Daniel Mejía Londoño

DANIEL MEJÍA LONDOÑO

Las memorias conversadas son historias de vida escritas en primera persona por Isa López Giraldo.

Soy padre de dos hijos y esposo. Economista especializado en temas de seguridad y política antidrogas. Siempre guardo serenidad, porque pocas cosas me exaltan, me ponen de mal genio o alteran mi estado de ánimo. Aunque soy seco, de pocas palabras, le expreso mis afectos a mis hijos y a mi esposa. Cuento pocos, pero muy buenos amigos. Genuinamente me preocupo e involucro por las situaciones por las que estén pasando mis seres queridos. No soy tan callado en grupos cercanos y pequeños. Me definiría como alguien extremadamente serio, de humor negro, exigente, disciplinado y constante.

ORÍGENES

RAMA PATERNA

Benjamín Mejía, mi abuelo paterno, de Salamina, Caldas, murió a causa del cigarrillo cuando mi papá tenía dieciocho años. Esta fue la razón que llevó a mi papá a rechazar tajantemente el cigarrillo y a no permitir que nadie fumara en su casa. Emilia Ángel, mi abuela paterna, también de Salamina, fue muy consentidora. Con ella y con los tíos abuelos pasamos las vacaciones, navidades y Año Nuevo, porque el núcleo familiar es reducido.

Recuerdo la casa, tradicional, ubicada al sur de los Héroes y más abajo de la Caracas, donde la abuela vivía con varios de sus hermanos, todos solteros que me hacían sentir como si tuviera múltiples abuelitos. Uno se encerraba en su cuarto a pintar a lápiz, y poco salía. Ernesto vistiendo saco, corbata y sombrero de la época, nos tenía plan, el de ir a la tienda donde saludaba a toda persona que se le cruzara, nos compraba un dulce y regresábamos.

Durante las vacaciones nos ‘depositaban’ en su casa donde coincidíamos con mi primo. Entonces jugábamos a la oficina en la que él hacía las veces de abogado, profesión de su papá, yo de ingeniero como el mío y mi hermana de secretaria. Recuerdo que sacábamos la ropa de los closets para usarlos de oficina.

Resulta que en cada comida del día servían una arepa, y a mí me preparaban una más grande, porque mi abuelita sabía cuánto me gustaban. Eran hechas de maíz peto, amasadas y al fogón. Me gustan tanto que no las cambio por un pan, por sofisticada que se la panadería de la que este provenga.

Mi abuelita y sus hermanos fueron muriendo cuando yo tenía entre ocho y doce años.

RAMA MATERNA

Silvio Londoño, mi abuelo materno, fue médico, cardiólogo reconocido, fundador de la Shaio. Trajo el cateterismo a Colombia. Se retiró de la clínica muy joven, a sus cuarenta o cuarenta y dos años. Abrió un consultorio pequeño en su casa donde tan solo atendía a un par de pacientes. A su casa llegaban muchos médicos amigos a visitarlo.

Mi abuela era la jefe del hogar, la señora que tomaba las decisiones. Una mujer seria, un poquito brava, pero nos consentía con las comidas, con lo que nos gustaba. Tuvo seis hijos de los cuales mi mamá es la mayor.

Recuerdo que me reunía mucho con mis tíos a quienes visitábamos en Armenia. Ya más grande iba acompañado por el único tío hombre, también cardiólogo. Viajamos juntos desde que él tenía veinte y yo doce años de edad. Llegábamos a la finca cafetera del abuelo que quedaba entre Armenia y Montenegro, en la que crujían los pisos alrededor del patio central que daba a las habitaciones.

SUS PADRES

Mi papá nació en Cartago, aunque vivió en Salamina hasta terminar su primaria, cursó su bachillerato en Manizales y la universidad en Bogotá. Estudió ingeniería civil, aunque su papá murió cuando apenas se había graduado del colegio. Fueron sus tíos quienes le ayudaron a financiar su carrera. También trabajó en un banco en las noches para tener ingresos adicionales.

Las dos familias eran cercanas. Doce años mayor que mi mamá, mi papá la conoció siendo ella muy niña cuando visitaba a mi abuelo materno a quien le ayudaba con vueltas. Cuando ella lo veía llegar, podía tener seis o siete años, le abría la puerta y corría a decirle a su papá: “Llegó el señor de los ojos bonitos”.

Al terminar su carrera, mi papá trabajó en INGETEC, firma de ingenieros muy reconocida, luego estudió su maestría en Geotecnia en Georgia Tech, en Atlanta. Estando allá, se presentó ante su tutor quien lo conectó con Álvaro Cardozo, otro estudiante colombiano, quien se convirtió en su mejor amigo para el resto de su vida.

