César Mora

CÉSAR MORA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Músico, su banda: MaríaCanela. Compositor de Canela entre otras piezas. Director de orquesta. Ganador del Premio Simón Bolívar de televisión en 1988 al mejor actor del año 1987 en la novela El Confesor. Premio India Catalina a mejor actor de reparto en Zorro. Actor protagónico en la obra de teatro El Puesto de César A. Betancur.

  • ¿Quién es César Mora?

Soy un empírico que ha crecido con la observación y a través de la lectura. Mi escuela fue el Teatro Libre, de muy alta exigencia. Me he desarrollado más como actor porque es para lo que más me llaman, pero amo la música, en especial la salsa. Canela, una de mis canciones, es ícono de la música salsa en Colombia y la interpreto con mi Orquesta María Canela.

  • ¿Cuál es su su origen?

Provengo del suroccidente del país. Mi papá es caleño, como lo soy yo, y mi mamá es de la zona cundiboyacense. Por muchos años llevamos vida de gitanos.

  • ¿Cómo es esa historia?

Mi madre fue la segunda esposa de mi papá que cuando lo conoció ya tenía tres hijas. Al comienzo papá no vivió con nosotros así que no tuvimos ninguna estabilidad, cambiábamos de cuarto y de casa de forma permanente. Fue una época de carencias y necesidades.

Mi mamá sirvió tintos en una oficina, después trabajó con el Distrito y luego se convirtió en ecónoma de Bienestar Social de Bogotá.

  • ¿Hábleme de esos talentos heredados?

En mi vida hubo mucha música gracias al inconmensurable talento de mi mamá, pues tiene una voz soprano preciosa. No solo me enseñaba canciones, sino que las aprendí escuchándola cantar mientras lavaba y planchaba ropa los fines de semana en la casa.

  • ¿Qué cantaba?

Recuerdo que las primeras canciones que le aprendí fueron Campanera, Relicario, Songo le dio a Borondongo, porque le encantaba la Sonora Matancera.

  • ¿Qué otros recuerdos tiene de infancia?

Mi mamá muchas veces me dejó encerrado con llave para poder trabajar, lo que hacía hasta pasadas las cuatro o cinco de la tarde todos los días. Yo quedaba con juguetes en el piso y algo para comer. En la medida en que fui creciendo, me enseñó a cocinar, y me decía:

— Mijo, cuando yo llegue, usted debe tener las onces hechas.

Muchas veces pidió permiso en su trabajo para poderme llevar con ella. Los jefes, que la querían tanto, le contestaban:

— Sí, doña Maruja, pero usted tiene que dejarlo en un sitio donde no vaya a molestar.

Fue así como crecí, jugando solo en los cuartos que disponían para mí. Ese era mi mundo, y lo disfrutaba.

  • ¿Hubo cercanía con los hermanos?

Sí, especialmente a mi hermana Elvia, que me protegió mucho. Recuerdo que cuando le compraba ropa a su hijo Edgar, me invitaba y me regalaba lo mismo que a él. También nos llevaba a los dos a cine.

  • ¿Cómo fue la relación con su papá?

Cuando pudo vivir con nosotros tuvimos todos una muy buena relación.

Mi papá se pensionó de la Beneficencia de Cundinamarca, pero la época que más recuerdo fue la de ferroviario, donde trabajó por muchos años. Yo pasaba las vacaciones en el vagón restaurante del tren y durante los recorridos me decía: “pida lo que quiera”. Eso me hacía inmensamente feliz.

Le decían “ingeniero” porque tenía una habilidad especial para manejar las máquinas y componerlas. Alguna vez un jefe le dijo:

— Oiga, señor Mora. Usted es muy bueno para esto. Le vamos a pagar un curso en Alemania.

— Pero si yo no tengo el idioma, escasamente hablo castellano.

— No importa porque es un curso muy práctico y usted va a tener una persona que le traduzca.

Así pues, viajó como obrero y regresó siendo EL ingeniero.

  • ¿Recuerda alguna anécdota en especial?

