GERMÁN BULA ESCOBAR
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
El Oráculo de Delfos proponía: conócete a ti mismo. Creo que esa propuesta todavía sigue vigente. No es fácil saber quién es uno mismo, pero ante la pregunta, pienso que soy simple y llanamente un colombiano medio que tiene la fortuna de sentir conscientemente –sentipensante-, que tiene que mejorar todos los días, transformarse, aprender. Ese soy yo.
ORÍGENES
Yo soy una mezcla de costeño con antioqueña. Empiezo por hablarte de mi madre, que es una paisa pura de Andes Antioquia. Escobar Peláez Uribe Tobón son sus primeros cuatro apellidos. Nació en una familia de catorce hermanos. Es una mujer muy linda, una gran lectora, infatigable y que me inspira.
Mi padre es de Sahagún Córdoba, estudió Derecho en la Universidad de Antioquia y fue enviado a Andes como juez civil del circuito en compañía del doctor Gilberto Gärtner, caldense, que egresó con él de la misma universidad. Allá conocieron dos primas hermanas y se casaron. Mi padre como juez de Andes, desposó a mi madre y tuvieron a mi hermana mayor -que ahora es un poco menor que yo -. Luego nací yo y como a los cuatro meses de haber nacido, mi padre y mi madre decidieron establecerse en Sahagún, de manera que, entonces, no conocí Andes y me crié en la Costa.
Mi origen es totalmente provinciano y de un pueblo muy rico como Andes por su economía basada en el café, pero pueblo al fin y al cabo, me fui a uno bastante pobre, como era Sahagún en esos tiempos, 1954.
Mi madre nos contaba que una tía –que era inmensamente rica- se la llevó para su casa, y recuerda que allá se consumían productos franceses. Pasó luego a vivir a un pueblo como Sahagún que no tenía nada de desarrollo urbano, y no exagero con esto porque no había ni un centímetro de pavimento, ni acueducto, ni alcantarillado, no había luz eléctrica: era poco más que un caserío rural. Las costumbres alimenticias del pueblo de Andes eran avanzadas frente a las de Sahagún que eran muy rústicas. Todo esto hace que yo admire mucho a mi madre y que yo la vea como una niña valiente, porque tenía veintidós años cuando llegó allá -ya mi hija menor es mayor que ella- y me la imagino muy dulce y muy linda en un medio machista al que sobrevivió con inteligencia.
Mi padre se dedicó al ejercicio del Derecho, pero con el advenimiento del Frente Nacional a la caída de Rojas Pinilla, un gran liberal, Jaramillo Sánchez, que era el más importante antioqueño en el Partido Liberal y uno de los grandes a nivel nacional, se dio a la tarea de elaborar listas para las nuevas elecciones dado que había habido un receso en la democracia durante la época de Rojas, y había que reorganizar todo, e invitó a mi padre a ser parte de la lista para el Congreso. Y lo invitó porque él se había destacado en las luchas estudiantiles cuando estuvo en la Universidad de Antioquia. Entonces mi padre abandonó el Derecho en el que estaba haciendo buenos progresos con clientes llevando sucesiones y otros procesos, y se dedicó a la política desde el año 58 que estuvo en el Congreso como Representante a la Cámara y luego como Senador hasta 1986.
Mi padre llegó a Bogotá en el año 58 con la democracia y nos contaba –a mí y a algunos amigos míos- que al llegar al Congreso decidió que primero iba a escuchar, no diría nada, solo escucharía mientras preparaba un debate contra Rojas Pinilla, porque en Córdoba hay una finca que es de los Rojas, que fue producto de un remate, fue el ingenio Berástegui, y Rojas fue el rematante, pero era el Presidente de la República cuando lo hizo. Había fundados cuentos sobre los muchos soldados que estaban allí; por lo mismo nadie se atrevió a rematar hasta que Rojas logró quedarse con eso. El debate fue muy lucido en el Congreso.
Además, en el año 59 lo postularon para segundo vicepresidente de la Cámara y había una mujer que optaba por el cargo –eran muy pocas mujeres en la política en esa época-. Entonces mi padre se levantó, pidió la palabra y dijo:
— Honorables colegas, yo quiero decirles a quienes me han postulado que agradezco su noble gesto, pero debo declinar en favor de la honorable representante fulana porque es necesario que las mujeres… etc.
Ese gesto de caballerosidad y desprendimiento democrático le valió que al año siguiente lo eligieran Presidente de la Cámara.
Después aspiró a la Presidencia del Senado y no la logró. Uno de los políticos más inteligentes que ha habido en el país, se llama Guillermo Plazas Alcid -que le da nombre al estadio de Neiva-, me dijo en una ocasión:
— Ese Germán –refiriéndose a mi padre- no va a ganar. Es que él cree que eso funciona como en el 60 cuando lo elegimos Presidente de la Cámara, y estas son otras épocas; y si no anda con un coctel de langostinos en el bolsillo, no lo logra.
Y tuvo razón. Pero mi padre, en todo caso, tuvo brillante desempeño como senador de la República; le tocó presidir el Senado, del cual era vicepresidente, durante los debates de Nacho Vives contra Fadul y Peñalosa –padre- en el Gobierno de Lleras; era un debate famosísimo y la gente oía las transmisiones por radio como escuchando el mundial de fútbol o la vuelta a España. Después fue codirector del Partido Liberal con Durán Dussán y Espinosa Valderrama; también ministro de agricultura; presidente de la Comisión del Diálogo Nacional como la llamó Belisario Betancur, que era la que ambientaba la paz del 84 con las FARC, y en esa época la paz avanzó muchísimo al punto que hubo un año de cese al fuego unilateral.
Se frustró porque un general de la República las atacó diciendo que no importaba ese cese al fuego, que él tenía que obedecer la Constitución, y terminó tirándose ese proceso. Mi papá se reunió también con el ELN, con Bateman del M-19 en Panamá; hizo cosas por la paz.
En el año 86 no salió elegido, después de veintiocho años en el Congreso -entre Cámara y Senado-. Es que llegaron los recursos del narcotráfico a la política en Córdoba; y hoy en la familia agradecemos que lo hayan sacado de la política, sus contrincantes, con el apoyo de esos dineros.
Después mi papá aspiró a La Constituyente en el año 90; no salió; ya era un hombre bastante disminuido políticamente y no encajaba con las nuevas costumbres. Hoy en día él tiene senilidad vascular, algo parecido externamente al Alzheimer -se trata de escasa irrigación sanguínea cerebral por haber sufrido múltiples micro infartos en el tejido arterial cerebral-. Con la sangre que le circula habla lúcido pero poquito. El único tema que no le gusta es la política. Papá se va apagando, pero juega dominó, por ejemplo, y nos gana.
Mi mamá fue la esposa de un hombre poderoso, lo que le brindaba muchas facilidades de vida y pasó de ser eso a encargarse de todo lo que papá atendía y de él. Ese ejemplo que se repite en muchas familias constituye –entre muchas otras- una razón para mi admiración por las mujeres. Ella pasa de ser una esposa de senador de gran importancia a resolverle muchas cosas, pues la vida de mi papá ya no es autónoma sino heterónoma: depende de mi madre.
- Si le parece, volvamos a su Historia de Vida. Quisiera me contara algún recuerdo de infancia en Sahagún.
Siendo niño, tuve la oportunidad de conocer a quien después convertirían en una Cándida Eréndira. Esta jovencita era una especie de “aya” de una muchacha del pueblo de la que yo estaba enamorado. Me daba información sobre su paradero y me ayudaba a encontrarla; me hacía “el cuarto” como decíamos entonces. Siendo ya un adolescente supe que un poderoso del pueblo, acolitado por terratenientes etc., la desfloró y enseguida la prostituyó. Y en unas vacaciones en que regresé ya como adolescente, un grupo de amigos y yo alcanzamos a ver, ya cuando estaba vendiendo su cuerpo, escenas iguales a la obra de García Márquez de largas filas de hombres que habrían de pagar unos pesos por poseerla en serie, en una casa de palma cercana a la corraleja. Esta escena dolorosa me llevó desde entonces a observar con cuidado y compromiso los temas de mujer; de género como ahora se nombran.
Retomando, te cuento que en el camino se tomó la decisión por parte de mis padres de instalar a la familia en Bogotá dado que ciertas circunstancias lo aconsejaban: creo que una fue mi mal desempeño escolar, que lo atribuyo a una paradoja, porque la tía “Toti” que era maestra -vive aún- a los tres años de edad me enseñó a leer; y la verdad es que la maestra era tan buena que me enseñó a hacerlo bastante bien. Voy al colegio acompañado por una empleada que trabajaba para mis abuelos, a quien preguntan para qué curso voy yo; ella no sabía y yo menos; no tenía ni idea, yo venía del kínder de las “niñas Uparela”. Me pusieron una cartilla para que leyera, lo hice y dijeron que iba para segundo , así que no hice primero de primaria y por supuesto eso era pedagógicamente inadecuado, pues fuera de saber leer no sabía nada más y era un pequeñín de seis años.
Me fue muy mal, perdía casi todas las materias, sufría lo indecible y era tal el sufrimiento que un día me invitaron a jugar futbol a un par de cuadras del colegio, partidos de muchachos en plan de vagos, y eso me pareció más divertido. Así pasaron los días y nadie se daba cuenta de lo que estaba haciendo hasta que un primo me vio y me delató; entonces la situación se hizo insostenible porque como estudiante era un desastre que en todo sacaba entre 1 y 3, y cuando de pronto saqué un 5 en algo, hubo jolgorio. Ah, eso sí, me llevaban como un ejemplo a que les leyera a los de primero de bachillerato, pero nadie se daba cuenta de que yo no sabía sino leer.
Estaba lanzado a lo que no podía, mala cosa, porque no se debe sufrir sino al contrario: lo que hay que tener es la alegría de aprender, como la cartilla de entonces “la alegría de leer”. Para mi madre, venida de Andes, un pueblo bastante próspero y exigente, ese fue el punto de quiebre. Me trajeron a Bogotá a que hiciera ese primero de primaria que me había saltado. Este fue mi inicial impacto educativo, el origen de mi experiencia en temas de educación. Fue muy duro ponerse al día de primero de primaria a mitad de año, como hacer una tesis, creo.
Como familia entramos en un modo distinto, era la capital, venían cosas muy diferentes, pero mantuvimos el arraigo porque mis hermanos y yo nos íbamos para la Costa, si se podía, el mismo día de terminación de clases y si no, al siguiente, no había lugar a demoras. Mi papá y mi mamá lo sabían, de manera que proveían para que fuéramos y aprovecháramos al máximo todas las vacaciones, lo que también les gustaba porque teníamos allá un entorno familiar que nos atendía y que disfrutábamos mucho, de manera que mantuvimos unos lazos muy estrechos con la tierra de crianza.
Hace poco falleció mi tía “Berti” que me quería como al hijo que no tuvo, y yo a ella como a una segunda madre. En cambio en lo que hace a Andes Antioquia, vine a conocerlo realmente cuando estaba en el Ministerio de Educación y los Andinos muy amables me ofrecieron una condecoración; conocí mi pueblo natal del que ya tenía alguna idea por las narrativas de mi madre, desafortunadamente no lo he disfrutado aún porque en el par de ocasiones en que fui, la situación de orden público no era fácil e iba escoltado y muy rápido, de manera que esa es una tarea que tengo pendiente. Pero sé por mi madre cosas maravillosas de Andes, la tierra del indio Uribe, de “Argos” –uno de los mejores filólogos de nuestra historia-, y del fundador del nadaísmo Gonzalo Arango. He sostenido que el nadaísmo es la aportación más importante de Colombia a la literatura.
Ya en Bogotá, mi papá me matriculó en un colegio al que lo ligaban el sentimiento y las relaciones políticas. Él no tenía mucha idea porque era también un provinciano en Bogotá, había sido algo citadino en Medellín mientras estudiaba, pero lo cierto es que no dominaba la capital. La señora Ana de Castiblanco tenía un colegio, el Gimnasio Chapinero, en el que las fotos que adornaban la rectoría eran de Gaitán, López Pumarejo, Echandía… Ella era una militante de corazón liberal profundo y obviamente le ofreció a mi padre recibirme en el Gimnasio que además quedaba cerca de nuestra primera vivienda alquilada en la carrera 13 con calle 57… Tuve el mediano desempeño propio de la adaptación a la ciudad.
Supongo que mi madre -porque las mujeres son mucho más sabias en estos asuntos- pensó que yo podía tener una educación de más calidad y, aprovechando que nos habíamos mudado al barrio La Castellana, me llevó al colegio Calasanz que quedaba en la 100 con Autopista. Un colegio excelente y por supuesto que ahí anduve mejor, pero me llegó la época de la adolescencia y no me fue bien.
De esa experiencia como escolar adolescente y otras de personas cercanas que cambiaron de colegio con éxito, se derivó un artículo que me publicó El Tiempo en una ocasión. Sigo pensando en que ese es el hueco negro de la educación: en una reunión de ministros de educación en París pregunté cuánta investigación había sobre la educación en la adolescencia y relativamente hay muy poca; la mayor parte está dedicada al pre escolar y a la primaria, porque la adolescencia es una época especial, de cambios del ser humano; a mí me da la impresión de que hay una concepción lineal de la educación, vista como una escalera, que se rompe porque los cambios en esta etapa son grandes y experienciales: la búsqueda de identidad a través de la apariencia o la conducta, el descubrimiento de la sexualidad, la atracción por las niñas, los desengaños a causa de la más rápida maduración de ellas, los amores platónicos por las primas, los conflictos con el padre o la madre, o ambos, la insatisfacción con el propio cuerpo, y otros asuntos por el estilo. Y se pretende seguir con la escalera educativa como si nada.
En términos prácticos, en el Calasanz, fui campeón en tomar del pelo y por eso me botaron. Yo soy expulsado, porque mientras tomaba el pelo un sacerdote calasancio, escolapio -que es la orden de este colegio-, me ofreció darme un “tortazo” y por supuesto me asusté y reaccioné defensivamente: el miedo lleva a ser agresivo. Esa defensa verbal en alto tono no terminó bien.
