CARLOS MARIO GALLEGO – MICO
Las Memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
Isa, agradezca que le estoy dando esta entrevista.
- Por supuesto. ¿Por qué lo dices?
Como dice un humorista inglés, Jerry Seinfeld: “La ventaja de los viejos es que, a los sesenta puede contestar no y a los setenta puede no contestar”.
- ¿Y a los ochenta?
A los ochenta ya no puede dar entrevistas porque ni oye ni ve ni entiende.
- Prepárate para lo que viene por las emociones que se mueven en esta conversación.
Bueno, soy de lágrima fácil. Miremos a ver.
- Comienzo por preguntarte, ¿quién eres, Carlos Mario?
Soy un montañero de Yolombó, Antioquia, quien desde niño mostró habilidad para el dibujo y para el humor. Trato de cumplir ese precepto antiguo de no hacer a otros, lo que incluye a los animales, lo que no quiero que me hagan a mí. En ese sentido creo que soy un buen ser humano.
Alguien dijo que los humoristas tendemos a ser deprimidos. Es posible que en el fondo tenga un espíritu triste, lo compenso con querer sacarle chiste a todo lo que puedo. Esta es una manera sabia de enfrentar la vida, porque creo que los problemas y los asuntos se resuelven más fácil si se asumen con sentido del humor.
Creo también tener un buen sentido de la amistad. Hay quienes dicen que la amistad es mejor que el amor, pues no es necesario estarla demostrando todos los días.
ORÍGENES
RAMA MATERNA
Mi familia materna es de Yolombó, un pueblo al nordeste de Antioquia, famoso porque ahí se desarrolló la novela de Tomás de Carrasquilla según la cual en él vivió la Marquesa. Este es un libro publicado en 1928 que recomiendo, pues permite entender la época de la Colonia en un pueblo olvidado, minero, importante en ese momento.
Jesús María Arango, mi abuelo, fue un aserrador que no salía del monte donde se la pasaba tumbando árboles para volverlos tablas. De él heredé un aspecto artístico porque surrunguiaba (sic) la guitarra, como decimos en Antioquia; también hacía un muñequito de cera de abejas que colgaba de un pelo suyo que pasaba por la frente haciéndolo bailar: esto para un niño era mágico y muy divertido. Tenía una casita en el campo a la que íbamos de paseo y en las noches nos contaba historias asustadoras, de espantos, de figuras de la selva como la Patasola, el Mohán, la Barbacoa, y nosotros moríamos del susto en medio de la dicha de escucharlo: luego venía el problema de tener que ir al baño solo. Tuvo un sentido de la narración muy bueno que le permitía mantenernos en suspenso con el que lograba asustarnos.
Rosalina Tobón, mi abuela, tuvo en su cocina un horno de barro, el típico de las casas de la época, en el que hacía parva: sacaba pandequesos que ponía encima de hojas de plátano dándole aún más aroma y más sabor. De ella conservo ese recuerdo gastronómico tan especial. Era muy fuerte a la hora de castigar a los hijos, porque antes se creía que el castigo físico era el que educaba y el que servía para dar ejemplo de autoridad.
María Libia Arango, mi mamá, tiene noventa y un años y sobrevivió al COVID-19. Fue modista de todos sus hijos, que no éramos pocos, entonces se inventaba la ropa con sobrados de otra ropa; hacía los vestidos de unos con las herencias de los otros acomodándolos a la talla; volteaba las telas para darles uso por el otro lado. Fue la mamá rebuscadora, recursiva. El Niño Jesús nos traía de regalo un corte (una tela para hacer un vestido), entonces sabíamos qué estaba pasando ahí, sabíamos que era la tela para el uniforme del colegio.
Mi mamá fue mi inspiración para el personaje Tola y Maruja. Tenía una vecina, de nombre Anatolia, a quien le decían Tola. Se hacían visita y conversaban en voz alta, entonces yo las escuchaba, me quedaba oyéndolas conversar, lo prefería a irme con los otros niños a jugar. Me quedaba pendiente, metido en la charla, viéndolas, hasta que mi mamá me decía: “¡Quite de encima!”. Pero yo seguía ahí porque Anatolia era muy charra (sic) para chismosear: blanqueaba los ojos, se le iba el aire en el proceso, pero sin dejar de hablar.
