JAIME CASTRO
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
- ¿Quién es Jaime Castro?
Un hombre tímido.
- Hábleme de sus orígenes.
Nací en Moniquirá, un pequeño pueblo de Boyacá que se ha vuelto centro turístico. Tierra de guayaba y café que limita con Santander. Nací en un pobre hogar campesino.
- ¿Quién fue su mamá?
Mi madre, Vitervina Castro, dedicó su vida al cuidado de sus tres hijos, con grandes esfuerzos nos sacó adelante. Fue artífice de lo que yo he hecho gracias a las lecciones que me dejó y a la formación que me dio. Heredó una modesta casa en el pueblo. En alguna época tuvo una pequeña tienda. Elaboraba productos deliciosos: mantecadas, colaciones, amasijos, que vendía en su propia tienda y a negocios parecidos. Hace poco me encontré con una señora amiga que me dijo: “Yo iba a casa de tu madre a comer panelitas porque eran únicas en el pueblo”.
También era modista. Para mí la máquina de coser Singer, la de pedal, me es muy familiar. Le cosía a las señoras del pueblo, no a las señoras del jet set local, sino a las de la plaza de mercado y de los sitios donde vendían las carnes.
- ¿Qué recuerdos tiene de su papá?
Muy pocos. Él no vivía en la casa nuestra.
- Hábleme de sus hermanos.
Con mi hermana tengo cercanas y buenas relaciones. Con mi hermano, ninguna.
- ¿Cómo vivió la época de colegio?
Mi madre, haciendo un gran esfuerzo, me mandó a estudiar a Tunja. Estuve interno un año en el Colegio Boyacá, que es uno de los colegios históricos, no solo del Departamento, sino del país. Lo fundó el general Santander.
Fui allí porque en Moniquirá, en ese entonces, no había bachillerato.
- ¿Le afectó salir de su casa para instalarse en otro sitio?
Tunja no era muy distinta a lo que yo conocía. Era un pueblo todavía tradicional. Capital de Departamento, pero ciudad pequeña. El cambio con Moniquirá no fue muy grande. Además, los internos veníamos de los distintos pueblos de Boyacá. Entre nosotros había sentido de comunidad. Estudiar ahí resultaba muy costoso para mi pobre madre. Como mi hermana mayor se casó y se vino a vivir a Bogotá, yo vine con ella a estudiar aquí.
Soy bachiller del Colegio Mayor de San Bartolomé, el de la Plaza de Bolívar, donde hice los últimos cuatro años del bachillerato. Vivir en Bogotá era distinto, porque era la gran ciudad que empezaba a ser metrópoli. Vivía en el apartamento de mi hermana, quien no tenía las mejores relaciones con su esposo. Entonces empecé a buscar trabajo para poder vivir mientras estudiaba. Trabajé como vendedor en un almacén de ropa de hombre. Uno de los buenos almacenes de la Bogotá de entonces: American Gentleman. Lo hacía en época de vacaciones.
En el Campin hice las veces de portero. No de un equipo de futbol, sino de las puertas de ingreso de los espectadores. Recibía las boletas de los asistentes. También presenté exámenes y conseguí empleo en Avianca, pero no lo acepté porque era para trabajar durante el día. Me hubiera tocado estudiar por la noche. Pensé que los estudios de la noche no tenían la calidad de los diurnos. Un amigo mío, varios años después, con quien hablé del tema, me dijo: ‘Si hubieras aceptado ese cargo en Avianca, hubieras terminado de presidente de la compañía’.
En el último año, cuando la situación se volvió crítica, porque ya no podía vivir con mi hermana, encontré un hogar cristiano que generosamente me acogió. Un compañero de estudios se enteró de que yo estaba viviendo una situación muy mala porque no tenía dónde dormir. Yo llegaba a la hora en que abrían el Colegio, a eso de las 5:30 am, para hacer aseo. Las clases empezaban a las 7am. Madrugaba para dormir sobre el pupitre. Uno de esos días llegó mi compañero y me dijo:
— ¿Qué le pasa, qué problema tiene, estás enfermo?
— No tengo dónde dormir.
— ¿Cómo que no tiene dónde dormir? Venga a mi casa, allá hay una habitación libre.
Ese mismo día me llevó a su casa y ese se volvió mi segundo hogar. Todo el tiempo de la Universidad lo pasé allá.
- ¿Quién es ese amigo? ¿Conserva el vínculo con él y con la familia?
Carlos Cañón. Tuve con sus padres relación familiar. Lila, la señora, fue mi segunda madre.
- ¿Cómo le afectó académicamente esta situación?
Esta situación personal no afectó mi rendimiento académico. Por el contrario, me estimuló. Mi madre me había enseñado que había que estudiar, sin importar las dificultades. Era lo que garantizaba un futuro mejor.