Recuerdo una anécdota interesante, que viene mucho después pero que se conecta directamente: el Colegio Calasanz cumplió 50 años siendo yo ministro de Educación, fui invitado a la ceremonia y el rector era el mismo que me había expulsado en el año 68 –los rectores rotan porque son una comunidad con presencia internacional, pero coincidió en que había regresado el padre Fermín Abella-. Yo sentía que había tensión en algunas personas que sabían del incidente, cuando tomé la palabra:
— Lo primero que quiero decirle a la concurrencia, es que el padre Fermín me botó del Calasanz.
Hubo unas caras que se pueden imaginar, pero no extendí mucho el silencio incómodo e inmediatamente dije:
— Pero me botó muy bien botado, Padre. Usted tuvo toda la razón en haberlo hecho.
Descansó la gente, se sintió un suspiro de la respiración contenida y hasta algunas risas; eso fue maravilloso, el padre descansó también y todo fue muy amable, y muy alegre. Yo hice el reconocimiento de la justeza y de la justicia que acompañó el hecho de haberme expulsado, de cómo había llevado conmigo muchas cosas buenas del Calasanz y cómo con ese equipaje, con ese bagaje, había logrado reencausar con bastante éxito mi vida académica en el nuevo colegio que me acogió. Es una anécdota simpática que el ministro fuera el expulsado del colegio que cumplía los 50 años.
- Queda uno en equilibrio y en paz cuando se reconcilia con situaciones y/o personas del pasado, independiente de que hubiera sido un niño cuando ocurrieron.
Tiene toda la razón Isabel, así fue, como una cuenta saldada, un circuito que estaba abierto y quedó cerrado.
- ¡Y de qué manera!
Sí, fue interesante.
Debidamente expulsado, en el año 68, mi padre se movió rápidamente y me consiguió cupo en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, colegio al que entré a cuarto de bachillerato.
En abril cumplí cincuenta años de haber sido expulsado del Calasanz y los celebré por una circunstancia fantástica. Encontré que los compañeros del colegio de ese entonces siguieron muy unidos y alguno de ellos me invitó a una reunión. Yo fui muy entusiasmado a ver personas con las que había estudiado y que no había visto en general hacía medio siglo; y fui invitado al chat de ellos. Ese día hubo mucha tomadura de pelo, como era de esperarse; algunos se acordaban exactamente de cómo había sido mi expulsión. Por supuesto que también se cuentan cincuenta años de conocer a los que después fueron mis compañeros de grado de bachillerato, ¡otro chat! Tuvo una gran importancia el clima que había en el Colegio del Rosario, que hizo que a mí se me acabaran las ganas de molestar porque cuando traté de hacerlo, siendo un jovenzuelo de catorce años, los compañeros me dijeron:
–— ¿Usted quiere que también lo boten de este colegio?
Yo terminé becado y siendo uno de los mejores estudiantes del curso. La vida me cambió y por eso sostengo que hay ciertas inadecuaciones entre la escuela y la adolescencia que aparecen como si el problema fuera del estudiante. A mí lo que me adecuó finalmente fue el hecho conjunto de haber sido expulsado, algo muy importante, y el que me recordaran la expulsión los propios compañeros en el Rosario, en una actitud bastante madura de su parte.
En el Rosario hubo dos circunstancias particulares. Una es que ese colegio otorgaba título de Bachiller en Filosofía y Letras, lo que pudiera parecer una cosa formal; no era un invento de la modernidad, sino que era un título que venía de varios siglos atrás. Se puede ver con absoluta claridad en la manera como se maneja –por lo menos en el grupo que salió conmigo y eso a pesar de que la mayoría optó por las ingenierías- el tema cultural griego clásico, el latinoamericano, el español; poco de literatura anglosajona, pero en lo que hace a la tradición greco latina, era muy subrayada la formación y eso me parece que fue un asunto tremendamente importante para mí, un regalo espléndido.
Yo venía del Calasanz de una importante formación sobre todo en literatura hispánica -lo que se entiende por la orden escolapia-, en el Rosario era un poco más amplio el tema, y todo eso fue consonante, es decir, sonaba al mismo tiempo con las enseñanzas de mi tía a la edad de tres años. Yo estaba en mi salsa en todo este periplo: en la actividad de leer.
Luego, por una coincidencia que agradezco al creador, llegó al Rosario un profesor de matemáticas que hizo que por primera vez me gustaran, a mí y a otros; enseñaba con el libro de un profesor japonés que falleció hace unos años, Yu Takeuchi, quien vino a Colombia por poco tiempo y se quedó desde mediados del siglo pasado. Bueno, ahí empecé a escoger entre la medicina y el derecho, a sabiendas de que tenía garantizado mi cupo en la Facultad de Derecho de la Universidad del Rosario.
- ¿Qué lo lleva a decidirse por Derecho?
A veces lo he pensado y cuando miro el mosaico del bachillerato y veo la foto de un niño que está ahí, imberbe, de dieciséis años, sé que no tuve muy claro por qué escogí Derecho. Hay una influencia familiar, no porque mi padre fuera abogado precisamente; al principio pensé en la medicina, por influencia de mi tío Rodrigo, ginecólogo, pero al final no me convenció, no soy bueno para el tema de la sangre.
Me pasó como a Freud, sólo que él derivó en la psiquiatría y yo mejor atendí la otra voz que había en la familia que era la voz de lo público, no estrictamente del Derecho porque mi padre no ejercía la profesión durante mis años de adolescencia y pre adolescencia, sino que estaba en la política. Mi madre, como te conté, es una gran lectora, los temas de filosofía y literatura la apasionaron siempre, de manera que la cercanía con las materias humanísticas y sociales quizá influyó para que yo tomara esa decisión.
En 1970 hubo un incidente en la facultad de medicina de la Universidad del Rosario, con la encíclica Humanae Vitae y una obra de teatro crítica que dio en la expulsión de dos estudiantes y en la renuncia del decano Fergusson. Yo estaba en bachillerato y apoyaba la huelga de los estudiantes de la facultad, sin tener muy claro realmente el porqué; tenía una idea de los temas de los derechos y del Derecho y quizás eso fue lo que me llevó a estudiarlo.
- ¿Por qué la Universidad del Rosario?
Una dulce presión de mi padre, en realidad. Yo pasé en la Universidad Nacional y en ese entonces eso era un logro mayúsculo, un asunto muy meritorio que producía enorme alegría y satisfacción personal; eso aumentaba la auto estima. Cuando apareció en la prensa la lista de tarjetas de identidad de los admitidos, como era en la época, yo vi mi número y esa noche hubo jolgorio ya que varios éramos bachilleres del Colegio Mayor del Rosario. Entonces mi padre me dijo:
— Piénselo, yo hablé con el doctor Rocha, el rector de la Universidad que está en plena transformación, viene una facultad de idiomas… etc.
Yo no solamente quería estudiar en La Nacional sino en la sede de Medellín, tenía el sueño de emancipación, pero finalmente me allané a las razones que me daba mi padre y creo que fue una decisión buena, correcta. Hoy no me arrepiento; estoy muy contento de haber hecho esa elección.
- ¿Cuál es ese sello que imprime en usted la Universidad?
La Universidad tiene la pretensión, desde Fray Cristóbal de Torres, de imprimir un sello que es muy conocido en las constituciones: congregación de personas mayores escogidas para sacar en ellas varones insignes ilustradores de la República con sus grandes letras y con los puestos que merecerán con ellas, etc. Pero la verdad es que las universidades son seres vivos y como lo dice el propio escudo de la Universidad, son Nova et Vetera. Hay un Vetera allí que tiende a ser de principios, de valores, de un republicanismo deseable, pero hay un Nova también que va haciendo de la Universidad cosa distinta a medida que pasan los tiempos. La Universidad por la que yo pasé entre 1971 y 1975 es a la que puedo referirme.
La Universidad de esa época vivió huelgas estudiantiles -la reforma de los Estatutos se hizo en medio de debates tremendamente interesantes-, y votaciones que cambiaron instituciones como la Colegiatura, y la cambiaron para bien.
Ese es el sello que me deja la Universidad, el Vetera está ahí siempre, a veces se puede diluir un poquito porque no es fácil mantener ese espíritu muy austero y republicano en la modernidad y en la post modernidad. Uno no puede comparar un estudiante de hace 365 años con uno de hoy. En todo caso la Universidad que a mí me tocó, me dejó ese sello.
- ¿Y cuál es el sello que usted imprime en lo que hace?
Yo tengo una formación y una vocación que pone en primer lugar la libertad y la democracia. Siento que no podría vivir sin libertad. Tengo un segundo sello, esto no es nada original, que es el de la igualdad en el tema social. En ese sentido podría decirse que, grosso modo, siempre fui, con algunas variantes, un social demócrata o un demócrata social, aquí el orden los factores no es tan importante. Esa es la base de la que yo parto, en el abordaje de los temas públicos.
Sellos específicos tienen que ver con el enfoque de sistemas. Yo trato de ser sistémico cuando abordo cualquier problema, me gusta ver las múltiples relaciones, las totalidades y no privilegiar solamente una parte; me gusta ver cómo funcionan los sistemas como una especie de pasión lateral a los temas que normalmente ocupan mi vida, que son hoy, el Derecho, la justicia, la ética, la educación, el control y los temas de economía y administración. Ese es mi mundo. En todos esos temas intento que prevalezcan los enfoques sistémicos, podría hablar de la teoría general de sistemas aunque mi pasión específica es el estudio de la cibernética y especialmente la de las organizaciones; es algo que hago en paralelo. Luego trato de hacer trenzados con eso.
- Cuando menciona igualdad, ¿hace referencia a la equidad?
Me refiero en primer lugar a la igualdad en el sentido budista, en que todos los seres humanos somos iguales; no me refiero a la igualdad económica o social, la cual es derivada obligada de la primera y una necesidad imperiosa impuesta por las distintas formas de organización económica conocidas por la humanidad. El Dalai Lama dice que los seres humanos no somos sino bolsas de carne y huesos que luchamos por ser felices. Esa igualdad básica, es la que fundamenta mi formación democrática y naturalmente en ella se basa lo que hoy se conoce como el enfoque de capacidades, necesaria para usar las libertades.
- Cuénteme sus vivencias como estudiante universitario.
Me eligieron al consejo estudiantil, después al consejo superior, y dirigí huelgas y el proyecto de reforma a las Constituciones de la Universidad; afortunadamente perdió la propuesta nuestra que era extrema y populista. Había tres propuestas, la de la izquierda en la que yo estaba, la del centro y la de la derecha que era la conservadora y tradicional. A mí me pasaba en ese momento lo que dicen los maestros budistas: uno debe entender que los seres humanos están convencidos de su verdad en un momento determinado.
Y yo, clara y decididamente, lo estaba por la influencia de los movimientos argentinos de la Universidad de Córdoba, de que podían los estudiantes cogobernar las universidades de una manera más o menos rústica y esa propuesta perdió, y perdió también la del grupo de derecha.
Tuvimos un compañero que planteaba que volviéramos a depender de España, le escribía cartas al Rey y demás. En fin, la propuesta de centro resultó ser Virtus in Medio, aristotélicamente sabia, y ganó: lo que hizo fue quitarle algunos elementos anacrónicos a unas constituciones que nosotros criticábamos con acerbía, como si hubiéramos descubierto cosas importantísimas. Ahora pienso que eran apenas obvias y adecuadas a los tiempos del fundador Fray Cristóbal de Torres.
En esa universidad hice otra pilatuna: fundé el sindicato de trabajadores, fui su primer Presidente y negocié la primera convención colectiva de trabajo.
- ¡Me cuesta creerlo! Cuénteme en detalle.
¡Así fue! Sencillamente un día un profesor de ciencia política, un hombre muy importante en esa materia, Alirio Gómez Lobo, escogió unos monitores y yo fui uno de ellos, en sus primeros cursos. Algún día estaba por el patio y salió una señorita de la rectoría, en esa época era todo muy simple, y me dijo:
— Germán, aquí está su cheque.
Y me entregó un cheque que creo que era de seiscientos pesos. Y yo:
— ¿Cheque de qué?
Yo cogí la hojita que era escrita a máquina con papel carbón y decía en alguna parte: aportes a la seguridad social -a propósito, nunca aparecieron en el desorden de Colpensiones-. Entonces me dije:
— Ah! entonces yo soy trabajador de la Universidad.
Y no se necesitaba ser genio para saber que si era trabajador tenía derecho a fundar un sindicato y así lo hice. Busqué a los otros trabajadores y ahí lo organizamos. Había que notificarle al doctor Carlos Holguín, porque en esa época no se fundaban sindicatos sin el permiso del Estado que daba la licencia mediante un acto administrativo, lo reconocía y le daba personería jurídica. Había un fuero de protección sindical y era que desde su fundación se daban dos meses para adelantar los trámites ante el ministerio -lo que hoy no existe-. En esa época era importantísimo notificarle al patrono, pero decirle al doctor Carlos Holguín que le habíamos hecho sindicato me hizo sentir amilanado y dije a mis compañeros:
— Yo he hecho todo lo que había que hacer hasta ahora, pero en esto me tienen que ayudar.
— Usted es el presidente, el que se inventó toda esta cosa. ¡Hágalo!
Pero un compañero, Mauricio Holguín, sobrino del rector me dice:
— Yo lo acompaño a darle la notificación a mi tío.
Fuimos los dos. Cuatro de la tarde: tocamos la puerta del rector -en ese entonces no había que hacer antesalas-, abrió, nos saludó:
— Jóvenes a la orden.
Este era un momento de verdad, para saber hasta dónde llegaba nuestro valor. Mi amigo Mauricio cogió la hoja de la notificación firmada por mí y le dijo:
— Tío, le hicimos sindicato.
Eso fue todo, solo necesitó cuatro palabras mientras yo seguía buscando valor. El rector dijo:
— ¡Magnífico, excelente!
Nosotros veíamos que él decía magnífico pero no sabíamos qué estaba pensando; seguramente era menos “magnífico y excelente” de lo que nos estaba diciendo, pero así lo notificamos.