RAMA PATERNA
Mi familia paterna es de San Roque, pueblo cercano a Yolombó. A Macario Gallego, mi abuelo, no lo conocí y tampoco tengo memorias suyas, en cambio sí de mi abuela, Herminia Valencia. Carlos Enrique Gallego Valencia, mi papá, fue relojero y joyero.
CASA MATERNA
Mi papá llegó de su San Roque natal a Yolombó con su oficio de relojero. Imagino que mi mamá fue a su negocio a hacer arreglar algún reloj. A él mi mamá le encantó y, por su parte, mi mamá se sintió feliz de que se fijara en ella alguien con un oficio, y no un jornalero. Con él vio más futuro. Dice mi mamá que ella se casó con el afán de salir de su casa. Esto era normal en ese entonces. Las mujeres buscaban salir de su casa en las que las tenían como en una prisión, por los castigos fuertes, por el maltrato.
Llegamos a ser nueve hijos siendo yo el de la mitad. Fuimos tres hombres, pero mis dos hermanos murieron siendo muy jóvenes: de once y de quince años. Quedé solo con mis seis hermanas mujeres con quienes tengo muy buena relación.
Mi mamá fue una luchadora, pues se separó cuando yo tenía ocho años, entonces le tocó levantar a la familia con muy poquita ayuda de mi papá. En ese entonces se consideraba que los hijos eran de la mamá, que ella era la responsable de su crianza. Por lo mismo, mi mamá ha sido muy trabajadora, inclusive ahora cuando quiere hacer oficios domésticos que ya no se le permiten. Ya viejita se le ha despertado un humor tremendo, está sacando un humor que no le conocíamos, lo que me llama mucho la atención, pues hace reír mucho.
INFANCIA
Tengo recuerdos alegres de mi infancia, la viví en un pueblo, en Yolombó. La infancia en un pueblo es muy distinta a la que se vive en una ciudad, da mucha libertad, con seguridad, con tranquilidad, y se puede saltar en los charcos sin problema.
Recuerdo que mi papá hacía las argollas matrimoniales y otras joyas, pero lamentablemente no heredé ese gusto, es posible que tuviera la habilidad y hubiera sido muy bueno en este oficio que es muy bonito, pero con el aspecto no tan atractivo que es el fuelle, aleaciones que se hacían con cianuro. Mi papá mantenía tarros de cianuro en la casa y yo los abría, olía y sentía la tentación de probar: afortunadamente nunca lo hice. La relojería sí me gustó, me parecían muy lindos los relojes mecánicos con todas sus ruedas, con el volante, el áncora, el minutero, y por el tener que darles cuerda. Con mi papá aprendí a arreglar relojes.
Conservo un recuerdo que me marcó para siempre. Alguna vez mi papá estaba arreglando el reloj de un campesino, me lo mostró y me dijo: “Mire, hijo, por qué este reloj no funciona: se le cayó un tornillito y es el que está parando estas ruedas”. Le pregunté: “¿Cuánto le vas a cobrar?” / “Nada, no le voy a cobrar”. / “Pero deberías hacerlo”. / “Hijo, cómo le voy a cobrar a un campesino que está todo el día metido en un cañaduzal buscando ganarse la plata. No, no puedo hacer eso”. Me pareció este un gesto de honradez enorme, y gracias a este gesto de honradez nunca tuvimos casa propia ni herencia de nada.
Puedo decir que mi papá se creía charro, gracioso, contaba chistes muy malos y era el primero que se reía y se seguía riendo mientras que a mí me producía pena con mis amigos y con la gente. Pero él era feliz así. De esa manera tenía sentido el humor.
