Carlos Jacanamijoy

CARLOS JACANAMIJOY

Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy un ser humano apasionado y muy disciplinado. Desde niño me ha gustado la aventura, conocer, saber, entender, comprender, experimentar y viajar.

Mi origen está en Santiago – Putumayo, región en la zona andina con páramo, piedemonte, montaña y selva. Los deseos de superación de mi papá, lo llevaron a viajar y a hacerse chamán. Soy el sexto de doce hermanos y tengo cuatro hermanos más por parte de mi papá, pues él enviudó y luego se casó con mi mamá, crecí bajo los cuidados de mi abuela.

En mi familia no había la inquietud por educarse así que terminar el bachillerato era ya toda una hazaña. Me gradué en el año ochenta y dos, lo que me hizo el primer bachiller de la familia, pues rompí la tradición de la casa porque no se pasaba de la primaria. Puedo decir que terminé gracias al dibujo que me entretenía durante las clases, pues me resultaban muy aburridas porque todos se preocupaban con exclusividad por las notas y no por el conocimiento generando así un ambiente que no disfrutaba, además, sentí mucha soledad cuando mis padres viajaban con mis hermanos y yo me quedé con mi abuela.

Mis profesores no sabían que existía la carrera de arte como profesión, pero a mis trece años ya había leído la biografía de Miguel Ángel y de Leonardo Da Vinci, y pensaba que quería ser como ellos pues desde muy niño tuve la habilidad para dibujar y para pintar. Como mi familia ha sido muy católica, copiaba las estampas propias de la religión y también ilustraba los pasajes de la Biblia.

Yo deseaba tener talleres artísticos, con un poco de poesía y de literatura. Recuerdo que en la orientación vocacional del colegio, todos decían que querían estudiar Derecho, medicina, ingeniería y fui el único que dijo que:

— Quiero ser doctor en pintura y dibujo.

Todos se rieron y dijeron que eso no existía. Entonces les conté del Renacimiento para que cambiaran su visión. Y es que a mis trece años ya había armado un taller en mi casa porque esta era muy grande y porque disponía de ella por completo. Ahí empecé a dibujar y a pintar, cosa que cuando llegué a la Universidad, ya sabía cómo hacerlo, por lo que todos me preguntaban qué dónde había aprendido la técnica, que cuál era mi escuela, que les dijera mi secreto. Y aprendí de manera autodidacta porque uno aprende en el hacer y en las artes mucho más.

Los adultos me aconsejaban que estudiara otra cosa, que adelantara una carrera en la que me pudieran decir ‹doctor›, inclusive mi papá logró inquietarse por mi decisión. Entonces me llamó la atención la carrera de medicina por la morfología del cuerpo humano. Y me servía, porque estudiándola me dirían ‹doctor›, como se esperaba que hicieran y porque también aprendería a dibujar el cuerpo humano. Y pensaba en Da Vinci que dibujaba cadáveres. Pero nunca entré a una facultad de medicina.

En mi afán por seguir estudiando, vine a Bogotá y me di cuenta que podían contarse con los dedos de la mano los indígenas profesionales en Colombia. Busqué en las páginas amarillas cursos de pintura y dibujo, y encontré la Facultad de Artes de la Universidad Nacional, Los Andes no tenía la facultad aprobada por el Ministerio de Educación y la Universidad de la Sabana tenía una licenciatura, en la que finalmente me inscribí. Estando aquí, me eligieron como el mejor compañero de los primíparos porque yo los ayudaba y por colaborador. Hice solo dos semestres porque no me sentí cómodo en la formación en pedagogía, yo quería ser maestro en pintura. He tomado clases de arquitectura, también adelanté cursos de historia, literatura y seis semestres de filosofía y letras. Todo esto porque quería entender el mundo de las artes.

Lo que quiero significar con esto es que todo sirve y no sólo a las artes, sino a cualquier profesión y hoy más. Ahora hay mucha información y poca formación, pero para mí el arte es una pasión. Y es que a mí me ganó la pintura y mis deseos de ser artista, yo soñaba con lo que soy hoy y con el taller que ahora tengo. Esta es mi vida: estoy dedicado a diario con disciplina porque de manera intuitiva siempre perseguí este propósito pues no tenía yo un mentor que me guiara o enseñara. Nunca pensé que iba a vivir de la pintura, tampoco en el glamour, en el éxito o en la fama, porque lo que yo quería era pintar y dibujar como lo hicieron los señores del Renacimiento.

