Elvira Cuervo de Jaramillo

ELVIRA CUERVO DE JARAMILLO

Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Por encima de todo soy mamá, en segundo término, soy abuela y recientemente una orgullosa bisabuela. Para mí lo más importante en mi vida ha sido mi familia, mis descendientes. Mi ascendencia, más que presencial, fue relatada y leída a través de múltiples publicaciones.

ORÍGENES – RAMA MATERNA

Mamá murió muy joven, a sus veintiocho años cuando yo tenía tres, por lo tanto, no tuve oportunidad de enterarme de su historia. Pero alguna vez el presidente Álvaro Uribe en un vuelo me preguntó por mi apellido Uribe, entonces le dije: “Presidente, no tengo ni idea, pero voy a investigar”.

Así lo hice y encontré lo siguiente. Desde 1656: Martín Uribe de Echavarría, casado con Ana Restrepo Peláez. De1696: Juan Uribe Restrepo casado con María Josefa Betancur. Vicente Uribe Betancur casado con Juana Mejía de Tovar Mesa. En 1750 Gregorio Uribe Mejía casado con María de la Cruz Bárbara Mejía Vallejo. De 1783: Juan de Dios Uribe Mejía, casado con Fernanda Echeverry Uribe y padres de Don Heraclio Uribe Echeverry. Heraclio casó con Doña María Uribe Uribe, hermana del general Uribe Uribe. Juan Crisóstomo Uribe Uribe, se casó con Doña Ana Joaquina Correa Mejía. De hecho, tengo cuatro veces el Uribe. Mi abuelo fue Francisco Uribe Correa Uribe Uribe.

MARGARITA HOYOS ROBLEDO – ABUELA

Mi abuela, Margarita Hoyos Robledo de Uribe, era hermana de don Guillermo Hoyos Robledo, padre de Doña Melba Hoyos de Londoño y Londoño. Dicen que su padre se llamó Don Montegranario Hoyos, un hombre que forjó una gran fortuna y que vivió en la plaza principal de Manizales. Su casa fue punto de referencia. Dicen también que fue sobrino de José Hilario López, información que no he podido confirmar. Montegranario se casó con doña Ana Robledo.

Mi abuela Margarita Hoyos vivió mucho tiempo en Cali mientras mi abuelo se desempeñaba como jefe de aduanas del puerto de Buenaventura. Poco tiempo vivieron juntos pues mi abuelo Pachuribe, así lo llamaban, compró una finca en Puerto Boyacá a la cuál se dedicó hasta casi su fallecimiento. Fue en ese lugar tan especial adonde aprendí a caminar. También fue allí cuando una noche mi hermano y yo mirábamos por la ventana al salón de reuniones y vimos cómo se acercaba una culebra al asiento de mi mamá y salimos gritando para advertirla. En la finca mi mamá nos deleitaba cantando acompañada  de su guitarra.

Regresó mi abuelo muy enfermo a morir a casa de mi abuela, cuando yo tenía quince años.

Margarita, mi abuela, tuvo una vida muy accidentada. Las costumbres entre los antioqueños de aquella época no permitían que las mujeres aprendieran a leer ni a escribir, tampoco se les daba zapatos. Pero ella, que era muy inteligente, aprendió a los quince años y escribió sus recetas de cocina que conservo, aunque poco se le entiende.

Mi hermano Gonzalo y yo le decíamos Mamá Mola, ella tenía un carácter muy recio. Vivió el dolor de la irreparable pérdida de dos de sus hijos.  Mi abuelo un día jugaba con su primogénito recién nacido lanzándolo al aire y se le cayó al suelo causándole la muerte.

Cuando mi abuela vino a vivir a Bogotá matriculó a su segundo hijo en el Gimnasio Moderno. Viajaron a una excursión en la que le dio tifo, y también murió. Su hija, mi mamá, que era su adoración, murió a los veintiocho años. A mi abuela solo la vi sonreír una vez, cuando nació Eduardo, mi único hijo hombre.

Fue íntima amiga de Lorencita Villegas de Santos quien junto con Eduardo Santos se la llevaban a sus viajes a Europa donde aprendió muchísimo de historia de cada estilo de las diferentes épocas. Cuando llegó a Bogotá a convertirse en la gurú de los muebles y la decoración, todavía hay muebles diseñados por ella en varias casas.

Era muy impositiva, quiso que me casara con un vestido de época, a lo que no accedí. Cuando el distrito fue a tumbar su casa de la carrera quinta frente a la Biblioteca Nacional por la construcción de los puentes de la Calle 26, le exigió a Julio Ortega Samper, secretario de Obras Públicas, que le pagara en efectivo lo que ella pidiera. Así se hizo, y llegó el funcionario público con un maletín lleno de efectivo hasta su casa. Eran otros tiempos.

Solía caminar desde el Hotel Continental en la Avenida Jiménez, donde decidió vivir, hasta mi casa que quedaba en la 73, porque no permitía que se la recogiera.

En algún momento un médico le recomendó tomarse un whisky antes de dormir. Empezó con uno, pasó a dos, a tres, a media botella. Cualquier día recibí una llamada del Hotel angustiados porque no abría la puerta y necesitaban autorización para tumbarla. La encontraron en el suelo totalmente intoxicada.

Fui con Nicolás García, secretario de Gobierno, para hacer los trámites que me permitieran trasladarla a la Clínica Santo Tomás. La internamos, lo que significó un proceso muy duro para mí, pues mi medio hermano vivió toda su vida por fuera. Este internado duró 5 o 6 años cinco años. Luego decidimos con Eduardo cambiarla de sitio, a Calucé, una casa de ancianos en Chía donde quedó muy bien instalada y cómoda con enfermera permanente. Allí vivió por doce años y alcanzó a conocer a su bisnieto, Enrique Casas.

RAMA PATERNA

Me crie con la familia Cuervo en la que nos hemos sentido muy orgullosos de nuestro apellido. Es un apellido que se hizo a sí mismo, gente honesta, dedicada a las letras y a la política, cuando esta se ejercía exclusivamente para servir al país.

Don Isidro Cuervo oriundo del Ferrol en Galicia, fue el primer Cuervo de quién se tiene noticias debió nacer hacia 1675 murió en Oicatá en 1756. Casó con Doña Josefa Rojas nacida en Tunja.  

Uno de los hijos José Antonio Cuervo Rojas casó con Nicolasa Barreto Escobar, padres de Rufino Cuervo Barreto, vicepresidente de la República y encargado de la presidencia en repetidas ocasiones. La elección de la presidencia se hacía por parte de delegados en la Iglesia de Santo Domingo frente al Palacio de Nariño. Los candidatos, uno del Partido Liberal, José Hilario López, y otro del Conservador, al que Rufino representaba. Empataron en la primera y segunda votación. Comenzó el movimiento de artesanos a amenazar con meterse en el templo, con boicotear las elecciones. Entonces Mariano Ospina Rodríguez, conservador y muy amigo de Rufino, dijo: “Para salvar al Congreso, voto por José Hilario López”.

Ahí se dio una división del Partido que fue irreconciliable. Los conservadores nunca entendieron su decisión, pero su frase quedó históricamente reflejada en la familia.

Rufino Cuervo se casó con María Francisca de Urisarri hija de Carlos Joaquín de Urisarri, recaudador de rentas del virreinato. Cuando llegaron las tropas libertadoras a Bogotá, don Carlos Joaquín, resolvió empacar todo lo que pudo en sus alforjas monedas de oro del recaudo de los impuestos, y se reunió con el virrey para  la salida de Santa Fe. Los independistas le cargaron el caballo y, estando en Facatativá, abrió las alforjas y encontró solo unas pastillas de chocolate. No tuvo más remedio que permitir que el virrey se fuera solo y él devolverse para Bogotá sin un centavo.

Todos los Cuervo fueron muy independistas, tanto que Nicolás Cuervo Barreto, hermano de mi tatarabuelo Rufino, firmó el acta de la Independencia, era cura y echaba los discursos más maravillosos a sus fieles para que firmaran el acta e hicieran la revolución. Los españoles lo llamaban el Demóstenes del Diablo.

