BELISARIO BETANCUR POR VÍCTOR G. RICARDO
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
He tenido la fortuna de haber conocido durante 40 años a Belisario Betancur, presenciar su labor como Ministro y el honor de trabajar de la mano con él, primero en mi condición de Viceministro de Gobierno y, posteriormente, como Secretario General de su Presidencia de la Republica.
Siendo aún un niño, disfrutaba escuchando interesantes anécdotas y conversaciones que él tenía con mis padres durante sus visitas a nuestra casa. Veía en él un hombre culto, con un gran sentido del humor, una capacidad sorprendente de sostener diálogos sobre el acontecer nacional y la política, siempre bajo un análisis crítico. Definitivamente, era un hombre de admirar. De adulto, lo confirmé y lo vi en la competencia política, donde descubrí ese hombre completo y humanista que todos apreciábamos.
Mientras estudiaba en el colegio y encontrándome muy próximo a comenzar la universidad, acostumbraba a acompañar a mi madre, quien entonces era parlamentaria, a los debates en el Congreso, a los que Belisario muchas veces asistía como Ministro de Trabajo. Allí me apasionaba escuchándole y me llamaba la atención su gran capacidad literaria y su inagotable conocimiento de la historia. Sus pronunciamientos no eran tan directos como los que se escuchan hoy en día, eran cargados de análisis histórico y teoría y así los mantuvo, incluso durante su labor como Presidente de la República.
Belisario, además de poeta, político, filósofo, analítico, en su trabajo era serio y exigente, contaba con una gran memoria y con frecuencia recordaba a las personas los trabajos que no habían presentado, las acciones que no se habían llevado a cabo y los compromisos que aún no se habían cumplido. Belisario actuaba en consecuencia en los Consejos de Ministros, que yo personalmente considero el escenario más importante de un Gobierno, en el que se da el intercambio de conocimiento sobre diferentes temas, para el seguimiento de la marcha y la toma de decisiones.
Los Consejos del Presidente Belisario eran diferentes. Él, en medio de su gran sabiduría y cultura, hacía de esas reuniones además de actos de gobierno unas reuniones catedráticas, en las que incluso recordaba eventos de gobiernos pasados u sucesos históricos, que permitieran tomar una decisión . Analizaba muy bien los distintos temas y observaba de manera cuidadosa sus consecuencias. Sus Consejos de Ministros empezaban a las 7 de la mañana, ni un minuto antes ni un minuto más tarde, porque lo que tenía de inteligente y de recto, lo tenía también de cumplido. A la hora fijada, sin saludos protocolarios ni tiempos perdidos, empezaba la sesión.
Pero la jornada laboral de Belisario empezaba mucho antes que eso, porque dormía muy poco, a duras penas entre 11 p.m. y 3 a.m. No obstante, nunca le faltó energía. A partir de esa hora, iniciaba su día llamando a las embajadas en el exterior y cubriendo todos los frentes de su labor. Más cerca a las 5 a.m. llamaba a su equipo para comentar algún hecho o noticia, hacer alguna consulta o dar instrucciones de gobierno. Siendo una época en la que las telecomunicaciones poco se parecían a lo que tenemos hoy en día, desde el Palacio de Nariño salía un repartidor en moto a eso de las 4a.m., con un rollo de télex, comunicándonos las principales noticias y los editoriales de los más importantes periódicos del país. Yo personalmente, madrugaba para no dejarme sorprender por la llamada del Presidente.
Escribiendo estas palabras, solo me vienen recuerdos de un hombre fundamentalmente humanista, que jamás dejó de lado a las comunidades y les daba el espacio que requerían para que fueran escuchadas. Procuraba que no se generaran falsas expectativas sobre obras o acciones que era imposible realizar o que no se atendieran las relaciones con la clase política desde el punto de vista institucional. Belisario era un hombre, pero sobre todo un líder ejemplar. Materializaba carisma, ejemplo mediante la acción, era noble, valiente y lleno de sabiduría. Para mí, fue un gran ejemplo en mi formación como político y como ser humano.
LOS MOMENTOS DIFÍCILES
No todos los momentos fueron color de rosa, atravesamos cosas muy difíciles para la Presidencia y para la historia de Colombia. Tal vez Betancur ha sido uno de los presidentes que ha tenido que enfrentar los hechos más graves de la historia de nuestro país, desde diferentes frentes: el de los fenómenos naturales, el del conflicto y la seguridad nacional y el financiero.
