Darcy Quinn

DARCY QUINN

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Provengo de familia de inmigrantes por la rama paterna y de Boyacá por la materna. Recuerdo que alguna vez le pregunté a mi abuela Tutú, Marie Burn, el porqué de nuestros ojos rasgados y supe que su sangre era de indígenas norteamericanos y no de Oriente como alcancé a pensar. La de mi abuelo, Thomas Darcy, es de inmigrantes irlandeses que llegaron a California. Ahora ellos están enterrados en un cementerio absolutamente precioso en San Diego, en una montaña desde la que se observa el mar.

Cuando mi abuelo se fue a combatir en la Segunda Guerra Mundial, mi abuela estaba embarazada y en ese entretanto dio a luz a mi papá. Ellos solo se conocieron cuando ya habían pasado dos años, lo que generó ciertas dificultades de convivencia, pues mi abuelo llegó a imponer su orden y de alguna forma a quitarle toda la atención que él recibía de su mamá, pues ya tenía un mundo creado con ella y luego vinieron tres hermanos.

La familia de mi mamá, Zulma Reyes, que también fue de militares, tiene origen en Sogamoso. Su papá, Rafael Reyes, vino a Bogotá una vez se retiró de la milicia y conformó una familia de diez hijos. Él fue muy estricto y mi abuela toda una matrona dedicada al hogar.

Mi papá, Thomas Quinn, fue un hippie que desde siempre ejerció el periodismo pues editó el periódico de su colegio y contribuyó con el de su universidad aunque su formación fue de historiador y se ganó una beca para especializarse en Historia Latinoamericana en la Universidad de Los Andes. Una vez en el país se conectó con esa élite del periodismo conformada por Enrique Santos y otros.

Una vez terminó sus estudios decidió quedarse y como no tenía recursos se dedicó a dictar clases de inglés y lo hizo en la oficina de arquitectos donde trabajaba mi mamá. Era un hombre de dos metros, muy grueso y pesado, al que le decían La Aplanadora y con su presencia intimidaba porque le tenían pánico. Como le debían una plata, cualquier día se presentó a cobrarla furioso y afanado, entonces mi mamá lo atendió buscando calmarlo y cuando lo acompañó a cobrar su cheque, mi papá terminó echándole los perros hasta enamorarla.

Tuvieron una relación que duró dos años pues mi papá aceptó un trabajo en Washington y mi mamá no pudo acompañarlo porque no solo no tenía visa sino que mi abuelo no lo iba a permitir si no estaban casados.

Una vez en Estados Unidos, mi papá le mandó los papeles requeridos y el tiquete de ida sin regreso. Entonces mi mamá escribió una carta en la que pedía perdón, armó su maleta y salió volada de la casa para el aeropuerto. Resulta que justo ese día, 19 de abril de 1970, el M-19 se robó la espada de Bolívar lo que hizo que cerraran el aeropuerto y que mi mamá tuviera que dormir en casa de una amiga mientras se normalizaba todo. Al día siguiente tomó su vuelo y sin haber nunca antes montado en un avión, llegó a una ciudad que no conocía y sin hablar el idioma pero estaba confiada y positiva aunque muy nerviosa. Cuando se reunieron, mi papá se la llevó a su casa pretendiendo que se quedarían a vivir juntos y que ella aceptaría que él tuviera otras relaciones al mismo tiempo. Mi mamá no solo se puso furiosa sino que se asustó y corrió a la embajada a pedir ayuda.

Mi mamá fue siempre una mujer muy linda y de rasgos muy latinos, lo que le ayudó al momento de buscar trabajo. Inicialmente fue mesera pero luego, cuando cuidaba a un niño discapacitado, se intoxicó y recurrió a mi papá por ayuda aduciendo que no tenía a quién llamar. Deduzco que así justificó el que lo buscara y, en ese reencuentro, quedó en embarazo. Conservo la carta a través de la cual mi mamá le contó a su familia todo lo que estaba viviendo. Lloro cada vez que la leo pues le pide perdón a mi abuelo, le cuenta que tiene una nieta y me describe en detalle con la magnitud del amor que sentía. También les contó de su boda y de la felicidad tan grande que todo eso significaba para ella.

