde o para salir siquiera.

Le reconozco a mi papá que ha sido de mente abierta, muy respetuoso de la mujer, a veces, debo decirlo  aún con expresiones machistas pero francas. Le he podido compartir cosas que me son muy íntimas desde la adolescencia, antes de mi matrimonio y ahora, no hay temas vedados, con mi papá puedo hablar de lo que sea sin sentir que deba ocultarle o aparentarle nada, digo lo que pienso así disintamos.

Yo estaba embarazada de mi segunda hija, se me adelantó para nacer veinte días después de la muerte de mi mamá y, cinco días más tarde, bronco aspiró y fue así como pasé de acompañar a mi mamá en la unidad de cuidados intensivos para hacerlo con mi recién nacida. Mi papá recuerda este momento en su minuto a minuto, me dijo que la llevara de inmediato a urgencias donde hizo un paro cardiorespiratorio, la entubaron y sacaron adelante. Este fue un episodio muy duro emocionalmente para mí, considerando que mis hijas se llevan año y medio.

Cuando decidí separarme, pese a estar casada con un hombre maravilloso, también conté con el respaldo de mi papá adorando a Luis Gabriel, porque hay razones para eso. Me quedé sola por nueve años que me fueron muy amables y durante ese tiempo visité con mucha frecuencia a mi papá, encendíamos la chimenea, compartíamos vinos y veíamos hasta los partidos de la Selección Colombia, lo más curioso, es que siempre la selección perdía así que le preguntaba a mi papá: “¿papi, será que sí voy?, porque cada vez que vemos un partido juntos, pierde la selección.

Conocí a mi actual pareja con quien tengo una relación estable y quien ve en mi papá a uno, pues perdió al suyo desde muy joven en la vida, se entienden en la conversación, en el gusto por la buena mesa. Con Carlos, Puche, compartimos el ritual de reunirnos los domingos. 

Mi relación con mi papa ha sido una relación muy franca, con grandes diferencias no solo ideológicas sino políticas, pues si bien su discurso de distribución del ingreso, siendo válido se distancia del mío que soy muy Mockusiana, le gustan personajes que a mí no; no soy tan diplomática como lo es él, su estilo es muy clásico, es políticamente correcto mientras yo soy irreverente, le gusta la música clásica y yo busco impregnarlo de bolero y salsa.

Compartimos también características de personalidad, quizás cosas aprendidas a través del ejemplo, soy ejecutora, disciplinada y metódica, me gusta gestionar, busco la excelencia y optimizar procesos. Aprendí que: “si algo pasa por mis manos no puede quedar mal hecho”.

En el tema de la plata tengo una herencia muy importante, tanto por el lado de papá como de mamá, pues decidí en mi vida que este no es un tema para mí porque no me es importante. He tenido la suerte de lograr con mi profesión pagar mis cuentas, pero no soy quien vive sumando ni la que busca multiplicar. Como lo fue mi mamá, mi papá es un dechado de generosidad y un modelo de desprendimiento.

La vida es cíclica y he podido verlo en mil escenarios.

PATRICIA SAVINO

Realmente mi formación se la debo al doctor Patiño. Lo conocí como el papá de Lucía, una compañera de colegio desde 1963, y recuerdo que mi casa era paso obligado para ella cuando se dirigía a la Alianza Colombo Francesa. Nos graduamos y cada cual tomó su rumbo en la vida.

A medida que estudiaba mi carrera, ser tan inquieta me permitió identificar al doctor Patiño autoridad en el tema de la nutrición parenteral en Colombia (cuando se llamaba híper alimentación parenteral), por lo que me propuse a buscarlo una vez graduada. En ese tiempo la nutrición se dedicaba a la cocina y para mí lo importante era la enfocada en temas clínicos. Cuando se acercaba la fecha de mi grado ocurrió el accidente de Lucía lo que hizo que me tomara más tiempo de lo que tenía presupuestado presentarme ante él.

Quise entrar al hospital de la Samaritana donde trabajaba el doctor Patiño y decidí que no dejaría un mensaje, sino que esperaría en su consultorio de la Marly, libro en mano hasta lograrlo. Un día el doctor Adolfo de Francisco me dijo: “Ya hablé con el doctor Patiño”. Y tuvimos ese primer encuentro donde le manifesté mi deseo de trabajar con él en la Samaritana, pero no tenía cupos, además, trabajaba muy de cerca con su nutricionista de confianza, Miriam Villareal.

Un día me dijo Eduardo De Subiría, que manejaba medicina interna en un momento de mucha importancia y prestigio del Hospital precisamente por sus médicos tan connotados, que había un puesto temporal de vacaciones para medicina interna y pese a que no estaría con el doctor Patiño en cirugía, el área que yo quería, pues sí al interior de la institución. Así trataba de escabuyirme para asistir a sus revistas, pero no era tan fácil pues su nutricionista era en extremo celosa y no quería verme cerca hasta que, por alguna razón, vacaciones o licencia, tuve la oportunidad de pasar a cirugía.

Un día Blanca me vio a contraluz y creyó que se trataba de su hija Lucía. Pero yo no quise nunca explotar eso, muy por el contrario, era algo que me hacía sentir mal pues yo quise mucho a mi amiga. Dice el doctor Patiño que la primera vez que me vio, ya siendo yo una adulta, él sintió una gran impresión porque en cierta manera su hija se le volvía aparecer a través mío.

Desde ahí empezó mi formación y también mis oportunidades. Una de mis fortalezas era que no mucha gente hablaba inglés cuando yo lo dominaba, fueron dos años de crecimiento personal y profesional, porque cuando él se fue yo también lo hice pues mi sentido para estar ahí era aprender de él, de un pionero en Colombia y Latinoamérica en el tema. Como la nutrición estaba unida a la cirugía, tuve ocasión de conocer a sus colegas más connotados a nivel mundial, así me los encontraba en los congresos internacionales y me presentaba como la nutricionista del doctor Patiño.

El doctor Patiño nos inculcó el reconocer la importancia de viajar, de participar en eventos especializados, sin su guía yo no hubiera logrado mucha de las cosas que permitieron de mi profesión algo emblemático, pues lo que él hacía a su nivel de médico yo lo replicaba en la nutrición. Iba de visita a los hospitales extranjeros para enterarme del funcionamiento y para implementarlo en el país. También me motivó a escribir y a publicar, y lo hizo con su ejemplo, además decía: “si uno no escribe no existe”.

Recuerdo que cuando lo conocí me pareció un médico muy bravo que quería las cosas impecablemente perfectas. Si bien es cierto que nosotros íbamos a mirar al paciente, también observaba el entorno, para constatar que todo estuviera funcionando como debería, generando así compromiso con la Institución. Para él siempre ha sido muy importante la presentación personal y considera que esta hace que se transmita un nivel de respeto determinado. El doctor Patiño dice que encontró en mí una compatibilidad muy alta porque respondí muy bien a su nivel de exigencia, cosa que no podía ser distinta pues tenía que aprovecharlo aprendiendo de él.

Una vez le entregué un escrito y, como era su costumbre, siempre los devolvía con correcciones, pero no fue así esa ocasión. Entonces le dije a su secretaria que se lo diera nuevamente hasta que pudiera leerlo pues no encontré anotaciones y solo en letra roja decía: ¡Excelente! Y eso no era posible. Efectivamente, no lo había leído y me dijo que en medio de tantas cosas él había confiado en el contenido, así que lo leyó y corrigió. Ese trabajo fue de mucha importancia pues me brindó la oportunidad de empezar a enseñar por todo el país nutrición con la Asociación Colombiana de Cirugía.