En las mañanas mis papás tenían un juego muy divertido en el que ella le decía a él:

— ¿Y el ingeniero para dónde va?

— Pues a trabajar. ¿Y la señora?

— Me voy para la oficina.

A servir tintos, pero era la oficina.

  • ¿Su papá también era melómano? 

Por supuesto. Le gustaron mucho los boleros, la zarzuela, las rancheras y ponía sus discos de 78 que heredé mucho tiempo después.

Pero mi vena artística proviene de mi mamá que era la histriónica, la actriz, la que cantaba y actuaba, y quien ve en mí la realización de un sueño que le era propio.

  • Su felicidad no debe tener límites.

Ahora está muy menguada, tiene casi noventa años, pero cuando me puede acompañar a mis obras lo hace feliz. Es muy positiva, le gustan los chistes, le fascina el doble sentido, dice groserías y canta, por supuesto.

Cuando la invito a almorzar a mi casa, preparo muchos de los platos que ella me enseñó, cocina criolla, por ejemplo. La última vez le dije:

— Tengo que invitarte porque aprendí a hacer osobuco.

— Mijo, ahora es usted el que me tiene que dar clases porque yo no sé hacer eso.

Después del almuerzo nos sentamos todos a compartir un café y comienza:

— Yo vendo unos ojos negros

quién me los quiere comprar

los vendo por hechiceros…

Así es como invita a que todos nos unamos al unísono y lo hace con canciones tradicionales.

  • ¿Dónde estudió?

Pasé por muchos planteles educativos. Recuerdo que mi mamá le decía al rector de los colegios, después de contestar todas las preguntas de rigor como nombre, apellidos y edad:

— ¡Y él canta!

Al rato decía:

— ¡Y actúa!

Alguna vez íbamos de la mano y pasamos por un parque en el que había un bazar. Desde la tarima invitaban a los asistentes a participar en un concurso de canto. Mi mamá me dijo:

— ¡Suba!

— ¿Pero a qué mamá?

— No sé, pero vaya. Haga algo.

Me hizo subir y canté una de las canciones que ella me había enseñado.

En las reuniones con sus amigas también me pedía que les cantara alguna canción y ella les contaba de mis presentaciones en el colegio.

Yo era su objeto más preciado de mostrar.

  • ¿Y su papá respaldó su talento?

Mis papás tenían discusiones en torno a mis facultades. Mi mamá se sentía la más orgullosa, pero, mi papá le decía:

— César debe dejar esa vaina del teatro y la música. Se va a morir de hambre. ¿Es que acaso espera vivir de eso?

— Francisco, ¡déjelo! Le contestaba.

En mi casa se repartían los gastos, mi papá pagaba arriendo y servicios, y mi mamá la educación, por eso ella le insistía:

— Déjelo, mijo, que si esa platica se pierde, pues la pierdo yo.

  • ¿Cómo vivió sus talentos en la época de colegio?

Recuerdo que hacían centros literarios cada viernes, a las cuatro de la tarde. Los cursos suspendían clases para preparar una serie de actos, así pues, durante una hora se cantaba y actuaba, y siempre participé. También, cuando en alguna clase el profesor preguntaba: ¿Aquí quién canta? Yo lo hacía sin problema, y actuaba. Ha sido algo innato que se repite hasta hoy.

  • ¿Dónde terminó el bachillerato?

En el colegio Integrado de Fontibón. Me gradué con muchísima dificultad, pagué para que me hicieran los trabajos de matemáticas y química, y en los exámenes me copiaba.

  • Su camino estaba claro, ¿no?

Al terminar el bachillerato ya sabía que mi vida era el teatro. Cuando me subía a una plataforma me sentía plácido y levitaba. Desde muy joven tuve la conciencia de que era visto en el escenario, que atraía a la gente y que transmitía, inspiraba. Supe que tenía algo para lo que servía y lo fui procesando. Muy temprano entendí que tenía dotes para lo artístico.

  • ¿Qué experimenta cuando canta o cuando actúa?

