PIEDAD CASAS
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Mis improntas en la vida son la interdisciplinariedad y una libre asociación, la que algunos llaman intuición. Navegar en mi cabeza no es tan fácil y vivir conmigo es aún más retante. Me habita una mezcla cultural muy fuerte. Provengo de familias muy tradicionales y convencionales del país en las que, además, la fuerza de lo femenino revela su verdadero carácter.
ORÍGENES
Mi abuela materna era caucana, nieta de Sergio Arboleda Pombo y, el abuelo Otoya Rengifo, fue un caleño de la Plaza de Caycedo. Por la rama paterna tengo ascendiente cundi-boyacense Casas Matéus (Bogotá y Chiquinquirá), y una generación más arriba también santandereano Fernández Silva, de San Gil y de Socorro (tierra de mujeres muy fuertes).
Mi abuelo, José María Otoya Rengifo, fue un hombre muy devoto y de espiritualidad arraigada. Recuerdo, por ejemplo, que todos los días iba a misa de cinco de la mañana y a su regreso yo estaba esperando el bus del colegio y, como sabía que me fascinaban, me traía una bolsa de papel con tomates rojos, yo los comía como si se tratara de manzanas. Los tengo asociados, como ancla, a una parte afectiva maravillosa, igual el olor de su tabaco y de goma arábiga y periódico que usaba para construir su hemeroteca porque él compraba dos ejemplares de cada uno y hacía una pegueta, recortaba por temas y encuadernaba con cáñamo. En cada casa de sus ocho hijos dejó una colección. Estos son legados, símbolos y objetos muy significantes.
Otro de los recuerdos, asociado a mi abuelo José María, era la mesa del comedor. Siempre tuvimos puesto fijo pero cuando él llegaba ocupaba la cabecera que ya no sería para mi Papá, sino que inmediatamente pasaba a la persona mayor que estuviera presente.
Mi Papá, Fidel Casas Mateus (revisor fiscal de Bavaria y de los azucareros), fue esencialmente un hombre bello, adorable, familiar, racional formal, era el de los pies en la tierra, el más mundano, el sibarita, el de los restaurantes. Lo queríamos con cualidades y defectos, cuando se desordenaba en sus aventuras amorosas, notábamos que mi Mamá se subía a la mansarda, empezaba a escribir y después le hacía un recital poético y, ante un círculo poético y algunos amigos intelectuales, recitaba muy teatralmente. Ese ritual tenía un efecto de restablecer el orden y la armonía en casa. Siempre, el arte y la cultura, estuvieron al servicio de la familia.
Mi Mamá, María del Rosario Otoya Arboleda, fue una maestra integral e innovadora, dio clases hasta los ochenta y cinco años cuando el Parkinson no le permitió continuar y a sus ochenta y uno le otorgaron el Premio Simón Bolívar al Educador Colombiano. En ese momento Carlos Chica le hizo un capítulo del programa Gente como uno de RTVC, en el que plasma su estilo y carácter que seguía teniendo fuerza y vigencia. Así mismo El Tiempo le hizo un artículo que se llamaba LA MAMAMA DE LOS POLLITOS, porque así la llamaban sus alumnas.
Mi Mamá fue tan auténtica, tan veraz, de vínculos y lealtades, de valores fundamentales siempre ejemplarizados. Una mujer maravillosa, creyente pero libre pensadora y muy espiritual, aunque nunca perdió su vanidad.
Hasta sus trece años tuvo institutriz en la finca (con su mellizo y sus otros hermanos) pero cuando mi abuelo José María quebró, no le dijo nada a la familia y los montó una noche al carro despidiéndose de todo. Creo que el haberse desposeído de esa manera tan abrupta la hizo aprender muchas cosas.
En los años 50 dictó talleres de cerámica y se ganó el segundo puesto en el Premio Nacional de Pesebres, cuando el primero fue para Ramírez Villamizar y comenzó su carrera de maestra de Arte enseñando en el Gimnasio Moderno con don Agustín Nieto Caballero.
Con la violencia de los años cincuenta en el Valle, mi Mamá hizo el ruego por la Paz y sus amigas Sarita Jaramillo de Torres y Clarita Villegas de Nieto, la llevaron a donde el Doctor Eduardo Santos a recitar y esto llevó a que el poema terminara publicado en la página editorial de El Tiempo. Y un día saliendo de dictar clase del Moderno, la sorprendió don Agustín diciendo: “Marujita, yo no sabía que tú eras poetiza. Felicitaciones”.
En los años 60 tomó clases de Yoga con un gurú y tuvo academia en la mansarda de la casa a la que asistía una clientela muy exquisita (como las hermanas de Carlos Lleras y otras). Recuerdo que el gurú nos enseñó a repetir: “Cadaverina no” por lo que mi Papá un día nos dijo: “A partir de este momento, todos ustedes van a comer proteína animal porque están en crecimiento y bajo mi patria potestad. Así que, Adela, vuelva a pasar la bandeja, de otra forma estos niños se van a entender con el psicólogo”. Abrió su chaleco y descubrió el psico-cinturón. Esto nos enseñó a no tener radicalidad.
En esa misma época comenzó a dictar clases en el colegio de la Nena Cano y años más tarde cuando se movieron a vivir a Cali, para trabajar en el Gimnasio La Colina que había fundado mi hermana mayor. Regresando a Bogotá en los años 80 volvió a la Nena Cano y en los últimos años continuó con su ejercicio de docencia como maestra de artes en la Fundación Ideales Gimnasio Santa Ana.
Mi Mamá gozó de un mundo muy enriquecido intelectualmente y abierto, y nos llevaba a sus hijas como carteras a donde fuera. Compartí con todas las generaciones al tiempo pues mi hermana mayor me llevaba once años y yo le llevo cuatro a la menor.
Se hacía muy difícil para nosotros salir de la casa porque en ella había mucha actividad, siempre llegaba a nosotras un tema interesante o gente que exaltaba la vida de cada uno de forma individual para reconocernos. Y es que mi Mamá tuvo el talento de hacer que en la casa siempre tuviéramos un programa incluyente para nuestra construcción como seres humanos, algo que he considerado fundamental.