Aprendí siendo muy joven, no solo de nutrición parenteral, sino a dar conferencias, a fijarme en los detalles, a exponer a una altura académica diferente. Hay un escrito en Harvard de Gärtner, psicólogo, en el que dice que una de las cosas buenas en la medicina es que uno toma los modelos de los superiores y por eso se necesitan buenos líderes. Cada vez que el doctor Patiño dicta una conferencia, escribe el artículo anterior, lo consigna, lo que es supremamente difícil y fue así como sumó una serie de escritos, entre ellos, Mi manera de hacerlo. Conservo algunos pues yo los pedí siempre.

El médico me cambió la vida, empecé a trabajar en mi tema hasta volverme un ícono de la nutrición, sin él no lo hubiera logrado, tampoco sin su material informativo y sin su modelo. Por ejemplo, él vivía obsesionado con su Sociedad Colombiana de Cirugía, hoy Asociación, entonces yo decidí que quería crear la Sociedad Colombiana de Nutrición Clínica y la Revista que edité diez años, descansé un tiempo y volví por cuatro años más, pero es que el doctor Patiño también tenía la suya.

Él se iba al Congreso Americano de Cirujanos en San Francisco y New Orleans, uno al que yo siempre quise asistir, pero en esa época no me era posible. Entonces entendí que debía hacerlo, comencé con los de la Sociedad Americana de Nutrición Parenteral y cuando llegué, para mi sorpresa, la mitad de los conferencistas eran amigos del doctor Patiño por lo que yo les decía que él les mandaba saludos, de esta manera logré acercarme y estrechar vínculos.

Pero esta cercanía tiene sus pros y sus contras. Los amigos del doctor Patiño son mis amigos y sus enemigos son los míos, eso se hereda. Recuerdo que alguna vez pasé una solicitud de trabajo en algún lugar, pero nunca me llamaron después de entrevistarme, le pregunté y resultó que ahí no tenía muchos amigos que digamos. Y es que una persona tan importante despierta odios y amores.

Siempre lo seguí, siempre estuve cerca. Cuando se fue para la Fundación Santa Fe decidí que mejor esperaba a que se avanzara en la etapa de servicio de alimentos, pues así empezó y yo no quería eso sino la nutrición clínica, pero cuando quise entrar me costó mucho trabajo pues ya había nutricionistas que llevaban un tiempo, las plazas estaban copadas, pero cuando lo logré, trabajé con él ocho años.

En ese tiempo quedé embarazada de mis dos hijos, aunque con ingreso insuficiente, entonces, el doctor Patiño me invitó a que hiciéramos una empresa de nutrición a la que le dediqué en adelante todas mis tardes hasta sacarla adelante. Aún hoy está vigente. Fueron nuestros asesores Richard Kyrby, Presidente de Coca-Cola, Lorenzo García, Hernando Lobo-Guerrero dueño de Alpina y otros de esa talla. Como el doctor Patiño había visto nacer a la empresa de nutrición parenteral en los Estados Unidos, su idea fue hacer una en Colombia y dejar de importarlos ahorrándonos dinero y difucultades, porque en esto él también fue pionero.

Cuando el doctor Patiño, después de un dedicado estudio, concluyó que la manera de atender a los pacientes no debía ser con una dieta hípercalórica sino hipocalórica invitó al doctor Villazón de México, a un congreso en el Hotel Tequendama y, al terminar, me pidió que lo llevara al Aeropuerto. El señor se estresó porque conduciría una mujer, pero ya en el camino me puso tema y fue precisamente el del descubrimiento del doctor Patiño. Como Villazón era su amigo, hablé sin restricciones.

Resulta que meses más tarde este médico publicó en una revista local sobre esto, lo que considero una absoluta deslealtad, pero el doctor Patiño luego lo publicó en la revista internacional de cirugía, de la cual era coeditor y, como merece, es a él a quien se le debe todo el reconocimiento. El mundo entero adoptó este sistema que es el que actualmente se usa y su artículo es el de mayor referencia y más consultado.

Por un tiempo muy breve me distancié, viajé con mi esposo para vivir en otros países, pero al regreso nos reencontramos. Cuando le informé que regresaba al país, me impuso como condición presentar un trabajo que me permitiera integrar la Academia Nacional de Medicina lo que me llamó muchísimo la atención pues yo no soy médico sino nutricionista, me insistió y me apoyó hasta lograrlo. Estaba en trámite mi ingreso cuando el doctor Efraím Otero me solicitó le colaborara con un trabajo sobre obesidad y, cuando lo terminé, me envió en representación de la Academia, ese fue mi debut.

Un día visité un hospital en el Bronx, el doctor Patiño arregló todo para que me instalara en el Club de Yale y me hizo un encargo que me pareció algo extraño, pero lo atendí. A pocas cuadras del Club debía reclamar un vestido, no pensé que pudieran entregármelo, igual fui, me atendieron muy bien y dijeron que pasara por él al día siguiente. Por mi edad y mi carácter, tuve que aprender que a no todas partes podía ir en jeans lo que llamó la atención en el club, por fortuna el doctor Patiño me consiguió tarifa especial.

Hemos sido coautores en varios trabajos y me acompañó en la construcción del libro Nutrición en Patologías Crónicas en el que me hace el Prólogo, saldrá este año al mercado. El doctor Patiño es una persona elegante pero sobria, algo que se aprende por ósmosis, es el del gusto medido. El regalo más importante que me ha hecho en la vida, ha sido el ejemplo incluso para mis hijos, nos abrió la mente y las puertas a un mundo que es globalizado, por lo mismo, escogieron estudiar en universidades internacionales.

MARTINIANO JAIME

La primera vez que oí hablar de José Félix Patiño fue por su monografía cuando trabajaba en el Hospital La Samaritana, en una época emocionalmente muy difícil para él pues acababa de morir Lucía, siendo yo estudiante residente del Hospital San Vicente de Paúl donde se practicaba más el arte que la ciencia. Y gracias a él descubrí el mundo científico y académico de la cirugía.

Éramos unos grandes cirujanos que operábamos exquisitamente bien, con destreza, con mucho conocimiento anatómico, pero por primera vez en mi carrera, hice una reflexión para entender que ese arte tenía un concepto diferente. 

José Félix, para mí, sin conocerlo aún, se convirtió en el decano de la ciencia de la medicina y de la cirugía en Colombia y la historia me refrendará, sin duda.

Cuando terminé cirugía, con José Félix reconocí la importancia no solo del hacer sino también del saber. Es así como impactó mi vida, la de un cirujano exitoso, en épocas muy tormentosas y violentas, tanto que me considero un cirujano de guerra. Posteriormente comencé a hacer parte de la Asociación Colombiana de Cirugía y es ahí donde lo conocí personalmente, cuando nos encontramos en la junta directiva.

Otro aspecto muy importante, fueron los cargos administrativos y políticos que desempeñó y que orientaron a la comunidad médica. Luego yo llegué a la Universidad de Antioquia como vice rector y, para ese tiempo, ya éramos mucho más cercanos. Lo invité a dictar una cátedra abierta en la que habla sobre la teoría del caos, tema desconocido en ese momento y que le valió un Honoris Causa.

Lo más curioso de esa cátedra es que todos éramos médicos a excepción del público, como conferencista desarrolló un tema que pertenece al ámbito de la física y lo hizo con tal propiedad que el auditorio Camilo Torres, con capacidad para casi dos mil personas, se llenó y al final le plantearon preguntas muy interesantes que resolvió con solvencia.

