Sandra Borda

SANDRA BORDA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

El rasgo que mejor me define es el ser una persona interesada en aprender de manera permanente. Mi experiencia como docente y como profesora ha sido de aprendizaje, más que de transmisión de conocimiento. Me evalúo constantemente, me reviso y me pienso todo como un proceso de aprendizaje. Soy como una esponja en función de las distintas experiencias que brinda la vida desde el arte, la literatura, el cine, con mi propia carrera, pues  la investigación académica es en sí misma una forma de aprendizaje. Me veo como los niños recién nacidos cuando abren los ojos y comienzan a mirarlo absolutamente todo, maravillados luchan contra el sueño porque están en plan de descubrirlo todo rápida e inmediatamente.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Carmenza Sánchez, mi abuela, quien ya murió, tuvo dos hijos: Guillermo, mi papá, y Jorge. Fue una mujer tremendamente especial a quien quise mucho.

Su casa de la calle 170 estaba ubicada en un  un lote amplio en el que tuvo gallinas, perros, gatos, pájaros, porque le fascinaron los animales. De mi abuela heredé mi gusto por estar siempre rodeada de ellos. El plan era visitarla los fines de semana, entonces preparaba mis papas en chupe favoritas. Tuvo una peluquería en la que cortó mi pelo hasta el comienzo de mi adolescencia.

Le encantaba descubrir destinos y la recuerdo amorosamente porque, como fui hija única mucho tiempo, me llevó a todos sus viajes a la Costa y a pueblos de tierra caliente para disfrutar del mar y de la piscina. Fue una mujer divertida y yo disfruté enormemente de su compañía.

Guillermo Borda, mi papá, fue un hombre guapo en sus años mozos: alto, flaco, elegante. Fue muy activo, se mantenía ocupado haciendo cualquier cantidad de cosas. Alguna vez tuvo con su hermano una tienda de espejos. Siempre le gustaron lo carros y tuvo un buen número de ellos. Lo recuerdo los fines de semana dedicándose a lavarlos y a cacharrearles. Hizo parte de la nómina de la Superintendencia Bancaria (hoy Financiera), donde conoció a mi mamá y donde hizo carrera, porque los dos trabajaron desde jóvenes para la burocracia del Estado y juntos también estudiaron Derecho.

RAMA MATERNA

Octavio Guzmán, mi abuelo, hizo parte de una familia numerosa, patriarcal, muy próspera en un tiempo. Su familia vivió en una casa grandísima de la Candelaria que todavía existe. Fue el menor de sus hermanos y recibió poco como herencia. Cuentan que  tuvo problemas con el alcohol, de lo que no puedo dar fe, pues nunca llegué a conocerlo.

Rosa Niño, mi abuela, llevó una vida muy difícil. Se dedicó a criar a sus hijos en casa de la familia de su esposo, allí trabajó como empleada del servicio. Mi abuela, mi abuelo y sus hijos, vivieron en un espacio muy pequeño y no siempre contaron con las tres comidas. Esta historia la familia la recuerda con muchos detalles de pobreza y con dolor.

Dora Guzmán, mi mamá, es una mujer guerrera, mi modelo de vida. Supo salir adelante y sacarnos adelante a nosotros, a sus hijos, con mucho empeño y trabajo. Fue quien me regaló mis primeros libros y con ella fui a ver la primera película en cine. Es inquieta, siempre está aprendiendo. Nunca se interesó por la política, como buena hija de la clase media jamás le prestó atención a estos temas pues se dedicó a estudiar y a trabajar, pero de un tiempo para acá, quizás más de cinco años, los activó y se puso en la tarea de entenderlos.

A sus dieciséis años fue secretaria en la Súper Bancaria, donde se jubiló. En ese, su primer trabajo, recuerda siempre cómo sufrió tratando de acostumbrarse a las medias veladas. Padeció muchísimos episodios de maltrato laboral, resultado de esa costumbre tan colombiana de tratar mal a los subalternos. Recuerdo, siendo niña, haber visto llorar a mi mamá en las noches, recogida y en silencio. Aprendió a hacer bien su trabajo, supo que solo superándose saldría adelante, como en efecto ocurrió. Luego vio que tendría posibilidades de ascender si estudiaba Derecho.

Convenció a mi papá de hacer la carrera en la noche, así fueron ascendiendo, escalón por escalón, en sus carreras. Se especializaron en seguros, área que para ese entonces atendía también la Superintendencia Bancaria.

