FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo
Un lindo ejercicio es volver atrás y descubrir qué fue lo que nos marcó en la vida.
HACER Y HACER
En mi vida he peleado contra todo y muy especialmente contra los manuales, las instrucciones y contra el deber ser, por lo mismo la columna que te trajo a mí, Hacer y hacer, es completamente atípica. Siempre quise escribirla y pude hacerlo aquí, en El Espectador, porque es un periódico que respeta la libertad.
Esto no quiere decir que durante muchísimo tiempo no hubiera venido pensando en el deseo de contar las historias de la gente de a pie, pero también de mis sentimientos. En este aprendizaje soy un convencido de que lo que más me ha servido es escribir mi columna, pues me permite aprender de mí y de la vida, me pone en estado de escribir.
BÚSQUEDA
Cuando uno se conecta de esa manera, está en constante búsqueda, o sea, el mundo no pasa desapercibido, se están buscando temas, palabras, una frase, una persona, unos zapatos, un estilo. Esto todo genera impacto. Cuando uno no se encuentra en estado de escribir, todo pasa desapercibido, en cambio, así, la reunión más aburrida termina siendo maravillosa porque se está analizando, contemplando, para luego poner todo en palabras.
Uno comienza a escribir desde antes, es decir, se comienza a escribir sin escribir. Desde que se nace, se va por la vida buscando.
OBSERVACIÓN
Recuerdo que fui siempre muy observador de pequeños detalles, leí mucho y no sabía que me fuera a dedicar a esto, porque uno nunca lo sabe. Pero, con retrovisor, reconozco cosas como el hecho de que siempre estuve detrás de los libros y de los periódicos, escribiendo los primeros poemas y las primeras canciones, que está bien que resulten fatales y cursis y todo lo que se quiera. Porque, si uno no escribió eso, no recorre el camino, no evoluciona, pero se debe tener actitud para hacerlo. Churchill siempre hablaba de que ‘la actitud es más importante que la aptitud’ y estoy absolutamente de acuerdo.
EL GRÁFICO
En los tempranos setentas, cuando entré a una droguería que quedaba en la noventa con quince, me encontré una revista que se llamaba El Gráfico. A mí me había empezado a gustar el fútbol cuando escuché una transmisión en la casa. Recuerdo que me emocioné, así como con la revista que no compré, sino que firmé (sacarla a crédito), porque eso se usaba.
Al comienzo no la entendía, pero me sentía en una película. La razón para que no comprendiera obedecía a que usaban un lenguaje que yo desconocía, términos como Pibe (niño), Petiso (persona de baja estatura), Fiaca (sin voluntad). Pero la fascinación estaba en la manera como contaban historias, como narraban partidos, parecían haciendo una película de Disney. Citaban a Serrat, a Borges, lo que me obligaba a consultar.
La seguí comprando cada semana por mucho tiempo, porque el ritmo, las palabras usadas, la manera de abordar cualquier cosa, me hacían sentir parte de algo. Claro, como citaban a estos personajes, yo iba buscando quiénes eran y leía de ellos, por lo que me sentía protagonista de sus novelas.
En ese momento tenía seis o siete años, pero, en adelante, El Gráfico, la literatura y la música, fueron tomados de la mano.
YUKIO MISHIMA
Los escritores japoneses resultan de todo mi gusto porque son sutiles, imprimen su alma. El otro día leía el libro de Yukio Mishima, Confesiones de una máscara, en el que habla de la mirada original.
En algún momento decidí cambiar todo lo que estaba en mí. Felicidad es descubrir. El sólo hecho de descubrir una frase me produce éxtasis, una frase lúgubre me produce felicidad, como las de Ciorán o Nietzsche que me dan una fuerza única.
MIRADA ORIGINAL
¡Oh sorpresa! Esto es lo que he buscado y es sobre lo que estoy escribiendo. En mi búsqueda de qué fue lo primero que me marcó encuentro aquellas cosas que lo hicieron por primera vez y para siempre porque termina siendo fundamental para el resto de nuestra vida.
Escribí una columna sobre esto, recuerdo que hablaba del primer amor que, como dicen las canciones, nunca se olvida. Pero no porque haya sido fuerte, sino porque me mostró la mirada original.
THE BEATLES
La mirada original está en todo. La mía está en El Gráfico, que luego me llevó a todas las otras miradas originales, como con The Beatles, una portada de un disco que estaba en una vitrina al lado de Pedro Vargas y de Gardel, estos últimos serios, vestidos de corbata. De repente aparecen ante mi mirada unos jóvenes de pelo largo. Su imagen me marcó sin haberlos escuchado. Descubrí que eso era yo.