Pasados dos años mi papá decidió que quería vivir en Colombia. Era tan importante su amor por la naturaleza y su gusto por cultivar la tierra, que así fue como quiso disfrutar esa etapa de su vida, un joven en plenos años sesentas. Compraron una finca en el Tambo – Cauca por recomendación de un amigo astrólogo que le dijo que era un lugar energético y porque así lo indicaban los planetas. Allí vivimos seis años y fue donde nacieron dos de mis hermanas. Somos cuatro hijas, Darcy Marie, Iris Celeste, Gaeleen Anne y Susie Denisse, la menor y más consentida por todos.

Conservo los mejores recuerdos de una infancia maravillosa y totalmente libre, pero también los de la casa con absolutamente todos sus rincones, y a los animales que tuvimos: perros, gatos, gallinas y culebras que se atravesaban por el camino. Nuestros regalos en las fechas especiales eran un caballo, un conejo, o un columpio instalado en un árbol. Tuvimos telescopio para mirar las estrellas en esas noches espectaculares y acompañadas del sonido de los grillos y el coro de los sapos.

Como no había electricidad ni servicio de agua, mi papá instaló un ariete para tener ducha a través de una manguera. Eso resultaba súper moderno para el lugar y para el momento, pues lo normal era bañarse en el río. Recuerdo que tuvimos un televisor pequeñito al que se le ponían pilas pero, como consumía tantas, no es que lo viéramos mucho.

Mis papás fundaron una escuela que conserva una placa en su honor. Ahí estudié mis primeros años y fue donde hice mis primeros amigos. Con ellos supe que nuestra alimentación era distinta, pues había cosas que no comíamos como sancocho o harinas. En la casa mi mamá nos preparaba platos muy variados y con todo cuanto daba la tierra como el frijol verde, la yuca, pero también mermeladas y compotas de frutas. No siempre comimos carne, solo los días siguientes al mercado, pues no había nevera para congelarla, por lo mismo consumimos proteína vegetal. Con mis hermanas, ayudábamos a coger los huevos que ponían las gallinas y mi mamá hacía queso y miel me sabe y horneaba un pan que tenía un sabor y un aroma muy distinto pero también muy agradable, y le regalábamos a los vecinos pues teníamos en abundancia y no alcanzábamos a comérnoslo todo.

Uno de los propósitos de mi papá fue escribir un libro inspirado en la experiencia de vida que estaba teniendo. Él era un hippie viviendo en un lugar maravilloso al que todos visitaban, especialmente los gringos que venían al país. Uno de ellos me dejó su perro pues no podía seguir viajando con él, yo lo adopté y lo amé tan profundamente que hoy todavía lo lloro pues cuando nos fuimos del lugar me vi obligada a dejarlo. Sufrí el dolor más grande que cualquiera se pueda imaginar y por mucho tiempo bloqueé mi amor por las mascotas, precisamente por lo que significa perderlas. Para mí resulta traumático saber que un día no van a estar más.

En esa época la guerrilla hacía retenes y secuestraba a la gente, y al ser mi papá un extranjero tan visible y tan líder, lo relacionaron con un hombre rico y poderoso. Recuerdo haber visto una gente que vestía muy parecido a los militares pero mechudos y descuidados, a los que al comienzo había que darles comida y regalarles animales. Con el tiempo la exigencia fue mayor, empezaron a pedir plata y se oyeron voces que amenazaban con secuestrar a mi papá. Pese a que no pudimos comprobar que fuera cierto lo que decían, mi papá decidió que debíamos salir del lugar dejándolo todo, cada uno llevaba lo que podía cargar. Yo tenía ocho años cuando esto ocurrió, por lo mismo, no podía opinar, no podía revelarme y tuve que dejar mis tesoros tirados: mi perro y mis juguetes.

Por esta situación es que yo entiendo perfectamente lo que vive un desplazado, nosotros lo experimentamos y por fortuna contamos con una familia que nos brindó su apoyo. Alguna vez hice una regresión consciente y reveló que ese fue mi primer gran trauma en la vida, el haber tenido que dejarlo todo para empezar de nuevo, lo que de alguna forma me volvió muy desprendida. Mis apegos no son materiales sino emocionales, abrazo mis recuerdos, no soy acumuladora porque lo que no uso lo regalo pero soy muy apegada a las personas.

Comenzó para todos una etapa muy dura y, aunque mi abuelita nos recibió en su casa en Bogotá, no pudimos quedarnos por mucho tiempo. A mi papá se le acabó la plata así que tuvo que volver a enseñar inglés, pues todo había quedado enterrado en la finca: sueños, proyectos y recursos.