La situación simpática es que mi papá lo buscó en su dirección, papel en mano tocó a la puerta que abrió Álvaro, y mi papá con su poca habilidad social le dijo: “Soy Fernando Mejía. El profesor tal me dijo que yo tenía que ser amigo suyo”.

Lo más curioso es que Álvaro es la antítesis de mi papá, pues a él le gusta la fiesta, tomar trago, comer fritanga, viajar. Ha vivido en Atlanta, desde donde viajaba hasta Ibagué y Neiva para integrar el jurado del Bambuco. Siempre me decía: “¿Ve por qué su papá vive tan enfermo del corazón?”. Cuando Álvaro llegaba a Bogotá, dos o tres veces al año, mi papá se ponía muy nervioso, irritable, no era el mismo. De verlo siempre así, le comenté a mi mamá: “Mami, a mi papá no le llega la regla, pero sí el amigo que lo altera, porque se pone insoportable”. Yo debía tener catorce años en ese momento.

A su regreso, después de dos años de estudio, mi papá se fue a trabajar a Chicago durante un año en el que construyeron una torre de Sears. La mencionaba mucho, como las inclemencias del invierno. Por ejemplo, para que el carro arrancara al día siguiente, tenía que prenderlo a media noche durante un buen rato.

Una vez en Colombia, mi mamá ya tenía diecisiete o dieciocho años. Empezaron a salir y rápido se casaron. Mi mamá en principio no entró a estudiar una carrera universitaria, pues en esa época no era común que la mujer lo hiciera. A sus diecinueve nació mi hermana y yo a sus veintiuno. Con los años trabajó en la empresa de mi papá atendiendo temas administrativos. Ella fue los ojos de mi abuelito hasta su muerte, vivieron muy pendientes el uno del otro en un vínculo sano, bonito, equilibrado.

PILARES DE FAMILIA

Sin mi papá ser muy comunicativo, mi mamá mucho más, nos educaron con el ejemplo del rigor, de la disciplina, del buen trato. Gozamos de una vida familiar muy tranquila. Mis papás tuvieron una vida social limitada, porque no les gustaba ir a fiestas ni a cocteles ni a reuniones.

Recuerdo ver a mis padres siempre con un libro en la mano, les gustaba leer especialmente historia y novela. Mi mamá lee mucho y mi papá leyó menos al final de su vida por una molestia en los ojos.

Compartíamos las comidas en la noche cuando mi papá llegaba sobre las seis de la tarde de la oficina. Mi mamá nos recogía en el colegio y pasaba las tardes con nosotros pendiente de las tareas, de las salidas con amigos, muy cercana a los papás de nuestros compañeros de estudio.

Primero vivimos en La Floresta y luego en la casa que construyeron en Guaymaral en 1983 cuando yo tenía ocho años. Esta era una casa grande, en un lote de media fanegada, que disfrutamos despacio, paso a paso. Con el tiempo fuimos completándola, limpiando el jardín, sembrando arbolitos de duraznos, de brevas. Esto gracias a mi tío agrónomo, hermano de mi mamá. Recuerdo que él tomó dos ramitas, una de un árbol de ciruelas y otra de duraznos, las cortó transversalmente, las unió y las sembró para producir una modificación, un fruto intermedio. El plan con mi papá el sábado era salir al jardín con los perritos, recoger palos, piedras, cortar el pasto. Él adoraba a los perros, eran su entretención.

Mi infancia la recuerdo como una época bonita. En la adolescencia, siendo muy cercano a mis papás y como todo joven de mi edad, me torné malgeniado, gruñón, pero sin dejar de ser juicioso, responsable.

ACADEMIA

Estando muy niño y después de haber cursado prekínder, kínder y primero en el colegio Anglo Americano donde siempre sacaba el primer puesto y me ganaba copas plateadas de base negra, mi papá decidió cambiarme. Lo hizo porque consideraba que debían exigirme más. Recuerdo el pantalón café, el saco verde y la camisa blanca del uniforme.

Contrario a todo lo que pasa actualmente, que es dificilísimo aplicar, mi tío materno me llevó al Cervantes del Norte donde él se había graduado, lo hizo como quien deposita plata en un banco. Entonces estudié allí desde segundo de primaria hasta graduarme. Aquí hice un grupo de seis o siete amigos muy cercanos, que conservo.