Mis papás trabajaban todo el día para luego asistir a la universidad, terminaban clase a las diez u once de la noche. Mi mamá cuenta que a veces le costaba conseguir transporte y lloviendo tenía que caminar largos trayectos para llegar, cansada, a hacer sus proyectos y madrugar al día siguiente a seguir con la misma rutina. A mi mamá le tomó mucho tiempo y esfuerzo aprender a manejar, pero entendió que su autonomía dependía de ello.

INFANCIA

Mis recuerdos de infancia están junto a mi abuela Carmenza quien ayudaba a cuidarme junto a Carmen, la empleada de servicio que hizo también las veces de niñera, y junto a su hija Lucía que, como teníamos la misma edad, me acompañó siempre en a la hora del estudio y también a la hora del juego. Crecí como hija única, sin televisión ni Internet, hasta los catorce años cuando mi vida tomó otros caminos. Mis hermanos son hijos de los segundos matrimonios de mi papá y de mi mamá, entonces tenemos una diferencia de edad importante.

ACADEMIA

JARDÍN INFANTIL RAFAEL POMBO

Tengo muy buenas memorias del jardín infantil pedagógico Rafael Pombo. Amé ese lugar. Mi mamá dice que cuando me llevó el primer día vio cómo las otras mamás vivían un drama, mientras que conmigo fue muy tranquilo todo.

Recuerdo la casa en Teusaquillo, a mi profesora Clemencia, a mi amigo Camilo, lo que comía, las actividades que hacíamos. El día del grado me pusieron toga y birrete. En este lugar me enamoré del estudio, la pasé muy bien y disfruté inmensamente.

COLEGIO SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS BETHLEMITAS

Producto de las limitaciones económicas empecé a estudiar en el Sagrado Corazón de Jesús, colegio de las monjas Bethlemitas, el clásico bogotano, académicamente no muy sobresaliente.

Solo disfruté las tareas, me encantó haber aprendido a escribir, me fascinaba hacer planas extras a las que les añadía dibujos. Pero, en la medida en que fui creciendo, empecé a tener muchos problemas con lo arbitrario de la disciplina que imponían las monjas.

En tercero de primaria una monja, con la que tuve una relación muy difícil, me castigó dejándome de pie en el centro del patio, a pleno medio día. No había ni una nube. He sufrido de migraña desde muy niña y el sol la activa y la potencia, pero esto no le importó a la monja ni el daño emocional que me causaba: clásico colegio pre Constitución del 91, hoy en día le hubieran puesto una tutela.

Mi respuesta no fue otra que una reacción muy hostil hacia las monjas, que se fue manifestando en la medida en que fui creciendo. Me convertí en una estudiante con problemas de disciplina a la que no lograron domesticar.

Una mañana, antes de salir para el colegio y estando en primero de bachillerato, mis papás me contaron que se iban a separar. Tenía once años. Mientras estaba sentada en clase y queriendo concentrarme, solo pensaba en la situación de mis padres. No lograba entender, pues siempre habían guardado la imagen de ser un matrimonio sólido, ideal. Claramente no lo era, solo que hicieron un muy buen trabajo ocultándome sus conflictos.

INDEPENDENCIA

Mi mamá era muy joven cuando conoció al papá de mis hermanos y mi papá conoció a su nueva pareja con la que decidió vivir en Cali. Para ese momento decidí irme de la casa y buscar mi propio espacio.

Pasé un tiempo con una tía. Luego empezó un periplo de casa en casa de señoras viudas que arrendaban cuartos en Chapinero. Pero mi papá consideró que esa situación no era conveniente y me invitó a vivir con él, con su esposa y con mi hermano.

Cursé décimo grado en otro colegio de monjas en Cali, del que me echaron porque nunca me adapté a la ciudad ni a las monjas. El ambiente  de la ciudad, plenos años ochenta, era muy pesado por el narcotráfico. No me identifiqué con esta cultura que me resultaba completamente desconocida, no entendí las claves sociales que se manejaban. Viví muy solitaria, muy encerrada, con dificultades para hacer amigos, pues no soy gregaria.

La esposa de mi papá, que es psicóloga, recomendó que recibiera atención, lo que no resultó bien, nada bien. Asistí a unas cuantas sesiones, pero no me gustó. Abandoné rápidamente la terapia. Esta circunstancia, sumada a que me habían echado del colegio, marcó el inicio rápido de mi regreso a Bogotá.

