José Gabriel Ortiz

JOSÉ GABRIEL ORTÍZ

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

 .  ¿Quién eres, José Gabriel?

Ah, caray, esa pregunta nunca me la habían hecho. Pues nada, José Gabriel Ortiz Robledo es un cachaco, realmente mitad cachaco y mitad paisa. Combinación de una genética bastante disímil entre dos familias originarias de regiones diferentes, Bogotá y el Gran Antioquia.

  • Háblame de tus ancestros.

Mi abuelo paterno, Gabriel Ortiz Williamson, contiene toda la memoria heredada de sus raíces bogotanas. Era originario de su amada Santa Fe de Bogotá. Mi papá, gran señor, el típico “cachacazo”. Mi mamá, la típica dama paisa, muy católica, de apellidos Robledo, Mejía, Jaramillo, Jaramillo, Escobar, Calle, Restrepo, Lalinde, etc. Estos dejan en evidencia sus raíces antioqueñas, familias muy numerosas, fuertemente unidas y muy especialmente en torno a la familia.

Mis dos abuelos, cosa curiosa, fueron fundadores de la Federación Nacional de Cafeteros. El paterno, representaba a Cundinamarca en el Comité Nacional de Cafeteros, como se llamó originalmente. Mi abuelo paisa, José Jesús Robledo Jaramillo, a los del Viejo Caldas.

Esta situación los unió en un lazo de amistad poderosamente fuerte que se mantuvo en el tiempo. Compartieron escenarios tan especiales y magníficos como las galas de los clubes, pero también reuniones empresariales en Palacio. Hubo una muy especial que buscaba integrar a las familias de los miembros del Comité. Fue en esa fiesta en la que mis papás se conocieron, se enamoraron para luego, muy rápidamente, casarse. Nadie podía imaginar que mi papá se casaría tan rápido, pues tenía fama de “tumbalocas” por buen mozo, gran señor y muy buen conversador.

  • Vamos por ramas, primero abordemos la paterna.

Claro, Isa. Te cuento que mi padre manejaba una hacienda cafetera bastante grande que era de mi abuelo. Quedaba en Viotá. Exportaban café a Alemania, Estados Unidos y Suiza de manera directa. Tuvo dos hermanos, Alicia casada con Guillermo González, barranquillero muy elegante y distinguido diplomático durante toda su vida. E Ignacio, casado con Cecilia Santos Castillo, hermana mayor de Enrique y Hernando, dueños del periódico El Tiempo.

  • ¿Y qué me puedes contar de tu mamá?

Mi mamá era un encanto de persona, muy católica, callada, reservada, prudente. Excelente mamá y esposa, pésima para la cocina. De ahí sería que yo saldría igual porque no sabemos ni calentar una olla de agua. Somos un desastre.

  • Entiendo que has sido el consentido de tus hermanas.

Soy el menor de dos hermanas mucho mayores a mí. Tanto que, para mi etapa escolar, ellas ya estaban estudiando en los los Estados Unidos. Esta circunstancia hizo que me criara casi como hijo único.

  • Tu apellido puede ser vasco, pero eres rolísimo.

Me ha correspondido llevar esa identidad. Nací, me crie y viví en Bogotá. Por lo mismo, tengo el acento heredado de mi padre a quien admiré y quise profundamente. Te lo digo porque era una persona realmente excepcional.

El siempre quizo darle continuidad a nuestro apellido Ortiz, que es de origen vasco francés. Mi abuelo alcanzó a firmarse con la letra H. Por esta razón viví un poco la presión de él, que esperaba que yo pudiera continuar con el legado. Y la vida me concedió ese deseo, pues tengo dos hijos hombres, que espero algún día puedan tener hijos hombres que lleven el apellido.

  • Hagamos un recorrido por tu infancia. Cuéntame cómo eras para el estudio.

Comienzo por contarte que estudié en el Gimnasio Campestre donde obtuve varios honores y reconocimientos por buenas calificaciones. Aunque fui relativamente juicioso, una que otra vez me clavaban unas vaciadas y regaños por comportamientos propios de la edad y de las circunstancias.

Luego entré a la Universidad de los Andes, donde me gradué de Ingeniero Industrial.

  • ¿Y cuáles eran tus aficiones?

Me encantó siempre leer casi que exclusivamente de historia, biografías, relatos de sucesos, etc. Nunca me llamaron mucho la atención la novela ni los ensayos por tratarse de la imaginación de alguien y no de hechos que realmente hubieran ocurrido.