Alguien preguntó si habíamos tomado precauciones para proteger el sindicato, porque decían que yo era muy liberal en los métodos y que lo iban a destruir. Entonces planteamos:
— Si esta universidad enseña Derecho, tiene que respetarlo. Hay un derecho a asociarse sindicalmente. ¡No vayan a negar lo que enseñan!
Yo hoy no sé cómo juzgar eso, pero creo que ayudé a que hubiera una política de relaciones industriales cualitativamente más alta en la Universidad. Ese fue un sindicato que no acabó con la Universidad.
- ¿Cuál fue su motivación para hacer un sindicato?
Ahí me tengo que devolver porque durante los años de la Universidad yo fui militante revolucionario, entonces era una tarea normal hacer sindicatos. Ni siquiera era el movimiento estudiantil lo principal, yo participaba de las luchas populares, sindicales, campesinas, en distintos lugares del país, de manera que ésta era una tarea más que se me presentaba ahí, a boca de jarro. Era un desiderátum normal por lo que era mi vida en ese momento.
- ¿Cuál era ese motor que lo hacía ser un activista?
Cuando entré a la Universidad participé de los consejos estudiantiles como te contaba, pero estando allí un día pasó por el corredor vendiendo periódicos un hombre con expresión muy dulce, de luenga barba y ya con algunas canas; yo le compré uno y entablé conversación con él, que vive aún exiliado en Estocolmo, es mayor que yo probablemente unos diez o quince años y tiene ahora problemas con el Alzheimer. A mí me gustó lo que leí, fue mi primer contacto con el mundo externo de movimientos revolucionarios y finalmente desarrollé con esta persona una amistad que perdura hasta hoy, y con él fundamos un movimiento revolucionario.
Lo que más me interesó al principio fue cuando cayó en mis manos un libro que es muy famoso en la literatura marxista: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Ese libro, escrito por Marx y Engels, trae una parte sobre el tema de la mujer y fue lo que más me impactó, la denuncia de la opresión sobre la mujer. Eso me marcó para toda la vida. Digamos que yo venía de la realidad semi-feudal de un pueblo con fuerte acento rural, y todas las dolamas de ese entorno se veían reivindicadas por este par de autores. Ese fue el gancho.
El movimiento al que ingresé era Marxista-Leninista, no socialista en abstracto, y en particular seguidor del padre Camilo Torres en Colombia a quien no conocí. Pero mi mentor político difundió sus ideas. Hice ese paso por la militancia revolucionaria muy comprometida, y en ese tiempo tuve muchos problemas con los “concretos”, porque casi siempre lo “concreto” no lo era tanto sino que era reduccionista. Hay una frase de Marx que me fascina, que es muy sistémica y que los socialistas parecían desestimar:
— Lo concreto es concreto en cuanto es la síntesis de múltiples determinaciones.
De esa época, de la que habría muchísimo de que hablar, podría decir dos cosas: una, que a la edad de veintitrés años yo estaba en China con una delegación de ese movimiento; éramos cinco invitados por el Partido Comunista de China para conversar sobre nuestra opinión sobre la revolución colombiana. Íbamos porque teníamos un punto de vista distinto al de los Maoístas colombianos que tenían relación con China. Nosotros éramos enemigos de la guerra y eso marcaba una diferencia radical con otros sectores. Fuimos a sustentar las tesis de por qué no era correcta la lucha armada en Colombia, por qué estábamos en contra de la guerrilla y por qué teníamos unos puntos de vista diferenciados, y digamos especiales. No era un movimiento muy grande pero sí muy activo.
La tarea del sindicato de la Universidad era una más, que combinaba con el estudio. A mí me iba bien académicamente y de hecho hay quien dice que me iban a nombrar colegial, ese es un cuento del que no estoy seguro. Un colegial me invitó un día a tomarme unos whiskies para sacarme si yo aceptaría la Colegiatura, pero él se emborrachó primero que yo. Le pregunté:
— ¿Cuál es el tema?
— Es que te quieren elegir colegial pero dicen que tú vas a romper los papeles de la elección y vas a hacer agitación con lo que vas a decir.
— Yo no voy a romper nada pero no me parece correcto que me nombren porque sería un poco extraño haber luchado en esas huelgas que hice por la reforma de las constituciones, y luego ser nombrado Colegial. Me sentiría un poco incómodo.
No sé si es verdad o no, pero en el corazón tengo que quizá, si eso fue verdad, pude haber sido Colegial. Ahora mi esposa me dice:
— ¡Debiste haber sido Colegial!
Fui el abogado, con licencia provisional, del lanzamiento de la película de Sergio Cabrera, La estrategia del caracol. La Casona de la Concordia que dio origen a éste filme, está a tres cuadras de la Universidad. Y es que no podía ser todo: dirigente estudiantil, fundador del sindicato, abogado popular y Colegial. Así fue la vida y aquí estoy donde estoy, con un gran cariño por la Universidad. Creo que la gente del Rosario mira con consideración mínima que lo que hice no fue por maldad sino que eran circunstancias del momento.
Sobre el lanzamiento de La casona escribí un cuento en cien palabras en el que habla Fernandito Osorio, el niño mártir, en primera persona: “Enterrado a hurtadillas para evitar sepelio público con disturbios obreros y populares porque yo había muerto en la Casona de La Concordia; mamá corría tras el ataúd cuando “El Bogotano” con teleobjetivo fotografió los policías, todos corriendo, “rápido, entiérrenlo, hay que salir de esto”, orden del Alcalde; y desde el cielo contemplé conmovido a los compañeros soñar con una necropsia dramática del médico Fergusson, pero dijo verdad: mis pulmones infantiles enfermos de frío y hambre de trabajo callejero no resistieron los empujones policiales del lanzamiento, “crimen patológico-social”; consignas y grafitis gritaban indignados, adoloridos, “Fernandito Osorio, mártir popular, presente! Presente!””
- ¿Y qué sigue en su vida?
Ya graduado en los primeros años fui funcionario público, me imagino que bastante regular porque en el fondo era una doble vida, un estado intelectual ideológicamente contradictorio, y en mis horas libres combatía, pegué afiches y tuve cárcel…
- ¿De qué me está hablando?
De que me metieron a la cárcel por estar pegando unos afiches revolucionarios. Hoy al agente de policía uno le puede decir que si le tiene el tarrito de engrudo o almidón mientras los va pegando, pero en esa época era distinto. Fuimos a dar a la cárcel unos pocos días.
- ¡Días!
Como no estábamos en la lucha armada, obviamente no éramos vistos como un peligro especial, supongo yo. No sé qué dirán los archivos -que he pedido a ex generales amigos porque quisiera conocerlos-; quiero los archivos de esa época, pero el General Naranjo me dijo: entiendo que se quemó una parte y que se botó otra porque se consideró que no valía la pena conservarlos; pero me gustaría saber qué decían de mí, seguramente:
— Joven díscolo que pega afiches, hace arengas y publica el periódico “Jornada Camilista”.
- ¿Qué sintieron sus papás?
Primero, a nosotros nos cogieron en un Renault 4 de mi mamá.
- ¡De su mamá!
Íbamos seis y estábamos pegando afiches en una noche lluviosa y cuando nos llevan a la Estación de Policía de la calle 6 con carrera 15, la más grande de Bogotá, a mí me dicen que lleve el carro y lo deje en el parqueadero que queda como a dos cuadras. Fui solo y me dicen:
— A la orden.
— Vengo a dejar el carro porque estoy preso.
— ¡Déjelo ahí! -Dijeron con cara de absoluta extrañeza-.
Dejé el carro y mientras caminaba hacia la Estación compré cigarrillos que fueron claves.
- ¿Fumaba?
Sí. Además, ir a la cárcel sin cigarrillos era impensable. Lo poquito que tenía de dinero lo gasté en cigarrillos. Llego a la Estación, la cárcel en la que ya estaban mis cinco compañeros, y me dicen:
— A la orden.
— Es que estoy preso.
— ¿Cómo así que está preso?
— Sí. A mí me dijeron que llevara el carro al parqueadero y…
Entre otras cosas esa anécdota la usó un Consejero de Estado cuando le preguntaron cómo era yo y él contó eso:
— Ese señor que se pudo haber ido, se presentó a decir que iba a dejar el carro en el parqueadero de la policía, y luego fue a la cárcel a decir que estaba preso ahí.
Entiendo que saber de esa conducta, a varias personas de esa época en que me eligieron los impactó mucho. Entré a la cárcel mis paquetes de cigarrillos que nos sirvieron bastante porque negociamos con ellos y ganamos un cierto espacio. Pude poner una nota para mi padre en la que le dije en lenguaje jurídico ingenuo:
— No estoy detenido sino retenido.
Era como una protesta. Él se rio mucho de la nota.
De ahí nos llevaron al DAS que quedaba en la calle 12 con carrera 3. Ahí nos sentimos presos políticos de verdad porque eran unas celdas y no un patio abigarrado. Nos llevaban almuerzo los compañeros de la Universidad, una novia que yo tenía y mi papá, cada uno de ellos llevaba seis, entonces teníamos otra forma de ganar amigos dentro porque los compartíamos.
La anécdota es que mi novia en ese momento llamó a mi casa paterna porque no sabía dónde estaba yo. Cuando ella demanda:
— Por favor ¿está Germán Bula?
Mi papá –quien también se llama Germán y era Senador de la República- le dice:
— ¿Cuál? ¿El senador o el libertador? (risas)
Así que creo que él disfrutó mucho con esa encarcelada porque a él lo quería mucho la gente, lo respetaban y por lo mismo pienso que lo llamaron a decirle que tenían a su hijo preso y no sé por qué tengo la sensación de que los cinco días fueron gracias a él. Seguramente le ofrecieron ayuda, como se estilaba en esa época, y él debió decir en tono muy republicano:
— No, déjenlo que esté ahí y sáquenlo cuando tenga que salir.
Pero eso sí: mandaba los almuerzos. Eso era importante.
Mi madre hasta donde tengo el recuerdo, disfrutaba y sufría, porque ella es muy demócrata igual que mi papá. Lo que tengo de demócrata es heredado, aprendido en casa. Yo creo que es justamente eso lo que hace del enfoque de género algo tan importante, las mujeres tienen una actitud integral en esos casos –sentipensante!- bastante más elevada en todos los sentidos que la de los hombres.
Papá era un senador, un señor político pero con hijo revolucionario.
Alguna vez nos prohibieron ir a una manifestación del primero de mayo con mi hermana que es un poco menor y que militaba conmigo. Nos volamos por la ventana de la casa desde un segundo piso porque no podíamos dejar de ir.
En alguna ocasión, estando en el colegio Calasanz, muy joven, trataron de reclutar personas para el seminario y a mis padres no les gustó la idea. Era tan hermosa a esa edad la idea de las posibilidades espirituales que a muchos nos tocó el alma, pero yo creo que de cincuenta alumnos salió acaso un sacerdote, poco a poco se fue desvaneciendo el entusiasmo porque mis padres no estaban tan interesados en ese tema a pesar de ser mi mamá practicante y mi papá más bien corriente en esas materias. Pero en relación con estos temas de la revolución, estaban siempre atentos. Era importante saber y lo decíamos con un gran orgullo, cómo éramos enemigos de la guerra y de la táctica de la lucha armada.
Consignamos nuestras tesis en un artículo “Agitación, propaganda y movilización, las tareas de los revolucionarios en el momento actual”. Teníamos todo un discurso elaborado que hacía que entre otras cosas en los sectores afectos a la lucha armada no fuésemos muy queridos, porque éramos como una astilla del mismo palo, es decir, era una crítica desde dentro de la propia izquierda.
- ¿Qué ocurre una vez regresa de China?
Pues yo vine con algunos cuestionamientos porque nosotros leíamos sobre ese país escritos que eran idealizadores de su revolución. Estar allá le muestra a uno cosas un poco diferentes, no totalmente, pero le dan el cabito del hilo de la madeja para ir elaborando algunas otras cosas; entonces al volver tuve una especie de crisis ideológica que planteé en una carta para retirarme del movimiento, que debió perderse, que era sencillamente que para mí lo principal era la democracia y lo social, las mismas inquietudes con las que había arrancado.
En esa época se dio algo duro: después de haber pensado probablemente durante una década con las herramientas del materialismo histórico y científico -que decía para sí mismo ese discurso ser EL discurso de la ciencia, todo lo analizábamos a través de eso-, de repente quedo en una especie de vacío y eso no era fácil.
- Se quedó sin piso.
Exactamente, pero la suerte trajo una Diosidencia que hizo que me topara por azar con un programa de televisión. Un programa de la BBC de Londres, que se llama quizá El caso Dreyfus, narra un episodio muy famoso de la historia de Francia cuando se condena a un militar judío por cuenta del antisemitismo, y luego se revoca cuando se demuestra que todo el proceso es un montaje anti semita contra Dreyfus. Quien lo destapa es Emile Zolá que ni es judío ni es antisemita, es un gran periodista que está un poco al retiro. Hay una escena ahí que es maravillosa de una joven promesa del periodismo francés al que Zolá le concede una entrevista y el periodista le dice:
— Entonces señor Zolá, usted se ha vuelto a molestar –ya cuando estaba medio retirado- en este caso Dreyfus porque condenaron a un inocente.
Y Zolá se le queda mirando con un cierto desconsuelo y le dice:
— No. Usted no ha entendido nada.
El joven periodista desconsolado le pregunta:
— ¿Cómo que no he entendido nada?
— No. Inocentes se condenan todos los días, se han condenado siempre en la historia y se condenarán porque la justicia es falible.
— Entonces señor Zolá ¿cuál es la razón?
— La razón es que detesto el uso del poder del Estado para explotar las bajas pasiones de la gente y eso fue lo que hizo el Estado, soliviantar a la gente contra Dreyfus aprovechándose de la ignorancia, de las emocionalidades primarias, etc.; detesto el fanatismo desatado desde el Estado.
Esa noche yo encontré una nueva línea y es el anti fanatismo. Desde ese entonces digo que solo soy fanático de una sola cosa que es el anti fanatismo, para generar una paradoja. Encontré que otras personas, creo que el doctor Vargas Rubiano, ex ministro de educación de una familia muy prestante de Boyacá a quien le hicieron reciente homenaje en el Externado, él dijo lo mismo hace años, y me parece genial. Todavía estoy en eso.