Cuando se da el cambio de la Ley 100, el adalid, el hombre que predicaba y seguía predicando, escribiendo de forma incansable en contra de ella, fue José Félix. Sin ser un hombre repetible sus ideas sí lo son. Esta es una de sus grandezas por lo que para muchas generaciones médicas fue nuestro apóstol, nuestro profeta y que sigue vigente.

Vivimos una solidaridad de primates y uno de los valores que más aprecio es ese.

EUGENIO MATEHASSEBICK

Admiré al doctor Patiño mucho antes de conocerlo. Coincidimos en la Revista Tibón América cuando le encomendaron la responsabilidad de dirigirla pues no contaba con ningún prestigio ni interés, pero él, como todo lo que asume, la hizo muy importante y yo le recibí.

Soy médico especialista en medicina interna, trabajo en la Fundación Santa Fe de Bogotá hace treinta años. Me formé en el Hospital Universitario San Juan de Dios cuando no existía la Fundación y cuando el doctor Patiño trabajaba en La Samaritana. Recuerdo que las revistas (ronda al servicio) eran famosas y todos los estudiantes, residentes y médicos, querían asistir pues se aprendía muchísimo con él.

En esa época estaba de director de Tribuna Médica un hijo del doctor Didoménico, que había sido su fundador, pero esta había ido cayendo en desgracia y disminuido su calidad científica, hasta volverse una de trhuogh away, la que ni se desempaña para botarla. Cuando estaba terminando mi residencia, trabajé por las noches en la Librería Lerner en revisión de libros y fue cuando me encontré con el doctor Patiño y, como necesitó un colaborador, me asignaron a mí.

Son muchas las cosas que le debo, pero me quiero enfocar específicamente en su humanismo que va más allá del humanitarismo, en su calidad científica y humanista que no tienen parangón. Con él he aprendido desde Homero hasta María Callas y he querido hacer pinitos siguiendo su ejemplo, con la idea de que uno tiene que ser un buen divulgador de ideas esenciales a la medicina, desde la ética y el servicio a los demás, a través de un proceso que implica lecturas continuas, resúmenes perfectos de los mejores libros. 

Cuando empecé a estudiar filosofía, lo hice atraído por un artículo que él había escrito y publicado precisamente en la revista, “La ética quirúrgica a la luz de la ética Nico maquea de Aristóteles”.

Al doctor Patiño le debo lo indecible y le doy las gracias por todo lo que me enseñó.

RICARDO MANUEL NASSAR BECHARA

Soy cirujano, en gran parte, gracias al doctor Patiño. Cuando uno estudia medicina, empieza a conocer personas que le marcan la vida y, el doctor Patiño después de mi padre, lo hizo con sus enseñanzas y con su forma de ser. Esto es algo que considero un regalo de vida.

Yo había oído hablar de él muchas veces, con su relación con el Presidente Lleras generó un vínculo a través de mi tío Miguel Fadul, además, mi papá era un llerista a muerte. Hubo temas en la familia que el doctor Patiño atendía cuando yo cursaba el colegio, por lo que siempre se referían a él como ese gran cirujano que venía de Estados Unidos.

La vida siguió y las coincidencias me hicieron llegar a la Samaritana donde tuvo una gran experiencia profesional y académica. Ahí comencé a seguirle los pasos a quien he considerado todo un personaje de semejante talante y busqué siempre acercarme a su nivel. Nuestras revistas con Álvaro Valencia, muy allegado a él, hacían que su figura viniera a ser muy fuerte.

Durante la residencia nosotros rotamos en la Fundación Santa Fe y lo que más esperábamos en la Unidad de Cuidados Intensivos era cuando pasaba revista por la confianza con la que uno le explicaba la situación del paciente, eso era ya algo memorable, todo un reto y de las cosas que forma al médico. No es sencillo debatir a un gran líder como Patiño, hace que uno tenga que elevar su nivel.

Recuerdo perfectamente casos importantísimos que atendimos y que siempre lo dejaba a uno admirado con su raciocinio médico, como si hablara de una manera natural cosas que uno no encontraba en los libros y todo muy importante. Siempre lo he visto como una enseñanza caminante.

Llegué en el 97 como cirujano junior a la Fundación, ya mucho más ligado a su pensamiento, sino que comencé a caminar el camino que él había marcado en toda la Institución.

REFLEXIONES 

Una parte por supuesto muy importante de mi vida, fue la facultad de medicina en la Universidad de Yale. Hay algunas cosas que he expresado en el Consejo Superior de la Universidad Nacional y que son muy dicientes y explican porqué el atraso de la Universidad Latinoamericana frente a las otras universidades.

Cuando se fundaron las tres primeras universidades en Estados Unidos, Harvard (1636), William and Mary y Yale (1701), había 14 en América Latina funcionando, entonces uno no entiende porqué solamente, de vez en cuando, aparece la UNAM o la de San Pablo o la de Buenos Aires entre las primeras cien, pero entran y luego desaparecen, mientras que las de Estados Unidos están entre las primeras diez o veinte mejores del mundo.

Si uno analiza se da cuenta de cuál fue la razón. En 1804, cuando Napoleón se coronó Emperador del Imperio, y digo se coronó porque el Papa tenía la corona en sus manos y Napoleón se la rapó y él mismo se la colocó, y dijo: “El imperio requiere profesionales que produzcan económicamente”. Y la filosofía, la historia y las artes no producen, entonces se salen de las universidades y se van para las academias, como ocurre con la investigación que también salen de las universidades para crear unos institutos de investigación.

Se creó lo que se llamó la universidad ‘profesionalizante’ o ‘profesionalista’ en la que el estudiante, al salir de la secundaria, entra directamente a la carrera, entonces la universidad lo que está formando son tecnócratas en las diferentes carreras pero no está formando ciudadanos, no está formando gente con cultura general, que es la función que le obliga. Así fue hasta Napoleón.

Pero en 1808, Guillermo Vont Humboldt, el hermano mayor de Alejandro, dijo que ese no era el papel de la Universidad, sino el de formar ciudadanos, personas cultas, que tengan una conciencia de cuáles son sus derechos pero también cuáles sus deberes con la sociedad y que tengan una concepción ética de su existencia, que sean dueños de una cultura general para que luego, a los 21 años en promedio, sí empiecen una carrera profesional, entonces fundó la Universidad de Berlín que hoy se llama Universidad Humboldt de Berlín.

Las universidades de Inglaterra, Cambridge y Oxford, copiaron ese sistema alemán, y Yale y Harvard también y crearon lo que en los Estados Unidos se llama el college, que son cuatro años de estudios generales de educación liberal, humanidades, artes y ciencias, y en vez de entrar a la carrera a los 17 años en promedio, ahora se entra a los 21 en promedio y a esa edad la persona es mucho más madura pero si además ha pasado cuatro años formándose de esta forma, es una persona de una cultura general y ya tiene una idea muy clara de cuál debe ser su plan de vida, entra a la carrera y ya no hay la deserción estudiantil que se presenta entre nosotros cuando el muchacho o la niña entra tan joven para darse cuenta en el segundo año que esa no era su carrera y se sale porque en América Latina nos fuimos y nos quedamos en el modelo Napoleónico.

Una vez uno de mis estudiantes me preguntó:

   — Profesor, dígame una cosa, ¿cuál es el secreto para que uno emprenda algo y salga adelante y lo logre? Porque he repasado su vida y veo que todos los proyectos que usted emprendió los sacó adelante.

   — Mira, es muy fácil. Se rodea de gente que crea que es mejor que uno, los nombra colaboradores, los pone a trabajar, uno no hace nada y coge el crédito (risas).

Siempre he pensado que fueron el ambiente en que crecí, por el lado paterno y materno, cada uno con sus características, la educación que tuve en el Gimnasio Moderno y luego en Yale, y tercero, que siempre nombré mis colaboradores gente muy buena y pudimos hacer equipo.