Cual acto de rebeldía con mi familia, que era toda bien puesta, me dejé el pelo largo. Me metía al baño, me acomodaba el pelo como para que quedara como el de los hippies, y luego salía bien peinadito obviamente. En la época de universidad continué con eso, pues me disponía perfecto para saludar a mis papás en las mañanas, me despedía y cuando salía me despeinaba. Apenas terminaba mis clases, en una llave cerca de la casa me volvía a echar agua para peinarme nuevamente.
No me gusta lo tradicional, ni lo que me han impartido como dogma desde mi casa.
DESTINO
A mis doce años me concentré en la lectura y en la música. Hasta ese momento yo era una persona muy rápida, pero, de pronto, me empecé a sentir físicamente más lento.
La clase de educación física terminó siendo mi mayor martirio porque cada vez me costaba más, hasta el punto de tener muy poca fuerza. Por ejemplo, para subirme en un bus tenía que poner la rodilla primero. No podía saltar un escalón siquiera. Cuando me exponía al sol no me quemaba por mi piel que era tan gruesa como la de un cocodrilo. Pesaba toneladas, sin ser gordo. No tenía velocidad.
Como se hacía todo tan complejo empecé a leer de medicina para concluir que tenía problemas de tiroxina. Acudí a mi mamá, pero ella, atendiendo a todos sus hijos, no me prestó tanta atención. Decidí comenzar a hacer ejercicio.
Cuando me formulaban una pregunta en clase me tomaba tres minutos en empezar a contestar. Todo me daba vueltas.
TRATAMIENTO
Tiempo después, cuando salí del colegio, viajé a España. Por esas cosas que ocurrían antes mi mamá vendió su finca y no sabía qué hacer con los hijos menores. Como mis hermanas estaban ennoviadas no querían viajar, pero nos mandó a todos a Europa donde otra hermana nuestra, una de las mayores que llevaba cinco años sin vernos.
Mi hermana, Ana María, se asustó al verme e inmediatamente me llevó a la clínica. Cuando el médico me revisó dijo: “Usted va a ser otro en un día”.
Fui hospitalizado y quedé solo en la habitación de la clínica. Una vez me aplicaron hormonas comencé a sudar de una manera absurda, exagerada. Pero a la madrugada me sentí mucho más liviano, empecé a brincar de la cama al piso, fui al baño, me miré al espejo y era otro, estaba transformado.
De niño me encantaba cantar, pero había dejado de hacerlo. De repente encontré que tenía otra voz, canté y me sientí afinado. Salí a los pasillos, fui corriendo, ensayándome.
Al día siguiente cuando llegaron mis hermanas abrieron la puerta de la habitación y me vieron totalmente distinto. Se llevaron entre un susto y una alegría. La emoción fue toda. Podría decir que viví mi adolescencia en un día.
El médico dijo: “No pretendan que este muchacho en poco tiempo sea normal, porque ahora tendrá que vivir lo que antes no”. Y desde ese momento tomo pastillas para la tiroides.
TRANSFORMACIÓN
Antes de este tratamiento, durante mi bachillerato yo podía permanecer horas observando a los otros mientras conversaban, producto de mi enfermedad. En ese entretanto me imaginaba mundos, estaba inmerso en mis pensamientos, pero parecía un vegetal. Me sentía como los personajes de las novelas que leía, muy lúgubre, lo que me encantaba. Cuando tenía que hablar, primero debía construir la frase en mi cabeza.
En España hice muchos amigos, salí, canté, tomé vino todas las noches. Recuerdo que en las discotecas me invitaban a bailar hombres, porque se me habían puesto las facciones tan finas que parecía una mujer. Si salía con mis hermanas preguntaban: ¿bueno y las tres hermanas qué estudian?
Cuando me devolví, un año después, a mi despedida al aeropuerto fueron por lo menos ochenta personas. Al llegar a Colombia mi mamá no me reconoció.
A partir de ahí mi pasatiempo favorito fue ir donde mis amigos del colegio y tocar a su puerta para ver sus caras de sorpresa. Tenía que mostrar mi cédula para que se convencieran.
Comenzó una época de mucha inquietud. En Pamplona tenía que salir a trotar todos los días. Volví al ruedo para jugar fútbol, pero, después de cinco años de no hacerlo y enfrentarme a los españoles que son durísimos, el regreso me significó permanecer en cama por quince días. Me dolía todo.
Me cuentan, porque yo no recuerdo, que dormía con la ventana abierta en pleno invierno y que dejaba cadáveres de manzanas verdes todas las noches.
FAMILIA
Mi familia es absolutamente conservadora.
SU PAPÁ
Mi papá fue ministro cinco o seis veces en los sesenta y setenta, senador durante varios períodos y también embajador.