El Cervantes es de curas agustinos muy conservadores, aunque disto mucho de eso, por lo menos en temas de libertades civiles e individuales. El colegio es muy bueno en matemáticas, física, química; casi todos sus estudiantes optan por ingeniería. Por mi parte, lo sufrí un poco en especial con la disciplina.

Dejó de irme tan bien, sin ser mal estudiante, pues nunca fui de los mejores del curso. Solo perdí álgebra en noveno grado, materia que tuve que habilitar, lo que me generó un lío enorme con mi papá, contrataron a Yetti Usher como profesora quien se dedicó a mí hasta sacarme adelante, pero mi papá me dejó castigado durante todas las vacaciones pese a finalmente haber pasado la materia.

Realmente mi papá era tan estricto que tanto mi hermana como yo estábamos obligados a responderle muy bien, a no meternos en problemas. Pero yo me estresaba muy fácil. Teniendo dieciocho años y sin haberme graduado del colegio me descubrieron dos úlceras en el estómago. Venía sintiendo un dolor agudo y estando solo con mi hermana, un viernes por la noche en que mis papás habían salido a comer, mi abuelo médico me recomendó tomarme una aspirina efervescente. Solo que el dolor se agravó.

Al llegar mis papás me llevaron a la clínica de urgencia, el lunes me hicieron una endoscopia que mostró las úlceras que me obligaron a someterme a un tratamiento que duró cinco años. Tuve que dormir sentado con la cama inclinada, comía panela rayada en ayunas, me mandaron dietas, me suspendieron alimentos, pero nada funcionaba. Fueron muchas las endoscopias que me practicaron, y sin anestesia.

Cualquier día decidí ir donde mi gastroenterólogo Jaime Uribe, uno de los mejores amigos de mi abuelo. Como decidió ordenarme otra endoscopia, le dije que ni una más, que mejor me operara como inicialmente me había sugerido. La operación funcionó, no volví a sentir dolor.

La causa fueron las preocupaciones, las mismas que somatizaba por el estómago. Resulta que este hecho está conectado precisamente con que mi papá fue muy estricto, serio, seco, al extremo exigente con lo académico. Mi papá me vino a tratar como alguien digno de hablar con él cuando me gradué de la universidad, lo que me relajó un poco.

INTERCAMBIO

Cursando noveno grado mi papá me informó que me enviaría de intercambio por un año y no por seis meses como había ocurrido ya con mi hermana. Porque no me preguntó, sino que fue él quien tomó la decisión. El colegio no valía el estudio que uno hiciera por fuera, así que no me graduaría con mis amigos de toda la vida. Pero yo encontré valor en viajar.

EF, la empresa responsable del proceso de intercambio, inicialmente me dijo que yo iría al Estado de Washington, al noroeste de los Estados Unidos, cerca de Seattle. Alcanzamos a tener comunicación con la familia que me iba a recibir, pero uno o dos días antes de viajar me dijeron que llegaría a Nashville, Tennessee.

Yo no tenía ni idea de qué lugar se trataba, ahora lo equiparo a que un extranjero haga un intercambio en Valledupar para aprender español. Nashville es la capital de la música country, es rural, republicana, muy goda, aunque en esa época yo no entendía muy bien las diferencias.

Me recibió una pareja sin hijos, y llegar a su casa fue lo mejor que me pudo pasar para vivir esa experiencia. Viajé sin saber inglés, porque en las clases del Cervantes cantábamos canciones de Air Supply. Entonces, a mi mamá gringa, Beverly Knight, a todo le respondía yes, no, why not. Asistí a colegio público ubicado en una zona relativamente pobre.

VOCACIÓN

Regresé a cursar décimo grado con el grupo anterior a mi curso de toda la vida, en el que hice muy buenos amigos, sin que eso significara que me distanciara de los de siempre. Ese año salí mucho los fines de semana, viernes y sábados íbamos a Masai y eventualmente a Bahía en La Calera donde acumulábamos puntos hasta recibir un carnet que permitía un ingreso gratis cada tanto.

Llegó entonces el momento de escoger carrera y lo único que yo quería era estudiar Finanzas y Relaciones Internacionales en el Externado, quizás porque estaba de moda. Apliqué y no me aceptaron; alguien metió palanca por mí, pero tampoco me aceptaron; se repitió la historia, me llamaron a entrevista, pero, nuevamente no fui aceptado.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

El tercer rechazo coincidió con el cierre de aplicación para Economía en los Andes. Decidí inscribirme, aunque sin ningún entusiasmo. Tenía un ICFES que me permitiría el ingreso. Para ese momento yo tenía dieciocho años.