Entonces nos mudamos al ático de una casa estilo inglés detrás del Ministerio de Hacienda. Si bien el espacio era amplio, por lo menos así lo recuerdo, el techo era bajito por lo que nos golpeábamos la cabeza cada tanto. A un lugar así la arquitectura moderna lo llamaría loft, pero para mí será siempre la bohardilla.

En un par de ocasiones mi papá se devolvió al Tambo buscando rescatar las pertenencias y para dejar a alguien al cuidado de la tierra. En uno de esos viajes nos trajo un pino para que hiciéramos la navidad, con él calmó nuestra angustia y el llanto que nos producía cada vez que iba, aunque lo hacía de incógnito y en carro prestado. Pero igual invadieron los terrenos, se adueñaron de los animales y tomaron posesión de la casa.

El hecho es que esa fue una navidad muy especial, el pino nos conectaba con un lugar muy de nuestros afectos y, a pesar de la situación tan difícil que vivíamos en todo sentido, pudimos disfrutar enormemente pues toda la vida hemos celebrado dos tradiciones, la gringa y la colombiana, Santa Claus y el Niño Dios. Mi papá nos construyó una casita de muñecas y los accesorios los empacaron de manera separada para que parecieran muchos regalos: la salita, la cocina, las ollas, los cubiertos. Fue toda una fantasía. Pero también nos trajo un carro de pedales que le había regalado un cliente porque su hijo ya no lo usaba, entonces lo mandó a pintar y a ajustar, y lo montamos en la plazoleta del frente.

Tuve una infancia muy hermosa. Siendo niñas jugábamos a que el sofá era un carro que manejábamos, pero también hacíamos cambuches con las cobijas de la cama, y brillábamos el piso con Susie, la chiquita, acostándola en una cobija y arrastrándola por toda la casa. Cuando me regalaron bicicleta, yo insistía en que me las iba a llevar a todas, ponía a Susie en la canasta y a mis dos hermanas en la silla mirando hacia fuera conmigo en la mitad pedaleando, y claro, nos caíamos pero del chichón no pasaba.

Mi mamá nos hacía los disfraces para que saliéramos en Halloween como vaqueras, con kimonos y todo personaje que se le ocurriera; mi papá instituyó lo del conejo de Pascua entonces nos ponía huevitos de colores; el ratón Pérez fue importantísimo pero también lo fueron, como mencioné, Santa Claus y el niño Dios. Mi papá hizo todo para que nuestra infancia tuviera magia y mucha fantasía, sumando cuanta cosa la nutriera. Pese a todo, yo cargaba con la responsabilidad de ser la hija mayor, lo que me obligaba a ayudar a cuidar de mis hermanas.

Conseguimos colegio a través de una tía que fue educadora y que trabajó para el Distrito toda su vida. Al primero que asistí, quedaba en La Perseverancia, pero pasé por varios y ninguno dejó una huella importante. Participé en los grupos de teatro y, cuando quise cantar, supe que no era muy buena así que desistí.

Mi papá empezó a orientarse hacia el periodismo entonces vino un período de mucha más estabilidad para todos. A mí me mandaron a pasar un año en la casa de una tía en California para que perfeccionara el inglés, pero fue una terrible pesadilla. Era el año 89 cuando el país ardía en terrorismo, pero mi papá consideraba que yo debería aprovechar mi doble nacionalidad y las oportunidades que significaban el ser ciudadana americana. Estando allá tenía acceso a magníficas universidades, a créditos para pagarlas y después de dos años lograría mi residencia. Así que luego decidí irme a vivir donde un tío en San Francisco, pero comenzaron las bombas de Pablo Escobar, asesinaron a Galán, atentaron contra Samper.

Recuerdo cómo interrumpían la programación cada dos minutos con una noticia perversa de nuestro país. En las noches, si sonaba el teléfono, yo temía lo peor y fue tal mi grado de nervios que se me paralizó media cara. Mi papá insistía en que aguantara pero cuando ocurrió el terremoto de San Francisco, lo tomé como un mensaje del universo y me devolví. Y no me arrepiento ni por un instante de haberlo hecho pues esta decisión me dio la oportunidad de compartir unos años muy valiosos con mis papás y eso no lo paga nada, ni las mejores oportunidades.