Hoy entiendo para qué sirve una carrera profesional de arte a diferencia de cuando inicié que estaba viviendo una búsqueda, la de expresar de una manera particular, original, propia. En el taller uno se vuelve un virtuoso, más allá está el conocer la historia del arte, descubrir dónde hay una veta inexplorada para uno, poder responder a la pregunta de en qué parte yo quepo como artista y qué es lo que quiero transmitir. La filosofía me sirvió muchísimo y el salir desubicado de la universidad también. La técnica me permitió hacer lo que quisiera, figura humana, paisaje, hiperrealismo, pero era el punto de partida. Entonces venía la pregunta:

— Ya sé pintar, ahora, ¿qué debo hacer?

La idea de un artista es que sea único. Lo que me devolvió al origen, al punto cero, para comenzar a explorar muchísimo. Me costó tres o cuatro años después de haberme graduado de la Universidad. Me gané una beca de trabajo para investigación de ‘Colcultura’ y al mismo tiempo otra para ir a Europa, pero tuve que decidir entre hacer el proyecto de mi exploración personal viajando al fondo de mí mismo o irme a Europa. Eso me costó desvelos y tuve que hacer encuestas con mis amigos y familiares en las que todos me decían que les resultaba obvia la respuesta: debía irme a Europa. Y yo lo sentí de otra manera:

— Yo creo que aquí (en mí) puede estar todo.

Pero eso no fue tan fácil descubrirlo. Yo había congelado todo en mi infancia porque en esta sociedad colombiana, que ha sido racista y clasista, lo de mis orígenes, el tema cultural y biológico, era subestimado y maltratado. Y siempre ha sido igual: en el establecimiento y en los medios de comunicación se habla de nuestros valores pero la realidad es otra. En mis tiempos sí que lo viví y muy fuerte, también la discriminación, la estigmatización y la tipificación. Lo digo incluso de manera amorosa pero como sociedad nos quedamos anclados con esa idea errónea de la conquista y la colonia, de ese imaginario colombiano que yo también viví al denigrar de nuestro pasado.

Después de la Universidad me tocó vivir los años del debate mundial del ‘5to Centenario del Descubrimiento de América’ y todo su proceso histórico global lo que me fortaleció muchísimo para pensar en los temas culturales. Un ejemplo claro; cuando comenzamos esta conversación en la que te reconocí el que pronunciaras bien mi apellido. Porque justo así siento que no se ‹folcloriza›, ni ‹otreriza›, porque por nuestra condición siempre nos han visto de manera extraña, como seres exóticos. Aún hoy lo sentimos todos, incluso como Latinoamericanos cuando viajamos a Europa, aunque tengas un genotipo muy europeo, pero para mí fue mucho más difícil porque soy originario de este Continente. Y justo hoy es doce de octubre llamado día de la raza.

En la escuela había un ‹primero A› de blancos y un ‹primero B› de indígenas, es decir, éramos el Plan B, los segundos. Es una tierna pero cruel segregación. Recibimos mucha información, como te mencionaba, una educación enajenada, que nos pone a soñar, vibrar, vivir y ser, con las historias de otros, que es una manera de blanquearnos y homogeneizarnos a todos desde el punto de vista antropológico. Nosotros los de ‹primero B› los ‘indiecitos’ teníamos un equipo de voleibol y nos llamaron ‹la raza›, los blanquitos se llamaban como ellos quisieran.

Éramos niños inocentes que soportamos y convivimos con todo eso. Tuvimos que aprender de sensatez, de comportamiento y de tolerancia. Esta segregación que en apariencia es imperceptible, resulta cruel. A nosotros nos daban mucha más evangelización, nos ponían muchos rezos, hasta cinco rosarios al día mientras ‹los blancos› se divertían con colores y libros ilustrados pues nosotros sólo teníamos la Biblia, dos cuadernos, uno cuadriculado y uno de líneas, y lápiz. Sentimos envidia, claramente.