Fui criado en una modalidad familiar en que uno no habla con el papá. Hace poco quise buscar mis orígenes sefarditas para optar por la nacionalidad europea y me di cuenta de que yo no había hablado con él. Insisto, es que uno no hablaba con los papás, uno no les preguntaba por sus cosas, uno no los conocía. Igual él era distante, tampoco daba besos, de manera excepcional nos daba un abrazo. Mi relación con él no terminó bien, pero, como dice el poeta antioqueño José Manuel Arango: “Me hice amigo de mi papá después de muerto”. Creo que me pasó un poco eso con él.
En la casa todos los días rezábamos el Rosario, lo que para un niño era muy aburridor. No soy rezandero, pero de viejo volvería a rezar el Rosario porque es como un mantra, la repetición proporciona una relajación. Nosotros nos íbamos quedando dormidos, entonces mi papá hacía un cono, con la esquina de una cobija, que nos metía por la nariz para despertarnos. Nosotros hacíamos gestos de la incomodidad mientras los demás reventaban en risas. Terminado el Rosario, mi papá contaba dos o tres chistes, los que eran el aliciente, aunque prácticamente eran siempre los mismos. Malos, muy malos, pero nos gustaban.
ACADEMIA
Cuando iba a empezar la primaria del pueblo nos vinimos a Medellín. Vivimos en uno de esos barrios pobres, por San José, en lo más alto de la Comuna Nororiental. Pasé por varias escuelas, comencé en Santa Bernardita, luego estudié en otra que quedaba por Las Granjas, por Manrique.
En la escuela me iba muy bien, fui muy buen estudiante. Recuerdo que una vez una vecina nos hizo el favor de ir a la entrega de calificaciones pues mis papás no estaban. Ella no podía creer que yo hubiera sacado cinco en todo, porque ocupé los primeros lugares hasta primer semestre de universidad donde obtuve un promedio de 4.6 sobre 5, lo que hizo que me ganara una beca.
Recuerdo que yo iba descalzo por esos barriales, no tenía sino unos zapaticos para la misa de los domingos. Alguna vez, cuando iba a izar la bandera por buen estudiante, la profesora me devolvió a la casa para que me pusiera los zapatos. Y regresé muy elegante, bien puesto, listo para la ceremonia.
También fui buen dibujante. Como siempre tuve habilidad para dibujar y colorear, mis maestras me pedían que les regalara mis cuadernos al final de cada curso: recuerdo que trazaba los mapas y les hacía los límites de distinto color, quedaban peludos. También me ponían a hacer las carteleras, el material didáctico. Los niños de ahora se están perdiendo las habilidades manuales porque ya no escriben a mano ni dibujan en papel, sino en tabletas o computadores.
Desde temprano mostré mis habilidades artísticas payaseando, participé en sociogramas. Pero no tuve problemas disciplinarios, porque he sido muy solapado: hacía mis chistes en clases, en el momento justo, sin hacerme pesado, sin ser cansón, por lo mismo no tuve problemas de disciplina y fui muy aconductado (sic).
En la separación de mis padres regresé a Yolombó cuando terminé cuarto de primaria. A mi hermano y a mí nos mandaron a vivir con mi papá como un castigo para él. Puedes imaginar lo que esto significó para nosotros, era la manera de decirle: “Mire, lo encartamos con estos dos, con sus hijos varones”. Entonces mi papá nos llevó a vivir con la abuela Herminia.
Gracias a mi abuela hice la Primera Comunión, con saco prestado, cachaco prestado, como dicen en mi tierra, pero también con zapatos estrechos. Resulta que unos familiares me regalaron unos zapatos y me preguntaron si me quedaban buenos. Yo los sentía muy estrechos, pero pensaba que, si se los llevaban a cambiar, ya no volverían. Así los usé, me quedaban estrechísimos, al punto de sacarme sangre en los jarretes.
Tristemente, mi hermano murió a sus quince años, parece que le dio un infarto.