Fui buen deportista. Pertenecí al equipo de fútbol, fui el capitán del equipo de baloncesto. También fui gimnasta, jugué béisbol, y con los años golf y tenis.

He sido melómano, he tenido buen oído musical. En la banda de guerra fui el jefe de cornetas y en la universidad hice parte del coro. Ahora en México me encanta cantar rancheras cuando me tomo unos tequilitas.

Mi afición por la música clásica la desarrollé desde niño. Me llevaban a la finca de un tío en Santandercito, abajo del Salto del Tequendama, la más aburrida del mundo. Allí el tío no hacia otra cosa que oir música clásica, quedé fascinado con ella hasta la fecha.

  • ¿Recuerdas alguna anécdota de ese lugar?

Sí, recuerdo de forma muy particular la neblina y el frío insoportable, lo cual me resultaba aburridísimo. Para entretenerme me hice amigo de los niños del pueblo. Por estar jugando con ellos llegaba tarde y sin avisar, sin contar dónde iba a estar y sin decir que me iba a demorar. Entonces mi tío, bravísimo, me regañaba. El castigo consistía en permanecer quieto sentado en un sofá todo un día.

Pero es que mi tío era muy melómano, ponía todo el tiempo música clásica. Y me fui enganchando con ella, al grado de que, aún sin estar castigado, le pedía que pusiera su música: los valses de Strauss, los conciertos de Vivaldi, la música del barroco, sus cantos gregorianos, etc.

Mis amigos del colegio me veían como si yo fuera un loco porque no entendían mi preferencia musical. Claro, también escuché todo lo que sonaba en mi época. Cuando no había nadie conmigo ponía música clásica y preclásica antigua.

Me encanta ir a conciertos, compro abonos, pero también veo videos en YouTube. No aprendí a leer partitura, aunque siempre quise interpretar algún instrumento. Mi papá, muy atinado, no lo permitió para evitar me volviera un bohemio.

  • ¿Cómo decidiste qué estudiar?

Como fui muy bueno para las matemáticas, para la física y para la química, decidí estudiar ingeniería industrial. Me inscribí en la Universidad de los Andes. Pero es que uno a los diecisiete años no sabe qué quiere realmente.

  • ¿Y qué era lo que querías?

Cuando mi papá vendió la finca se dedicó a construir. Él siempre fue un gran arquitecto, empírico. Diseñó muchos edificios y casas, entre ellas el primer conjunto residencial que conoció Bogotá. Siendo muy sincero, a mí la ingeniería nunca me atrapó y no fui muy feliz estudiándola. En cambio, también terminé siendo un arquitecto frustrado, pues mira que rediseñé las dos o tres casas donde he vivido, remodelé la de la Embajada de Colombia en México que estaba prácticamente abandonada y caída.

  • ¿Cómo fueron sus primeros pasos como profesional?

Mi vida laboral comenzó cuando Guillermo Perry fue director del Departamento Nacional de Planeación y me invitó a trabajar en la Unidad de Coordinación Presupuestal.

  • ¿Y después?

Me invitaron a gerenciar una empresa que se llamó COLFLORES, hoy ASOCOLFLORES. Fue el origen de la asociación de cultivadores y exportadores de flores. Más adelante fundamos Colcarga, empresa dedicada a conseguir y coordinar su transporte, cuello de botella en ese negocio.

  • Suena más amable el tema de las flores.

Sí, y me gustó mucho, quizás por la relación que siempre hubo en mi familia con el campo.

Con toda la gestión que significó la labor al frente de esta asociación, se fue haciendo evidente mi faceta de promotor de negocios. Más que hacer negocios me gusta promoverlos y desarrollarlos.

  • Nunca te visualicé como hombre de negocios.

Pues imagínate que sí, Isa. Ahí estuve cinco años, me independicé y con un amigo montamos una comercializadora para importar y exportar productos.

  • ¿Y te fue bien con los negocios de comercio exterior?

Sí. El caso es que estando en eso me llamó Felipe López para que montáramos una programadora de televisión. Como me aburre la rutina, decidí dar ese paso.

  • Ahí comienza el José Gabriel que la mayoría conocemos. ¿Cómo es esa historia?

