BELISARIO BETANCUR POR MAURICIO RODRÍGUEZ
Las Memorias conversadas® son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.
LAZOS
Mi historia con Belisario Betancur parte de la amistad de él con mis padres, Jorge Rodríguez y Cecilia Múnera. Pero tiene una raíz primaria, la cercanía a mi tío Mario Múnera: fueron compañeros en la facultad de derecho de la Pontificia Bolivariana en Medellín.
A través de Mario, Belisario conoció a mi abuelo José Urbano Múnera (político, periodista, intelectual y académico prominente, director de La Defensa -diario conservador-, miembro de la Asamblea de Antioquia y muy amigo de Mariano Ospina Pérez). Mi abuelo quedó encantado con Belisario, un joven estudiante que lo impresionó con su inteligencia, su don de gentes, su simpatía, su carisma, su cultura y con su capacidad de expresarse (tanto de forma oral como escrita) razones suficientes para vincularlo al periódico lo que le significaba una importante ayuda económica dada su condición de ese momento (todos sabemos que, en una época, a Belisario le tocó dormir en las bancas del Parque Berrío).
Belisario comenzó a frecuentar la casa de la familia de mis abuelos (hace más de setenta años) haciéndose muy amigo de mi mamá y de sus hermanos. Más tarde mi abuelo se vino a vivir a Bogotá con la familia cuando lo nombraron Consejero de Estado y como Belisario también vino a trabajar (como abogado y periodista), mantuvo el contacto con los Múnera y conoció y estrechó vínculos de amistad, que con los años se hicieron muy fuertes, con mi papá.
Fue tan sólida la amistad que Belisario y Rosa Elena (su primera esposa) fueron mis padrinos de bautizo. La cercanía no era solamente afectiva sino también física, porque Belisario vivió frente a mi casa (en la esquina de la calle 93 con carrera 15 costado sur y nosotros en el costado norte) en una vivienda construida precisamente por mi papá (también construyó su oficina de la Circunvalar, lugar al que los ciclistas que suben a Patios llaman: Donde Belisario).
Además de ser mi padrino de bautizo, lo fue de mi primer matrimonio. Recuerdo que nos hizo una comida de despedida en el Jockey Club para desearnos éxito en el camino que apenas emprendíamos.
EL INTELECTUAL
Mi contacto con Belisario también fue intelectual. Desde que yo era muy niño, él me regalaba libros en todas las fechas especiales. Belisario tuvo siempre, en su casa y en su oficina, unas bibliotecas espectaculares. Hablaba de libros, recitaba poemas y citaba a los intelectuales.
A mí me encantaba y me embelesaba compartir con una persona tan culta y simpática, porque a pesar de su gran erudición, Belisario fue un hombre muy sencillo, amable y coloquial que habló a todos siempre con cariño.
Mi amor, pasión y devoción por los libros se la debo a mi padre (que me compró todos los libros que quise) y a Belisario (que me hablaba de libros, me los regalaba y de la misma forma me tomaba la lección, porque me ponía a hablar sobre ellos como una manera de asegurarse que yo sí los leyera).
A muy temprana edad supe que Belisario era un hombre importante, había sido ministro de trabajo, un líder conservador que había hecho parte del famoso Escuadrón Suicida enfrentado a la dictadura de Rojas Pinilla. Además mi padre hablaba de él y la gente lo saludaba con respeto y admiración.
Despierta Colombia, fue uno de los libros que leí muy joven gracias al regalo que me hiciera Belisario, de la editorial Cuadernos para el Leñador que Sueña (un nombre muy poético como lo fue él).
Belisario fue uno de los fundadores de Tercer Mundo Editores (el sello editorial más prestigioso de las ciencias sociales en Colombia durante muchos años). También lo fueron Luis Carlos Ibáñez (intelectual refugiado de la dictadura de Paragüay), Fabio Lozano Simonelli (otro intelectual reconocido), Bernardo Hoyos y mi papá (Jorge Rodríguez). Yo también me integré (hace más de veinte años) cuando algunos de sus socios murieron y Belisario nos invitó a Jaime Baena, a la familia del ex canciller Ramírez Ocampo y a mí, para que le diéramos un segundo aire.