VOCACIÓN
Estando en quinto de bachillerato yo ya había comenzado a hacer caricaturas de mis profesores y compañeros de salón. Siempre me fue muy bien en humanidades: en lenguaje, español, filosofía. Y escribía bien. Mi expectativa era ser periodista, me animó mucho a tomar la decisión de carrera el programa de televisión de Héctor Mora llamado “El mundo al vuelo”. Su trabajo era viajar por el mundo, conocer, hacer informes. Yo quise ese oficio, ahora soy corresponsal en El Peñol, en La Pintada, en Melgar y en Mariquita mientras Mora lo fue en Frankfort, Tokio, Paris, Madrid, Londres (risas).
UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA
Cuando cursaba sexto, fueron a visitarnos al colegio de la Universidad de Antioquia. Me presenté decidido por periodismo. Recuerdo que después nos contaron que quienes entramos en esa generación, en esa “camada” (sic), obtuvimos el puntaje más que suficiente para medicina.
Esto era lo que mi familia quería para mí, especialmente mi hermana, quien tenía novio médico. Ella me decía: “Ve, estudiá medicina que él te da los libros”. En ese entonces todas las familias querían un hijo médico para estarlo molestando en todas las fiestas: “Ve, mirá, tocame esto aquí. ¿Qué será?”. Pero también quieren un cura para que consiga plata. O un militar, no sé pa’qué, quizás para que les ayude a sacar la libreta militar a los hermanos. Pero yo me mantuve firme en mi decisión de estudiar periodismo.
Del pueblo solo pasamos el examen de admisión una muchacha en medicina y yo en periodismo. No fue coincidencia ni casualidad, sino que fuimos los únicos que nos preparamos para el examen. Mientras los compañeros jugaban billar, nosotros estudiábamos el modelo del examen a fin de entender su técnica.
Cuando vivía en Yolombó visité la casa de mi mamá durante las vacaciones y fue precisamente donde me quedé cuando ingresé a la universidad. Como no teníamos casa propia, vivíamos de barrio en barrio, de casa en casa. Mi mamá me apoyó todo el tiempo: cuando se separó le pidió a mi papá que me matriculara en clases de dibujo y pintura en Bellas Artes, porque era consciente de mi habilidad artística, y me la impulsaba, pero él no lo hizo ni lo observó o no le importó. También recuerdo que cuando yo llegaba de la Universidad con hambre en las noches, pues pasaba por fuera todo el día, encontraba mi comida calientica.
Mis años más felices los pasé en la Universidad de Antioquia, tiene un campus hermoso. Durante los primeros semestres me encontré con estudiantes de todas las carreras, aquí tejí lazos de amistad muy importantes dada mi habilidad de dibujar: dibujé siempre a mis compañeros y profesores.
La universidad me dio una visión más amplia, más política del mundo. He ahí la universalidad, su razón de ser. Ojalá todos pudiéramos ir a la universidad, así sea de garaje, porque de algo sirve interactuar con los otros, abre la mente.
TRAYECTORIA PROFESIONAL
CARICATURISTA
PERIÓDICO EL MUNDO
Comenzando mi carrera, quizás iba en segundo semestre, en abril de 1979 fundaron el periódico El Mundo, de Medellín, lamentablemente ya desaparecido. Contrataron periodistas sin grado, estudiantes de las facultades de periodismo de la ciudad y un buen número de ellos eran de la de Antioquia.
Mis compañeros me contaron y me animaron a que enviara mis caricaturas. Así lo hice. A Elkin Obregón, caricaturista de excepción, maestro ya fallecido, tremendo artista, contratado por El Mundo, le mostraron mi trabajo y dijo: “Tiene como sentido, pero mejor que aprenda a dibujar”. Lo mío era muy de ímpetu, no tenía técnica pues no había estudiado dibujo, era algo innato. Pero mi sentido del humor le gustó. Por fortuna sí tenía idea de cómo hacer una caricatura, aunque dibujara mal. Yo puedo perdonar que una caricatura no esté bien dibujada, pero no la ausencia del humor en ella. Dibujo más o menos bien, algunos chistes me salen bien, quizás porque resultan oportunos. Fui contratado y comenzó mi carrera de caricaturista.