Fundamos Felipe López, Jorge Ramírez Ocampo, Juan Guillermo Ríos y yo, el Noticiero de las 7. Fui su gerente y lo presentó Juan Guillermo convirtiéndose en todo un fenómeno, pues su rating no lo ha alcanzado nadie. Tuvimos otros programas para llenar la parrilla. Crecimos mucho, pero por algún conflicto interno de los socios, decidí retirarme y volver a mis negocios.

  • ¡No lo puedo creer! ¿Y entonces qué pasó?

Un día en una finca de la Sabana en la que estaba el presidente Juan Manuel Santos, en esa época ministro de Comercio Exterior bajo el gobierno de César Gaviria, veíamos el famoso partido del 5 – 0 de Colombia contra Argentina. En el intermedio me llamó a una salita aparte para decirme:

— José Gabriel, venga conmigo le comento una cosa. ¿Usted por qué no se va a España a manejar Proexport?

Solo había dos oficinas en Europa, en una se manejaban los países orientales, es decir, el este desde Alemania y el oeste desde Madrid. Entonces tuve a cargo Portugal, España, Italia, Inglaterra, Francia, parte de África y la oficina de Edimburgo Rusia y Alemania. Me dieron rango diplomático y cuando Ernesto Samper llegó a la presidencia me mantuvo un año y medio más en el cargo.

Fueron cuatro años fantásticos que viví en familia con mi señora Diana Van Meerbeke y con los hijos pequeños Gabriel y Maria, ocupamos un apartamento o piso como le dicen los españoles, realmente magnífico y muy bien ubicado. Disfruté muchísimo esa experiencia en la que viajamos de manera importante.

  • ¿Y a tu regreso?

Me encontré con mi amigo Orlando Sardi y nos asociamos en una comercializadora, era el año 1.998. Estando en eso adjudicaron los canales privados RCN y Caracol. Recuerdo que Felipe López ofreció un gran almuerzo en su oficina en honor del doctor Carlos Ardila Lulle para felicitarlos por su nuevo canal RCN Televisión, y como yo tenía una cita médica, avisé que llegaba para el café.

Así es, querida Isabelita. Asistieron políticos, pero también periodistas, por supuesto, entre ellos Roberto Pombo, Mauricio Vargas, Julio Sánchez Cristo, María Isabel Rueda, María Jimena Duzán, Paulo Laserna, Carlos Julio Ardila, el expresidente Gaviria y el expresidente Santos que ya se había retirado de El Tiempo.

En el intermedio del almuerzo le preguntaron al doctor Ardila que cómo iba a ser la programación y que quién iba a presentar los noticieros. Respondió que ya todo estaba listo, pero que tenía un espacio en el que quería hacer un talk show, estilo gringo, con orquesta y con público.

Habían considerado nombres como el de Julio Sánchez, Pilar Castaño, Roberto Pombo, pero unos técnicos que hacían parte del equipo de apoyo, unos argentinos, otros españoles y unos cuantos más canadienses, sugirieron que debía ser alguien que no tuviera carrera en televisión, sino que tenían que inventarse un personaje, crearlo de cero, alguien maduro, con manejo político y sentido del humor.

Comenzaron todos a decir que ya sabían en quién estaba pensando y sospechaban que se trataba de la misma persona. Así que les dijo:

— No hablen, no pueden hablar.

Llamó a la secretaria, le pidió traer papel y lápiz, y dijo:

— Cada uno apunte el nombre que está pensando y deposite el papelito en la bolsa.

De veinte papelitos, dieciocho decían: José Gabriel.  ¿Por qué tan “alta votación” por mí? Nunca supe, pero fue así.

  • ¿Cómo conociste a Carlos Ardila Lülle?

A él lo conocí en Madrid, habíamos hecho muy buenas migas en mi paso por la embajada. El doctor Ardila había construido una casa preciosa a la que me invitaba a pasar en los veranos tardes muy agradables. Cantábamos, hablábamos de política, pero también disfrutábamos la piscina, normalmente en una época del año que era imperioso ese “chapuzon”.

  • Sígueme contando sobre el proceso de elección.

Cuando leyó mi nombre, confirmó que se tratara de la misma persona y le pareció perfecto. Cuando llegué por el café, todos esos sin vergüenzas se me botaron encima felicitándome (risas). Le pregunté a Carlos Julio qué había pasado, me puso en contexto y me dijo:

— Todos quieren que sea usted.

— Pero es que yo no sirvo para eso, porque yo no sé de costos de televisión.