- ¿Qué siguió en su vida?
Presté servicio militar obligatorio en el batallón Miguel Antonio Caro, en la Escuela de Infantería de Usaquén, exclusivo para bachilleres. Se decía que no reclutaban jóvenes de familias liberales. Yo partía de la base de que no me iban a seleccionar después de presentar los exámenes físicos y asistir a una entrevista menor. Sin embargo, me llevaron. No protesté pese a que muchos buscaban la manera de evadir la convocatoria. Inventaban enfermedades. Decían que no veían, que no oían. No me arrepiento ni lamento haber sido seleccionado. Pienso que todos los colombianos deberíamos prestar el servicio militar obligatorio.
En democracias sólidas y organizadas, en los países avanzados, se dice que hay dos instituciones que integran socialmente: la escuela pública y el servicio militar. Estas reúnen a los ricos y a los pobres. Yo fui a la escuela pública de mi pueblo, porque era un niño pobre que estudiaba con los niños del campo. Se usaban alpargates para entrar a la escuela, pero todo el trayecto del pueblo a su casa y el regreso lo hacían descalzos.
En el servicio militar conocí al país. Conviví las 24 horas del día con antioqueños, llaneros, pastusos, vallecaucanos. Esto desde las 5 de la mañana que lo levantaban a uno, hasta las 8 de la noche en que había que acostarse.
A la austera vida familiar agregué la exigente disciplina militar de los cuarteles, a veces personal a veces colectiva. Mis compañeros eran de todos los estratos sociales y de las diferentes regiones de Colombia. Años más tarde, en una especie de autobiografía de Mario Vargas Llosa, “El pez en el agua”, menciona que él había pasado un tiempo, secado joven, en una academia militar que le permitió conocer el Perú y sus gentes.
UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
- Hablemos de sus estudios en el Rosario.
Siempre tuve claro que quería y debía estudiar Derecho. La vida social y pública de Moniquirá la orientaban y definían dos parlantes. El de la iglesia, que lo utilizaba el cura para rezar el rosario todos los días a las seis de la tarde. Y el de la Alcaldía, que suministraba la que pudiéramos llamar información oficial. Eran los medios de comunicación del pueblo.
El 1 de diciembre del 57 se votaba el plebiscito o Referendo que creó el Frente Nacional. Fui de vacaciones al pueblo y encontré que nadie sabía qué era el plebiscito ni qué temas se decidían. Yo, por el contrario, me había enterado un poco del tema en Bogotá. Leía por las tardes, en la peluquería de un señor amigo, uno de los pocos periódicos que llegaban al pueblo. Por eso, cuando en el parque encontré al alcalde le dije: use el parlante para explicarle a la gente qué es el plebiscito y qué es lo que van a votar. Nadie sabe de qué se trata. Respondió: “No lo hago, porque yo mismo no sé de qué se trata”.
Como le insistí en que alguien lo debería hacer y él consideraba que no había en el pueblo quién, me dijo: “¿Y usted por qué no lo hace? Yo le abro el micrófono”. Le contesté, sin dudar, que yo lo hacía. Pero había que hacerlo todos los días de la semana para explicarlo punto por punto. Aceptó y acordamos que sería después del rosario del cura.
Mucha gente salía al parque a caminar y a hacer tertulia. El primer día, el alcalde inició la sesión diciendo a la audiencia que estaba en el parque: “Un joven estudiante de aquí, de Moniquirá, quiere explicarnos qué es la votación a la que están convocando el primero de diciembre. Con ustedes el joven Jaime Castro.
Eché mi rollo. Habíamos acordado que hablaría veinte minutos, me apoyé en el reloj de la Alcaldía. Cuando bajé del segundo piso al parque había alrededor de cincuenta personas que habían escuchado mi perorata. Me decían: “Bien chino”. Mañana venimos a oírlo y traemos amigos que no sabían que iban a dar estas explicaciones.
El hecho de que yo, en Bogotá, me hubiera enterado del tema y de que en el pueblo hubiera hablado públicamente, mostraba una vocación. Yo no había ido al hospital a ver los enfermos ni me interesaba cómo construir un puente. Por eso estudié Derecho.
Quienes habíamos prestado el servicio militar teníamos derecho, según decreto del Gobierno, a ingresar sin presentar examen de admisión a cualquier universidad, pública o privada, y a cualquier carrera. Con base en esa prerrogativa fui un día a inscribirme en el Rosario y a preguntar cuándo podía matricularme. El secretario de la Universidad dijo que no podía inscribirme ni matricularme sin el visto bueno de monseñor José Vicente Castro Silva. Silva, el rector, era un destacado orador sagrado y respetable jerarca de la Iglesia. Debí entonces reunirme con él, en fecha y hora que me fue agendada.