La familia Casas Otoya es humor, tradición, cultura, en ella no hay espacio para la mediocridad. Pero también es muy matriarcal porque es muy fuerte la protección y exaltación a la mujer pensante. En mi casa era imposible no amar la intelectualidad y la excelencia, claro que los pensamientos maniqueos y excesivamente ortodoxos religiosos no tuvieron lugar. Bueno, mi Papá nos llevó a misa todos los domingos y nos matriculó en colegio católico, pero nunca concebimos la idea de Dios como la de un tirano.
En la familia no hubo temas tabú y todo se hablaba en el comedor. Nos enseñaron a afrontar la realidad de la vida y a que evadir no ayuda. Hemos superado momentos difíciles gracias a nuestra capacidad de comunicarnos, pero también por el sentido del humor distensionante.
Tampoco se pedía que fuéramos perfectos, que es distinto a la excelencia: lo perfecto no ha nacido y somos perfectibles. El día que logre la perfección me desmaterializo, ella es la cima de la montaña que al subir revela que hay más. Otro factor importantísimo es tener una visión trascendente futura, lo que viene con la meditación y el yoga.
Compartíamos la sobremesa con conversaciones mínimo de una hora en torno al comedor y hacíamos lecturas de cuentos, poesía y ensayos de obras de teatro (mi comedor es heredado de mi Mamá y es mi sitio de inspiración sagrado). Nos enseñaron a ser muy felices con lo que teníamos, aunque la consecuencia directa fue ser muy endógenos.
Ser niños en Bogotá, en los años sesenta y vivir con una posibilidad de lo que hoy tantos ven con sorpresa fue una experiencia única.
En mi infancia tuve amigos imaginarios, personalizaciones o contactos a otra frecuencia. Hoy en día creo que era mi intuición, la que me ha acompañado siempre, como la sensibilidad y la capacidad de percepción.
COLEGIO SAGRADO CORAZÓN
Estudié en el Sagrado Corazón de Suba (Sacre Coeur) donde fui de pocas amistades pero muy sólidas. Era un colegio errático en donde fui indisciplinada y muy consentida, y aunque sacaba buenas notas, muchas veces tuve matrícula condicional. Después del colegio mi Mamá nos llevaba a mi hermano Francisco, a mi hermana y mi, al Club del Niño (de una pareja de refugiados Húngaros). La maestra me adoraba y me decía “mi mía marioneta”, una palabra que me pareció divertidísima porque tenía el don de hacerme sentir muy especial y querida.
Recuerdo cómo teniendo 7 años, solía pisar el contrafuerte del zapato pese a que mi Papá me decía que no lo hiciera. Y en el Sacre Coeur de la Magdalena una profesora de apellido Castañeda, actuando como anti modelo pedagógico, me dijo que la próxima vez me lo botaba por la ventana. Llegó la próxima vez y tuve que bajar por las escaleras a buscarlo en el jardín, por fortuna acompañada por mi amiga Laura, pero avergonzadísima porque todo el colegio estaba en recreo. De ahí desarrollé un profundo respeto a lo que puede ser la naturaleza de otro ser humano, de ese que se acerca a mí para verme como autoridad.
De niña leí muchísimo pero también me gustó jugar hula hula (sin duda la razón de reemplazo de mis dos caderas) y con el caucho de pies para hacer figuras, y saltar lazo. Pero lo mío no era lo motriz. Algún día mi Papá me importó un balón de voleibol y al estrenarlo me fracturé un dedo. Mi preferido era mi muñeco Pascual con el que me sentaba a pensar y conversar. Fue mi compañero silencioso, atento, misterioso y mágicamente lograba que yo encontrara mis respuestas entre los 7 y los 27 años. Hoy diría que fue mi coach.
El arte fue tan natural como respirar y con los años me di cuenta que muchas de nuestras actividades resultaban excéntricas a la mirada de otros. Alguien alguna vez al oír las historias de mi familia pensó en voz alta: Tu casa es como la de la Casa de los espíritus de Isabel Allende.
Siempre Un Rincón Para Mirar Al Cielo es un manuscrito que nos hizo mi Mamá para que no nos olvidáramos de la historia. Nos educó desde la admiración y repetía, una y otra vez, excesos no, aparentar no.
Para ilustrar mi talante, en quinto bachillerato, cuando el profesor Castañeda dijo en clase: “Me demoré en llegar, señoritas, porque la madre me regañó pues no hemos terminado el programa y si ustedes no se portan bien, no va a haber forma de lograrlo”. Levanté la mano para hacer un aporte: “Profesor, tengo una idea que nos ayudará a acabar rápidamente. Si usted deja de hacer chistes flojos y se limita a la materia, lo vamos a lograr”. El señor se enfureció, se retiró y fue por la monja de disciplina, la Madre Cadavid. Me permitieron presentar exámenes y buscar colegio. En ese momento sentí mucha rabia contra la Madre, pero hoy le agradezco porque con lo que hizo me regaló la libertad, pues me liberó de un sistema al cual yo no pertenecía.
Recordé que mi Papá siempre me decía: “Sumercé, si sigue sacando malas notas de disciplina la van a sacar y si la sacan entenderé que usted lo que quiere es dedicarse a los oficios de la casa”. Psicología pura y dura. Y pensé al escucharlo que las únicas que saldrían sacrificadas serían Belarmina, Adelia y Ofelia, pues se quedarían sin trabajo por mi causa.
Y es que mi Papá manejó muy bien mi rebeldía. Me quitó la que se manifiesta en las ganas de comprar cosas, por ejemplo, me mandaba a hacer la gabardina que quería en todos los colores para que escogiera, hasta que llegó el momento en que le perdí el sentido.
En la semana en que fui suspendida no hice más sino leer a escondidas la Revista Vanidades que mi prima me enviaba por cerros. Cuando me descubrieron mi Mamá me dijo: ¡Es a eso a lo que se va a dedicar!
Un día cualquiera sonó el teléfono de la casa y corrí del susto a acostarme. Era la confirmación de expulsión del colegio. Y es que yo tengo una complicidad celestial maravillosa porque como había escuchado que Anita Pombo de Lorenzana (prima de mi Mamá que manejaba cultura de El Espectador), iba a hacer el reportaje de la primera promoción de graduadas de Emma Gaviria de Uribe (fundadora y directora del San Patricio), entonces le dije a mi Mamá: “Sería bueno si Anita Pombo me ayuda a entrar a ese colegio que me parece fantástico”.
