Carlos Sanz De Santamaría

CARLOS SANZ DE SANTAMARÍA

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Ejemplo de Realismo Mágico es como bien llama Roberto Sanz de Santamaría este mundo tan fantástico como inagotable al que quiero introducirlos. 

Es una mirada a la historia de vida de un hombre que perfectamente pudo ser presidente de Colombia y quien como esposo, padre, abuelo y amigo superó toda expectativa, al grado de que aún hoy sorprende incluso a quienes supimos tarde de él y nos acercamos a conocerlo a través de testimonios como los que aquí les comparto. 

Historia contada por: Roberto Sanz de Santamaría, su nieto; Guillermo Saz de Santamaría su hijo menor; Inés Elvira Sanz de Santamaría, su hija; José Antonio Umaña, su yerno; Cristina Sanz de Santamaría, su nieta; María Inés Umaña su nieta; Miguel Silva –

  • ¿Quién fue Carlos Sanz de Santamaría?

Guillermo:

Mi padre fue un personaje especial. Evidentemente tuvo unas facetas muy variadas y definidas.

Lo que yo sé de su juventud, en el núcleo familiar, es que papá era el primer hijo hombre después de una hermana mayor. Fue el centro de los cuatro hijos de Papá Nano, Mariano Santamaría Herrera, y de Mamá Lucía, Lucía Gómez Umaña.

Todos sus logros y sus inquietudes lo hizo muy llamativo en la familia, especialmente para sus tíos quienes lo admiraban profundamente. Era un personaje destacado dentro de una familia muy santafereña, tradicional, religiosa, católica y estricta. Todo esto influyó en su formación.

Desde mis catorce o quince años, conservo unas cartas que para mí son un absoluto tesoro, en las que mi papá le escribía a unos señores en Francia sobre un negocio, el de exportar mariposas exóticas que utilizaban para hacer colores, no sé si del maquillaje de las señoras o quizás otros más especiales.

Los recuerdos de mi padre que me impactan corresponden ya a mi juventud.

  • ¿Cuál fue su formación académica?

Guillermo:

Él fue ingeniero civil de la Universidad Nacional con maestría en ingeniería hidráulica en Francia, de la ‹Ecole Nationale de Ponte et Chusses› y en sus prácticas de ingeniería recorrió el alcantarillado de París, entre otros lugares. Construyó los acueductos de Buenaventura, Santa Marta y Riohacha, también la planta de Vitelma en Bogotá que fue la más grande en su momento. Esta última le valió recibir del Gobierno la Cruz de Boyacá.

Roberto:

Tampoco podemos olvidar que tuvo una compañía de ingenieros: ‹Lobo Guerrero & Sanz de Santamaría›. Con ella adelantó obras de acueducto y alcantarillado. Utilizó materiales importados y de tan altísima calidad que aún hoy su obra se conserva intacta. Vitelma fue declarada Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación. Estas obras se adelantaron en su mayoría durante la presidencia de Enrique Olaya Herrera, tío de mi abuela.

Y por su condición de ingeniero fue nombrado alcalde, cuando ese cargo no era de elección popular, sino que asignaban a técnicos, como mi abuelo, pues su conocimiento, experiencia y trayectoria le permitían hacer inversiones y desarrollo en vías.

Guillermo:

Mientras estudiaba ingeniería, los amigos de mi abuelo, a quienes conocí mucho menos, le escribían que querían que investigara fuentes alternas de energía y proponían enjaezar los volcanes, es decir, ponerles el enjalme. La humanidad no ha encontrado la manera de aprovecharlos. Es muy meritorio que tuviera esas inquietudes a sus dieciséis años en un momento en que no había Internet.

  • Además de sus calidades como ingeniero, debió tener unos talentos naturales…

Inés Elvira:

Claro, papá era músico y fue un bohemio responsable. Llegaban las compañías de ópera y él iba a cantar con todas las soprano. Tocaba tiple, violín, piano, guitarra, cuatro y bandola sin haber recibido clase alguna y cantaba para sorprender a todos.

Todas las señoras morían por él porque era muy atractivo y muy simpático. No tomaba en las fiestas porque pasaba toda la velada con el mismo vaso de whisky. Cantaba, bailaba, era arrollador y muy comprometido con la gente.

Cuando empezó a cortejar a mamá, ella contaba que todas las amigas le recomendaban no salir con él porque era un picaflor.

Era un personaje de conversación muy amena, de una cultura muy vasta, interesado por el arte en todas sus facetas (desde la música, la escultura y la pintura), apreciaba y tenía muy buen ojo para detectar talentos nuevos. También invirtió en arte de manera importante.

Guillermo:

Así es, al grado de que mientras fue embajador en el Brasil, decidió que iba a comprar la obra de ocho artistas desconocidos de ese país, lo que era aún más meritorio y te voy a explicar por qué: con los años, un muy buen amigo suyo alguna vez lo visitó y le dijo que esa obra había cobrado valor en el país, así pues que mi papá los reexportó y los vendió por una suma no soñada. Eran de Guido Cavalcanti y Cándido Portinari. Hay un cuadro que me quedó de herencia de José Pancetti (artista brasilero) porque fue el único que le devolvieron de los que ofreció en venta y le dijeron que parecía más una: “Grosera falsificación** de un gran pintor francés”.

Roberto:

Otro de sus talentos naturales fue su relacionamiento social, que motivó su elección a ser miembro de junta del Jockey y del Country Club por los años treinta.

  • Si les parece, ahora hablemos de la abuela.

Roberto:

Mamá Lolita (Dolores Victoria Ignacia Londoño Obregón) fue muy importante para Papá Carlos.

Inés Elvira:

Mi Mamá tuvo una juventud muy triste porque mi abuela murió cuando ella tenía ocho años y se quedó mi abuelo, a quien le decíamos ‹Papá Pedro› (Londoño), solo con ‹Mamá Lolita›, un hermano en la mitad y una hija menor, por lo cual contrató a una institutriz que lo apoyara con los hijos mientras él ejercía su profesión de comerciante.

Cuando Mamá Lolita tuvo edad para ser recibida en un internado en Europa, fue enviada a Francia, a donde llegó sin hablar el idioma. Luego siguió sus estudios en Inglaterra. Durante este tiempo permaneció muy sola, pues ‹Papá Pedro› viajaba todo el tiempo.

A los dieciséis años cuando acaba sus estudios, mi abuelo la trae a Bogotá y es cuando conoce a mis tías solteras, (tía Nena –Elena- y tía Nona –Leonor-) quienes fueron sus primeras amigas. En casa de ellas y al frecuentarlas, conoce a papá, inician una relación y llegan a enamorarse.

Cuando se casaron, el Presidente era Olaya Herrera, (tío político de mamá Lolita, esposo de Teresita Londoño, hermana de Pedro Londoño abuelo paterno, el que enviudó). El matrimonio se realizó en la Iglesia Santa Clara frente al Congreso. Entiendo que desde la casa de Papá Pedro hasta la iglesia, tendieron tapete rojo.