Inicié la carrera, pero pensé que terminado el primer semestre volvería a intentarlo en El Externado. Recuerdo la clase en los Andes de Introducción a la Economía Colombiana con Tomás González, exministro de Minas. Entonces supe que estaba donde me correspondía y eliminé mi idea de cambio.

Años después volví a hablar con Tomás, él había hecho su doctorado en Inglaterra, yo en los Estados Unidos, solo que trabajábamos los mismos temas. Usábamos Teoría de Juegos, una rama moderna de la Microeconomía, estudiábamos temas de conflicto, violencia, guerras. Comenzamos a interactuar y le confesé que por él continué en Economía.

En sexto semestre vi Macroeconomía III, el curso de crecimiento económico que dicto desde hace décadas. Mi profesor, alguien muy reconocido en el ámbito académico, fue Carlos Esteban Posada. En los modelos de Macro y Microeconomía existe el concepto de agente representativo, el que optimiza, el que es perfectamente racional, el que evalúa costos y beneficios, para cada cosa mide el costo de oportunidad para finalmente tomar decisiones. Pues bien, resulta que Carlos Esteban era eso, el agente representativo que piensa como economista.

Así como a mí, él marcó a muchos economistas como Alejandro Gaviria, Mauricio Olivera, Hernando Zuleta. Fue la persona que nos enseñó a pensar como economista. Muchas veces los economistas son muy técnicos y resuelven ecuaciones y modelos y corren regresiones sofisticadas, sin que eso signifique que piensen como economistas. No es petulancia de mi parte, es una clara diferencia. Todos quienes hemos interactuado con él, coincidimos en esto.  

TRAYECTORIA PROFESIONAL

BANCO DE LA REPÚBLICA

Después de tomar este curso le dije a Carlos Esteban que quería hacer la práctica con él. Siendo tan antioqueño, me invitó a almorzar bandeja paisa, espacio en el que hablamos largo. Me enganché, llené papeles e ingresé al Banco de la República. Trabajé en investigación y escribí documentos con él durante tres o cuatro años hasta que me fui a estudiar el doctorado.

Carlos Esteban fue de los pocos que se atrevió a hacerles ver a los miembros de la Junta del Banco de la República cuando estaban cometiendo errores, y era escuchado. Recuerdo también a Juan Carlos Echeverry y a Alberto Carrasquilla quienes dieron peleas duras durante la crisis del 99. Miguel Urrutia quiso mucho a Carlos Esteban, lo apreciaba y lo escuchaba.

MAESTRÍA

Estando aquí y habiendo terminado el pregrado hice la maestría. Carlos Esteban fue mi director de tesis junto a Juan Luis Londoño. La hice en modelos teóricos con teoría de juegos sobre el secuestro en Colombia. Era la época en que se presentaban hasta tres mil secuestrados al año en el país; fue cuando surgió País Libre, con Pacho Santos. Me encontré un modelo teórico que aplicaba muy bien a nuestra situación en medio del debate cuando se buscaba inducir a la gente a que no pagara por la liberación de los secuestrados.

Con Carlos Esteban escribí sobre el secuestro en Colombia con el modelo de teoría de juegos, sobre los ataques terroristas y crecimiento económico, el daño en la infraestructura y sus efectos.

DOCTORADO

Desde muy temprano en la carrera supe que quería construir un camino en la academia, me gustó producir investigación y la vida del investigador. Como me había embarcado en estos temas de violencia, seguridad, política de drogas usando las herramientas de los economistas, modelos teóricos, herramientas empíricas, decidí entonces aplicar al doctorado.

Apliqué a cuatro universidades, Cornell, Boston University, Harvard y Brown. Aunque tenía claro que quería Brown para poder trabajar con Herschel Grossman quien fuera luego mi asesor de tesis, académico, economista mundialmente reconocido por usar teoría de juegos para analizar temas de conflicto. Y fui admitido.

Estando en el Banco de la República y habiendo terminado mi maestría, le escribí a Grossman un correo corto presentándome y manifestándole mi deseo de estudiar en su Universidad para continuar trabajando con él los temas de mi interés. Minutos más tarde recibí su respuesta: “Mándeme su statement”. Como ya lo tenía listo, pues me había sentado a escribir sobre lo que había hecho, lo que quería lograr, sobre mi vida académica futura, se lo envié. Media hora más tarde me respondió: “Ya di una buena ‘palabra’ por usted”.

Recibí los rechazos de las otras tres universidades junto con la aprobación de Brown para estudiar con la beca del Banco de la República.