La entrevista con monseñor Castro fue una conversación agradable sobre temas varios de actualidad. No fue examen de conocimientos. Él buscaba conocer la persona del candidato y su capacidad para mantener un diálogo. Al final me deseó suerte en el examen que debía presentar. Cuando le dije que yo no debía presentar ese examen, dándole las razones, respondió: “Ese decreto no se aplica en esta Universidad. El hecho de que usted haya prestado el servicio militar lo coloca en condiciones de inferioridad frente a otros aspirantes, porque dejó de estudiar un año”.
Esa exigencia me estimuló. Vi que el Rosario era una universidad seria. Presenté el examen. Si no pasaba, me matricularía en otra universidad que me aceptara sin examen. No tuve que hacerlo.
Gracias a un gran esfuerzo de mi madre, y con alguna ayuda de mi padre, reuní el valor de la matricula y empecé a estudiar Derecho en el Claustro Mayor de la calle 14. Pero necesitaba conseguir un trabajo que me permitiera sostenerme, porque lo que mi madre enviaba no me alcanzaba y porque ella no podía seguir girando todo el tiempo.
Afortunadamente lo conseguí. A Miguel Ángel Flórez, amigo y paisano quien trabajaba como profesor en un colegio diurno, le ofrecieron dictar clases por la noche en otro colegio. No aceptó porque le recargaba su jornada laboral. Pero me envió como candidato suyo. Tuve la suerte de que nombraran. Era un colegio que la Policía Nacional había organizado para que estudiaran bachillerato sus suboficiales (cabos y sargentos). Algunos profesores eran docentes graduados y otros estudiantes de varias universidades. El nombramiento que nos hacían era el de agentes-profesores. Mis tres primeros años en el Rosario los sostuve entonces con los sueldos que devengué como policía-profesor.
- Y se ganó una beca.
Sí. Esta cubría el valor de la matrícula y me daba una pequeña suma para libros. Cuando fui a matricularme para el segundo año (en ese entonces la escolaridad era anual, no semestral como ahora), el secretario de la Universidad me dijo que antes de hacerlo fuera con la carta que me estaba entregando a la oficina de Don Luis Soto del Corral en el Banco de Bogotá. Pensé que esa carta me recomendaba para un trabajo vespertino o como candidato para un curso sobre temas bancarios o financieros.
Don Luis era caballero bogotano a carta cabal. Hombre de buenas maneras y agradable conversación. Vestía como un lord inglés. Me causó la mejor impresión. Hablamos largo rato. Me preguntó sobre mi vida personal y familiar. Entendí que don Luis y su familia eran accionistas importantes y seguramente mayoritarios del Banco de Bogotá.
Me contó que era hermano de don Jorge Soto del Corral quien siendo muy joven fue ministro de Hacienda. Había hecho parte de las “audiencias menores de treinta y cinco años” que formaron el gobierno de la que se conoce como la “República Liberal” de Alfonso López Pumarejo. Don Jorge (el título de Don era más importante que el de doctor) fue elegido representante a la Cámara. Falleció a consecuencia del disparo que recibió en 1949 cuando miembros de esa Corporación, en sesión plenaria, resolvieron a tiros el debate que adelantaban sobre el Código Electoral y en el que no participaba el Representante Soto del Corral, porque su especialidad era la hacienda pública.
No debería alarmarse porque la gente honorable (así se les dice a los congresistas que también son padres de la Patria) se agarren a tiros. En Colombia, infortunadamente y desde siempre, la violencia y la política forman matrimonio indisoluble.
- Volvamos al hilo de la historia.
Don Luis debió sorprenderse que yo supiera tanto de su hermano. Hasta le relaté una anécdota de él con Alberto Lleras . Debió pensar que yo me había preparado para la reunión. Pero no fue así. Lo que sabía, lo había leído en un libro sobre la historia del Partido Liberal. Asistí a su oficina sin tener ni idea de los temas que se tratarían.
Me contó que su hermano Jorge no se había casado ni tenido hijos. Que había dejado todos sus bienes a una Fundación que manejaba su familia. Que esta cumplía parte de sus actividades otorgando becas a estudiantes que las merecían por su rendimiento académico. La Fundación le pidió un candidato al Rosario, y la universidad postuló mi nombre. Esta es la razón por la cual terminé becado para el resto de la carrera.
PARIS
- ¿Qué pasó con usted una vez graduado?
Cuando terminé los estudios universitarios y me gradué, visité a Don Luis para darle las gracias por el apoyo de la Fundación. Le conté que viajaría con beca del Gobierno francés a estudiar en la Escuela Nacional de Administración (ENA) de Paris.