Ese amor por los libros me llevó a que años más tarde, con mi hijo Federico abriéramos, en el Norte de Bogotá, la librería La Madriguera del Conejo (funcionó cinco o seis años hoy Lerner de la calle 85 con carrera 11).
Cada vez que se cierra una librería debería uno llorar porque muere una fuente, un tesoro inagotable de sabiduría y alegría para mucha gente durante mucho tiempo.
Hasta el final de los días de Belisario, los libros fueron nuestro tema central de conversación. Conservo los que me obsequió con sus dedicatorias y recomendaciones. Cuando ya estaba en la Universidad, Belisario cada vez fue más exigente en el seguimiento que me hacía a las lecturas y en el nivel de los libros que me obsequiaba. Ese aspecto intelectual, siendo yo un enanito pigmeo y él un gigante, es inculcado por mi padre y por Belisario.
Belisario es la mente más privilegiada que he conocido en mi vida (conociendo muchas). Pero va más allá, es una mente y un corazón que conectaron de forma permanente.
Esta es la primera gran huella, profunda, indeleble, eterna, que deja en mi vida.
EL POETA
A Belisario le gustó mucho la poesía. No es tan común encontrar gente que disfrute con ella y a mí me encanta gracias a él. Tengo un libro de poemas de Belisario que publicó para sus amigos, Poemas del Caminante, una edición pequeña. Tradujo a Constantino Cavafis (el famoso poeta griego autor de Ítaca) y que declamó, de una manera muy bella, su nieta Natalia (hija de María Clara) en su entierro en el Gimnasio Moderno.
Tomados de la Revista Arcadia
Incienso Gótico
….el vuelo mítico de las apsaras…
(en “El sueño de las escalinatas”).
Jorge Zalamea
Todo es escalinata.
Siempre ascendemos
sobre la piedra reluciente
y sobre el mármol suave y el incienso.
Todo es escalinata.
De pronto sientes
que te derrumbas, te desplomas, sientes
que dejas la estación sin estar yendo
a otro lugar sino en ti mismo.
Pero no has descendido.
Todo es escalinata.
Estás ardiendo.
Benares, enero 20 del 2000
El caminante
Otros dirán por mí quien quise ser,
yo solo sé decir que no lo fui
Pero quiero explicarte,
quise ser el que entraba y salía de las horas
casi siempre de paso, el que cruzaba
del éxtasis al vértigo y aquel
que lo apuraba todo con delirio.
El mismo que exprimía la vendimia,
el jubiloso, en fin, agonizante
cada vez que el terror sobrecogía
un respiro, una flor, un elemento.
Otros dirán por mí. Nunca lo supe.
1979
Señal
Van a cerrar el parque.
En los estanques
nacen de pronto amplias cavernas
en donde un tenue palpitar de hojas
denuncia los árboles en sombra.
Una sangre débil de consistencia,
una savia rosácea,
se ha vertido sin descanso
en ciertos rincones del bosque,
sobre ciertos bancos.
Van a cerrar el parque
y la infancia de días impasibles y asoleados,
se perderá para siempre en la irrescatable tiniebla.
He alzado un brazo para impedirlo;
ahora, más tarde, cuando ya nada puede hacerse.
Intento llamar y una gasa funeral
me ahoga todo sonido
no dejando otra vida
que esta de cada día
usada y ajena
a la tensa vigilia de otros años.
Extravío en Argos
Al fin y al cabo todo es muerte
menos la muerte.
Morimos hacia adentro
según que ardan las brasas y la luna
o vamos desplomándonos
bloque a bloque cayendo
como río que lava el lodo
y echa a rodar el alma:
otra vez sin saberse cuándo, donde,
como avalancha ardiendo
piedras germinando.