Siempre estuvo presente en las cosas importantes de mi vida. Recuerdo que dirigió el periódico El Siglo en el entre tanto de alguno de los ministerios donde lo visité con frecuencia. A mí me encantaba tirarme en el piso a leer todos los periódicos que, aunque a mi casa llegaban los cuatro de Bogotá, a su oficina llegaban los de todo el país.
Me dio un pase para ir a futbol, así que yo no faltaba, asistí cada ocho días a ver los partidos de Santa Fe y Millonarios.
SU MAMÁ
Mi mamá, aristócrata, de apellidos y tradiciones, falleció hace ya un tiempo. Fue una mujer maravillosa, procedente de una familia que, puede decirse, era la dueña de Cartagena, de ingenios de azúcar y de grandes extensiones de tierra, pero vivió siempre en una finca a una hora de la ciudad cerca a la ‘Cruz del Bizo’, Entonces creció con libertades, en medio del campo, llena de vida, rodeada de animales.
A su casa llegaban los maestros. No estuvo inundada de academia, de instrucciones, sino rodeada de libertad.
Cuando se casó con mi papá, se instaló en Bogotá donde nacieron sus hijos. Soy el menor de nueve.
No había imposibles para ella tanto que le escribí una columna: Una mujer de imposibles. De ella recuerdo que, en una feria de ganado, se enamoró de un ternero que quería llevarse para la finca –otra finca que ella tuvo después-. Como se le complicó el transporte, porque le querían cobrar lo que no era, decidió subirlo a su carro. Fue así como viajamos desde San Gil hasta Cartagena con el ternero en el asiento de atrás.
Si bien mi mamá era tradicional y conservadora, porque así la educaron, para ella todo era posible. Y para mí también.
HERMANOS
IGNACIO
En mi infancia y adolescencia compartí mucho con mi hermano Ignacio, aunque también peleábamos todo el día.
Es cinco años mayor a mí por lo que, cuando se iba con los amigos, mi dolor era insufrible, yo no podía acompañarlos ni a cine. Mi hermano fumaba Pielroja en el cuarto que compartíamos, lo que se daba para peleas, pero con los años fui yo quien empezó a fumar.
Él era hincha de Brasil y yo, por El Gráfico, me volví fanático de Argentina y de todo lo de ese país que he visitado por lo menos ocho veces también con mis dos hijos. Soy un enamorado de esa región, de su música, de su cine, de su gastronomía y ni se diga de su literatura.
Alguna vez perseguí a mi hermano en una buseta diciéndole: ¡No me puedes dejar! Era todo un ídolo para mí.
ANGELINA
Al regreso de España mi mayor cercanía fue con mi hermana Angelina, íbamos a rumbear con mis amigos y ella se ennovió con uno de ellos. Los demás eran casados, pues la diferencia en edad entre todos es muy grande, tanto que mis papás, tan ocupados siempre, les decían que se encargaran de nosotros, los menores.
Recuerdo que a finales de los sesenta a mi papá lo nombraron embajador en Londres. Él se fue primero para asumir su cargo, luego viajó mi mamá con nosotros nueve, el mayor de doce y el menor de tres.
Dicen que el avión hizo escala en París. Mi mamá debía saludar al embajador de Colombia y, mientras lo hacía, nosotros brincábamos por doquier, no se salvaron ni las escaleras eléctricas. Parecía una película de locos. Y recuerdo que éramos diez dentro de un Mercedes negro, en el que después montarían al ternero.
PERIODISTA
Una vez en Colombia comencé a estudiar, pero no me podía concentrar en nada así que pasé por la Javeriana, por la Sabana, luego nos fuimos a Venezuela y, dado el trabajo de mi papá, volvimos al país.
Si bien estudié periodismo, en determinado momento vi que con la academia no iba para ningún lado. Me demostré que podía vivir sin un cartón. Esto lo he puesto de manifiesto en mis columnas siempre.
EL SIGLO
Mandé la universidad para el diablo, porque no me funcionó, y comencé a escribir unos artículos de béisbol para El Siglo. Ahí empieza a juntarse lo que había leído en El Gráfico. Estaba de moda Alejandro Lerner, cantante argentino, así que escribía metiendo sus canciones y a la gente le encantaba ese estilo.
Como he sido la oveja negra de mi familia, el día en que apareció mi primer artículo en el periódico con mi nombre y mi foto, la emoción que se me generó fue inmensa, sentí mucha dicha. Pero mis papás ni por enterados. Aunque nadie le prestó atención al hecho, yo me sentí por primera vez en la vida importante: ¡por fin! ¡por fin!