A mí me gustaba estudiar y me parecía un poco raro que no me gustara tanto lo que mis compañeros no querían hacer, como irse a Girardot a emborracharse un fin de semana acompañados por niñas estupendas. A mí no me llamaba la atención el plan, me quedaba a estudiar y lo hacía con gusto, porque es lo que ha sido el estudio para mí, un gusto. Yo ya no ejerzo la profesión y sin embargo sigo leyendo.

Crecí en un ambiente de una mamá muy católica y rezandera, que nos llevaba de niños a la misa todos los domingos, pero mi papá no nos acompañaba. Me di cuenta muy pronto que no me resultaba fácil aceptar que hubiera un Dios como lo pinta Miguel Ángel, de barba blanca, viendo si uno va o no va a misa, pero que lo que dicen que dijo Jesucristo es válido, el amor al prójimo y demás, entonces, desde ese punto de vista supe que más que católico yo era cristiano. No creo en las manifestaciones externas como ir a misa o confesarme.

Alguna vez mis hermanas le preguntaron a mi papá:

   — Papi, ¿por qué es que tú no vas a misa? ¿Es que no crees en el catolicismo?

   — Yo sí creo que lo que propone es válido y yo vivo mi vida de acuerdo con eso, busco el bien del prójimo, no hago mal, pero no creo en las expresiones externas como ir a misa y tampoco creo que haya un Dios que se preocupe si voy o no voy.

Y él fue un hombre que dedicó toda su vida a hacer el bien.

Cuando una de mis sobrinas nietas estaba haciendo la primera comunión, empezaron a comulgar y estaban ahí mis dos hermanas que me dijeron: ¿Te confesaste? / No. / Entonces no puedes comulgar. / Claro que sí puedo hacerlo. Pensé: yo no he matado a nadie, no me he robado un banco, de qué me confieso. Los pecadillos extramaritales no son tan pecados, entonces pasé y comulgué. La confesión siempre me pareció una cosa absurda. Me confesé cuando era muy joven, pero me parece tan absurdo porque el cura se solazaba porque en esa época a la novia uno no podía sino tocarle la mano, entonces le dije que me confesaba de que le había tocado un seno.

El cura me preguntó: ¿por encima de la blusa o por debajo? ¡Hágame el favor! Comprendí que su pregunta no tenía ningún sentido. Después vi en el New Yorker, la misma pregunta. Quien se confesaba le dijo que por encima y el cura le contestó: Tan bobo. Si lo hubiera hecho por debajo la penitencia es la misma. Por esa época apareció una mujer en Italia que se reveló contra eso, empezaron a grabar las confesiones y mostraron el morbo de los curas preguntando cosas que ponía en evidencia la satisfacción sexual.

Para entender la razón de la existencia uno tiene primero que comprender cómo se formó el mundo, cómo fue el proceso evolutivo y ahí cambian las preguntas. Porque cuando uno pregunta la vida para qué, quiere decir que tiene que responderle a alguien que la creó. La vida es un fenómeno natural como lo es el aire. Con el desarrollo del hombre y la aparición y desarrollo del cerebro y su capacidad, se van formando las personalidades y la manera de actuar de cada individuo, vienen las emociones y las tristezas. La pregunta es si eso es congénito o es el resultado de la influencia del ambiente, de la educación o la sumatoria de todo.

Siempre supe cómo era el camino y me daba impresión que otras personas les diera inseguridad, nunca pude entender porqué esa sensación si uno está en el campo que conoce. La única razón que encuentro es porque no se educó suficientemente, la persona que no profundizó en su campo va a tener períodos de inseguridad. Yo jamás dudé en una cirugía y las hubo muy difíciles.

Uno siempre toma las decisiones con base en su experiencia, en su conocimiento, en lo que le da la información diagnóstica, los laboratorios, las inter consultas y la evidencia externa de la literatura, pero hay momentos en que nada de eso te sirve, todavía no tienes el diagnóstico y sin embargo sabes que tienes que operar, decidir de manera intuitiva, es un riesgo muy grande. Así me tocó varias veces y afortunadamente siempre salió bien.

Eso sí, nunca me alcanzó el tiempo, siempre pensé que el día debía ser más largo, aunque me acostumbré, como estudiante de medicina, a dormir cuatro horas y así lo hice toda la vida.

Fui bastante mujeriego, aunque el término resulte un poco vulgar, en el sentido de que siempre tuve una figura femenina importante a mi lado. Hubo una persona muy especial, que fue muy cercana y que ya murió, esa persona llenaba todo y cuando ya no conté con ella entonces me acerqué a la que me gustaba por su modo de ser, la otra por bonita, la otra por inteligente, y entre cinco o seis me complementaba. Por eso en Brasil hubo un cirujano que decía en portugués: Voce el amigo de Dios.

   — ¿Cómo es posible que usted pueda tener seis novias al tiempo?

   — Porque ninguna de ellas llena todo, por lo que entre las seis forman una.

Fue muy importante para mí porque he visto a la mujer como algo prodigioso, es lo más maravilloso de la creación. Es a quien le tocó la menstruación, los cólicos, el embarazo, el parto que es lo más salvaje del mundo (soy amigo de la cesárea), la lactancia, criar a los niños y al marido, la menopausia y encima de todo tiene que ser esposa, trabajadora, madre y bella. En cambio, uno… Por lo mismo la admiro mucho. Incluso en el hospital me rodeé de mujeres muy bonitas.

Ha habido dos cosas que caracterizan mi vida. Primero, no me he interesado por conocer los comentarios de la gente con respecto a mí. Segundo, es imprescindible saber para dónde se va y tomar el camino, recorrerlo, pero saber qué es lo que se quiere hacer.

Llevo una vida muy agradable, no recuerdo nada ingrato, creía en lo que iba a hacer e hice todo lo posible para que fuera factible y que se convirtiera no en un proyecto sino en una realidad, y lo logré.

Siempre he leído mucho de otros temas y he escrito cosas que no son de medicina. Soy bastante experto en Grecia Clásica, en Roma Imperial, hice un artículo de casi treinta páginas sobre las heridas en la Ilíada. Un día la decana de Humanidades de Los Andes, Margaret Berner, me llamó y me dijo:

   — Mira, he hecho un inventario de las heridas en la Ilíada y quiero que hagamos un trabajo conjunto, que tú las analices desde el punto de vista médico.

Me pareció estupendo, me mandó el trabajo y me puse a analizarlas y publicamos en Tribuna Médica, una revista que ya no existe. Me volví un experto en la Ilíada, entonces escribí un artículo de treinta páginas y lo presenté en La Casa Silva que es dirigida por Pedro Alejo Gómez, hijo de Pedro Gómez Valderrama y él lo publicó en La Revista, un libro bellísimo. Y Ramiro Bejarano en una de sus columnas, al final en su nota lo recomienda.

Ahora estoy haciendo algo similar, unas treinta páginas sobre lo que fue Alejandría comenzando con la vida de Alejandro Magno, educado por Aristóteles, el militar más importante que ha tenido la humanidad.

Cuando se murió Pablo Neruda, sus amigos recogieron su obra en un libro que lo llamaron: Confieso que he vivido. Y mi canción de Frank Sinatra es: My Way. Puedo decir para mi vida que confieso que he vivido y a mi manera, porque todo lo he hecho a mi manera y no por lo que digan o piensen los demás, lo he hecho porque he creído que por ahí es por donde se debía hacer.