En el año 2013, cuando iba a hacer una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno, con una amiga (que trabajó como por treinta años como docente psicopedagoga de un colegio privado en Bogotá), tres semanas antes le habló a los estudiantes sobre el artista que era indígena del Putumayo. Una niñita levantó la mano y dijo:

— Con indios yo no me meto.

— ¿Por qué? (le preguntó mi amiga)

— Porque los indios son violentos y sucios.

Ese para mí es un termómetro social. No es la niña, no son sus padres, no es el colegio, es todo el proceso histórico del que te hablo y que quiero, de manera amorosa, desmenuzarlo y entender porqué somos así, porqué el mundo es así. La historia cambió cuando descubrieron un nuevo mundo y nos señalaron para decirnos que éramos seres inferiores. La dominación y el racismo viene de ahí.

Por lo mismo tenemos que construir sin resentimientos y sin señalamientos. Podemos decir con alegría que todos somos hermanos: esa es una realidad científica, lo que se sabe hasta hoy la cuna de la humanidad está en Africa. Si hay expresiones artísticas, todos las percibimos, entonces la idea es que podamos transformarnos y evolucionar con tolerancia.

Cuando llegué al Museo a dictar la charla, una niñita se me vino a los brazos diciéndome:

— ¡Jacanamijoy!

Lloró emocionada y no me quería soltar. Fue realmente muy lindo. Lo siguieron los otros niños. Luego la profesora me contó quién era la niña, que cuando comprendió el mensaje mostró su inocencia. Se marcó una diferencia de intolerancia con la que no podemos continuar.

Recuerdo que cuando un profesor trató de pronunciar mi apellido por primera vez la Universidad de la Sabana, fue como si hubiera llegado un marciano, pronunció un trabalenguas y no podían darme otra mirada. Así seguimos, denigrando de nuestro pasado, no tomamos con amor propio ese ADN que es tan nuestro y que llevamos en la sangre. Todos en el mundo somos mestizos, no hay ninguna sangre pura pero entre todos creamos los conflictos. Esta fecha me parece maravillosa para entender estos temas.

Cuando me gradué en artes todo artista soñaba con ser un pintor a la orilla del río Sena, exponiendo el París, pero decidí que mi trabajo era el de viajar al fondo de mí mismo donde fui descubriendo muchas cosas lindísimas de una manera auto etnográfica, viajando a mi tiempo y a mi espacio. Pero me estaba volviendo antropólogo, sociólogo, teórico y yo quería ser pintor. Explorando todos los paradigmas entendí que los de afuera nos estaban mirando a nosotros y es que nos enseñan a dar una mirada desde el exterior a lo que somos, cuando debemos hacerlo desde adentro. A partir de ahí volqué la mirada para que surgiera la pregunta de lo que debería expresar, qué es lo que quiero gritarle al mundo y sacar de mí, y quizás encontrar la respuesta más importante, la de cómo me quiero sorprender.

Comencé a explorar en la tradición oral, en mi lengua, en mi cultura, en cómo crecí. Ese fue mi origen como artista, nutrido de todo: por algo el expresionismo abstracto me encanta que para mí es poesía visual. La idea de lo que yo pinto es, que el primer impacto sea que se sienta, porque cuando uno siente ya empieza a dialogar, puede no entenderse pero que despierte emoción como la que se experimenta cuando se introduce en un bosque o se lanza en un pozo de agua o prueba algo. A dónde lo lanza ese recuerdo, ojalá a los sentidos, a lo visual, a lo perceptivo. Ese es el origen de mi trabajo, mis memorias, lo que soy como ser humano y mucho más allá. Esa es la posibilidad del arte, la de volverse un lenguaje universal. Que lo que importe sea el arte y no quien lo hizo porque el autor desaparece. Como lo que ocurre con los fenómenos de la naturaleza, con la lluvia por ejemplo donde no hay autor conocido.

  • ¿Afloraron miedos en esa inmersión?