Luego vinieron Rufino José, filólogo; Antonio Basilio, alcalde de Bogotá, congresista, presidente del Estado soberano del Tolima ministro de Colombia en España y ministro de Guerra en la administración de Miguel Antonio Caro. Ángel María, uno de los escritores más importantes del siglo XIX, autor del libro Cómo se evapora un ejército, referente para todos los historiadores. Nicolás quién murió de niño y Luis María, mi bisabuelo. Solo este último tuvo descendencia.

La casa donde vivió Rufino es la actual sede del Instituto Caro y Cuervo. Fue restaurada en la Gobernación de Joaquín Piñeros Corpas hace un varios años, pero sin los rigores que se exigen actualmente, entonces no se hizo arqueología ni investigación de la pintura mural.

Luis María Cuervo casó con doña Carolina Márquez, hija de José Ignacio Márquez protagonista de la historia del país y un personaje muy completo que le tomó el juramento a Bolívar en el Congreso de Cúcuta, presidente de la Corte Suprema de Justicia, del Congreso y de la República. La historia de su vida fue escrita por mi abuelo.

A Carolina la llamaban la Mama del Gobierno porque todos sus hijos fueron brillantes: Carlos Cuervo Márquez mi abuelo, Emilio Cuervo, escritor muy ilustre; Rufino, periodista que se subió a un tren y nunca se volvió a saber de él. Julio fue el primero que hizo el directorio de los teléfonos de Bogotá y una guía turística de la ciudad capital, pero le dio una grave enfermedad y murió aislado en Guateque, en una finca de la familia

Mi abuelo, Carlos Cuervo Márquez, la única posición que no pudo alcanzar fue Presidencia de la República: fue militar improvisado, pues no existía la carrera, peleó al lado del Partido Conservador con el general Reyes, participó en la Guerra de los Mil Días y en todas las guerras hasta 1903.

Carlos Cuervo fue arqueólogo, antropólogo, investigador que recorrió el país a caballo. Como relata la anécdota del libro Estudios arqueológicos y etnográficos de Colombia, llegaron junto al río Páez y se sentaron en un gran tronco cubierto de hojarasca. El tronco se empezó a mover porque realmente era una anaconda. Los guías le cortaron la cabeza con machete y mi abuelo pidió que le guardaran el cuero con el que se forraron dos sillas, un sofá y ocho asientos que heredamos. Mi nieto Eduardo hizo un recuento de esta historia en su colegio los Nogales, con la silla expuesta.

Mi abuelo visitó San Agustín, fue de los primeros en hacerlo después de Caldas. Referenció en un libro dibujos de las figuras que quería investigar. Encontró la fuente de Lavapatas, una de las más lindas piedras, tallada y con canales de agua. Pero nadie sabe qué fue, cómo pasó y por qué se desapareció esta extraordinaria civilización.

Tuvo una biblioteca absolutamente maravillosa que conservaron mis tías y que luego la adquirió la Biblioteca Luis Ángel Arango Mis tías me dijeron:

            — Mire, mijita. La biblioteca de papá está a su disposición excepto esos libros de allá arriba. Es preferible que no te los leas.

A las diez de la noche me estaba subiendo a un andamio para alcanzar los libros prohibidos: historias de reyes y papas, libros antiguos. Me metía entre la cama con una linterna a leer sin parar. Todo lo que sé se lo debo a los libros.

Mi padre, Carlos Cuervo Borda, fue por doce años representante de Colombia en Oriente: Japón, la delegación de China y Corea. Vivió en Yokohama. Conservo el exequatur firmado por el emperador Hirohito aceptando a papá y dándole todas las facilidades para que pudiera transitar por el Japón.

Creo que vivió feliz en un país que era muy atrasado antes de la guerra, en el que había una colonia inglesa y acompañado por los embajadores. En una carta, dirigida a mi abuelo, papá dice que pidió lo enviaran al lugar más lejano de Bogotá. Viajó dejando atrás a una sociedad bogotana de la que sintió alivio al tomar distancia.

Algo ocurrió, no tengo clara la razón, pero parece ser que la sociedad lo destruyó, lo criticó muchísimo. Sospecho que se enamoró de una señora casada, sin que lo tenga confirmado.

Permaneció soltero durante todo este tiempo y no se casó sino hasta que, ya de cierta edad, conoció a mi mamá.

Mi mamá, Lili Uribe Hoyos, para ese momento era una viuda muy joven. Había sido educada en el Sagrado Corazón de Londres, por lo que se sentía mucho más inglesa que colombiana.

El marido de mi mamá, de quien enviudó, Leonidas Gutiérrez, había sido uno de los pocos colombianos que se habían graduado en MIT en esa época. Un hombre del que puedo decir por fotografías que era absolutamente buen mozo. Mamá y Leonidas tuvieron un hijo, Gonzalo Gutiérrez Uribe.

Mis papás se enamoraron locamente y en cuatro o cinco meses se casaron llevándose a Gonzalo a su luna de miel. Papá era un hombre maduro, quizás tenía cuarenta y cinco años, y mamá veinticinco.

Luego se dieron una cantidad de situaciones un poco misteriosas que he tratado de entender, especialmente ahora que voy a cumplir ochenta años.

INFANCIA

Nací en el Hospital San José, en Bogotá, en el año 41. En el libro que mamá me escribía, hay unas referencias maravillosas sobre papá, pero solo hasta el momento de mi nacimiento. No tengo ninguna fotografía de ellos dos conmigo.

Luego, con el tiempo se separaron y he tenido, como es apenas natural, una curiosidad, de saber qué fue lo que pasó. En algún momento le solicité al padre encargado del Tribunal Eclesiástico y gran amigo mío, que me permitiera ver el expediente de mis padres, pero me recomendó no hacerlo. Quise saber qué había pasado con ellos, la razón por la cual se separaron, y el por qué nunca los vi juntos. Me dijo: “¿Para qué? Usted se pone a leer eso y va a quedar resentida con alguno de los dos”.

El matrimonio de papá y mamá fue una cosa muy accidentada, en extremo complicada. Algunas personas dicen que papá era un poco coqueto, además un hombre inmensamente buen mozo al que acompañaba ese halo de misterio, el de haber vivido por más de una década en Oriente en una época cuando se viajaba por barco en recorridos que duraban dos meses desde Buenaventura hasta Japón.

Una vez separados mi papá se fue a vivir con sus tres hermanas solteras: Teresa Cuervo Borda, quien fue directora del Museo de Arte Colonial y fundadora del Museo Nacional; Julia y Clara. Ellas nunca se casaron pues viajaron tanto que, cada vez que se enamoraban de alguien, el gobierno los cambiaba de lugar. Mi abuelo fue embajador en Roma, Argentina y México, donde murió, por lo mismo mis tías nunca lograron esa tan necesaria estabilidad.

Conservo recuerdos con mi mamá y con mi abuela, Margarita Hoyos de Uribe, en un apartamento de segundo piso en la Plaza de las Nieves junto a lo que es la Empresa de Teléfonos de Bogotá. En el primer nivel debía haber una lechería, porque mi hermano y yo nos despertábamos con el ruido de las cantinas.

Mi mayor felicidad era que mis tías pasaran por mí, dos o tres veces por semana como debió consignarse en el acuerdo de divorcio. Llegaban en tranvía y me llevaban hasta la 73 con carrera once que era la casa de mi papá. Fui su niña consentida, el regalo que recibieron de Dios, y me adoraron.

Fui muy mal educada. Hacía pataletas para que me compraran un maniquí en la calle, también por una paleta. Realmente fui tontísima.

Cuando menos pensé me vi en la casa de mi papá y de mis tías por algo que no sabía muy bien, pero recordaba ver a mamá dormida en su cama napoleónica, de estilo francés. Pues mamá murió cuando yo tenía tres años y mi hermano ocho.

Días antes de su muerte, mi mamá estuvo con mis tías y les dijo: “Estoy muy mal y me voy a morir muy pronto, pero no me preocupa la suerte de la niña porque tiene a su papá y las tiene a ustedes. En cambio, me preocupa la suerte de Gonzalo porque no tiene sino a mi mamá y a su abuelo Juan de Dios Gutiérrez (papá de Leonidas)

No supe muy bien, pero el hecho es que mi vida cambió totalmente para bien. Sentí que estaba donde debía estar, con mi papá, a quien idolatré, y con mis tres tías. Papá, por exigencia mía, puso mi cama, que era rosada y con barandas, junto a la suya.