Lo que más me preocupa es el fanatismo de cualquier tipo y por supuesto que me veo a mí mismo como un fanático durante los años de militancia, de los que no me arrepiento; no es un asunto de arrepentirse, porque si eso no hubiera pasado, yo no estaría aquí sentado hablando con Isabel López para dar esta entrevista.
- ¡Muy cierto!
Me retiré de la izquierda ortodoxa, entré al Partido Liberal aprovechando una puerta que abrió López Michelsen que decía que el P.L. iba a afiliarse a la internacional socialista que era social demócrata y ahí tenía varias personas que admiraba como el sueco Olof Palme, el austríaco Bruno Kreisky que me parecía muy sólido, y Schmidt en Alemania. Volví al Partido Liberal pues, por supuesto con gran contento de mi padre, y pronuncié un primer discurso en San Bernardo del Viento, allá junto al mar: malísimo el discurso, afortunadamente no había grabadoras.
- ¿Por qué lo dice?
Porque no sabía qué decir, precisamente. Yo venía acostumbrado a decir cosas muy sólidas contra el imperialismo norteamericano, sobre la lucha por la tierra etcétera, y aquí simplemente balbuceaba porque no tenía claras las ideas.
- Hubiera consultado con la señora Castiblanco del colegio liberal para asesoría en su discurso.
Ana de Castiblanco, tiene razón. (risas) Pero yo fui a esa reunión convencido de que hacer un discurso era una cosa muy fácil. La gente dice que yo tengo facilidad, pero yo le cuento a los míos, como mi esposa que sufre de pánico escénico, que la primera vez que hablé en la Universidad del Rosario casi se me cae la hoja en el Aula Máxima porque me temblaban las manos. No es verdad que sea fácil, uno tiene que practicar y además siempre puede uno ponerse nervioso. Digamos, Cristiano Ronaldo bota un penalti y Messi también, es igual con los oradores y eso me sucedió también en la Universidad de Bologna en Italia, donde un día fui invitado a dictar una conferencia porque andaba por las calles de esa ciudad en medio de una huelga ferroviaria, y no tenía dinero; me recogieron unos panameños y me llevaron a la Universidad.
El auditorio era modesto -unas veinte personas- y estaba “Martha la Boliviana” de la que me habían advertido mis hermanas, que la habían conocido en Bruselas. Pues dijo que yo era un agente de la CIA -yo tenía veintiún años-, y lo fundamentaba en que era imposible que apareciera un tipo en Bologna para hablar de la izquierda colombiana. Eso hizo que me afectara en los primeros cinco minutos de mi intervención, la boca se me secó, no pensaba sino en eso, hasta que logré, como dicen en Venezuela, coger mínimo, tomar aire, y pude dictar la bendita conferencia, que la dominaba porque era la que dictaba en Colombia.
Yo era el experto en mi organización sobre la historia del movimiento revolucionario en Colombia, esa era una de las tareas que me habían puesto y yo estaba por Italia buscando contactos con organizaciones afines.
Pero la primera vez que hablé en el Aula Máxima del Rosario me pasó exactamente lo mismo y no logré coger el mínimo porque el tiempo era cortico, ahí solo temblé y me tembló la voz.
- ¿Y la habilidad para improvisar?
¡Fracasó! (risas)
Ahí entré en el movimiento de mi padre que pasaba por un momento en que la política colombiana estaba cambiando de una política tradicional y ajena a la corrupción actual, que tenía el clientelismo “normal” de las comunidades que le piden al político puentes y escuelas, a otra cosa distinta que derivó en lo que tenemos hoy que es la compra-venta del voto. Ya había empezado por esa época el asunto y las personas que acompañaban a mi padre, que tenían otra concepción de la política, que después se apartaron de él, lo traicionaron y lograron mucho éxito, terminaron muy mal. Yo traté de entrar ahí, pero por supuesto para mí no hubo ningún espacio porque me consideraban un peligro; entonces armé un movimiento propio. A mi papá lo derrotaron en el año 86 otros políticos con plata del narcotráfico.
Nosotros en esa época como familia odiábamos a quienes lo habían derrotado, pero como te dije antes hoy les damos las gracias de que lo hayan sacado de la política porque lo que vino después fue terrible y creo que fue mejor así.
Yo fui invitado a ser superintendente del subsidio familiar por Guillermo Alberto González Mosquera, ministro de trabajo que quería mucho a mi padre y que había sido testigo de todas mis aventuras revolucionarias… Y luego fui viceministro porque el presidente Betancur nombró a Jorge Carillo como ministro del Trabajo, un dirigente obrero que me conocía por el mundo del subsidio familiar, pues él era de la Junta Directiva de CAFAM y habíamos librado unas luchas allá también.
Ahí me ocurrió, que dirigentes sindicales “mamertos” en las Cajas de Compensación dijeron que yo era un enviado del FMI y del Banco Mundial, cuando yo no había tenido siquiera el honor de saludar a un funcionario de esos entes, de saber cómo eran ni cómo se vestían, pero el imaginario que se forma en la izquierda es a veces una suerte de moda Kitsch aplicada a la política. Como yo ya estaba en el partido Liberal me ofreció ser viceministro de trabajo, pues buscaba una especie de equilibrio entre el establecimiento y los sindicatos. Carillo me dijo:
— Necesito un viceministro en el que los trabajadores puedan confiar pero también los empresarios y creo que usted es la persona.
Aprendí mucho de él. Llegar a ser Presidente de la CUT, como él lo fue, no es para cualquiera. Luego vino Name Terán, de origen político, después trabajé con otro ministro, de origen jurídico, ex Consejero de Estado, Diego Younes Moreno. De cada uno aprendí. Una parte con el gobierno de Belisario y otra con el gobierno de Barco que ratificó tres funcionarios del gobierno anterior, lo cual no era muy usual: al Gobernador del Atlántico que era Fuad Char, al Director del Bienestar Familiar que era Jaime Benítez Tobón, y a mí.
- Cuénteme: ¿qué destaca de su labor al frente del cargo?
Lo más importante es que el Ministro me puso la tarea de atender las negociaciones sindicales y las huelgas, porque él ya había hecho mucho de eso como dirigente sindical y porque podía tener conflictos de interés. De esa tarea recuerdo varias negociaciones, tremendamente interesantes en esa época, y puedo destacar algunas:
Muy importante fue la de Colpuertos, -su sindicato lo conformaban trabajadores de Buenaventura, Tumaco, Cartagena, Barranquilla, Santa Marta y Bogotá-. La verdad es que en esa época era muy poderoso y nombraban casi siempre un almirante como director, aunque no había una razón clara para nombrarlos, porque no eran gerentes, simplemente sabían del mar pero eso no era suficiente y en esa ocasión sucedió una cosa exótica: yo solo intervenía en las negociaciones en la etapa final, cuando había que evitar la huelga y ya se contaba con varios meses de negociación; voy a esa negociación y hay uno de los puntos que cuando el dirigente sindical lo lee, el almirante lo acepta.
Yo vi que la cara de los sindicalistas era de extrañeza, pero igual levantamos la negociación a las seis y media de la tarde y un poco antes de las siete me llaman los del sindicato a decirme que el almirante nunca debió aceptar ese punto, que cómo se le había podido ocurrir, que ellos lo habían planteado para que él dijera que no, pero como era poco ducho en esas materias lo aceptó y eso era gravísimo, que teníamos que echar ese punto para atrás. Ahí estaba pintado el Estado Colombiano. Al día siguiente, nos reunimos nuevamente a continuar la negociación, eran cerca de las nueve de la mañana, y yo tuve que pedir la palabra y decir:
— A mí me parece que ayer hubo un mal entendido en relación con este punto y lo hay porque no estuvo claro qué fue lo que pidió el sindicato, tampoco lo que concedió la empresa. Yo quisiera que revisitáramos el punto.
El almirante no entendía de qué estaba hablando yo y me miraba…ahora era él quien mostraba extrañeza, en cambio los sindicalistas inmediatamente dijeron:
— En realidad nosotros queremos retirar el punto.
Ese es un caso magnífico. Si se entera la opinión pública hubiera sido el acabose para todos, decían los del sindicato.
Otra negociación importantísima para mí fue la de Ecopetrol. En este caso hay un personaje al que aprecio mucho, Alberto Merlano Alcocer -que tiene mucho prestigio en el área de administración de empresas, fue gerente del acueducto de Bogotá recientemente (año 2018) y no nos conocíamos a pesar de ser él de Sincelejo y de tener muchos amigos en común-. Me llamó un día a decirme:
— Soy el vicepresidente administrativo de Ecopetrol y estoy tratando de que haya la primera negociación colectiva en treinta años sin huelga.
Él lo hacía con una gran dedicación, apelaba a Gandhi, a la no violencia, a dialogar con la gente, tenía todo un discurso que a mí me convenció y se lo aplaudí. Sostenía que las negociaciones en Ecopetrol tenían una estructura y una dinámica que hacía que llegaran a huelga, y es que quienes empezaban negociando no querían quedar como débiles y entonces se paraban en la raya y eso hacía que la negociación escalara un nivel; en el siguiente nivel no querían quedar más débiles que en el anterior entonces se escalaba hasta llegar a la Presidencia de Ecopetrol y, tratándose de la Unión Sindical Obrera, el sindicato más poderoso del país y de Ecopetrol, la empresa más importante del Estado, eso terminaba por llegar a la Presidencia de la República; entonces todos los conflictos cada dos años durante treinta, habían sufrido esa dinámica.
Él decía que uno tiene que negociar cuando le llega el caso, y no hacer lo que se llama la delegación inversa que es echar para arriba el problema; Merlano no quería que eso pasara de su vice presidencia y sabía que debían ser capaces de resolver el problema, pero había un asuntillo por resolver, y me dijo:
— Es que este tema de Ecopetrol les encanta a los ministros y a los periodistas, así mojan prensa: “Del caso de Ecopetrol, señor ministro ¿usted qué opina?” Y yo tampoco quiero que este tema llegue al nivel del ministro.
Hicimos un acuerdo y comencé a ayudarlo en la negociación pero controlando que el asunto no escalara porque uno sale en los medios cuando hay problemas, no en ausencia de éstos. Esa era una vieja tesis en la que yo coincidía, y que se alimentó entonces con esa experiencia. La he usado en talleres en los que pregunto: ¿quién sabe el nombre del Presidente de Suiza?
— ¿Tú lo sabes Isabel? ¿O el nombre del anterior? ¡Dame el nombre de cualquiera de ellos a través de la historia de Suiza!
- ¡Es que no han sido noticia, pero le doy los nombres de los que han sido presidentes en Venezuela si quiere!
¡Exacto! Al final le digo a la gente que no se preocupe, que yo tampoco tengo ni idea y es precisamente por eso.
En todo caso comenté el asunto al ministro Name y él apoyó también la táctica. La noticia es que se logró el acuerdo y se hizo la primera convención colectiva firmada sin huelga, lo cual es tremendamente importante.
Como te decía, de Alberto Merlano Alcocer he sido amigo y uno de los puntos de encuentro tiene que ver con los temas de espiritualidad; de hecho, él juega un papel muy importante en mi vida, porque en medio de esas negociaciones un día me regaló un escrito, era el resumen de un libro. Después me dijo que él tenía un grupo de abonados a los que le mandaba resúmenes de libros que él hacía, que si yo quería podía sumar ahí. Yo acepté su invitación. Eran resúmenes bien hechos.
Un buen día me envió uno del libro “¿Cómo alcanzar el bienestar físico y espiritual mediante el poder de la mente?” Ese libro fue escrito por Anna Borisenko que a la sazón era la directora para la clínica de la mente y el cuerpo de Harvard. Yo lo leí y por mi formación pretendidamente científica del materialismo histórico y científico, me llamaba la atención por el hecho de que era una PHD y que Harvard la tenía en ese cargo. Lo llamé y comenté el resumen, él se entusiasmó porque yo me hubiera complacido con esa lectura y decidió enviarme el libro que después yo regalé diecisiete veces y todavía ando pendiente de si lo vuelvo a encontrar. Luego me regaló el libro -era el suyo personal porque en la parte final había unas tablas donde uno ponía su propio caso; él había empezado a llenarlo y afortunadamente no había avanzado mucho y yo pude usar la tabla final-.
El hecho es que el libro fue el punto de quiebre en relación con mi actitud frente a las ciencias, porque de su lectura encontré que mi formación era excesivamente cuadriculada y cartesiana por la influencia del Marxismo y que había mucha más ciencia por fuera de ese marco. Ahí aparecieron ante mí por primera vez las posibilidades del asombro y el misterio, y de lo que después fueron otras lecturas de física cuántica que tienen la misma virtud. La física es la reina de las ciencias pero ella misma tiene esa variante que es la física cuántica que entra en un mundo menos lineal y cuadriculado, menos predictible que la física tradicional y eso me hacía mucha falta y me complementó muy bien.
Tomé la senda de abrirme a la espiritualidad justamente a partir de ahí. Esa negociación sin huelga, trabajando en bajo perfil y sin darle las connotaciones mediáticas que solía tener, me trajo este regalo. De hecho empecé a ver momentos de telepatía muy claros que antes no podía ver por ceguera “científica”.
- Cuénteme de otras negociaciones que recuerde por algo en particular.
Hmmm tal vez las dos negociaciones más importante de todas, merecerían casi un libro.
- ¿Cuáles?
La negociación de Coltejer fue interesantísima, y lo fue porque me mostró que Carlos Ardila Lulle se interesaba muchísimo por la empresa y por sus trabajadores. Él iba a la oficina del vice ministro que era tremendamente modesta, tanto que no cabía la mesita redonda para cuatro -yo me reía porque pensaban que el viceministro tenía mucha influencia y cuando llegaban a mi oficina mostraban una cara de decepción magnífica al darse cuenta de que la oficina tenía unos seis metros cuadrados-.
Pues ahí se sentaba Ardila Lulle con Carlos Upegui a esperar las negociaciones. Cuando llegó el tema a Bogotá desde Medellín, estaban listos para huelga. Fue muy interesante, insisto, porque cuando el ministro Carrillo me dice que yo tengo que resolver ese problema, fui a preguntarle a los sindicatos cuánto querían de aumento y a la empresa le pregunté lo mismo y cuando vi esa distancia tan grande, le dije al ministro:
— No ministro, usted me mandó a la guerra. ¿Yo cómo voy a resolver eso? Ellos están lejísimos.
