MÓNICA PINZÓN
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Soy mamá de tres maravillosos hijos: Santiago que tiene catorce años, Santy tiene discapacidad fisica y cognitiva; Nicolás de doce, un adolescente en pleno cambio de voz y temperamento; y María Lucía de nueve, mi princesita hermosa con ínfulas de adolescente; y soy mamá de una princesa con alas que está en el cielo cuidándonos todo el tiempo y que era melliza de Santiago: mi July. Soy esposa, hermana, tía, amiga, profesional. Soy la típica mujer de hoy en día que tiene diez mil roles encima, que sin buscar la perfección, sí la acompañan un empuje y una pasión impresionantes para hacer cada una de estas tareas lo mejor posible.
Mi papá es militar retirado y mi mamá ama de casa, lo cual hizo que fuera muy presente siempre en mi vida. Viajé por Colombia desde muy niña por la profesión de mi papá, y también vivimos de niños en Chile y en estados Unidos, lo cual me hizo aprender a querer y valorar Colombia. Mi papá nos enseñó que a todos, sin importar rangos ni jerarquías, les debemos el mismo respeto. Mi mamá nos enseñó a ser buenas personas, aferradas a los valores. Y los dos, nos impulsaron a perseguir nuestros sueños hasta alcanzarlos. La frase de mi mamá siempre fue:
— ¡Tú puedes!
Hubo tantos cambios de lugar, de colegios y de amigos, que muy temprano aprendí a desprenderme de las cosas materiales. Para los trasteos nos daban una caja y nos decían:
— Empaquen los que les quepa.
Mi papá me cuidó en extremo, pues vivimos en cuarteles militares y me veía vulnerable al entorno. A pesar de ser militar, fue alcahueta, complaciente, pero también firme pues es el que no negocia lo innegociable como los valores y principios, y el que no acepta mentiras blancas o piadosas.
Cuando llegaba del colegio mi mamá me recibía en la casa lo que hace que me cuestione siempre y busque el balance dado que la mayor parte del tiempo he trabajado y no quiero perderme los momentos importantes de mis hijos pues quiero acompañarlos en su despertar al mundo. Pienso que el rol de mamá no es el de ser amiga sino precisamente madre. Yo tuve la mejor mamá del mundo, la que me guió, me abrió los ojos, me regañó y me mostró la chancleta cuando fue necesario (risas).
Tengo un hermano, serio desde niño, ecuánime, prudente, juicioso. Los dos hemos sido muy diferentes. Él fue un gran lector y muy buen estudiante, mientras yo, entre tarea y tarea, sacaba tiempo para casar a las Barbies con los Kens. Monté bicicleta, canté, bailé. Tuve una infancia en la que viví sintiéndome absolutamente dichosa y feliz. Juan Carlos se casó con una de mis mejores amigas.
Económicamente tuvimos las restricciones que da el ser hijo de militar, aunque jamás las sentí así. Nos enseñaron, eso sí, a ganarnos las cosas. Las vacaciones las disfrutábamos una vez al año y las decidíamos en familia. Entendí muy temprano que en la vida hay reglas, que son para respetarlas como se respeta a los mayores. Quizás por eso soy estricta con mis hijos, me angustia darles tantas cosas y que no valoren sus privilegios. Por eso siempre les digo:
— Miren para arriba con aspiraciones y para abajo con agradecimiento.
Sin saberlo, podemos ser el referente de mucha gente, por lo mismo, debemos cuidar cada paso dado.
Disfruté mucho a mis primos especialmente en las tardes de chocolate donde mis abuelitos, y nos seguimos reuniendo en su casa. Soy de las privilegiadas que cuenta con abuelos consentidores, y muero de amor por ellos, aunque cada vez pasemos menos tiempo.
He vivido una vida tranquila, el único peligro del que fui consciente fue en Puerto Berrío (en la guarnición donde estaba mi papa y en la cual pasábamos vacaciones). Se prendían las alarmas pues siempre había riesgo de amenaza guerrillera.