Al fin y al cabo todo es muerte
menos la muerte.
El mirto llora un llanto verde
y el olivar aceite y grito
las mujeres del Argos con las manos
abiertas a la luna de Epidaurus.
Y yo me voy huyendo, devorando
las aceitunas del Peloponeso.
Pero conviene precisar.
No es lo mismo
el corazón a la intemperie
aunque no sea en Nauplia ni navegando.
No es lo mismo salirse con la suya
y mostrarles a todos
una muerte sin sueño ni armadura.
Todo el verdor, los médicos,
Esculapio mismo que te arrulla.
Belisario me propuso para ser miembro del Consejo Directivo de la Casa de Poesía Silva y en el Museo de Arte Moderno, con María Mercedes Carranza (su amiga del alma) y con Gloria Zea. Ahí estuve varios años por cuenta de él, para conocer a muchos artistas, poetas e intelectuales.
Recuerdo una anécdota muy curiosa. Estábamos en una junta y llegó alguien diez minutos tarde excusándose:
— ¡Qué pena Presidente! La verdad, no voy a decir que es culpa del trancón sino que se me pegaron las cobijas.
Y Belisario le contestó:
— Tranquilo mi querido Gabriel Jaime. Es más, les voy a hacer una confesión. Yo solamente tengo un arrepentimiento en la vida y es de haber madrugado tanto.
Belisario dormía muy poco. Son famosas sus anécdotas de que llamaba a sus ministros a las cuatro de la mañana y a sus embajadores a horas tempranas.
EL POLÍTICO
La política es otra huella muy profunda que deja Belisario en mi vida y para siempre.
Cuando Belisario hace campaña en forma (después de un intento frustrado años atrás), en el 70 se lanza como independiente compitiendo contra Misael Pastrana (el candidato oficial del Partido Liberal y del Partido Conservador). Era la época del Frente Nacional y existía la alternación del poder al final del Gobierno de Carlos Lleras Restrepo (presidente liberal), que sucedió a Guillermo León Valencia (presidente conservador).
A pesar de que mi papá no fue político sino arquitecto, apoyó a Belisario en sus iniciativas políticas y lo ayudó a financiarse, entre otras, imprimiendo para él afiches. Recuerdo mucho los de esta campaña, azul claro y fondo rosa con la imagen de Belisario de pie apoyado en el espaldar de una silla y con el slogan:
— Belisario es necesario.
También lo ayudó organizando giras para hacerle campaña en Villeta (donde tenemos la finca de toda la vida) y en Charalá (lugar de nacimiento de mi padre). También lo orientaba en el manejo de sus recursos y mientras Belisario estaba dedicado a la política, mi papá le administraba la plata (buscando que le diera un retorno al invertir sus ahorros en las obras de construcción).
El alter ego de Belisario, Bernardo Ramírez (su gran amigo del alma y su ex ministro de comunicaciones), le ayudó como publicista con la campaña del Sí se puede (con la que llegó a la Presidencia). Bernardo termina, muchos años después, casado con mi hermana Rosario.
Belisario siempre creyó en la necesidad de que fuerzas independientes políticas participaran y que no solamente fueran liberales y conservadores los que se repartieran el poder. Porque el Frente Nacional fue una fórmula para acabar la violencia partidista, fue una contribución que al mismo tiempo cerró la posibilidad a muchas otras corrientes y, como decía él: fue una de las expresiones subjetivas que estimularon la violencia. Las objetivas son, como él lo explicaba, la miseria, la desigualdad, la falta de oportunidades y, las subjetivas, la falta de espacio político, la discriminación, el clasismo y la exclusión.
Todo esto lo combatió porque era un hombre realmente del pueblo, proveniente de una familia de arrieros de Amagá que vivió en condiciones de extrema pobreza (tuvo veintidós hermanos).