LA PRENSA
Luego abrieron otro periódico, La Prensa. Me dijeron que estaban recibiendo gente, me pusieron una prueba de una carrera de ciclismo, escribí y por la tarde me preguntaron: ¿Cuándo puede empezar?
Juan Carlos Pastrana fue su director y hacían parte Fernando Garavito, Rafael Chaparro, Eduardo Arias, Pedro Badrán. Gente toda muy pila. Ese periódico lo hicieron para que fuera distinto. Era de circulación nacional, tamaño tabloide, en blanco y negro.
Ese tiempo fue maravilloso. Con La Prensa fui a una Copa América en el Brasil en el 89 donde hablé con Maradona; en el 90 al mundial de Italia; estuve en el 1-1 con Alemania.
Aquí se trabajaba en equipo, todo era en plural.
EL TIEMPO
Después me llamaron de El Tiempo y hoy comprendo que fue bueno haber pasado por ahí porque aprendí muchas cosas, pero me significó una pesadilla pues la operación de ese periódico es muy difícil. No existían sino cuatro opciones para mí: volverme como ellos, matarlos, suicidarme o irme.
Recuerdo que, a los dos días de estar en El Tiempo donde había gente con toda una trayectoria, lo que al mismo tiempo significaba cosas non santas, llegó un personaje que me dijo: “Mire (me muestra un cheque de $300.000,oo), es de la Federación de Bolos. La pregunta es cuánto le pagarían los de la Federación de Fútbol, los dirigentes y otros.
CROMOS
Llegué a Cromos, viajé a Buenos Aires a cubrir el 5-0. Siendo fanático de Argentina al día siguiente tuve que escribir treinta y dos páginas sobre Colombia, el triunfo, los muertos.
Viajé luego al mundial y, poco a poco, me fui dando cuenta de las mentiras que hay en el fútbol colombiano, de la gente oscura, del narcotráfico. Asesinaron a Andrés Escobar, lo que me pareció demasiado.
PENA MÁXIMA
Entonces decidí escribir un libro, Pena Máxima, en el que contaba todo. Se agotó inmediatamente. Dicen que los mafiosos lo sacaron de todas las librerías, empezaron una cantidad de amenazas pero es que fue el primer libro que habló de las relaciones entre los narcotraficantes y el fútbol colombiano, y ahí estaban involucrados los periodistas. mostraba cómo estaba de podrido todo.
Fue un libro que surgió del dolor. Me habían matado el fútbol. Sentí que tenía que decirlo, contarlo, para ver si cambiaban las cosas, aunque nunca cambió nada.
Lo importante para mí era que hablaran del estilo con que escribía. Pero mi ingenuidad era toda, era absurdo, loco, pues lo importante del libro eran todas las denuncias que había contra todos los narcos, paramilitares, periodistas con nombre propio.
Hoy entiendo que obviamente era un libro explosivo, una bomba, pero lo que yo quería era que se fijaran en que fuera literario. Incluso en un capítulo metí un cuento. El libro es una crónica literaria. Siempre quise escribir así.
SOLO PARA LOCOS
Para ese momento, antes de ese mundial, hice doce suplementos semanales para Cromos, en una sección que llamé ‘Sólo para locos’, porque me dieron vía libre y la copié de Lobo estepario de Hermann Hesse. En ella contaba las historias del mundial del 50, el Maracanazo, su construcción para jugar ese mundial que perdieron, los suicidios y un montón de historias maravillosas. Escribí un cuento.
Oscar Torres Duque, compañero, profesor de literatura medieval en la Javeriana, ensayista, poeta, que después hizo el prólogo de Pena Máxima, se acercó a decirme: “Este es un gran cuento”.
Recuerdo que estaba en la cocina de la casa de mi mamá y de mi papá, también recuerdo las palabras que usó, el tono, el color y la textura de su voz. ¡TODO! Cuando escuché eso, a mí se me abrió el mundo y pensé: ¡Ya abrí la puerta de la literatura!
Porque cuando uno no se ha acercado al tema, ve la literatura lejana, todos son genios inalcanzables. De pronto alguien me hace este comentario. Lo cual es una tontería, porque se puede escribir como se quiera. Hoy lo comprendo, pero en aquél entonces no.
Seguí con el fútbol, pero marcado por la literatura.
Renuncié al no estar de acuerdo con las políticas de la revista que era totalmente Samperista y a mí me parecía que no debía estar ahí. Seguí escribiendo colaboraciones.
EL ÚLTIMO ABSOLUTO
Monté una oficina para escribir mi primera novela. La hice en un mes y la llamé El último absoluto. Era frenético.
Esta también se la mostré a Oscar Torres Duque. Me invitó a almorzar y me dijo antes del almuerzo: “Cometí un error, Fer. Creo que usted tiene que reescribir la novela, lo único que se salva es la estructura”.