Me gustaría poder contar que me expulsaron del colegio por alguna pilatuna, pero no, me echaron por “problemas de actitud”. Según las monjas yo era contestona, agresiva y brava. Entonces en mi adolescencia se empezó a gestar un carácter recio.

Llegué obligada a la casa de mi mamá. Las monjas de Bogotá no me querían recibir cuando me faltaba tan solo un año para graduarme. Finalmente accedieron, pero me vi afectada por el cambio de calendario que en Cali era B y en Bogotá era A. 

Los problemas continuaron y rápidamente dejé la casa de mi madre para nuevamente buscar mi lugar. Nadie sabía que una amiga del colegio vivía sola, luego llegó su hermano. Entonces las dos buscamos un apartamento en el centro y encontramos uno en el edificio en donde entonces estaban los estudios de Caracol, en la calle 19 con carrera 4.

Pasamos muchos trabajos para llegar al colegio. Como vivíamos tan limitadas de recursos, nunca contratamos la ruta. Recuerdo que cuando lograba tomar el ejecutivo que bajaba por la diecinueve y tomaba la séptima, al pasar frente al colegio me quedaba mirándolo, prefería seguir. No quería bajarme, no quería entrar, no quería. En cambio sí, me matriculé en el Centro Colombo Americano para aprender inglés, sin tener muy claro para qué, después terminó sirviéndome.

En el colegio no fui una buena estudiante, no me generaron buenos incentivos, mi vida era compleja, no tenía estabilidad ni sosiego. Tampoco perdí un año, pues quería graduarme rápido y abandonar ese lugar.

Cerrar este capítulo fue traumático por mi rebeldía, las monjas no me podían decir cómo peinarme ni cómo llevar el uniforme ni absolutamente nada. Fue un momento de grandísima incertidumbre sobre lo que iba a pasar conmigo.

TRANSICIÓN A LA UNIVERSIDAD

Mi decisión de estudiar estuvo permeada por lo personal y por el momento país pues vivíamos la Constituyente, el narcotráfico y sus atentados con bombas, secuestros.  Viví de cerca la violencia y nunca pude acostumbrarme a ella.

Cuando pensé en mis opciones profesionales, la Ciencia Política siempre fue mi prioridad, y solo existía en la Universidad de los Andes. Podía optar por Derecho en la Javeriana o Sociología en la Nacional. La gran duda estaba en cómo iba a lograr una admisión habiendo sido una estudiante muy mediocre en el colegio. Entonces las esperanzas se cifraron en el ICFES. Mi colegio no tenía tradición de buenos puntajes y yo misma tenía pésimas calificaciones, lo que me hizo pensar que eso podía salir muy mal.

Hice pre ICFES gracias a que mi tía Consuelo, mi tía preferida y a quien quise muchísimo, me dio la posibilidad de hacerlo sin pagar. Un día a la salida del colegio me encontré con que mi mamá me estaba esperando. Recuerdo la sensación de tremenda emoción cuando me decía: “No me aguanté, tenía que venir a contarte que ya salieron los resultados”. Había obtenido, si mal no recuerdo, el tercer mejor puntaje del colegio, lo que aún hoy me sorprende muchísimo. Tenía listo mi tiquete de entrada a cualquier universidad, ahora solo faltaba resolver el problema de la financiación.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Para llegar a la Universidad de los Andes tuve que enfrentar las paradojas clásicas del ascenso social, como estudiante que llegaba a una institución creada por y para las élites del país, a las que no pertenecía. Por fortuna el esfuerzo económico no fue de tanto impacto pues la matrícula se pagaba de acuerdo a la declaración de renta y nos apoyamos en recursos del ICETEX cuando sus tasas no eran tan altas. Recuerdo la cifra, durante el primer semestre pagué trescientos cuarenta y dos mil pesos.

Viví dos experiencias, la académica y la social. En primer año me sentí fuera de la pecera, no tuve buenas clases y en ellas me preguntaba qué estaba haciendo, no era lo que esperaba y dudaba que pudiera lograrlo.