— ¿Para qué va a necesitar saber de eso?

— Para administrarles el programa. Además, yo no sé de rating y de esas cosas.

— ¡No, es para que lo presente!

— ¡No sean tan irresponsables! Yo qué me voy a meter en un programa de ese tipo.

Me insistieron en que aceptara el reto, especialmente Juan Manuel Santos, me acuerdo perfectamente. Al día siguiente me llamaron, pero dije que por ningún motivo haría ese oso. Como me seguían llamando les propuse que hiciéramos un ensayo, un piloto que se dice.

— Díganme cuándo llego y a quién voy a entrevistar a ver si el ensayo les funciona.

— ¿Cómo que a quién va a entrevistar? Ese problema es suyo.

— ¿Y por qué mío?

— Porque usted tiene que elegir a sus invitados.

— Ah, ¡carajo! Encima de todo…

  • Nuevamente aflora el relacionista público.

Tienes razón. Pensé entonces que debía entrevistar a un político, a un cantante, y a una modelo. Para desarrollar los temas políticos invité a Juan Manuel Santos, también a Guillermo Nannetti Valencia, amigo mío, loquísimo, con doctorado en MIT, que se presentaba a las elecciones presidenciales cada año apoyado por sus quince amigos de la Universidad Nacional.

La producción me ayudó con la orquesta y compartí escenario con César Mora, con quien hice fuertes lazos de amistad pues tuvimos gran empatía desde el comienzo.

Marbelle fue mi primera invitada a cantar y cerré con la reina del Huila.

En resumen, el piloto gustó. Me llamó el doctor Ardila y me dijo:

— ¡Eso es una maravilla!

— No, Carlos, esto es un oso. Pero por mi amistad contigo y por la amabilidad tuya en insistir, lo voy a hacer. Pero te quiero contar de una vez, para que eso quede clarito, que lo hago solo por tres meses mientras consiguen al que lo haga de verdad.

  • El programa estuvo al aire más de una década, ¿cierto?

Duró catorce años, ¿qué tal?

  • ¿Por qué te aterra?

Porque nunca había hecho televisión y yo acababa de llegar de un puesto diplomático. En realidad, me forzaron un poco y, bueno, lo acepté. Claro que algunos amigos me dijeron:

— Mire, usted va a tener que bajarle un poco al tono cachaco porque eso no va a sonar bien en las regiones.

Y alcancé a pensar que tenían razón, pero cómo iba a lograrlo si yo soy así. Entonces le consulté a unos asesores del canal que me asesoraron:

— ¡No, no, no! Por ningún motivo. Una cosa rarísima en usted es el acento que tiene. No se deje llevar a una escuela de actuación, ni de presentación, ni de locución, ni de nada. Usted puede llegar a tener mucho éxito en su programa, así tal cual es.

  • ¿Quién le dio el nombre al programa?

El día antes de salir al aire con el programa ya editado, caminaba por uno de los corredores de RCN y me encontré con el doctor Carlos Julio Ardila que me dijo:

— Ahí vi su programa, lo felicito porque quedó buenísimo. Va a ser un éxito.

— Chino, gracias. Esto es una locura, es una irresponsabilidad, pero bueno, vamos a hacer esta pendejada igual.

— ¿Cómo es que se va a llamar? (me preguntó).

— No, ni idea.

— ¡No sabe cómo se va a llamar su programa!

Llamó a Juana Uribe (la directora) y le preguntó:

— Juana, ¿cómo se va a llamar el programa?

— La verdad no le hemos puesto nombre.

Carlos Julio, que es todo ejecutivo, se molestó y dijo:

— No se afane. Yo lo hago.

Le colgó el teléfono, yo quedé quieto. Acto seguido caminamos por un corredor, entramos a unas oficinas, le pidió a un joven que le prestara una tableta de esas de televisión, y me dijo:

— Mire, con su letra escriba: Yo, José Gabriel.

Así comenzó esta aventura magnífica que duró catorce años.

Yo, José Gabriel se acompañó de la orquesta María Canela, en él conocí personajes extraordinarios e historias maravillosas, churritos, artistas nacionales e internacionales, políticos y demás.

  • ¿Y cómo puede uno aprovechar a personajes magníficos en apenas unos minutos?