Llegué en el 2001 a Providence, a una hora al sur de Boston, ciudad intermedia muy bonita en New England. Días después me presenté en la oficina del profesor con la expectativa de que me recibiera y comenzáramos a trabajar de inmediato. Abrió la puerta, pero no me dejó pasar, me dijo: “Bienvenido. Vuelva cuando pase los exámenes de primer año”.

Él tenía muy claro cómo era el tema. El único descanso que pude disfrutar fue ir a hacer mercado el viernes por la noche y después comer en el restaurante del lado para regresar a la casa y seguir estudiando.

Al final del primer año esta, como tantas otras universidades, hace unos exámenes, con reglas muy estrictas, que Brown llama los core exams de micro, macro y econometría. Si se pierden los tres, se sale de la universidad; si dos, se tiene que habilitar y ganar; si uno, se tienen dos intentos o se debe repetir la materia. A mí me dio muy duro, realmente iba muy mal preparado, pero la constancia y la disciplina me ayudaron.

Éramos veintitrés en ese curso del que yo era el único colombiano, otro mexicano y una venezolana, los demás asiáticos, indios, americanos. Fui de los más malitos, en Macro estaba en la media, en Micro y Econometría me iba mal. Cuando veía a mis compañeros, unos duros resolviendo todo tipo de ecuaciones, sentía que no iba a pasar los cursos, pero me consagré a estudiar.

Resulta que respeté siempre las horas de sueño, a las once interrumpía para no reventarme al final, como le ocurrió a varios de mis compañeros que se quedaban hasta la madrugada. Yo les decía que se iban a quemar, pues no se trataba de una carrera de cien metros, sino de una maratón. Era claro que a ese ritmo de desgaste mental era necesario dormir por lo menos siete u ocho horas al día. En efecto, muchos de ellos, siendo mejores que yo para matemáticas, llegaron tan fundidos a los exámenes finales que unos no pudieron terminar y otros repitieron los exámenes.

Esto es algo que recuerdo como una confirmación de que uno tiene que estar tranquilo. Les recuerdo a mis hijos y a mis estudiantes que se trata de un examen, que no se deben dejar dominar por los nervios porque aun sabiéndolo no lo van a lograr. Yo me lo repetía a diario, hacía el deber, iba a gimnasio, salía a caminar, dormía bien, para llegar fresco a los exámenes. Los pasé todos en el primer intento.

En mi vida profesional enfrentando temas realmente críticos, la gente se enojaba y me reclamaba porque yo no estallaba, pues busco mantener la calma, salir del bosque para ver en perspectiva. Soy consciente de que cada situación es un paso más, un obstáculo más que tengo que sortear sin dejarme derrumbar, levantándome cada vez que me caigo y siguiendo adelante.

Como pasé los exámenes, busqué al profesor. Me dijo: “Usted es colombiano y quiere trabajar sobre la guerra contra las drogas en Colombia. Vamos a investigar y a concentrarnos en esto”. Resulta que era 2001, el inicio del Plan Colombia.

Estábamos trabajando en el modelo cuando le dije que lo podíamos llevar a los datos. Pero me manifestó que no quería hacer econometría, que no le gustaba. Insistí en que podíamos usar otros métodos para observar cosas. Finalmente se entusiasmó con la idea. Como era algo que no había hecho, parecía un niño que va a Disney por primera vez.

Me invitó a dictar con él una conferencia en Marsella. Se trataba de un workshop de dos días y de pocas personas, quizás treinta, a quienes él presentó nuestro trabajo el primer día. Al siguiente, salió del hotel y a la media cuadra se desplomó debido a un infarto fulminante. Yo me encontraba en la conferencia, presenté el primer documento, él debía presentar el segundo, pero no llegaba. Pedí que le diéramos tiempo presentando el tercer trabajo de segundo. Pasó hora y media hasta que el organizador decidió llamar al hotel donde le informaron lo sucedido.

El profesor había viajado con su esposa, a quien yo conocía y a quien apoyé en todas las diligencias del caso. Estos eventos unen a la gente y a mí me acercó mucho a su señora. Esta fue una experiencia que recuerdo en detalle. Era sábado a las diez de la mañana y no había a quién avisar. Cuando llamé a la estación de policía de Brown el oficial no me creyó pese a presentarme como estudiante de doctorado y comentarle la situación. Insistía en que me fuera a dormir, consideraba que estaba muy tomado. Finalmente, logramos solucionar.