Me sentí perdida, confundida y con una presión social muy fuerte pues los Andes era socialmente menos diversa en esa época. No estaba acostumbrada a ver que la gente a mi edad llegara y saliera en carro, porque desconocía el modo de vida de los ricos del país, era la primera vez que me enfrentaba a esa experiencia. Hubo choque de clases, choque de todo, fue muy difícil.

Tampoco lo sobrevaloré porque en mi semestre me encontré con estudiantes, aunque pocos, en situaciones mucho más difíciles que la mía. Estudiando logré neutralizar la ansiedad social que me producía el estar en un ambiente que no sentía propio. Para mí resultaba mucho mejor sentarme a estudiar en la biblioteca que sentarme en la cafetería a compartir con los otros. Por lo mismo no generé lazos fuertes de amistad.

Mi rendimiento académico cambió, al semestre siguiente empecé a tener mejores clases, me conecté más y me volví una estudiante estrella, fui bien vista por los profesores quienes me brindaron una red de apoyo fantástica. Me enganché con lo que estaba estudiando, hice énfasis en lo internacional y logré muy buen desempeño.

Muy temprano fui monitora, en cuarto semestre conseguí trabajo como asistente de investigación  y eso empezó a resolver mi situación financiera. Estaba obsesionada con  lograr independencia económica. Mi vida se convirtió en leer y en escribir, en nada distinto, era lo único que me interesaba hacer realmente.

Armé una red profesional de académicos muy fuerte, no solo con gente de los Andes, sino también de la Nacional. Fue este el primer momento de insertarme en la comunidad de mi campo.

PRESIDENCIA ERNESTO SAMPER

A mis veinte años, cuando se acercaba mi grado y en el último año del gobierno Samper, Rodrigo Pardo, director del Departamento de Ciencia Política, me contrató como su asistente de investigación. Un año más tarde, en Presidencia estaban buscando a una persona que escribiera discursos internacionales, Rodrigo me presentó y fui contratada.

Esta experiencia de trabajo me permitió darme cuenta de que esto no era lo mío, no era nada con lo que quisiera seguir. Un año en el sector público y fue suficiente para saber que el camino que quería seguir era otro muy distinto.

UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Terminado el gobierno Samper dicté clases en la Universidad del Rosario. Aquí supe que lo que quería era dedicarme a la docencia y a la investigación, y para eso necesitaba seguir estudiando.

Empecé a revisar universidades gringas por unas pocas compañeras que habían viajado a estudiar. El proceso fue muy complejo, no se contaba con Internet, todo era en papel y presencial, la búsqueda fue prácticamente a ciegas y aplicando por correo físico.

Hice mi tarea de docente con dedicación y esmero, sin mucha fe en mi proyecto internacional al verlo tan improbable y sin saber cómo pagarlo.

Empezaron a llegar las cartas de admisión. La primera que recibí fue la de la Universidad de Chicago, con beca incluida. Cuál no sería mi sorpresa, no solo por haber sido admitida, sino porque, además, me iban a pagar por estudiar.

UNIVERSIDAD DE CHICAGO

No contaba con mayor información de la Universidad, apenas si había escuchado de los Chicago boys, economistas de prestigio. Tan solo había estado en una ocasión en los Estados Unidos, pues cuando niña me llevaron a Disney World.

Se me vino el mundo encima, por fortuna mi mamá me rescató, me animó, pues ha tenido por política lanzarse al agua, intentarlo y no dejar pasar las oportunidades.

Tenía veintiséis años y por primera vez en mi vida iba a viajar sola. Recuerdo el episodio en el Aeropuerto en Houston. En la mano llevé una carpeta con todos los documentos migratorios, de universidad y del hotel. Cuando estaba haciendo migración puse en un carrito las maletas y la carpeta, pero en el azar saqué las maletas y dejé la carpeta. No tenía ni siquiera la dirección del hotel al que debía llegar esa noche.

Ya en el avión, sentada junto a la ventanilla, lloré a mares porque iba a aterrizar en una ciudad que no conocía, sin un lugar a donde llegar y sin saber qué iba a hacer. Pensaba: “¡Esto es un desastre. Esto empezó mal y va a terminar mal. Nunca he debido hacer este viaje!”.

Llegué en una tarde de verano, tomé un taxi, le dije al señor en mal inglés que me llevara al hotel más cercano al campus de la Universidad. Por fortuna tenían cupo, me recibieron y al día siguiente hablé en admisiones donde me resolvieron todo con amabilidad.