A mí me gustaba el periodismo pero en el fondo lo que quería era ser actriz, deseo que no tenía ni la más mínima posibilidad de materializar. Por diversión durante la época del colegio hice reinados de belleza con mis primas en los que yo era la presentadora, también jugábamos a la emisora y en casetes grabábamos comerciales. Un día se me ocurrió que podíamos regalarle a mi papá de cumpleaños un periódico que ilustramos con fotos. Aunque he sido tímida, porque todavía siento nervios al presentar una noticia, me sobrepongo rápidamente, es algo que he sabido manejar.

En últimas, decidí lo primero y comencé a estudiar periodismo en La Javeriana por donde pasé muy rápido porque empecé a trabajar en sexto semestre y prácticamente dejé la carrera porque entré en crisis. Yo sabía que me estaban dando las herramientas que necesitaba pero le dije a mi papá: “Sabes papi, me voy a presentar en un proceso de la American Air Lines para ser azafata”. Tenía una amiga que la pasaba muy bien viajando, a ella le parecía lo máximo y pensó que yo tenía todo para eso porque hablaba inglés y era americana.

Esta situación le preocupó muchísimo a mi papá así que le pidió el favor a Myriam Ortiz, una amiga que trabajaba en el Noticiero 24 Horas, para que me ayudara a entrar y hacer unas prácticas. Myriam y Diana Sofía Giraldo me ayudaron a entrar, y Sergio Arboleda fue mi primer jefe. Me dieron cosas con las que pude aprender, por tres años hice reportería, notas de farándula y terminé tan involucrada que no volví a la universidad.

Solo había dos canales de televisión y nosotros estábamos enfrentados al Noticiero de las 7. Era la época de María Elvira Arango y Adriana Arango, luego llegaron Paula Jaramillo y Ana María Trujillo. En la medida en que fui madurando, también lo fueron los temas que abordaba, por ejemplo, me tocó la baja a Pablo Escobar y el Proceso 8.000. Fue muy curioso porque me mandaban a cubrir cosas que no prometían nada y estando en el lugar estallaba la gran noticia. Por ejemplo, una vez iba pasando por la setenta y dos con séptima cuando estaban construyendo una torre que en ese momento se derrumbó sepultando a una cantidad de obreros, o estando en la Corte Constitucional se dio la legalización de la dosis personal. Así fue como empecé a destacarme.

Al recordar, vuelvo a sentir la emoción tan grande que me producía tener una chiva, me daba ansiedad, impostaba la voz y decía: “Atención, esto que acaba de ocurrir realmente es muy grave”. Yo era dramática, casi teatral. Todavía experimento eso, me gusta tener la noticia que nadie más tiene, revelar los secretos antes que todos, aunque hoy en día eso es algo que a los periodistas les tiene muy sin cuidado, parece que son mucho más relajados pero en mi época éramos súper competitivos, buscábamos cómo ganarle al otro, igual situación se vivía entre los noticieros CM& y QAP, y los canales RCN y Caracol. Me formé al lado de periodistas de la talla de Yamid Amat, Diana Sofía Giraldo y Las Marías, y aprendí de ellos a ser competitiva y a buscar la noticia hasta lograrla.

Estando en 24 Horas, nuevamente mi papá se vio en una situación muy compleja que marcó su salida de la Revista Time cuando el embajador Myles Frechette dijo que no era posible que Tom Quinn se reuniera con los capos más buscados del país, los del Cartel de Cali, cuando el Gobierno no sabía cómo llegar a ellos. Así pues que lo presentó como una traición a la patria ante el Departamento de Estado de los Estados Unidos. Entonces la Revista lo citó a Nueva York y lo suspendió para iniciar un proceso de investigación. Mi papá sintió mucha presión y una gran desilusión, entonces les dijo que él llevaba muchos años como su corresponsal, poniendo la cara y recibiendo amenazas, que si no lo apoyaban se retiraba y un guardia de seguridad lo acompañó hasta la puerta. Lo que se había insinuado era que había recibido plata por la entrevista cuando él siempre fue un hombre correcto y un profesional muy serio.