Por lo mucho que me protegieron, cuando entré a la Universidad como yo nunca había tomado un bus, el primer día de clases me perdí regresando, me bajé en otro lado y llamé llorando a mi mamá… Quiero darles a mis hijos un poco más de libertad, porque aunque suena a anécdota divertida, para tener dieciocho años me faltaban alas. Fui buena estudiante y nunca rebelde pero sí hubiera querido más cuerda en la vida, precisamente para que no nos ocurrieran cosas como asustarse en un bus por equivocar la ruta.
Vivimos en Chile por espacio de un año, una de las mejores experiencias y de la que guardo gratos recuerdos y grandes amigos. Pero por ese viaje me atrase un año y al regresar debí graduarme con otra promoción del colegio.
Llegó el momento de decidir mi vocación. Tuve dos opciones, ser comunicadora social o abogada. En orientación vocacional se hacía evidente que lo mío eran las relaciones públicas, pero en Colombia no había la carrera (y si me asusté yendo a la Javeriana no era alternativa irme a estudiar afuera). Hice mi carrera de comunicación social con énfasis en organizacional en la Universidad Javeriana. Ahí conocí a mis grandes amigas, quienes en adelante han sido muy importantes en mi vida.
Fueron cuatro las ocasiones en las que compré papeles para cambiarme a Derecho. Nunca me pasé y debo reconocer que mis amigas fueron un factor decisivo para no hacerlo. Hice un posgrado en ‹derecho a la comunicación› que me ha sido muy útil en mi vida profesional y que me saca esa “espinita” del derecho. Y es que por fortuna me di cuenta que no tenía el carácter ni un alma lo suficientemente fuerte y curtida para asumir lo que implica el derecho penal, que era el que me llamaba la atención.
He vivido momentos de muchísima realización personal. Podría decirte que, lo que he planeado para mi, la vida me lo ha ido cumpliendo.
Una vez graduada me sentí atraída por el tema político. Comencé a trabajar en la Fundación Buen Gobierno como voluntaria. Reemplacé a un amigo durante tres meses cuando estaba en la Universidad, me gustó y me quedé. Ahí recibí mi primer sueldo. Hice parte de un grupo de jóvenes que soñábamos con un mejor país y enseñábamos a que lo quisieran de esa forma.
Otro de mis grandes amores en la vida son mis sobrinos, Juan Pablo y Natalia, a ella siempre le digo que la vida es actitud y la mía, al terminar la universidad, fue de quien se quiere comer el mundo con el ‹se puede› de mi mamá en mi cabeza. La buena energía atrae cosas y yo lo he experimentado en mi vida profesional.
He estado en el sector público y en el privado. En el Seguro Social en la oficina de comunicaciones donde creamos la agencia de publicidad interna: le dimos una nueva imagen. Jaime Arias el Presidente del ISS a quien aprecio mucho, calmaba todo mi torrente bajando mis revoluciones pero dejándome aprender. Luego trabajé en el Ministerio de Educación, donde dirigí la oficina de comunicaciones en la época del Ministro Francisco Lloreda. Estando allí, viajé con mucha frecuencia a las regiones para entregar aulas en los colegios: ver la sonrisa de estos niños me marcó mucho en la vida.
Más tarde, hice consultorías en el sector privado para el tema de manejo de comunicaciones estratégicas, manejo de crisis y de reputación de empresas. Me vinculé a la empresa de Claudia de Francisco y Gloriza Ramírez a través de una gran amiga. Tuve experiencias diversas: un día en la planta de Alpina con gorro y traje especial, al siguiente en un avión para Barranquilla que me llevaba a Promigás a manejar un problema con la comunidad. Confieso que cubrir diferentes áreas, conocer diferentes sectores y asumir retos desde varios puntos de vista, me dio la posibilidad de ver al país con otra mirada. Creo que en ese momento comencé a ver una Colombia llena de oportunidades, a la que después tuve el honor de representar.