Tomé un curso híper intensivo de inglés en una inmersión absoluta pues estaba prevenida por el idioma y necesitaba estar lista para el inicio de clases en septiembre.

Lo que más recuerdo es que venía de ser profesora de Metodología de Investigación en el Rosario y una de las mejores estudiantes de Ciencia Política en los Andes, razones suficientes para sentirme confiada en que lo haría muy bien. Pero me pasaron una aplanadora brutal por encima: dañé la primera nota en el primer curso de metodología de investigación en Chicago, me encontré con estudiantes coreanos muy fuertes en matemáticas, con gringos que contaban con la ventaja comparativa de estudiar en su lengua materna. Todo resultaba muy competitivo.

El sistema no era por semestres, sino por trimestres, quarters, lo que implica unos ritmos muy fuertes. No alcanzaba uno a empezar un curso cuando ya tenía que estar preparando el trabajo final. Muy caótico todo. Por lo mismo me encerré en la biblioteca, Regenstein, de la que no salí, porque esos retos académicos no me podían quedar grandes, no existía ni la más mínima posibilidad. Surgió en mí el carácter de mi mamá, y le escribí correos en los que descargaba toda mi emocionalidad.

En año y medio pasé de haber reprobado en la primera entrega a ser una de las dos personas de mi promoción que se graduaba con honores.

Alex Wendt, mi profesor y director de tesis de Relaciones Internacionales y el más reputado de la época en su país, no solamente me dio los honores para el grado, sino todas las recomendaciones para el doctorado. Me abrió las puertas de muchas Universidades en Estados Unidos.

DOCTORADO

No me sentía segura de querer continuar estudiando ni de continuar con mi carrera académica. Sabía que estaba en la fase inicial de mi curva de aprendizaje, que me faltaba un largo camino, y fue Wendt quien me animó a seguirlo.

Regresé a Colombia por seis meses, en el interregno entre una etapa y la otra, apliqué y  fui aceptada en todas las universidades a excepción de Minnesota. Pero no solo eso, sino que las universidades me llamaban a la casa para convencerme de que ingresara.  Finalmente regresé a los Estados Unidos.

La Universidad en la que quería estudiar era precisamente la de Minnesota, cuna del constructivismo, corriente teórica en que yo trabajaba, además de ser la universidad de mi profesor Wendt. Pero allí no me dieron la admisión. Entonces elegí la Universidad de Wisconsin, la más sólida de todas.

Dos años después de iniciar el doctorado a mi director de tesis le ofrecieron un puesto en la Universidad de Minnesota y para aceptar puso como condición que yo fuera recibida de inmediato como estudiante de doctorado. Así ocurrió, entonces llegué a Minnesota con otro título de maestría otorgado por Wisconsin y estudié allí cuatro años más.

Viví en México seis meses gracias a una beca de la Fundación Ford que me había ganado para hacer investigación para mi tesis. La tesis la enfoqué en el papel de los actores internacionales en las guerras internas y en los procesos de paz. El estudio lo enfoqué en los casos de Guatemala, Salvador y Colombia.

Comenzó la discusión con los miembros del comité de disertación sobre a dónde iba  a aplicar para empezar a trabajar como profesora. Para los profesores gringos, parte de lo que significa acumular un buen record, consiste en ubicar a sus estudiantes de doctorado en buenos puestos. Como era una de sus consentidas, quisieron ubicarme en universidades de élite y en el mercado laboral americano. Pero yo ya había llegado a la conclusión de que no quería quedarme a vivir allá, lo que generó toda una discusión con ellos.

Para ese momento recibí una llamada de los Andes invitándome a que participara del concurso para ocupar una plaza como profesora de tiempo completo en el Departamento de Ciencia Política, lo gané y gracias al apoyo de la universidad, pude culminar mi tesis doctoral durante mi primer año de contratación

DOCENTE EN LOS ANDES

Regresé a Colombia en el 2007. Llegué muy desubicada, pues llevaba diez años por fuera del país. Como no disponía de recursos las vacaciones las había aprovechado para trabajar como asistente de investigación en los Estados Unidos y para viajar a otros lugares. Vine muy poco a Colombia mientras estudiaba.

Los doctorados lo forman a uno en muchas cosas, pero no en temas de coyuntura y durante ese período me perdí la mayor parte del uribismo. La política colombiana había cambiado muchísimo y no entendía muy bien la razón. Entonces empecé por ubicarme, a familiarizarme con nuestra realidad para entenderla.