Se siente pánico cuando se está frente a un lienzo en blanco. Al saber que voy a ser el autor de algo que espero me sorprenda y que si lo logro podría tener ese mismo efecto en los espectadores. Para desbloquear los miedos y todas las reflexiones en torno a qué voy a hacer, debo levantarme cada día y comenzar a explorar, a buscar el sentido, a alcanzar el sueño congénito que tenemos los seres humanos del logro. Mi deseo era ser pintor, mi pregunta era qué puedo hacer.

Caí muchas veces y tuve que levantarme más, fortalecerme para seguir el camino. Me ofrecieron hacer otros oficios para vivir pero yo insistí y persistí en mi sueño. Hubo frustraciones, me sentí perdido sin hallar el camino, pero lo perseguí con insistencia.

  • ¿Hay muchos silencios en la obra?

Sí. En mi producción hay muchos silencios pero también intuición y percepción, música, inocencia, caos. Yo le rindo tributo a la inocencia y no sólo a la infantil porque en ese estado uno puede sorprenderse muchísimo. Por eso el ser humano tiene tantas preguntas. Cuando pinto pienso de una manera inocente, como los niños que cuando ven un color de inmediato quieren expresar algo. Para no perderme, para no enfriarme, lo que hago es comenzar con la facilidad que nos permite la inocencia de explorar, porque cuando somos tan racionales nos podemos bloquear, no nos permitimos ir más allá ni asombrarnos todos los días.

Me empodero de esa parte cuando quiero pintar, porque mi pintura es muy fluida, espontánea, performática y va dejando muchas huellas. Porque si quitáramos el lienzo para quedarme con la brocha, estoy moviéndome cual coreografía, estoy recorriendo sitios, atrapando el viento, también los fluidos de la naturaleza, sus sonidos y sus silencios, y trayéndolos en colores.

En mi más reciente exposición, un amigo alemán que vive en la selva hace muchos años, se sentó frente a un telón de seis metros altura por siete de ancho por veinte minutos y decía que lo jalaba, que lo quería atrapar, que era como un llamado. Fue el mayor piropo que pude recibir.

  • ¿Es esta otra manera de meditar?

Sí que lo es. Fui cogiendo camino sin racionalizar. En mi retrospectiva entendí mi pintura después de años de haberla producido. Hay mucho de inmersión, regresión, percepción, de sentir, pero sólo hasta hoy me es evidente.

  • ¿Se tienen sueños y proyectos para la obra?

Tengo una manera no planeada de vivir y así soy como artista. Soy espontáneo, vivo el presente, el ahora.

Uno de los recuerdos más emocionantes es cuando una señora, prestante de mi pueblo, se acercó para comprarme uno de mis dibujos en una semana cultural del colegio. Era la primera vez que algo así me ocurría yo ni pensaba que eso se vendiera.

Luego, cuando me empezaron a comprar mis primeros cuadros, fue espectacular; llegar a instituciones y tener el reconocimiento de la crítica, me pareció fantástico; y si llevan mi obra a museos y a exposiciones internacionales, me resulta maravilloso.

  • ¿Y estas emociones te desvelan?

Esas emociones las relaciono con el insomnio en la víspera de un paseo del colegio. Para mí la pintura es un acto de amor, entonces tiene que ser incondicional. El ego y la vanidad siempre están ahí pero hay que controlarlos.

Un amigo filósofo en la retrospectiva me contó que había visto a un niño que lloraba al ver un cuadro mío. Para mí ese es el propósito del arte, tocar fibras, que mueva el piso.

  • Porque ella también contiene una historia.

Claro. Otro amigo me contó en una primera exposición que hice en el Museo de Arte Moderno en la Tertulia en Cali, que una de mis pinturas lo había lanzado a su infancia al lado de sus abuelos y con sus padres. Y justo la pintura que él había visto, que no tenía nada que ver con su entorno familiar ni cultural, era un homenaje a mi abuelo. Fue fascinante. Cuando le conté los detalles se conmovió.

Se aprenden muchas lecciones de vida a través del arte, porque éste puede ser una herramienta de transformación humana incluso social.

  • ¿Cuál ha sido la lección más grande recibida?

Una lección maravillosa tiene que ver con las epifanías y las revelaciones, con lo que viví un día que me encontraba sumergido en un pozo en la selva, cuando hice esa inmersión en mí.