Me encontraba en tercer año cuando quedé huérfano de asesor, pero terminé mis trabajos y regresé al país.

BANCO DE LA REPÚBLICA II

Una vez en el Banco, Hernando Vargas, gerente técnico, me dijo que en un año me quería ver haciendo política monetaria. Siendo él magnífico economista, me estaba asignando a un cargo lejos de mi especialización. Así se lo dije: “Esto que usted está decidiendo es la antítesis de la economía. Economía es la asignación eficiente de los recursos escasos. Llevo cinco años de doctorado y tres de maestría estudiando un tema de primer orden en Colombia”. Pero él insistió en su punto.

Miguel Urrutia era mucho más abierto a que los investigadores del Banco estudiáramos otros temas que no tuvieran que ver directamente con la política monetaria. Mi caso era un poco más atípico, pero algo en mi área sí hubiera podido hacer.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

Decidí llamar a Alejandro Gaviria, en ese momento decano de Economía de la Universidad de los Andes, para contarle mi situación. De inmediato me invitó a vincularme a la universidad y acepté pese a que eso significara una reducción importante de salario, pero atendiendo mis temas de investigación.

Los profesores tenemos una carga académica bajita, dos cursos por semestre, sumado a la investigación y participación en diferentes comités. Desde el comienzo he dictado Macroeconomía III y una electiva desde finales de pregrado sobre economía del crimen y del conflicto que ha ido mutando de temas teóricos a empíricos.

El rector de ese entonces, Carlos Angulo, ingeniero civil quien le tenía mucho respeto y cariño a mi papá, sabía que yo me dedicaba a estos temas, medio esotéricos, entonces me invitó a que hiciéramos un libro blanco sobre política de drogas en Colombia. Con esto comenzó una agenda mucho más multidisciplinaria en la Universidad.

Un libro blanco es el que reúne contribuciones de profesores de diferentes unidades académicas, desde distintos puntos de vista y disciplinas, todo alrededor de un tema. Este fue el tercer libro, el de drogas. Lo hicimos en coordinación con Alejandro y participaron veinticinco profesores de diferentes áreas.

Luego de su publicación invitamos a su lanzamiento al expresidente César Gaviria quien venía de atender la Comisión Latinoamericana de Drogas con el presidente Ernesto Zedillo de México y Henrique Cardoso de Brasil. En ese evento Gaviria nos motivó a crear un centro de investigación sobre estos temas, pues ya teníamos una agenda. Así nació el Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas – CESED para el que conseguí la financiación inicial. Si bien está sentado sobre la Facultad de Economía, es multidisciplinario. Atiende frentes que van desde la prevención del consumo con psicólogos y médicos, hasta temas de policía y derecho penal.

En el 2010 comencé a mirar temas de seguridad ciudadana, criminalidad urbana, entre otros, que me llevaron a conocer al general Oscar Naranjo con quien he tenido una relación cercana. Y desde los Andes ayudamos a la Fundación Ideas para la Paz para hacer la evaluación del Plan Cuadrantes.

Más adelante, en el 2013, el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, me dijo que en el Ministerio se dedicaban a los temas de seguridad pública, al combate contra los grupos criminales, contra la guerrilla. Quiso que hiciéramos algo novedoso, de frontera, con buenas bases de conocimiento en temas de seguridad ciudadana con la policía.

Entonces le propuse una estrategia de intervención en puntos calientes del crimen aprovechando la información que tiene la Institución sobre los delitos, sus horarios, las coordenadas geográficas exactas.

Como en todas las ciudades del mundo, el crimen está altísimamente concentrado en muy pocos puntos. Hicimos entonces una intervención en Medellín cuando era alcalde Aníbal Gaviria, más adelante en Bogotá con Enrique Peñalosa, aumentando la dosis de presencia, patrullaje, acciones policiales. No solo con estas medidas no se genera dispersión del crimen o efecto desplazamiento, sino que se da una difusión de beneficios. En los lugares aledaños a las zonas intervenidas, también se reduce el crimen. Obtuvimos muy buena evidencia de que funcionaba, porque fue muy exitosa.

CAMPAÑA A LA ALCALDÍA DE ENRIQUE PEÑALOSA

En 2015 la Cámara de Comercio de Bogotá, que siempre ha tenido un grupo de estudio de seguridad ciudadana para la ciudad, realizó el primer debate de candidatos a la Alcaldía cuando Gustavo Petro ocupaba el cargo. Entre otros participaban de la contienda Clara López, quien había sido secretaria de Gobierno y Carlos Fernando Galán estaba ayudándole a Enrique Peñalosa.