Roberto:

Recuerdo que nos contaban que Mamá Lolita tenía un admirador diferente a Papá Carlos y para evitar una escena, el Presidente Olaya lo mandó sacar de Bogotá mientras se llevaba a cabo el matrimonio. (risas)

Inés Elvira:

Mamá en su internado aprendió a hablar francés e inglés perfecto, lo que luego se convirtió en una ayuda inmensa para papá en su vida diplomática. Además era lindísima y con esa educación que le tocó recibir y que forzosamente asimiló, hizo que conformaran un gran equipo los dos.

María Inés:

Tengo el recuerdo de ella muy blanca, con ojos claros, el pelo negro, siempre cogido en moña súper bien peinada, muy bien vestida (con sus vestidos largos), muy elegante, portando sus joyas. Papá Carlos le reconoció a mamá Lolita (sorprendiéndola en un homenaje que le hicieron con motivo de los ochenta años del Hotel Hilton), que él estaba ahí gracias a ella.

Inés Elvira:

Fuimos cinco hijos: Alberto, Inés Elvira y Guillermo, y Maribel y Elena que fallecieron muy temprano (a sus cuatro o cinco años). Como legado de nuestros padres, jamás hemos tenido un desacuerdo: nunca ‹ni un sí ni un no›.

Mamá a mis ojos, fue una persona muy cariñosa, interesada en mi educación y en mi formación, y muy dedicada a sus hijos. Siempre admiré mucho la forma como era con mi papá. Su apoyo y su compañía fueron una constante. Puedo decir que fue la mejor esposa y una mamá increíble.

Fue una gran lectora y escribió algunos poemas. Perteneció al Club de Jardinería y cultivó abejas en ‹La Chucuita› (finca que tenían en Soacha); coleccionaba herramientas, y se sentía orgullosa de ellas.

María Inés:

Además trabajó toda la vida como voluntaria en el Hospital Infantil dejando su alma y todo su cariño al pabellón de quemados.

Inés Elvira:

Era reservada con un dejo de tristeza que superó. Fue muy lucida, linda, siempre muy elegante, bien puesta, práctica, con especiales habilidades manuales, le gustaba tejer y lo hacía de manera permanente y sin mirar. También empastaba libros y los marcaba con hojilla de oro. Pero, como te mencionaba, la tristeza la marcó mucho aunque le dio una fortaleza interior extraordinaria.

María Inés:

Papá Carlos tuvo una biblioteca de muchos tomos y mamá Lolita la catalogó con fichero, eran tan importante que para prestar alguno debía dejarse una hoja de papel con el nombre de quien retiraba el libro y la fecha. Era muy organizada.

Inés Elvira:

Te puedo compartir una semblanza que hicimos de ella:

Cuando Papá Pedro enfermó, viajó a los Estados Unidos para que lo trataran. Allí tenía una enfermera que lo acompañaba. Se enamoraron y con ella tuvo tres hijos que son de mi edad. El golpe para mi mamá fue muy terrible, además con ellos fue muy difícil la relación. Vivieron por fuera y sólo el menor se preocupó por aprender español y viajar a conocernos.

  • ¿Cómo vieron a Carlos Sanz de Santamaría?

Inés Elvira:

Tuve una admiración extrema por papá por todas sus cualidades, era muy brillante, sintetizaba las cosas perfecto, sacaba la idea importante cuando otros no sabían en qué fijarse. El solo recordarlo me saca lágrimas (se conmueve profundamente).

Con sus hijos fue muy estricto: era enérgico y exigente especialmente conmigo. Su lado cálido era en el trato. Nunca se exaltaba, nunca gritaba, ni pegaba. La energía estaba adentro y era una calma impresionante incluso frente a las grandes crisis. Nunca se le escuchó una mala palabra. Era valiente y tranquilo.

Cuando Papá cumplía sus funciones de Embajador yo me quedaba con mi tía Isabel, hermana de mi mamá.

José Antonio:

Llegué tarde a su vida pero las pocas cosas que me tocaron sí lo dejaban a uno muy impresionado.

Yo trabajaba en Cajicá y estando en La Chucuita, don Carlos me preguntó que para dónde iba y me pidió que lo trajera a Bogotá, que era mi destino. Tomó su gabardina, su sombrero, su paraguas y su maletín. Salimos en dirección a la capital.

En ese momento era ministro de Economía (hoy Hacienda). Había huelga por el impuesto que puso a la gasolina. Cuando nos acercábamos al Ministerio, en la plazoleta había muchísima gente haciendo bochinche. Llegamos en mi poderoso VW y paramos en la puerta de entrada. Pensaba: ¿ahora qué va a pasar? Pues él se bajó y se dirigió a la oficina y cuando la gente lo vio, en vez de echar piedra, lo aplaudió.

Sus relaciones con los trabajadores eran más las de un papá, las de un familiar, pero siempre exigente.

Roberto:

Era una persona valiente pues enfrentó situaciones muy delicadas dando la cara. Por ejemplo, cuando el Gobierno quiso trasladar la Escuela de Grumetes de Cartagena a la de Veranillo en Barranquilla (siendo él ministro de Guerra), la gente sugirió echarlo al mar. Él se presentó pese a que hubieran podido acribillarlo y por el contrario terminaron todos vitoreándolo.

Como mi abuela lo acompañaba en sus viajes, en Santa Marta tomaron una canoa con motor para llegar hasta Riohacha y ella se dio una mareada bárbara mientras veía las aletas de los tiburones alrededor de la canoa en pleno mar abierto, pero realmente no fue por los tiburones que se mareó, sino porque estaba en embarazo de mi papá (Alberto Sanz de Santamaría).

Como anécdota recuerdo que contaban que del lugar le impresionó mucho que lo común era tener una tortuga acostada viva mientras le iban cortando partes para comer.

Al regreso lograron tomar un barco un poco más grande, debió ser a vapor, y mi abuelo logró convencer a un señor que les dejaran la única cabina que había, el único cuarto.

Contaba que Buenaventura estaba plagada de culebras y que los negros los amenazaban, eran agresivos con los blancos y que los obligaban a vivir lejos del pueblo.

  • Toda historia tiene lugar en espacios que se anclan en los recuerdos. ¿Cuál podría decirse que es uno icónico que deba ser mencionado? 

Roberto:

Te diría que en esta historia vas a encontrar muchos y podría comenzar por mencionarte ‹La calle de los espantos› ubicada en La Candelaria donde las calles tienen nombre y una de ellas es ‹El Camerín del Carmen› que era parte de una iglesia muy grande que tumbaron y de la que tan solo quedó un balcón curvo. Frente a ella encuentras una casa con una ventana que sobresale. Esa era la de mis bisabuelos y que ahora se llama ‹Casa Sanz de Santamaría›.