Recuerdo bien nuestra conversación. Yo sabía de memoria lo que iba a estudiar allá y se lo conté en detalle. Tuvimos esta conversación:
¿Y la beca de cuánto es?, me preguntó. Le respondí que ciento cincuenta dólares mensuales. / “¡¿Usted va a vivir con ciento cincuenta dólares?” / Es lo que da el gobierno francés. Voy a hacer vida de estudiante, cafetería universitaria, ciudad universitaria. / “Usted no vive con esa plata. ¡Llévese la beca!” /
Me voy con mi señora y ella lleva préstamo de ICETEX. / “¿De cuánto es el préstamo?” / Otros ciento cincuenta, ya son trescientos dólares. / “¡300 dólares! ¡Usted no vive con eso! Llévese la beca para que haga sus estudios allá”. / Le agradezco, pero si usted me da la beca se la tiene que quitar a un estudiante aquí en Colombia. Usted tiene un presupuesto, un número limitado de becas que va a otorgar, la que yo lleve se la quito a alguien. / “Muy generoso usted, pero llévese la beca. Se lo aconsejo”. /
“Gracias Don Luis, pero no soy capaz de hacerlo”. / Vamos a hacer una cosa. Esta es mi tarjeta. Si usted allá se ve corto de plata me escribe y me dice a qué banco le debo girar”. / Acepto y gracias nuevamente.
No le escribí nunca. Clara y yo logramos vivir con trescientos dólares mensuales. No pasamos tantas necesidades como para tener que acudir a la beca.
Cuando me estaba despidiendo, Don Luis me acompañó hasta la puerta y me dijo: “¿Le puedo dar un consejo?” / Todos los que usted quiera. / “Usted para mí es sabiduría. No vaya a hacer política en su vida. Mire lo que le pasó a mi hermano”.
Años después comenté el hecho con García Márquez, de quien fui amigo cercano y con quien compartí el pan y el vino. Me dijo: “Es el mejor consejo no seguido”.
La beca me sirvió mucho, pero no arregló del todo mis problemas económicos porque solo cubría los costos de la Universidad. Seguí trabajando. Necesitaba sobrevivir y tener algo para jugar billar y tomar unas cervezas, que eran los vicios de la época. Universitario de tiempo completo fui siempre. Tenía clases de siete de la mañana hasta la una de la tarde. Después iba a la biblioteca del Rosario o a la Luis Ángel Arango. A partir de las seis y dictaba clases hasta las ocho o nueve de la noche.
CLARA FORERO
La integración con la Universidad era total. Solo existía la Facultad de Jurisprudencia y cada uno de los cursos tenía veinte alumnos. Toda la universidad éramos cien estudiantes que nos conocíamos personalmente. La formación era casi que personalizada. Éramos amigos de buen número de profesores.
En lenguaje de ahora, era una universidad machista. Solo recibió mujeres, por primera vez, dos o tres años antes de que yo ingresara. Tuve la suerte de haber encontrado como compañera a Clara Forero, quien sería la mujer de mi vida y me case con ella. Era la única mujer del curso al que yo pertenecí. Fuimos novios los cinco años de la carrera.
Fuí pilo, como se dice ahora. Tanto que me designaron colegial, como también a Clara. Esta es una distinción que se otorga a muy pocos estudiantes y que da derecho a participar en la elección de rector de la Universidad.
INICIO EN LA POLÍTICA
- Hablemos de sus inicios en la política.
López Michelsen había fundado el MRL (Movimiento Revolucionario Liberal). Lo fundó como disidencia del Partido Liberal que se oponía a la alternación de los dos partidos tradicionales, Liberal y Conservador, en la Presidencia de la República. Él dirigía el semanario político La Calle que yo compraba y leía todos los viernes. Me daba lenguaje para hacer proselitismo con los compañeros y en mi pueblo. En Moniquirá organicé el MRL que me eligió concejal principal.
Las oficinas de La Calle quedaban en la calle 18 con carrera. 7ª. En la cafetería del primer piso se reunía una especie de tertulia política a la que acudíamos varios universitarios. Yo llevaba compañeros del Rosario. Ahí conocí a Alfonso López Michelsen de quien me hice amigo. Lo acompañé en todas sus empresas políticas y campañas electorales. Fui lopista de tiempo completo y horas extras. No tuve más jefe político que López.
Esas incursiones en la política casi me cuestan el cupo en la universidad. Cuando estaba terminando el tercer año, monseñor Castro me convocó para decirme que como me gustaba la política y la estaba haciendo dentro del claustro, además a favor de López Michelsen a quien él conocía porque era rosarista y a quien admiraba pues era muy inteligente, aunque no compartía sus ideas, era mejor que yo buscara donde seguir mis estudios. Que no sería autorizada mi matrícula para el cuarto año.
Agregó que no me expulsaba porque yo era buen estudiante y por eso prefería mi retiro de común acuerdo, sin que se creara ningún problema. Después de varias conversaciones, logré que me permitiera continuar hasta graduarme. El Rosario es la universidad que llevo en mis entrañas.