Obviamente no hubo almuerzo ni nada. ¡Yo lo odié! Agarré el manuscrito, llegué a la casa y lo boté lejos. Él lo tenía subrayado casi todo. Seis meses después le di otra oportunidad, leí sus notas que decían cosas como: efectista, sugerir…
Los dos trabajábamos en Cromos todavía, yo le había dejado de hablar porque estaba histérico con él, hasta que un día le dije:
— Bueno, me puede usted decir qué es: ¿sugerir?
— La buena noticia es que le voy a contestar y la mala lo que le voy a decir. Yo no le voy a explicar, porque mi sugerir es distinto del suyo y tiene que descubrirlo por usted mismo.
— ¡Lo voy a acabar! (pensé)
En el prólogo del libro puso: “Fernando Araujo Vélez es patético. Patético viene de pathos”. Entonces le pregunté:
— Oscar me puede decir ¿qué es patético?
— Ah, yo no sé. Usted busque a ver qué es.
Me tomó diez años en entender y, claro, cuando lo logré dije: Sí, lo soy.
Patético de padecer, de tomarse todo en serio, de pasión, de pathos. Él me dijo después lo de sugerir, con lo que me puse histérico, pero luego entendí la gran lección que me dio de por vida, la de que yo tenía que encontrar mi camino porque nada obedece a manuales ni a instrucciones. Es mi camino. En literatura no hay una manera de escribir, cada uno tiene la suya.
Ahí comencé a leer a los grandes escritores. Cuando Cortázar dice que no hay arte sino artistas, yo digo, claro, no hay literatura hay escritores, no hay periodismo hay periodistas, no hay pintura hay pintores.
Estoy convencido de eso. No hay absolutos. Ese sugerir lo entendí no solo para la literatura, sino que supe que tenía que encontrar mi camino en todo, mi propio camino, mis palabras, mi ritmo. No renuncié, seguí escribiendo, fui evolucionando, creo, a fuerza de tropezones.
DEL DOMINGO AL VACÍO
Luego me llamó Adolfo Zableh porque quería escribir un libro de cosas cortas, se llamó Del domingo al vacío. Mucho después escribimos el de unos escaladores.
RETORNO
Cuando decidí retirarme de La Prensa pregunté cómo se escribía una carta de renuncia, me asesoraron y así lo hice. Después supe que Pastrana, su director, estaba muy dolido por esa manera de renunciar, porque me hubiera ido, además, porque somos parientes por Carlos Arango Vélez, su abuelo materno.
Decidí volver a hablarle, pues me sentía culpable, le manifesté que quería trabajar nuevamente en la revista, pero me dijo:
— Aquí no hay sueldo para usted.
— No me importa, págueme lo mínimo.
— ¿Qué quiere?
— Lo que usted diga.
— Bueno, maneje la sección de deportes.
Regresé, pero La Prensa estaba siempre en crisis, así que trabajé un año solo por amor al oficio. Luego me llamaron de un programa de televisión en el que conocí a personajes maravillosos como Raúl Gómez Jattin. Volví a Cromos. Luego estuve unos años desempleado y creo que fue que me cobraron factura por el libro Pena Máxima. Luego me pidieron hacer unos perfiles nuevamente para la revista Cromos.
Y POR FAVOR, MIÉNTEME
En un momento dado, y viene aquí otro clic en mi vida, estaba sin trabajo, bajo en defensas y jugando fútbol, cuando me cortaron una pierna. Si bien soy fanático de lavarme las manos con jabón antibacterial, en ese momento no tenía, así que me eché agua. A los tres días comenzó un dolor espantoso, se había infectado el hueso, me tuvieron que operar, me sacaron un pedazo y en esa operación se pasó la bacteria para arriba. Estuve en cuidados intensivos, al borde de la muerte.
Supe que tenía que escribir la novela, mi novela, sobre los antepasados de mi mamá, pues siempre tuve inquietud por ellos.
Recuerdo desde niño preguntando quiénes eran, cómo actuaban, por qué de esa manera. En la Costa todo el mundo es loco y éstos también lo eran, pero con plata, al extremo de que si te gustaban los toros te invitaban al otro día a una corrida en su casa y por la noche construían la plaza. Así, como en las películas.
Al salir de la clínica me fui a investigar a Cartagena. Durante varios meses estuve en hoteles de una estrella y me sentí como el investigador de las películas. Pasaba tiempo en la biblioteca sacando testimonios de todo el mundo, yendo al sitio.
Comencé a escribir la novela en el 2003, la cambié tres o cuatro veces y salió en el 2016. Lo más importante que he hecho en mi vida hasta este momento es esta novela.