Esta casa en alguna época sirvió para que allí se instalara la Alcaldía Menor. Actualmente es de una Fundación. Y es que uno no se da cuenta de los cambios y del progreso, pues nos tocó todo hecho. Guarda una anécdota que tiene que ver con el primer sanitario que llegó a la ciudad y como no se contaba con instalación hidráulica, mi bisabuelo resolvió instalarlo. Le preguntaron dónde. El mejor sitio que se le ocurrió al señor fue:

— ¡En el balcón!

Y así fue como lo usó de silla desde la que pudo contemplar a los transeúntes y ser testigo de más de una historia callejera. (risas)

Historia del Tesoro escondido: una vez llegó una viejita a quien nadie conocía y dijo:

— En esta casa hay una escalera y tiene un escalón con un dedo pintado. Ahí hay una guaca.

Pero Papá Nano no quiso tocar la escalera por bonita. Cuando restauraron, muchos años después, se dice que no encontraron nada.

  • Hace un rato mencionaron ‹La Chucuita›. Háblenme de ella.

Guillermo:

Sí, efectivamente La Chucuita era una finca en Soacha que remataron cerca de 1930, mi abuelo Mariano Sanz de Santamaría y un cuñado de él, Alejandro Gómez (hermano de nuestra abuela materna). La finca era muy grande y durante muchos años la manejó Alejandro.

Finalmente, decidieron que era hora de partir la sociedad así que un pedazo le tocó a Mariano Sanz de Santamaría y la otra a Alejandro Gómez. Éste último decidió la parte que quería y fue La Chucuita.

Mi abuelo tenía otra finca entre Mosquera y Fontibón ‹La Ramada›, de la que te contaré más adelante.

Alejandro era íntimo amigo de nuestro abuelo Pedro por lo que con el tiempo él la compró y fue mi mamá quien la heredó. Esta finca nunca fue de papá, siempre fue de mamá.

Mi mamá tuvo dos hermanos, Andrés (que murió joven en tiempo de Universidad en MIT), e Isabel (casada con un abogado muy importante, José Lloreda Camacho). En la sucesión Isabel prefería acciones (las del hotel de mi abuelo ‹El Granada›). Así que a Mamá Lolita le tocó la finca.

Papá comenzó a trabajarla mucho y a tener caballos y por lo mismo somos tan aficionados a ellos.

  • Es bien sabido que ‹El Abuelo› era caballista. Tradición familiar.

Roberto:

Eso es cierto. La afición por los caballos viene de mi abuelo Carlos que fue polista.

El primer club deportivo organizado que hubo en Colombia fue el ‹Polo Club de Bogotá›, porque el otro fue de futbol y te hablo de 1906. En el Polo Club que ahora está en Chía, se jugaba con los caballos de las minas de carbón. Mi abuelo, con otro grupo de aficionados, fundaron y construyeron el Hipódromo de Techo.

Como mi abuelo vivía en el exterior desempeñando labores diplomáticas, mi papá, Alberto Sanz de Santamaría, le manejaba las cosas, incluyendo el criadero de caballos de carreras. Cuando el Hipódromo de Techo se empieza a deteriorar, fundan el hipódromo de Los Andes, el de la Autopista, y ese lo construye mi Papá en sociedad con Carlos Haime, y Elkin Echavarría. El Hipódromo de Los Andes se acaba porque el municipio de Chía aumentó los impuestos, lo que lo hacía inviable, y por lo tanto decidieron cerrarlo.

Luego viene el de Cali, que también lo hizo mi papá y en donde acabaron involucrados los Rodríguez Orejuela que le ofrecieron que se fuera a trabajar con ellos. Yo no sé si él sabía que estuvieran metidos en negocios ilícitos pero mi papá no aceptó.

Finalmente viene el de Villa de Leyva y Medellín en el que mi papá corrió caballos.

Los caballos que crío yo, son de salto y tienen raíces en los caballos de carreras de sangre inglesa. Con la desaparición de los hipódromos se acaban los caballos de carreras.

Mi papá murió de Alzheimer pero siempre tuvo la ilusión de poder hacer otro hipódromo, incluso en un momento dado pensó que como el de Cali era en estructura metálica, se podría desarmar y traer para Bogotá, y de hecho hay una asociación de criadores de caballos de pura sangre inglesa que sigue en eso, pero no han logrado rescatarlo.

Tenía las yeguas (son más de setenta años criando caballos) y logré hacer la trazabilidad del 99% de los que nacieron allá, porque hay un registro internacional de caballos pura sangre inglesa y hay fotos divertidas de hace mucho tiempo. Ya con mi papá enfermo, mi temor era que se murieran las yeguas y se acabara el criadero, porque comprarlas es costoso (y de pronto no vale la pena), pero tuve la suerte de que en ese momento me ofrecieron un caballo de muy buena sangre de salto y muy bonito, el que ahora es el papá de todos los que vendo en la actualidad.

Cristina:

Compartí muchísimo con él alrededor de los caballos. Al principio del año nos sentábamos a revisar los pedigrís. Yo pasaba todas las anotaciones del veterinario, que iba dos veces por semana, a su libretica. Él me prestó un caballo de carreras muy bueno con el que ganamos muchas veces en las competencias de salto, ‹Insurgente›. Relacionaba el año de nacimiento con una letra del abecedario: era una forma muy organizada e inteligente de llevar las edades de los caballos. Nos ponía a inventarnos nombres (lo que resultaba todo un juego), apoyados en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE).

La iglesia de La Chucuita, es producto de un momento en la vida de Mamá Lolita. Durante una enfermedad le dijo a Papá Carlos que había soñado que, si se construía una capilla en la finca, dedicada a nuestra Señora de la Medalla Milagrosa o Virgen de la Milagrosa (de la cual era muy devota), ella mejoraría. Así lo hicieron y cuando la terminaron en 1957, efectivamente se mejoró.

María Inés:

Mamá Lolita fue muy devota y de cada uno de sus viajes nos traía medallas de la Milagrosa y de hecho, uno de los sitios infaltables en nuestros viajes es pasar por la ‹Rue du Bac›.

  • ¿Les parece si ahora hablamos de la faceta política de Carlos Sanz de Santamaría?

Guillermo:

Papá Carlos agitaba las banderas del liberalismo.

María Inés:

Era tan liberal, que de chiquitos nos enseñó una canción que hacía referencia a los godos:

— ¡Los godos no van al cielo porque Dios es Liberal!

Roberto:

Mi abuelo inició su carrera de servidor público cuando su amigo Alfonso López Pumarejo como presidente, le ofreció la Alcaldía de Bogotá. Si bien nunca dejó de servir al país ni dejó al partido Liberal, no ocupó ningún cargo de elección popular.

Así pues que consultó a mi abuelo, que tenía una mentalidad muy curiosa para aconsejarle. Le dijo:

— “Mire, si es la oportunidad para servirle a las personas, ¡tiene que tomarla!”.

Fue la primera persona, hace más de cincuenta años, que sugirió que Bogotá necesitaba un metro.