Resulta que en la casa todos teníamos sobrenombre, es una costumbre antioqueña. Mi apodo era Mico, por inquieto, por cansón. Mi mamá me decía: “¡Ay, quédese quieto que parece un mico! ¡Quédese quieto, por favor!”. Lo usé cuando tuve que escoger una firma. Mico fue para mí ideal, aunque algunos dicen que parece un alias de guerrillero o paramilitar, Alias Mico (risas).
Yo quería ser reportero, no me importaba la fuente, me podían llamar más la atención los temas de orden público conocidos como crónica roja. Un teórico decía que la crónica roja es la página social de los pobres.
Dado mi sentido estético, me dieron la oportunidad de trabajar en el diseño, en la diagramación del periódico. El Mundo fue el primer periódico en el país que le dio importancia a este aspecto, trajo de Europa a Ignacio González, un colombiano quien había estudiado diseño en España y quien contaba con reconocimiento pues había trabajado en la revista Cambio16. Fue así como jalonaron a la competencia en la importancia de la diagramación. Mientras estudiaba tuve la fortuna de hacer parte de ese departamento.
Pedí ser reportero, inicialmente de noticias internacionales, que era por donde empezaban los más bisoños. Se trataba de recibir cables por un teletipo antiquísimo enorme que iba soltando las noticias en una especie de fax. Siendo diseñador de El Mundo, pedí que me dieran esta oportunidad, pero consideraron que yo estaba muy biche (sic) para esto pues apenas cursaba tercero o cuarto semestre de carrera.
Cuando Belisario se presentó por quinta vez como candidato a la Presidencia, dibujé una caricatura que gustó mucho. Esta coincidió con el momento en que Carlos Pinzón promovía la Teletón con el lema: “Es cuestión de humanidad”. Entonces hice una valla muy grande diciendo: “Hay que votar por Belisario Betancur, es cuestión de humanidad”.
Recuerdo que como caricaturista comencé imitando la línea de Naide, me hice su amigo, desde mis inicios lo he seguido, me influyó mucho su trazo. Lentamente fui descubriendo mi propio estilo, en el feísmo. El feísmo es una forma de la caricatura en que se dibuja feo, como al desgaire, dibujo descuidado, hecho con displicencia. Esta es la línea de Ugo Barti, fue la de Antonio Caballero, es la de Jairo Barragán – Naide. Héctor Osuna siempre ha sido más pulido para dibujar, más cuidadoso: a él se le nota la academia.
A diferencia de muchos, quienes dibujan como si se tratara de una editorial, de forma muy seria, diría que yo no soy hiriente con mis caricaturas, porque no ofendo. Busco la parte humorística, le busco el chiste al asunto. A mis caricaturas les doy un ingrediente de ternura. Elkin Obregón decía que yo tenía una antena para producir muy buenas caricaturas sobre la pobreza, sobre los pobres: por supuesto, producto de mi experiencia.
COLUMNISTA
Colombia quiso hacer el Mundial de Fútbol en 1986 siendo presidente Belisario Betancur. Entonces se empezó a hablar del Mundial del 86 al que muchos se oponían argumentando que cómo se iban a gastar la plata cuando había que hacer hospitales y escuelas. Como todo en Colombia, no se hizo el Mundial, pero tampoco se construyeron los hospitales ni las escuelas.
Esto me motivó a escribir una crónica imaginando cómo sería la composición de la Selección Colombia con los políticos: cinco liberales, cinco conservadores y uno de la oposición. Porque así era la proporción en ese entonces, en la que la oposición era una minoría y los liberales y conservadores se repartían todo con el Frente Nacional. La firmé con un seudónimo en recuerdo de mi hermano Julián, quien murió muy joven y quien era gago, decía que se llamaba Julián Gagallego. Así firmé. La dejé con la secretaria de Darío Arismendi, director del periódico.
Al día siguiente la vi publicada en el mejor punto de las páginas de opinión, en la parte superior de la tercera. Todos intrigados queriendo saber quién era el nuevo columnista, decían: “Es de Daniel Samper Pizano, pero tiene que firmar de esa manera”. No lo podía creer, entonces le confesé al director que yo era el autor. Me invitó a continuar como columnista, me preguntó: “¿Quiere seguir con una columna semanal?”.