Un Jueves Santo, 31 de marzo de 1983, le tocó asumir la responsabilidad como mandatario frente al lamentable terremoto de Popayán, un desastre natural que dejó a la ciudad semi destruida, teniendo su gobierno que reconstruirla en medio de uno de los momentos fiscales más difíciles del país. Belisario debió enfrentar una compleja situación económica que lo obligó a hacer muchos esfuerzos, como restringir el gasto público y controlar los gastos de los ministerios y las diferentes entidades estatales. Recuerdo que, entre otras cosas, ordenó como Secretario General de la Presidencia que autorizara o denegara los viajes al exterior de los funcionarios y cuidara muy bien que no se hicieran en clase ejecutiva. Además de llevar un control sobre los nacionales.
Un hecho que también marcó su Gobierno fue la toma del Palacio de Justicia por la guerrilla del M-19, el 6 de noviembre de 1985. Un ataque terrorista en el que acabó con las vidas de magistrados de la Sala Plena de la Corte Suprema de Justicia, guerrilleros y muchos ciudadanos. Recuerdo que entonces su hermano, Jaime, era Consejero de Estado y estaba en el Palacio de Justicia cuando se produjo la toma. Ese día en la noche, antes que se vieran las llamas del Palacio, tuvimos en mi despacho una reunión informal del Consejo de Ministros. Estábamos analizando lo ocurrido y examinando el mejor camino a seguir cuando uno de los ministros hizo alusión a que el hermano del presidente estaba en el Palacio de Justicia. En ese momento, el Presidente tomó la palabra e hizo un relato de la cercanía, admiración y amor que le tenía a su hermano y concluyó diciendo que en esos momentos la democracia y las instituciones estaban por encima de ese inmenso amor, y que por lo tanto las decisiones que se tomaran tenían que estar ajenas a esta situación familiar -una actitud honorable y admirable de su parte. Y así lo hizo. Tomó las decisiones que creía eran las mejores para el país y que estaba convencido que serían las más adecuadas para el futuro de Colombia y su democracia. Su actuar en la toma del palacio demostró que, si bien era un hombre de concertación, tenía también el valor de la autoridad. En esos días, quizás los guerrilleros pensaron que él iba a abrirse a la negociación. Inmediatamente dijo que hablaría con ellos pero que no negociaría. La gente no entendió que, así como había abierto las manos a la solución política de un conflicto, también era capaz de tomar decisiones drásticas .
El país, el Presidente y todos sus funcionarios no nos habíamos recuperado de la tragedia del Palacio de Justicia cuando, tan solo unos días después, el 13 de noviembre, ocurrió otra tragedia, la de Armero. Otro desastre natural, resultado de la erupción del volcán Nevado del Ruiz, que dejó más de 25 mil muertos y sepultó en el barro a este municipio del Tolima.
También, durante su gobierno asesinaron al entonces Ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, el 30 de abril de 1984, un hecho que evidenciaba la difícil situación de orden público, la acción de los capos del narcotráfico y los grandes desafíos que enfrentaba Colombia y su gobierno. Asimismo, tuvo que hacerle frente a los distintos movimientos armados irregulares que actuaban en el país como las FARC, el ELN, el M-19, el Quintín Lame, el EPL y algunos otros.
Ante la proliferación de guerrillas y su impacto en la ciudadanía, Betancur se atrevió a iniciar un proceso de paz y lo que hizo fue un ejemplo para poder iniciar los demás diálogos de paz. Por eso, siempre he dicho que la paz perfecta o imperfecta que se haya obtenido no es producto de un gobierno sino de la secuencia de gobiernos y de los acuerdos que se hicieron en el pasado y que abrieron camino para lograr objetivos. Desde el inicio de su gobierno siempre insistió en abrir canales de diálogo.
CONSERVADOR, POETA Y DEMOCRÁTA
Alguna vez, el presidente me comentó que cuando fue Ministro, en los años 60, le pidió cita después de un consejo de ministros al entonces Presidente, Guillermo León Valencia. El Presidente entonces le preguntó si era un asunto urgente porque estaba extremadamente ocupado, a lo que según recuerdo Betancur le respondió que efectivamente le urgía tener una conversación pues quería hablar sobre su salida del gobierno. Sorprendido, Guillermo León Valencia le preguntó sus razones, reconociendo la gran gestión que Betancur había realizado en su labor. Y Betancur, como siempre honesto y transparente, le admitió que debía salirse para poder también ser presidente del país. De la historia, recuerdo a Belisario narrando las palabras de Guillermo León Valencia – “Hay que tener claro que para ser presidente la mejor fórmula en el mundo moderno [de ese momento] no solamente es tener el nivel intelectual, profesional y la experiencia, sino también haber construido un pequeño patrimonio que le dé la capacidad de decir no a las grandes riquezas” y por tanto es importante que su actividad profesional tenga también éxitos que permitan ese objetivo.