FRANCIA
- ¿Qué decisiones tomó una vez graduado?
Me gradué como abogado, me casé y decidí especializarme en Derecho Público en Francia. Se trata del derecho constitucional y administrativo. Los que querían especializarse en penal se iban para Italia y los aficionados al derecho económico y comercial, a Estados Unidos o Inglaterra.
Mi inclinación por el Derecho Público era paralela a mi vocación política. En ella también influyó Jaime Vidal Perdomo, destacado profesor. A Perdomo le debo much,o me ayudó bastante cuando yo empezaba mi vida pública.
Preparé mi viaje a Francia haciendo dos cosas. Primero, estudié una hora diaria en la Alianza Colombo Francesa. Quedaba en una casona de la carrera 7ª, cerca de la calle 22. El francés que ahí empecé a conocer me sirvió hasta Barranquilla, porque cuando el avión entró al mar Caribe olvidé todo lo que había aprendido.
Fui a la Embajada de Francia a informarme sobre las universidades y los programas que ofrecían. El funcionario que me atendió me entregó un libro de quinientas páginas. La guía del estudiante tenía información completa y detallada de todos los programas en todas las universidades y centros de educación superior. Durante dos o tres tardes, con paciencia, busqué lo que más me pudiera interesar. Encontré que la Escuela Nacional de Administración -ENA- era lo que más me llamaba la atención por el contenido de los cursos y la calidad de los profesores.
Cuando devolví el libro, le dije al empleado que me lo había prestado que me gustaría ir a la ENA. Se sorprendió bastante. Me dijo que esa Escuela en su país era más importante que Harvard en los Estados Unidos. Que ingresar era muy difícil para los franceses, con mayor razón debía serlo para un extranjero. Agregó, sin embargo, que estuviera pendiente porque la Escuela había hecho un anuncio. En las próximas semanas un delegado visitaría varios países de América Latina, entre ellos Colombia, y entrevistaría a los aspirantes al ENA.
A los veinte días llegó a Bogotá monsieur Rousseau quien entrevistó a Álvaro Vidales, compañero de estudios de Reina Romero, abogada de la Nacional y esposa del señor Rousseau. Pero también a mí. Después de los largos interrogatorios a que nos sometió, nos dijo que la decisión final la tomarían en París y que se nos comunicaría por conducto de la Embajada.
ESCUELA DE ADMINISTRACIÓN PÚBLICA – ENA
- Hablemos de su experiencia en el ENA
La Escuela tiene apenas 70 años de vida, pocos si se comparan con los de las grandes universidades europeas. De sus aulas han salido cuatro presidentes, Giscard d`Estaing, Chirac, Hollande y Macron. También la mayoría de los primeros ministros de las últimas décadas. Buen número de los jefes de los partidos y gerentes de las grandes empresas oficiales y privadas. Algunos de sus egresados las dirigen después de abandonar el sector público.
Ser ENARCA, como llaman a sus egresados, es algo bien importante en Francia. Se dice que por definición son inteligentes y capaces, a menos que prueben lo contrario. También usan la expresión ENARQUIA para decir que es tanto su poder que el país es gobernado por los enarcas.
La Escuela de Administración es pública, no privada. Los franceses que son admitidos, desde cuando comienzan su escolaridad adquieren la condición de funcionarios públicos y perciben un sueldo. A los extranjeros nos dan beca de estudios. Gracias a esta pude sostenerme llevando una vida totalmente universitaria. Ya le conté que para Don Luis Soto el monto de esa beca era insuficiente, porque ciento cincuenta dólares mensuales era lo que él seguramente pagaba por un almuerzo o una cena con buen vino en un restaurante de la Ciudad Luz.
ESPAÑA
Años más tarde tuve una tercera beca de la OEA para estudiar Administración Territorial en España. Mis compañeros me llamaban por eso “Rebeca Castro”.
Este tiempo fue definitivo para mi futuro, junto con el que estuve de manera simultánea en el Instituto de Ciencia Política de Paris. La ENA fue creada por De Gaulle en el año 46 o 47. Buscaba formar y democratizar los cuadros directivos de la administración pública francesa que ocupaban la nobleza y la alta burguesía. Había colaborado con los alemanes nazistas que ocuparon Francia durante la segunda guerra mundial.
TRAYECTORIA PROEFESIONAL
- ¿Qué planes tenía para su regreso?
Regresé con la intención de ser profesor universitario. Lo había sido de colegio de bachillerato. Fui nombrado profesor de tiempo complet,o primero en el Externado y luego en la Escuela de Administración Pública, ESAP. Considero que mi deber es contribuir a la formación de una clase dirigente para la administración pública colombiana. Por esa idea rechacé propuestas que recibí para ir a trabajar el mismo tema en Centroamérica y en la Universidad de Lyon.