Entonces lo que te puedo decir Isabel, es que para mí la vida ha sido una serie de satisfacciones y los únicos tropiezos fueron la muerte de mi hija, la muerte de Blanca y la de mis padres, pero de resto mi vida ha sido plena, absolutamente plena. No recuerdo un día en que hubiera estado deprimido, preocupado o inseguro, siempre sentí que este era el camino y tenía seguridad de que por ahí era que había que ir.

Siempre tuve una gran seguridad en lo que emprendí y nunca estuve titubeando así tuviera que enfrentar peleas duras porque gocé mi vida tremendamente aún con todas las responsabilidades importantes, las que nunca sufrí, pues para mí era un gusto asumir los cargos y trabajar en ellos.

Considero que uno debe estar políticamente ubicado donde se haga bien a la gente por lo mismo soy liberal.

Un médico debe tener dos cualidades. La primera es que debe ser un gran comunicador porque la relación más sagrada que existe es la relación médico paciente en la cual este último literalmente deposita su vida en las manos del médico, máxima confianza, y el médico recibe semejante responsabilidad y la asume. No existe ninguna otra actividad humana donde haya una responsabilidad similar y de ahí en adelante el médico tiene que actuar con base en sus conocimientos, en la habilidad para establecer un diagnóstico y hacer un tratamiento, en la evidencia externa.

Y el médico tiene que ser un comunicador porque al paciente hay que decirle que le va a hacer una intervención quirúrgica, como es en mi caso, de alto grado de peligro y tiene que comunicarse en tal forma que el paciente no se asuste, que sienta seguridad por parte de la persona que va a ejecutar ese acto, que va a tener su vida en sus manos. Y el médico luego tiene que hablar con la familia, donde habrá quién sienta cierta reacción, el hijo que hacía veinte años no venía y llega a negarse.

La comunicación en medicina es indispensable. Además, el médico tiene que escribir, tiene que publicar, hacer presentaciones en congresos, tiene que expresarse. En Los Andes lo llaman lengua materna para decir español y todos los estudiantes tienen que tomarla en los primeros semestres.

Y la segunda es que debe ser humanitario. Para ser humanitario tiene que ser humanista, de manera que el médico fundamentalmente tiene que serlo, tiene que estar enterado de cómo nació su profesión, tiene que saber qué es la ética nicomaquea de Aristóteles, tiene que entender qué fue lo que Hipócrates hizo, tiene que ver el desarrollo de la medicina a través del tiempo y tiene qué saber qué es la medicina en el mundo de hace 2.500 años, en el de la Edad Media dominado por la Iglesia Católica, y en el mundo moderno. Entonces el médico forzosamente, para ser humanitario tiene que ser humanista.

Lo que estamos revisando en la Universidad Nacional, es mirar cuáles son las materias que tenemos que introducir en el currículo de lo que se va a llamar fundamentación de la carrera de medicina que contemplen esas habilidades de comunicación y esa cualidad de humanitarismo.

Vuelvo al término Aequanimitas, ecuanimidad con William Osler, el padre de la medicina interna y tal vez la figura médica más brillante que ha tenido el mundo moderno, hizo un discurso ante los graduandos en el Jefferson Medical College en Filadelfia y les dijo lo que te mencionaba al comienzo de los emperadores. Este es un término que el diccionario de Oxford significa una cosa y en el de la Real Academia de la Lengua otra, ambas muy parecidas, el hecho es que el médico en su vida tiene que actuar ecuánimemente con este significado.

Hoy en día y por haber introducido el concepto de negocio en la atención de salud, el médico está pensando es dónde se va a ganar más plata y dónde va a estar medio sobado, dónde tendrá menos turnos, comprar un carro y jugar golf, pero no está pensando como se hacía antes que uno debe preocuparse es de su paciente, el que está por encima de todo inclusive de sus intereses personales. También han olvidado actuar con ecuanimidad.

En esa reunión de que te hablo y que fue reciente, al terminar el decano de medicina me dijo:

   — Profesor, perdóneme que le diga porque usted es sabio, pero eso no es lo importante, lo importante es que usted tiene algo que no tienen muchos colombianos, credibilidad y basada en su experiencia propia de su vida.

Me llamó la atención que me dijera eso, pero es clara la importancia de esta cualidad que se suma a lo que te acabo de exponer.

Si tú, Isabel, usas la razón y no el mandato, si le haces ver a la gente qué es lo que se quiere hacer y porqué, la gente responde bien; se requiere un diálogo franco y abierto, y aquí vuelvo a la necesidad de la comunicación.

Siempre pensé para el día de mi muerte dos cosas: que no haya avisos funerarios, sino que la gente haga una contribución a una obra social como ocurrió con ante la muerte de Blanca, porque eso de poner páginas de avisos es lo más absurdo del mundo en especial cuando lo hacen no por dolor por el muerto sino para figurar socialmente. Lo segundo es que no quiero oficios religiosos, que sea algo muy íntimo, muy de la familia y si quieren hacer una misa en el Gimnasio Moderno será perfecto o un evento con el que me celebraron los noventa años en la Fundación Santa Fe de Bogotá.

Al final de la vida me siento muy complacido, satisfecho, contento, orgulloso de haber tenido la oportunidad de vivirla gracias a mis padres, por la educación y formación que recibí y por haber disfrutado de mi ejercicio profesional al máximo. Hoy siento la seguridad que me ha acompañado siempre, y con plenitud reviso mis logros especialmente en las dos cosas que quería, ser el mejor estudiante y graduarme como el mejor, y ganarme el premio Worden que era lo máximo que había como consta en la placa en el hall de la facultad de medicina de la Universidad donde está mi nombre.

He vivido con goce porque nunca hice nada para mí, siempre lo que hice fue para servir.

Hoy, hospitalizado y ciertamente ya al final de mi vida, miro hacia el pasado y aparece esta magnífica realidad que es el Hospital Universitario de La Fundación Santa Fe de Bogotá y pienso con certeza, que, desde el punto de vista profesional, bien vale la pena haber vivido.

Y en cuanto a mi vida, como el título del libro que editaron los amigos después de la muerte de Pablo Neruda, Confieso que he vivido, y como canta Frank Sinatra, y A mi manera.

Y cuando me preguntan, que después de tantas realizaciones, ¿cual de ellas es su legado? Mi respuesta es: mis discípulos, quienes sabrán conservar ese maravilloso vivir la medicina, que no es solo superlativa habilidad clínica, sino también observación de principios y valores, y que es vocación, dedicación y consagración.

Compártame alguna experiencia que lo hubiera conmovido muy profundamente.

Hubo un episodio muy bonito y realmente conmovedor con ocasión del primer trasplante de hígado realizado en la Fundación Santa Fe de Bogotá. Yo estaba con Gustavo Quintero a la entrada del Hospital, cuando vimos una señora completamente amarilla de apariencia muy pobre, con dos niños tomados de sus manos. Le preguntamos:

   — ¿A usted qué le pasa?

   — Doctor es que estoy muy mala del hígado y los doctores que han visto ya no saben qué hacer. Me siento muy mala.

Comprendimos que era una falla hepática avanzada y muy grave, y que único que se le podía ofrecer era trasplante de hígado. Yo había preparado todo desde antes del regreso de Gustavo Quintero del Reino Unido, y el ya en Bogotá con su típica manera de trabajar tenía todo listo para practicar el primer trasplante. Decidimos que había que hacerlo de inmediato en esta señora, y procedimos a explicarle en detalle como era el procedimiento, Al terminar nuestra explicación, uno de los niñitos me jaló la bata blanca y me dijo:

   — ¿Doctor, mi mamá se va a morir?

Esa pregunta me llegó al fondo del corazón y le respondí:

   — No, tu mamá no se va a morir, se va a mejorar.