Tenía diecinueve años cuando dejé la idea de la reportería con la fortuna de ser columnista a una edad muy temprana. Desde entonces he escrito con sentido del humor. Dada mi formación periodística, mis columnas fueron de actualidad colombiana, que es tan política o politiquera. Esto es así porque tenemos elecciones todo el tiempo, no terminamos de elegir al presidente y ya vamos por alcaldes y gobernadores. Considero que sería bueno unificar estas fechas de elecciones para darnos un respiro.
Pero también abordé otros temas. Una columna que gustó mucho la titulé: “Don Tulio y la ternura dañina”. Don Tulio era el dueño de los buses de Manrique, unas chatarras que me llevaron a decirle: “Está bien, Don Tulio, que usted sienta ternura por sus carros, que esté apegado a ellos, que les tenga ese cariño, pero, cámbielos”. Otras fueron literarias.
Escribí una columna burlándome de Belisario, cuando ya las firmaba como Mario Chorlito (porque solo la primera la publiqué con el nombre de mi hermano). En mi opinión, Belisario quería generar lástima, ganar votos, ventilando su origen humilde. Él decía que venía de una familia muy pobre; que cuando entró a la Universidad y antes de recibir una beca, había dormido en una banca del parque Berrío; también que varios de sus hermanos habían muerto de cólico miserere. Cuando Belisario fue presidente, el gerente de El Mundo se disculpó con él. Igual seguí escribiendo, pero me aburrí, abandoné pasados dos o tres años.
EL COLOMBIANO
Después de una pausa y siendo todavía estudiante me vinculé por dos años a El Dominical de El Colombiano donde escribí con seudónimo: “Cartas a Cheo”, como cartas a Teo. Era un artículo en género epistolar donde abordaba temas relativos al arte, a la literatura, ya no eran políticos. Escribí uno que decía que Borges era un impostor, que no era el verdadero. El humor siempre ha estado presente en mis columnas.
EL ESPECTADOR
Naide me llevó a El Tiempo para que pidiera un espacio para mí, pero no me dieron importancia, en cambio en El Espectador sí, porque fui a lagartear a los dos periódicos.
En ese entonces Don Guillermo Cano era el director. Pero también he trabajado con sus otros directores: Carlos Lleras de la Fuente, Ricardo Santamaría, los hijos de Guillermo, y ahora Fidel.
Me tocó vivir la bomba que le pusieron a El Espectador. Recuerdo que, estando en Medellín, fui al periódico a cobrar por mis caricaturas y me dijeron: “La administradora no está, espérela”. Se demoró tanto que me fui. Al rato recibí la noticia de que Pablo Escobar había puesto una bomba en el periódico y que sicarios la habían matado a ella y al gerente. Después de eso seguí llevando mis caricaturas a una oficina clandestina, escondida en un edificio.
Mis caricaturas en El Espectador van los domingos. He querido usar temas universales, filosóficos, pero a todos nos arrastra la actualidad que, como dije, la nuestra es muy política. He pasado un buen número de años en el periódico como columnista, con breves paréntesis, con algunas pausas.
EL HERALDO Y LA REPÚBLICA
También he sido columnista de El Heraldo y de La República.
REVISTA CAMBIO
Por invitación, estuve publicando mis caricaturas en la Revista Cambio cuando la dirigía Patricia Lara.
REVISTA CROMOS
Por algún tiempo publiqué en la Revista Cromos.
REVISTA CREDENCIAL
Publico una caricatura mensual en la Revista Credencial. Aquí desarrollo mis temas intemporales.
FRIVOLIDAD
Tengo la frustración de no haber sido reportero, como era mi ilusión, y no sé si este sea el momento, pero creo que lo haría bien, que la experiencia me permitiría hacerlo muy bien.
Terminé mi carrera en 1985, después de siete años de estar estudiando en la Universidad, porque en ese tiempo, cuando estaba en primer semestre, se presentó una anormalidad académica por una huelga que duró año y medio. Ahí tuve la oportunidad de pedir trabajo de reportero, pero quise hacer una revista de humor, pues no me explicaba cómo en Colombia no teníamos una.