Esa es una magnífica pregunta. Me quedé con el sinsabor de poder aprovecharlos más, pero por consideraciones de tiempo no lo logré. También me pasó que, en la edición, muchas veces le quitaban la gracia a una entrevista que había sido divertida y muy espontánea. Muchos me propusieron hacer un libro en ese momento, pero ya hoy no tendría vigencia.

  • Háblame de los que más recuerdes y de los que nunca estuvieron pese a que hubiera sido tu deseo entrevistar.

De un universo de personajes me hubiera encantado entrevistar a Hugo Chávez, pero nunca aceptó, y sé la dificultad que significaba pues con la primera pregunta no hubiera dejado de hablar. También a Fidel Castro y tuve la oportunidad a través de Gabo, pero algo se presentó y no se hizo. A quien nunca hubiera querido entrevistar es a Maduro.

Una de las entrevistas que más disfruté fue la que le hice a Jaime Garzón. Solo Yamid Amat y yo lo hicimos, lo logré en mi quinto programa sin mayor cancha y he de decirte que aún hoy disfruto viéndolo. Pero es que también entrevisté a su personaje, Heriberto de la Calle, y creo que fui el único que lo logró (pueden verlo en este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=rxYo5ma6r3c). Lo más doloroso es que a los pocos meses lo mataron.

  • Como buen amigo de Uribe, a él también lo entrevistaste.

Claro que lo hice. En la entrevista con el presidente Uribe llevé una yegua para que la domara. Él es gran amigo, lo quiero, lo respeto y lo admiro mucho, aunque hoy tengamos grandes diferencias políticas.

  • También hubo Azúcar en tu programa.

Por supuesto, Celia Cruz, la disfruté muchísimo. Fue tan buena entrevista, que el productor en ningún momento me cortó, hablamos dos horas y media, y ella cantó todo lo que quizo. Le gustó tanto a producción y a Jorge Alfredo, que me dijeron que la dejarían a ella sola en dos programas. Así se rompió, por única vez, el sistema de tres invitados por emisión.

  • ¿Qué otros invitados recuerdas?

Por ejemplo, la entrevista con Pinchao, el cabo del ejército que se voló y que contó toda la operación. También a Ingrid Betancuourt y a Clara Rojas recién rescatada acompañada de su hijo.

  • ¿Se presentaron incidentes?

Claro. Moreno de Caro fue el único personaje con el que fui grosero. Le dije:

— ¡Se para y se va! ¡Por mentiroso!

Llegó al programa a decir que era matemático de los Andes, resulta que nunca pisó una universidad y no supo contestarme cuánto era 6×8. También dijo que era un gran concertista de violín, le conseguí uno que no supo interpretar. Me retiré y él se quedó ahí pidiéndome que lo entrevistara.

Con Lucho Herrera, El Jardinerito (los De Germán Ribón me ayudaron a montar un jardín de rosas elegantísimo y disfrazamos a la señora de jardinerita), ocurrió algo muy simpático. Resulta que él es muy tímido, callado y reservado, el hermano, en cambio, es totalmente locuaz, me saludó de una manera tal que me llevé una impresión no muy positiva de él. En un momento dado, se acercaron los técnicos a decirme:

— Bueno José Gabriel, lo vamos a alambrar (poner el micrófono) y a Lucho.

El hermano miraba con inquietud hasta que se acercó y me dijo:

— ¿No me van a alambrar a mí?

— ¡No chino!

— Yo de usted lo haría. Porque tengo anécdotas y puedo ayudar en la entrevista.

— No me digas. Te agradezco, pero tú te sientas allá en el público.

Comienza la entrevista:

— Bueno Lucho, bienvenido al programa.

Él en silencio.

— Lucho, me contaron una historia tuya muy triste. Que ustedes, unas personas tan humildes, tan sencillas, y, un día te atracaron y te robaron la primera bicicleta. Cuéntame cómo fue eso.

— Sí, así fue… (y punto).

— Lucho te voy a pasar un video cuando bajabas con el rostro ensangrentado por la caída que sufriste, pero igual ganaste la etapa. Cuéntame qué sentías en ese momento.

—- Y él me decía:  nada ¡!

Y el hermano con la mirada me decía:

— Yo le dije.

Yo insistía:

— Entonces, Lucho, tal cosa, tal no sé qué…

Pero él no hablaba nada y pensé que debía abortar la entrevista. Dije:

— Vamos a ir a comerciales y ya regresamos.

Entonces se acercó Jorge Alfredo y me dijo:

— ¿Qué vamos a hacer? Tú tienes que hablar más.