Me casé cuando trabajaba en el Seguro Social pero a mi esposo lo había conocido de mucho tiempo atrás: cuando éramos el agua y el aceite. Yo no fui muy noviera, pero si muy rumbera, todavía bailar me transforma. Un primo nos presentó y lo primero que pensé fue que él era perfecto para presentárselo a una amiga… y termine casada con él y con tres hijos: porque uno nunca sabe que le depara el destino. Andrés ha sido un compañero de vida maravilloso, me acolita mis gustos y me ha permitido crecer. Hemos vivido juntos muchos altos y bajos, enfrentado graves problemas, pero también vivido enormes alegrías porque la vida real es como una montaña rusa, y así, con altos y bajos, hay que vivirla y disfrutarla.
Siempre fui una ‹Susanita› pues quise una casa con un esposo y unos hijos (nos falta el perro, pero pronto llegará). Una vez casada, después de unos años empecé a buscar familia y quedé embarazada de mellizos. Fue la emoción más grande de mi vida, el mayor de los sueños hecho realidad. Cuando me hicieron la primera ecografía, le pedí al médico que buscara al otro bebé, porque yo lo había soñado así. Sin tener barriga, ya caminaba con una mano en la espalda: y es que yo iba a poblar el universo ¡¡yo me había inventado la maternidad!! A los cuatro meses cuando estaba en ecografía para saber el sexo de los bebes, la cara del médico se transformó para decirme:
— ¿En su familia tienen problemas de corazón?
Mi vida cambió.
— Uno de los bebés viene con problemas.
Regresé a los diez días a otra ecografía porque el seguimiento tiene que ser más riguroso y me dijeron:
— Los dos bebés vienen con problemas de corazón. Son incompatibles con la vida.
A partir de ese momento comencé a vivir un embarazo mucho más complejo. En el último mes me pidieron quietud, pues una vez nacieran, debían ir directamente a cirugía (y en ese tamaño cada milímetro de crecimiento contaba).
Aún con el riesgo vivi el embarazo a plenitud, tuve muchos ‹baby showers› y les alisté el cuarto con todo, pese a las recomendaciones del médico que me decía que era mejor no ilusionarme, a lo que yo le respondía:
— Yo estoy esperando dos hijos vivos y así lo tienen que sentir ellos.
Fue un embarazo de muchas angustias en el que lloré tanto como rosarios recé. Pero el día del parto, sentí que el milagro estaba en mí. A la semana treinta y ocho, nacieron este par de ‹renacuajitos divinos›… De ese día tengo recuerdos muy nublados: me los subieron para despedirme, pues se los llevaban a la Fundación Cardioinfantil. Fue horrible ese momento, ¡eran tan frágiles y yo tan impotente! Esa noche los bautizamos en la clínica, aunque yo no pude estar.
A la primera que operaron fue a Juli. El médico nos pidió autorización para operarla pues nació un poco más fuerte y su diagnostico era mejor. Yo le dije a mi mamá:
— Vete ma, porfa vete (yo había leído que el humor de la abuelita es el mismo de la mamá). Ve y abrázala por favor, dile que la amo y que no pude estar por mi cesárea.
El Doctor Guillermo Palacio dirigía la unidad de cuidados intensivos de la Cardioinfantil (fue un ángel en todo este proceso), le abrió las puertas a la abuelita y ella pudo entrar junto con mi esposo. Realmente fue muy difícil no estar para abrazarla. Pocos arrepentimientos tengo en la vida, uno de ellos es el no haberla tenido en mi brazos cuando todavía no podía abrir sus ojitos. Quizás el otro, menos importante, fue haberme tomado una foto con uno en cada brazo.