Sin abandonar la cátedra, pero ya no de tiempo completo, pasé a ser secretario del presidente Lleras Restrepo para la reforma administrativa de 1968 que se hace con base en las facultades extraordinarias que le concedió el Congreso al Gobierno. Para el cargo me postuló Jaime Vidal Perdomo, quien era secretario Jurídico de la Presidencia. En buena medida fue mi jefe porque lo que hace lo sometí siempre a su aprobación.
Una vez dictados todos los decretos de la reforma administrativa me retiré del cargo. Lo hice con el propósito de abrir oficina como abogado. Pero, a los pocos meses, Misael Pastrana, quien me había conocido como secretario de Lleras, me designó secretario Jurídico de la Presidencia en reemplazo de Vidal Perdomo.
Permanecí. enel cargo por dos años y medio. Tal vez porque lo había hecho muy bien y por generosidad de Misael Pastrana, me nombró ministro de Justicia para un periodo corto, de año y medio. Esto ocurrió cuando se retiraron los ministros que aspiraban al Congreso para el periodo 74-78 y se nombraron ministros que no tienen mayor peso político.
Como si estuviera destinado a seguir en Palacio, Alfonso López Michelsen, el único jefe político que tuve en la vida, porque fui lopista de tiempo completo y horas extras, me nombró consejero Presidencial. Asumí las funciones que él me fue asignando, no fueron pocas, como aparece en los informes que sobre su Gobierno rindió López al Congreso.
Trabajé de cerca con tres presidentes: Lleras, Pastrana y López. Tuve la suerte de que así fuera. En los cargos que con ellos desempeñé, aprendí un jurgo (sic) como dicen los bogotanos raizales. Conocí la administración pública y la vida política nacional. También participé en la toma de importantes decisiones de gobierno.
Confieso que me gustó estar a ese nivel y quise seguir estándolo, pero yo no podía porque esos cargos no son de carrera administrativa ni sus titulares gozan de la estabilidad. Para lograrlo debía tener peso político propio. Hacer carrera política.
Me fui a hacer campaña para el senado por mi Boyacá y por Casanare, que en ese entonces era Intendencia y formaba circunscripción electoral con el Departamento vecino, que era el mío.
SERVIDOR PÚBLICO
- Hábleme de su carrera como servidor público.
Tuve mucha suerte, porque los boyacenses y casanareños me eligieron senador principal para tres periodos. Los colombianos me hicieron constituyente del 91 y los bogotanos su alcalde mayor para periodo de dos años y medio (eso disponía la norma de la época).
Como congresista fui senador sobresaliente según calificación que cada cuatro años hacían Daniel Samper Pizano y Alberto Donadío en pequeño libro que llamaban Por quién votar.
También tuve fracasos electorales, los que hacen parte del oficio. Todos los políticos sufrimos derrotas, como los toreros cornadas y los directores de cine con películas que hubieran preferido no hacer. Según le oí decir a Sergio Cabrera y Jorge Alì Triana.
El tema que más trabajé fue el de la administración territorial, o sea, el gobierno de los municipios, los departamentos y las grandes ciudades. Siempre me consideré hombre de provincia, en el más noble de los sentidos.
Cuando era universitario fui elegido concejal de mi pueblo por el MRL, el movimiento Revolucionario Liberal de López Michelsen. Inclusive fui presidente de esa corporación. Ahí pude darme cuenta de la pobreza que en todos los sentidos vivían los municipios. También que los líderes locales podían sacar adelante sus pueblos y veredas, porque tenían ideas para lograrlo, pero les faltaban instrumentos fiscales y administrativos.
Aunque sin mucha claridad, en ese momento entendí que el país necesitaba una gran reforma territorial.
Luego, como profesor universitario inventé y dicté la cátedra que llamé Régimen Municipal y Departamental. Empecé a escribir en periódicos y revistas especializadas sobre el tema. Como senador adelanté algunos debates y presenté proyectos que desarrollaban el mismo propósito.
Dos elecciones sucesivas al Senado me dieron el peso político suficiente para ser designado por Belisario Betancur, en 1984, ministro del Interior, de Gobierno, como se llamaba entonces. En ese ministerio me convertí en el “padre de la descentralización”, porque conseguí que el Congreso ordenara la elección popular de alcaldes, que había sido derrotada en ocasiones anteriores, y otras reformas que le dieron vida a un nuevo municipio.
Como constituyente fui ponente único de las normas que le dieron a Bogotá el carácter de Distro Capital y modernizaron su régimen político, fiscal y administrativo. Ninguno de mis colegas quiso trabajar el tema Bogotá, no les interesaba la ciudad. Todos los demás temas de que se ocupó la Constituyente tuvieron ponencias múltiples o colectivas elaboradas por varios miembros de la corporación.