Él sonrió. Era bastante sabio y me dijo:
— No están tan lejos. Tranquilo: cada uno es dueño de su propio miedo.
— ¿Y eso qué significa?
— Ardila no quiere una huelga y el sindicato tampoco porque si se llega a ese punto los trabajadores se quedan sin salario, se gastan la caja y claramente eso no les conviene. Negocie tranquilo.
Era la mismísima inteligencia del pueblo colombiano representada en éste personaje.
Me fui a negociar y hay un momento en que yo le digo al sindicato:
— Dígame la verdad, ¿cuál es el mínimo de aumento que aceptarían?
Así de memoria recuerdo que era algo como el 23.5%. Me dijeron:
— Confiamos en usted pues nosotros no vamos a decir eso en la mesa porque perderíamos la negociación.
Me fui donde Ardila que estaba en mi oficina y le pregunté:
— ¿Cuál es el máximo de aumento al que usted está dispuesto?
— 23.5%
¡¿CUÁNTO?! Pensé. Yo sentía que algo raro estaba pasando. Crucé rápidamente los metros que me separaban de la oficina del ministro, llegué a su despacho y le conté sobre la coincidencia:
— ¡Se lo dije! Y lo felicito porque ese es el producto de toda esa paciencia. Convóquelos a la mesa grande.
— Pero yo no debo plantearlo porque yo fui asesor de ese sindicato.
Ya en la mesa hablé sobre la paz laboral, sobre el país, sobre el empresario que era Ardila, también de sus magníficos trabajadores y de que al estudiar el caso con el ministro, habíamos llegado a una fórmula que nos parecía justa y que nos la íbamos a jugar a sabiendas de que podía ser rechazada. Todo eso era en cierto modo teatro, claro. Todos se miraban extrañados y preguntaron:
— ¿Cuál es la fórmula?
— 23.5%
El sindicato arrugó la cara, los de la empresa igual. De pronto tomó la palabra el doctor Ardila y dijo:
— Mire, casi imposible para la empresa llegar allá, pero en aras de la paz laboral aceptaríamos.
Y el presidente del sindicato dijo lo mismo:
— Para nosotros es un duro golpe a nuestras familias pero aceptamos.
Claro, ambas partes recubrieron su aceptación con un pequeño discurso. Eran las dos de la mañana y Ardila hace subir unas tablas de frutas, jamones y quesos que tenían sus conductores por si había acuerdo, y terminamos celebrando todos.
Esa me pareció una cosa muy linda porque en ocasiones es crucial ese tercero que tiene la confianza de ambas partes y logra que le depositen cada uno su carta para verla en privado; es el que puede ayudarlos a arreglar dado que en la mesa no pueden decir la verdad pues los negociadores perderían posición.
- ¿Cuál diría que fue la negociación más dramática?
Precisamente la otra de tremenda importancia. La experiencia más dramática de todas fue la de los bananeros de Urabá. Iba a haber una huelga que empezaba un sábado a las siete de la mañana y sería sangrienta porque el sindicato más grande, Sintrainagro, era dirigido por el Ejército Popular de Liberación muy fuertemente, y otro más pequeño estaba influido por las FARC y el partido comunista. El ELN tenía alguna influencia pero menor.
El paro iba a ser un paro armado, es decir, los activistas sindicales visitaban las fincas en motocicleta, uno adelante manejándola y el otro atrás con una ametralladora anunciando el paro. La zona era como el antiguo oeste y los bananeros no se quedaban atrás, se los veía personas muy rudas y dispuestas también a apelar a la violencia: eran tapa y caja.
Fui muchas veces a Urabá con Pablo Rubén Vernaza, que era el vice ministro de gobierno, a veces con el gobernador Alberto Vásquez Restrepo, y siempre bajo la orientación del ministro Diego Younes Moreno, e hicimos todo lo posible en sitio pero las negociaciones llegaron a Bogotá. El viernes no se resolvía el problema y el sábado comenzaría la huelga que sería con bala cruzada. La guerrilla decía:
— ¡Esta huelga va a ser dura!
Y los empresarios contestaban:
— Pues que empiece porque nosotros también estamos preparados.
La preocupación era mayúscula. Voy a hacer corto el cuento: llegaron a uno de los puntos de discusión de una cosa que se llama el desmache, porque en Urabá los salarios eran pre modernos. En Coltejer se negociaba como punto principal un porcentaje salarial y listo, en Urabá se negociaba por funciones, porque era un fenómeno entre agropecuario e industrial.
El llamado “desmache” se requiere porque la planta suelta unas semillas que crecen al lado de las matas y que si no se limpian afectan la producción porque crecen abundantes y no dejan ni caminar. Ya se había acordado todo pero esto no lo lograban; pedían 60 pesos los trabajadores y ofrecían 18 pesos los empresarios, por decir algo de memoria. Como no había acuerdo, a cierta hora de la mañana, hacia las cuatro, le digo al ministro:
— Déjeme jugar una carta dura, porque solo quedan tres horas antes de que empiece la huelga y ¿qué más podemos hacer?
— ¡Pues sí Germán, me dijo el Ministro Diego Younes –gran señor-, haga lo que quiera, mejor dicho lo que pueda!
Los reunimos pues, el Ministro me dio la palabra y les hice un discurso un poco arriesgado:
— Este problema que tenemos, es un problema de hombría.
Hablarles de hombría a gente que era afecta a la guerrilla, y a los otros, rudos finqueros, hizo que se pusieran muy tensos. Pero continué:
— Porque se necesita ser muy poco hombre para anegar una región en sangre por un problema entre 18 y 60 pesos de precio del desmache. Eso, francamente, al ministerio le parece que no tiene ninguna presentación, esto no es de gente que tenga realmente valor.
Se los puse en su propio lenguaje y era políticamente correcto para ese momento. Agregué:
— Yo les voy a hacer una propuesta al presidente del sindicato y al dirigente empresarial: que se metan en mi oficina y de ahí no salgan hasta que no hayan arreglado ese problema porque qué más vamos a seguir discutiendo.
- ¡Pero les dijo que entraran desarmados?
Jajá, sí, espíritus desarmados. Así lo hicieron. Esto fue a las cuatro y a eso de las cinco y media de la mañana no salían. Entonces el ministro, un gran jurista a quien aprecio, me dice preocupado con justa razón:
— Germán, la embarramos. Esos tipos no salen de ahí y ya se acerca la hora.
Yo me quedé pensando, primero acepté su comentario, y de repente dije:
— No. Puede estar pasando una cosa, que ninguno de los dos sea capaz de salir a decirle a su constituency lo que arregló, porque cómo los van a ver los otros por haber pactado.
Entonces dije a dos de los empresarios y a dos de los dirigentes sindicales:
— Ellos ya están de acuerdo y no se atreven a decir nada. ¡Entren y pídanles que se manifiesten de una vez!
Entraron y no demoraron diez minutos en salir. Ya estaban de acuerdo en 35 pesos, siempre de memoria, que ya no es tanta. En ese momento la felicidad fue al nivel de lágrimas. Inmediatamente se hicieron llamadas a Urabá para desmontar la huelga pues la gente ya estaba saliendo con sus ametralladoras a las 6 o 6:30 de la mañana.
Ese sábado llegué a mi casa pasadas las 7 de la mañana.
- ¡A celebrar!
A dormir. (risas)
Fue una época muy importante para mi vida la del viceministerio. Aprender de Carillo sobre las negociaciones sindicales, también de los otros dos que tenían cada uno sus talentos, un político impresionante en Name Terán que entendía el Estado y, un jurista realmente de los más importantes y que todavía está en escena, como Diego Younes Moreno.
Antes de cerrar este capítulo quisiera decirte una cosa. Ocupando este cargo tenía que interactuar con técnicos, y se sentía una especie de menosprecio de ellos hacia los abogados. Nosotros pertenecíamos al mundo de lo no técnico y yo decidí que me aburría mucho esa situación, sobre todo porque uno de ellos, un técnico uruguayo que trabajaba con la OIT me decía con aplastante sinceridad:
— Tanta carreta; nosotros somos pajudos. Ven yo te hago un documento técnico en par minutos. Lo que pasa es que nosotros tenemos una defensa de Club.
También me impactó el que apliqué para Harvard a su Escuela de Gobierno y no fui admitido porque no era técnico. Ese fue el puntillazo, la motivación para estudiar la maestría en economía, que empecé aprovechando la ratificación en el cargo por el gobierno Barco. Yo iba a la Universidad Nacional en el carro oficial, que era un Mercedes 280 S, absolutamente impactante, enorme, en muy mal estado, eso sí -me hacía llegar a veces a pie-, pero el carro a la vista era imponente. A mí me tocaba quedarme a tres cuadras de la Universidad para evitar que lo quemaran.
Además me pasó una cosa: cuando llegó el gobierno de Barco, nombró a Víctor Mosquera Chaux Embajador en Estados Unidos y él me invitó a irme como Ministro Consejero, pero yo quería luchar acompañando tesis como las de Galán…
Terminé estudios de maestría y ya me había matriculado durante cinco semestres para la tesis cuando la directora de la maestría -muy amiga de mi hermano Jorge- me dice:
— Germán, le recibimos la plata con mucho gusto, pues usted muy generosamente viene a traernos el cheque cada semestre, pero si no hace la tesis, queda en Especialización y no en Maestría.
Eso me lo dijeron junto con una amiga y nos tocó concentrarnos. Teníamos que entregar a las nueve de la mañana de un día y yo estaba acoplando todos los textos en la casa de mis hijos, en su computador. Estando ahí, a las cuatro de la mañana se perdió todo el trabajo: ¡de repente en la pantalla no había nada! Entonces yo levanté a mi hijo de trece años -que hoy es profesor de filosofía y escritor-. Se sentó casi dormido frente a la pantalla, me recuperó el archivo, lo guardó y se volvió a perder. Fue una cosa rara, total esa noche la pasé en blanco y logramos presentar nuestra tesis de grado.
Con esa misma motivación estudié luego otra maestría en Ciencia Política en el Instituto de Altos Estudios Europeos, que es privado, el título no es convalidado oficialmente, lo llaman ‘Título Propio’. Eran profesores de universidades Españolas y resultó muy interesante.
- ¡Magnífico retarse de esa manera! Ahora cuénteme ¿qué ocurre con usted después de ocupar el viceministerio de trabajo?
Me ofrecieron ser director ejecutivo de ACRIP, Asociación Colombiana de Relaciones Industriales y Personal, que opera en el área de relaciones laborales. Ahí estuve un tiempo, pero esa es una asociación que se sostiene con aportes de los afiliados, de manera que en realidad no tenía tanta capacidad para sostener un Presidente Ejecutivo. Dejé algunas cosas interesantes ahí como la presencia de esa Asociación en la OIT en Ginebra, eventos académicos, una revista, etc.
De allí me fui a acompañar a Luis Carlos Galán. En Noviembre de 1988 fui hasta su casa que quedaba muy cerca donde yo vivo actualmente. Fue muy interesante la conversación ese día, yo diría que magnífica.
Nos habíamos visto años atrás inaugurando unas obras de CAFAM. Yo ya no era superintendente del subsidio familiar, pero me invitaron porque yo tenía que ver con esa obra y mientras caminábamos Galán me dijo que por qué no me venía para Bogotá; él sabía que yo viajaba con frecuencia a Córdoba a hacer política y sus amigos allá eran jóvenes con ganas de cambiar el mundo, y tenían una colisión con el movimiento nuestro, pero nosotros no teníamos ningún personaje nacional y ellos sí que era Galán.
Me dijo que dejara a los amigos que se entendieran allá en la tierra. Pero yo entonces tenía una especie de romanticismo sobre la posibilidad de hacer cosas en Córdoba. Ahora, cuando fui a su casa, me cambió el disco y me dijo con una risa:
— Yo le dije a Usted hace unos años que se viniera para Bogotá, ahora le digo lo contrario, me ayudaría si se va para Córdoba.
Se refería a la política, claro. En realidad desde que mi madre decidió instalar hogar en Bogotá siempre viví aquí. Pero yo tenía espíritu militante y le había manifestado que yo iría a donde fuera necesario, donde él me dijera. Me explicó que su movimiento en Córdoba se había venido a tierra, no veía liderazgos claros pero sí muchas luchas intestinas. Acepté y volví a realizar tareas allá, nuevamente.
- ¿Qué más recuerda de esa conversación que pudiera mencionar aquí?
Bueno, Galán quería saber cómo veía yo la política colombiana del momento y eso permitió que le expusiera las tesis del Movimiento Liberal Socialdemócrata que habíamos organizado en Córdoba –logró elegir un Diputado a la Asamblea ese año de 1988-, y nos aprestábamos a organizar en Bogotá. Yo conocía su pensamiento, por supuesto, y celebramos las múltiples coincidencias. Pero escucharlo personalmente fue extraordinario, profunda experiencia.
Teníamos una diferencia: para él el problema principal era el narcotráfico, mientras para nosotros era la corrupción política. Galán tenía muchísima información sobre las mafias colombianas y nosotros lo que vivíamos era el día a día de la lucha contra los políticos corruptos. Así, sus palabras me hicieron reflexionar, y luego su asesinato me hizo recordar esa conversación. Hoy creo que él tenía la razón.
El narcotráfico es un problema que está ahí y hay que combatirlo sin tregua, con valor. Eso no significa que no crea yo en el ángulo que intenté expresarle, que consiste en que desde el punto de vista de la ciudadanía corriente, que no puede combatir ella misma el narcotráfico, la tarea a la mano y urgente es arrinconar la corrupción política. En fin, el tema no es fácil.
Cuando a él lo asesinan el 18 de agosto del año 89, yo estoy en una finca a cinco kilómetros de Montería en medio de una mosquitera, sin luz, con unos treinta profesionales que iban a adherir a su movimiento. Nos montamos en los carros, prendimos la radio y escuchamos la noticia.