Pero tomé una decisión:

— ¡Alambren al hermano!

Y le dije:

— Venga chino, venga para acá.

Y él me hacía caritas como diciendo: @#∑∑ se lo dije, ¿no?

Lo sientan al lado y alguien que también venía con ellos me dijo:

— Hágale la pregunta a Lucho y el hermano contesta.

Retomamos. Entonces le dije:

— Bueno, Lucho.  Yo quedé como con un sin sabor en la primera pregunta que te hice. Cuéntame un poco cómo fue la historia cuando te robaron la bicicleta.

Entonces se volteó a mirar al hermano y le dijo:

— Se acuerda hermano, esos hijuemadres que no sé qué y que tal y tal.

Y Lucho le contestó:

— Sí. Se acuerda de esos hijuemadres que no sé qué. Se acuerda el cachaco que fue el que me pegó y se me robaron la bicicleta @#∑∑ blablablá

Y yo dichoso, pero los tenía que parar:

— Suficiente ilustración. Magnífica historia. Pero Lucho, volvamos. Cuando estás bajando aquí, ¿qué sentías?

Entonces se voltea el hermano y le dice:

— Uy, se acuerda hermano que usted llegó… Mucho viejo @@## Mire cómo le volvieron esa jeta.

— Sí y yo sangrando juepucha. Se acuerda…

La entrevista fue un éxito, porque el hermano me la hizo.

Entrevisté al profesor Llinás un genio adelantado a su tiempo, pero también a magos que hacían esas cosas sofisticadísimas que yo nunca entendía. Pasaron muchos personajes muy divertidos.

  • ¿Qué te dejó el programa?

Esta experiencia me enriqueció de formas muy distintas. Disfruté, gocé y aprendí muchísimo en él, cambió mi vida y mi estatus. También me dejó muchos amigos, y es que yo no tengo enemigos, habrá quienes digan que soy un cachaco pendejo, pero eso es otra cosa.

  • ¿Qué siguió en tu vida profesional?

Después, ante una muy buena oferta económica y cualquier otra situación, me pasé al Canal Caracol con: El Programa de José Gabriel. Nadie había registrado el nombre Yo José Gabriel, pero igual no quise usar el mismo por respeto al canal RCN. No sabes el respeto, admiración y agradecimiento que siempre he tenido por la Organización Ardila Lulle y por la familia Ardila, son los mejores patrones que existen.

Me siento muy agradecido con la gente que me recuerda y me reconoce porque llevaba ocho años por fuera de Colombia y sin salir en televisión pues el último programa lo hice quince días antes de posesionarme como embajador cuando el presidente Santos me ofreció la Embajada de México.

  • ¿Cómo es esa historia?

Cuando me llamó el presidente, imaginé cualquier cantidad de cosas, que me iba a ofrecer algo relacionado con los temas de paz o una embajada en Turquía o Uruguay. Lo visité, él entró muy serio. Y me dijo:

— Lo necesito urgente para un cargo. Tiene que aceptar y no me diga que lo va a consultar con su señora, porque usted nunca le ha consultado nada.

— Bueno Presidente, échemela despacio.

— Es una embajada y que para mí puede ser la tercera o cuarta más importante de mi gobierno.

Yo pensaba: no es Estados Unidos, además ya está nombrado y yo no soy candidato para ese país. Italia, Francia, Londres ya están nombrados y Venezuela imposible. Entonces, le dije:

— ¿Adivino?

— Sí, adivine.

— Debe ser un país vecino como Brasil por su importancia para la región.

— Correcto. Es la cuarta en importancia. Es México.

Yo debí hacer una cara muy extraña porque me dijo:

— No haga esa cara. ¿Es que odia a México o qué?

— Todo lo contrario, presidente. Adoro ese país y es un honor y una gran responsabilidad. Pero le voy a ser muy franco, yo no merezco ese honor y usted sabe que yo no soy muy modesto que digamos.

— Sí señor. Lo nombro y usted se va para allá y ya.

— Déjeme ver señor presidente, necesito saber detalles, porque yo vivo de mi trabajo. Usted sabe que no soy un hombre rico.

— Háblese con la canciller. La casa es muy chusca, claro que está medio caída, entonces usted me ayuda a levantarla.