Ahí nació mi candidatura a la Alcaldía en la que, debo admitir, yo no había pensado. Nunca había hecho política aquí. Mi colegio electoral eran Boyacá y Casanare. Terminada la constituyente hicieron encuesta que preguntaba quién debería ser el alcalde de la ciudad. Mi nombre apareció bien posicionado por razón elemental: era el único que se había ocupado de la ciudad en la Asamblea Constituyente.
Como alcalde soy autor del Estatuto Orgánico de Bogotá. El que le devolvió al Distrito la gobernabilidad que había perdido, le recuperó sus finanzas públicas y partió en dos la historia política, fiscal y administrativa de la Capital de las últimas décadas.
La importancia y ventajas de ese Estatuto se miden si se tiene en cuenta que fue expedido en 1993, lo cual hace que sea contemporáneo de la Constitución del 91. A la Constitución se le han hecho más de cincuenta reformas, algunas de marca mayor y al Estatuto apenas dos de carácter menor. O la Constitución quedó mal hecha o el Estatuto, que respondió a necesidad sentida, fue muy bien elaborado.
Cuando llegué a la Alcaldía Bogotá, esta no era gobernable ni administrable. Vivía situación de crisis total. No tenía futuro. Había que recuperar la ciudad. Quienes conocen la historia de la Bogotá moderna hablan de alcaldes que pueden considerarse como los tres tenores. En orden cronológico, Castro, Mockus y Peñalosa.
Puedo decir que soy el arquitecto de la transformación de Bogotá. Hay quienes resumen gráficamente lo que hice, diciéndome: “Usted le saco la cédula de ciudadanía a Bogotá. Esto apenas era un pueblo antes de su alcaldía”. Mockus, que es un pedagogo y un comunicador, vendió civismo, sentido de pertenencia y cultura ciudadana. Peñalosa es el urbanista ejecutor. Después vinieron las tres alcaldías de la llamada izquierda, Garzón, Moreno y Petro. A pesar de sus desaciertos no destruyeron los avances de las anteriores administraciones. Las finanzas del Distrito son muy sólidas, resistieron los costos del carrusel de la contratación y la irresponsabilidad fiscal de Petro.
ALCALDÍA DE BOGOTÁ
- Concentrémonos en su alcaldía.
Tuve la suerte de ser amigo cercano de Gabo. Vino a Bogotá cuando yo estaba empezando la campaña. Me dijo: “Quiero que seas alcalde. Puedo hacer algo para ayudarte, pero no me vayas a pedir que vaya a reunión, coctel o cena que convoquen. Tampoco que firme un documento con los intelectuales de la ciudad ni que me ponga camiseta tuya para que me retraten ni que te de plata para financiar uno de tus actos”. Le dije: Entiendo que no hagas nada de eso, pero tampoco se me ocurre algo distinto. De manera que no hagas nada. Gracias por tu intención. / “Si no te ocurre algo, no mereces ser alcalde porque te faltan ideas”.
Seguimos hablando y me cuenta que Carlos Duque, el publicista, le está haciendo la portada de su próximo libro. Le digo que para mí está diseñando el logo y la frase que utilizaremos en la campaña. Inmediatamente Gabo dice: ahí está el tema para ayudarte, me gustaría revisar lo que proponga Duque, yo el tema lo conozco y puedo colaborar gustoso. Llamamos por teléfono a Carlos y cuadramos reunión para dos días después.
A la reunión, que tiene lugar en el Club Ateneo, asisten Gabo, Julio Sánchez Cristo, Tulio Ángel, José Vicente Katarain, Carlos Duque y yo. Después de dos wiskis, Duque, nervioso por la calidad del jurado, muestra su proyecto de afiche. En el fondo la fotografía del Palacio Liévano, sede de la Alcaldía, en el centro la cara del candidato, y texto único: Jaime Castro, el alcalde Mayor, y la bandera de Bogotá, amarillo y rojo, en la base del rectángulo.
Treinta o más segundos después de silencio en el que todos miramos, Gabo habla para decir: me acabo de ganar dos horas de trabajo, porque le dije a Mercedes, mi mujer, que le iba a regalar dos horas a Jaime como aporte a su campaña, pero no las necesitamos, porque ese es el afiche que se necesita, no se le debe agregar ni quitar nada, sirvan otro wiski.
Porque pensábamos lo mismo o por respeto a Gabo, todos estuvimos de acuerdo con él, pero uno o dos dijeron que el texto debía ser Jaime Castro, Alcalde Mayor, sin el artículo El y pidieron la opinión de Gabo, a lo que este respondió: el tema no es gramatical, sino visual y gráfico. Manténgalo como está. Se aprobó, entonces, como lo había concebido Duque. El afiche, que contenía todo el lema publicitario de la campaña, fue exitoso, a juicio de todos los entendidos y, sobre todo, de los electores.