Es muy curioso, porque yo me transformo cuando estoy subido en las tablas. Experimento el extasío, me muevo como pez en el agua, me desplazo con tranquilidad, sufro el personaje, vivo el trance que me permite expresar y decir cosas. Estoy ahí, en constante debate conmigo, esculcándome por lo que está pasando. Es un infierno maravilloso, pero luego, cuando todo acaba, parezco sumiso, me apago, me consumo, me despojo.

Mi mujer me reclama diciéndome: Cómo es posible que cantes y bailes en el escenario y cuando bajas no lo hagas conmigo. Hay quienes cuando se bajan del escenario siguen haciendo humor, son los mismos en un sitio u otro. Yo no lo logro y no puedo explicarlo. Cuando estoy creando un personaje, se ríen mucho en mi casa porque no existo para nadie.

  • ¿Y cómo vive su proceso de formación?

Por un tiempo, durante mi adolescencia, vivimos en Ciudad Jardín del Norte donde me mezclé con un grupo de jóvenes que congregaba Pascual Meza, un sacerdote que buscaba protegernos de los peligros de la calle, por lo mismo, nos comprometía con actividades culturales como la lectura, el juego de ajedrez, el canto y la actuación. Ahí empezamos a soñar con nuestras primeras obras de teatro, basadas muchas de ellas en los socio dramas que escribíamos.

Recuerdo que el padre me llevó a un festival de música protesta que hacía el Claretiano y que resultaba algo muy revolucionario.

Esta es una etapa que describo como un sarampión político del que no nos podemos abstraer en un país como el nuestro en el que las ideas hierven todo el tiempo.

Así fue como llegó al barrio el MOIR un grupo de izquierda, niños bien, intelectuales que andaban en Renault 4. Mi forma de descalzarme fue con mi canto y mi guitarra.

Soy muy buen compositor, escribo muy buenas canciones, pero, en ese momento, guiado por el cura, mis letras eran noticiosas y urbanas. Amigo Jesús, es un sancocho que hablaba de la bomba de Hiroshima, del Che Guevara y cuestionaba a Jesús. Con ella concursé en el Claretiano y gané.

— Oye amigo Jesús

Te habla mi corazón

Estos muchachos del MOIR me contactaron para decirme:

— Usted no puede decir tanta bobada.

Me afinaron, me enseñaron a sintetizar, a hablar de un solo tópico. También me llevaron a una de sus sedes en el parque La Rebeca en el Centro, donde se concentraban los intelectuales y los artistas de su organización, entre ellos el gran escritor Jairo Aníbal Niño que hacía parte del TAR – Trabajadores del Arte Revolucionario.

El aparato político divide a los artistas en células que las llevan por todo el territorio colombiano. Yo era una única célula porque tocaba guitarra y a la vez cantaba, así pues, me llevaron a Villavicencio donde mi papel fue subir a la tarima y cantar mi canción revolucionaria como telonero del compañero que echaba su discurso.

  • ¿A quiénes recuerda de esa época?

Recuerdo mucho a Fernando Wills, que nos invitaba a su casa a cantar, también a Diego Betancur, hijo de Belisario. Cuando terminó la campaña presidencial, Ricardo Camacho se sentó a hablarnos y nos dijo:

— Yo no pienso dedicarme a la política porque soy un artista. ¿Quién quiere venir conmigo al Teatro Libre de Bogotá, que voy a iniciar?

Este es el germen de la fundación del teatro al que me uní sin dudarlo. Las primeras obras fueron Los Inquilinos de la Ira, y La Madre de Breck.

  • ¿Comienza actuando o cantando?

Entré al Teatro Libre para formarme como actor, pero llegué al grupo haciendo música para las obras.

Ricardo me vio un día y me preguntó si actuaba, y empezó a asignarme pequeños roles como narrar lo que seguiría en escena. Un día llegó la gran oportunidad de mi vida cuando se hizo Shakespeare, para teatro, interpretando el Rey Lear con escenografía de Enrique Grau, música de Eduardo Carrizosa, el arte y demás eran de Marlen Hoffman. Fue todo un montaje, gran referente dentro de la historia del teatro en Colombia.