Fui en búsqueda de un chamán amigo de mis padres a la selva. Llevaba casi un año sin pintar y necesitaba inspiración para cumplir con el cronograma propuesto. Pero no se me ocurría absolutamente nada.

Miraba el infinito mientras pasaba el atardecer para caer la noche colmada de estrellas. Comenzaron los sonidos de la selva, toda la algarabía de animales enormes pero también pequeños. Toda esta música la veía como puntos y líneas. De manera inesperada me habló una abuelita en quechua, diciendo algo como:

— Jovencito, tenga cuidado que a esta hora lo pueden picar bichos, culebras.

Salí espantado de ahí.

Era la esposa del chamán que acababa de llegar con él y que se dirigió a la quebrada a sacar agua para preparar la comida.

Ese instante fue maravilloso porque entendí muchísimas cosas. Llevé tantos equipos que caí en lo pretencioso, posaba de muy intelectual pensando en lo que no era. Ahí comprendí lo simple de la vida, que todo estaba en el sentir, en el ser, en el vivir.

Supe de inmediato que a partir de ahí ya tenía qué hacer. Me puse frente a la tela y produje. Al comienzo escribía cuentos cuando lo que quería era pintar y lo logré.

  • ¿Cómo acallas el ego cuando asoma?

Siguiendo el camino para lograr el estado de inocencia. Volviendo al pozo. Entendiendo que pintar es vivir intensamente, dejar las huellas de todo un campo de batalla.

  • ¿A qué lugar perteneces?

Al agua, al mar.

  • ¿Cuál es tu sonido?

La algarabía de la noche en la selva aunque me alcanzan a pasar ráfagas de miedo y de temor porque es fuerte.

  • ¿A qué le temes?

A las culebras. A los rayos cuando hay una tormenta en la selva que generan una luz que permite ver absolutamente todo.

  • ¿Qué te conmueve?

Me conmueve muchísimo ver llover en la selva. Es un espectáculo muy hermoso y único.

  • Si fueras una de tus herramientas de trabajo, ¿cuál serías?

Una brocha muy untada de color.

  • ¿Cuál es tu color?

El Azul. Me parece el infinito y es frescura.

  • Si tuvieras un lienzo en blanco al frente… ¿Qué imagen viene a ti?

Una lluvia de imaginación. Lo primero es una mancha grande, fuerte, con el ritmo del corazón. Es con lo que estoy sintiendo como arranco en pintura, luego me detengo y observo sin ningún propósito.

Todo luego va llegando. Comienza un diálogo, voy comunicando. A partir de ahí salen los nombres de las pinturas producto de recuerdos, rescatados de la memoria corporal, visual, espiritual. Son los ‹deja vu› que consigno.

  • ¿Qué es el tiempo en tu vida?

Ha ido variando la percepción del tiempo. Sobre él que hice algunos trabajos. Cuando pienso en el tiempo pienso en el ahora. Busco que ese estado sea lo mejor, el momento más feliz de la vida, siempre, como si fuera el único.

Es lo que procuro con mi obra, que se quede ahí, marcado.

  • La obra es una manera de perpetuar el ahora.

Esa es la idea. Sí. Qué esté ahí, en el eterno presente.

  • ¿Quieres trascender a través de tu obra?

Prefiero hacerlo como ser humano.

  • ¿Qué se debería decir de ti el día de mañana?

No lo he pensado.

  • ¿Cómo quisieras ser recordado?

Soy mucho corazón. Que no me ganó la vanidad. Que soy un ser amoroso.

  • ¿Cuál es el mejor reconocimiento que te han hecho, (además de comprarte esa primera obra cuando eras niño)?

Que me permitan ser un buen amigo, ser leal, una buena persona.

  • ¿Dónde está tu arraigo, tu soporte?

En los seres queridos.

  • ¿Cuál ha sido el momento más crítico que has tenido que superar?

Tuve un accidente de automóvil que me dejó muchas lecciones.

  • ¿Cuál el de mayor emotividad?

Cuando me llamaron para hacer una exposición individual, porque yo no le había mostrado a nadie las pinturas que estaba haciendo en ese tiempo. Me daba pena porque consideraba que era muy loco lo que hacía y, lo sigue siendo.