Siendo alcalde impulsó la creación del impuesto de valorización como fuente fiscal lo que resultó bastante impopular.

Luego fue Ministro de Guerra, de Relaciones Exteriores, de Economía, fundador de la Facultad de Economía de la Universidad de Los Andes, que en esa época era del Gimnasio Moderno. También fue Embajador en Estados Unidos en dos ocasiones, y en las Naciones Unidas.

Hace poco salió en el periódico la memoria del asilo de Raúl Haya de la Torre, político peruano, en la Embajada de Colombia en Lima. Haya de la Torre fue el fundador del partido APRA, mismo partido del presidente Alan García. Tomó entre tres a cinco años la negociación de su salida, mesa de la que hizo parte mi abuelo e historia sobre la que escribió un libro.

Fue Embajador en la época de Kennedy y una persona tan encantadora que Jacqueline Kennedy decía que era su ‹embajador preferido›.

En 1963 asumió la Presidencia del Comité Interamericano de la Alianza para el Progreso que fue una iniciativa del presidente Kennedy para apoyar el desarrollo de los países latinoamericanos y “mejorar la vida de todos los habitantes del continente”.

Te puedo contar esta anécdota: estando Alberto Lleras de Presidente necesitaban unos aviones DC3 que se requerían para el desarrollo del país pues la difícil geografía no había permitido la construcción de una adecuada infraestructura. Sin embargo, el gobierno de EEUU no los vendía pues estos aviones eran muy fácilmente convertibles en bombarderos por lo que no querían que quedaran en manos de los países subdesarrollados.

Con Alberto Lleras, mi abuelo diseñó un plan y desde Washington le hizo una llamada diciendo:

— Presidente, tengo que presentarle la renuncia, porque claramente este Gobierno no confía en mí, pues nos dicen que no hay DC3 y en mi reciente viaje hicimos escala en un aeropuerto y allí los vi.

Al día siguiente llegó la notificación de Estados Unidos diciendo que sí tenían y que los ponían a disposición para la venta. Desde esa época ya las comunicaciones estaban intervenidas como es obvio.

  • (Tuve en mis manos la colección de las memorias de cartas, documentos, registros de prensa y estudios econométricos, de los que fue protagonista Carlos Sanz de Santamaría. Puedo contarles que no son pocos tomos que conserva la familia y que invitan a escribir un capítulo aparte). 

Roberto:

Alguna vez Jorge Cárdenas Gutiérrez, gerente general de la Federación Nacional de Cafeteros, me contó que él era estudiante en Washington cuando mi abuelo era embajador. Mi abuelo solía llamarlo para que le manejara el carro y en esas ocasiones le contaba cómo iban las negociaciones de café entre los países productores y consumidores. Así fue como lo enganchó con el tema del café.

  • Ahora quisiera que abordáramos a Carlos Sanz de Santamaría ‹el empresario› y para eso podríamos comenzar por hablar de La Campiña.

Guillermo:

Ah, esa es la pasteurizadora. Mi padre se dedicó a la finca en Soacha, de la que hablamos en un comienzo y que había sido de su suegro anteriormente (lo que hoy en día es Ciudad Verde, urbanización con universidad, hospital y demás servicios para sus habitantes). Allí tenía vacas y por lo mismo necesitaba vender la leche. Con su cuñado, Pedro Navas, que era vecino de finca y que también tenía vacas, quería vender la producción, así crearon ‹Leche La Chucuita› (Chucuita significa pantano en lengua indígena, característico del terreno).

Buscando una integración vertical con el objeto de dar un mayor valor agregado al producto, se asociaron con la familia Moreno, quienes trajeron a Bogotá el primer ‹Ice Cream Parlor›.

Posteriormente se le cambia el nombre de la pasteurizadora a ‹La Campiña› y así nacen los helados ‘La Campiña’.

  • Entiendo que también tuvo una participación importante en medios de comunicación.

Guillermo:

Mi papá fue fundador de Caracol (la cadena radial) y lo hizo por solicitud del Presidente López Pumarejo a su hijo Alfonso y a Carlos (su amigo). El Presidente necesitaba un medio de comunicación. Luego Fernando Londoño Henao la fusionó con La Voz de Antioquia y de la mano de Mario el más grande técnico de radio que había venido a Colombia, cristalizó un proyecto que se llamó la ‹Parabólica Solar› con la que transmitían las carreras de bicicletas, cuando hacían la vuelta a Colombia.

Roberto:

Este es el origen de Caracol, Cadena Radial Colombiana, primero Emisora Nuevo Mundo. Mi papá era de su Junta Directiva como lo era mi tío.

Cuando mi abuelo tuvo a Caracol, aprendió electrónica en un curso por correspondencia, así construía y reparaba los aparatos de la estación de radio cuando estos eran aún de tubos.

Guillermo:

Sí, porque papá tenía una manualidad curiosa y es que tomaba clases de hacer radio y le dedicaba horas enteras en la noche y tenía una carpintería muy bien hecha y completa gracias a mamá.

  • ¿Y él qué relación tuvo con Cementos Samper?

Roberto:

Esta es una empresa de la familia Samper. La fábrica de cementos lo contrató como gerente y lo más interesante es que mi abuelo hizo la planta grande importando la maquinaria de Alemania.

Si bien no fue empresario accionista, se desempeñó desde la administración. Su nombramiento se debió a que como ya era una figura por haber sido Alcalde y por ser ingeniero, tenía el perfil perfecto para el cargo y lo demostró con su gestión.

Al margen te cuento que al graduarme de la Universidad y pensando qué iba a hacer, mi abuelo me propuso montar un negocio de aromas y esencias. La verdad no le presté atención, pues mi formación no iba en esa línea. No me di cuenta que él me estaba dando la oportunidad de hacerme empresario. La dejé pasar.

Mi hermana es micro bióloga y mi abuelo le oía todos los cuentos y él se entusiasmó a tal grado que empezó a investigar de todos los temas de genética y demás relacionados.

Mi abuelo era una persona realmente inquieta, no solo con la parte de microbiología sino con todo lo que le despertaba interés, por ejemplo, trajo una caja de cepillos de dientes suaves muy especiales que nos regaló durante cuarenta años. Llegó a ellos investigando que eran mejores que los duros, considerados como óptimos para el cepillado; traía abejas reina para mejorar las abejas de sus colmenas; también gomitas de eucalipto y así, siempre sorprendía con cosas extrañas.

Le gustaba la fotografía y sin excepción cargaba con él una cámara. Las que tenía eran modernas, chiquitas incluyendo la ‹Minox› (la que usaban los espías en la Segunda Guerra Mundial). También le gustaban las películas: cuando pasé sus películas caseras de 8mm y súper 8mm a DVD, fue necesario cortar cualquier cantidad de minutos de caballos pues eran muchísimos.