Sus palabras fueron una lección para Belisario, y también para mí cuando compartió la anécdota, porque es cierto que uno debe buscar autonomía económica y patrimonio propio, para que cuando se llegue al poder se piense permanentemente en el bien común y en la acción social y no en los problemas económicos y la ambición personal, como se ha presentado, con funcionarios sin valores que se han enriquecido a costa del Estado y, por tanto, de los colombianos.
Logró en política, entre otras cosas, unir distintas fuerzas alrededor de su candidatura a la Presidencia. Su partido, el Conservador, lo postuló para que compitiera con el candidato Alfonso López, quien tenía toda la fuerza del Partido Liberal. Betancur convocó el Movimiento Nacional, la ANAPO -seguidores del general Rojas Pinilla- y de personas de la intelectualidad de distintos partidos e ideologías políticas que lo veían como una opción de cambio.
Una vez lograda la victoria, trabajó en búsqueda de la gobernabilidad, que lo llevó a construir una alianza basada, no en repartición burocrática, sino en acuerdos programáticos, pensando en política de gobierno. Pero, como en todos los países, a medida que pasó el tiempo esas mayorías se fueron debilitando y, para tratar de aliviar la pena nacional que había ante tanta tragedia, el Presidente decidió invitar a Colombia al Papa Juan Pablo II.
Para entonces, Colombia no contaba con el aparato institucional que tiene hoy en día, por varias razones: había menor capacidad presupuestal, la tecnología no era tan avanzada, no existían los recursos adecuados para efectos de inteligencia, el personal en el Ejército y la Policía era mucho menor y éste había sufrido un golpe en el año 50 (como consecuencia del 9 de abril de 1948) cuando la Policía tuvo que pasar al Ministerio de Defensa. En todos los países del mundo, la policía es un cuerpo ciudadano, pero en Colombia, como habíamos vivido una lucha política partidista y dicha policía se criticaba por haberse politizado, ésta fue trasladada al Ministerio de Guerra (como se llamaba entonces el hoy Ministerio de Defensa) y le prohibieron el voto.
La estructura en aquel entonces era muy distinta. El Congreso por su parte, tenía objetivos importantes, estaba compuesto por personas muy preparadas y con mucha tradición en los diferentes campos. Había partidos sólidos institucionalmente hablando, con dirigentes y líderes respetados que, cualquiera que fuera su posición sobre algún asunto, cumplían con su mandato respetando con su filosofía.
De Betancur aprendí que más que mirarse a sí mismo, lo que había que medir era el balance en el resultado de la acción del Estado en lo social. Él se preocupaba por buscar la equidad, sacar de la pobreza a la población, solucionar la falta de educación, trabajar porque todos los días se dieran mayores soluciones de vivienda, todo como base para una paz integral.
En su gobierno, habló de las dos Colombias. Para entenderlo mejor, lo explico. En una época, el país estaba dividido en departamentos, intendencias y comisarías (los jóvenes quizá no lo saben, pero habían entidades territoriales de distintos niveles). Las intendencias y comisarías estaban fundamentalmente en zonas rurales, en los lugares selváticos y menos desarrollados -esto constituía lo que él denominaba la “Otra Colombia”. Belisario hablaba de acercar la “Otra Colombia” a la Colombia desarrollada, queriendo unificar el país en todos los sentidos con el fin de construir una sola Colombia, acercando de alguna forma aquella Colombia marginal y apartada a las ciudades.
Era un demócrata, un conservador de mente abierta, que no le temía a las diferencias porque sabía que era parte de la vida social y política de la Nación. Siendo Presidente de la República, su hijo era miembro del partido de izquierda MOIR. Como secretario general de Presidencia fueron muchas las veces en que recibí información sobre la presencia de su hijo en algún barrio del sur de Bogotá haciendo un discurso contra el gobierno de su papá. En ese entonces, yo no lo podía entender. Un día Diego llegó a Palacio y lo saludé un poco frío. Poco después el Presidente me dijo que Diego se lo había comentado y me preguntó por el porqué de mi frialdad . Al comentarle yo que le estaba haciendo oposición en los barrios del sur de la capital, él me respondió que “en las democracias uno debe respetar las libertades y la diferencia de pensamientos”. Yo no lo entendía, pues se trataba de su hijo. Sin embargo el profundizó diciendo que cuando realmente se respetan, se hace no solamente con las personas ajenas a uno sino también con las cercanas. Me pidió que recordara que Diego era libre para pensar y opinar y como tal, le respetara como hombre y como su hijo.