Me metí a su cama a mis cuatro años a que me leyera las tiras cómicas el Reyezuelo, Lorenzo y Pepita, Benitín y Eneas. Ahí aprendí a leer de tal suerte que, cuando entré al colegio, era la única niña de Kínder que sabía hacerlo.

Papá viudo siguió siendo importante. Algún día invitó a unos personajes de la política conservadora en honor de Mariano Ospina a un almuerzo en mi casa. Como yo era tan inquieta, me metí debajo de la mesa a escucharlos con gran interés. De pronto observé algo y salí por una esquina a decirle a mi papá: “Papito, papito, pusieron el mantel al revés”. Toda la mesa soltó la carcajada y me sentaron junto a Mariano Ospina Pérez. Pasó el almuerzo y en algún momento mi papá les dijo: “No crean que Elvira va a ser una señora ama de casa convencional, tengan la seguridad de que va a llegar al Congreso porque todo el tiempo está polemizando”. Sus palabras quedaron grabadas en mí.

Mi casa era preciosa, adornada por lo que papá había comprado de Oriente y que aún hoy conservamos.

MUSEO NACIONAL

Uno de los actos principales que presidió Laureano Gómez, director de la Conferencia Panamericana que tuvo lugar en abril de 1948, fue la inauguración del Museo Nacional de Colombia. Estaba invitado el general Marshall, todo el cuerpo diplomático y el Museo estaba absolutamente bien dispuesto.

Cuando nombraron a Teresa en la dirección, se encontró unas cajas de madera inmensas en un depósito en la Plaza de los Mártires y le dijo Eduardo Santos: “Mire dónde pone su museo”. Teresa dijo: “El único sitio en el que cabe el Museo Nacional es en el Panóptico”.

Tete con Germán Arciniegas como ministro de Educación y Eduardo Santos en la Presidencia, iniciaron la construcción de la Cárcel Modelo, trasladaron a los presos de inmediato y desocuparon así el Panóptico.

Este proceso me tocó vivirlo siendo muy pequeña, porque Teresa, cada vez que podía, me llevaba a que viera las obras y me sentaba sobre las rodillas de Laureano Gómez a ver los planos. Martha Segura escribió un libro sobre su historia, que es maravillosa, porque pasó de un sitio de reclusión a uno de total libertad. Si se observa bien, el Museo Nacional está lleno de arcos, los de las celdas.

En 1946 inició el montaje y terminó a las doce del 9 de abril de 1948. Era viernes, día cívico, por lo mismo no hubo colegios y a varios niños de los que estábamos involucrados con el proceso, como a María Lucía Holguín, porque su mamá Cecilia, era la secretaria privada de Teresa, a Sergio Camargo y a mí, nos pusieron con una caneca a recoger los restos de los materiales con los que se había protegido las piezas.

A la una de la tarde subió mi papá las escaleras a decirle a mi tía: “Teresa, mataron a Gaitán. No sabemos qué va a pasar. Mande a cerrar las puertas y a desocupar el Museo”. Había trescientos obreros en ese momento en funciones. Teresa, con mucha fuerza de voluntad, procedió de conformidad. Las puertas laterales no tenían rejas, pero nos quedamos al interior mi papá, mis tres tías, Cecilia Iregui, Blanca Sinisterra de Carreño -sobrina de Laureano Gómez- y tres empleados: recuerdo a Moyita y a Avelino, un expreso carpintero que no tenía a dónde ir y que Teresa incluyó en la nómina.

Hay escenas que no se me olvidarán nunca por dantescas. Vimos que el cielo se empezaba a poner rojo hacia el sur por los incendios. Una señora que portaba un abrigo de piel y que llevaba una nevera en una carretilla por la carrera séptima, bebía whisky a pico de botella. Las volquetas pasaban absolutamente llenas de gente con bayetillas rojas, con machetes y serruchos.

Vimos cómo los manifestantes se acercaban al Museo que izaba las banderas de los países que participaban en la Conferencia Panamericana que dio vida a la Organización de Estados Americanos – OEA. Entonces Teresa salió del Museo y dijo: “Paren aquí. Ustedes no pueden venir a liberar presos porque esta ya no es la cárcel. Este es el Museo Nacional de Colombia (y les mostró el letrero) y es donde se guarda el patrimonio cultural de ustedes, es el lugar donde está su historia. De manera que retírense”. Doblaron las astas, quemaron las banderas y se fueron.

El periódico El Siglo quedó totalmente destruido, además, algo que no cuenta nadie, Torcoroma, la Hacienda de Laureano Gómez, fue saqueada, incendiada, tanto que doña María Hurtado, se quedó sin nada ni siquiera pudo conservar su ropa. La casa de Daniel Mazuera, esposo de Cecilia Gómez, quedaba en el barrio la Soledad, lugar al que llegó mi tía Teresa para llevarle ropa interior a María Hurtado, vestidos y todo cuanto pudo. Así obró mucha gente de Bogotá porque los Gómez fueron una familia a la que dejaron sin nada, sin el periódico, sin la casa y sin pertenencias, como si ellos hubieran matado a Gaitán, cuando fue una organización criminal internacional para producir el caos que en efecto causaron.

A las cinco de la tarde, cuando ya había escampado, me alzó papá y me llevó a la carrera catorce con calle 34 donde tenía Cecilia Iregui de Holguín su casa. No había luz, escuchábamos noticias en un radio de pilas que decían que Mariano Ospina y Laureano Gómez estaban colgados en la Plaza de Bolívar y que el pueblo se había tomado la ciudad.

Nos quedamos a comer y a las cuatro de la mañana, cuando se habían calmado los tiroteos, Fernando, hermano de Cecilia, nos metió entre el carro, a mí me hicieron acostar en el suelo, y nos llevó hasta la casa en la calle 73.

Vinieron días muy complicados. Papá recibió la visita de uno de los miembros del Partido Comunista, Diego Montaña Cuéllar, vecino nuestro quien le dijo: “Doctor Cuervo, usted tiene que poner la bandera a media asta con el trapo negro, si no, le puede pasar algo”. Papá le contestó: “¿Usted me está amenazando?” / “No, le estoy previniendo”. / “Es lo mismo. Y no voy a hacerlo”. Papá de inmediato me envió a la Embajada de Chile que quedaba frente a mi casa, el embajador era Julio Barrenechea, gran poeta. Allá me quedé a dormir dos o tres noches mientras pasaba la amenaza.

Pero también hay una anécdota muy divertida. Mis tías se habían quedado con papá en su casa y habían puesto en el piso de arriba una trampa para los ratones. Cayó uno y rodó por las escaleras; por el ruido que ocasionó, mis tías creyeron que se les habían entrado y empezaron a gritar por las ventanas: “¡Se nos entraron, se nos entraron!”. Álvaro Leal Morales, que vivía junto a nosotros, corrió a socorrerlos, y papá se iba muriendo de la pena.

No se pudo llevar a cabo la Conferencia Panamericana que estaba programada para el Capitolio, entonces la realizaron en el Gimnasio Moderno. Mis tías se volvieron proveedoras de tintos y galletas que enviaron al Colegio, porque todo se cerró en Bogotá por más de dos semanas. A nosotros nos alimentó una prima hermana, muy mayor, que trabajaba en la Embajada de Alemania. Nos bajaba tarros de melocotones, espárragos, galletas. Fue una época terrible.

El banquete en el Museo se quedó servido y recuerdo que ese día, a las cinco de la tarde, le dije a papá: “Papá, me estoy muriendo de hambre”. Me contestó: “Mire mijita: Se puede estar muriendo de hambre, pero aquí no van a decir que la familia Cuervo se aprovechó y se comió el banquete. No se puede tocar nada, porque no es nuestro”.

Esas eran las normas de conducta de mi familia que, afortunadamente, han seguido porque las han heredado mis hijos, nietos y bisnietos: la rectitud, la transparencia y verticalidad.

El Museo se vino a inaugurar un mes después por Eduardo Zuleta Ángel, ministro de Relaciones, ya no por el presidente, y se hizo de una forma absolutamente discreta.