Ese mismo día que llegue a la clínica, trasladaron a Santiago a la habitación, operaron a mi chiquita que salió bien y la pude visitar. Pero, dos días más tarde, hizo una falla multisistémica. Murió el siete de abril, más o menos, a las siete de la tarde. Eran las seis de la tarde cuando me la entregaron conectada a diez mil aparatos. La tuve en mis brazos mientras me despedía, ¡un privilegio! Juli murió en mis brazos, gracias a ese ángel que fue el Dr. Palacio. Si bien fue el momento más difícil también fue el mejor de mi vida pues pude darle tranquilidad, hablarle, decirle que me había hecho feliz, que descansara en paz, que ser su mamá había sido una bendición y un sueño que ella había venido a cumplir.
Entre lagrimas recuerdo ver que en la camita del lado había un par de ojos grandototototes mirándome. Yo quería irme con ella, pero supe que tenía que seguir, pues esa mirada me dijo:
— Pilas que yo estoy aquí. Usted no se puede ir y tiene que ser muy fuerte.
Era mi Santy, que por débil que parecía, después me demostraría que tiene el corazón mas fuerte y valiente del universo.
Al día siguiente enterramos a mi chiquita.
A los quince días operaron a Santiago y a los cuatro meses lo tuvieron que volver a intervenir. El miedo era infinito. Luego nos dicen que necesita una cirugía grande. Era un niño normal con el riesgo del corazón por lo que podía no durar mucho. Fuimos a Boston, luego a Washington (pues nos recomendaron buscar un lugar a nivel del mar y que contara con un aparato de vida asistida, el ‹el ecmo›). Interpusimos una tutela que ganamos, entonces la Cardioinfantil pudo comprarlo. Una de mis grandes satisfacciones es que todo paso que hemos dado en función de Santiago, ha beneficiado a un número importante de niños. Lo operaron en Chicago un catorce de febrero, en una cirugía que duró catorce horas. Fueron días de muchísima incertidumbre.
En el momento de la extubación, debíamos estar con él para que al despertar no sintiera miedo, pero cuando abrió los ojos, él ya no estaba ahí. Ocurrió en Chicago, lejos de todos. Pedí que le hicieran un encefalograma y efectivamente presentaba un daño cerebral severo a causa de la operación. Nuevamente se nos derrumbó el mundo. El tema de Santiago era tan complejo que nosotros sólo veíamos blanco o negro, vivía o moría. Así empezó otro proceso que debimos asumir, el de tener un niño con discapacidad. Fue muy difícil también contarle a mis papás: con nosotros los médicos fueron muy fríos.
Santiago ya decía algunas palabras y pensamos que con su parálisis cerebral, no volvería a pronunciarlas, que no me volvería a decir mamá, que no podría estudiar, que no podría tener una vida “normal”- Pero si que nos ha enseñado lo equivocados que estábamos.
Por fortuna tenemos una familia maravillosa, mis papás nunca nos ha soltado la mano, se han entregado completamente haciendo mas fácil cada paso con su amor incondicional. Vivimos la solidaridad de familia y amigos, y hasta de desconocidos: ángeles que encuentras en el camino que alivianan las cargas.
No importa dónde ni cuándo, con recursos o sin ellos, ante una situación así, todos somos iguales: igualmente vulnerables, débiles por momentos y fuertes al mismo tiempo porque hay situaciones que no se escogen, pero si se escoge la manera de vivirlas.
A partir de ese momento, Santiago entra a un proceso de rehabilitación. Debíamos hacerle otra cirugía de corazón, pero a sus catorce años no ha sido necesaria. No entendemos cómo puede ser posible pero así es, quizás porque en la vida los milagros surgen día a día. El milagro de Santiago es estar vivo, no que corra o camine, el milagro no es que vaya al colegio, es que lo disfrute y que me de un beso todas las mañanas.
Después vinieron un par de alegrías que le devolvieron a mi mundo los colores, Nicolás y María Lucia. Son dos niños igualmente “especiales” que completaron nuestra vida, y a mí, como mamá, me devolvieron la sonrisa, las ganas, la ilusión y la vida misma. De ellos también me puedo quedar hablando por horas, son mi razón de ser.
