GUILLERMO LONDOÑO
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Ha sido pintor toda la vida. Entendió temprano en el colegio que era muy malo para todo lo demás, entonces por deducción se fue apoyando en la pintura, en el dibujo y en la parte creativa en todos los aspectos.
Tuve una severa dislexia, que como en ese momento no era un tema conocido, hizo de mi desarrollo escolar algo muy complicado. Los profesores creían que era desatento y en cambio yo hacía un esfuerzo brutal por estar presente al máximo posible, obviamente, al primer zumbido de un mosco, al primer murmullo de un compañero, me distraía, pues estaba más pendiente de lo que ocurría a mi alrededor.
Desde la primaria me pasó, que así como los profesores veían que yo tenía una falta muy grande en comprensión de lectura, de las matemáticas, inclusive de relación personal con los compañeritos, también les era evidente que siempre estaba con una bola de barro, con una plastilina o con un lápiz en la mano, y recuerdo con una referencia muy clara a la autoestima, esa que es tan importante en la vida, que los profesores siempre aplaudían porque alguno decía:
— Esto lo hizo Londoño.
Recibía de mis compañeritos un respeto y una admiración por lo que había hecho. En ese momento tenía cinco años.
Mis padres no eran muy cercanos al arte, no conocían ese mundo ni les interesaba. Siendo mi padre ingeniero de minas, éste le resultaba indiferente, sin embargo, era un amante a la belleza, especialmente a la que nos da la naturaleza, y mi madre era una persona con una sensibilidad floreciente, que me enseñó a descubrir virtudes.
Cualquier día llega una tía a mi casa, persona muy culta por demás, y al ver mis dibujos dice:
— Guillermo, la ruta del bus de tu colegio pasa por mi casa y yo te voy a invitar a que los jueves nos acompañes a unas clases con Maruja. Ella nos va a enseñar cerámica a un grupo de adultos (tenían entre 30 y 35 años) y quiero que tú estés ahí.
Para sorpresa mía, Maruja era la que más ponderaba mi trabajo y me ponía siempre como referencia.
Esto llevó a que mi padre, muy angustiado por lo que seguiría para mí terminado el bachillerato, pero también muy contento por mi grado, me pregunte:
— Guillermo has pensado ¿qué vas a hacer de tu vida?
Yo no había pensado realmente.
Le tenía mucho susto al hecho de morirme de hambre con la profesión de artista -hoy es distinto por fortuna- y pensé que lo más cercano al arte era la arquitectura y que si yo la estudiaba podía combinar ese gusto por los colores y por las formas en esa carrera.
Cuando le consulto a mi padre sobre ser arquitecto, él con enorme sorpresa me dice:
— No te veo ahí.
Eso para mí fue un alivio. Fue una maravilla que él creyera que yo no podría con la carrera porque la alternativa era ser un artista. No había de otra. No había intermedios.
Cuando le digo que quiero ser artista me contesta:
— Me parece la carrera más difícil. Esta que escoges, es una carrera que no conozco, que te va a traer problemas económicos a través de la vida. Uno ve muchos pintores en los parques buscando cómo pagar una pieza pero mientras te podamos ayudar en la casa y te podamos respaldar, cuentas con nosotros.
Tuve suerte, porque creo que la vida se construye de muchos ladrillos de fortuna. Yo hacía trabajos en el colegio, escultura para ser más específico, sin saber muy bien qué lograría con eso. Cuando cursaba cuarto bachillerato, alguien vio mi trabajo y le contó a la única galería interesante que había en ese momento de nombre Buchholtz, que había un muchacho en un barrio que trabajaba por las tardes después del colegio y tenía una serie de esculturas que quería que conocieran.
Así recibí al señor Karl Buchholtz en el año 78 . Me invitó a hacer una exposición, una colectiva de dos. El compañero mío se llamaba Pablo Picasso. El nombre de la exposición fue:
— La Suite Vollard de Pablo Picasso y las esculturas de Guillermo Londoño.
Obviamente , la expectativa que tenían mis padres, la mía, las de mis tías, se quedó chiquita, pues esta exposición fue muy publicitada, salió en todos los medios y se vendió toda la obra. Yo nunca había tenido plata diferente a la que me daban mis papás para tomarme un café y de golpe tenía una plata que resultaba simbólica.