Al día siguiente volé a Bogotá a una reunión que convocaron y en ella Iván Marulanda propuso que César Gaviria fuera el nuevo candidato. Todos lo apoyaron menos yo, y por lo mismo no fui bien recibido, pero continué diciendo que debíamos consultar a las bases. Tomaron la decisión por mayoría abrumadora y quedé en minoría absoluta. (Risas) Empecé a acompañar a César Gaviria, con algunas dificultades.
Antes de la muerte de Galán, los viejos dirigentes políticos de Córdoba que habían traicionado a mi papá, adhirieron a su causa, por lo que me voy al Hotel Intercontinental de Medellín en su búsqueda, gestioné para que compartiéramos el desayuno del día siguiente y conversáramos:
— Luis Carlos, imagínate, yo combatiendo a estos señores todos estos años y ahora tengo que llegar a trabajar con ellos. Quiero que me ayudes, yo no quiero dejar la causa, pero ¿cómo me acomodo, cómo llego ahora sin coherencia alguna?
Para mí, él era un hombre más sabio que lo que se había percatado su círculo íntimo. Creo que en Galán la sabiduría intelectual se quedó un poco oculta tras el mártir. Galán me dijo lo siguiente:
— Fortunato, político italiano de finales del siglo XIX, era un político puro, decente, al que en alguna ocasión abordó un partidario suyo en Roma y le dijo: Senador Fortunato, ¿cómo es posible que usted se alíe con fulanos? Y él respondió: mire, la política italiana es como la sociedad, el partido nuestro, representa al 15% de lo mejor de ella, está ese otro partido que representa al 15% de lo peor de la sociedad italiana, y hay un 70% que es el promedio de nuestra sociedad. Si nosotros no nos aliamos con ese 70% ellos lo harán con lo que representa lo peor nuestro, así que nos toca hacer alianzas.
Esa fue la explicación que me dio de por qué había recibido la adhesión de políticos que venían de una historia muy común y corriente por decir lo menos y a mí me pareció brillante. Nos despedimos y me fui de Medellín para Montería a seguir en la lucha.
Me presenté a la Cámara de Representantes en el año 90 y perdí. En realidad gané el domingo pero perdí el lunes, porque en la Registraduría en Montería le metieron mil votos más al que iba quininetos votos detrás de mí. Ese es otro problema complejo y a todos los que hicieron eso los detesté por un tiempo y denigré de ellos; hoy les agradezco mucho, de otra forma no estaría aquí sentado. Prefiero ser grato con lo que tengo y lo que soy hoy.
Seguía la campaña de Gaviria y mi problema era que no me dejaban hablar en las plazas, no querían que lo hiciera. Me acuerdo de María Emma Mejía en Lorica, yo estaba previsto para hablar en la tribuna, había preparado mi discurso, ya había aprendido a hablar en ese tipo de manifestaciones y alrededor del legado de Galán había sustancia, y ella me llamó aparte a decirme:
— Germán, tenemos un problema, es que aquí los dueños de la plaza dicen que tú no puedes hablar.
— María Emma, no te preocupes, tranquila, yo no hablo.
Porque yo sabía que la gente iba a decir: seguro que esos tipos no van a dejar que Germán hable. Y en efecto así fue.
Decidimos hacer una campaña en paralelo alrededor de la Constituyente, con reuniones en los pueblos para promover el nombre de César Gaviria, pero proponiéndole a la gente algún tema que fuera interesante como la Constituyente. Lo más notable es que preguntábamos a la gente si conocía la Constitución del 86 y lo hacíamos de manera sistemática desde el que dijera conocerla al 100% hasta un nivel en que algunos ya comenzaban a levantar la mano, algún par de abogados que conocían digamos el 30 por ciento. Venía la segunda pregunta: ¿qué quieren cambiar de la Constitución?
- Constitución que no conocían.
Así es. Contra lo que dice mucha gente, para mí la Constituyente fue como muchas cosas en este país, una cosa es la que creemos que hacemos y otra la que en realidad hacemos. Lo que quería resolver la gente con la nueva Constitución era acabar con la narco política, con la corrupción y con la violencia del conflicto armado, pero no resolvió ninguna de las tres.
La narco política se resolvió con una acción decidida de la justicia colombiana años más tarde, con el Proceso 8.000; bueno, aún no se resuelve del todo pero sí ha bajado el nivel porque la cosa cambió radicalmente. El problema de la corrupción no solamente no se resolvió sino que probablemente se agravó.
- Y se ha hecho más visible.
Lo que hace que uno no pueda saber si se agravó o es la misma corrupción, pero sí es más visible. En todo caso no se resolvió. Y en cuanto al tema de la paz, sí se resolvió algo en relación con el EPL, con el M-19, pero las dos grandes formaciones guerrilleras, FARC y ELN, siguieron intactas. Sin embargo, como este país tiene su gracia frente al Creador, éste le regaló una Constituyente que le trajo unas cosas distintas como la tutela y la Corte Constitucional, pero no exactamente los tres regalos que se le pidieron al niño Dios.
- Bueno, cuénteme ¿qué siguió en su camino?
El Presidente Gaviria me ofreció el Seguro Social o alguno otro instituto y yo escogí el INCORA. La gente me criticó mucho por haber preferido semejante institución ‘demodé’, porque ésta ya no tenía ninguna importancia en un país que se creía a sí mismo urbano y que había superado los problemas rurales, cosa que no es verdad, pero ya a nadie le interesaba.
- ¿Por qué la prefirió?
Porque en mis épocas de militancia, yo fui gerente ‘ad honorem’ de la Asociación Nacional de Fiqueros, campesinos otrora pequeños industriales que se empobrecieron súbitamente con la entrada del polipropileno y las fibras plásticas que reemplazaron la fibra del fique, de repente padecieron hambre física, tanta que se dice que en algunas veredas vendían a los hijos para sobrevivir, como en el Oriente Antioqueño, en Santander, en Cauca, en Nariño principalmente.
Mis compañeros y yo –y en particular nuestro líder que es el que está exiliado en Suecia-, ayudamos en general a ASOFIQUE, y a crear el Fondo Nacional del Fique. El problema hoy no persiste porque se demostró que la de fique es una fibra noble, que la necesitan los productores de café y muchos otros, pero en ese momento nadie iba a comprar fique caro pudiendo comprar productos industriales baratos. No había quien tomara la gerencia de ASOFIQUE y yo lo hice sin cobrar, era parte de la militancia.
Allí algunos campesinos, dirigentes regionales en Nariño y en Antioquia, parece que abusaron con una platica y alguien en la Contraloría General de la República, decidió que eso podía ser un expediente para aniquilarme políticamente, alguien de Córdoba que quería tomar venganzas por viejas rencillas políticas de mi padre con otras personas; es el uso del poder más inmoral, que sufrí mucho. Yo necesitaba estar en el medio campesino para poder documentar y descubrir, hacer todo lo que tocaba para quitarme ese problema de encima porque me hubieran podido acabar como ser humano. Aparecieron los responsables del asunto, que por supuesto no era yo, luego de hacer consultas, pesquisas y demás. Por eso opté por el INCORA, y no me arrepiento de haberlo hecho. Fue una gran escuela.
Estuve ahí por un tiempo muy corto, fueron nueve meses, porque me parecía muy disfuncional. Esta institución tiene dos patas, una es la lucha por la tierra y la otra es el desarrollo rural; yo solo conocía un tema, el primero, desde que fui activista de la ANUC, pero del tema de desarrollo rural no sabía casi nada. Allí había un asesor enviado por la FAO, chileno, un gran sabio, Antonio Corvalán, que se dio cuenta que yo era fuerte en una cosa y tremendamente débil en la otra, y entonces empezó a enseñarme poco a poco sin que pareciera que lo estuviera haciendo. Se presentaba y me decía:
— Oye, me acabo de encontrar un artículo.
Me fue llevando y aprendí de desarrollo rural con él. Planteamos acciones sobre la base de la experiencia Coreana, que se llama el Semaul Undong, La Nueva Aldea Comunitaria. Recuerdo que Enrique Peñalosa padre había sido gerente del INCORA cuando era una tremenda entidad, quizás la más importante. Fueron él y su hijo quienes me conectaron con los coreanos y me dieron libros sobre La Nueva Aldea Comunitaria, e hicimos proyectos simpáticos. Pero yo tenía mucho temor de seguir ahí porque se rumoraba que en las regiones hacían negociados con las fincas sin que uno se enterara aquí en Bogotá. De hecho hubo una finca que un día se presentó en Junta Directiva y yo pregunté:
— ¿Quién conoce estas tierras?
Resulta que el delegado del Presidente no las conocía y era de por allá, Pepe Lafaurie, famoso dirigente gremial y político; el de los campesinos dijo que tampoco las conocía, de hecho parecía que nadie había ido allá, entonces cómo saber qué estábamos comprando. Dice un funcionario del INCORA del que no tengo tan claro qué papel jugaba:
— Es que, gerente, hay demanda por la tierra. Aquí hay un memorial que firman doscientos campesinos pidiéndola.
Como yo venía de dar una lucha contra las prácticas más clientelistas y corruptas de la política en Córdoba -por la que me sacaron de cualquier posibilidad los supuestos amigos de mi papá y por eso fundé un movimiento nuevo y apoyé a Galán-, me acordé que para poner una firma en un memorial de esos bastaba con un pastel y cinco mil pesos; así pues que las firmas no eran ninguna prueba de nada.
Esa tierra quedaba muy cerca de otra que había sido muy famosa y tristemente célebre porque su compra por el INCORA desató un debate sobre corrupción, la finca Bellacruz en el Cesar, en La Gloria, de los Marulanda, y dije:
— ¿Por qué cincuenta hectáreas de UAF, Unidad Agrícola Familiar? ¿Por qué hay que darle tanta tierra a cada familia?
— No, es que las tierras no son muy buenas.
— ¿Entonces qué es lo que estamos comprando?
— No, entonces aplacemos esto, se corrieron los funcionarios que la habían metido en el orden del día.
Muchos meses más tarde alguien me dijo en Barranquilla:
— Usted se salvó de haber comprado esa tierra porque ahí no se producen ni piedras, eso era un negociado que tenían montado.
Lo cierto es que me fui del INCORA porque no estaba cómodo. Dejé dos proyectos y en esa época Rudy Hommes –siempre ha sido muy pro reforma agraria- y Armando Montenegro, que eran claves en el gobierno Gaviria, cuando les hablé de mis proyectos me dijeron que no podían estar más de acuerdo con todo eso, que para ellos era la clave del desarrollo de Corea, de Japón, de Taiwán, pero que con el tema de la nueva Constitución nadie lo iba a mirar, así que debía esperar seis o siete años; y como no estaba dispuesto a eso me fui para ACOPI, Asociación Colombiana Popular de Industriales, a la que cambiamos después a Asociación Colombiana de Pequeños y Medianos Empresarios. Allí sucedí a Juan Alfredo Pinto, un gran amigo. Esa fue otra experiencia extraordinaria.
En el año 94 me retiré, para hacer un movimiento nuevo, más puro que los detergentes que anuncian en televisión. Era una belleza, se llamaba El Nuevo Proyecto y giraba alrededor de la probidad, de la equidad y de la mujer, siempre tema prioritario para mí. No estábamos con nadie para la presidencia y nos presentamos al Senado, no apoyábamos a nadie, íbamos a cambiar el mundo, pero sólo se eligen cien senadores y quedamos de ciento veinte. Entonces, como deducirás, no salí.
Venía la lucha por la Presidencia de la República para el año 94. Para fundar mi movimiento me había salido del Partido Liberal, se lo notifiqué de manera personal a la persona que en ese momento más me llamaba la atención y que era Horacio Serpa. Le dije:
— Aquí hay muchas cosas que no me gustan, que nunca me gustaron, por eso trabajé con Galán, y ahora me gustan menos, porque los narcos tienen demasiada influencia, así que yo me voy.
En esa lucha decidí apoyar a Andrés Pastrana, entonces me odiaron los Samperistas, amigos míos. Andrés era mi amigo pero lo que me llamaba más la atención era su verticalidad en el tema del narcotráfico. Un día en que él iba perdiendo en las encuestas decidí que era el momento de unirme, porque prefería sumarme al que perdía y no al que fuera ganando. Lo llamé a las once de la noche estando él en Valledupar y, muy sorprendido, me contestó. Había un grupo que se llamaba Liberales con Andrés y pedí que lo cambiaran a Liberales e Independientes con Andrés y el independiente era yo. Lo apoyé. Él me preguntó que a qué aspiraba y mi respuesta fue:
— Yo no aspiro a nada, yo te quiero ayudar y ya.
Lo ayudé, pero perdimos.
El Contralor General de la República en 1994 era David Turbay, gran amigo de juventud desde la Universidad del Rosario. David tenía problemas que venían de los frentes de la política, por el tema de las financiaciones, pero era un hombre muy brillante y quería hacer una Contraloría especial. Él me había oído decir que yo estaba trabajando temas de cibernética y, como buen principiante, yo le decía a todos qué era la cibernética: ciencia que estudia el control y la comunicación en máquinas y animales según la definición original de Norbert Wiener. Yo ya hacía trabajos organizacionales con otros cibernéticos de la Universidad de los Andes. Entonces David me preguntó:
— Eso que tú estudias, ¿tiene que ver con el control?
— Sí
— Yo quiero hacer una revolución en el control. ¿Tú puedes hacerla?
— Yo no podría porque estoy empezando, pero puedo llamar a mi profesor a Inglaterra.
La síntesis de la historia es que se montó un proyecto de control de las organizaciones. Mi profesor en Inglaterra era el director científico y yo era una especie de director local.
Miguel Gómez que era el vice contralor y que viajó a Londres a hablar con el profesor Raúl Espejo, quedó encantado; de allá llamó a pedir que se montara eso rápido por considerarlo una maravilla, y en efecto se montó el proyecto con Alfonso Reyes, Roberto Zarama, Ángela Espinosa, Ernesto Lleras y otros; pero un año más tarde Miguel tal vez barruntó que a David lo iban a empapelar, renunció a la vice contraloría y un buen día yo terminé nombrado por radio. A inicios de 1996 yo iba en un carro para Boyacá a pasear cuando escucho:
— El nuevo vice contralor es Germán Bula.