Gustavo, con todo el equipo que él ya tenía preparado, realizó con éxito el trasplante. Pero en el postoperatorio inmediato se presentó la primera complicación, que requirió regresar al quirófano para solucionarla, y luego vinieran a segunda y una serie de complicaciones que requirieron de nuevo regresar al quirófano once veces. La dedicación y habilidad quirúrgica de Gustavo Quintero lograron solucionarlas y el trasplante se salvó y la paciente de inmediato mostró mejoría. Pero Cecilia López, amiga mía, por esa época directora del Seguro Social, se indignó y manifestó que el Seguro Social no pagaba esas operaciones porque el sistema no aguantaba el costo.

Se encontraron en la cafetería del Hospital Roberto Esguerra, el director de la Fundación, y Cecilia López, quien le reclamaba por el número de operaciones y su costo, a lo cual es respondió que, por el contrario, debía felicitar a la Fundación por el éxito con esta paciente, quien se hallaba en franca recuperación. La discusión fue dura y Cecilia salió indignada. El problema llegó al doctor Carlos Lleras Restrepo, a la sazón presidente de la Junta Directiva de la Fundación, quien tomó cartas en el asunto y proceió a citarnos a Cecilia, Roberto y a mi a su residencia, Nos preguntó:

   — Pero, ¿qué fue lo que pasó?

Roberto y yo procedimos a explicarle que después del trasplante se habían presentado inesperadas complicaciones que requirieron otras once operaciones, pero que ya todo estaba solucionado y que la paciente se hallaba en muy satisfactoria recuperación.

Cecilia, una mujer muy inteligente y de hondo sentido social y humanitario, comprendió la situación, de modo que de allí salimos abrazados y celebrando el éxito del trasplante en esa humilde mujer madre de dos pequeños hijos.

Esta fue una de las pocas, pero muy importantes intervenciones del doctor Lleras en la marcha médica de la Fundación, que dio apoyo decisivo cuando a la Fundación efectuaba el primer trasplante de hígado, y que en esta paciente en particular fue tan difícil.

Era tan pobre la paciente, que Gustavo y yo la pusimos en nómina personal, aportando para que pudiera sobrevivir con sus hijos, pues no tenía empleo. Por esa época mi hija María Olga era estudiante de medicina de la Javeriana y fue parte del equipo de tratamiento. Esta señora la adoraba.

Pasados los años, la paciente volvió a su vida normal, los hijos se casaron. Vivió veintitrés años después del trasplante, murió como abuela, con nietos que alcanzó a disfrutar. Cada vez que María Olga visitó Bogotá, ella se presentó en mi casa muy elegante, ya abuela, a visitarla. Yo presenciaba estas visitas con honda emoción.

Por casos como este, es que la cirugía no tiene parangón, no hay ninguna actividad humana que dé la satisfacción que ella permite.

PENSAMIENTOS

La educación es la clave del siglo XXI en una sociedad de ilimitada intercomunicación y de creciente complejidad global.

Al comienzo del siglo XXI la educación superior atraviesa por un profundo proceso de cambio, por razón de complejos fenómenos de carácter social y económico.

En el mundo de hoy, la ética corporativa, la de los negocios, y la ética de la medicina y de la ciencia difícilmente son compatibles.

Los principios de la economía neoliberal no deben convertir la educación superior en un bien de mercado, como ha ocurrido con la atención de la salud.

El libertinaje desatado por la mala implementación de la Ley 30 de 1992 ha resultado en la proliferación sin límite de universidades “de garaje”, algunas fundadas con claro ánimo de lucro, como negocio, cuya calidad académica es muy baja.

Se debe establecer una distinción muy clara entre educación y capacitación.

La educación sólo es posible, como proceso formativo intelectual y de la personalidad, en un ambiente de erudición, de investigación y de creación del conocimiento.

Por medio de la educación se forman personas cultivadas, ciudadanos integrales. La capacitación aporta habilidades y conocimientos para el desempeño de tareas y oficios específicos.

Es necesario establecer la diferencia entre la creación de conocimiento derivada de la investigación fundamental, y la transmisión de conocimiento por medio de las tecnologías de la información y la comunicación.

El computador y las tecnologías de la información son los instrumentos modernos para el manejo del conocimiento. Su popularización está creando una verdadera “tercera cultura”.

El surgimiento de la “tercera cultura”, entendida como la libre adquisición de conocimientos por la población general, es el resultado de la revolución y el avance de las tecnologías de la comunicación y la información.

La educación no es simplemente cumplir el derrotero que define el curriculum para optar a un título, es formación mediante vivencia física e intelectual en un centro de erudición.

Hay que impedir la profanación de la universidad como vivencia en un medio de erudición, de cultura y de creación de conocimiento, al pretender reemplazarla por programas de educación virtual a distancia que frecuentemente se emprenden con ánimo comercial y de lucro, y no como una verdadera extensión académica.

El hombre integral no puede ser educado, en el sentido de formación, por medio de programas a distancia. En cambio, el hombre sí puede ser informado y capacitado a distancia.

El estudiante de hoy prefiere las materias de aplicación práctica y los métodos de aprendizaje activo, en contraste con el profesorado tradicional, que quiere enseñar materias teóricas y abstractas mediante el método pasivo de aprendizaje.

La sociedad del conocimiento ya es una realidad gracias a la revolución en la tecnología de las comunicaciones y de la información.

Las grandes universidades de investigación han avanzado el concepto de universidad regional o nacional al de universalización de la universidad, al de universidad del mundo.

La autonomía, o libertad académica, surge de la división entre el dogmatismo y rigidez del pensamiento impuestos por acción gubernamental, política o religiosa, y la inquietud e independencia intelectuales de los docentes, investigadores y estudiantes.

La educación, independiente y de calidad, es la clave para el nuevo milenio.

La informática es la nueva forma de manejo del conocimiento, y por ello la hemos planteado en términos de la metafísica de la informática.

Las fuerzas, las estructuras y las ubicaciones del mercado en la sociedad globalizada crean nuevas perspectivas para la docencia y la investigación, y las universidades deben responder con soluciones imaginativas.

Factores externos de carácter político y económico en una sociedad crecientemente internacionalizada son causa de los principales cambios que suceden en el medio universitario, factores sobre los cuales éste ejerce poco o ningún control.

Las relaciones entre las universidades y el mundo corporativo, el “complejo académico-industrial”, potencialmente fructíferas, pueden llevar a la perversión de la misión de la universidad y a limitar su libertad académica.

Los principios de los negocios y del libre comercio pueden llevar a la transformación de la educación superior en una industria y a la educación en un bien de mercado.

La educación superior de por sí tiende a masificarse y diversificarse, pero en aras a preservar calidad no debe ceder a la presión política que la mueve en tal sentido.

Para el debido cumplimiento de su responsabilidad social, de su misión trascendental, la educación superior debe ser de amplio acceso y de alta calidad.

La medicina es al mismo tiempo ciencia y profesión. Como ciencia, es una actividad intelectual orientada hacia la creación, transmisión y sistematización del conocimiento médico; como profesión, su compromiso primordial es servir a la sociedad mediante la aplicación eficiente del conocimiento especializado en el marco de su propósito moral, su imperativo ético y una rigurosa autorregulación.

La excelencia académica es el supremo objetivo de la facultad de medicina, que es una institución de servicio público para formar un buen médico, quien a su vez es un instrumento social, como lo planteó Abraham Flexner hace cien años.

Como ciencia y como profesión, la medicina debe ser enseñada en un ambiente universal y multidisciplinario de investigación y creatividad intelectual.