Creo que mi Mamá del susto de ver que me podía volver Corín Tellado, voló, la llamó y me consiguió la entrevista.
Anita me quería quizás precisamente porque yo era impertinente, inteligente, de mirada incisiva. Y sí que lo era, pues cuando me caía gorda una monja la miraba de qué manera hasta asustarla. Alguna vez quise portarme como quien no habla con nadie (lo que me cuesta mucho trabajo pues me fascina comunicarme), me quedé en medio del relajo de mis amigas mirando irreverentemente a una monja que me dijo: “¡Usted me está faltando al respeto!”. Esta fue una de las malas notas de disciplina semanal y con justa causa. En esa época ignoraba el poder de la mente y la mirada consciencia y lo confieso con arrepentimiento.
Fuimos a casa de Anita que nos llevó donde Emma a quien le preocupaba que una estudiante del Sagrado Corazón pasara a un colegio de pensamiento libre y amplio, y de asambleas estudiantiles como el que manejaba. El colegio era la expresión de la libertad. Pero le pedí que me diera la oportunidad, yo sabía que no podía quedarme en el aire y asumí el reto, además la mediocridad no podía encontrar espacio. Y sin lugar a dudas fue el mejor año de mi escolaridad (sumado a los de preescolar).
El lunes siguiente me recogió la ruta para que asistiera a un día de clases. Debí hacerlo sin uniforme y encontrándome con la novia de mi hermano mayor Fidel José, el buenmocísimo tumba locas.
Un amigo de mi hermano me llevó a la casa de los Wiesner Tovar y me presentó a su hermana que estudiaba allá y a otra amiga de ella, así que iba muy recomendada. Fue la cosa más insólita de libertad pero se hacía manifiesta la carencia de inclusión espontánea que hay en mí, pues provengo de dos familias ancestrales endógenas. Los colores de mi vestido me ayudaron a superarla: recuerdo la tela escocesa con naranja, un clásico moderno que me daba seguridad y me brindaba tranquilidad.
Pasaron cosas muy graciosas porque yo era la hermana mojigata de Fidel José, ella una europea preciosa, de las chicas más geniales y brillantes. Recuerdo, por ejemplo, que al otro día todas le habían subido a la altura de la falda, pues sabían que yo venía de colegio de monjas.
Esta fue mi prueba de fuego y la que me ayuda cada vez que voy a hablar en un auditorio o a un entorno que me es ajeno. Aprendí que hay que crear vínculos y sin perder principios hacer negociaciones, también que debo buscar la convergencia positiva y la discrepancia amable, no con agresividad y rechazo, y que debo deponer el juicio sin perder criterio para analizar.
UNIVERSIDAD JAVERIANA
Tuve la oportunidad de ser esa persona que no se confunde entrando a la universidad. Me recomendaron que estudiara psicología, filosofía, derecho o arte que era lo que quería hacer en La Nacional pero mi Papá, un godo azul de metileno Casas, me dijo: “Por encima de mi cadáver”. Y sin pasar por encima, muerto mi Papá ingresé al mundo del Arte, para lo que estudié Crítica de Arte.
Pasé en arquitectura en La Javeriana pero claramente no era ni la carrera ni la universidad para mí. Terminé y no hice tesis aunque disfruté mucho esa época, me ennovié, viví apasionadamente, disfruté con mis compañeros de grupo y también trabajé. Fue la adaptación a un mundo que no era prefabricado y lejos de la nube que habité siempre.
Recuerdo mucho la primera vez que me tocó estudiar con un grupo impuesto. Los invité a mi mansarda y cuando entraron, se detuvieron a observar los óleos de mis antepasados. Uno de los compañeros comenzó a reírse a carcajadas y dijo: “Pero ustedes cómo pueden creer que esto existe en realidad”. Ahí entendí que vivía en un escenario tremendamente cerrado, era una arcaica en 1969.
Daniel Samper Pizano, amigo de mi hermana mayor Rosario, alguna vez me dijo: “Usted es Mafalda”, pues siempre he sido cabezona, trascendental y seria. Hace tres años, para superar esto, resolví inventarme un juego con amigos en el que cada uno escribía un deseo, un milagro y un capricho y el mío: ser una “nueva rica frívola”. Jajaja. Sí, tal cual.
La época de la universidad, en los años 70, la viví más para signos externos y acallé mi interior. Fue una etapa de mucha frivolidad y rebeldía. Todo esto ayudado un poco por los contrasentidos del mundo interno y externo de mi familia (ese contraste puede ser tan fuerte que alma y personalidad no se armonizan fácilmente para manifestarse). A la personalidad le toca mostrar una serie de conductas ajustadas a otros patrones cuando el alma es libre, cuando es un pensamiento con mucho vigor y con mucha innovación, creatividad y libertad.
MATRIMONIO
Cuando terminé, y después de cuatro años de noviazgo de juventud, me casé y tuve a mis tres maravillosas hijas. Posteriormente entendí lo que dice un autor mexicano que argumenta que hay distintos tipos de enamoramiento: físico, sexual, emocional, mental y espiritual. En esto creo fervientemente pero también pienso que el único que le faltó incluir al autor fue el amor reproductor, porque este se busca desde el inconsciente. Hoy soy orgullosamente la Mamá de: Rosario, Juanita y Carolina, sentido y razón de mi vida.
TRAYECTORIA PROFESIONAL
Cuando trabajé con comunidades indígenas y con negritudes en el Pacífico por cinco años y medio, pude redescubrir raíces y limpiar huellas. Comencé a estudiar a las comunidades negras e indígenas en el Valle y en el Cauca, descubrí que a la que fue por muchos años la clase dirigente, la cultura de crianza les pudo sobre la cultura endógena, por lo raro, por lo diferente. Hay una cultura negra que se impuso en toda la sociedad caleña con la música, con los cuerpos exuberantes, así como la cultura indígena en el Cauca, porque están haciendo mímesis con otro tipo de cuerpo, el que los alzó todo el tiempo.