Recuerdo que al recogerlo en el aeropuerto, en mi Sprint diminuto, lo vi devastado, y eso me conmovió tanto que le dije: “No te preocupes papi”. Como yo ya había comenzado a trabajar en el noticiero, quise darle la tranquilidad de que podía contar conmigo, aunque yo ganaba realmente muy poquito e incluso al comienzo trabajé sin recibir sueldo.Luego me llamaron de QAP que hizo una fuerte oposición al Gobierno Samper dado el elefante del Proceso 8.000 y frente a todo lo que ocurrió alrededor de Santiago Medina y Fernando Botero Zea.

Todo esto resultó muy complejo pero interesante y formador, tuve el privilegio de estar en una época de grandes sacudidas para el país, llenas de noticias, se escribieron grandes hechos para la historia de las últimas tres décadas, el caso Samper, la parapolítica con Uribe, su reelección y los procesos de Paz, lo que me ha dado mucho contexto y conciencia.

Los hermanos Rodríguez Orejuela le pagaban estadías en el Hotel Intercontinental a mucha gente que luego salió salpicada. Después de todo por lo que había pasado, resultó muy satisfactorio poder decir que mi papá no les recibió ni un café porque cuando estuvo entrevistándolos en Cali, mi papá pagó sus propias cuentas y nunca les recibió ni plata ni regalos como sí hicieron tantos.

Mi papá se reinventó, trabajó en otros medios, conservó su columna en El Tiempo, colaboró con medios internacionales sobre temas económicos, asumió nuevas responsabilidades, se dedicó a escribir sobre las esmeraldas y fue libretista de Fuego Verde, la serie más exitosa de RTI.

Habían pasado tres años, después de lo de Time, cuando mi papá murió en un accidente en 1996 estando yo en QAP y cuando él empezaba a encontrar estabilidad. Recuerdo cómo me molestaba diciéndole a la gente que él ya no era Tom Quinn sino el papá de Darcy, pero también se enojaba conmigo y me decía que el verdadero periodismo era el escrito pues no se explicaba cómo yo había preferido la televisión. Mi papá y yo fuimos muy amigos, muy cercanos y nos apoyamos siempre.

A la madrugada después de una fiesta de RTI y en la curva de un puente mal construido, el peralte estaba al revés y las barandas no contenían lo suficiente, mis papás fueron expulsados de la vía cuando venían en su carro. Mi papá murió de forma instantánea y mi mamá alcanzó a pasar dos días hospitalizada. Los enterramos juntos. Yo tenía 25 años y mis hermanas 21, 17 y 13. Nos tocó volver a comenzar, a organizarnos de nuevo y dividirnos las tareas. Como yo era la mayor, asumí más responsabilidades pero como no estaba acostumbrada a pagar cuentas, en varias ocasiones nos cortaron el agua porque se me olvidaba y es que ni sabíamos cómo hacerlo.

Gaeleen se devolvió de Miami, pues estaba viviendo la experiencia que yo no quise tener, y una vez en el país se matriculó en Los Andes, Iris en El Externado, yo seguí trabajando y entre todas nos dedicamos a Susie. Yo tenía planes, mi papá siempre quiso que hiciera un posgrado en Estados Unidos, me insistió mucho en eso, pero no se dio y ya no podría hacerlo.

Recuerdo que yo tenía un novio y a mi papá le parecía terrible que yo pensara en casarme y en tener hijos. Él siempre quiso que nosotras estudiáramos, viajáramos, nos hiciéramos unas verdaderas profesionales y nos impulsó mucho en eso. Por fortuna, mi papá siempre tuvo un seguro de vida en dólares lo que alivió un poco nuestra carga, con esa plata pudimos pagar las universidades de todas pero yo no quería que mis hermanas se gastaran sus recursos en cuentas de la casa, preferí que ahorraran o que los dedicaran a otras cosas, además, para ese momento yo ya tenía un ingreso más decente.

El año 97 fue para mí muy extraño, seguía trabajando pero me sentía muy perdida y muy golpeada. En 1998 me llamó Yamid para que trabajara con él en Caracol y acepté. Me concentré en trabajar y en buscar el éxito profesional, mi misión era ser la mejor y una mujer realmente exitosa.

Ese fue el gran despegue de mi carrera, me volví la mano derecha de Yamid, él me mandaba a cubrir los temas de orden público, políticos y Presidencia de la República. Me la pasé viajando, llegaba a mi casa a cambiar maleta porque así como estaba en Machuca, estaba en Chocó, en París o en Sudáfrica. Me mandaban a los viajes con satélite, muchas veces en vuelos chárter, porque era otra época para los medios, teníamos que llegar como fuera antes que RCN al lugar de los hechos y así fue como cubrí el terremoto de Armenia y tantas otras noticias más.