La medicina no es solo destreza clínica; es la observación de principios y valores, es vocación, dedicación y consagración.

AFORISMOS

La salud es un derecho humano fundamental.

La atención de la salud es uno de los pilares de la estructura social, como lo son, la Justicia o la Policía.

La medicina es una empresa intensamente moral porque su único propósito es la salud del hombre y de la sociedad en el contexto del imperativo hipocrático.

En un Estado Social de Derecho la atención de la salud es un servicio público con propósito de beneficio social manejado por el Estado.

La atención de la salud se fundamenta en el profesionalismo que significa idoneidad, como única garantía de calidad.

La medicina no es un oficio: es una actividad intelectual enmarcada en un riguroso compromiso ético, deontológico y moral.

La medicina es ciencia y es profesión.

Como profesión, la razón de ser de la medicina es la atención del paciente por encima de cualquiera otra consideración, incluso de los intereses propios.

Como ciencia, la medicina es un sistema teórico con un capital intelectual y una metodología procedimental.

El acto médico representa el contrato social de la medicina. Sólo se puede ejercer como un acto de razonamiento lógico que requiere total autonomía intelectual en la toma de decisiones.

Los valores tradicionales de la medicina, en el contexto del imperativo hipocrático, se ven seriamente erosionados por la transformación de la atención médica en un bien de mercado.

L a ley 100 de 1993 implantó un Sistema General de Seguridad Social en Salud (SGSSS) que acabó con la red pública, privatizó los servicios y convirtió la salud en una mercancía y la atención de la salud en un vil negocio.

En el SGSSS ha primado el interés de las entidades privadas, de los intermediarios que administran los dineros públicos y que ostentan una posición dominante, sobre el interés colectivo.

En el sistema de aseguramiento comercial los gerentes y administradores están muy distantes de la dimensión social y científica de la medicina, y menos de su compromiso humanitario.

En la atención de la salud, el imperativo hipocrático ha sido reemplazado por el mandato burocrático de los intermediarios financieros.

En Colombia la salud hoy no es un derecho humano, derecho humano por mandato de nivel constitucional, sino una mercancía.

El SGSSS otorga amplias oportunidades de negocio que, bajo un precario control, ha abolido los derechos.

El sistema de aseguramiento comercial ha probado ser ineficiente, incapaz, corrupto y corruptor en el manejo de los recursos parafiscales, que son recursos públicos con destinación específica a la atención de la salud.

Un sistema de salud es mucho más que aseguramiento, pero la visión de sectores del Estado ha sido enteramente economicista y privatizadora.

Con la implementación de la ley 100 de 1993 se destruyó la tradicional capacidad técnica y científica del Ministerio de Salud, que se convirtió en un ministerio economicista que más parece defender los intereses de los entes intermediarios que la buena atención de la salud de la población.

El modelo de atención “gerenciada” (managed care) adoptado por Colombia causa un impacto ético muy negativo sobre la medicina como profesión y como ciencia, porque es una verdadera perversión de la moral social.

El SGSSS de Colombia con POS inequitativos es moralmente inaceptable.

El sistema de salud de Colombia debe tener un plan de beneficios universal y equitativo, sin exclusión de patologías.

El SGSSS de Colombia ha erosionado y amenaza destruir los fundamentos del profesionalismo médico: capital intelectual (conocimiento biomédico), autonomía en la toma de decisiones, compromiso de servicio a la sociedad y autorregulación.

La informática biomédica, porque es amplificadora de la capacidad intelectual del ser humano, no debe ser vista sólo como el conocimiento y la tecnología de la información, sino, principalmente, en términos de la metafísica de la informática.

La tecnología biomédica es humanizadora porque amplifica la capacidad de la humanidad del hombre.

VIDA, PENSAMIENTO Y OBRA DE UN CIRUJANO – JOSÉ FÉLIX PATIÑO RESTREPO- Memorias Conversadas con Isabel López Giraldo

Esta es la última entrevista que concedió y lo hizo para mi página y para el libro que escribí con sus memorias.

José Félix Patiño Restrepo, más que un médico cirujano, es un hombre que invita a la reflexión, que descubre las fronteras del conocimiento y de las capacidades individuales, pero también invita a soñar y a realizar; es sensible no solo a las artes sino a la naturaleza y a la vida misma; sonríe con la mirada, recuerda con el sentimiento profundo del que vuelve a vivir y lo revela en el brillo de sus ojos, en su sonrisa insinuada y, finalmente, en su discreta risa, que contagia. Ha sido siempre un enamorado de la medicina, de la filosofía, de la historia, de la academia, de su país, de la música y en especial de la ópera y de María Callas, pero también de la belleza y de la inteligencia representadas en la mujer.

Navegar a través de una vida que cuenta más de nueve décadas despierta las emociones, el entusiasmo y la curiosidad por conocer en el mayor detalle posible el pensamiento, las reflexiones y las experiencias de un ser humano que es universal, de inagotable conocimiento y cultura, comprometido con la sociedad, padre de una familia ejemplar, pero también de una lista muy larga de instituciones que aún hoy permanecen y que son protagonistas de una nación que requiere de personas que se han retado y que han devuelto de manera multiplicada todo cuando la naturaleza y las circunstancias les brindó en beneficios y oportunidades, como es su caso. 

  • ¿Quién es usted, doctor Patiño?

Soy médico, fundamentalmente un cirujano que ha disfrutado plenamente todo cuanto ha vivido, que ha sido siempre en función de enseñar y servir desde muy distintos ámbitos.

  • ¿Cuál es la responsabilidad que tiene la medicina con la sociedad?

Isa, para contestar a tu pregunta debo plantear que la atención de la salud es uno de los pilares fundamentales de la estructura social como son, por ejemplo, la justicia o la policía.

Desde esa perspectiva, el médico tiene un contrato social, y ese contrato es la relación médico paciente, que es sublime y sin igual, basada por una parte, en la confianza de la persona que literalmente pone su vida en las manos del médico, y por la otra, quien debe asumir tan tremenda responsabilidad. Pero esta relación no es la única, por cuanto también es su obligación el bienestar de la comunidad en su totalidad en términos de la conservación de la salud física y emocional.

Te voy a contar una historia. En una ocasión preguntaron al eximio presidente Guillermo León Valencia cuál de los dos ministerios, el de salud o el de educación era más importante para el desarrollo del país. Su respuesta fue que, por supuesto, el Ministerio de Salud, porque si la persona no tiene salud no puede tener educación. Los gobiernos generalmente desconocen la importancia real del Ministerio de Salud y muchas veces los nombramientos se han hecho por razones políticas o en forma equivocada, designando personas que desconocen el campo de la salud.

Quedé sorprendido cuando recientemente un distinguido exministro de hacienda escribió en una columna, algo así como que: “Colombia tiene uno de los mejores sistemas de salud del mundo” (!). Es la visión desde el escritorio de un economista, cuando la realidad es que la salud vive la peor crisis en la historia de Colombia. Es el único país del mundo donde el ciudano tiene que acudir a un juez mediante tutela para que le brinden el servicio al cual tiene derecho.

Recuerdo que estando en la Universidad de Yale, el decano me dijo en una ocasión, cuando yo era estudiante de pregrado: “José, la salud es lo más importante en el desarrollo de un pueblo”. También me dijo, usted ingresa a la más sublime profesión porque está basada en altruismo y en servicio a los demás. El actual fallido sistema de aseguramiento comercial causa la desprofesionalización de la medicina para convertirla en un oficio bajo el poder dominante de la intermediación financiera.