Si uno vuelve a esas cosas, si a uno le enseñaran a querer a quien lo quiere, el mundo sería mejor. Ahí entendí por completo el valor del rol de una Nana o de una segunda Madre en una familia.
Blanquita Urrego, la Nana de mis hijas, quien convivió con nosotros dieciséis años, tiene una sabiduría fantástica. Ella hasta me corregía en mis caprichos. Recuerdo que un día encontré a Juanita en la cocina y a Rosario tendiendo su cama, ante mi sorpresa Blanquita me dijo: “Las niñas no pueden ser inútiles y yo estoy supervisándolas”. También un día estaba con el Papá de mis hijas en discusiones, subió y nos dijo: “Si ustedes siguen discutiendo, a mí me va a tocar irme”. Y por supuesto yo pensé: “¡Me quedo callada y muda porque donde ella se vaya quedo en nada!”. Nuevamente se evidencia la capacidad de admirar a quien sabe lo que uno no sabe y presenta otro tipo de estrategias para solucionar las situaciones críticas.
En el año 1978, Mi Mamá llamó a la Nena Cano para que recibiera en su colegio a Rosario. Fuimos a la cita y nos dijo: “Que la nieta de Maruja Otaya e hija tuya quiera estudiar en mi colegio es un honor, entonces está becada”. El honor era para nosotros que teníamos tanta admiración por la Nena Cano y Leonor Medina. Sobra decir que esta admiración creció con los años y Rosario fue muy feliz.
En ese momento tenía sociedad en arquitectura con mi amiga Laura Jácome y con Domingo, su hermano ingeniero, aunque de forma marginal porque no quería que el trabajo me atrapara pues mi mente no responde a la rigidez de un plano.
Dos meses más tarde, cuando recogía a Rosario del colegio la Nena me dijo que necesitaba hablar conmigo porque acababa de despedir a la décima profesora de dibujo de los últimos cuatro años desde que Marujita se fue a vivir a Cali, por lo tanto necesitaba una maestra: “pero si no lleva la sangre de Maruja Otoya yo no voy a poder tener una”. Le pedí que me dejara pensarlo.
Yo no había estudiado educación. Uno arma acuerdos entre las familias y en la mía cada uno tenía un rol específico, por ejemplo, la música y la belleza eran para Rosarito y Fidel José, Francisco era el conciliador y literato, mi hermana menor Kin-Kin era la pequeña divina, inquieta y musical, y yo la rebelde pero inteligente. El rol de la educación era dado a mi Mamá y a mis hermanas mayores y menor, y si bien toda la familia Casas es educadora, mi Papá y yo éramos la excepción y estaba convencida de esa identificación adhesiva.
Llegué a mi casa, entró la llamada de mi Papá (que era habitual) y le consulté lo del ofrecimiento. Me dijo: “Ay, no sumercé, esa mujer con semejante prestancia, van a terminar las dos en el Buen Pastor porque usted no tiene paciencia”. Así fue como me retó. Mi hermana Rosario me dijo que ya era hora y a mi Mamá le pareció maravilloso y de inmediato me copió su metodología de enseñanza. Pero también recuerdo que le pregunté a mi hija Rosario y estuvo de acuerdo siempre que no dictara en su curso.
Había cosas en las que no podía ser tan rebelde como para no agradecer. Aprendí a admirar y a aplaudir, a reconocer en los otros y también que hay que ser autónomo y auto sostenible para no ser frágil ni correr riesgos.
Fueron nueve años maravillosos, de libre expresión y sin restricción presupuestal para materiales de apoyo y montaje de exposiciones de las alumnas. Recuerdo que con María Victoria Plazas mandábamos trabajos a concursos en el Japón y montábamos exposiciones a todo timbal. Cuando mataron a Gloria Lara de Echeverry, Madre de unas alumnas, hice una producción expresionista, buscaba precisamente expresar las emociones. Pero también trabajé temas como el diablo, el miedo, y otros tantos relacionados con tan trágico evento para la comunidad del Colegio, permitiendo que las alumnas se liberaran de los impactos externos a través del arte. Para la Nena Cano la excelencia era la pauta.
La Nena me pidió que montara con toda la primaria un proyecto que ella había guardado por años, la obra Don Gato de Casona. Me entregó el guion y no me pude negar. Dirigí y produje la obra con 220 alumnas en un musical para el cual invité a La Bata – María Beatriz Giraldo de Calle -, quien hizo los cánticos y cánones (hoy maneja la Escala en el Vermont) y fue fascinante. Tuvo reconocimiento de página entera en el Espectador y para las alumnas aún hoy es un bello recuerdo de trabajo en equipo.
Mientras mis hijas crecían y al tiempo que dictaba mis clases, estudié con el maestro Luis Ángel Rengifo – primer grabador Colombiano – Pintura y Dibujo en su taller.
En 1985 ocurrieron eventos que dejaron en evidencia que el miedo ha sido el gran enemigo a vencer en muchos momentos de mi vida. A mi hermana mayor, un ser fantástico de luz y uno de mis soportes, la vida se la llevó a los cuarenta y cuatro años. Rosario fue un modelo muy fuerte de admiración. Era bellísima, encantadora, musical, tocaba el tiple, la guitarra, además fundó un colegio, como ya mencioné y que luego donó. Tenía todo, era generosa, socialmente maravillosa y la gente sabía que podía contar con ella.
En junio 2 de 1985, Iba en su camioneta con Fidel José, Kin-Kin, mi sobrina Alejandra y Coloradito (su conductor). Se dirigían a Cali en una tarde de lluvia cuando un camión de Papeles Nacionales de Pereira, con llantas lisas y con un número importante de toneladas de papel, se les vino de frente en una curva en Buga la Grande. Fide José y Kin-Kin sobrevivieron y quedaron entre la vida y la muerte. Ahí aprendimos la importancia de la solidaridad de la familia extensa y de los amigos.