Alguna vez me pasó que confirmé que el Gobierno de Pastrana reanudaba el tratado de extradición y Colombia por primera vez, después de muchos años, volvía a extraditar a un colombiano. Me acerqué al ministro de justicia, Rómulo González, a preguntarle si ya había firmado, igual al de Minas, el Chiqui Valenzuela, solo faltaban por firmar tres o cuatro ministros, así que esa noche no me aguanté y eché un extra: “Atención, se acaba de reanudar oficialmente el tratado de extradición. Colombia está firmando la extradición de un tipo tal”.

Se armó el alboroto y al otro día lo negaron todo. Yamid me quería levantar y yo insistía en que sí habían firmado, le garanticé que sí lo habían hecho. Pusieron una bomba en la calle 116 y alcanzaron a decir que era como reacción al hecho de mi noticia y me responsabilizaron por eso. Alcancé a pensar que quizás sí, que era mi culpa, pero es que una bomba no la arman en cinco minutos, eso ya estaba programado. Me sentí horrible ese día pero finalmente, en la noche, el gobierno tuvo que confirmar que sí habían firmado y el comunicado salió con fecha del día anterior.

Mis hermanas y yo nos enamoramos de una casita de muñecas en la Circunvalar con 70, en un sitio de conservación estrato uno, diseñada por un arquitecto de gran reconocimiento, y tenía siete niveles por lo que cada una ocupaba un piso. Ahí logramos relativa estabilidad, estábamos muy organizadas y concentradas cada una en lo suyo, pero siempre apoyándonos y acompañándonos. Para cuidar de Susie llegó a nuestras vidas Cecilia y todavía después de veinte años, sigue conmigo. Nuestras peleas eran porque la una se le ponía la ropa a la otra, porque no encontrábamos los zapatos o la chaqueta. Pero también la pasábamos rico, hicimos muchas fiestas, grandísimas, de disfraces, que llenaban la cuadra de carros. Así viví hasta que me casé, a mis 32 años, con Carlos Montoya. Mis hermanas también comenzaron a irse, una se casó y se instaló en Miami, la otra viajó a Italia para hacer su MBA en la Luigi Bocconi y quedamos Susie y yo.

A Carlos lo conocí en Caracol cuando hice un paso muy breve. Viva FM con Néstor Morales, fue un programa que se acabó dos meses más tarde cuando llegó Julio Sánchez Cristo a hacer La W, y yo seguía en Caracol Televisión paralelamente, donde estuve once años. En una entrevista  Carlos me hizo reír mucho, él hacía parte de programas juveniles como Radioactiva, o haciéndose el loco me esperaba en el parqueadero aún a las cinco de la mañana hora en que llegábamos a la emisora. Estuvimos casados por seis años, nos separamos en buenos términos y todavía somos muy amigos.

La maternidad nunca fue una necesidad para mí, quizás porque de alguna forma la he ejercido desde mi rol de hermana mayor, fui mamá de mis hermanas, muchas veces y desde muy chiquita. Además mi ritmo laboral, mis viajes y mi momento profesional, no facilitaban el que contemplara la idea siquiera.

Presenté mi propio programa de televisión, Lechuza, con el que se buscaba hacerle competencia a La Noche de RCN con Claudia Gurisatti, y esto gracias al apoyo que tuve de Yamid que me promovió para que lo hiciera. Duró varios años, iba muy tarde en la noche, en la época en que los ratings eran más altos que los que marcan las grandes productoras de ahora.

Con nueve puntos de rating, podía considerarme una diva de la televisión, me volví blanco de los programas de chismes como Sweet, que siempre estaban haciendo referencia a si salía con alguien o a dónde iba. Llegué a preguntarme quién era yo, sentí la ansiedad del que figura, del que aparece en televisión y pensé que me iba a desaparecer si no estaba. Sentí pánico por eso, era ya una adicción. Todo esto me pareció muy superficial, me cansé de ser blanco de esos comentarios y chismes, y poco a poco me fui alejando de las cámaras. Entonces entendí que debía enfrentar la vida, fue mi decisión moverme de mi zona de confort, cambié mi estabilidad y tranquilidad, y el cariño de mis empleadores, para dar este paso.