Cuando se tiene reconocimiento, cuando se ha avanzado en un terreno ya caminado que está más preparado, hay cierta seguridad. Pero en esos momentos cuando partes de la nada, cuando vas a tientas y te dicen que les parece maravilloso y que quieren hacer una exposición individual y además en un museo, no me cabía el corazón.

Porque era toda una vida de entrega. Era la realización de mi sueño de infancia.

He estado en museos importantes, pero este momento ha sido y será el de la mayor emotividad en mi vida. Realmente muy lindo.

  • ¿Cuál es el regalo más especial que has recibido?

Como yo viví un buen tiempo solo con mi abuela, cuando me iba a graduar (de la Universidad Nacional), le pedí que me acompañara. Pero me dijo:

— ¿Para allá lejos? Dígame pa’ dónde.

— Para Bogotá.

— No, yo por allá no voy. ¿Para irme a morir?

— Pues entonces, hágame un regalo.

— Yo qué le puedo regalar. Usted ya es más importante y se va a graduar.

Sentí esa lejanía en que me hablaba, porque cada vez que yo me educaba más, ella sentía que iba quedándose sola. Continuó:

— ¿Para qué quiere llevar a esta vieja y qué regalo va a recibir mío?

— Quiero ese banco en el que está sentada.

— ¿De verdad? ¿Es lo que me está pidiendo? Pero este banco es viejo, ¿pa´ qué se lo va a llevar?

— Sí, pero yo lo quiero.

— Pues lléveselo (me dijo entre risas).

Y me lo regaló.

Siempre lo tengo en mi taller. Para mi es objeto de inspiración, le he pintado homenajes. Significa muchísimo para mí, representa mis raíces, el continente, a mi papá que fue chamán y a quien siempre vi machacando hojas, a mi mamá embarazada, los cantos chamánicos, la algarabía de la selva, la madre tierra. Ese banco es mi cultura, es sabiduría, conocimiento, las tantas noches que yo pasé con los guardianes de la sabiduría ancestral escuchándolos.

No es solamente un banco viejo, es la historia que contiene.

  • ¿Cuál es el mejor regalo que tú has hecho? ¡Además de esta entrevista!

Dedicar tiempo y cada vez lo quiero hacer más. Es otra de las lecciones que he tenido, la de que a la larga, el tiempo es lo más importante.

Cuando viajo al Putumayo y veo a mi mamá que está mayor, quiero visitarla más, compartir más con ella, comer sus mazorcas, sus platos orgánicos, cocinar juntos.

La deshumanización es conmovedora. No hay un regalo tan grande como el de dedicar tiempo.

Alguna vez trabajé tanto que se me paralizó media cara y entendí que era por estrés. Así que cuando veo que voy en ese camino, me detengo y veo una buena película, voy con amigos a comer, a vivir. Porque aquí en el taller se vive intensamente pero cuando se vuelve trabajo debo regularlo.

Justo el momento de la epifanía en el pozo de agua del Putumayo, fue de entender que las cosas son sencillas, que ahí está la clave.

No vayas tan lejos, no hay que ir tan lejos, sólo al interior de uno mismo y la llave de inspiración aparece.

  • ¿Qué te ha arrancado lágrimas?

Justo esos momentos, ya te iba a decir. No tanto esos estados dramáticos, sino los simples y sencillos, en los que está lo esencial. Los recuerdos me tocan el alma y me arrancan lágrimas. Los sentimientos que están a flor de piel por instantes.

En algunos de mis cuadros hay un bombillo encima de mi abuela, la representa a ella en su tulpa (fogón). Es esa la mirada que le doy: ella prefería hablar en quechua, permanecía sentada iluminada por un bombillo, vivió sin sofisticación, permanecía descalza y se sintió plena hasta morir a sus noventa y cuatro años.

Hay que viajar a lo esencial del ser humano. Hace poco hice un viaje a la India que me mostró que no hay que ir tan lejos aunque su espiritualidad y sus tradiciones me conmovieron.

Se debe vivir en el presente eterno.

  • Si pudieras editar la vida, ¿qué le cambiarías?