El único vecino de piso de hospital fue Navarro Wolf a quien le acababan de hacer el atentado en el que perdió su pierna. Por el pasillo nos cruzábamos con los jóvenes reinsertados del M-19, y los muchachos de seguridad de Procuraduría y DAS, todos vestidos de armas pero muy gentiles y amables, y se mostraron profundamente conmovidos, lo que permitió acercarnos a la parte humana de actores de guerra. Nunca imaginé que esta experiencia me serviría para el trabajo de campo y la participación en el Grupo El Valle busca su paraíso, convocado años después por el Gobernador del Valle.
Cuando menos pensé estaba tomando decisiones, atendiendo a mi Papá y a mi Mamá en su pena, mirando la situación de mis hermanos y sus familias. Descubrí a una mujer muy sólida, muy fuerte, que pudo actuar con racionalidad. Mi madre era una mujer de 68 años que estaba totalmente impactada y mi padre se mostró fuerte pero a los once días sufrió un derrame cerebral y murió cuatro días más tarde.
En ese momento cambió mi vida y se despertó un sentido de trascendencia que desconocía, además porque mis hijas estaban muy pequeñas. Sentí la necesidad y el compromiso de ser autónoma y autosuficiente, pues hasta ese día Rosarito y mi Papá habían sido nuestros guardianes y dos de los pilares familiares.
Todo se desestructuró totalmente. Fue un escenario muy complejo en el que recibimos un canto de generosidad por parte de familiares, amigos y vecinos pero ese día peleé con la vida. A mi Papá lo idolatré, fui la niña de sus ojos y aún lo lloro. El afecto de mi Papá sigue aún hoy en momentos de dificultad, siendo mi amparo y refugio.
Nuevamente, se fracturaron dos de mis pilares, un soporte que había sido muy fuerte, y conté con ese monumento de mujer que era mi Mamá, que con el alma rota a todos los niveles, que en veinte días enterró tres generaciones y con dos de sus hijos en estado grave, mantuvo su espíritu de maestra y su fervor y amor, su capacidad de reconstrucción con la que siguió impulsándonos para que cada uno pudiera dar lo mejor, para que el colectivo familiar estuviera bien.
Cada día estoy más de acuerdo con lo que me decía mi Mamá, que ella y yo éramos muy parecidas en carácter. Ella fue un modelo de admiración y decía: “No soy campo abonado para la tristeza, ni para la tragedia”. Esta es toda una arquitectura de vida porque cada ser, vivo o inerte, tiene múltiples estructuras que lo conforman y hay que cuidarlas todas y hay que saberlas integrar.
Años después cuando mi Mamá murió, podría calcular que la despidieron más de mil personas, alumnos de todas las edades. Fue una historia de la vida manifestándose desde el coro. Todo fue precioso. Mi amor por ella ha sido infinito y sentí siempre mucha admiración por su parte intelectual y por la forma de fidelidad y lealtad para con el círculo familiar inmediato y ampliado.
Estas experiencias tan fuertes fueron un aviso y a partir de ellas comenzó mi búsqueda, una nueva exploración que me llevó a estadios y escenarios que apenas si podía presentir. Empecé a encontrar que la intuición y la razón deben estar una al servicio de la otra. Todos en la familia comenzamos a ver fenómenos en sueños y recibimos mensajes en otra frecuencia y en otra dimensión.
Dos personas fueron fundamentales en mi proceso de re-identificación. Leonor Arboleda de Botero – La Nona – (nuestros bisabuelos fueron hermanos) que me decía que no me desperdiciara, que me moviera. Algún día me invitó a tomar onces con su esposo, Germán Botero de los Ríos, alguien muy silencioso que solo hablaba cuando era esencial, un hombre introvertido, del mundo corporativo, un personaje excéntrico y fascinante que cuando llegó me miró rayado y me dijo en su tono caldense: “Me dice Leonor que busca un cambio, ¿qué es lo que quiere hacer?” Lo miré y le respondí: “Lo primero es salir corriendo porque usted me inspira pánico”. Se rió e iniciamos una amistad que lo convirtió en mi mentor.
A finales de 1988 estudié una especialización en Crítica de Arte en la Universidad del Rosario. Aquí aprendí la teoría pura desde la semiología, la semiótica, el psicoanálisis y arte, y sobre los agentes plásticos desde la estructura del conocimiento, de la teoría de las comunicaciones y la estética de la recepción, lo que complementó muy bien con mi formación. Pero me retiré del colegio por la intensidad y alta exigencia que demandaba adelantar estos estudios pues sentía tener una misión importante.
Terminando el postgrado, la Nona Arboleda me dijo que yo debía trabajar en el área cultural del Banco de la República cuando la directora era Carolina Ponce de León. Era el año 89, presenté mis exámenes y la entrevista. Y aún guardo la carta que recibí, la cual decía “que ya había pasado la edad para ser contratada por la Biblioteca”, cosa que para Germán y la Nona fue incomprensible.
Ese mismo día que llegó la carta, recibí una llamada. Era Liliana Bonilla para decirme que estaban haciendo el salón de arte de los cincuenta años (el acontecimiento con el que quería cerrar culturalmente su gobierno el Presidente Barco). Con su hija Carolina habían observado que había una un altísimo número de solicitudes para la reposición de derechos por parte de los artistas que se sentían excluidos por el comité y buscaban a alguien con mi perfil para atender toda la situación. El sueldo era de $164.000 pesos mensuales que pagaba Colcultura. Le pedí plazo para pensarlo.
Yo sabía con quiénes debían trabajar y que no iba a ser fácil. Para la mayoría de ellos yo era una “aparecida” que apenas iniciaba en este “club privado” de la cultura y el arte. Al consultar con mi familia me dijeron que me arriesgara, así lo hice y fue un proyecto maravilloso. Le manifesté a Liliana que quería que Manuel Hernández fuera miembro del Consejo pues lo conocía ampliamente desde niña cuando fundó El Ático.
Comenzaron las dificultades cuando descartaban las obras sin haberlas visto, por ser nombres no conocidos por ellos. Entonces me impuse, pedí que destaparan todos los cuadros para que el jurado pudiera verlos. De inmediato preguntaron quién era yo y Liliana les dijo: “es la nueva directora de artes plásticas de Colcultura”. El incidente fue fuerte, algunos miembros del consejo pidieron mi renuncia y ella me hizo señas para que no hablara, presentó mis credenciales y les hizo ver las quejas recibidas. Les dijo que ese evento sería un ícono y debía contar con la participación de una persona que tuviera mirada múltiple como la mía y no tuviera previamente comprometida su opinión.