Aprendí a sobrellevar situaciones emocionalmente muy fuertes. Al principio era incomodo hasta ir a reuniones y ver la ilusión de mis amigas con el colegio de sus hijos, y pensar que Santy “no podría”. Odiaba que lo miraran como a un niño “diferente”. Fueron una y mil situaciones de las que a hoy solo tengo aprendizajes positivos: el manejo de sus hermanos, frustraciones al verlo diferente, o el sentir que otros lo ven diferente pero cada uno ha llevado un proceso individual sano y en el que hemos logrado entre todos encontrar respuestas.
Estuve un tiempo dedicada a ellos y haciendo alguna que otra consultoría porque no sirvo para quedarme quieta. En esa época a la gente le parecía muy pesado tener tres niños chiquitos, curiosamente en ese momento todo resultaba más fácil, porque los metía en un coche y en un cargador y me los llevaba a donde fuera, claro que gracias a que he tenido la suerte de tener unos papas espectaculares. Hoy es físicamente mas retador, cada niño tiene su actividad, personalidades diferentes y viven etapas distintas. Además, cada vez más, Santy es mas pesado y su manejo más complejo: ahora el hombro duele, la espalda molesta y los abuelitos ya no lo pueden cargar como antes.
Volver a trabajar siempre era mi sueño, por deseo propio pero también porque las terapias son costosas, así como las sillas de ruedas, los aparatos ortopédicos y tantas más cosas que necesita Santiago (además, a mí me encanta viajar) por lo que supe que era hora de retomar la vida laboral en forma.
El Presidente Santos me ofreció un consulado en Boston, lo que significó un reto profesional muy interesante para mí y una oportunidad de vida para todos, especialmente para Santiago. Luego me trasladaron a Vancouver en el mismo cargo: otra gran ciudad. La discapacidad en otros países en una condición de vida para la cual se dan oportunidades, se adaptan espacios, se adecúan socialmente para realizar procesos de inclusión plena. Santy tuvo muchas oportunidades, se facilitó enormemente la vida, vivimos a nivel del mar. Todas condiciones estuvieron dadas para tener una gran calidad de vida, al tiempo que tuve el honor de servirle a Colombia.
El trabajo como cónsul fue muy gratificante, me permitió conocer el país desde la mirada de emigrante, del colombiano que se va lleno de sueños, conocí la problemática del narcotráfico a través de las personas detenidas, vi el mundo a través de los ojos de muchos estudiantes y pude hacer que otros vieran a Colombia como el país de oportunidades, de la biodiversidad, económicamente estable, con una riqueza cultural maravillosa. Representé al país que mi papá nos hizo adorar y respetar.
Decidí que quería dejar huella, así que creamos con un grupo de colombianos, NEACOL, una organización que recoge fondos y apoya instituciones en Colombia que ayudan a niños de escasos recursos en temas de salud y educación. Hoy otras personas mantienen ese legado y tras cinco años se han beneficiado más de cinco mil niños. Creamos la Semana de Colombia en Harvard y MIT (este año llegó a su quinto año), desarrollando temas de la agenda nacional con expertos internacionales y hacedores de política publica. Logramos acuerdos educativos, de innovación, hasta pusimos el primer granito de arena para tener el primer vuelo directo comercial de Boston a Bogotá. En Vancouver generamos la posibilidad de que más estudiantes accedieran a créditos y becas. Lo satisfactorio a hoy no es figurar, sino saber que con disciplina, pasión por lo que se hace y respeto por las instituciones se pueden hacer cambios que afectan positivamente la vida de otros.