Cuando me separé, decidí cambiar todo en mi vida, entre otras cosas, renuncié a Caracol Televisión y me fui a manejar la campaña de Germán Vargas Lleras. Comencé a cerrar ciclos, ya quería hacer otra cosa, aunque de diva volví a ser Cenicienta, se acabó el hechizo, atrás quedó el equipo de maquilladoras, conductores y camarógrafos, para comenzar a cargar la maleta, buscar mi hotel y peinarme de moña.

Esta experiencia la equiparo a un MBA, pues si bien se trataba de una campaña modesta, me permitió entender la política desde el otro frente, uno muy distinto al de la reportería política, en la que fui muy buena. Ahora conozco las dos caras, los dos espectros. Fue muy interesante la campaña de Germán pero también muy dura en términos de trabajo y de reconocimiento personal.

Llegué a Vargas por amigos en común y me gustaba por tratarse de un candidato joven y prometedor, el de la renovación. Eran finales del 2009. Trabajé seis meses hasta que me gritó, entonces, y por su constante maltrato, decidí escribirle un chat: “Hasta luego”. Y no fue más.

Yo ya estaba ennoviada de mi actual pareja y es cuando tomé la decisión de terminar mi carrera en la Universidad Sergio Arboleda (cuando Diana Sofía Iriarte era la decana) y porque La Javeriana realmente no me prestó atención. Presenté el ECAES, validé materias, hice trabajos y estudié consagrada durante año y medio hasta graduarme.

Fue una sensación extraña no estar al frente de la noticia como cuando mataron a Alfonso Cano y en vez de estarla cubriendo la estaba escuchando. Supe que era una necesidad muy sentida la de tener que volver a los medios y estaba resuelta a hacerlo, no así al sector público.

Soy muy dinámica, no soporto los tiempos que maneja lo público en donde todo se demora con mil trámites y papeles, con licitaciones hasta para comprar un café. El Estado es un dinosaurio, es pesado, es lento, me desespera, pierdo mucha energía en procesos y me desilusiona esa corrupción ramplante en la que tuve que ver a tantos colegas ofreciendo comisiones a cambio de que se les asignaran programas en televisión, por ejemplo, y ver a tantos funcionarios públicos de carrera atornillados a sus puestos y que en gran número, no todos claramente, están anquilosados y son patéticos. Para mí fue muy frustrante por lo mismo es un capítulo completamente cerrado.

Tuve que esperar a que llegara mi oportunidad en medios nuevamente, pero que fuera la acertada porque me ofrecieron varias cosas, pero yo no sentía que debía aceptarlas. Yamid me ofreció hacer reportería para CM& pero yo ya no quería, era una etapa superada.

Mi astrólogo me había dicho que yo iba hacia el sol y que estaría encima mío en julio, que no me preocupara. Así ocurrió, pues cuando me gradué recibí una llamada de Caracol Radio e inmediatamente acepté, pero también lo hizo Blu Radio. Entré a hacer parte de la mesa de Darío Arismendi, inicialmente en un proyecto muy tímido, iría con mis secretos llegando a las siete de la mañana pero yo quería estar desde temprano y me quedé desde las cinco de la mañana, lo que nunca cambió después. Esta no fue una experiencia que me resultara fácil, ni tan amable, pues siempre hay quienes generan un mal ambiente, quizá porque son personas que se sienten amenazadas. Debo admitir que mi sangre gringa me hace hablar con claridad, con franqueza, sin zalamería y a no ser políticamente correcta. Prefiero ser sincera y directa aunque eso signifique no estar del lado más popular sino sensato.

A Gustavo Gómez le preguntaron en El Espectador porqué me había dejado como parte de su equipo y él contestó:

“Ella es una persona controvertida en el ejercicio del periodismo, que se ha metido en muchas discusiones porque dice las cosas como las piensa, con mucha crudeza y sinceridad. La gente ve una Darcy que no es la que corresponde a la realidad: ella es una persona muy sensible, que vive de una forma muy tranquila, que no tiene tanta ropa, ni tanto dinero como la gente cree. Pero lo fundamental es que en un mundo donde ya es difícil tener chivas, porque nadie tiene exclusivas, ella se las arregla todos los días para jalar la pita y llevar material genuino a la mesa. Tengo que reconocer que hemos tenido muchas discusiones sobre temas muy puntuales, como por ejemplo la imagen que dice tener de Jaime Garzón. Pero por esas grandes diferencias también es valioso tenerla en el programa”.