Aprendí mucho de Liliana, su acción hace falta en la cultura colombiana, es una experta en cultura y ordenamiento territorial, una autoridad en temas de patrimonio y cuenta con una suficiencia en gerencia cultural.
Aprendieron a respetarme y el evento resultó mejor de lo que se esperaba. Naciones Unidas me empezó a recomendar para que me invitaran a eventos claves y así recorrí muchos países del mundo como invitada de honor siendo jurado y curadora. Estuve en Italia en el marco de la bienal de Venecia al lado de Homi Bhabha, Catherine David, Jean-Hubert Martin, Anish Kapoor y una cantidad de gente magnífica compartiendo la mesa de trabajo con un paper sobre el tema “the Other” partiendo de la experiencia que habían tenido en el Centro Pompidou en Les Magiciens de la Terre; en Venezuela por sugerencia de María Elena Ramos, directora del Museo de Bellas Artes de Caracas, en el encuentro sobre Salones Nacionales de Arte a finales del Siglo XX; en Brasil, invitada por el Señor Oscar Landmann, Presidente honorario de la Bienal de Sao Paulo, como curadora por Colombia en la Bienal; y así muchas otras oportunidades interesantísimas. Hasta que me di cuenta que lo mío no era ser una vaca sagrada, no era buscar aplausos sino convocar eventos y conjugar muchas voces en torno al mismo tema.
La etapa final sucedió cuando la nueva Dirección de Colcultura en su reestructuración nombró como subdirector en Colcultura y Director del Museo Nacional a un señor alcohólico (al Museo Nacional lo empezaron a llamar “la casa del ritmo”), presenté renuncia irrevocable al entender la dimensión del liderazgo cultural para poderse insertar en la globalización del arte y el movimiento cultural y llegar a hacer parte de un comité de aplausos no era para mí, no por soberbia sino porque era un engaño intelectual. Los nombramientos no pueden obedecer a oportunismos políticos y culturales sino a competencias y experiencias.
En el año 94 cuando ya me había retirado, estaba en mi casa cuando recibí una llamada en la que me preguntaron por qué no había contestado a la invitación del Gobierno de Indonesia, con nombre propio no delegable que la habían enviado hacía ocho meses, como invitada a ser uno de los siete curadores y organizadores del evento de los No Alineados. Estábamos en el último trimestre del año, llegué a Jakarta en enero siguiente, participé de un debate de cuatro días después de cuarenta y dos horas de viaje. Mi lección aprendida fue que los cambios de tránsitos políticos y de funcionarios, rompen la continuidad en procesos que pueden ser de muy alto impacto para nuestro país, los artistas y la cultura.
Debo recordar aquí, que la primera feria de arte no fue ARTBO, hubo antes dos versiones de FIART de las que fui asesora programática y de contenidos en su primera versión. Hicimos un seminario sobre el coleccionismo y la protección del patrimonio artístico, traje a Sofía Imber, a Graciela Pantin, al ministro Abreu de Venezuela.
En la época de la planeación de la creación del Ministerio de Cultura le propuse a Mario Suárez Melo (rector de la Universidad del Rosario), hacer una especialización en gerencia cultural. A pesar de que Marta Traba había logrado esa ruptura tan grande y había traído a la modernidad el arte, la gerencia cultural no estaba reconocida y profesionalizada. Como no había recursos se lo presentamos a Venezuela cuando Graciela Pantin, del Consejo Nacional de Cultura fue nombrada gerente de la Fundación Polar, para hacer el piloto.
Diseñé el programa de tres meses, un modelo de educación no formal para formalizar, con el apoyo de una prestigiosa Universidad y con carácter binacional. Participaron 49 líderes culturales de las instituciones de los diferentes estados de Venezuela, muchos de los cuales dirigen aún instituciones y reconocen haber adquirido en este momento las herramientas para gerenciar sin los presupuestos generosos a los cuales estaban acostumbrados. Posteriormente se realizaron dos versiones más con la misma metodología y adecuación programática a la realidad Nacional, esta vez en Colombia.
Después de todos estos eventos y con gran influencia del viaje a Indonesia, reconocí mi desconocimiento de las comunidades y cultura del país profundo, tan presentes en el arte contemporáneo de los países del Oriente, del verdadero sentir, vivir y crear de las comunidades en su territorio original.
Para llenar este vacío presenté a la Dirección General del ICBF – Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – un programa de revisión estratégica de los programas de atención a las minorías étnicas a los cinco años de la Constitución del 91. Escogí esa Institución por haber comprendido en la visita a talleres y viviendas de familias de artesanos tradicionales de Bali que ese es el núcleo ínter generacional en el cual se fundamentan los saberes y los valores culturales propios.
Comprendí entonces que sin lugar a dudas, las huellas de la violencia en nuestro territorio y la imposición de códigos culturales exógenos, no sólo truncaron las genealogías familiares sino que irrumpieron y fracturaron la transmisión directa del acervo cultural.
La segunda fase propuesta fue investigar y diseñar conjuntamente con maestros indígenas de la etnia Waunan un material y un programa de enseñanza propio en el cual mi labor como curadora y asesora cultural era inducir a una autoconsciencia de su propio método y las necesidades de aprendizaje y estimulación temprana en los hogares del ICBF.
Acompañada de Nilvio, Zuñigo, Juan y otros líderes indígenas, recorrimos más de 20 comunidades del Chocó, Nariño y Valle, para concertar y explorar el material y el programa piloto del cual se contrataron a los propios artesanos para que les fuesen comprados diez bastones de mitos que acompañamos de una cartilla bilingüe para enseñar a través de sus mitos, pasando de la oralidad a la escritura.
La otra fase consistió en generar espacios de encuentro entre las minorías indígenas y negras que habitan en las orillas de los ríos Bajo Calima, San Juan y Naya, facilitando el entendimiento intercultural entre ellas y con los funcionarios y maestros a nivel departamental y central. Esto cual me llevó a trabajar transversalmente al más alto nivel de tomadores de decisiones entre el país profundo y el país imaginario de Gobernaciones, Alcaldías, Ministerios y Presidencia de la República.