Cristina:

También amaba los perros. Siempre tuvo perros finos, investigaba y traía Bóxer, Dálmatas; a Flox y a Choco (un Schnauzer) y hasta su último momento trajo Akitas. Y lo menciono, porque para esa época implicaba mucho papeleo, llamadas, autorizaciones. Todo era muy difícil pero lo hacía.

Roberto:

Tuvo una raza, que no recuerdo cuál fue, que le generaba problemas con los vecinos por los reclamos por gallinas muertas. Era raza de cazadores.

Quizá esa iniciativa la heredó de Papá Nano quien tuvo palomas mensajeras: el medio de comunicación de ese momento. Las cartas que escribía las mandaba con palomas. Papá Nano instaló lo que fue probablemente el primer teléfono entre Santandercito y Bogotá, con estación en La Chucuita. Lo hizo porque ante una enfermedad de la señora, tuvo que mandar a llamar al médico con alguien que se fue a caballo, lo que resultó muy demorado, por lo mismo pensó en ese recurso.

María Inés:

Recuerdo que una vez tomando un avión me llamaron por alto parlante y, eso era aterrador y era Papá Carlos muerto de la risa, a él le pareció muy gracioso hacerme el chiste.

Roberto:

Y es que de los últimos cargos públicos que ocupó fue a solicitud de Alfonso López porque ya había empezado el tema del narcotráfico y había un desorden muy grande en la solicitud de permisos de aeropuertos, así lo nombró, para poner orden. Lo hizo en un cargo que estaba muy por debajo de la trayectoria que él había tenido. En esa época, le pusieron guardaespaldas por razones de seguridad, obviamente.

Cristina:

Recuerdo cómo nos inculcó la responsabilidad como electores, uno no podía dejar de votar. Alguna vez llegué a la casa faltando un cuarto para las cuatro de la tarde y Papá Carlos me preguntó que si había votado. Se puso furioso y me ordenó hacerlo. Aún hoy saco a mis hijas a votar porque sé que es una responsabilidad enorme. Él nos explicaba la importancia que tiene hacerlo.

  • Ya hablamos del político, ahora hablemos del diplomático.

Roberto:

Él era realmente encantador, con unos dones especiales para establecer relaciones personales (lo que hacía de manera perfectamente normal y evidente), porque en esa época no existía la carrera universitaria.

Como embajador ante la ONU manejó el tema de la Guerra de las Malvinas, situación muy delicada porque todos los países latinoamericanos apoyaban a Argentina a excepción de Colombia (la disputa con Nicaragua sobre San Andrés era similar pero donde Colombia se encontraba del otro lado de la discusión).

También manejó el caso Raúl Haya de la Torre que terminó refugiado en la Embajada del Colombia en Lima. Cuando mi abuelo murió, Alan García estaba refugiado en Colombia y fue a su entierro. Las negociaciones tomaron dos años y medio, el personaje entró a la Embajada pero no podía salir. Lo que lograron fue que Perú permitiera que Haya de la Torre llegara a Colombia. Fue muy interesante desde el punto de vista diplomático al tratarse de una negociación de un asilado.

Ahí mi abuela jugó un rol muy importante de soporte porque las reuniones normalmente se hacían en su casa así pues que ella era anfitriona, atendía con lujo de detalles y de manera esmerada y encantaba a todos con su cultura y buenos modos.

Cambiando de historia, también te cuento que en su gestión como diplomático, Cuba lo culpó de su situación pues la Alianza para el Progreso que dirigía mi abuelo apoyó el bloqueo económico para la Isla.

Como Embajador en los Estados Unidos compró la casa de la Embajada actual y como Embajador en Brasil cuando se creó Brasilia, el Presidente Kubitschek, siendo amigo de él, le dio un lote muy bueno, a la par de la de Estados Unidos.

Siendo Embajador en Estados Unidos, como ingeniero con un posgrado en Francia de ingeniería sanitaria, estudió economía en Georgetown. Esta fue una conclusión directa pues los cargos desempeñados hasta el momento se lo habían indicado.

También fue el creador de la Junta Monetaria que independiza el manejo monetario del gobierno. Luis Fernando Alarcón había estado en el apartamento de mi abuelo condecorándolo en los veinticinco años de la JM.

  • Quisiera me contaran un poco de su sentido y compromiso social.

Roberto:

La ausencia de Estado y de seguridad social, en muchos casos la reemplazaban las familias acomodadas, pues por ser una sociedad semi-feudal la gente quedaba vinculada durante muchas generaciones. Esto no ocurría en todos los casos pero sí en el de mi bisabuelo. Se volvía una relación muy estrecha en la que se brindaba ayuda importante a las familias de los trabajadores.

Papá Carlos tenía unas habilidades sociales enormes y recuerdo que cuando estaba en la Alcaldía le dedicaba una tarde-noche a quien quisiera ir a hablar con él.

Guillermo:

No podemos olvidar que Papá Nano era un agricultor, amaba el campo, el ganado, la tierra y si bien papá fue el más distinguido de los seres humanos de esa época, era del campo y montaba a caballo. Ese era su origen, esa era su esencia.

Y como dice Roberto, papá tenía a sus trabajadores por amigos y eso fue ejemplo para sus hijos.

Inés Elvira:

Mi abuela era muy religiosa, generosa y querida con todos quienes le ayudaban y le servían. Papá fue muy respetuoso con sus padres, los admiraba y aprendió de su ejemplo.

Guillermo:

La misma profesión que eligió papá, tenía que ver con la tierra y su sensibilidad social viene de ahí. A donde fuera estaba con la gente, es así que haciendo acueductos tuvo la oportunidad de reconocer y compenetrarse con la situación de las comunidades.

En la finca La Ramada del abuelo, que te mencioné en un comienzo, un día araba el campo y se encontró una guaca y eso fue por la época en que murió Marianito en un accidente (el hermano de Papá). Así que por respeto a los muertos, no la desenterró. A ese grado llegaba su sensibilidad y respeto que hacía honor a las personas por encima de los bienes materiales o cualquier inmedible riqueza.

En este mismo sentido social, el distrito le hizo un honor cuando llamó al Colegio que está ubicado en la Avenida Suba con Calle 100, con su nombre.

María Inés:

Era el que saludaba de mano al portero, al chofer, al secretario, a la empleada. Nunca fue una persona vanidosa sino generosa. La vanidad estaba en su presentación personal, tenía todo un ritual al afeitarse con sus cremas, brochas, jabones. Perfumaba sus pañuelos. Marcaba sus camisas bordadas.

Era muy integral en todo, nunca dejó su humildad, su diversión, su canto. Le encantaba acompañar sus comidas con vino, tenía una cava que resultaba magnífica: uno bajaba a ella y encontraba telarañas. Era el que disfrutaba todo.

Vivía en equilibrio. Venía de tomar onces con Jaqueline Kennedy para después montar a caballo con sus nietos y es que él moría de amor por ellos y por toda su familia.