Con ella aprendí muchas cosas, por ejemplo, que lo importante es el camino, estar escribiendo, estar haciendo y no la obra terminada. La meta es un invento de los financieros, de los bancos, las metas te dejan vacío.
Alguna vez, con lo del futbol, cuando Argentina quedó campeón del mundo en el 78, le pidieron al técnico, César Menotti, un tipo sabio, maravilloso, que escribiera un texto. Comenzó diciendo: Hoy es el día más triste de mi vida.
Y me tomó entender por qué dijo eso. Se habían ido cuatro años de trabajo, ya no tenía la ilusión de levantarse todos los días para cumplir un sueño, se fueron todos los jugadores a sus países, se quedó absolutamente solo.
Cuando estaba escribiendo esta novela, entendí muchísimas cosas. Me tomé trece años porque, aunque no se crea, yo soy paciente.
En un principio tenía miedo, por tratarse de mi familia. Comenzó siendo un trabajo periodístico hasta que en un momento decidí que fuera novela, aunque me costara el afecto de muchos en la familia.
El protagonista era el abuelo que mató de un tiro a otro tipo y que se robó las elecciones. Pero son cosas ciertas que hay que contar pues como decía Nietzsche: “La verdad, aunque haya que amar a nuestro enemigo y odiar a nuestro amigo”.
ENTRE LA ABSOLUTA INSEGURIDAD Y LA ABSOLUTA PREPOTENCIA
Cuando piensas en comenzar un libro, siempre estás nadando entre la absoluta inseguridad y la absoluta prepotencia. Nunca se está seguro de lo que pueda pasar con él.
Recuerdo la primera persona que leyó mi libro en Bucaramanga, que me dijo que le había encantado mi novela, fue el primer espaldarazo. Luego vinieron una cantidad de reseñas.
Estoy convencido, gracias a la escritura, de que lo que genera ilusión, lo que da vida, es levantarse a diario pensando en qué se va a hacer con este personaje o aquel. Siempre hay venganza dentro de todo lo que hacemos y en la literatura también.
Pienso que todos tenemos una venganza escondida o expuesta contra el mundo. Unos van, como El Conde de Montecristo, con los nombres escritos en un papel, repitiendo nombres. Otros no son tan obsesivos. En el escribir uno se puede vengar de quien quiera y como quiera, y por los siglos de los siglos. Y se puede lograr que a uno lo ame quien quiera.
Cuando un libro está publicado, también es una venganza de algunos sujetos, pues la mejor venganza suelen ser tus victorias.
EL ESPECTADOR
Una mañana hablé con Fidel Cano en El Espectador y por la tarde me llamó su secretaria para decirme cuál era el suelo y el cargo.
Inicié como redactor, luego me nombraron editor para Bogotá, nos inventamos los festivos, actualmente soy editor de cultura desde donde hacemos El Magazín y muchos otros proyectos.
El Espectador es el mejor sitio en el que puedes trabajar porque da libertad y el que la da es porque es grande.
EL CAMINANTE
En 1988 inicié El Caminante.
REFLEXIONES
- ¿Ahora, en estado de libertad y cumplido tu mayor sueño, superaste la rebeldía con la vida?
No, para nada. Sigo siendo aquél en ese sentido, como la canción de Raphael.
- Pero cuando uno es libre no es rebelde.
Claro que lo soy. Soy rebelde con las modas, con los clics, con los likes. También con la realidad de que siempre la cultura es lo último en este país y por eso hay que seguir luchando.
He entendido que el trabajo hay que involucrarlo a la vida. Vengo a luchar por la sección que considero más importante de todas, es la que pone los más altos referentes, los que te dejan pensando.
Desde aquí puedes cambiar la vida.
Si revisas, te darás cuenta de que lo que te marca son esas pequeñas cosas y la mirada original. Te marca una frase.
Hay un poema que leí de los hermanos Karamazov, ya ni siquiera sé si es cierto lo que voy a decir o no, pero me acuerdo de una frase en donde uno de los hermanos le decía al otro:
— Nunca le digas a una mujer te amo.
¡Oh sorpresa! ¡Pero, cómo es posible eso! Diez o quince años después entendí que la seguridad mata.
Leí un poema muy corto hace dos años de Octavio Paz que dice:
— Cuando mi abuelo se sentaba a la mesa, me hablaba de Porfirio Díaz y de Benito Juárez y de los — y los —. Y el mantel olía a pólvora.
Cuando mi padre se sentaba a la mesa, me hablaba de Pancho Villa, de Emiliano Zapata y el mantel olía a pólvora.
Y yo me quedo callado, ¿de quién podría hablar?