Fui invitado a formular las preguntas junto con María Victoria Llorente de la Fundación Ideas para la Paz, dado que el debate era sobre seguridad. Al terminar, Peñalosa se me acercó porque quería hablar conmigo, sin conocerme. De inmediato pensé que sería otro político más que quería hablar con un académico, pero que no concreta nada.

Para sorpresa mía, a los dos días me llamó Carlos Fernando para coordinar agendas. Hablamos y terminé colaborando con la campaña, sin ser cercano al candidato, sin haber participado en su primera administración, pues para ese momento yo me encontraba terminando mi carrera.

Fue como una aspiradora porque las campañas políticas se le llevan a uno el tiempo escribiendo documentos, planteando estrategias, asistiendo a reuniones. Y se generó una muy buena relación de confianza, él confiaba en lo que yo hacía.

Al ganar la Alcaldía empezaron a citar por chat a la celebración, pero yo no asistí porque no me gustan esas reuniones de masa. Le escribí un mensaje breve felicitándolo y deseándole lo mejor.

Al lunes o martes siguiente le dije: “Alcalde, perdóneme que me meta, pero quiero decirle que es muy importante la definición del comandante de la Policía Metropolitana”. / “Cómo así, eso lo definen en el Ministerio de Defensa y el director general”. / “No, usted como alcalde electo puede pedir a un determinado general”.

Fue así como rápido sacó cita con Luis Carlos Villegas, para ese momento ministro de Defensa y me dijo que lo acompañara. En el camino hablamos sobre lo que sería el tema de la reunión. Salíamos de su oficina, cuando me tomó del brazo para decirme: “Pero usted va a ser el secretario de Seguridad”. De manera automática, sin pensar sino en la reunión con el ministro, le contesté: “¡Pues claro!”. Un nombramiento que no había considerado me pudiera hacer, pues yo soy académico.

Una vez llegamos al Ministerio nos encontramos a aproximadamente treinta generales de la República, los de la Fuerza Aérea, los de la Armada, los del Ejército, porque estaban todos. Cuando lo recibió Luis Carlos, Peñalosa se giró para presentarme, lo hizo diciendo que yo era el próximo secretario de Seguridad de Bogotá. Reaccioné diciendo que todavía no existía la oficina, que la íbamos a crear.

El hecho fue que la noticia se filtró, llegó a medios. Entonces me llené de mensajes en el celular, uno de ellos de mi gran amiga, colega y en ese entonces decana de la Facultad, Ana María Ibáñez, quien se enteró precisamente por las noticias. El suyo fue un reclamo completamente justo. Igual me pasó con mi familia, me reclamaron por no haberles consultado primero, pues estaban pensando en el riesgo que el cargo significaba.

Los Andes no otorga licencias, y tiene razón en no hacerlo. Limitarían a la Universidad para tener contratos con el Distrito, pues yo iba a ser parte del Consejo de Gobierno de Bogotá. Lo que sí me garantizaron era que encontraría mi puesto a mi regreso.

Volviendo al tema, el hecho es que logramos un muy buen comandante para la Policía Metropolitana de Bogotá, uno de los dos que pedimos, con quien trabajamos de manera muy coordinada, también con la Fiscalía y con otras secretarías.

Los temas de seguridad tradicionalmente se trabajaban desde una subsecretaría de la Secretaría de Gobierno. Entonces, el secretario de Gobierno, en ese momento Miguel Uribe, tenía todos los temas del Consejo de Bogotá, los locales, políticos y de seguridad, siendo este último el más importante. De ahí surgió la idea de crear la Secretaría dándole presupuesto autónomo y elevando el tema de seguridad a ese nivel.

Crear un entidad toma tiempo por el papeleo que implica y el Consejo de la ciudad la tiene que aprobar. Pero este proceso fue relativamente fácil porque contamos con la venia incluso de la oposición. En ocho meses la sacamos adelante.

Asumí los temas de seguridad reportándole directamente al alcalde, como era condición desde el comienzo, en especial porque íbamos a trabajar los problemas del Bronx, realmente exigentes. Así ocurrió tal como él lo había hecho en El Cartucho durante su primera administración, porque no puede existir una zona en la ciudad que esté vetada para la Policía. Planificamos durante cinco meses esa intervención con la Policía Metropolitana, con la Fiscalía, con el ICBF, con la Secretaría de Integración Social que en ese momento atendía María Consuelo Araújo.

Otro tema grueso fueron los atentados, como el de la célula del ELN que puso la bomba en el Andino, pero antes ellos ya habían puesto doce o trece más en sedes de la DIAN, de varias EPS.