LIBROS

_____________________________________________________

LIBROS Carlos Sanz de Santamaría

  1. Una época Difícil – Colección Aventura del desarrollo – 16 septiembre 1965
  2. Revolución Silenciosa – Fondo de Cultura Económica México – 30 enero 1971
  3. Complemento a la Historia Extensa de Colombia – Academia Colombiana de Historia – Junio 1985 – Prólogo Carlos Lleras Restrepo

Complemento a la historia extensa de Colombia

Transcripción textual del discurso pronunciado por el Presidente Carlos Lleras Restrepo, en el acto de reconocimiento nacional a Sanz de Santamaría en diciembre de 1983.

No es fácil resumir las labores que ha cumplido Sanz de Santamaría en muy diversos campos ni la variedad de sus inclinaciones intelectuales. Después de obtener en Bogotá su diploma de ingeniero, perfeccionó sus estudios en el exterior y para el ejercicio de su carrera se asoció a un hombre cuyo apellido ilustra la historia de la ingeniería nacional. La firma de Luis Lobo Guerrero y Compañía a la cual ingresó Carlos tiene una historia de servicios distinguidos en el campo de la hidráulica y de la ingeniería sanitaria y son muchas las obras con que ella contribuyó al progreso de nuestras ciudades. Su realización llevó a Sanz de Santamaría por distintas regiones y le dio un temprano y cabal conocimiento de nuestro medio y nuestras gentes. Buenaventura, Pasto, Ipiales se cuentan entre los muchos lugares donde él trabajó y eran ya ampliamente reconocidas su laboriosidad y competencia cuando el presidente Alfonso López Pumarejo lo llamó, durante su segunda administración, a ocupar la Alcaldía de Bogotá. En el desempeño de ésta ostro su espíritu innovador y su capacidad ejecutiva. A él se debe la introducción de la tasa de valorización, gravamen a las plusvalías producidas por las construcciones de obras públicas y que en combinación con los Bonos de Fomento Urbano, le permitió adelantar obras de singular importancia en la ciudad capital. Pocos han estudiado tanto como él los problemas de Bogotá y el desarrollo urbanístico. Más tarde, se le designó ministro de Economía Nacional, despacho a cuyo cargo correspondía entonces la rama de la agricultura y la ganadería. Se adentró en estos campos con el mismo espíritu de estudio y la misma actividad creadora que había mostrado desde su iniciación el servicio público. Bajo su dirección se trazó un plan general de fomento agrícola y se creó el Instituto Nacional de Abastecimientos, el INA, hoy IDEMA. Esta entidad que ha tenido buenas y malas épocas, corresponde a una evidente necesidad nacional. Debe, a la vez, garantizar precios estables al productor agrícola y asegurar el abastecimiento del país, con el manejo de las necesarias importaciones y también de la exportación de posibles sobrantes.

Bajo el gobierno de Ospina Pérez, en su etapa inicial, desempeñó Sanz de Santamaría el cargo de ministro de Defensa; pero ya desde tiempo anterior y salvo la etapa en que dirigió como gerente de la compañía las grandes ampliaciones e la Fábrica de Cemento Samper, actuó en el campo de la diplomacia, como embajador en Washington y en Río de Janeiro y simultáneamente siguió estudios de Economía. Su conocimiento de las cuestiones internacionales y el de las ciencias económicas fueron bases que le permitieron desempeñar más tarde tan importante papel dentro de la organización del Sistema Panamericano y de la Alianza para el Progreso.

En años posteriores ocupó Sanz de Santamaría los cargos de ministro de Relaciones Exteriores, embajador en Washington y en Río de Janeiro y ministro de Hacienda y Crédito Público. La simple enunciación de estas actividades da la medida de la variedad de sus conocimientos y la extensión de su experiencia. Muestra también la confianza que en él depositaron presidentes de los dos partidos. De su paso por esos despachos y las embajadas podemos los colombianos recordar destacadas actuaciones, tales como la que tuvo en el problema creado con el asilo de Víctor Raúl Haya de la Torre en nuestra embajada en Lima, la creación de la Junta Monetaria, con la cual, bajo el gobierno de Guillermo León Valencia se dio cumplimiento al programa que, sobre soberanía monetaria del Estado, había aprobado la coalición bipartidaria de 1962 y su decisiva cooperación en las actividades que pusieron en marcha la Alianza para el Progreso.

Pocos colombianos tan bien dotados como Sanz de Santamaría para actuar en las esferas diplomáticas. Buen conocedor de varios idiomas extranjeros, hombre de mundo, con una sorprendente capacidad para estudiar y asimilar el medio en que debía moverse, completó además su preparación siguiendo cursos superiores de Economía. Debo agregar que el ingeniero y el economista es también un amante de bellas letras y que posee un envidiable dominio del idioma. Sus libros y documentos se caracterizan por un estilo vigoroso, claro y por el uso de un español castizo que el obligado trajín con el inglés de las asambleas económicas no ha corrompido en forma alguna. Releyendo algunos de sus escritos en estos días, no he podido menos de pensar que deberían ser ejemplo para ciertos economistas tan dados al uso y abuso de anglicismos. Volveré sobre la forma y contenido de sus obras, en especial sobre su libro “Revolución Silenciosa” que, inexplicablemente es poco conocido por los colombianos.

En un intervalo de su actividad pública se hizo cargo Sanz de Santamaría de la gerencia de Fábrica de Cemento Samper, una de nuestras más antiguas empresas industriales, para realizar extraordinarias obras de ensanche y modernización. Hace pocos meses, él mismo por petición de la compañía, ha escrito la historia de la que comenzó, al igual que muchas otras cosas buenas del país, como una audaz aventura industrial de la familia Samper. He leído con apasionado interés el ameno libro de Carlos y sobre él he meditado acerca de las ventajas que para el ejercicio del gobierno tiene el haber adquirido las experiencias del sector privado. La burocracia solo da una preparación incompleta y muchas veces los gobernantes no saben apreciar lo que significa ni el esfuerzo del profesional independiente ni la del empresario que debe asumir responsabilidades financieras, hacerse a técnicas complejas, ganarse la confianza de inversionistas, organizar las relaciones de producción, de crédito, de distribución, estudiar las condiciones de la competencia foránea. Sanz de Santamaría, ingeniero en la firma de Lobo Guerrero y Compañía, gerente en la Fábrica de Cemento Samper, familiarizado también con las labores agrícolas y ganaderas en que ha descollado su familia, ha podido estudiar los problemas de la economía nacional e internacional no sólo a la luz de la preparación académica sino apoyado en personales experiencias.