A mis doce años me metí a fondo en política y de la mano de mi padrino. Le oía sus discursos, lo acompañaba en sus giras y vivía su sufrimiento. El mensaje de fondo (también transmitido por mi padre aunque de una manera muy distinta), fue la pasión por Colombia, el amor por su país con conocimiento profundo, un deseo de transformación genuino, sincero y con mucho arraigo por su música, su gastronomía, sus paisajes y su gente. Le dimos la vuelta varias veces en carro y así supe temprano de la pobreza, de la injusticia y de la desigualdad.
Belisario canalizó ese amor a través de la política. Toda mi vida he estado en ella aunque detrás de bambalinas como asesor de líderes importantes. Me gusta la política como el arte de gobernar, de liderar, lo público para resolver los problemas, amor que me inculcó Belisario quien entendió que lo que siempre me atrajo fue el ejercicio académico.
Además de ser mi padrino, Belisario fue mi mentor intelectual. Recuerdo que estando yo en la Universidad me invitó a ANIF (Asociación Nacional de Instituciones Financieras que él había presidido), para que conociera a Ernesto Samper Pizano que lo sucedió en el cargo (había sido su alumno estrella en la Javeriana, alguien muy inteligente y con gran sensibilidad social). Y como este puente, tendió otros con personalidades para que pudieran enseñarme de muchos temas. También me invitó a eventos culturales, políticos y académicos, a cenas espléndidas en su casa, a cocteles, almuerzos, tertulias y cafés.
Mi forma de verlo fue como un político de gran ingenuidad (lo que lo hizo sufrir), un hombre íntegro, bondadoso, genuino, decente, transparente. Uno puede criticar a Belisario por muchas cosas pero, me atrevo a afirmar, que nunca nadie dudó de su honestidad y de sus buenas intenciones para tomar decisiones.
Ganar la Presidencia fue muy emocionante, toda una euforia. Él muy alegre pero sereno, con un aura especial, muy humilde, austero y sencillo, sin arrogancia. Llegó a la Plaza de Bolívar manejando un Renault 6.
Sin que yo fuera periodista todavía, respondió siempre a todas mis inquietudes, como lo que pasó con el Palacio de Justicia (pero nunca me dijo nada que no saliera publicado en los medios).
El cambio más importante que hizo y su mayor contribución política (que ha sido reconocida de forma reciente), es que fue el primer Presidente que le abrió la puerta a la paz (una gran frustración en su momento). En su discurso de posesión el 7 de agosto de 1982, dijo algo como:
— “Levanto ante el pueblo de Colombia, una amplia y blanca bandera de paz: la levanto ante los oprimidos, la levanto ante los perseguidos, la levanto ante los alzados en armas, levanto la blanca bandera de la paz ante mis compatriotas de todos los partidos y de los sin partido, de todas las regiones, de todas las procedencias. No quiero que se derrame una sola gota más de sangre de los soldados abnegados, ni de los campesinos inocentes, ni de los obcecados, ni una gota más de sangre hermana. ¡Ni una gota más!”
Belisario fue el primero que soltó palomas de la paz, una bandera que recogió Santos para convertirse en el tema que los unió (Belisario un gran ex presidente y Santos haciendo ahora lo propio, además está el vínculo familiar a través de mi hermana Tutina).
Existen cartas privadas donde Belisario anima a Santos a seguir luchando por la paz y a que nunca se desista. Mi participación en ese tema no se da a la luz pública pero siempre influido por Belisario que nos decía:
— Olvídense de los columnistas y de la opinión pública y sigan adelante que están haciendo lo que se debe. No se ofusquen, no se frustren. Cuando uno trabaja por la paz nunca pierde, nunca.
Cuando tenía que dar declaraciones públicas se ratificaba. Estuvo súper jugado por la paz. Esto fue un apoyo emocional muy fuerte para Santos que vivió una soledad impresionante con respecto a este tema y que pasó por un suplicio muy fuerte y absurdo.