El tema de la seguridad de una ciudad como Bogotá es muy complicado, pero avanzamos, logramos soluciones y buenos resultados en ciertos indicadores. Esta experiencia la equiparo a otro doctorado, solo que en la vida real.

FISCALÍA

Saliendo de la Secretaría recibí una llamada del fiscal General Néstor Humberto Martínez para invitarme a trabajar con él. Yo conocía a su hijo con quien había trabajado en economía. Igual le recordé que yo no era abogado, pero me iba a asignar la Dirección de Políticas y Estrategia, es decir, tendría el manejo del tablero del control de la Fiscalía en el que quedan registradas todas las decisiones que se toman en la Institución. Sin este, es como manejar un avión en medio de una tormenta sin visibilidad.

Le recibí a Miguel Larrota, un funcionario magnífico quien había hecho un trabajo excelente en esa dirección. Durante el año que permanecí en el cargo aprendí muchísimo, conocí una entidad muy difícil de entender desde afuera y tuve muy buenas relaciones con el equipo y con el fiscal.

El 15 de mayo de 2019 aterrizaba en México y conecté mi celular al WiFi del aeropuerto cuando empezaron a llegar cualquier número de mensajes de miembros de mi familia quienes coincidían en decirme: “No tome el bus que lo va a transportar. Llámenos antes”. De inmediato deduje que se había muerto mi papá, pues llevaba ya tres años muy mal del corazón. Hablé con mi mamá, le dije que cancelaba el resto del viaje y que regresaría de inmediato.

Pero también me encontré con mensajes de gente de la Fiscalía y de la Alcaldía diciendo: “Qué pesar lo del fiscal”. Pensé que también se había muerto. Néstor Humberto renunció ese día mientras yo volaba. Entonces decidí renunciar a mi cargo porque sin el apoyo del fiscal sería muy complicado ejercerlo.

En julio de ese año regresé a los Andes y dos meses antes de que nos encerraran por Pandemia me separé de mi primera esposa después de diecinueve años de matrimonio.

BLU RADIO

Siendo Alejandro Gaviria rector de los Andes, en noviembre de 2019 me llamó para decirme que había hablado con Néstor Morales de Blu Radio quien había escuchado una entrevista que yo le había dado a Camila Zuluaga sobre temas de seguridad. Como Nicolás Uribe se iba, la idea era que yo lo reemplazara. Esto no competía con mis responsabilidades en los Andes, pues el horario es temprano en la mañana y contaba con el permiso del rector.

Hablé con Néstor, rápido definimos, ensayamos tres semanas y desde entonces hago parte de esa mesa, sin que hable en los debates a nombre de la Universidad, sino a nombre propio.

FAMILIA

Conocí a Diana Moreno, mi esposa, jugando un torneo de tenis. Pasó un tiempo importante hasta que nos volvimos a encontrar para construir una relación equilibrada, seria, madura y bonita. Decidimos casarnos este año en marzo en una ceremonia privada en Palomino.

Diana es de Ibagué, médica especializada en estética en España, deportista incansable que hace maratones y triatlones, mamá de Paloma de trece y Simón de diez años. Nuestros hijos son muy hermanados, se llevan tres años de diferencia entre ellos, siendo los míos mayores. Mis hijos se graduaron de colegio suizo. Sebastián tiene dieciocho años y se encuentra estudiando Economía en Suiza, mientras que Felipe tiene quince y está de intercambio en Alemania.

Hemos viajado mucho en familia y disfrutamos también los tiempos de pareja.

PROYECTOS

En lo familiar, mi proyecto más inmediato es sacar a los niños adelante con su estudio. Con Diana queremos pensionarnos en Ibagué jugando tenis y comiendo rico.

En lo laboral no quisiera volver al sector público, pero he venido retomando temas que tenía represados en lo académico.

CIERRE

La enseñanza es que casi todas las cosas en la vida son una maratón que exige saber llevar el ritmo para no lesionarse y poder terminar, porque no se trata de una carrera de cien metros. Es importante ir avanzando, conocer cada meta, a fin de llegar a lo que uno se propone, donde uno quiere.

Pienso que uno tiene que tener claro lo que quiere para programar bien el proceso que permita lograrlo. Es necesario tener planes a mediano y largo plazo, mirar en perspectiva, levantarse ante las caídas y continuar pese a los inconvenientes y dificultades que se presenten. Aunque, en lo económico, pienso con preocupación en la pensión, por ejemplo.