En el seno del Partido Liberal, al que ha servido con ejemplar fidelidad, prolonga Sanz de Santamaría una tradición que siempre me ha seducido como característica del liberalismo colombiano: la de los hombres pertenecientes a las altas clases sociales, al a élite del país que toman como un deber intervenir en la política y llevan a ésta no sólo al realismo que les ha dado su propia actividad como profesionales u hombres de empresa, sino también un claro sentido de la justicia social. Quienes pretenden convertir a nuestro Partido Liberal en un partido de clase deberían estudiar más a fondo la historia, ver de dónde han salido las grandes iniciativas de cambio, cuánto debe a la que podríamos llamar la burguesía ilustrada el avance político y social del país. Tenemos una hermosa tradición esmaltada con nombres ilustres: Salvador Camacho Roldán, don Miguel Samper Agudelo a quien debemos el primer estudio sociológico sobre la miseria en la capital de la República, Rafael Uribe Uribe, propietario de cafetales en Fredonia, Antonio Samper Uribe, Alfonso López Pumajero. Cuando yo defendía la reforma agraria en el Congreso, me emocionó muchas veces ver que senadores liberales a quienes podía afectar y en efecto afectó esa reforma la votaron porque estaban identificados con los programas sociales del Partido. La misma impresión que me dejaron los debates y votaciones sobre las primeras grandes reformas tributarias de 1935 y 1936, o los de las reformas constitucionales que consagraron la función social de la propiedad y la intervención del Estado para racionalizar la producción, distribución y consumo e la riqueza y dar al trabajador la justa protección a que tiene derecho. Nuestros avances sociales, incompletos aún, claro está, no han sido el fruto de desordenadas revueltas sino han nacido en las capas rectoras de los partidos, como nacieron en los Estados Unidos, Franklin Delano Roosevelt, Kennedy, incluso Johnson con el programa de su gran Sociedad, son nombres que los partidarios de una honda pero pacífica transformación social recordamos siempre. La historia colombiana, en especial la del liberalismo pero no solo la de éste, no contradice sino confirma la posibilidad de una fecunda y pacífica evolución, aunque indeterminados momentos ciertos miopes intereses se hayan atravesado en el camino de necesarias transformaciones.

Por una evolución de esa clase trabajó incansablemente Carlos Sanz de Santamaría en el plano internacional, con el convencimiento, que ha expresado muchas veces, de que “hay una estrecha relación entre la integración latinoamericana y el proceso de desarrollo económico y social”. Esa causa, así concebida, ocupó poco más de diez años de su vida fecunda. Su labor de dos lustros lo consagra como un verdadero “hombre de América”, al lado de quienes, ya en los Estados Unidos, ya en los países de América Latina, entendieron la necesidad de la cooperación continental para un proceso de desarrollo que debía estar ligado necesariamente al cambio social.

“Revolución Silenciosa”, el libro que ya he citado, es una historia, la más fiel, completa y razonada, de los esfuerzos hechos en los años 50 y 60 para la integración económica y el desarrollo social en el ámbito panamericano. Pero no es simplemente eso, porque tales esfuerzos son examinados por el autor de la obra con aguda penetración crítica y criterio certero, los de un político doblado de economista y animado por un ideal de justicia. Lo que en ese libro se expone encuentra complemento utilísimo en la carta de renuncia que, ya en octubre de 1972, presentó Sanz de Santamaría de su alto cargo de Presidente de la Comisión Interamericana de la Alianza para el Progreso, y recibirá nuevo aporte con el nuevo libro de cuya redacción se ocupa ahora este trabajador infatigable.

La historia del sistema continental y de la integración latinoamericana ofrece, en verdad, grandes desencantos pero también realizaciones de utilidad innegable. ¿Quién podría negar, por ejemplo, lo que ha significado el Banco Interamericano de Desarrollo y el apoyo prestado invariablemente por los Estados Unidos al convenio Mundial del Café? ¿Quién lo que los estudios y realizaciones de la Alianza para el Progreso significaron como toma de conciencia sore la necesidad de la planificación del desarrollo y de dar a éste un contenido social? Los períodos de actividad y esperanza han alternado, es cierto, con los del “benigno descuido” e intervenciones absurdas han quebrantado el espíritu de solidaridad y sembrado justificadas desconfianzas. Pero personalmente estimo que no podemos abandonar los esfuerzos del sistema panamericano, orientándolo por vías que Sanz de Santamaría, como otros estadistas del Continente, ha señalado con clarividencia. El hecho de que en la actual situación mundial los Estados Unidos tengan que atender inevitablemente compromisos extra continentales no vuelve inútil o imposible la organización regional, sino por el contrario pone de presente la conveniencia de la deliberación conjunta, de los compromisos claros sobre los límites de nuestras obligaciones y la extensión de nuestros derechos, y la de dar toda su importancia a los objetivos esenciales del sistema.

La acción diplomática colombiana de la postguerra se caracteriza por cuatro líneas principales: el apoyo decidido a una organización jurídica habilitada para resolver por medios pacíficos los conflictos internacionales; la afirmación de que esa organización universal debería ser compatible y era conveniente que lo fuera con organizaciones regionales; la consagración del principio de la cooperación para el desarrollo económico-social de lo que hoy se llama “tercer mundo”, particularmente en nuestra América, y el reconocimiento del papel de la integración para alcanzar ese desarrollo. En San Francisco, en Londres, en La Habana, en las conferencias de Bogotá, Caracas, Buenos Aires y en las posteriores se han sostenido esas políticas invariablmente. Y no ha sido otro el pensamiento de Carlos Sanz de Santamaría. Su acción como funcionario internacional coincidió siempre con las orientaciones colombianas. Orientaciones que no hemos acogido tan sólo en el período de la post-guerra sino que tienen raíces históricas mucho más remotas.

Como presidente de la CIAP adelantó Sanz de Santamaría iniciativas de substancial utilidad, como la del estudio sistemático de cada país latinoamericano y las que podrían ser claves de su desarrollo económico-social. Pero más que esos trabajos y su continuado esfuerzo para que la cooperación continental no se desviara del carácter que debe tener y que está expuesto en su libro de forma insuperable, quiero destacar el criterio social que, sin quiméricos objetivos, sostuvo invariablmente. La Alianza para el Progreso no podía ni debía entenderse como un simple mejoramiento en la economía global de cada una de las naciones americanas, sino también y principalísimamente como una modificación de las estructuras sociales que elevara el nivel de vida de las clases desheredadas. El logro de una sociedad justa tenía que ser el objetivo común de las naciones del Continente. El crecimiento económico no basta; tiene que estar acompañado de una estructura social justa. Y este es el principio que ahora, más que nunca, debe presideir la actividad de los países del Continente, ser la base de las gestiones de paz y el fundamento de la convivencia. En el adelantamiento de una política de esa clase será de inapreciable utilidad recordar lo que Sanz de Santamaría escribió y lo que hizo. Pero no quiero referirme sólo al pasado, para fortuna de Colombia, Carlos Sanz de Santamaría, con admirable vigor intelectual, sigue atentamente los problemas del país y de América y está dejando en páginas que, sin duda, serán tan penetrantes y tan admirablemente escritas como las que ya nos ha entregado, los frutos de su vasta experiencia y de su singular capacidad analítica.