Caminar tiene la vida para permitir re encauzar los intereses y el verdadero propósito de la vida.
Regresé a Bogotá en el 2000 y dada esta experiencia, hace quince años cuando surgió el coaching en el país, busqué articular todo. El verdadero coach, contiene admiración por quien se quiere acompañar a llegar a su meta, contar con la experiencia de vida personal y profesional interdisciplinaria que le permita guiar sesiones de mejoramiento continuo de sus clientes.
Para agregar herramientas a mi experiencia, me certifiqué también en programación neurolingüística con Grinder, lo cual me permitió entender el rol del inconsciente, y con Gallup para aprender a reconocer talentos y potencializarlos.
En el 2002, inicié una asesoría estratégica para la Consejería Presidencial para el Plan Colombia y su relación y reestructuración del trabajo con comunidades, minorías y población vulnerable. Siempre estaré sorprendida y agradecida de la secuencia de circunstancias y el libre fluir de la naturaleza que me ha ido llevando por el torrente de la cultura viva.
Finalizando el 2005 y teniendo ya las tres primeras certificaciones como Coach, trabajé en un nuevo campo, la producción de televisión, acompañando de forma permanente a José Antonio De Brigard y a su joven grupo de ejecutivos, a desarrollar y crecer a TELESET en las estrategias de gerencia cultural.
Lo que nunca imaginé fue involucrarme en realizaciones de TV. Cuando me lo plantearon Juan Pablo Gaviria, Felipe Boshell y José Antonio mi primera reacción fue pensar: “¿y esto tan insulso qué tiene que ver conmigo?”.
Nuevamente me equivocaba. Mi criterio cerrado y marcado por otros códigos culturales, me había impedido hasta ese momento este nuevo lenguaje de comunicación y comprender la fuerza masiva de llegar con un mensaje a las más remotas comunidades. Acepté y diseñé el programa a implementar con los niños que llegaban, de todos los municipios del país, a participar en Factor XS. Fueron tres temporadas y cada momento una oportunidad de usar e integrar las experiencias y conocimientos de la realidad nacional en todas sus frecuencias.
He sido afortunada. Del 2011 al 2013 me centré en el mundo de los tomadores de decisiones y empresarios, quienes con su fuerza económica tienen incidencia definitiva en el desarrollo de posibilidades sociales, con la necesidad de pasar de una postura de dadores a una visión de corresponsabilidad. Mi tarea entonces fue llevar a ese mundo, al que por sus múltiples compromisos y situaciones, un mondo que no pueden vivir y les es fragmentada o compartimentada la información.
He seguido compartiendo y disertando desde entonces sobre cómo lograr las convergencias positivas y cómo despertar admiración mutua entre los diferentes actores sociales. Tal vez partiendo de un concepto más amplio e incluyente de Cultura y Arte donde honremos la humanidad del otro y tengamos fe en sus actos culturales constructivos.
Así, sin proponérmelo, me alejé por más de seis años de las curadurías individuales y los proyectos exclusivos, hasta finales de 2013 cuando llegó a una sesión de Coaching gerencial un empresario que me remitió una alta directiva del mundo financiero.
Conocí, entonces, a Robert Brandwayn, empresario que enfrentaba tomar una decisión en su desarrollo de carrera: la priorización entre las dos fuerzas de su ser y hacer. La empresa de idiomas o su propuesta artística. Ni él, ni yo imaginamos en ese momento que nuevamente fuerzas de otra dimensión nos estaban reuniendo para conjugar un proyecto de vida en torno a su obra.
Han pasado un poco más de cinco años y aún mantenemos largas jornadas de conversaciones e investigación, planeación y desarrollo en torno a su trabajo artístico. Es maravilloso después de tantos caminos recorridos y tantas oportunidades de conocer, viajar y compartir culturalmente con valiosas personas, que una propuesta artística contemporánea me tenga atrapada.
Sigo descifrando cómo las expresiones artísticas y la estética permiten percibir lo esencial. En Brandwayn, la Memoria de la Migración de su abuelo Polaco en 1934 toma vida y se convierte en agente sensible de la consciencia sobre el continuo fluir de la humanidad en busca de la tierra prometida. La vida como constante búsqueda, un diario migrar, descubrir y consolidar.
REFLEXIONES
- ¿Cuáles han sido tus motivaciones para iniciar proyectos?
Siempre las he tenido claras. Honrar a mis ancestros, como me debía a mis hijas entonces no bajar su nivel de desarrollo y modelaje, y tenía el compromiso conmigo misma. Dos veces he tenido que aprender a caminar, he entendido que la vida espiritual es importante y sentí esa necesidad de buscarla.
- ¿Cómo las buscaste?
Soy una convencida de que uno mismo se enferma pero también se cura. Conocí a Giovanny Ciardelli en cursos de finanzas y al verme muy afectada por una situación familiar, me recomendó la cromoterapia. Con ella entendí dónde están las fuerzas y cómo avanzar en el espacio de la conciencia colectiva.
Ahí está el fluir porque lo peligroso es quedarse en zona de confort. Debo creer y tener fe, a mí me gusta restituir la fe en algo, en alguien, en una idea, en la capacidad de auto curación, en la capacidad de liderar. Y todo parte de la admiración para poder actuar.
- ¿Alrededor de qué gira tu capacidad de admirar?
Aprendí a admirar, esa es una de mis características que me potencializa y al mismo tiempo me limita cuando necesariamente el otro tiene que ser motivo de fascinación, como tiene que serlo cada hecho político o movimiento cultural. Absolutamente todo deberá tener ese magnetismo.
- ¿Qué otros verbos conjugas en tu vida?
Mi segundo verbo es creer para tener fe. Apropio creencias a través de una metodología en la que primero identifico factores, luego me apropio en la forma de leerlos. Para mí cada persona es una obra de arte y debo codificarla, y con muchos recursos descifrarla. A esto lo llaman hoy intuición experta que es cuando se han tenido múltiples experiencias, se ha capacitado y se confrontan las ideas. Al adquirir la velocidad de confrontación se logran resultados magníficos.