El día más importante era cuando el director daba a conocer el reparto. Yo esperaba ser Soldado III o Árbol IV, entonces dijo:

— Jorge Plata es El Rey Lear, las hijas son… y el bufón es César Mora.

Dentro de la literatura dramática de las obras de Shakespeare hay varios bufones, pero el más importante es el de El Rey Lear. Ese fue mi bautizo. Una obra muy bella que la gente no olvida.

Mauricio Vargas alguna vez me dijo: Fui al Teatro Colón a ver esta obra y terminé casado con La Chiqui. Otros actores me confesaron que al ver mi interpretación decidieron dedicarse a la actuación, muchos de ellos hoy son maduros y trabajan en televisión. Este fue un referente del teatro colombiano, que fue importantísimo.

  • ¿Continuó con estudios formales?

Terminado mi colegio entré al Centro Internacional de Recreación Dirigida – CIRDI. Mis profesores fueron Guillermo Páramo, que enseñaba en la Universidad Nacional, otros de los Andes como Jorge Plata, Ricardo Camacho, Ester Jiménez, también de la Distrital. Recuerdo que los de La Nacional me llevaron a estudiar filosofía, pero nunca terminé.

Uno de mis compañeros fue director de la Biblioteca Nacional y de la Imprenta Luna Libros, Conrado Zuluaga. No sé si él lo sepa, pero lo venero. Como yo ya escribía mis canciones me dijo: “si usted quiere escribir bien, léase estos sonetos”. Me enseñó poesía sugiriéndome libros, y es con ellos y con la salsa de Rubén Blades que empecé a escribir mis canciones.

La pianista Martha Rodríguez, en ese momento casada con Eduardo Carrizosa, nos llevó a varios a estudiar en la Pedagógica, nos abrió la puerta, aunque no estuvimos matriculados formalmente. Nunca pudimos hacer un semestre completo por las giras que tomaban meses, y hubo cinco importantes.

De Bogotá fuimos a la Guajira en camiones, recorrimos todos los lugares, íbamos de pueblo en pueblo y de sitio en sitio presentando las obras. Luego fuimos al occidente del país, así llegamos a Cali y a Buenaventura, después a los Llanos. Con el Teatro Libre conocí no solo nuestro territorio, sino la vida entera, porque me enseñó el arte de leer y de escribir.

  • ¿Cuándo llegó a su vida el amor?

Cuando entré al Teatro ya me había casado con mi novia, cinco años menor a mí, nos conocimos muy jóvenes y nos hicieron casar porque quedamos embarazados. Al comienzo vivimos con mi mamá que nos ayudó a criar a nuestros hijos pues muy rápidamente nació nuestra segunda hija.

  • ¿Cómo fue esa experiencia?

Yo no pude ser padre para mis hijas, fui muy ausente. Y recuerdo las palabras de Ricardo en el Teatro: “Le voy a pedir a quienes tienen una situación económica resuelta que ayuden a los que no tienen nada”.

Álvaro Hoyos, a quien le decían El Pausa, porque cuando leía las obras no hacía la pausa, sino que la leía: “… y el Conde Federico entró a sus aposentos, pausa”, me apadrinó con una plata mensual. Esto me sirvió muchísimo.

Para ese momento yo apenas si sobrevivía, mi carrera y mi nombre estaban en construcción, y viajaba todo el tiempo.

  • ¿Alguna vez se presentaron por fuera del país?

Sí, Isa. Nosotros traspasamos fronteras. El Teatro Libre fue el primero que viajó a la República Popular China en 1980. Durante dos meses visitamos diferentes regiones, de ahí tomamos un avión a París donde nos esperaba un bus en el que hicimos una gira por Europa.

  • ¿Qué le significó ese viaje?

Esta fue una experiencia avasallante que me hizo sentir en el cielo y que significó mucho para tantos de nosotros que veníamos de barrios populares. La vida me cambió, vi que el mundo iba más allá de mi barrio.

  • ¿Cómo cambió su vida?

Llegué con otra mentalidad, me separé de la mamá de mis hijas, solo que cada uno se quedó con una carga emocional muy grande.