Se llamó Frivolidad, para lo que me junté con Gustavo Muñoz, compañero de periodismo. Sacamos cinco números, de gran humor negro, pues éramos jóvenes, muy contestatarios y radicales. Frivolidad nos dio a conocer en el ámbito doméstico. Fue una experiencia magnífica en la que nos quebrábamos en cada número que publicábamos obligándonos a volver a empezar.
Cada publicación tenía un tema central, uno de ellos fue cuando el general Maza Márquez, director del DAS, denunció que en Medellín había escuela de sicarios. Entonces hicimos un reportaje de una escuela de sicarios en la que les enseñaban a los jóvenes a matar. Creamos el pénsum, entrevistamos al rector, a los profesores, a los estudiantes. Pero nos amenazaron, nos reclamaron por la mala imagen que estábamos dando de la ciudad.
Estábamos preparando el número seis en momentos en que la Revista Fortune publicaba la lista de millonarios en el mundo. Dentro de los diez de ese año se encontraban Pablo Escobar y Rodríguez Gacha, dos narcos colombianos. Entonces decidimos sacar una parodia con los diez más pobres del mundo, casualmente todos colombianos. Preparamos el informe con entrevistas. Pero con la amenaza no logramos publicarla.
LIBRO DE CARICATURAS
Pese a lo ocurrido decidí publicar mi primer libro de caricaturas que titulé Mis mejores caricaturas. ¿Cómo serán las peores? Era una selección de ellas. Lo publiqué buscando una platica para irme a pasear a Necoclí en diciembre.
Me prestaron la Biblioteca Pública Piloto para su lanzamiento, pero, como no había presupuesto para hacer un coctel, entonces les dije a mis compañeros de la revista que representáramos el texto de los diez más pobres, como si se tratara de una velada teatral de colegio. Debíamos aprendernos los textos y repartirnos los personajes. Me cogieron la caña (sic), lo preparamos y nos presentamos.
Yo era el primero que salía, y me llené de pánico porque no había hecho eso nunca, no tenía experiencia. Para mí era muy asustador. Entonces les dije a mis amigos que no, que yo no era capaz de salir, pero me contestaron: “Con todo lo que ensayamos, no puede ser posible. ¿Cómo nos vas a hacer esta?”. Me obligaron, le contaron al público, me tocó salir verde del susto y sudando. Arranqué a hablar y empezaron a reírse, ahí me relajé y la gente gozó.
Una vez terminamos la presentación, se acercó un señor, gerente de una cooperativa. Nos preguntó cuánto le cobrábamos por presentarnos en la despedida de fin de año de la organización. Resulta que en la Universidad nos juntábamos Sergio Valencia, estudiante de Licenciatura en Literatura, y yo, a reírnos y a hablar cháchara toda la tarde. Pero también resultábamos imitando a dos señoras: “Ay, oíste, querida. Es que este petacón…”. Y los compañeros, que estaban tomaban tinto con nosotros, se morían de la risa. Entonces pensamos que para que nuestra presentación de Los diez más pobres del mundo, la que nos habían contratado, durara siquiera una hora, debíamos añadirle algo. Decidimos rellenar con dos viejitas hablando, así como lo hacíamos espontáneamente nosotros en la cafetería.
Era 9 de febrero cuando nos presentamos por primera vez y lo hicimos ante periodistas. Entonces abrimos con ellas, con las dos viejitas quefascinaron. Si bien gozaron con toda la presentación, al final la gente nos dijo: “No, esas dos viejitas son lo mejor, lo que más nos gustó”. Se volvieron ellas lo más fuerte de la presentación de nuestro grupo Frivolidad, porque así lo llamamos: “El grupo Frivolidad presenta Los diez más pobres del mundo según la Revista Infortune”.
TOLA Y MARUJA
Surgieron entonces los personajes de Tola y Maruja, con Sergio Valencia quien representó a Maruja durante catorce años, hasta que, en el 2004, se cansó de ser travesti (risas), y quiso hacer una cosa más seria. Este fue un golpe muy duro para mí. Entonces los personajes desaparecieron de escena por cuatro años.