Quizás lo más importante es que el señor Buchholtz mandó a tomar fotografías profesionales de esta exposición y sacó un catálogo.
De pensar que esto no trascendía, dos años más tarde me gradué del colegio, me fui a estudiar inglés y caí a un pueblo en la bahía de California, Berkeley, que tiene una universidad muy importante que se llama la Universidad de California, Berkeley. Cuando pasaba por ahí, pregunté si tenían cursos de arte. Fue así como comencé a frecuentarla.
Entré en absoluta fascinación con lo que sucedía con los talleres. Le pregunté a un profesor qué necesitaba para ingresar y me dijo que debía ser uno de los treinta mejores jóvenes artistas del planeta, tener un nivel de calificaciones superiores de 8 en la escala de 1 a 10, y que tenía que haber realizado un proyecto que fuera sobresaliente.
Le pregunté:
— Profesor, ¿haber expuesto con Picasso a los 17 años me da alguna posibilidad?
— ¡Le da todas las posibilidades! Muéstreme ese trabajo pues me interesa conocerlo. Yo hablo con el jefe del departamento de arte y miramos qué le hace falta a Usted para que sea parte de la Universidad de California. Además, hay una beca para estudiantes minorías y el ser latino lo beneficia.
Apliqué en el año 81. La Universidad me puso a nivelar en unos temas para mí muy difíciles como la matemática, el inglés, la geografía porque yo no sabía dónde estaba parado. En el año 82 fui aceptado. Hice mi carrera y me quedé varios años tomando cursos para poder seguir en la academia y en el mundo del arte, otra vez, con una colección de suertes que son increíbles.
Termino la carrera, me devuelvo a Colombia sin tener un programa muy claro de lo que iba a desarrollar en la vida pero corrí con la increíble y fantástica suerte de que Rodrigo Castaño, el hijo de Gloria Valencia de Castaño, hacía en ese momento programas de talentos y alguien le cuenta que yo acabo de llegar. Me llama, me invita a su programa y al final me dice:
— Sé que José Luis Cuevas, el pintor mexicano, está dando una beca a diez artistas colombianos para estudiar con él. ¿A ti te interesa?
— ¡Es lo que más me interesa en la vida!
Quería continuar con esta carrera y ese era un muy buen camino de lograrlo.
Apliqué a mi beca pero lo hice tarde, por lo mismo no fui aceptado. Pero como te cuento, la vida es una cosa maravillosa, así como cuando la mala suerte lo coge a uno los siete años seguidos, me tocaron los siete de buena suerte en ese momento: le dio paludismo a una de las ganadoras del concurso, volvieron a mirar la lista y me incluyeron para esta beca.
Estuve en México con la plana mayor del arte mexicano, con los más grandes y me enclavé en ese mundo. Conocí a la familia Garza Ortiz, muy amigos de Fernando Botero y de Alejandro Obregón con quienes me pusieron en contacto. Cuevas, muy enemigo de Botero pero muy amigo de Obregón, me dijo que quería ser el padrino de mi carrera.
Otra vez con la maravilla de que llega Isadora de Norden que acababa de ser nombrada directora de la Galería Diners en Bogotá -tal vez la del presupuesto más grande porque pertenecía a un banco- y siendo una galería que quería renovarse y mirar arte joven, le dice a Cuevas que quería tres artistas y él sin vacilarlo le dijo:
— Le tengo a Guillermo Londoño, Luis Luna y a Gustavo Zalamea.
Volví de México para tener mi primera exposición individual en el año 89 con un adicional, algo fantástico y era que al doctor Robayo , dueño de Diners, le gustó tanto mi trabajo que me propuso un sueldo para que pintara para el banco. Así pasaron quince años.
Esto me dio la posibilidad de abrir mi taller y de tener algo que en el mundo del arte es muy difícil: una estabilidad económica. Tuve mi primera chequera, mi primera tarjeta de crédito, mi primera moto y pude hacer parte del mundo porque los artistas somos en ese sentido muy olvidados y muy maltratados por el sistema.