Pasados siete años decidí regresar para ayudarle a mi hermano en su campaña presidencial. Lo acompañé, estuve muy cerca de él y de nuestra familia. Las campañas políticas implican un desgaste impresionante y mucho sacrificio, pero también un gran aprendizaje, y más cuando se tiene la convicción de estar actuando correctamente. Andrés me apoyó en mi decisión pero para los niños no fue fácil adaptarse. Durante ese año quise ser para mis hijos la piedra donde uno se ancla, y les dije:
— Yo también lo viví. Sé muy bien qué es dejar a los amigos, el colegio y los lazos con el lugar, pero esta es una oportunidad de recuperar nuestras raíces y estar de nuevo al lado de las personas que amamos.
A mis hijos les habíamos dado alas, ahora debíamos darles raíces, por duro que fuera dejar ciudades maravillosas y amigos que se habían convertido en familia.
De mis abuelos me despedía para siempre cada vez que viajaba, como si fuera la última vez porque siempre viajé con miedo de no verlos más. Hoy soy muy feliz de seguirlos disfrutando. Para Santiago estar cerca de sus abuelos ha sido muy importante, no hay nivel del mar que valga, para él su vida son ellos.
El reto grande, en función de Santiago, ha sido el tema educativo. Al regresar me encontré muchas puertas cerradas en los colegios, los procesos de inclusión educativa no eran lo que yo esperaba, no hubo opciones, fue frustrante recibir tantas excusas sólo para no recibirlo. Comenzar de nuevo ese camino, en esta ciudad poco amigable y accesible para los discapacitados fue, porqué no decirlo: ¡doloroso! lncreíblemente la discapacidad no es bien vista: a los discapacitados se les esconde, se les discrimina y se les niegan oportunidades.
El haber vivido afuera y Santy mismo, me enseñaron que frente a mí tenía un universo de capacidades y oportunidades. En Estados Unidos tienen no sólo modelos de inclusión educativa, sino de educación especial que hace que cada persona desde su diferencia pueda tener un proyecto de vida, un empleo, una opción, un futuro. Cuando llegamos a Vancouver (que no tiene segregación de ningún tipo), la inclusión se hizo en el mismo colegio de sus hermanos, lo que significó que tejieran una amistad nunca antes imaginada, se sintieron orgullosos y le colaboraron en todo lo que estuvo a su alcance: y lo siguen haciendo. Eso es una verdadera inclusión social.
Finalmente en Colombia encontré un lugar maravilloso para Santiago que comparte con otros cinco niños. Santy es feliz (tiene lo que nosotros le podemos dar), pero hay miles de niños que no reciben la atención adecuada. El sistema de salud y el sistema educativo ponen miles de trabas y no entienden la discapacidad desde una visión positiva. Pero cuando uno critica, se informa y actúa, encuentra, para mi sorpresa y la de un grupo de personas que genuinamente y sin ambición distinta a lograr mejoras en este tema, que en Colombia existen leyes y avances en esta materia pero que están tristemente aislados y desarticulados.
Por esto actualmente estamos creando un centro de pensamiento de capacidades diferentes. Somos hoy más de treinta personas expertas en diferentes áreas, organizaciones, académicos, mamás y gente que de alguna manera ha estado cerca de estos temas, unidas con el ánimo encontrar un camino que permita articular esfuerzos y apoyar a las instituciones a avanzar en esta materia. Tenemos tres lineas de trabajo, de las muchas que se podrían trabajar: detección temprana, inclusión educativa y proyecto de vida a través de modelos vocacionales.
Uno de los problemas es cómo nuestra sociedad enfrenta la discapacidad, y debemos cambiar esa percepción dramática y lastimera. La discapacidad es tan diversa que ninguno está exento a vivirla.
Te doy un ejemplo de cómo se tergiversa el tema:
Una niña de nueve años, compañerita de María Lucía (mi hija), dijo que si ella tuviera una hija con discapacidad: “le daría muchas medicinas para que se durmiera o para que se muriera”. No la juzgo, fue lo que escuchó y vio. Imagínate lo que esto significó para mi hija. Así que solita decidió hacer una exposición con fotos de su hermano para concluir que la discapacidad es bonita y normal. La profesora me escribió para decirme:
— María Lucía nos cambió hoy la vida.