Absolutamente nada. Mejor sacarle provecho y de manera amorosa aceptar lo que nos tocó, lo que hemos vivido y agradecerle al universo.

Una de las cosas que nos deberían enseñar para aprender a vivir, es observar la existencia y observarnos a nosotros mismos. Detenernos y reflexionar.

  • ¿Sigue muy vivo el niño en ti?

Sí, mucho. Me encanta experimentar y sigo siendo inquieto.

Vivía golpeado entonces siempre iba donde mi tía la sobandera que me veía acercarme a lo lejos cuando comenzaban a ladrar los perros. Entonces ella se echaba un pedazo de tabaco a la boca y empezaba a masticarlo mientras me decía:

— Ahora, ¿qué le pasó?

Y yo con el brazo hinchado por subir a los árboles a comer frutas, como una lagartija. Y eso es, a la larga, lo que hago aquí también.

  • Tu obra me transmite mucha alegría. ¿Eres alegre o hay melancolía en ti?

Hay mucha melancolía también. Por ejemplo, la hay en el amarillo que la gente dice que da luz y que refleja alegría.

Mi papá, mi mamá y unos sobrinos míos lloraron cuando les conté lo que significaba para mí, el amarillo de una de mis pinturas. La historia es esta.

Cuando de muchachos me quedaba solo con mis hermanos, en las montañas veíamos que de pronto se acercaba algún carro, se aproximaba a una curva para proyectar luz. Yo me emocionaba y todos saltábamos felices con la ilusión de que venían mi papá y mi mamá. El carro continuaba hasta hacerse plena esa luz, pero no llegaba a la casa nuestra sino que pasaba y se alejaba.

Yo pintaba la luz de esa manera, con esa fuerza que me dictaba el alma en ese estado, con esa sensación. No era una luz de alegría y de esperanza, sino de dolor y melancolía.

Esas luces tienen sus contenidos igual que los colores. No es la teoría del color que uno ve porque la idea es desbaratarla, hacer una teoría única del color con las obsesiones que uno tiene.

  • ¿Ha habido alguna obra de la que no hubieras sido capaz de salir, que dijeras que te pertenecerá siempre?

¡Todas! Realmente muchísimas. Por ejemplo, en la retrospectiva yo las veía y quería que fueran mías. ¡Qué emoción! Hay tantos recuerdos en ellas.

Ver una retrospectiva de más de cien obras y de décadas de recorrido desde mis trece años cuando empecé a dibujar como profesional y después, sin proponérmelo, hablaba con mi obra. Ver una luz de una de mis obras pintada a mis dieciocho años y reconocida por un amigo (hoy un escultor muy reputado), me genera muchísima emoción.

Es una niña y detrás está el brillo de unas luces que la golpea con calor y con mucha fuerza. Él me dijo:

— Deberías llamar a esta pintura: “Tierna soledad”.

Y era precisamente lo que reflejaba, la soledad de mi infancia pintando.

  • ¿Ese sentimiento de soledad sigue haciendo presencia en tu vida?

Esa es una condición humana congénita, el miedo a la oscuridad y a la soledad. Esas huellas me quedaron pero he aprendido a convivir con ellas siendo feliz. Me parece maravilloso.

De las cosas que envidio es a un ser humano que me diga que vive feliz solo. Cuando se convive con la soledad se alcanza un estado esplendoroso. Somos seres solos que necesitamos sentirnos rodeados.

La pintura fue la que me salvó de mis estados de soledad, esos que duelen, que hieren, pero también alegres y melancólicos.

  • ¿Dónde está tu libertad?

Justo en la pintura, en lo cotidiano, en lo objetivo y en lo real, porque puedo tomar el color que me provoque y echarlo sin límites. Es un grado de libertad que yo mismo creo hasta que aparece el ego o el estrés que limitan y bloquean.

Otro estado de libertad es no pintar. Como las paradojas del sonido. Hablando de una manera poética y metafórica, un cuadro tiene sonidos pero también silencios. No es solamente sonoro en la algarabía de las arcadas que abren los animales, o las cascadas de ríos que caen, o del mirlo que atraviesa mi patio… Sonidos que nos hacen viajar en el tiempo.

Pero cuando apagan todo es un extasío.