En La Pasión de Gobernar, un libro que hizo Carlos Caballero Argáez sobre el Gobierno de Betancur, dice Belisario en su dedicatoria:
— Pasión que se convierte en penitencia.
FUNDACIÓN SANTILLANA
Belisario tuvo una conexión muy fuerte con los españoles. Hacía eventos con frecuencia y me invitaba también a que diera charlas.
Un par de años después del Hay Festival de literatura en Cartagena, mucha gente que no había asistido y quería saber lo ocurrido, tuvo la oportunidad al escucharnos al profesor Jorge Iván Parra y a mí, en un conversatorio en el que les contamos de los libros y de los autores con los que habíamos intercambiado.
En mayo de 1989 se creó la Fundación Santillana para Iberoamérica, con sede en Colombia, presidida por el Dr. Belisario Betancur, ex Presidente de la República de Colombia, con objeto de promover la presencia activa de la Fundación en los países del área iberoamericana. Desde Bogotá, la fundación mantiene fuertes vínculos de colaboración con países vecinos y ha proyectado su presencia como una de las grandes instituciones de Colombia. Tomado de la página de la Fundación Santillana http://www.fundacionsantillana.com/conocenos/historia-y-objetivos/
EL VIAJERO
Belisario me estimuló mucho el gusto por viajar. Recuerdo un viaje que hicimos y que para mí fue maravilloso e inolvidable, sobre el que escribí algunas notas de memoria.
Cuando el Papa Juan Pablo II lo nombró como Alto Consejero del Sumo Pontífice (cargo honorífico del más alto nivel cuando creó una comisión de sabios del mundo), Belisario llegó a mi casa en Milán para de ahí partir hacia Roma en mi carro, durante tres o cuatro días, en los que conversamos por entre los pueblos.
Hicimos un viaje en dos etapas. Una noche dormimos en Florencia y cenamos en el Cavallino en la Plaza de la Señoría una bisteca a la fiorentina.
Ese viaje me hizo mucho más evidente la grandeza de Belisario, lo brillante que era intelectualmente, su buen corazón, alguien absolutamente dulce, se comportaba como un niño que gozaba con todo. Tenía una curiosidad insaciable, preguntaba todo, quería comprar todo (libros especialmente), quería conocer todo. Me decía:
— Ya que estamos acá, entremos a este pueblecito.
Sabía de él cosas que yo no.
— Entremos aquí que hay una iglesia muy linda donde tienen un cuadro de tal pintor.
Y era yo el que vivía en Italia.
Regresé a Colombia y continué muy de su mano en política aunque no siempre de acuerdo en todo pues había controversia, debatíamos de manera amable, muy agradable y con humor.
BARICHARA
Estuve en Barichara con Belisario, lugar que amó y donde tuvo una casa bellísima, también un taller donde hacen papel de fique, una ludoteca y la biblioteca del pueblo a la que apoyó siempre.
A Barichara la hizo su pequeña Colombia, la caminaba saludando a todos, comiendo helado. Recuerdo que me decía:
— En esta esquina venden unos helados buenísimos. Vamos Mauricio a comprar.
Empezaba hablando de helados para seguir con los antiguos romanos, sus inventores. Porque él echaba cuentos, contaba historias.
EL SER HUMANO INTEGRAL
Fue un hombre exquisito de gran sofisticación intelectual.
Siempre y en todo mostró su dulzura, su ternura, su bondad, su gratitud, su amor por los libros y por la educación. Fue la mejor compañía, alguien de conversación magnífica, la persona más cariñosa y sensible que siempre me brindó su afecto y su consejo. Fue un ser humano fuera de serie, un ser excepcional.
Nunca oí a Belisario hablar mal de nadie, nunca descalificó ni fue grosero para referirse a otra persona (ni para nada). Si no estaba de acuerdo con algo lo decía sin irse contra el otro. Nunca lo vi ofuscado ni de mal genio.