COLEGIO DE LA PRESENTACIÓN

Estudié en el Colegio de la Presentación porque quedaba a tres cuadras de mi casa. Mis tías me llevaban y me traían de regreso. Y en esa época uno iba a almorzar a la casa.

No tengo con qué darle gracias a Dios de haber llegado a ese colegio. La mayoría odiaba a las monjas, pero yo las adoré y les agradecí enormemente la educación que me dieron porque era muy buena. Recuerdo a mi profesor de literatura Oswaldo Díaz Díaz, pero fui malísima en matemáticas.

MUERTE DEL PAPÁ

En algún momento vi que sacaron mi cama de donde papá y la instalaron en el cuarto de Tete (Teresa). Pues papá se enfermó muy gravemente y murió cuando yo tenía nueve años.

Su muerte fue una tragedia para mí, pero conté con la felicidad de tener a mis tías que me acogieron, que me consintieron, que me dieron gusto en todo. Le contaba hace pocos días a mi nieta Elvira que toda la vida me ha dado una pereza horrible ponerme la pijama, entonces cuando chiquita me hacía la dormida para que entre mis tres tías lo hicieran. El caso es que ante la muerte de mi papá mis tías me sobreprotegieron aún más, ya ellas estaban un poco mayores.

Teresa siguió dirigiendo el Museo, entre otras para sostenernos porque a papá le negaron la pensión. Era la época de las luchas partidistas y, después de haber trabajado veinte años con el Ministerio de Relaciones Exteriores, no pudo contar con esos recursos.

El sueldo de Teresa era infeliz, mantener el nivel de vida al que estábamos acostumbradas no fue fácil en especial porque sus otras dos hermanas no trabajaban. Para hacer una comparación, cuando llegué al Museo Nacional, me encontré con que el sueldo del director era menor que el de mi secretaria privada de la Sociedad de Mejoras y Ornato de Bogotá. Por fortuna, Ramiro Osorio en sus primeros meses reajustó los sueldos cuando le dijo al presidente César Gaviria lo que se vivía en el sector de cultura.

LA VIDA CONTINÚA

Ese esfuerzo de mis tías por mantenerme fue enorme. Me hacían los vestidos, a veces no había para las medias-nueves: veinte centavos para la Coca-Cola y el paquete de papas fritas. Por fortuna tuve esa enseñanza pues me permitió apreciar todo lo que vino después, algo realmente milagroso.

Fui muy sola especialmente cuando a mi hermano lo mandaron a Canadá y nunca volvió. A sus ocho años llegó a uno de los grandes colegios de los jesuitas, luego pasó a la academia Saint Andrews, de origen escocés, donde todos los niños ricos de Bogotá iban a hacer su colegio.

Mis primos hermanos eran mayores veinte y hasta treinta años, porque papá era el chiquito de su casa entre siete hermanas y se había casado viejo. Mis primos segundos tienen origen alemán y no los vi mucho. En mi soledad me dediqué a la lectura.

Me vi frente a una situación muy extraña cuando se celebraba el día de la madre y llegaba con tres mamás a falta de la mía, pero en la celebración del día del padre estaba sola. Fui una niña rarísima.

En un momento dado y sin darme cuenta, me volví una mujer churrísima, con un cuerpazo maravilloso, era regia. Como debía atravesar el Virrey Solís, colegio de hombres, los del Germán Peña, los del Andino y los del Gimnasio Moderno bajaban a ver a las niñas entrar al colegio. Estudiaban niñas divinas como Fanny Gutiérrez de Sarmiento, Helena Concha Carolina Williamson y muchas otras.

Por esta razón me empezaron a pagar el bus cuando el colegio quedaba a dos cuadras. Entonces me recogían primero y me tocaba hacer todo el recorrido hasta la calle 57. Luego sí me dejaban a mí primero.

De las cinco amigas, que nos llamamos las “Quíntuples”, quedamos tres y recordamos esa época maravillosa.

MARYMOUNT

Cualquier día hablé con mis tías, les dije que no entendía el álgebra y que me quería cambiar al Marymount. Quise aprender inglés y aspiré a lo máximo que podía en ese momento una señorita: ser secretaria bilingüe de algún presidente de empresas como Avianca o Colseguros.

Allí tuve unas buenas amigas, pero no me sentí cómoda. Además, sentí la presión del matrimonio, entonces me retiré. Por instrucción de mis tías tomé cursos de cocina, de cómo tratar a los niños, y sobre otras labores en el Instituto de Instrucción Familiar Doña Nina Reyes.

NOVIAZGO

A mis quince o dieciséis años fui a una finca de una de mis amigas, nombre Bonnet Uribe. Estaba convencida de que yo sabía montar a caballo, pero este se desbocó, me caí y me rompí el brazo izquierdo. Entonces me llevaron a la Clínica Marly y no me operaron para que no me quedara cicatriz, pero me colgaron pesas por un mes.

Una parienta algo mayor, Blanca Borda de Jaramillo, era la que siempre llegaba primero a mi cumpleaños, entonces mis tías la invitaban a almorzar. Se acompañaba con una manta escocesa, con un libro y con chocolates “Besos de negra”. Cuando sufrí el accidente le dijo a su nieto, quien acababa de llegar de la Universidad de North Carolina graduado como ingeniero mecánico, que fuera a verme.

Blanca tenía todo absolutamente cuadrado con mis tías para que se diera una relación entre los dos, pero debí parecerle la china más brincona porque encontró mi cama rodeada de muchachitos, jóvenes mucho menores a él, pues él es mayor diez años. Al rato de haber llegado dijo: “Me voy. Lo siento en el alma, pero me voy”. No lo volví a ver por mucho tiempo.

A los dos años Blanca Borda nos invitó a un té. Nos reencontramos, estuvimos conversando y a mí me pareció un poco menos harto, aunque serio. Yo seguí pareciéndole una Coca-Cola brincona y de cola de caballo. Mis tías estaban fascinadas con él, como también mi abuela Margarita, que era una mujer muy necia, pero lo adoró desde que lo conoció y lo llamaba El Príncipe.

Comenzó una especie de romance entre los dos, aunque con altibajos. Eduardo ya trabajaba en la planta de Siberia de Cementos Samper, no me llamaba mucho y se me perdía, hasta cuando iba a cumplir los dieciocho años que Blanca Borda nuevamente nos convocó.

MATRIMONIO

Este señor, marido mío, con quien llevo sesenta y dos años de casada, apareció con un libro de decoración debajo del brazo. Nunca se ha oído una propuesta de matrimonio como la que te voy a contar. Me dijo:

— Te quiero mostrar aquí un par de cosas.

— ¿De qué se trata?

— La sala mide tanto por tanto, pero he pensado poner aquí el sofá de la oficina de mi papá, las dos sillas frente a la chimenea y el comedor que tienes de más, lo podemos subir a la Siberia. Ahí vamos armando, lo único que hay que mandar a hacer es la alcoba y he pensado en este modelo, ¿te parece?

— A ver, Jaramillo. ¡Explícame qué es esto! ¿Me estás proponiendo matrimonio?

— Pero ¡claro!

— ¿Cómo sabes que te voy a decir que sí?

— Ah, no. De sobra sé que sí.

¡Qué suficiencia la suya! Además, nunca me ha dicho que me quiere, si lo hiciera me parecería una ridiculez.

EDUARDO JARAMILLO

Es completamente flemático, no es para nada emocional, porque toda se le fue en la intelectual; fue presidente de Cementos Samper durante mucho tiempo, también miembro de la Junta Directiva del Banco de Bogotá, de la de Seguros Bolívar, presidente de Camacol y mil cosas más. Uno de los cinco hombres más importantes que hubo en Colombia en esa época fue Eduardo.

Es alguien muy seguro de sí mismo. Sus hijos y nietos lo llaman Jalisco, porque nunca pierde. Es un personaje absolutamente increíble al que me acostumbré.

Entonces Blanca Borda fraguó este matrimonio ante la vista complaciente de mis tías y de mi abuela, y por supuesto de la mamá de Eduardo, Esther Hoyos de Jaramillo.

SUEGRO

El papá de Eduardo, Eduardo Jaramillo Borda, era primo de mi papá, Carlos Cuervo Borda. Pero, como se casó con una antioqueña, no eran muy amigos porque él y su señora, Esther Hoyos de Jaramillo, vivían en la colonia antioqueña de Bogotá y no con la familia. De hecho, no conocí a mi suegro, nunca lo vi, en cambio sí a todos sus hermanos.