Eso que decíamos del descubrir… Vi ese poema y supe que ahí estaba la vida entera: ¿de quién podría hablar?, ¿de quién estamos hablando?, ¿a quién ponemos en nuestros periódicos, en nuestras páginas?, ¿qué es lo que realmente impacta, afecta y te deja pensando?
- Al escucharte me pregunto ¿por qué es lo que realmente peleas en tu vida?
Uno cuando escribe es claro que lo hace para transformar un poquito, así sea en el papel, ese mundo que a uno no le gusta.
- ¿Y qué es exactamente lo que quieres transformar?
A mí no me gusta cómo actúa la gente, tampoco la hipocresía, ni las mentiras.
- ¿Qué sí te gusta?
La autenticidad. Yo molesto mucho a la gente, la toreo, voy donde alguien y le mando una puya para que saque eso que tiene contenido adentro.
Detesto las máscaras. Soy patético.
A mí me preguntan ¿cómo estás? Y entro en crisis, porque yo no sé cómo estoy.
- ¿Y no es auténtico el mentiroso cuando miente porque está siendo fiel a su naturaleza?
Claro. Y los adoro en una obra literaria, en una película y en la vida real los aplaudo porque tienen una gran creatividad. Por eso mi novela se llama ‘Y por favor miénteme’.
Hay mezquindad y hay grandeza, yo quiero al mentiroso grande, que las mentiras sepan a mentira y huelan a mentira, es decir, una novela. Abrazo una mentira digna.
- ¿Cuál es la más digna mentira que has vivido y la que has construido?
¡Tú me estás haciendo las preguntas que yo siempre le hago a la gente!
La mentira más estúpida que dije es tan tonta que me valió una columna. Un día hice una entrevista a un tipo que había estado en Auschwitz y tenía el número marcado en su brazo, un polaco en Manizales que se llamaba Jaime Bromberg. Cuando llegué, me recibió su esposa, una señora muy amable.
Al señor de la cámara se le había olvidado la pila así que nos demoramos, cuando me senté a entrevistarlo, sin que yo saliera en la imagen, le pedí que me contara su historia. El tipo me dijo en tono elevado e histérico: ¡No! ¡Pregúnteme! ¡Usted es el que me tiene que preguntar yo le contesto!
Ese señor me metió miedo. Pasado un tiempo se cumplieron un número de años del Holocausto y trabajando en Cromos me preguntaron si conocía a alguien que hubiera estado en Aushwitz.
Me pidieron que hiciera la nota, pero yo no quería. Llamé, me contestó su señora muy amable, y me preguntó:
— ¿De parte de quién?
— Jaime Isaza (Me invento un nombre).
— Pero usted me suena muy familiar, es la voz de un joven que vino hace algunos años.
— No, es que somos primos y él me dio su teléfono.
— Venga cuando quiera.
Ya no podía echarme para atrás. Viajé, me abrió la puerta y me dijo:
— Pero ustedes son igualitos.
Esto solamente lo hago yo. ¡Soy un imbécil! Mentir con respecto a mi nombre no tiene presentación, además después firmé la nota.
- Pero si detestas las mentiras, ¿cómo mientes en algo tan fundamental como la identidad?
Por miedo. Por miedo se reacciona como no se espera. Me armé una película porque lo importante era la nota, el artículo.
– ¿Cuáles son tus más grandes fantasmas?
Uy, creo que siguen siendo el bien y el mal tan inculcados en mi familia. Todo lo relacionado con la ética y la moral. Viví un exceso de moral por eso soy tan rebelde.
Cuando leí Zaratustra lo hice a la luz de los faroles de la calle, caminando, una y otra vez, ahí se condensaba toda la vida. Cuando el tipo dice: Rompedme todas las tablas.
Yo celebraba en la calle, brincaba. Por eso digo que la felicidad para mí es descubrir. Cada vez que descubro cosas de estas me las apropio. Así pues que esos fantasmas me han atormentado toda la vida. Por lo mismo hay que romper con las cadenas.
Hoy mi medida para la gente es: ¿con quién me iría a una revolución? Antes era :¿con quién me iría al Everest? Porque se necesita gente grande, mentirosos grandes, verdaderos grandes, pero grandes, gente de lucha, de convicción.
- Emocionalmente ¿cuál es el momento más oscuro que has vivido?
Tiene que ver con ese momento de locura y es cierto. Siempre he dicho que no estoy loco, pero algún día caí en cuenta de que la locura no solamente es racional. Todo lo que pienso tiene una razón de ser muy lógica pero emocionalmente no.
Cuando caí en eso me reconocí en desequilibrio, por lo de la tiroides, por mi ensimismamiento, por las canciones, por las lecturas.