Recuerdo alguna vez, en una de las correrías del MOIR en Riopaila que cerraron el campamento huelguista. Yo no sé en qué estaba pensando cuando me llevé a una de mis hijas pues la situación de peligro era extrema, hubo muertos, y estábamos rodeados por el ejército. Alguien me recomendó que sacara a la niña y la única forma de hacerlo fue en tren, entonces la mandé a Cali con dos señoras, sometiéndola a un riesgo muy alto, ahora lo veo con claridad.

  • ¿Cuándo se retiró del Teatro Libre, cómo fue y por qué lo hizo?

Mi salida del Teatro se da por una necesidad económica apremiante. Yo no tenía cómo pagar la pensión del colegio de mis hijas, ellas caminaban con sus zapatos rotos, claro, se les entraba el agua, y recuerdo los reclamos de mi mamá.

En el Teatro no permitían que uno hiciera televisión al considerar que eso era prostituirse como actor y resulta que yo había comenzado a hacer amigos de la televisión, como Pepe Sánchez, que me invitó a trabajar con él. Pero es que yo necesitaba vivir de mi talento, y, no, como muchas veces me tocó, de vender empanadas, por ejemplo.

Fueron catorce años de mi vida en el Teatro Libre, cuando me retiré tenía treinta y cinco.

  • ¿Qué siguió en su vida?

Tuve una relación de amor con Sonia Arrubla. Con ella viajé a los Estados Unidos cuando a su mamá Belisario Betancur la nombró cónsul en Houston. Alguna vez me escribió Jennifer Steffens, esposa de Pepe Sánchez en ese momento: “vamos a hacer El Confesor, con Colombiana de Televisión, y queremos que vengas a protagonizarla”.

Recibí los libretos por correo, me interesó, me pagaron el viaje, y viví la experiencia. Si bien yo había pensado hacer mi mundo en los Estados Unidos, tomé esa opción para luego regresar.

Nuevamente en Houston me escribieron diciéndome: “Pepe va a hacer otra serie y quiere que hagas un papel allí”. Entonces volví por seis meses, trabajé y regresé a los Estados Unidos nuevamente, donde averigüé cursos de teatro y literatura. Se repitió la situación cuando me escribieron: “Chino, estoy haciendo una comedia, le di el nombre de “Romeo y Buseta”. Invéntese un personaje y viene a hacerlo”.

Jibarito Grajales era un vendedor emergente, copiado de alguno que había visto en Cali, en el sector de Galerías, me impactó tanto que nunca lo olvidé, no solo lo copié, sino que le añadí un gesto, muletilla que se volvió famosísima. Fue una maravilla de personaje y mi regreso definitivo al país porque me quedé en Colombia.

  • No te puedo creer que actuaras este personaje justo ahora, sin estar subido en las tablas, cosa que te agradeceré siempre César. Pero, sígueme contando qué pasó en adelante.

Mi relación con Sonia también terminó por mi bohemia, pues se hizo insoportable, para ella.

Para hablarte de mi vida profesional, tuve la ilusión de haber hecho una carrera afuera, este fue un sueño que se frustró, pero entré a la televisión.

Fue un 1988 frenético, no paraba, comencé a grabar música con Camagüey, tema que hizo famoso Jaime Garzón cuando contó que era su preferido, de lo que me enteré un día en una rumba. Garzón me abrió la puerta y me señaló con el dedo diciéndome:

— Usted tiene un tema que a mí me mata.

Yo había grabado el Jibarito y Caramelo de Maní, temas que sonaron mucho en la radio. Entonces le dije:

— Ah sí, Caramelo de Maní.

— No sea bruto. ¡Qué Caramelo de Maní ni qué nada! ¿Usted hace canciones y no sabe lo que escribe? ¡Canela!

Cuando lo invitamos al programa de Yo José Gabriel, al final él le dice:

— Garzón, tengo cinco minutos. ¿Qué quiere hacer?

— ¡Cantar Canela!

  • ¡No puedo creerlo! Acaba de cantarla y a capella.