Mi nombre genera de entrada cierta resistencia, lo he vivido desde chiquita, lo relacionan con mucha plata y, como ya relaté, en mi casa abundaron el amor, el respeto, la consideración, la generosidad, pero no la riqueza. A mi papá le gustó siempre llevarnos de viaje y a restaurantes, por lo que nunca se dedicó a ahorrar, todo cuanto recibía se lo gastaba en nosotras lo que daba una falsa idea de nuestros límites. Pero cuando la gente me conoce, me quiere y baja la resistencia inicial.

Soy una persona de carácter fuerte, porque la vida me lo ha forjado así, tengo mucha energía que no siempre es bien recibida. Además, he defendido a mis hermanas, las he protegido y lo seguiré haciendo, no importa a quién tenga que enfrentarme en esta sociedad machista que al vernos solas nos creían veletas. Ese es mi límite porque no tolero nada que las afecte, nada que les haga daño, nada negativo que se dirija a ellas.

Actualmente soy menos sociable, más íntima, muy dedicada a mi mundo y a mi entorno más inmediato, a mis perros y a mis causas como la ambiental, que hace que hoy me mueva en un carro eléctrico. Vivo de manera coherente con mis ideas, con mi amor por los animales a los que protejo, son una parte absurdamente primordial en mi vida y por los que tengo un programa radial los sábados.

La vida puso un tapón en mis sentimientos por los perros cuando tuve que dejar la finca, yo no pude llorar al mío, no pude quejarme y no pude traerlo conmigo. Supe que murió solo, abandonado, de tristeza y esto es algo que me ha perseguido siempre. Pero este tapón se abrió cuando Carlos llegó con Blacky a mi casa, que generó una discusión y le pedí que la devolviera porque entré en pánico. Blacky era chiquitica, negrita, hermosa pero la primera noche tuvo que dormir en el baño. Al día siguiente Carlos la llevó a la veterinaria y, al regresar, nuevamente me preguntó qué hacer con ella. La miré y la amé.

Ahora tengo diez perros en la finca, recogidos, protegidos, cuidados y amados. Con mi programa, busco generar conciencia en la sociedad, ayudarle a la gente que no tiene acceso al servicio de veterinaria, también colaborar con jornadas de adopción, repitiendo con insistencia mensajes que resultan necesarios. Todo esto lo hacemos desde dos perspectivas porque Mark es un experto en el tema de las mascotas y yo soy la típica que solo sé de amor por ellas. Esta es una faceta que todo el mundo quiere en mí y me ha dado reconocimiento positivo. A la gente en la calle no le importan mis chivas sino mi programa de mascotas. Yo estoy tendiendo hacia ese lado, estoy dando una vuelta hacia temas sociales, es un paso que quiero dar para orientar mi proyecto de vida, pues me hace muy feliz.

Tengo pendiente escribir. Algunas editoriales me han invitado a hacerlo y estoy madurando el tema de mi libro que seguramente contendrá muchos secretos, nada personal que no haya contado, porque no he vivido cosas extremas, sino que el libro será de experiencias profesionales sobre eventos de la historia del país y en los que yo he estado cerca pero que simplemente no han sido publicados.

Lo importante para mí hoy es que se escuche mi voz, tener opinión. En esta línea participé en una transición de La Luciérnaga, lo que significó un esfuerzo físico enorme porque también madrugaba. Fue un año muy intenso.

Pienso que uno recuerda muchísimo más los momentos difíciles de la vida, esos que retan, porque es ahí donde uno coge cuerda.

Me gusta que las personas que se acercan a mí y, las que ya me conocen, queden con una sensación bonita, con la seguridad de que soy una buena persona.

Mi sentido de la existencia ahora está en disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, los amaneceres, los atardeceres, la naturaleza, los animales.

Siempre admiré muchísimo a mi papá y le agradecí todo cuanto hizo por sacarnos adelante, cuidando con esmero que nunca perdiéramos la inocencia de la infancia y buscando que la disfrutáramos imprimiendo grandes dosis de imaginación en todo cuanto podía. Su amor y su buen ejemplo me han alcanzado hasta hoy.