El Presidente Betancur también solía decirme “nunca escriba usted algo de lo cual tenga el temor de arrepentirse”. Esa frase ha sido una enseñanza que he usado mucho en mi vida porque en eso tenía razón, porque, “uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice, y sobre todo de lo que escribe pues escrito queda”.
Belisario Betancur era un hombre maravilloso y envidiablemente multifacético. Hasta poético en su esencia. En los primeros días de su gobierno, recién me nombró viceministro de gobierno, recuerdo haber dudado de mi capacidad para desempeñar el cargo cuando en una reunión dijo “es que en este país tan lindo, en esta ciudad que con sol es maravillosa, hoy las nubes no dejan ver el verdadero trasfondo del mandato que ideológicamente se vive”. Yo no entendí, pero luego mi madre me hizo ver que era su manera poética de expresar que hacía referencia al régimen conservador, por el azul del cielo. Así fue que comencé a entender lo incomprensible, pude involucrarme en el romanticismo del lenguaje literario, poético y filosófico, que al principio me costó mucho trabajo.
Betancur era un hombre cordial, un caballero y un marido que vivía muy pendiente de su señora. Cuando fui secretario de la Presidencia me dijo:
— Bueno Víctor. Su responsabilidad en el cargo claramente la establece la Constitución y las normas. Usted es el jefe del aparato de la Presidencia de la República, es coordinador de Gobierno, jefe del departamento administrativo de la Presidencia y del Gobierno, pero en tal calidad también le pido el favor que así como mi despacho queda a su derecha, no solamente mire hacia acá y atienda las órdenes que desde aquí se le dan sino que también cuide su izquierda porque mi señora es fundamental.
Me pidió que atendiera a Rosa Elena, que estuviera pendiente de sus políticas y de sus proyectos. Evidentemente así lo hice.
Era un hombre venido de muy abajo, de la base social, sencillo, abierto, claro. Recuerdo que en un discurso ante las Naciones Unidas contó su origen. El Presidente de Colombia, que llegaba representando un país rodeado de seguridades, había nacido en un pequeño pueblo de Antioquia como Amagá, se había educado con alpargatas porque no tenía cómo comprar zapatos; contó cómo su familia lo había ayudado a educarse; cómo trabajaba mientras estudiaba en la Universidad y así se hizo cargo de la imprenta para que le pagaran y pudiera comer; y cómo, a punta de esfuerzo, había llegado a la primera magistratura del Estado. Y en un discurso poético, todas las Naciones Unidas en pleno y los miembros que asistieron, lo aplaudieron y los medios de diferentes partes del mundo registraron ese discurso como el hombre que nació en la pobreza y llegó a dirigir los destinos de un país.
Y luego de dirigir al país, Betancur tomó una decisión que cumpliría hasta los últimos días de su vida:
— Hasta aquí lo público. En adelante, que la historia me califique y me juzgue y yo me dedico a la academia y a la literatura.
Así lo hizo. Y también se convirtió en un embajador cultural de Colombia en el mundo. Nunca quiso polarizar y cuando se escuchaba su voz era un llamado a la concertación, a la unidad, a la paz, pensando en objetivos comunes que hicieran del país una sola Colombia.
Poco tiempo después de salir de la Presidencia, le comenté que quería hacer una convocatoria social a quienes habían sido sus ministros para que compartiéramos un rato. Y él, en ese respeto íntegro que siempre tuvo sobre las ideas ajenas me dijo:
— Mire Víctor. Me parece muy agradable lo que usted está planteando, pero no lo haga porque no quiero que mis colaboradores se sientan atados a mis ideas, a mis posiciones o a mis acciones. Ya me ayudaron y estoy altamente agradecido con ellos. Ahora lo que quiero es que de cada cual fluya una relación, con unos la tengo más que con otros, pero que nadie se sienta obligado.
Días antes de morir, en una cena en su casa con la participación de amigos y algunos embajadores me dijo:
— Víctor, hágale a los asistentes un análisis de lo acontecido en Colombia en materia de orden público y de paz.
Cumplí sus deseos y estuve relatando los distintos hechos, anécdotas y situaciones y cuando finalicé me di cuenta que él me miraba con agrado, como cuando uno mira a su hijo con orgullo. Al final me dijo:
— Víctor quiero decirle que soy un asiduo lector suyo y debo también confesarle que en la mayoría de las veces me identifico con usted, pero no en otras.