Reflexioné el fin de semana y el lunes le dije que sí. Claro que él me había ofrecido el jueves anterior y mi respuesta había sido:
— Yo voy a pensarlo pero la única posibilidad es si queda claro que yo no tengo nada que ver con el gobierno y que solo acepto desde el punto de vista técnico para desarrollar el proyecto de cibernética -del que yo era director pero con un contrato con el Banco Mundial-.
Era un hipotético que tenía esas dos condiciones pero no significaba que yo hubiera aceptado y él muy hábilmente lo anunció.
Esa fue una etapa maravillosa que merece capítulo aparte. De hecho Raúl Espejo y Alfonso Reyes escribieron un paper al respecto, y hay varios libros. En febrero de 1998 me fui a hacer un doctorado a Inglaterra, pedí una licencia de estudios sin remuneración y estando allá un viernes a las once de la noche, seis de la tarde en Colombia, recibí una llamada del secretario general de la Contraloría que me dice:
— Usted tiene que regresar porque al Contralor General David Turbay lo detuvieron. Si usted no viene no hay Contralor el lunes.
Ahí se frustró mi doctorado que adelantaba en la University of Lincoln en cibernética. Quería aplicarla al tema de la paz que es por supuesto un tema al cual siempre he estado muy ligado, desde las épocas de la Universidad del Rosario.
Andrés ganó las elecciones en el 98 y me nombró ministro de Educación, cargo que acepto tremendamente complacido porque este tema siempre ha sido para mí, desde mi entrada a segundo primaria, la expulsión del colegio, mis responsabilidades en el movimiento Camilista y demás eventos que me marcaron, un eje fundamental.
Alguien en un momento dado dijo que yo no ejecutaba, pero resulta que los niveles de ejecución fueron del 98%. Lo decían porque yo planteaba cosas que no eran para ser implementadas de forma inmediata en todos los casos. Un ejemplo sencillo es el programa “Úrsulas”, que sirvió de base a lo que luego se llamó “de Cero a Siempre”; pero claro, todo en la vida tiene una precursoría; sembramos sueños que con el tiempo fueron tomando cuerpo. Gabo dijo una frase muy famosa en la misión de sabios:
— Educación desde la cuna hasta la tumba.
— Nosotros la cambiamos: Educación desde el vientre hasta la tumba.
Lo que no le gustó mucho. Un día les contamos de esta diferencia a los indígenas de la Sierra Nevada y la respuesta que recibimos fue:
— Muy interesante la discusión pero para nosotros la educación comienza tres generaciones atrás.
Lo de los Mamos tiene que ver con el papel del taita –del abuelo- que es muy fuerte en las comunidades indígenas porque sacan provecho de la sabiduría, lo que no hace la educación típica occidental. Nosotros planeamos hacerlo desde el Ministerio. La propuesta que usaríamos como prototipo fue: ‘La Revolución Educativa de la Costa Caribe’; se consiguieron recursos de crédito españoles pero Minhacienda dijo que no había cupo fiscal.
Una de las ideas era que en pueblitos como el mío, Sahagún, personas sabias salieran al parque en las noches y explicaran lo que habían sido sus proyectos de vida. Pero esto sigue en el baúl de los sueños.
Otro tema fue la lucha con FECODE y los errores que cometí, que tienen que ver con la evaluación de docentes.
- ¿Qué errores cometió?
Yo no repetiría la decisión que tomé en ese momento frente al tema de las evaluaciones de docentes; se dio así por una mutua desconfianza -lo mismo que pasó en Coltejer solo que aquí no había mediador-. Yo necesitaba evaluar a los maestros, esto forma parte sencillamente del mejoramiento continuo de las cosas, hay que medir para saber qué está pasando, y FECODE cuando se dio cuenta que el discurso de evaluación a los maestros tenía mucha fuerza empezó a presentar alternativas en las que yo no creí, me mantuve en el punto planteado desde un principio, era una evaluación que llamaríamos de baja variedad: cuando hago un examen la evaluación sólo captura algunas variables, pero la evaluación integral de un maestro claro que no se logra en un examen tipo ICFES.
Sugerí empezar por esta evaluación que premiaba a los de mejor resultado pero que sacrificaba a los de peor, como lo explicaba en televisión a través de la Campana de Gauss, la curva de distribución normal. Teníamos información de que había maestros que no sabían leer, que habían entrado por politiquería y era algo que yo no concebía. Ahí aprendí una cosa y es que el miedo puede más, entonces maestros en los que era elemental confiar en que lo harían bien temían no lograrlo. La incertidumbre haría que la mayoría de la masa magisterial se uniera en contra del ministro contra la evaluación. Tuve una victoria pírrica, porque si bien en el discurso gané, eso no sirvió de nada. Hoy no haría esa evaluación, porque pienso que esta debe hacerse mucho más integralmente, más local y con claros y específicos propósitos de aprendizaje.
Hubo una reunión, muy memorable para mí, cuyo resultado aún no se publica porque depende de un permiso de los Mamos de la Sierra. Se hizo en La Chorrera, es la famosa sede de la Casa Arana que explotaba a los caucheros, donde hay un asentamiento indígena y una Maloca Mayor. Se reunieron diecinueve etnias de todo el país que hablaban once dialectos diferentes, y algunos taitas también el español; fueron seis noches y siete días, yo llegué a la reunión los últimos dos días como estaba previsto. El ministerio fue el que apoyó todo el proyecto, que incluyó a los “hijos de tabaco y coca”, que identifican etnias practicantes de un tipo de ritual que es igual en el Amazonas, entre los Muiscas y en la Sierra. Las primeras noches fueron las de limpieza del alma antes de poder hablar.
Cuando llegué con el equipo del ministerio, ya no era ministro. Yo había salido unos días antes, le hablé al nuevo ministro de esta reunión y le pedí que la atendiera, pero él –en noble acto de confianza- delegó en mí como organizador y conocedor de todo el proceso. Viajé con la directora de formación del Ministerio quien también había participado de todo el proceso.
De esa reunión hay unos libros, con la transcripción de todo lo que hablaron en esos días y quedamos con la consigna de que solo serían dados a conocer cuando los Mamos creyeran que había llegado el tiempo de hacerlo. De eso han pasado veinte años.
- Quizás ya sea el momento.
Esto era un tema de etno-educación, estrategia que busca superar la tradicional, que era de asimilación, volverlos como nosotros, ahí luego viene el respeto por sus ritos y sabidurías. Pero esta fue una reunión invertida, era para aprender de ellos paz y convivencia.
Los presidentes tienen sus prioridades y la educación no era la principal para el país ni para Andrés, sino la Paz con las FARC, la economía que se había recibido tremendamente maltrecha y las relaciones internacionales que eran bastante malas. Sin embargo, Andrés no hacía micro gerencia así que pude trabajar muy bien por dos años.
- ¿Y después del Ministerio qué ocurre?
Cuando salgo del Ministerio, el Presidente Pastrana y Guillermo Fernández de Soto, me ofrecieron, pasada la crisis ministerial, irme para Venezuela, y yo acepté. Ya era Chávez el Presidente en Venezuela.
Es todo un período que tiene mil anécdotas, pero tal vez podría destacar que estuve dos años como embajador y fui llamado en consulta dos veces, o sea una por año, y eso es algo que solo en esa embajada mía ha pasado. La primera vez porque yo estaba en Bogotá llamado por la Cancillería un viernes y volvía a Caracas a mi oficina el domingo y una de las actividades del lunes era participar en un evento patrocinado por el Parlamento Latinoamericano. Resulta que el ministro plenipotenciario que estaba en Caracas me llamó y me dijo:
— Imagínate que me acaba de llegar, modificado, el orden del día del evento. Se prevé que hable Olga Marín de las FARC –- y ese no es el orden del día que nos dijeron cuando nos invitaron. Esto es una trampa.
Yo le conté al canciller, y me dijo:
— Pues usted no puede ir y no solo no puede ir sino que queda llamado en consultas. Quédese aquí de una vez que igual lo vamos a llamar.
Hicimos las protestas. Se trataba de Olga Marín, que decían que era la compañera de Reyes, un cuadro muy importante que recibieron con carros oficiales. La trampa consistía en elevar a las FARC al nivel del Estado Colombiano, o sea, “hablan la embajadora de las FARC y el embajador de Colombia”. Eso generó un problema en el que medió el Presidente Fox de México, se arreglaron las cosas y yo volví a mi trabajo después de tres semanas o más.
La segunda fue al año siguiente. El ejército colombiano, comandado por el general Carreño -Santandereano-, perseguía a las FARC hasta hacerlas cruzar la frontera con Venezuela; pero el general dice que cuando las FARC huían por la frontera, sus tropas empezaron a recibir bala y no eran precisamente las FARC disparando para atrás sino que alguien les estaba haciendo fuego de protección. Entonces, muy molesto porque el país vecino los protegía, dio declaraciones a la prensa y le contestó un general venezolano; iban escalando la cosa.
Me atrevo a decir que íbamos para una guerra, cuando el Canciller Fernández de Soto ordenó que los militares no podían hablar, que era un tema diplomático, en Venezuela hicieron lo mismo, se calló a los generales pero ya se habían mostrado los dientes, y entonces yo fui llamado en consulta porque lo ameritaba la gravedad de la denuncia.
En esa época los temas con Venezuela eran menos mediáticos porque la Cancillería colombiana era mucho más prudente y manejaba las cosas en el nivel diplomático y no en el nivel político. Los incidentes internacionales les sirven a los presidentes para unir al pueblo alrededor suyo, nada más útil para un Presidente que un conflicto internacional o una guerra sobre todo si tiene problemas. Eso es viejo en la historia de la diplomacia, como en la Argentina de Galtieri y la guerra de las Malvinas. No era el caso del estilo de gobierno colombiano de entonces.
Se quería aprovechar una Cumbre de Río en Costa Rica para que fueran Pastrana y Chávez y, en lo que se llama El Salón de al lado, se reunieran y resolvieran el problema. Todo eso se planeó, yo viajé desde Bogotá con Roy Chaderton que era el embajador de Venezuela en Colombia -que hoy está en la OEA- y con la vice canciller, pero resulta que estando allá, cayó Chávez en Caracas, o sea que nunca llegó porque “renunció” como dijo al general Lucas Rincón, aunque después se haya dicho que lo tumbaron. Yo recuerdo muy bien al general Rincón diciendo:
— El Presidente Chávez renunció y se le aceptó la renuncia.
En todo caso, en el acto inaugural, de repente recibí una llamada de Caracas en la que me contaban de la caída de Chávez. Yo no sabía qué hacer, estaba con el embajador colombiano Julio Riaño, y solo los dos estábamos enterados., todos tranquilos. En el hemiciclo de protocolo en el proscenio estaban el presidente Fox, la canciller chilena, el canciller Dávila de Venezuela y otros, y empezaron a entrar estafetas que les llevaban papelitos, se miraban y nosotros nos dábamos cuenta de toda la escena.
Cuando llegó a Dávila se puso transparente, quedó como un fantasma. Empezó un rumor detrás, que no se callaba, y era que iba corriendo la noticia de boca en boca. Eran cuatro bailes los que tenían que presentar los niños “Ticos”, pero luego de dos bailes –muy lucidos- los maestros de ceremonia dijeron que se había acabado, y eso fue una explosión.
La canciller me dice que tengo que irme para Caracas porque ya no estoy llamado en consultas dado que el problema era con el gobierno que cayó, no con el nuevo. Así pues que viajé a Caracas en el mismo vuelo y a dos sillas del canciller Dávila, quien iba ya destituido.
Era viernes y esa noche había una gran fiesta de un amigo industrial italiano muy ligado a Colombia y de la que me había excusado desde Bogotá por encontrarme en consultas, pero al llegar mi secretaria me anima a asistir. Allí entendí que los servicios de inteligencia norteamericanos sí que funcionan, saben muchas más cosas de las que uno cree porque a las doce y media de la noche, en medio de una fiesta en la que la mayoría brindaba por la caída de Chávez -había tres embajadores más conmigo y no brindábamos porque no podíamos meternos en temas de política interna, por lo que debíamos ser muy discretos cuando el tema surgía -, un amigo venezolano me llama a un lado para decirme en absoluta reserva:
— Embajador, Chávez vuelve. Acaban de llamarme mis amigos de la embajada americana para confirmarme eso. Se lo cuento en privado. Ya viene en camino de la isla de la Orchila hacia Caracas.
Al día siguiente, sábado, a las diez de la mañana el Embajador de España se presentó a rendirle honores al Presidente Carmona y resulta que cuando llegó al Palacio de Miraflores encontró un ambiente raro, él esperaba que lo recibieran con alborozo pero era que ya volvía a mandar Chávez, y a esa hora España aún no sabía. Hubo declaraciones en favor de Carmona de importantes colombianos esa misma mañana y en fin fue depuesto y encarcelado.
Carmona pidió asilo en Colombia y estuvo asilado en la Embajada. El narra en su libro estas cosas, incluido un incidente simpático: hay una ventana de la casa de la embajada que da a la calle en la que había siempre una manifestación de apoyo a la que en alguna ocasión salió a la ventana y saludó cual caudillo; me tocó decirle que no podía hacer eso, que no podía hacer política, que estaba en calidad de asilado. Él reconoció. Después conseguí el permiso para traerlo a Colombia, porque quien está como asilado en la Embajada está en territorio colombiano pero no se puede mover y ya había habido un caso, el de Haya de la Torre que se quedó mucho tiempo en la Embajada en Lima.
- Lo que negoció Carlos Sanz de Santamaría.
Sí y ya era como su casa por el tiempo que pasó. El caso es que lo trajimos a Colombia, pero la verdad del porqué me dieron rápido el permiso para traerlo al país es macondiana. La esposa del vicepresidente Rangel, famoso porque no nos quería a los colombianos, compró un apartamento -que para ser un hombre tan de izquierda resultaba un poquito costoso- en un piso muy alto al lado de la Embajada. A mí me decían que me podían matar con una naranja desde esa altura pues la Embajada era una casa antigua de dos pisos, con un patio pegado al edificio. El hecho es que su esposa les comentó a unas señoras que:
— Imagínense que me compré ese apartamento y no me he podido mudar, por las manifestaciones de Carmona que no me dejan pasar con los camiones del trasteo. Le voy a decir a Hugo – Hugo Rafael Chávez Frías- que dé rápido ese permiso pues necesito mudarme.