Para el buen desarrollo de la salud en un país, aparece el hospital como elemento fundamental. Desafortunadamente el desastroso Sistema Nacional de Seguridad Social en Salud que creó la Ley 100 de diciembre 23 de 1993, cuyo ponente fue el entonces senador Álvaro Uribe Vélez, está acabando con los hospitales que exhiben anualmente un crecimiento desbordado de su cartera. Esto es especialmente grave en el caso de la red pública de hospitales que constituyen la columna vertebral de cualquier sistema de salud.

Es desafortunado ver como ministros de salud economistas parecen darle más importancia a la intermediación financiera que al mantenimiento óptimo del funcionamiento de la red hospitalaria pública.

  • Su vida como médico ha estado muy ligada a la de la Fundación Santa Fe de Bogotá, la misma que después de varias décadas de constituida sigue aportando a la construcción de sociedad. Esta institución es muestra de su compromiso con la comunidad, de gran impacto y largo alcance.

Isa, recuerdo que cuando habíamos decidido crearla recibí en mi casa la visita de Ignacio Barraquer y también la de Camilo Casas de la Clínica del Country, quienes me manifestaron que no era necesario construir una nueva clínica y que sus instituciones podían brindar servicios especializados de alta calidad.

Les respondí que no se trataba de crear una nueva clínica sino un hospital de características diferentes a las que existían en Colombia y en América Latina, fundamentalmente con un cuerpo médico rigurosamente seleccionado, trabajando bajo un régimen de dedicación exclusiva y con un estricto reglamento, y que contara además con el mejor departamento de enfermería de América Latina.

En ese momento desde México hasta la Patagonia no existía un hospital con tales características.

  • Usted fue testigo de primera mano de los hechos ocurridos en un momento histórico y crucial para el país, como fueron los años 60´s, y en sus inicios estuvo al frente de la Universidad Nacional. Quiero por favor que me cuente cómo fue sortear su responsabilidad como rector cuando se produjo un incidente con su gran amigo, el presidente Carlos Lleras Restrepo.

Isa, en efecto, los años 60 fueron de turbulencia en la juventud universitaria no solo de Colombia sino de otros países. Pero en la Universidad Nacional, la situación era, seguramente, la más difícil de su historia. Con solo darte un dato, entre 1958 y 1964, tuvo ocho rectores. Rector que se posesionaba, la violencia del movimiento estudiantil lo hacía renunciar. Por otra parte, la Universidad había perdido su norte, era en realidad una federación de facultades profesionalizantes.

Asumí la rectoría cuando habían colocado una bomba en la oficina de mi antecesor que afortunadamente no ocasionó sino daños materiales. Hoy, mirando hacia atrás, parece increíble que tal cosa hubiera ocurrido. Este hecho demostraba que había una división total entre directivas y estudiantes, cuando la Universidad debe ser lo contrario, debe ser una comunidad dedicada al crecimiento del conocimiento, a la difusión de la cultura y a la contribución del desarrollo del país, en conjunto, directivas, profesores, estudiantes y empleados administrativos, todos con un mismo objetivo.

Comprobé que no existía el diálogo y que, sin este, se pasa de un ambiente de cordialidad a uno de pugnacidad. Esa política de diálogo que desarrollé con los estudiantes dio muy buenos resultados y la comunicación con ellos se volvió fluida y fácil. Al emprender tan profunda reforma estructural como la que produjimos, los estudiantes fueron los primeros en apoyarla.

Viví momentos muy difíciles cuando el doctor Carlos Lleras Restrepo, tal vez la persona que más he admirado en mi vida, egresado y profesor de la Universidad Nacional, fue a dar una conferencia y los estudiantes le armaron un bochinche que, si bien fue muy grave, y sin duda una falta de respeto con esa persona tan importante, la prensa se encargó de magnificar, informando que su vida había estado en peligro cuando eso no era cierto. Para mí fue sumamente difícil la situación por cuenta de su reacción y la cercanía que yo tenía con él.

Conociéndolo tan bien, sabía que cuando llegara a la Presidencia, a la primera oportunidad que se le presentara, iba a impartir la orden de militalizar la universidad, como en efecto ocurrió cuando yo ya había dejado la rectoría. Siendo rector Guillermo Rueda Montaña, mi sucesor, invitó al señor John D. Rockefeller III quien había contribuido tan generosamente a nuestros programas, a visitar la universidad. Durante la visita los estudiantes armaron un boicot, ante lo cual el presidente Lleras Restrepo ordenó el ingreso de tanques y soldados al campus universitario.

  • Han pasado 52 años desde su reforma. ¿Cómo la ve hoy?

Tuve una gran satisfacción cuando hace unos años visitando la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, a la cual he estado muy cercano toda mi vida, dos estudiantes de ciencias sociales me entrevistaron para manifestar que en sus investigaciones para tesis de doctorado, encontraron que era la reforma de la educación universitaria más profunda y más perdurable en América Latina desde la reforma de Córdoba de 1918.

  • Por favor cuénteme, para usted qué es la vida.

Isa, la vida existe, pero no en abstracto. Lo que hay son seres vivientes cuya cualidad es la vida. Su definición cambia según a quien le preguntes; cada profesional te responderá acorde con la perspectiva desde su campo de conocimiento. Lo que es incuestionable es que la vida es aquello que nace, crece, se desarrolla, se reproduce, se adapta al medio ambiente, y muere, y entre lo que vemos sobre la faz de la tierra, los animales y las plantas, tienen esa característica. Creo que lo fundamental es la capacidad de adaptarse al medio, pero esa adaptación también puede causar deterioro del medio ambiente, como lo vemos en forma dramática en la actualidad. Para su mejor adaptabilidad, pero principalmente por motivaciones económicas, el hombre está destruyendo el planeta tierra.

Como todo lo que existe sobre la tierra, vivo o inerte, el ser viviente tiende a deteriorarse, proceso que se denomina entropía. Cuando un paciente está enfermo aumenta la entropía, y nuestra labor como médicos es luchar contra ella con el objeto de regresar al estado normal, un proceso que en medicina llamamos homeostasis.

Lo anterior, es una visión médica, pero mis aficiones diferentes de la medicina me han hecho la vida muy amable. Por ejemplo, la música, y dentro de esta, la ópera. La ópera es la más sublime expresión del sentimiento humano. Isa, cuando vas a un concierto de una gran orquesta, por ejemplo la Filarmónica de Viena, te emocionas aunque no ves a la gente llorar, pero en la ópera Madama Butterfly, volteas a mirar al público y cuando ella canta un bel di, vedremo (un bello día veremos) encuentras a más de una persona con lágrimas de emoción. En la vida, las emociones se sienten gracias a la expresión cultural del hombre.

Te puedo decir que he disfrutado la vida al máximo: “Confieso que he vivido”, como el título que dieron los amigos de Pablo Neruda a su libro póstumo, y como la canción “A mi manera” (My way) que canta Frank Sinatra. A mis 92 años, puedo decir que he vivido plenamente y que ha sido a mi manera.

La vida no es solo un proceso biológico, es también algo espiritual, intelectual, es el goce de lo que el hombre ha producido, como son la música y tantas otras expresiones artísticas. Yo, y creo que esto es heredado de mi padre, el profesor Luis Patiño Camargo, siempre consideré que debía servir y por ello escogí la medicina que en realidad actúa en la sociedad como una comunidad moral, por cuanto su único objetivo es buscar el bien de las personas.

Desde la medicina uno puede entender al máximo qué es la vida, porqué y para qué habitamos en el planeta tierra, y como he sido médico, desde la perspectiva de mi profesión puedo analizar y comprender al ser humano y su relación con el entorno.

  • ¿Cuál considera es su mayor legado?

Sin duda, mis discípulos.