MISIÓN DE POLITICA EXTERIOR

Cuando me encontraba en Minnesota, el canciller Jaime Bermúdez me invitó a hacer parte de la misión de expertos de política exterior que había constituido con los internacionalistas colombianos más reputados: Gustavo Bell, Juan Tokatlian, Camilo Reyes, Socorro Ramírez, Hernando José Gómez y Mauricio Reina. Una vez en el país me vinculé de inmediato a la misión. Era la más joven de todos, tenía treinta y seis años. Profesionalmente significó un salto enorme pasar de ser una estudiante de doctorado a ser parte de un grupo de personas altísimamente calificadas.

El inicio de mi trabajo en los Andes y en la misión se dieron de manera simultánea, lo que me dio visibilidad. Empezó también mi trabajo como analista en medios de comunicación.

MEDIOS DE COMUNICACIÓN

Estaban candentes las relaciones de Uribe con Venezuela cuando los medios me empezaron a buscar para hacer análisis. Comenzó un proceso de descubrimiento y aprendizaje. Me di cuenta de que  funcionaba bien en ellos,  el registro de mi voz era apropiado y ante cámaras me desenvolvía bien.

A los académicos nos cuesta ser concisos, dictar clase es distinto a hablar en medios, entonces aprendí muy rápidamente una cantidad de trucos para evitar ser descontextualizada. Supe que debía hablar corto para que dejaran exactamente lo que yo quería que saliera, que debía ser concreta y que no podía usar términos técnicos.

En televisión tuve que prestar atención a aspectos que antes me habían sido indiferentes, como mi apariencia física.  Tenía una vanidad moderada, pero nunca tuve como prioridad dedicarme a cultivar la forma en la que me veo. 

Trabajé por tres años en el panel de expertos de Mañanas Blu, de Blu Radio. Hice análisis en televisión y presenté por seis meses Red + Noticias en reemplazo de Camila Zuluaga cuando se fue a estudiar. Aquí pude darme cuenta de que estaba totalmente desconectada de la línea editorial del noticiero. Cubrí el NO del plebiscito y las elecciones en los Estados Unidos que ganó Trump. Debía leer lo que me pasaban y contaba con un muy breve espacio para hacer análisis, entonces fue muy difícil negociar y muy rápido me desencanté.

Luego trabajé en Hora 20, escribí para la Revista Arcadia como columnista cuando Juan David Correa era su director. También vinieron las columnas en El Tiempo. Todo esto paralelo a las clases de la Universidad que tan solo se vieron interrumpidas tres años cuando me fui de préstamo, cual jugador de fútbol, como decana para construir la Facultad de Ciencias Sociales en la Tadeo.

PARTICIPACIÓN EN POLÍTICA

Por cuenta de mi trayectoria en medios y de la visibilidad que estos me dieron, se empezaron a acercar personas que hacen política para que los acompañara en sus proyectos.

Hace cuatro años apoyé a Sergio Fajardo con algunos temas. Cuando Duque y Petro pasaron a segunda vuelta, por cuenta de la angustia terrible que tenía por lo que pudiera pasar con el proceso de paz, decidí apoyar a Petro.

Gustavo Petro me veía como una twittera, una influencer, entonces, toda la ayuda que me pidió fue una foto para ponerla en la red. Jamás aporté con contenidos.  No soy una persona de izquierda, tampoco de derecha, me considero liberal. Esa fue mi contribución para salvar el proceso de paz, y el resto es historia .

También en ese entonces me ofrecieron ser parte de una lista al Senado, pero no acepté porque solo buscaban cumplir la cuota femenina.

Juan Manuel Galán me contactó para que le ayudara en los temas programáticos como parte de su plataforma como candidato presidencial. Me apunté a esta tarea porque es lo que sé hacer. Cuando tomaron la decisión de hacer una lista para el Nuevo Liberalismo, me ofreció ser candidata al Senado. Acepté inmediatamente por tratarse de un tercer lugar en una lista paritaria y cerrada.  Por alguna extraña razón los momentos claves de mi vida no están precedidos de grandes reflexiones, de listas de pros and cons ni de múltiples consultas. Resulto un tris impulsiva para este tipo de decisiones y, como me ha ido bien, sigo mi intuición.