Uno de los sueños que realicé fue el de grabar mis canciones y tener mi orquesta. Primero estuve en Camagüey, luego en el grupo de los Hermanos Rosales, después María Canela.

(César canta Caramelo de Maní y yo como que no me lo creo)

  • ¿Cómo fue vivir la transición de teatro a televisión?

Me costó adaptarme pues la televisión era un mundo para mí desconocido, era otro estilo, otro concepto, otro estadio del desarrollo.

Tuve que aprender a manejar el hecho de que la televisión convierte al actor en una figura que hace evidente la responsabilidad que se tiene ante cada cosa que se dice y que se hace.

Pero el teatro es mi hogar, es mi cuna, es mi génesis. Recuerdo que alguna vez hice una obra de teatro que se llamó “Conversaciones con Mamá” en la que yo era la mamá. Mi trabajo de campo fue en mi casa pues observé a mi mamá con aún mayor agudeza, todo, sus movimientos, la forma como cruzaba sus pies, las manos, reparé sus muecas, sus dejes (César la imita).

Mi mamá fue al estreno y a la salida estaba sentada esperándome, entonces le pregunté:

— ¡Qué hubo madre! ¿Cómo te pareció la obra?

— Ay, hijo, estás igualita a mí (risas).

Esto para contarte que mi madre se emociona con todo lo mío. Realmente mis cosas la hacen feliz.

  • Pero no solo ella, el público se emociona y de qué manera, cómo olvidar lo que generaste con El Puesto, por ejemplo.

En ella interpreto a un hombre desempleado de sesenta y cinco años, que podría ser yo, es la historia de mi padre, de mi madre y de tantos, por lo mismo me siento completamente identificado. Lo que escribió Pucheros (César Betancur) es una cosa que le sale del alma.

  • ¿Dónde está su equilibrio?

Me niego a estabilizarme, a quedarme en calma, necesito producir todo el tiempo, necesito movimiento. Soy como mi mamá que pese a la edad y a sus limitaciones, aún sale sola a la calle.

  • Hábleme de María Fernanda.

Hace veintiséis años nos casamos. Mafecita hace posible que yo me dedique a lo que amo y lo logra de manera tranquila y serena, me permite un búnker y un piso a través de su amor solidario.

Es el mejor parche de mi vida, la mujer perfecta para mí. Antes de ella no tenía nada, así pues, la construcción a su lado ha sido fortaleza para ambos. Nos hace sentir muy amados a mi hijo y a mí.

A Mafecita le escribo y dedico mis mejores canciones, es mi forma de agradecerle (César canta Quiero Agradecerte). Hice una canción de una carta que le escribí y bauticé con el nombre Aniversario.

  • ¿Vive en clave de sol o en clave de fa?

En sol sin duda.

  • ¿Qué no se se dio en su vida como músico?

Mi frustración es no haber podido tocar piano. Lo uso únicamente para componer.

  • ¿Cuál es su más caro recuerdo? 

Conservo la imagen vívida en la que estoy caminando de la mano de mi mamá.

  • ¿Cuál es su más grande sinsabor?

Esa época de mi vida cuando el licor fue un compañero permanente y afectó mi relación familiar. Llevar una vida bohemia no era compatible con mi realidad personal.

  • ¿Qué le gustaría cambiar si pudiera editar su vida?

Hubiera querido tener una relación mejor y más estrecha con mis hijas. Ahora disfruto a mi nieto, Nicolás, mi consentido y mi protegido. Él vino a compensar emocionalmente mi deuda con la vida.

  • ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?

Me cuestan trabajo las entrevistas, necesito sentir ese feeling que no se logra con todos. Soy un anárquico y caótico lleno de falencias. Quiero ser verdad en eso.

  • ¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?

No soy una persona blanca, soy alguien con muchas oscuridades, pero quiero que te lleves la impresión de que soy un buen tipo, como la canción Tío Buena Gente de Andy Montañez o como la mía. (César canta a capella).

  • ¿Cuál debería ser ts epitafio?

Como decía mi mamá:

— Él canta y actúa.