VIDA EN FAMILIA

Nos fuimos a vivir a la Siberia, donde quedaba la fábrica de Cementos Samper, arriba de la Calera. Eduardo tenía un Land Rover largo en el que nos transportábamos por la carretera que era destapada, lo que equivale a decir que estaba llena de huecos. Mis tías subían a visitarnos, entonces les ponía cama franca.

Como es apenas natural, al mes de estar casada quedé embarazada. Fui mamá de Lina a los diecinueve años y a los veinte de María Elvira. Tenían los cacheticos rojos por el frío, eran sanísimas, divinas.

BOGOTÁ

Cuando nombraron a Eduardo subgerente de la cementera, bajamos a Bogotá y tomamos una casita en arriendo. Cualquier día se les entraron los ladrones a mis tías y casi que se roban una de las piezas más finas, como es la Ponchera de plata que perteneció a Rufino Cuervo, pues la encontramos tirada en medio del jardín. Entonces nos llamaron a Eduardo y a mí, nos dijeron:

            — Tomen su casa que nosotros queremos vivir en un apartamento y no queremos seguirle cuidando las cosas a Elvira.

La casa me la había dejado mi papá, entonces nos mudamos a ella. Dijo Eduardo que le hiciéramos alguna reforma y que viviéramos allí con mis tías. Y a las que Dios no les dio hijos, sí una sobrina y cuatro nietos, porque mis hijos fueron eso para ellas y las llamaban Mamá Cuyita, Mamá Calucha y Tete.

Fue una época muy agradable, compartiendo en una construcción de mil metros cuadrados, pero éramos muchos cuando comenzaron los conflictos, Eduardo consideró que era hora de que pensáramos en alternativas. La casa se había deteriorado por el paso de los buses, entre otras cosas porque las casas de esa zona están construidas sobre el Lago Gaitán, hoy llamado El Lago, en el que navegué con mi papá, es decir, están construidas en humedales. Y por las continuas violentas manifestaciones de los estudiantes de la Pedagógica.  

Vendimos, nos llevamos a las tías a un apartamento muy cerca de nosotros y así estuvimos con ellas hasta que la última murió cuando mis hijos ya estaban grandes. Julia alcanzó el matrimonio de Lina y el de María Elvira, y murió a los 96 años esperando a la peluquera que le fuera a pintar el pelo.

CIVISMO EN LA CALERA

Solo se podía visitar Siberia en el todoterreno o a caballo. Un domingo me animó Eduardo a que fuéramos cabalgando. Pasé por la plaza principal y vi una torre con un portón que decía 1678. Quedé sorprendida porque lo que había adentro era un huerto de cebollas donde pastaba un burro, pero la entrada era majestuosa.

Mi tía Teresa pertenecía a la Fundación Beatriz Osorio, que era de la nieta de Don Pepe Sierra, su amiga. Entonces la invité para mostrarle. Se trataba de la capilla de la gran hacienda de don Venero de Leyva en la época del virreinato, el amo y señor de la Calera. Dijo mi tía: ¡Esto hay que reconstruirlo!

La Fundación destinó cincuenta mil pesos para la restauración, se hizo de forma precaria, pero se le puso teja al techo de doble agua, un camarín para la virgen, que es linda y que lleva un niño con botas rojas. El cuadro original está en la parroquia y es muy antiguo. Nosotros mandamos a hacer una réplica a Cristina de Wiedemann, la viuda de Guillermo Wiedemann.

Blanca Sinisterra de Carreño, Teresa y yo, pintamos las florecitas del Camarín para que quedara precioso. La iglesia la inauguró monseñor Emilio de Brigard, monseñor Bernardo Sanz de Santamaría y durante muchos años en ella se celebraron matrimonios, porque estuvo muy bien cuidada. Luego llegaron alcaldes que no valoraron el patrimonio y la dejaron caer, pero la ciudadanía protestó hasta rescatarla.

Son semillas que se van dejando, pues yo estaba muy joven. Esta fue mi primera obra. Después comenzó una etapa de mi vida muy interesante, porque, pese a lo flemático que es Eduardo, tiene la gran ventaja de dejarme ser y hacer.

CLUB DE JARDINERÍA

Elena Zapata, tía de Eduardo y casada con Álvaro Jaramillo Borda, me llamó a decirme:

— Óyeme, Elvirita, ¿a ti no te provocaría entrar al Club de Jardinería? Es que ahí se puede aprender mucho.

— Pues sí, qué te parece que sí me provoca.

Estaban los niños chiquitos y eso no me quitaba mucho tiempo. Curiosamente, al año siguiente me nombraron en la Presidencia para convertirme en la más joven en asumir esa responsabilidad.

Pensé que mientras estuviera allí y con Inés y Elisa Lara podríamos hacer algo importante. Visitamos al presidente de la República, Misael Pastrana para decirle que queríamos hacer una exposición mundial de flores. Empezaba el boom de las exportaciones con Ernesto Guáqueta y Miguel de Germán Ribón.

Nos dio un millón de pesos con los que armamos una exposición absolutamente maravillosa en Corferias, la primera y última Exposición Internacional de Flores.

Hay una anécdota en la que Consuelo Luzardo me dobla con un acento más rolo que el mío y eso ya es mucho decir. Asistieron noventa países, muchos compradores, fue un total éxito, pero nadie se le midió a repetirla.

Después del evento me senté en un andén y vi que todo el trabajo de dos años se iba en camiones de basura: las flores ya estaban marchitas, todo estaba seco. Entonces decidí que no volvería a trabajar en cosas tan efímeras. A partir de ese momento supe que quería hacer algo por la gente.

BIENESTAR SOCIAL

Estaba en Cartagena con mis cuatro niños cuando recibí la llamada del recién posesionado alcalde de Bogotá, Aníbal Fernández de Soto. Fui nombrada, en el Gobierno Pastrana, directora de Bienestar Social, que es el Bienestar Familiar a nivel local, hoy en día Secretaría de Integración Social, en reemplazo de Ofelia Jaramillo de Montoya, una mujer extraordinaria.

Me iba muriendo de susto pues, nunca me gradué de nada ni de secretaria, solo de mamá. Pero Eduardo me animó a aceptar el reto, aunque sabía que me encontraría con los problemas más dramáticos de la ciudad.

El primer día, cuando salí de la oficina después de reunirme con las directoras era tarde, mi conductor, Hernando Ramírez, me dijo:

            — Ay, doña Elvira. No sabe la sorpresa que le dejaron en la puerta.

Se trataba de un bebé recién nacido envuelto en periódicos y dentro de una caja de zapatos. Todavía me duele el corazón. Entonces me llevó al barrio la Victoria en el que había un hogar para el bebé. Allá lo dejé y averigüé por él durante mucho tiempo.

Es tal la cantidad de tragedias que se ve estando allí que no alcanza la mente para entender y duele el corazón. Llegué llorando a mi casa y Eduardo me dijo: “Tú no puedes hacer esto, Elvira. Tienes que cerrar el switche antes de llegar a la casa, porque de otra forma nos vas a transmitir tu amargura”.

Surtí un proceso mental muy fuerte que me permitió atender mis temas, de otra forma hubiera sido un fracaso en mi vida. Así lo hice por los casi tres años que estuve al frente del cargo.

Un día llegó una de las funcionarias a decirme: “Doña Elvira, tuvimos que hospitalizar a una niña de seis años. Supimos que la dejaban siempre en un cuarto oscuro y amarrada con una cadena a la cama, además está completamente ciega porque nunca ha visto la luz”. El impacto fue enorme.

Otro caso, que me dolió profundamente, tuvo un final muy feliz. Hice un programa para que familias de Bogotá invitaran a los niños de Bienestar Social a la Navidad y que se quedaran a dormir y generar vínculos. En mi caso invité a mi casa a una niña que el padrastro había dejado, con la complacencia de la mamá, debajo de una mesa sin que pudiera salir durante seis años.