Hay un tema fundamental, la razón por la cual estoy en política. Llevo un buen rato viendo con mucha preocupación que las cifras de desconfianza de los ciudadanos hacia las instituciones se siguen disparando. No creo que una democracia se pueda sostener cuando el 84% de los colombianos piensa que el Congreso no es una institución de confiar. Eso no funciona. Me preocupa muchísimo el día que llegue un caudillo autoritario y diga: “¡Si el Congreso no camina, lo cierro!”. Tendría a su favor un porcentaje enorme de la población y eso sería el fin de nuestro régimen democrático.

Hice muchos análisis, estudié las causas del fenómeno, me pregunté, analicé, escribí, investigué. Lo único que me falta hacer para contribuir a resolver este problema es hacer parte del Congreso, para renovarlo. Por décadas han estado los mismos de siempre y ellos no tienen ningún incentivo para transformarlo, darle la vuelta y ponerlo de cara a los ciudadanos.

Considero que ese proceso de renovación debe pasar por abrirles  espacio a las mujeres, no hemos estado ahí, hemos sido excluidas de manera sistemática. Son muchos los temas que se definen en el Congreso y que tienen que ver con nosotras, y no tenemos una voz que nos represente. Hay algunas mujeres, claro, pero no todas representan la agenda de género y la diversidad.

Mis dos temas fundamentales a trabajar son la generación de empleo para mujeres y jóvenes, los dos sectores poblacionales que más me preocupan por ser los más vulnerables resultado  de la pandemia y el confinamiento. El confinamiento expulsó del mercado laboral, primero y masivamente en todos los lugares del mundo, a mujeres y a jóvenes.

Participé de forma cercana a los jóvenes en las protestas, escribí un libro sobre estas, estaba a pocos metros de Dilan Cruz cuando fue asesinado por un policía del ESMAD, lo que me movió a investigar sobre las luchas de los jóvenes.

Creo que tenemos que impulsar políticas de empleo diferenciales. El Plan Primero las Mujeres y los Jóvenes, busca privilegiar la contratación de mujeres cabeza de hogar y de jóvenes menores de treinta y cinco años como primera opción en entidades, proveedores y empresas contratistas del sector público .

Mi obsesión es atender la urgencia económica que le generó la pandemia a estas personas, esa tarea no se ha hecho bien. La falta de trabajo les significa hambre, muchas familias aún tienen la posibilidad de tener tres comidas al día y  el resto estamos actuando como si ya hubiéramos regresado a la normalidad.

El otro tema tiene que ver con el diagnóstico que hago del problema institucional. Propongo  reformar el Congreso y convertirlo en el lugar de representación que ha debido ser siempre y no en un lugar donde se gestan privilegios para unos pocos. Lo primero es acabar con esos privilegios, porque si uno se quiere conectar con la gente no puede hacerlo desde las alturas o metido en carros blindados. Requiere también una reforma política profunda que acerque los representantes a los representados.

Hemos propuesto la construcción de cabildos legislativos, lugares donde periódicamente vayan los congresistas, no a echarse un discurso, sino a escuchar a la gente, a atender sus necesidades, sus expectativas y sus reivindicaciones, para luego construir proyectos de ley que realmente estén vinculados con la ciudadanía y no con intereses particulares. En el Congreso se escucha mucho y muy bien al sector privado, que tiene capacidad de hacer lobby, pero el resto de la gente se queda por fuera. Es imperativo construir esos espacios de conversación.

REFLEXIONES

  • ¿Cuál debería ser tu epitafio?

“Aquí yace Sandra” (risas).

Esta es la vida de una persona que de manera permanente se plantea retos distintos en función de contribuir con altura a la sociedad, la de alguien para quien el trabajo es una forma de contribuir a la sociedad de la que hace parte y por lo mismo, se prepara constantemente para desempeñarse de la mejor manera posible. Y lo puedo detallar:

Creo que profesionalmente no soy amiga de la comodidad. Lo que ha demostrado toda mi carrera es que eso es un rasgo de mi personalidad. Me gusta amaestrar las tareas que hago, en el sentido de convertirme en maestra, en el sentido de hacerlas lo mejor posible, de estudiar muchísimo para lograr que el trabajo que hago sea el mejor. Sentir que trabajo mecánicamente y por rutina es una señal de que el reto empieza a dejar de serlo y eso siempre me lleva a una sensación de comodidad con la que no sé vivir bien.