Lo que le cambió la vida fue su amor por las letras, sin lugar a dudas. Era devorador de libros y contó con muy buena memoria. Aprendió a leer a sus cuatro años a la luz de la vela y a través de los periódicos con los que amarraban las cargas en los burros de los arrieros para transportar las cosas.
Con él aprendí a manejar la frustración y desarrollé la resiliencia. Uno de los mejores ejemplos lo recibí en su primera campaña en la que sus seguidores éramos nosotros. Con las derrotas no se ponía triste, seguía trabajando y agradeciendo.
Lo vi muy conmovido varias veces. Cuando murió mi padre en el 2017 nos mandó unas cartas muy bonitas a todos en la familia y, en el entierro, estuvo profundamente triste. También lo afectaban los temas país, sus bemoles y dificultades. Le dio muy duro la muerte de Rosa Elena, una mujer maravillosa que lo dejó solo estando él muy vital y por fortuna llegó Dalita, alguien muy alegre, divertida, llena de vida que le inyectó alegría y ganas de seguir.
De su carácter aprendí que el verdadero poder no está en la fama o en el prestigio, tampoco en la capacidad económica, sino en la bondad del corazón. El poder no es la idea de ser duro, fuerte, imponente, sino que está en la capacidad de persuasión, en el diálogo, en la sensibilidad por el otro, en el desarrollo de empatías.
Me enseñó que no hay límites al cariño sin importar a lo que se dedique uno en la vida. Era abrazador. Recuerdo que a mi mamá le decía: La Mona. A mis hijos los cargaba y estimulaba con sus palabras generosas en elogios. Nos dedicaba a todos mucho de su tiempo, disfrutaba como anfitrión en su casa de buenos vinos y buenas viandas, y hasta tarde (porque sus almuerzos eran de tiro largo).
En el libro Lecciones de Vida (que escribí sobre las enseñanzas de 115 personalidades de la vida nacional, Belisario me contestó algo que me resulta muy conmovedor y realmente impactante:
Las tenues vidas
Una montaña al noroeste de Colombia, en el suroeste de Antioquia. En lo alto de la montaña, una escuela perdida en la niebla. Y en la escuela de una sola aula, una única maestra que enseñaba a veinte niños y niñas las cuatro operaciones –sumar, restar, multiplicar y dividir-, y a leer y escribir. Los niños en la mañana y en la tarde las niñas. Había que caminar media legua, falda arriba, por entre los canelones. A lado y lado del camino, cafetales góticos de los que salía el rumor sinfónico de las chapoleras o cogedoras que desgranaban las rubias gajeras entre los tarros de zinc o en los silenciosos canastos de bejucos. Misiá Rosario Rivera tejía de noche y tejía en la madrugada las planas barrocas que habíamos de escribir en nuestros breves cuadernos. Supimos más tarde que en su bondad y en su dulzura, la maestra era llena de gracia como el Avemaría, según cantara el poeta. La principal lección de mi vida, es la tierna pedagogía de aquella maestra rural, soñadora con la grandeza de sus alumnas y alumnos, que llegábamos cada día por entre los canelones y las canciones de las chapoleras, lloviera o tronara, a recibir de sus dulces labios las primeras lecciones de nuestras tenues vidas.
Tuvo una energía vital impresionante. Vivió 95 años y estuvo perfectamente lúcido hasta el último día (asistiendo a charlas y cenas, y viajando). Amó la vida y le sacó hasta la última gota de provecho, se la gozó entera. También lo vi tranquilo con la muerte. Fue un hombre generoso de espíritu. Por eso, creo yo, que la vida le dio tanto porque él le dio mucho a la vida de vuelta.
Fue un referente con el que jamás pude cerrar la brecha, es más, se abrió, porque él cada vez estaba más alto.
Belisario va a estar en mi corazón y en mi mente siempre, en mis libros, en mis reflexiones y en mis ideas.