Era una niña con el pelo rojizo, preciosa, de nombre Fabiola. Y yo quise tenerla en mi casa donde pasó feliz, cantaba, se disfrazaba, usaba las pijamas de mis hijas. Cuatro meses más tarde llegó una pareja de franceses, hablaron en adopciones con Gilma porque buscaban a una niña con las características de Fabiola. Luego nos enteramos de que eran condes sin hijos, por lo mismo, Fabiola ahora es condesa y vive en un gran palacio en Francia. Me escribió durante varios años hasta, pero perdimos el rastro.

También me tocaron casos de enfermos mentales y mendigos. Trabajé muy estrechamente con el padre Javier de Nicoló, italiano, salesiano, a quien el gobierno le encomendó hacer la ciudadela del niño en el Salitre y que inauguramos con el presidente Pastrana y Aníbal Fernández de Soto.

La primera vez que hablé en público lo hice en la inauguración del centro comunal de la Victoria que atendía Bienestar Social. Recuerdo cuando el presidente Pastrana me pasó el micrófono y me dijo: “Hable, Elvira”. Me temblaron las piernas, el pelo, sentí pánico escénico. Finalmente dije alguna cosa y le fui perdiendo totalmente el miedo a enfrentarme a una audiencia.

Bienestar social construyó el jardín infantil de la Calera, mi segunda obra en el lugar, lo que me fue dando liderazgo en lo que para ese momento era un pueblo agrícola, híper rural, de campesinos, no lo que se conoce hoy en día como uno de los dormitorios de Bogotá.

SECRETARIA DE EDUCACIÓN DE CUNDINAMARCA

Dos días después de terminado el período de Aníbal Fernández de Soto, me llamó Hernando Zuleta, recién nombrado gobernador de Cundinamarca por el presidente Alfonso López Michelsen. Me dijo: “La acabo de nombrar secretaria de Educación. Ya está firmado el decreto”. Le dije: “Usted ni me consulta”.

Llegué al Palacio de San Francisco, el despacho era importantísimo, me sentí como una princesa, pero me tenía que enfrentar a dos sindicatos, uno de maestros de primaria y otro de profesores de secundaria, que obviamente me veían, como decía Alfonso López Caballero, como una oligarca, sin serlo. Veían en mí todos los problemas del mundo porque la familia Cuervo siempre estuvo mandando en la vida nacional, es tan así que, a mi abuela, Carolina Márquez, le llamaban la Mama del Gobierno porque todos sus hijos estaban en alguna cosa importantísima. De las pocas familias que hay en Colombia que tienen casa con nombre, es la nuestra, la Casa Cuervo, donde funciona el Instituto Caro y Cuervo pues fué Rufino José Cuervo junto con Andrés Bello los más importantes filólogos de la América Latina

Zuleta era un poco retador, porque nombró tesorera a Nohra Pombo de Junguito, a Marina Camacho de Samper, quien murió a comienzos de 2021, secretaria de Agricultura; a mi vecino Manuel Leal secretario de Hacienda; a Mauricio Llinás, secretario de Gobierno. Pero a nadie de Cundinamarca, entonces en el departamento no lo quisieron mucho.

Hice por primera vez en la historia de la institución un kardex de maestros. No lo llevaban para no tener control de los que nombraban sin carga académica. Registramos más de trece mil, relacionando la materia que dictaban, la escuela o colegio y el municipio en el que trabajaban. Pero quien me reemplazó destruyó todo este trabajo. Esta fue una experiencia triste cuando se piensa que lo que uno implementa puede NO tener continuidad.

CONCEJO DE BOGOTÁ Y ASAMBLEA DE CUNDINAMARCA

Cumplí con la aspiración de mi papá cuando dijo que llegaría al Congreso y comencé por el Concejo Municipal de La Calera y la Asamblea Departamental.

Estando ahí, hice el Colegio Departamental de la Calera y, cuando se acabó mi período, los calerunos me pidieron que los representara en el Concejo. Me retiré del servicio público temporalmente y me lancé a la política.

Fui elegida por tres períodos sucesivos, sin remuneración, por lo mismo no era incompatible ser diputado y concejal al mismo tiempo, como ocurrió en mi caso.

Un personaje muy particular con quien coincidí fue con Regina Betancourt (Regina 11) que llegaba con su gorro de baño azul y con su escoba. Un día se paró frente al pupitre del presidente del recinto y dijo: “Señor presidente, pido la palabra. Todos estos tipos que están aquí son una porquería, vengo a barrerlos. La única persona que tiene los ojos limpios es doña Elvira Cuervo de Jaramillo”. Casi me voy de espaldas.

En otra ocasión visitó la Calera y dijo: “Yo sé, con precisión, cuando sienten frío y cuando calor. Cierren los ojos”. Me preguntaba cómo lo lograría y la vi mirando una nube. Prosiguió: “En este momento están con frío”. Pero la nube fue destapando el sol, entonces dijo: “Van a empezar a sentir calor”.

Después de cuarenta años, recientemente pasé por su sede política y le dije: “¿Usted se acuerda de mí?” / “Por supuesto, doña Elvira”. Tuvimos una conversación bastante agradable. Fue una mujer que explotaba la ignorancia en la forma más impresionante que se tenga idea.

CONGRESO DE LA REPÚBLICA

Logré llegar al Congreso de la República en 1986 durante el gobierno de Virgilio Barco, con el apoyo del MOIR. Tarcisio Mora, presidente de los maestros, apareció en Viotá y me dijo: “Doña Elvira, usted es tan sumamente decente, equilibrada y equitativa, que el MOIR la va a acompañar en su campaña”. Inmediatamente llamé a Álvaro Gómez y le comenté; estuvo de acuerdo y me dijo: “Todo lo que sea sumar, mientras no te vayan a sacar después cuentas de cobro, me parece perfecto”. Y nunca lo hicieron.

Pero no me gustó esta experiencia. Pablo Escobar ya había salido de la Cámara, pero tenía a todos sus áulicos a quienes yo les resultaba incómoda puesto que me cuando me acercaba a un grupo se silenciaban o se esparcían, para no hablarme.

Fui muy independiente, acompañé al presidente Barco a la Reforma Constitucional que propuso en la que reviviría la extradición. En un momento dado, el 21 de diciembre de 1990, al final de la legislatura y del gobierno, se me acercó alguien de la Comisión Primera a decirme: “Doña Elvira, hay un señor afuera que quiere hablar con usted”. / “¿Quién es?” / “No tengo la menor idea, pero la requiere con urgencia”. Me reuní con un señor Buitrago Mustafá, abogado de Pablo Escobar. Me dijo:

— Doña Elvira, le quiero contar que la mayoría de la Comisión ya está comprada. Mi patrón no se ha atrevido a hacerle a usted ninguna propuesta, pero sabemos que está con la extradición, que quiere aprobarla. Les hemos ofrecido veinte millones de pesos que algunos han recibido, porque buscamos ser mayoría. Así pues, queremos contar con usted, por lo que mi patrón le manda a ofrecer cincuenta millones.

— Mire, señor. Llevo un nombre, un apellido con doscientos cincuenta años sirviéndole al país de manera honesta. Dígale a su patrón que usted no pudo darme la razón.

De inmediato hablé con Carlos Lemos, ministro de Gobierno: “Te voy a mandar una notica firmada en que te voy a comunicar que, a partir de hoy, me retiro de la Comisión Primera, del Congreso y de la política”. Así fue como terminó mi fugaz carrera política.

Jorge Sánchez Mallarino me dijo: “¿Tú que haces ahí, Elvira?” Y sí, tenía razón. La gente pensará que uno es igual a todos.

MUSEO NACIONAL

Estuve por unos días muy tranquila en mi casa, hasta que me llamó Ramiro Osorio, un tipo con voz de mexicano. Se presentó: “Soy Ramiro Osorio, me acaban de nombrar director de Colcultura y quiero hablar con usted. ¿Me invita a un tinto en su casa?”. / “Por supuesto”.

Nos reunimos y me manifestó:

— Creo que no hay mejor directora para el Museo Nacional que usted, pues tiene el legado Cuervo: las herencias de Rufino José y de Ángel Cuervo de sus viajes que hacen parte de la colección, Teresa Cuervo, su tía-mamá, fue quien lo organizó y usted la conoce divinamente. De tal suerte que el cargo es suyo.

Sin pensarlo dos veces le dije: “Acepto, Ramiro. Me parece maravilloso”.