Y la restauré y quedó tan linda que el ministro Mauricio Cárdenas, hermano de la actual embajadora, me dijo un día que nos visitó en la casa:

— Le doy un consejo. Nunca invite a un político a esta casa, ni a las oficinas que acaba de estrenar, porque van a pedir su puesto. Mejor llévelos a un restaurante (risas).

  • Háblame de tu paso por la embajada.

Pues modestia aparte, te cuento que, creo, y así me lo reconocieron en México, hice una buena labor, sobre todo en el campo empresarial y comercial, lo mismo que en el diplomático.

Las relaciones bilaterales entre nuestros dos países son excelentes. De los 25 grupos más grandes e importantes de México, quince ya estaban en Colombia, y yo traje siete restantes, y a todos ellos siempre los asistí y ayudé a crecer aquí. Y, por otra parte, desafortunadamente compartimos y padecemos un enemigo en común …, el narcotráfico.  En este aspecto la colaboración mutua ha sido excelente.

En resumen, fue una experiencia muy interesante, de la cual tengo un gran recuerdo, que me dejó muchas enseñanzas, sobre todo para mí que no era diplomático de carrera.

  • ¿Por qué volviste a la televisión?

El actual presidente de RCN Televisión, José Antonio de Brigard, se reunió con el doctor Carlos Julio Ardila y le planteó volver a llevar al aire al programa Yo, José Gabriel, dado el éxito que tuvo haber sacado nuevamente a Betty la fea. Era volver a las raíces del Canal.

Me llamaron a México para invitarme a una reunión en Colombia en la que me hablaron del proyecto. En un principio me asustó un poco el pensar en que “chiste repetido no tiene gracia”, pero ante la insistencia y la decisión de conservar el formato con algunas actualizaciones, me animé encantado.

Cada quince días vengo a grabar en Bogotá dos programas y luego me devuelvo a México, pues estoy radicado en el D.F. donde represento a la Organización Ardila Lulle en Mexico y Centro America. Al comienzo me sentí nervioso por el hecho de volver a lo que significa estar frente de las cámaras, pero me gusta hacer el programa.

Más que entrevistas son conversaciones, como las que tú haces, es muy fluido. Ya no tengo a César Mora en la orquesta sino a Quiño, un joven con una banda de música urbana, algo totalmente nuevo para mí, pues yo me quedé en el bolero, en el merengue y en la salsa, ahora estoy estrenándome en el reguetton con unos chinos tatuados, intrépidos, lo que me obligó a tomar un curso rápido de esta música, ya entré en la honda, aunque somos generaciones totalmente distintas.

He invitado a músicos como Gilberto Santa Rosa, Rey Ruiz, pero también a Carol G., una paisa de veinte años que cuenta con un número impresionantemente grande de seguidores y millones de likes a sus canciones.

A mi primer programa llevé a los cuatro aspirantes a la alcaldía de Bogotá, en el que Claudia López tuvo un “gaffe” que generó mucho ruido en redes sociales.

Me encanta la oportunidad que me brinda el programa de venir con frecuencia aquí a Bogotá, la de ver a mis amigos, a mi gente y a los churritos colombianos.

  • Abramos capítulo aparte para que me cuentes de tu señora y de tus hijos.

Soy un agradecido con la vida, vivo muy contento, amo la señora que tengo, adoro a mis hijos, a la familia. Alguien me decía, creo que mi amigo Felipe López:

— ¡Carajo! ¿Se da cuenta que usted es el único que se ha casado dos veces y las dos veces bien?

Porque con mi primera señora, María Elvira Samper, con quien fui novio toda la vida desde muchacho, tengo una magnífica relación. Andrés, nuestro hijo, es íntimo amigo de los hijos del primer matrimonio de Diana van Meerbeke, mi actual esposa, como lo es de sus hermanos, de los dos hijos que tenemos Diana y yo, Gabriel y María.

  • ¿Quiénes han sido tus mayores referentes?

Mi padre ha sido el más grande de todos mis referentes. A mi mamá la adoré, claro, era la clásica mujer de hogar, tranquila, ecuánime, callada, reflexiva. Un día le preguntó una nieta estando muy chiquitica:

— Manes (como le decían), ¿tú por qué no hablas mucho?

— Y ¿como de qué tengo que hablar? (le contestó).

Esta respuesta invita a la reflexión porque el silencio es un privilegio que pocas veces nos permitimos.

  • ¿Qué otros?