Ahora concluyo que, eso que llamamos amor, es altamente tóxico. Pero en una época sí creía en él, así me casé dos veces.
En mi segundo noviazgo viajé a La Habana, porque quería conocerla, nos casamos al mes, vivimos cuatro años juntos durante los cuales escribí canciones.
Hoy soy un convencido de que el amor ideal es el platónico, por eso volvemos a la literatura. Yo me suicidaría por una canción.
- Si fueras un género literario, serías drama y lo disfrutarías totalmente estoy segura.
¡Sí! El drama es lo mío. Euforia total.
El momento más memorable fue cuando una amiga me invitó a un bar de baladas. Se fue, tipo dos y media de la mañana. Entonces fui a un bar cercano donde le celebraban el cumpleaños a un compañero. Uno me dijo que los invitara a mi casa. Dudé, pero acabé por hacerlo. Llamé a mi hijo, Alejandro, para que conectara el equipo y llegamos treinta personas.
Las letras de las canciones las sentí muy profundamente, y todas son para matarse.
- ¿Cómo sobrevives a un día plano?
¡No puedo! Por ejemplo, un día cualquiera me invitaron a unas sesiones de yoga para que me calmara. ¡Por favor! ¡Pero quién ha dicho que yo quiero calma, que yo quiero paz interior! No, eso me desespera, prefiero estar histérico todo el tiempo. Yo me doy fuerza todo el tiempo.
- ¿Cómo te das fuerza?
Recordando a esos personajes que hay detrás de los grandes libros que he leído. Evocando sus vidas, sus luchas, sus miserias, y comprendiendo que ellos lograron sus obras. ¿Y yo?
- ¿Qué es un papel en blanco en tus manos?
La posibilidad de escribir lo mejor de mi vida, mi mejor texto.
- ¿Qué te produce?
Me emociona, pero nunca he llorado escribiendo.
- ¿Qué es un libro en tus manos?
La posibilidad de ser los personajes que están ahí contenidos.
- ¿Alguna vez has representado a algún personaje?
No, yo no puedo actuar, no puedo con eso.
- Pero tú te representas, eres un personaje.
No puedo con eso ni con el ¿quién eres? Porque no lo sé.
- ¿Qué es un premio en tus manos?
Detesto los premios, porque todo es humano. El mayor premio es el de vivir cada día.
- ¿Qué te reta?
Los obstáculos, lo difícil, la gente, las decepciones. La verdadera revolución se hace escribiendo, pero en muchos casos no hay obra.
- ¿Cuál es la mayor crítica que te haces?
Tal vez ser muy radical.
- ¿Cuál es tu misión en la vida?
Clavar cuchillos con lo que escribo y digo. Me gusta estremecer a la gente.
- ¿Descubrir?
Sí, también. Me crié con las novelas de personajes mitológicos muy profundos. Así que de niño creí que todo el mundo era de esa manera.
Soy consciente de que he ido por la vida buscando a la gente que me responda y sea como esos personajes, y aprehenderla.
Obviamente nunca lo he logrado ni ocurrirá porque somos seres solos, nacemos y morimos solos, y porque muy pocas personas tienen ese grado de profundidad.
- ¿Cuál es tu esencia?
Hmm…Creo que pese a todo lo que escribo, es la sensibilidad, pero mi esencia también es de pólvora.
- ¿Qué te dices en tus silencios?
Me doy fuerza, escribo y sueño.
- ¿Cómo cierras tus días?
Con supersticiones, ahora menos. Me acostaba siempre del mismo lado y tenía ritos, revisaba cada función de mi cuerpo, tocaba la cama por cada persona que quería.
- ¿Por el fútbol?
Sí, en parte. Me mandaba a hacer un vestido azul celeste cada vez que jugaba el equipo que quería y cantaba el himno cinco minutos antes, o ponía una canción que fuera clave.
- ¿Y así son tus hijos?
Así han sido mis hijos. El mayor es músico, tiene una banda, Montaña. Se presentó en Rock al Parque, ahora van a lanzar su disco.
La menor va a cumplir dieciocho años y canta bellísimo.
Con ellos he conocido el mundo de la música que obliga a una suerte de cosas, de rituales o de supersticiones si se quiere.
- ¿Qué es lo verdaderamente importante?
Lo importante en los mensajes, en las lecciones y en los contenidos que nos da la vida, es que debemos pasar del odio al amor.
- ¿Qué es lo de rescatar?
Tu obra, y no tu ego o tu vanidad.
- Eres un tenor en el sentido de vivir las notas altas.
“Prefiero la infinitud del goce en un instante a la eterna condena del hastío”, Baudelaire.
- ¿Qué debería decirse de ti el día de mañana?
¡Luchó!