Nosotros habíamos sido muy exitosos, habíamos tenido un espacio en Radio Sucesos RCN, con Juan Gossaín, los viernes cuando hacíamos El Recreo con Tola y Maruja, lo que pegó muy bien. En el 2006, decidí hacer a Tola sola en ese programa.
En el 2008, la Revista El Malpensante hizo su primer festival al que me invitaron con Tola y Maruja. Les conté que Tola estaba sola, entonces llamamos a la presentación que se haría en teatro: “Tola esperando a Maruja”. Tola salía con su sombrilla al escenario con un monólogo armado en el que interactuaba con el público. Esto gustó.
Resulta que dentro del público estaba Wilson García, del Teatro Nacional, quien me dijo: “¡Qué bueno presentar esto en el Festival Iberoamericano de Teatro!”. Faltaba muy poco para el Festival cuando Fanny Mikey le dijo a los medios que volvían Tola y Maruja y que se presentarían al Iberoamericano. Ahí me sentí obligado a encontrar un compañero.
Entonces busqué un actor. Con el tiempo jugando en contra conseguí uno, un paisa muy charro que parecía una señora, pero faltando quince días para el estreno se le fue la voz. Esperé a que se aliviara, pero faltaba ya una semana y seguía mal, entonces busqué otro. Le dije a Betto Rojas, actor muy parecido a la primera Maruja, que si se le medía, ensayamos y nos presentamos. Aquí comenzó una tercera etapa que terminó después de seis años. Y llegó un cuarto a quien le planteé viajar a presentarnos en Buenos Aires, lo tenté con que nos lanzáramos a la aventura para ver qué sacábamos en taquilla, para conocer. Pero su respuesta fue que no le interesaba pasear, sino un pago seguro. ¡Qué falta de curiosidad! Tuve muy claro que no podía depender de una persona, porque ser pareja no es fácil.
En el 2015, cuando Tola y Maruja cumplían veinticinco años, no quise seguir de gancho con un actor, quise estar solo, enfrentarme solo. Entonces convertí a Maruja en un títere, aprendí ventriloquía y sigo cumpliendo con el objetivo que es hacer reír al público. Ahora Tola y Maruja están cumpliendo treinta y tres años.
MONÓLOGOS
Estoy comenzando una nueva etapa, porque no soy solamente Tola y Maruja, también soy un comediante de monólogos, de unipersonales, de stand up comedy. Prefiero llamarlos unipersonales, pues no son tan improvisados, porque armo una historia elaborada.
En 2020 estrené por straeming Don Quijote de Soacha. Se trata de un jubilado de Soacha que decide dedicarse a sacar una revista de poesía, tiene un amigo paisa que es mecánico de carros de nombre Sancho, Sancho paisa. Preparando el primer número de la revista van sacando poemas colombianos. Este monólogo le rinde homenaje a la poesía colombiana, se hace con humor, por supuesto. Acabo de presentarlo, por primera vez en vivo ante el público en un encuentro de narrativa en El Peñol y lo llevaré a la Feria del libro de Pereira.
Tengo otros. Mico pajizo, es una historia de vicio solitario. Mi mamá es una perra, un monólogo sobre el mundo de las mascotas. Mico en su salsa, cuento cómo superé el chucu chucu y llegué a la salsa. Elvira Elvirulo, sobre Cosiaca, personaje antioqueño, en el que hablo del humor, de mi formación como humorista por la tradición paisa.
FAMILIA
Estoy casado con María Elena hace treinta y tres años: el matrimonio tiene la edad de Tola y Maruja, y me ha durado más este. Estamos en plan de retiro, pues queremos vivir en el campo, pero estoy condenado a seguir haciendo a Tola y Maruja, pues entre más viejo, más me parezco a Tola, así cada vez va a salir más natural y más charra. Tenemos dos hijos. Jasua, arquitecto, y Juan María, realizador de cine y televisión.