Ahora necesitamos que los hacedores de política pública lo entiendan también. Hablamos con el nuevo Alto Consejero para la Discapacidad, le pedimos que nos use (al Think ThanK), como sociedad civil para que podamos ayudarle a que pasen cosas positivas.
Claramente esta no es una situación emocionalmente fácil, pero sí es mas llevadera cuando se tienen los recursos para enfrentarla. Pero se puede ser feliz si se elige serlo. Cuando la terapia duele, nos inventamos historias que hagan reír a Santiago. Yo estaré para acompañarlos en cada uno de sus procesos porque de eso se trata la vida, de aprender y de recorrer juntos el camino.
Paro aquí Isa, diciéndote que lo que soy en la actualidad, es producto de la mezcla de experiencias maravillosas: unas felices, otras no tanto. Para mí es importante que mis hijos aprendan a ser personas de buen corazón, a desarrollar su capacidad física y mental al grado de ser la mejor versión de ellos mismos sin compararse con otros y, a ser esa persona con la que ellos quisieran compartir en el futuro. De ahí en adelante todo es ganancia.
- ¿Quién ha sido tu mejor maestro?
Tengo tres maestros en mi casa y cada uno es especial a su manera, y cuentan con el amor incondicional de sus padres y abuelos.
Y la gente que en momentos difíciles fue solidaria sin esperar nada a cambio… yo los llamo ángeles, pero fueron grandes maestros.
- ¿Qué es un milagro?
¡Levantarnos hoy! Los milagros no son lo que pedimos sino cómo los vivimos: aún a veces con un poquito de dolor.
- ¿Qué es la felicidad?
Ver la sonrisa de mis hijos. La relación de Santiago con sus abuelos. Un abrazo en el momento adecuado de la persona correcta (de mis sobrinos por ejemplo).
Una parranda vallenata (risas)
Servir… La verdad es que la Felicidad es la suma de momentos. Mi felicidad está conectada a los demás.
- ¿Qué es ser grato?
La gratitud es la capacidad de, a pesar de las circunstancias, mirar a alguien a los ojos y decirle : tú influiste en un momento feliz de mi vida.
- ¿Cómo no llegar a la desesperanza y cómo mantener la ilusión?
¡Con la actitud, la vida es actitud! Hay que reírse de los problemas también. Creo infinitamente en Dios pero me he alejado de la institución (no voy a misa porque cuando voy me da la lloradera y odio que me vean llorar). Yo vivo agradecida, creo que eso también es un buen secreto para levantarse sintiéndose bendecido.
- ¿Qué lecciones has aprendido?
A no juzgar al otro, a respetar creencias y formas de vida, a reconocer mis errores, porque he cometido muchos. Cada decisión me ha llevado al paso siguiente, cada consecuencia hay que asumirla con responsabilidad y luego, no debe haber arrepentimiento. Tengo anhelos y sueños, pero aprendí a vivir sin apegos.
- ¿‹Lo que te quepa en la caja del trasteo de infancia›?
¡Exacto! Solo eso!
- Para no dejarte hundir, ya no tienes dos ojos grandes mirándote ¡sino seis!
¡Si! Soy una mamá amorosa pero súper estricta.
Cuando Santiago cuenta los números, siempre se come el tres. Un día le pregunté que porqué lo hacía y me dijo:
— Mamá, es que con el tres tú te pones furiosa. Obvio siempre cuento hasta tres… Risas y ellos saben que hay consecuencias.
Él es un adolescente sin filtro.
- ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?
Sonrisas. Que se vayan con buena energía y que perdure.
- ¿Cómo quieres que te recuerden?
Cantando, bailando y sonriendo. Y claro, si se acuerdan de alguna buena obra pues mejor… risas
Creo que sólo tres personas me tienen en su lista negra… y mejor ni nombrarlas
- Recuerda que el tres no existe.
(Risas)