Eso es así, eso es historia. La señora se llama Ana Ávalos, escultora chilena, a quien conoció Rangel durante un exilio.
Carmona hoy es nacionalizado colombiano, profesor en la Sergio Arboleda, un hombre muy agradecido con el país. Él se asiló para salvar su vida porque él tenía detención domiciliaria pero querían mandarlo a la cárcel. La detención domiciliaria aplica para determinados tipos penales, para otros no, -con el tipo penal original que le habían endilgado aplicaba-, pero allá se idearon cambiar el tipo penal para que tuviera que ir a la cárcel corriente, la de Yare, que es una de las más hacinadas, sobrepobladas del mundo, si no la más, donde la vida no vale nada.
Un hombre menudo, tranquilo, sereno, pacífico como era él, no iba a sobrevivir si llegaba allá. Fue una chiva que allá llama ‘tubazo’ lo que lo salvó. El Presidente del Tribunal Supremo era Maracucho y dio la noticia en exclusiva una noche al director del periódico más importante de Maracaibo:
— Mañana mandamos a Pedro Carmona para la cárcel.
El diario puso en primera página en letras muy grandes: ‘Carmona a la cárcel’. El abogado de Carmona tenía un dependiente cuya tarea era levantarse a las 5:30 de la mañana y mirar en Internet temas que le pudiera interesar al bufete. Se encontró con esa sorpresa y despertó como pudo al abogado Echavarría. De alguna manera le hicieron saber a Carmona lo que le venía encima y éste, que con su bondad y la de su esposa Gladys se hacían querer de la gente, dijo a los que custodiaban su apartamento:
— Voy a caminar al patio.
Salió a caminar y se fue. Llegó a la Embajada de Colombia.
En ese momento yo estaba en Miami porque me iba a encontrar con mi familia para celebrar los cincuenta años de casados de mis padres, me perdí la fiesta porque me tocó manejar la situación por teléfono con el Ministro Plenipotenciario Gustavo Daza, y devolverme a las volandas pues tenía a este ilustre huésped en una de las varias habitaciones de la casa, que era grande y que lo permitía.
El día anterior habían llegado Miguel Santamaría Dávila y Alfonso López Caballero, amigos que estaban invitados a alojarse. Ellos se enteraron de que habían dormido en una habitación a cinco metros de Carmona al día siguiente estando ya en el aeropuerto para tomar el vuelo a Bogotá. Eso era todo manejado porque mis instrucciones era que nadie se diera cuenta de que Carmona estaba allí.
Yo me vine de Venezuela no con las mejores relaciones con el Gobierno de Chávez. Dicen que tengo un record de ser el único embajador de larga estadía que no recibió condecoración ninguna, ni me despidieron, creo por el contrario que abrieron botella de champaña cuando regresé a Colombia, o sea, yo salí por la puerta de atrás.
Hubo reuniones memorables como la que se dio en Isla Margarita con Fidel Castro y Chávez, oyéndoles los cuentos. Andrés Pastrana contaba con la palabra de Fidel de que abogaría porque no hubiera guerrilla, él había cambiado, como se sabe, su idea de animar las guerrillas en América Latina en la época del Che, y venía sosteniendo que éstas ya no tenían sentido. Un poco en esa dirección y en ese tipo de conversación política había una gran amistad entre Pastrana y Castro y mutua admiración, a pesar de ser de campos ideológicos muy diferentes.
Fue muy interesante todo lo que pasó en Venezuela, habría anécdotas sin fin. Quizás para cerrar esta etapa, mencionaría cuando el guerrillero Ballestas fue capturado en Caracas, él fue uno que secuestró un avión, se fue para Venezuela donde lo capturaron en una operación entre el DAS y la inteligencia venezolana. Cuando lo llevaban para el aeropuerto de Maiquetía, faltando unos 20 minutos o media hora, recibieron una orden de que no fuera deportado y se abortó la operación.
Se armó un escándalo: ‘Gobierno venezolano protege a guerrillero que fue capturado’. Me llamó el Canciller a decirme que yo tenía que resolver eso y lograr que devolvieran a Ballestas. Hay un gran personaje que se llama Luis Miquilena, mentor de Chávez al que después abandona aburrido de sus actitudes, alguien muy serio y muy sabio, que lo formó y lo hizo en su parte inicial. Era el ministro del interior y a él era a quien habían llamado los protectores de Ballestas, dirigentes de un movimiento que se llama Patria para Todos que tenía relaciones con el ELN, y le habían pedido que parara la deportación.
Yo necesitaba reunirme con él, porque el mensaje del Canciller era clarísimo: o Ballestas o rompemos relaciones. Eso no era llamado en consulta pero hubiera sido más grave. El ministro plenipotenciario era Antonio Lizarazo, hoy magistrado de la Corte Constitucional, un gran compañero de trabajo a quien dije:
— Antonio, resulta que este señor Miquilena acepta reunirse conmigo en compañía de su brazo derecho, tal vez era Rodríguez Chacín, para resolver el problema de Ballestas, pero la reunión no puede ser ni en el Ministerio, ni en la Embajada.
- En un lugar neutral.
No sólo neutral sino clandestino. Entonces de repente me dice Antonio:
— Pues en mi apartamento.
Antonio tenía arrendado un apartamento acorde con su nivel diplomático, de clase media alta, en un edificio común y corriente y ahí nadie iba a sospechar. Ahí se llevó la reunión. También le dije:
— A este Miquilena le gusta mucho el whisky.
— Yo le tengo allá.
— Sí, pero el problema es que si los dos tomamos, no vamos a poder negociar. Necesito estar absolutamente sobrio.
— Le tengo la solución: jugo de manzana. Se ve igualito al whisky.
- Pero produce sueño.
Debería, sí. (risas) No hubo meseros, nadie, nada, solo nosotros. Antonio nos atendió, ni siquiera estaba su esposa que es una mujer espectacular, inteligentísima, querida como ella sola, una profesional en psicología muy valiosa en Ecopetrol. Y claro, eso me garantizaba que Antonio me serviría a mí jugo de manzana y whisky a Miquilena, quien entonces al quinto jugo de manzana me devolvió a Ballestas. Miquilena me llevaba por lo menos treinta años, pero yo sabía que él resistía más trago que yo; si me hubieran dado cinco whiskys a mí, no solo le dejo a Ballestas sino que le traigo otro guerrillero. (risas). Miquilena de todas maneras lo tenía que devolver, pero me fue más fácil manejar la situación así.
- Sígame contando qué ocurre después de Venezuela.
Vine a Colombia a ejercer la profesión, hice consultoría en educación para el Convenio Andrés Bello, porque es un tema muy de mi corazón. Aquí teníamos el Centro Mundial de Capacitación para la Solución de Conflictos, era importantísimo en términos legales, lo creó Augusto Ramírez Ocampo cuando era canciller en 1986, tu paisano, pero el centro nunca tuvo recursos. Luis Carlos Restrepo, que era el comisionado de paz de Uribe, me preguntó que si quería ser miembro de la junta directiva porque yo había hecho algo en relación con el centro cuando era ministro de educación.
Acepté y estando en la junta, Augusto Ramírez y el embajador de Holanda de esa época -que brindaba apoyo-, me ofrecieron dirigirlo pero no me podían pagar. Yo acepté y lo tomé ‘ad honorem’. A él me dediqué por medio tiempo. Luego lo acabaron y es una pena pues hubiera sido importante para las negociaciones de paz.
En el 2010 decidí acompañar a Sergio Fajardo en su aspiración a la Presidencia de la República y en el 2012 presenté una aspiración al Consejo de Estado y no salí elegido, pero lo fue un gran señor en todos los sentidos que es Guillermo Vargas Ayala, y yo felicité al C.E. por haberlo elegido pues me pareció que lo hicieron muy bien. Luego me volví a presentar y salí elegido el 16 de julio, el día de la Virgen del Carmen. Y me posesioné al mismo tiempo con tu coterráneo Jorge Octavio Ramírez, firmamos con dos minutos de diferencia e hicimos la recepción conjunta en el Club de Abogados.
- Cuando alguien aspira al Consejo de Estado, ¿cuál es su misión?
Los referentes más elevados que un estudiante de Derecho puede tener, son los magistrados de Alta Corte y los autores; dos tipos de personas que son las figuras, entonces para mí fue una realización maravillosa. Encontré una Corporación bastante mejor de lo que se decía afuera y que tiende a mejorar por las dinámicas internas que existen, de hecho no ha estado metida en ningún escándalo.
- Hábleme de sus proyectos.
Aplico una especie de filosofía y es la de concentrarme en lo que estoy haciendo.
Tengo una anécdota de los años 80 que tiene que ver con eso. Hubo una reunión del Partido Liberal en Sochagota, yo acababa de salir del vice ministerio de Trabajo y no quise asistir porque yo deseaba una cosa distinta y en ese momento cuatro personas dijeron que yo era un idiota, que ellos eran pragmáticos y yo un idealista. Esto provenía de: alguien que no me quería, alguien a quien apenas conocía, alguien a quien apreciaba y alguien con quien tenía una relación de amistad muy estrecha. Lo dijeron los cuatro desde distintas emociones. Me tenían por bobo, que ellos llegarían muy lejos y muy rápido, mientras yo… De los cuatro, tres fueron a la cárcel y el otro murió asesinado porque no andaba en buenos pasos.
Por la orientación espiritual y el idealismo, desde que comencé a abrirme al campo del asombro, creo que lo principal es la gratitud, por lo tanto busco ser muy agradecido con todas las personas que me han brindado oportunidades profesionales y de vida, pero incluso agradezco las derrotas y los contratiempos porque todo lo que he afrontado me tiene ahora aquí.
En conclusión mi planes focalizarme en el trabajo que genera mi cargo actual; viene un semestre tremendamente complejo y muy exigente, vendrán importantes proyectos de reforma a la justicia que traerán al Congreso.
- Concentrarse en lo que está haciendo habla del aquí y el ahora.
Yo creo en el aquí y el ahora, por un lado, y el afuera y el mañana por otro. Es un balance. Se piensa en el afuera y el mañana no necesariamente desde la ambición sino en el sentido de ir identificando lo que me gustaría eventualmente hacer, teniendo en cuenta la facticidad; lo que me pasa por la cabeza con mucha frecuencia es escribir, que necesita ciertas condiciones.
Para seguir hablando de sueños, podría incluir temas doctorales que complementen mis estudios de maestría de los que ya te hablé, pero no sé si lo vaya a hacer o no.
Además soy autodidacta en los temas que me gustan, los de ciencias organizacionales, por ejemplo; soy miembro del directorio de la Organización Mundial de Sistemas y Cibernética y he participado en los últimos tres congresos: en el año 2011 en China, en el 2014 en Ibagué y en el año 2017 en Roma. El próximo es en Moscú y ya manifesté decisión de asistir.
Yo hago trenzados con lo que me gusta, como te decía al comienzo, el Derecho, la economía, la política, la cibernética, la educación y los temas de mujer y otras minorías. El futuro está ligado entonces al único patrimonio importante: lo que uno sabe, por una parte y lo que uno es, por otra.
Creo en lo que llaman la deriva de la vida, no creo estar en control de ella, lo importante es estar alerta para entender lo que está pasando y tener la mayor cantidad de agencia, de libre albedrío. No decido de manera voluntarista. Con principios y con un norte trato de ir aprovechando la deriva de que te hablo.
- Hábleme de su familia.
Me voy a devolver para decirte que soy casado tres veces y con mi tercera esposa sumamos siete hijos, uno por cada día de la semana, desde 42 hasta 25 años, y no presionamos por una ‘happy family’ pero hay mucho amor alrededor de todos nosotros y entre nosotros. Tengo una nieta de dieciocho años y otra de diez meses, lo que me da una amplia visión generacional. Es nuestra descendencia. Y hermanas, hermanos, cuñadas, cuñados maravillosos.
Recuerdo que en el año 2005 yo me fui con mi esposa actual a la India a un encuentro multi-religioso por la paz y allí había un sacerdote jesuita español, muy joven, muy agradable que hizo muy buenas migas con mi esposa. En Amritsar donde está el Templo Dorado de los Sikh el sacerdote le preguntaba por mí y al escuchar las historias le dice:
— ¡Pero tu marido ha tenido siete vidas!
Eso me pareció muy simpático, me hizo reflexionar sobre mi pasado y creo que ese padre tenía razón aunque ya voy como por nueve vidas (risas).
- Si tuviera la facultad de hacerlo, ¿editaría su vida?
Jajá, sería trampa. Los budistas dicen: lo que eres es lo que hiciste, lo que haces es lo que serás. Prefiero aprender de todo lo que no fue bello y bueno en mi vida. Bueno, de lo que me acuerdo porque por fortuna muchas cosas se olvidan.
- ¿Qué es el tiempo en su vida?
Un tirano, a mi pesar. Viví siempre tratando de hacer lo máximo posible cada minuto. Veo al final del túnel un tiempo en que quizá mejore en eso y sea más fresco.
- ¿Lo acompañan temores?
Muchos más de los que quisiera. Estoy en esa lucha con apoyo en la espiritualidad y precisamente para profundizarla. Y con apoyo de mi compañera a quien considero mi maestra espiritual.
- ¿Qué le genera ilusión?
Dos cosas que no sé cómo se combinan: realizar sueños en relación con la sociedad, y realizar sueños en relación con mi crecimiento espiritual. Pero sé que la ilusión tiene una cara perversa, que esclaviza y frustra. Quisiera aprender más sobre cómo combinar eso de tener ilusiones sanas y vivir el aquí y el ahora.
- ¿Qué le gusta dejar en las personas que se acercan a usted?
La sensación de confianza, un buen recuerdo, una alegría y a veces un aporte a sus inquietudes.
- ¿Qué debería decirse de usted el día de mañana?
¡Ah! ¡El epitafio! Aquí yace Germán Bula, luchador, quería mejorar, se podía confiar en su palabra.