Cuando entramos, él y yo, al Museo Nacional, creo que se arrepintió de haberme ofrecido el cargo y yo de haberlo aceptado: las aguas negras del Colegio Mayor de Cundinamarca inundaban el primer piso alcanzando el vestíbulo de entrada. Ponían tablas para que los niños pudieran entrar a las salas del primer piso, pero con botas de caucho. Fue necesario cerrar el primer piso por humedades y olores.

Para ese momento hacía ya muchos años que no entraba y me afecto verlo en semejante estado, por supuesto, a Ramiro también. Pero me dijo: “Haz lo que te parezca, no me consultes”. A los tres días asistí a una cita que le había pedido con José Antonio Ocampo, director de Planeación, un personaje absolutamente inteligente y maravilloso, y le dije: “Doctor Ocampo, usted no sabe del estado del Museo Nacional, es que ni lo invito porque a usted, que es un hombre sensible y conocedor, le da un ataque”. / “¿Qué quiere?” / “Siete mil millones para la restauración y tres mil para que el Ministerio de Educación compre el Colegio Mayor de Cundinamarca”. / “Perfecto. Cuente con eso”.

Cuando Ramiro recibió los recursos dijo: “¿Y esto cómo lo hiciste?” / “Tú me dijiste que hiciera lo que quisiera. Voy a empezar la restauración integral del Museo y te garantizo que no lo voy a cerrar.”

Tuve la gran suerte de haber contado con un equipo maravilloso, que ya estaba vinculado, y con la compañía de Beatriz González quien como historiadora del siglo XIX, como mujer que sabe hasta dónde ponen las garzas, no ha habido una igual. Trabajamos mancomunadamente por trece años en el guion, en la manera de contar la historia. Ella es algo izquierdosa y quería poner el cuadro de Laureano Gómez junto al de Débora Arango de El tren de la muerte. Le dije que me perdonara, pero que no. Nos hacíamos caso mutuamente. Fue una ayuda impresionante, un guion hecho a cuatro manos mientras se restauraba el Museo.

Un día mi secretaria, que estaba al frente de la oficina y que había que llamarla a gritos porque no había citófono ni computador, me dijo: “Ay, doña Elvira. Usted no sabe lo que me acaba de pasar” / “¿Qué te pasó? / “Me ha caído desde el tercer piso los orines de un niño”. Se cambiaron pisos y se arreglaron las goteras.

Por fortuna, José Antonio Ocampo me dio esa plata que luego Santiago Montenegro la ratificó. La restauración del museo se le debe a José Antonio quien, además, no me pidió rebaja.

Hicimos un nuevo montaje que partía de la época de la Edad de Piedra en nuestro territorio, calculado en ese momento en dieciocho mil años, pero ya se sabe que en Chiribiquete son más de veinte mil, hasta el 9 de abril de 1948. Esto fue así porque no había espacio y porque tampoco es fácil contar la historia contemporánea con objetividad, sobre todo cuando uno no la ha vivido.

Un año después de ocurridos los hechos de la toma del Palacio de Justicia, justo cuando iban a comenzar a restaurarlo, hablé con Gerardo Fríes, encargado de ese proceso. Le dije que quería llevarme para el Museo varias cosas del Palacio porque esa historia había que contarla en algún momento, claramente en ese momento no había espacio, pero sí a futuro. Me dijo que me llevara cuanto quisiera, y así lo hice: las cafeteras llenas de balazos, varios sofás y libros totalmente incendiados.

Cuando Ramiro salió y ya bajo la dirección de Juan Luis Mejía, Doris Salcedo quiso hacer una exposición con esos materiales, pero Juan Luis no aprobó y yo no quise entrar en discusiones con Belisario Betancur.

Más adelante pensé que había que contar la historia de las FARC, antes de que desaparecieran, como está pasando ahora que ya no son FARC sino Comunes, entonces pedí públicamente la toalla de Tirofijo. Necesitaba una foto o una indumentaria para lograrlo y qué mejor que su toalla. Pero se me vino el mundo entero encima, me decapitaron e insultaron.

Un día llegó Iván Cepeda, sin cita y sin tocar a la puerta. Me dijo: “Señora directora, usted tiene que hacer una exposición sobre Manuel Cepeda, mi padre”. Le dije: “No tengo que hacer nada de lo que gente externa me diga pues soy funcionaria del Gobierno. Entonces mejor dígale al ministro que me ordene eso y con el mayor gusto le hacemos un homenaje”. Pero nunca se hizo la exposición.

EXPOSICIONES

Es el cargo que más he gozado en mi vida, pese a las dificultades. Me dediqué a traerle a los colombianos lo mejor de los museos europeos con el único fin de que quien no pudiera visitarlos, los pudiera ver en Bogotá.

La primera gran exposición que trajimos, en época de Carolina Barco cuando era embajadora en Londres, y contratando los seguros con donaciones de empresas, fue la del gran artista, escultor inglés, Henry Moore, piezas magnánimas en bronce y mármol. Siguieron Picasso con obras de coleccionistas privados. También expusimos los pequeños grabados de Rembrandt acompañados de una lupa.

Como no pudimos pagar los seguros de la colección Rau, gestionamos un convenio a través del Banco de la República porque todo lo que llegue a él queda automáticamente asegurado. Eran cuadros de Henri Matisse, Renoir, Goya, Canaletto, que expusimos en la Casa de la Moneda a la que llegaron 230 mil personas.

Exhibimos una colección de moda por primera vez en Colombia con Pierre Cardin, sus vestidos más icónicos en maniquíes de plástico. Fue una divinidad que atrajo a muchísima gente.

La exposición más difícil que he hecho en mi vida fue la de los Guerreros de Terracota de Xi’an. Fui varias veces a la China, un viaje que resulta complicado por el lenguaje, pues cada pregunta tomaba veinte minutos mientras los traductores hacen lo suyo. Las fichas técnicas llegaron en mandarín, por lo tanto, hubo que traducirlas. Como los guerreros son de arcilla y huecos por dentro, las calles de Bogotá significaban un riesgo enorme en extremo. Viajaron de Xi’an a Beijin y de allí a Bogotá; del Aeropuerto El Dorado al Museo, en camión por caminos que no tuvieran tantos cráteres y huecos que las pudieran rajar o romper, entonces fue necesario contratar una cama baja, con amortiguadores. Se detenían ante cada hueco para rellenarlo de algún material, de tal suerte que no afectara las esculturas.

Trajimos por primera y única vez desde Perú, el Señor de Sipán e hicimos una réplica de su tumba. Fue visitada por más de doscientas mil personas.

Recuerdo que el día que Lina Moreno de Uribe quiso ir a ver la exposición de la Colección Rau, recién posesionado el presidente Uribe, rompieron una cornisa de la Casa de Nariño con un petardo. El tema de los seguros hace muy complejo todo a un país como el nuestro amenazado por terrorismo.

MINISTERIO DE CULTURA

El presidente Uribe me dijo que comenzara a hacer empalme con María Consuelo Araújo. Le pregunté la razón y me dijo: “Es que usted va a ser la próxima ministra. Se lo merece porque ha hecho una labor maravillosa en su vida, le han tenido que habilitar el servicio civil”.

Renuncié al Museo, fui viceministra por dos meses mientras aprendía y asumí el cargo cuando María Consuelo se fue como canciller. Era 2005, ya tenía 64 años y me resultó muy pesado por los viajes nacionales e internacionales.

Organicé el IV Congreso de la Lengua en Cartagena y en Medellín con doscientos académicos y siete mil invitados. Salió todo perfecto por el manejo impecable de los recursos que dio María Beatriz Canal, secretaria general del Ministerio. Asistieron los reyes de España, Bill Clinton, entre otras muy connotadas personalidades. Pero también se celebraban los ochenta años de Gabriel García Márquez entonces fue un evento fantástico que no tuvo ningún inconveniente.

Llevé a ChocQuibTown a Guadalajara por primera vez y fueron lo mejor de esa delegación. A ellos los quiero profundamente.

Dejé previstos diez mil millones para la compra e iniciación de la ampliación del Museo, pues sabíamos que el Colegio Mayor se podía trasladar a un lote en la calle 19 con carrera 13 donde era antiguamente el Matadero Municipal. Pero, Paula Marcela Moreno, quien me sucedió, los dejó perder porque no quiso nunca hablar con el funcionario que delegaron en la Alcaldía, pues dijo que ella solo hablaba con los alcaldes.