 ________________________________________________

VISIONES DEL SIGLO XX COLOMBIANO

A través de sus protagonistas ya muertos

Por: Alfonso López Michelsen

Carlos Sanz de Santamaría

El gran ciudadano

Durante la cena que se celebró en el Hotel Hilton con motivo de los 80 años de Carlos Sanz de Santamaría y en la cual participó lo más granado de la sociedad colombiana, no dejaba yo de pensar en que algún día el título de “El Gran Ciudadano” con que se honrara en las postrimerías del siglo XIX a don Miguel Samper Agudelo, lo heredaría en el siglo XX Carlos Sanz de Santamaría.

Discurso tras discurso en aquella reunión se traían a cuento sus ejecutorias de servidor público y de empresario privado, y el parangón entre las carreras de estos dos prohombres se hacía cada vez más patente. Raras veces dos ejemplares humanos han dado muestras tan señeras de lo que puede dar la patria. Uno y otro alcanzaron las más destacadas posiciones en la sociedad colombiana. Les faltó solamente haber alcanzado la primera magistratura, no por falta de méritos, que los tenían en abundancia, sino por los avatares propios de la política.

La gama de experiencias humanas de Carlos Sanz de Santamaría fue tan vasta que sólo sus contemporáneos la recuerdan. Había nacido en el seno de la más rancia oligarquía, sobrino nieto del arzobispo Herrera Restrepo, amo y señor de Colombia por más de cuarenta años, cuando el prelado desapareció de la escena, se inició la hegemonía liberal y quien la presidía era Enrique Olaya Herrera, su tío político. Sin embargo, después de haberse graduado de ingeniero con posgrado en universidades europeas, este santafereño raizal, que hubiera podido aspirar a algún elevado cargo público, completó el más cabal doctorado en colombianismo. A a cabeza de su firma de ingenieros construyó en pocos años el acueducto de Buenaventura, el de Pereira, el de Santa Marta, el de Riohacha y el de Vitelma, en la ciudad capital. Fue así como convivió con los más disímiles compatriotas, conoció sus necesidades y se familiarizó con sus penalidades. ¿Cuántos colombianos de su generación contaron con iguales experiencias?

Una singular hibridación del ancestro santafereño del padre y la estirpe de los Herreras de la montaña antioqueña, por el lado femenino, lo favoreció con la afortunada mezcla de la hidalguía y el don de gentes de los “cachacos” bogotanos de la época y el pragmatismo de los hombres de acción de la montaña. De ambas cosas dio testimonio en el curso de su fecunda existencia. Diplomático lo fue por excelencia en las embajadas de Colombia en Washington y en Río de Janeiro, pero principalmente en las negociaciones que le pusieron término al asilo de Víctor Raúl Haya de la Torre en nuestra sede diplomática en Lima. Y, como hombre de acción, al frente de la Alcaldía de Bogotá, en donde implantó el impuesto de valorización y en los ministerios de Hacienda, Desarrollo y de Guerra, que hoy se llama de Defensa, confirmó sus dotes empresariales. Otro tanto había realizado en el sector privado, rescatando de una quiebra inminente la fábrica de Cementos Samper y obrando como cofundador y miembro de la junta directiva de la primera Cadena Radial Colombiana, Caracol, una modesta emisora de Bogotá que acabó imponiéndose en el continente por la objetividad de sus informaciones y la imparcialidad de sus políticas, jamás encaminadas a promover intereses propios o a ventilar querellas personales, mientras contó con su concurso.

Cabe destacar de su personalidad humana ciertos rasgos inolvidables para quienes tuvimos el privilegio de ser sus amigos. Desde joven fue cumplido y galante caballero con las damas de todas las edades. Hasta en sus últimos días fue el mimado de las más jóvenes y bellas. Como buen bogotano, rasgó el tiple en su juventud, compuso versos de ocasión improvisados y practicó la religión de los abuelos como buen cristiano. Antes de que se inventaran las relaciones públicas como profesión, él tuvo naturalmente lo que se conocía como el don de gentes. ¿Quién podía malquererlo? Alguna vez como ministro de guerra le correspondió hacerle frente a las turbas enardecidas contra el propósito de trasladar la Escuela de Grumetes de Cartagena a la Escuela de Veranillo en Barranquilla. Rugía la multitud contra el ministro que en vano intentaba arengarla desde el balcón. Los propietarios de El Fígaro, un periódico cartagenero, más jóvenes que Santamaría, pero que con el tiempo llegaron a ser sus más íntimos amigos, sugirieron la idea de echarlo vestido al mar. Ya se iba a consumar la intentona cuando una voz estentórea gritó entre la manejada humana: “Abajo el ministro de Guerra! ¡Viva Carlos Sanz de Santamaría!, y con la ayuda de algunos patricios locales el episodio no pasó a mayores. Así era el afecto que despertaba y el aprecio con que contaba en todos los medios. Nosotros mismos, cuando combatíamos el oficialismo liberal, acogimos el mote con que lo calificaba en sus debates Álvaro Uribe Rueda: “Carlos, el devaluador”. Éramos sus amigos y la política del momento nos obligaba a pasar por encima de tal consideración. Yo me pregunto ahora, de regreso del Congreso de ANALDEX, ¿cuántos colombianos entre cafeteros, exportadores y deudores no reivindicarían con orgullo el título de “devaluadores”, si estuvieran al frente del Ministerio de Hacienda?

Cargos en la administración pública comparables a los suyos han tenido otros colombianos y, aun cuando toda comparación es odiosa, ninguno con un tan sincero espíritu de servicio patriótico con que lo hiciera Carlos Sanz de Santamaría y, seguramente, don Miguel Samper. Ajeno a toda ambición de ascenso, puesto que había nacido con la cuchara de plata en la boca, lo movía a aceptar las responsabilidades que era llamado a asumir. Alguna vez alguien le preguntó por qué no había sido él un empresario multimillonario como tantos que a fuerza de trabajo descuellan en nuestra sociedad, y respondió con sencillez: “No era mi inclinación. A mí me gustó fue servir en la administración”.

De esa suerte, al final de su periplo vital, y ante la crisis de la Aeronáutica Civil, que se debatía en el caos administrativo y comenzaba a dar pruebas de la fuente de corrupción en que podía convertirse con el otorgamiento de licencias de vuelo a cuanto aventurero las solicitara, se entregó por completo a su reestructuración desde un cargo muy inferior a su estatus dentro de la sociedad colombiana. Estaba hecho de una madera humana que cada día se hace más escasa en un ambiente de logreros.

Si fuera menester convocar los prohombres de su tiempo todos abonarían mi aserto, como se decía con una frase de cajón, “sin distinción de colores políticos”: Olaya Herrera, López Pumarejo, Eduardo Santos, Alberto Lleras, Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez y el propio general Rojas Pinilla.

Con razón en el último decenio de nuestro siglo podemos decir de Carlos Sanz de Santamaría que fue el gran ciudadano de nuestro tiempo.