Me realice profesionalmente como hombre público. Hice lo que tocaba. Encontré la ciudad al borde del precipicio y le pegué el timonazo a tiempo. Logré que empezara a recorrer camino distinto del que traía. Trabajé con visión de futuro. No pegué ladrillos ni corte cintas en las inauguraciones, pero volví gobernable y administrable la ciudad. Carlos Lleras, que siempre se ocupó de los temas de Bogotá, me dijo un día: Ninguno de los que crítica, haría las cosas mejor de lo que Ud. las está haciendo.
PRECANDIDATO PRESIDENCIAL
En la campaña del 90 asesinaron cuatro candidatos presidenciales: Galán, Carlos Pizarro, Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo. López Michelsen, que era el jefe del partido Liberal, nos reunió una noche a un grupo de senadores del partido.
Nos dijo: Las situaciones que vivimos son bien delicadas, la democracia está en peligro, el liberalismo tiene que afrontar el reto haciendo acto de presencia, no puede salir corriendo, los invito a que se inscriban como precandidatos a la consulta que se convocará para escoger el candidato. Ustedes tienen las calidades para ser presidentes, no importan los resultados que obtengan en la consulta, lo que cuenta es que digan aquí estamos, simultáneamente pueden ser candidatos al senado, porque no es incompatible con el hecho de inscribirse para la consulta. William Jaramillo y yo no teníamos ninguna posibilidad de ganar la consulta, pero aceptamos la invitación de López.
Quienes tenían opción de ganar eran Gaviria, que efectivamente triunfó, Hernando Durán, Ernesto Samper y Alberto Santofimio. Jaramillo y yo fuimos elegidos senadores.
De manera que no fui candidato, sino precandidato, a sabiendas de que no iba a ganar, pero consciente de que convenía inscribirse por razones políticas nacionales y también de partido.
PRESIDENTE DE LA DIMAYOR
A comienzos de los 80 los costos del futbol se dispararon y quienes venían siendo sus mecenas, que eran empresarios honestos y conocidos, no pudieron continuar subsidiando los Clubes profesionales. Como no aparecieron nuevos mecenas que cubrieran esos elevados costos. Los Clubes empezaron a ser financiados con lo que entonces se llamaban dineros calientes, que eran recursos de los narcos, que se hicieron cargo de su manejo con el propósito, básicamente, de lavar su imagen, porque el futbol de la época no producía utilidades ni movía cantidades tales que sirvieron para lavar ingresos.
Los presidentes de los Clubes de Bogotá, Santafé y Millonarios consideraron que esa situación solo se superaría si grandes empresas privadas y entidades públicas como Telecom, Ecopetrol y las licoreras y loterías departamentales, entre otras, con fines publicitarios, recibían los Clubes y se hacían cargo de su sostenimiento. Para ello se necesitaba Presidente de la Dimayor que hiciera gestión, si se quiere política, en el sentido amplio de la palabra, convenciendo a los directores y gerentes de esas empresas. Clubes de ciudades distintas de Bogotá compartieron la idea de los bogotanos y entre todos escogieron el nombre mío para la Presidencia de la Dimayor que acepté por las razones anotadas.
Estuve dos años en ese cargo, que no era remunerado sino adhonorem, y no encontré eco a mis propuestas en el sector público ni en el privado. En ese entonces el futbol no tenía la importancia social, deportiva y económica que tiene hoy en día y por ello los funcionarios y empresarios que contacté no se interesaron. Como no fue posible cumplir la meta que me había fijado, renuncie.
Jaime Castro se retira de su vida pública para dedicarse por entero a la academia.
FAMILIA
He tenido una vida familiar estable y feliz. Clara ha sido la compañera ideal. Tuvimos dos hijos varones. Andrés y Mauricio, los dos abogados rosaristas. La nuestra ha sido una familia unida, hasta en temas jurídicos. Afortunadamente ninguno de nuestros dos hijos decidió hacer política. Ninguno es delfín ni heredero de capital electoral.
La familia del político colombiano no cuenta regularmente con la presencia física del varón, que por definición hace las veces de jefe del hogar. Su oficio no tiene fecha ni horario ni calendario. Quien lo asume debe dedicarse, fundamentalmente, a regar el jardín electoral cualquier día, a cualquier hora, en cualquier lugar. Los vacíos que por ello se producen, en mi caso los llenó Clara quien hizo en relación con sus hijos las veces de madre, padre, hermano mayor y amigo, con mucha entrega y propiedad, afortunadamente.
- ¿Qué debería decirse de Ud. el día de mañana?
Hizo más de lo que esperaban quienes lo conocieron, inclusive más de lo que fueron las esperanzas de quienes confiaron en él.