Si bien nací en una familia católica e hice la primera comunión y me casé con María Elvira Samper por la iglesia, no ejerzo la religión, pero recuerdo que, al rector de mi colegio, Alfonso Casas Morales, quien siempre nos inculcó principios morales más que religiosos, de caballerosidad, de hidalguía, al mismo tiempo de valor físico, entereza, decisión y responsabilidad. Él se preocupó mucho por los temas sociales y nos invitó a que alfabetizáramos a los niños del sector donde quedaba el colegio, experiencia que nos permitió aprender, por lo menos alguito, de justicia social, de equidad y de igualdad.

Gabo fue también un referente importante por su sentido de la realidad. Era un hombre pragmático y muy realista, un excelente conversador y un escritor como pocos, de imaginación desbordada. Yo lo adoré.

Conocí a Fernando Vallejo y pensé que yo debía ser el clásico personaje que le repugnaba. La primera vez que organicé una fiesta nacional en México, una funcionaria de la embajada me sugirió:

— Deberíamos invitar al maestro Vallejo.

— Yo lo invito, pero no estoy seguro de que acepte porque yo le debo caer muy mal.  Lo invitamos y fue.

Terminamos siendo muy buenos amigos, pues la música nos acercó. A él le encantan los bambucos y pasillos, y toca piano muy bien. Es muy tímido y callado, pero cuando habla en público dice cosas muy fuertes que a muchos incomodan.

  • En México debiste conocer a uno de los más influyentes empresarios del mundo.

Como sé que te refieres a Carlos Slim te cuento que de él conocí su increíble sentido del humor porque es uno de los mejores contadores de chistes que conozco. Es un personaje muy interesante, con una auténtica sencillez que impresiona.

  • Y de cuáles de los presidentes de Colombia has sido más amigo.

En el mundo político he tejido estrechas relaciones de amistad con Álvaro Uribe, Andrés Pastrana, Belisario Betancur, y César Gaviria mi compañero de universidad. Y de toda la vida he sido amigo de Juan Manuel Santos.

  • Como buen relacionista público, veo cierto equilibrio de partidos.

Claramente, estas relaciones trascienden para llegar a los lazos de amistad.

  • ¿Qué reflexiones haces con esta inmersión en tus memorias?

Creo que la vida no me queda debiendo nada, en cambio, yo sí le quedo debiendo mucho. Tengo que reconocer que tuve la facilidad innata de relacionarme con la gente de manera afectuosa.

  • ¿Qué te gusta descubrir en los otros?

Un poco la primera pregunta que tú me has hecho, saber quiénes son.

  • Y en esa medida, en que se develan mundos, ¿qué reflexiones haces?

Me está pasando con la vida, Isabel, esta es una confesión que no he hecho antes, y es que me entran unos remordimientos de cosas que yo hubiera querido hacer y descarté, por pendejo.

  • ¿Cuáles?

Estudiar arquitectura, hacer un doctorado en desarrollo económico en los Estados Unidos. También reflexiono sobre cosas triviales a las que pude haberles dado otro manejo.

  • ¿Cuál es tu sentido real de la existencia?

¡Ah carajo! Esa pregunta te la contesto el jueves. Como decía mi papá:

— Papá, regálame cien mil pesos.

— El jueves mijo.

  • Todo tiene un sentido y una razón.

No sé. Comienzo a tener unas angustias y unos vacíos como de agnóstico. Pienso que esto se acaba y se acabó.

  • Pero entonces, ¿si hubiera una segunda oportunidad en las mismas condiciones?

Sería una persona totalmente distinta. ¡Totalmente distinta!

No hubiera estudiado lo que estudié, me hubiera gustado tener más hijos y me hubiera gustado tener plata (risas). Viajaría mucho más, tomaría cursos de historia del arte, de música, interpretaría el piano o la trompeta, asistiría a talleres de arquitectura, construiría la casa de mis sueños.

  • ¿Cuál es tu color?

El rojo.

  • Si fueras un animal, ¿cuál serías y por qué?

Un águila. Como diría El Lobo de Caperucita: “Para verte mejor”.

  • ¿Dónde deberías estar en este momento?

En el sur de Italia.

  • ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?

Una buena impresión. Que puedan decir: “es un buen tipo”.

  • ¿Cuál debería ser tu epitafio?

¡El epitafio! Hm… Recordé un epitafio de tumbas muy divertido de un hipocondríaco violento:

— “Les dije que estaba malito”.

Y el mío sería:

— Todo lo hubiera podido hacer mejor.