Mi tercer verbo es pervivir, un término poco usado pero sí por mi madre. Lo he recordado a partir de la obra de Robert Brandwayn, de las acciones para mantener la vida y lo hago invitando gente, compartiendo conocimiento, volviendo a lecturas de hace un tiempo, intercambio para que se vuelva a leer.
- Vives rodeada de elementos ¿qué significado tienen para ti?
Soy una persona objetual. Vivo abigarrada de recuerdos y de objetos porque cada uno representa uno momento de mi vida que fue importante. Y recuerdo cuando mi Mamá me decía que mi casa era única, diferente, que no la cambiara. Y por fin le hago caso!!
- Al comienzo dijiste que eras inquieta pero inteligente.
Mi Mamá me estimuló siempre a aprender sobre muchísimas cosas por encontrarlo necesario, porque decía que si en algún momento fallaba alguna de las estructuras o si se querían cambiar, pues ahí tenía otra, y lo representaba como el dechado en el que se hacen muestras de puntadas. Me decía que el libro de mi vida debía parecérsele.
- ¿Más allá de un plano cómo has vivido la arquitectura?
Soy arquitecta de vidas pero no de construcción. La arquitectura me ratificó en una estructura mental para trabajar, escuchar las necesidades, ver y entender las aspiraciones para identificar; apropiar conceptos y herramientas para diseñar y proponer la mejor opción y guiar en la adopción de un plan de vida. Así es como aporto a mis coachees.
- ¿Qué debiste haber estudiado como pregrado?
Quizás hubiera debido estudiar geología porque años después empecé a sentir en mi meditación que los minerales me transmitían información del supremo sacerdote Aarón, lo veía con su pectoral y llegaba a mí sin dificultad. Estudié El Lapidario, una reseña en español antiguo sobre el libro de Alfonso X, el sabio sobre el poder curativo de los minerales y la astrología.
Así ha sido mi vida entera, va bajando información desde un inconsciente colectivo, como diría Jung, va bajando desde ese espacio unificado de conciencia como diría Chopra, y al bajar esa información la atrapo para hacer acciones concretas desde el misterio intuitivo. Pero tengo inmediatamente y como disciplina, buscar la racionalidad, comienzo a hacer investigación y estudio.
- ¿Qué tipo de elecciones consideras valiosas y necesarias?
En mi casa consideraron siempre que había que escoger las batallas, que uno no negocia bobadas sino lo fundamental.
Hoy, con la experiencia de 68 años, pienso que indudablemente todo el bagaje de haber sido educada por una persona como mi Mamá, de haber tenido como herramienta la meditación, me permitió ver un más allá de la cima de la montaña. Tuve mucho de racional formal, que venía por la línea de mi padre, como de intuitivo racional simbólico que venía por la línea de mi Mamá.
Pero la vida también se trata de muchas oportunidades. Entre oportunidad y posibilidad se debe tener la claridad. Ser consistente y coherente permite vivir a satisfacción. Si me tocara morir no tengo pendientes porque voy cerrando ventanas también.
- ¿Quién eres?
En el fondo y sin duda soy maestra. Me gusta enseñar, transmitir, compartir, admirar. Pero tengo un defecto terrible y es la dificultad para replicar, yo no repito, subo escalones. Gozo con el triunfo de quienes me rodean.
- ¿Qué es el tiempo en tu vida?
Tengo muy claro que la vida no es tan larga pues tuve la muerte contundente de frente y cuando encuentro en la múltiple asociación un elemento importante, quiero aprenderlo bien.
- ¿Qué virtud no te acompaña?
Curiosamente me cuesta estudiar con otra gente por mi exigencia en el manejo del tiempo, por la intolerancia a quienes van por relleno pues no tengo paciencia y me agota la repetición. Por eso acompaño a líderes en la búsqueda de su excelencia.
En los cinco primeros talentos de Gallup, mi test da que soy individualista (la que busca cosas específicas únicas), estudiosa (no me interesa el título y lo hago solo por el placer de aprender) y me muevo en el mundo de las ideas. La limitación que eso tiene es el riesgo tan terrible de quedarse en ser un diletante, el que navega por mil cosas pero no materializa. Por lo mismo he desarrollado disciplina y foco, pero también el ser incluyente porque no me nace espontáneamente. Las rutinas son un círculo agotado que hacen que me mueva.
- ¿Cuáles consideras tus mayores conquistas?
Mis grandes conquistas han sido de libertad y curiosamente provocadas por un incidente de alguien que sin saber, es el que carga la llave y abre la puerta. Es posible que el momento no sea grato, pero no se puede ser esclavo de una ideología, de un sistema o de alguien. Ser coherente y consistente puede alejarte de muchos, pero te acerca a la realización personal y a la satisfacción de dejar una huella nítida y limpia para los descendientes.
- ¿Cuál es tu sentido de la existencia?
Es ser consecuente con lo que se recibe al llegar y magnificarlo durante el transcurso de la vida.
La vida es un telar con su trama y urdimbre, sobre la que uno va tejiendo el gran tapiz con múltiples fibras. Unas vienen desde que se inicia y otras son las que uno agrega.
- ¿Cuál ha sido tu mejor herramienta para vivirla?
Se necesitan múltiples informaciones para decodificarse y entenderse. Se requiere un mapa de relaciones que den un tejido de confianza intergeneracional con objetivos y valores en común.
- ¿Cuál es tu mayor propósito?
Mi meta es con mis dos nietos. Quiero que tengan un recuerdo grato y delicioso como el que tengo de mi abuelo José María que cuando estoy triste lo recuerdo, voy a un rincón de mi memoria que me engrandece y reconforta y vuelvo fortalecida para enfrentar lo que sea.
Hubo mucha transmisión oral y ternura, no con apachurre sino por atención al niño como si fuera un grande, reconocimiento y admiración de las cosas por el niño como el niño que es. Y en eso me ratifico con ellos.
- ¿Qué debería decirse de ti el día de mañana?
Fue auténtica, comprometida y acompañó a encontrar la esperanza y la fe en sí mismo a quien la buscó como guía.
- ¿Cuál debería ser tu epitafio?
” Dios me ampara”.