Hubo muchos astros alineados.
-¿Qué es la suerte?
La suerte es un número con muchos dígitos y alguien se lo gana y no porque sea más o sea menos que los demás. La suerte es crecer en una familia que amas y repetir esa experiencia con tu propia familia; la suerte es levantarse todos los días en el lugar que más te gusta acompañado de una mujer que te apoya y de un hijo que crece llevando un sueño parecido al tuyo.
– ¿Abrazas tu dislexia?
Lo que yo soy es producto de unos cables cruzados en mi cerebro que hacen que tenga, por supervivencia, que escoger un camino diferente al común y éste puede ser una entrada más corta, interesante y audaz.
– ¿Es tu obra disléxica?
Yo nunca lo había pensado, pero quizás sí tenga cierto nivel de dislexia o demencia para hacer lo que hago. Sí, hay un cable cruzado y yo creo que eso es el arte. El arte son cables cruzados.
– ¿Qué es una obra inteligente?
En un mundo como el nuestro se entiende mal la inteligencia y eso decepciona. Hay unos factores y unas suertes como el haber podido hoy, a mis cincuenta años, pensar que desarrollé la vida como la soñé. Nadie te va a explicar lo corta que es la existencia.
Si en esa experiencia que es abrir los ojos, mirar y morir para siempre; si en ese segundo, si en ese aleteo de mariposa, puedes hacer lo que más te gusta, cualquier cosa sea, ya eres un afortunado, ya vas ganando. La inteligencia de la obra solo se podrá conocer después de cien años de mi muerte, con una sola persona que se la encuentre y la quiera rescatar.
– ¿Cuál dirías que es la mayor importancia del arte?
La gran importancia que tiene el arte es que éste y la historia siempre han estado juntos. Cuando los desvinculas, tienes artesanía o arte menor, algo que no te dice nada. Cuando miras el arte en un contexto histórico te va a hablar de muchos momentos de la vida. Siempre habrá un referente a la historia vista a través de unos artistas que hacen inmensamente importante al arte.
– Tu obra me transmite serenidad. ¿Eres un alma serena y en calma o en turbulencia?
Yo creo que uno no puede separarse de lo que se es. Estos son cuadros absolutamente de reflexión, de análisis, de mirar con detenimiento.
Soy un alma serena, pero que no me coja el día sin el almuerzo porque me convierto en una fiera, y la obra puede sufrir grandes turbulencias.
Si hiciera un paralelo con la comida, diría que son cuadros de saborear, no es un plato que te comas rápidamente.
La evolución ha hecho en el cerebro humano que existan colores que te atraigan en diferentes formas, por ejemplo, los verdes limón que te advierten peligro, los rojos que se relacionan con el sexo y con lo dulce, o los grises que son serenos y elegantes, y uno como artista tiene que saberlos poner de la misma manera que se sirve una mesa.
– ¿Qué mirada le das a la naturaleza?
Soy un amante de la naturaleza. Tengo en la actualidad una reserva forestal en la Sabana de Bogotá donde sembramos árboles nativos y siento que si tengo la posibilidad de dejar algo en este mundo, es eso, un regalo al planeta.
Pero esa mirada es muy diferente a la que realizo en mis cuadros. No encuentras en ellos una referencia a una hoja o a un pájaro en vía de extinción porque no me interesa narrar un paisaje abstraído de un lugar específico, más sí lograr abstracciones que se convierten en sensaciones de un lugar. Te diría que estas sensaciones son las que se vuelven el paisaje que cada quien construye en su mente.
– ¿Qué te gusta dejar en las personas que se acercan a ti?
La relación de los seres humanos es muy compleja porque estamos hechos de pasiones, donde algunas circunstancias hacen que te vuelvas una fiera y otras te sacan toda tu ternura, entonces podemos cambiar de estado de ánimo muy rápidamente.
Soy un convencido de que lo mejor que tenemos las personas es encontrarnos con otras, que nos hacen entender que estamos vivos, y con las que podemos pasar de una discusión apasionada a encontrarnos en el amor.
– ¿En qué crees?
Creo en la sabiduría de la humildad.