Recibí la visita de Paula Marcela Moreno recién nombrada en mi despacho, a darme la orden de no firmar un solo contrato más, esto después de haber desplazado a mi secretaria privada de su oficina, Le pregunté: ¿Cuándo toma usted posesión del cargo? Me dijo que en un mes. Entonces de inmediato fui donde el ministro y le pedí que me aceptara la renuncia en ese mismo instante, porque yo no iba a ser un artículo decorativo en el Ministerio mientras se cumplía mi período.

Fue un Ministerio muy complicado porque Uribe estaba muy amenazado y cada viaje que hacíamos de Consejos Comunales resultaban peligrosos, además, él se quedaba hasta que el último asistente se retirara, sin importar la hora.

Un día estábamos en Pitalito – Huila, después de recorrer San Agustín, cuando se le acercó su agente de seguridad a decirle algo al oído. Entonces el presidente con toda calma dijo: “Le voy a pedir el gran favor a los ministros de que se retiren porque vamos a cerrar este coloquio. Queridos amigos es una lástima, pero tengo que devolverme a Bogotá por una emergencia”. Nos montamos en una chiva a la que casi no logro entrar. Luego todos corrieron al helicóptero en medio del potrero. Yo no podía correr, fui muy lento, pero alcancé a subirme. Ahí me di cuenta de que tenía que renunciar, de que eso ya no era para mí. Lo pensé muy bien antes de presentarle la renuncia al presidente, Tenía sesenta y siete años.

Recuerdo que Uribe lo llamaba a uno a las dos de la mañana a preguntar cuántos libros había en la biblioteca de Gamarra, ¡y ay de que uno se equivocara! Germán Montoya decía que Colombia tiene Uribe para rato por persistente. Claro, es una amenaza para la izquierda muy fuerte.

JUNTAS DIRECTIVAS

He pertenecido a un buen número de Juntas Directivas que van desde el arte popular a la asistencia social, artesanías, música. Así me he conectado con el mundo, especialmente en pandemia: Minuto de Dios, Fundación BAT de Arte Popular, Orquesta Sinfónica de Colombia, Artesanías de Colombia. Estuve en Teatro Libre hasta que, a un grupo de colaboradores entre ellos Piedad Bonnet, Carlos Angulo Galvis, Jean Claude Bessudo, Patricia Uribe, Claudia Montilla y a mí, nos sacó el director sin que sepamos la razón.

El hecho es que mientras pueda contribuir, lo haré con el mayor de los placeres.

CORPORACIÓN MINUTO DE DIOS

Acababa de salir de Bienestar Social en el año 73 cuando recibí la llamada de Rafael García Herreros a decirme: “Doña Elvira, la llamo para decirle que no creo en las mujeres, pero me han hablado tan bien de usted que quiero que haga parte de la Junta Directiva de la Corporación Minuto de Dios”. Le dije: “Padre, es un honor para mí. Haré todo cuanto pueda para que continúe con toda su orientación, su sabiduría y su santidad”. Sigo vinculada y soy la única mujer en la Junta. He sido testigo del crecimiento que ha tenido. Únicamente me retiré por dos años y medio mientras estuve en el Ministerio por incompatibilidad, pues el Gobierno siempre le entrega al Minuto de Dios proyectos de salvamento en las regiones para reconstrucción de vivienda.

A mi regreso hablé con el padre Diego para manifestarle que me gustaría que me reemplazara mi hijo Eduardo pues llevaba más de cincuenta años vinculada. Lo acogió encantado, pero me dejó como su suplente.

La Universidad Uniminuto es la que más estudiantes tiene en el país. Cuenta con ocho sedes, cuarenta y dos colegios y un buen número de jardines infantiles, y con el componente social y espiritual.

Las casas del Minuto de Dios se han valorizado con el tiempo, ahora se construyen edificios y vienen nuevos proyectos en todas las regiones del país víctimas de tragedias.

El padre García Herreros está en proceso de beatificación.

MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO

Fui testigo de la fundación del Museo de Arte Contemporáneo en donde el padre García Herreros le pidió a artistas como Botero y Obregón, que le enviaran donaciones para el Museo que aún hoy sigue abierto al público.

El padre creía que no solamente se debía dar casas a la gente, sino que era necesario ofrecer una atención integral a través de la educación, de la cultura y de la iglesia.

FUNDACIÓN BAT

Ni con el Ministerio de Cultura ni con el Museo Nacional he recorrido el país como con la Fundación PAT. Ella me ha permitido encontrarme con la verdadera Colombia, con los artistas populares que no tuvieron formación académica ni oportunidades, pero que son auténticos. Concentramos nuestro trabajo en la Guajira, en toda la Costa Caribe, en los Llanos y Villavicencio.

ORQUESTA SINFÓNICA DE COLOMBIA

Mi participación en la Junta de la Orquesta Sinfónica de Colombia es reciente. Confieso que no soy experta en música, pero el Gobierno me nombró. En pandemia se han hecho conciertos virtuales en los que cada músico y el director se conectan desde sus casas sin que se afecte la calidad de las producciones.

ARTESANÍAS DE COLOMBIA

Me fascina Artesanías de Colombia porque se junta muy bien con BAT. En la exposición de artesanías, BAT tiene su pabellón. Se vive la creatividad, pero también la tradición cultural y el reconocimiento internacional para campesinos, indígenas y afrodescendientes.

FAMILIA

No tengo palabras para agradecerle a Dios por mi familia. Ahora quiero ser mucho más activa, primero lo fui con mis hijos, con mis 9 nietos y ahora mis 5 preciosos bisnietos son el foco principal de mi atención. Todos me llaman Nani.

LINA JARAMILLO CUERVO

Casi no alcanzo a salvar el honor con Lina, pues me casé en agosto 29 y la niña nació en junio 22. Está casada con Enrique Casas Mendoza, hijo del único Casas Santamaría que se quedó a vivir en Barranquilla cuando haciendo el rural de medicina se enamoró y se casó con María Emma Mendoza Lince. Tienen tres hijos: Enrique, Felipe y María Elvira, dos de ellos ya casados con hijos.

ENRIQUE JARAMILLO CUERVO

Enrique es administrador de Empresas del CESA y con MBA en Hult University de Boston. Trabajó en Coca Cola, Johnson y Johnson, actualmente está vinculado a Marsh. Está casado con María Andrea Serrano, máster en Hulk University de California y trabaja en Polar como jefe de compras. Son padres de Antonio y Enrique III a quien llamamos BamBam.

FELIPE JARAMILLO CUERVO

Felipe está en la zona de riesgo porque es médico, cirujano general de la Fundación Cardio Infantil y en Marly. Está casado con Laura Aguinaga jefe de la UCI respiratoria de la Fundación Santa Fe de Bogotá.

MARÍA ELVIRA JARAMILLO CUERVO

María Elvira es muy parecida a mí, pero no solo en apariencia, sino en forma de ser porque es rumbera, muy sociable. Es administradora de empresas y trabaja para la Fundación Creciendo, con sede en Campo Alegre en el municipio del Rosal. Se concentra en los niños para enseñarles, después de que terminan sus clases en el colegio, botánica, cocina y lúdica.  Esta casada con Camilo Albán Saldarriaga con quien tiene dos hijos: Diego y Carolina. Carolina está casada con Juan Carlos Williamson, y son padres de mellizas, mis bisnietas: Lorenza y Cayetana.  

Cristina es muy parecida a Lina. Tiene dos hijos: Carlos, acaba de terminar en la Universidad de Manchester Business Abilities, ingeniero Industrial de los Andes, muy vinculado a Inglaterra porque es bastante pro-inglés. Natalia es gerente operativa de Seven Eleven, multinacional del sector energético en Mexico.

Eduardo creo con la poca objetividad que tenemos las madres, que es un sujeto excepcional. Está casado con Ángela María Vergara, costeña, absolutamente divina, muy dulce en el trato. Son padres de dos hijos de diecisiete y quince años. Eduardo V y Sofía.

Y finalmente conmigo se acabó el apellido Cuervo, por la rama de los Cuervo Urisarri.